Kitabı oku: «Pena de muerte», sayfa 2

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⎯Solo pensaba en tu salud. Tanto café…

⎯Rogelio ⎯le advirtió sacando las llaves del auto y quitando el seguro con la presión de un botón⎯. Si te preocupa tanto mi salud me harás el favor de buscarme mi café. Llevo más tiempo que tú viviendo con mi cuerpo. Confía en mí.

Antes de que pudiera protestar o hacer algún comentario adicional, cerró el teléfono. Anderson era un fanático de la vida saludable, rayando en la obsesión. Si lo dejaba dirigir su vida, terminaría comiendo vegetales y agua. Eso y decenas de vitaminas.

⎯Ni loca ⎯pensó entrando en el auto y cerrando la puerta⎯. Café, alcohol, carne roja y helado. Esa es la vida.

Miró la ropa que traía encima y vio su rostro reflejado en el espejo retrovisor.

⎯Para las consecuencias se inventó el ejercicio ⎯dijo en voz alta. Aceleró y salió del estacionamiento. A lo lejos podía ver la plácida superficie del océano que era su acompañante todas las mañanas.

Tendría que compensar los metros perdidos al día siguiente. Por primera vez en su vida, Anderson tuvo la razón al establecer las prioridades de una llamada.

Esta vez sí era urgente.

***

Setenta minutos después la detective Graco pasó por debajo de la cinta amarilla que acordonaba la escena. Dos toldas, dos mesas y un pick-up de color blanco perfilaban el contorno del interior. Varias bolsas de plástico transparente cubrían las mesas y el piso, tiradas como los bloques de juego de un niño desordenado.

⎯Buen tiempo ⎯dijo Anderson acercándose por su izquierda. Le extendió la mano. En ella una taza de café lanzaba sus vapores humeantes al aire. El logo tenía la forma de un sol asomado sobre una playa, en azul y amarillo.

⎯Ese es mi muchacho ⎯dijo Graco sonriendo. El primer sorbo golpeó su sistema como una descarga eléctrica y tras quemar su garganta suspiró con fuerza⎯. Perfecto. Puro café.

⎯Cada centímetro cúbico igual de dañino ⎯comentó Anderson sin mirarla a los ojos. En su mano tenía una botella de una bebida de aloe vera. Sabor original, sin aditivos.

⎯Hoy no ⎯le advirtió levantando el dedo⎯. Cualquier otro día menos hoy.

Anderson alzó los hombros y tomó un sorbo de su bebida.

⎯Tú mandas. Vamos, es por allá.

Un equipo de investigadores tomaba muestras de la zona alrededor de una de las mesas. Una lona de color blanco cubría un objeto tirado en el piso, detrás de unos paquetes.

⎯No un objeto ⎯pensó Graco⎯. Conte.

Un destello luminoso la hizo desviar la mirada hacia la derecha. Detrás de la frontera establecida por la cinta amarilla, un reportero accionaba su cámara una vez más, congelando en decenas de fotogramas la muerte de un ser humano.

⎯¿Cómo se enteraron tan rápido? ⎯preguntó.

⎯Llegaron primero que nosotros ⎯ dijo Anderson cerca de su oído⎯. Me temo que las fotos van a ser en extremo gráficas.

⎯Lo que nos hacía falta ⎯ exclamó agachándose al lado del cuerpo. Levantó la lona con cuidado de mantener el rostro del diputado lejos de la línea de visión de las cámaras.

Conte no era un artista de cine, pero tampoco era un adefesio. Tenía una sonrisa agradable y la labia necesaria para la línea de trabajo que había seleccionado. Facciones finas, bien perfiladas.

La figura bajo la lona ya no tenía ninguna de las tres.

Volvió a cubrir el rostro. El daño era considerable, pero casi seguro el grado de destrucción en la parte de atrás del cráneo era mayor. Eso sugería un proyectil de alta velocidad.

⎯Un francotirador ⎯pensó girando la cabeza.

A unos metros de la cinta amarilla estaba la calle y detrás se erguían varios edificios. Muchos de ellos con una visión casi perfecta del área y de la mesa donde estuvo sentado el diputado Conte.

⎯¿Algún testigo?

⎯La señora Eulogia Acevedo ⎯señaló Anderson una ambulancia a un lado del pick-up blanco. Dos paramédicos atendían a una señora mayor acostada en una camilla en el interior del vehículo⎯. Estaba a solo unos metros cuando la bala hizo impacto.

⎯No debió ser un espectáculo agradable⎯comentó Graco levantándose.

Anderson prefirió no comentar, pero era obvio que compartía su opinión. En su lugar apuntó hacia un oficial de mediano tamaño que hablaba con un joven vestido con una guayabera blanca. En el regazo cargaba unos lentes oscuros.

⎯Ese es Carlos Estrada ⎯dijo en voz baja⎯. Era el encargado de la seguridad del diputado.

⎯No puedo decir que se lo vaya a recomendar a mis amistades.

⎯Tal vez, pero sí tenía una pieza de información muy curiosa. Según nos informó, Conte recibió una amenaza de muerte hace poco.

Graco crujió los nudillos de ambas manos con un sonoro chasquido. Anderson arrugó los ojos. Ella sabía cuánto lo irritaba el sonido, pero hacía mucho tiempo que había dejado de preocuparse por los sentimientos de los demás, quitando un par de excepciones. Su compañero aún no se ganaba ese derecho.

⎯¿Podrías…? ⎯empezó Anderson. Graco respondió⎯ No. ¿Una amenaza de muerte? ¿En serio?

⎯Sí. Según el señor Estrada el diputado le comentó de una nota que se encontró pegada en la ventana de su auto el día martes temprano en la mañana.

⎯Sería mucho pedir que la guardara, ¿verdad?

⎯Sí. La botó en el acto.

Graco removió una hebra de cabello que el viento tiró sobre sus ojos.

⎯Por una vez… No importa. ¿Conte le dijo qué decía la nota?

⎯Algo sobre un dinero que había robado y que tenía 72 horas para regresarlo.

Graco clavó sus ojos en los de su compañero.

⎯Esos son tres días. Si la nota la recibió el martes…

⎯Exacto. Hoy es viernes. Tres días.

⎯Rayos ⎯resopló mirando al cuerpo bajo la lona⎯. Un asesino puntual y responsable. Asumiendo, por supuesto, que estén relacionados.

Anderson tomó un sorbo de su bebida antes de comentar:⎯Creo que sí. Hay más.

⎯¿Más? ⎯su cabeza casi giró sobre la columna al escuchar estas palabras.

⎯Sí. Según el señor Estrada el diputado recibió dos avisos posteriores a la nota. Una llamada de teléfono y un mensaje de texto⎯. Alzó la mano para detener el torrente de preguntas que salían de sus labios y dijo:

⎯ Ya tengo a alguien buscando el registro de las llamadas recibidas en casa de Conte. El celular del diputado está en una bolsa de evidencias camino a la estación y el señor Estrada tiene un cuarto reservado para un interrogatorio intenso apenas lleguemos.

Graco asintió. Sus ojos se deslizaron por encima de la mesa, los paquetes y, de vuelta, el difunto.

⎯Un asesino puntual, responsable y persistente ⎯pensó⎯. Justo lo que nos hacía falta.

CAPÍTULO 6

Graco estudió a Estrada a través del vidrio. A pesar de que parecía estar tranquilo no tuvo problemas en identificar ciertos gestos que sugerían todo lo contrario.

Salió de su puesto de observación y se dirigió al cuarto donde el candidato a ser desempleado encargado de seguridad del diputado Conte esperaba ser interrogado. Abrió la puerta con calma y entró en una habitación de cuatro por cuatro metros. Estrada, con los codos apoyados en la superficie de la mesa, levantó la mirada al escuchar la llegada de alguien.

Graco se sentó en una silla, dejó caer un cartapacio amarillo lleno de papeles a un lado y se puso a verificar el estado de la grabadora que guardaría registro digital de todo lo que se dijera. En su visión periférica pudo ver los ojos de Estrada mirando con curiosidad la carpeta, preguntándose qué habría en su interior.

Solo después de decir en voz alta la fecha, la hora y la identidad de las únicas dos personas entre esas cuatro paredes, Graco se permitió estudiar el rostro que esperaba expectante en frente suyo.

Llevaba sus ensortijados cabellos en un corte estilo militar, casi pegado al cráneo. Sus ojos eran de un color oscuro, pero a esa distancia no lograba distinguir cuál. Una pequeña cicatriz surcaba su ceja derecha, partiéndola justo en el medio. Dos campos de negra grama surcados por un perlado camino de piel.

⎯Dígame, señor Estrada ⎯pidió Graco mientras abría con toda calma el fólder amarillo⎯. ¿El diputado Conte recibía muchas amenazas de muerte?

⎯No sé ⎯respondió Carlos demasiado rápido para su gusto. Ella lo miró con expresión inocente.

⎯Pensé que usted era el encargado de su seguridad y, siendo así, esperaba que supiera la respuesta para una pregunta tan sencilla.

⎯Lo soy ⎯dijo molesto. Se acomodó en la silla y cambió la frase⎯. Bueno, lo era. Eso no quiere decir que el diputado me contara todo lo que le ocurría. Yo siempre trataba de explicarle lo importante que era saber dónde estaba o qué hacía en todo momento, pero era un hombre silencioso y no le gustaba depender de nadie.

⎯Vamos ⎯dijo Graco pasando la página⎯. Puede hacerlo mejor que eso. Centremos nuestra atención en los últimos tres meses. ¿Alguna amenaza?

Estrada entrecerró los ojos, como si estuviera haciendo un esfuerzo mayúsculo en concentrarse antes de responder:⎯Varias.

⎯¿Cuántas son varias?

⎯Unas diez, más o menos.

Graco silbó.

⎯Esas son muchas amenazas. Pensé que el diputado era una persona popular.

⎯Lo era ⎯dijo Estrada y su voz sonó defensiva⎯. La gente en el barrio lo apreciaba mucho. Siempre sacaba tiempo de una muy apretada agenda para ir a llevarles comida o escuchar sus problemas.

⎯¿Qué tan frecuentes eran estos eventos?

⎯No lo sé con certeza. Diría que cada dos meses.

⎯¿Y lo anunciaban?

⎯Al diputado no le interesaba…

⎯Si no lo anunciaban, ¿cómo llegaba la gente?

⎯Bueno… Sí, es cierto. Se avisaba, pero jamás se armaba un espectáculo del mismo. Él iba por las personas. Para ayudar.

Graco regresó su atención a los papeles para ocultar la expresión que amenazaba con reflejarse en su rostro. No le interesaba la política, pero estaba segura de haber visto la cara de Conte más de una vez en las pantallas de televisión. Siempre de pura casualidad. Siempre haciendo algo bueno.

⎯Por eso llegó la prensa tan rápido ⎯pensó, recordando a los fotógrafos detrás de la cinta amarilla⎯. Ya estaban o venían en camino al lugar, a encontrarse “de casualidad” con el altruismo del diputado Conte.

Toda una fábrica de mentiras y aún después de muerto sus allegados trataban de mantener la ilusión de bondad. Se preguntó si Estrada se hacía el ignorante o de verdad creía toda la basura que Conte le alimentaba con su glaseado de filantropía.

⎯No te dejes cegar⎯ escuchó una voz en lo más profundo de su cabeza acotar con calma⎯. Es un caso más. Nada que ver con Francisco.

Otra voz más profunda y gutural, casi un gruñido arrastrándose por encima de sus recuerdos, rasgando con afiladas uñas y dejando sus marcas como quebradas líneas de irregular contorno, dijo: Todos son iguales. Me remito a las evidencias.

⎯¿Cuántas amenazas recibió en la última semana? ⎯le preguntó a Estrada. Su ceja doble se movió apenas, tomado fuera de guardia. Sus ojos la estudiaban con curiosidad. Debió perderse en sus pensamientos más tiempo del necesario.

⎯Solo una.

⎯¿Una? Pensé que habían sido tres.

⎯No. Fue la misma amenaza, anunciada de tres formas distintas.

⎯Ya veo ⎯dijo apoyando la palma de una mano contra la otra, como si estuviera rezando⎯. ¿Le importaría ser un poco más explícito?

Estrada resopló con fuerza.

⎯El martes el diputado se encontró una hoja de papel pegado al limpiaparabrisas de su auto. Lo acusaba de haber robado dos millones de dólares y le ordenaba regresar el dinero en 72 horas. Si no lo hacía, moriría.

⎯¿La nota lo amenazaba de esa forma? ¿De muerte?

⎯Sí. El diputado fue muy explícito en ese punto. No pensaba que fuera importante, considerando el tipo de papel usado, pero prefería ser precavido. Me pidió estar alerta.

⎯No le sirvió de mucho, ¿verdad? ⎯pensó, pero no lo dijo en voz alta. A pesar de todo tenía que ser justa y un francotirador no era fácil de identificar. Por lo menos no sin saber a qué te enfrentabas. En su lugar dijo:⎯No comprendí algo. ¿Mencionó algo del tipo de papel?

⎯Sí. La nota estaba escrita a mano en la hoja de una libreta de bolsillo. Según el diputado en una esquina había un dibujo de Hello Kitty.

⎯¿Hello Kitty? ¿La gata? ¿Con el lacito en la cabeza?

⎯¿Conoce otra?

Graco no esperaba eso. No le extrañó que el diputado no le diera mucha importancia a la amenaza. Hello Kitty no estaba en la lista de los más buscados de la policía. Casi parecía una broma. De repente esa era la idea. O significa algo para el asesino, pero ¿qué?

Crujió los nudillos, pero a diferencia de Anderson, Estrada no pareció siquiera darse cuenta. Graco continuó:

⎯Esa fue la primera amenaza. ¿Cuándo se enteró de la segunda?

⎯La mañana del miércoles. El diputado se veía cansado y le pregunté qué le pasaba. Allí fue que me contó de la nota en el auto y de la llamada que le hicieron en la madrugada.

⎯¿Le dio más detalles?

⎯A las dos de la mañana su teléfono sonó y cuando lo contestó escuchó una respiración y luego un grito.

⎯¿Un grito? ⎯exclamó arrugando la frente. Sintió un leve cosquilleo en las plantas de los pies. Un aviso somático de la innegable realidad de que su curiosidad estaba siendo estimulada. Después de ese detalle no podría apartarse del caso ni aunque quisiera.

⎯Sí. Un grito de mujer. Duró como un minuto hasta que logró cerrar el teléfono.

⎯No entiendo. ¿Por qué asumió que eso era una amenaza?

⎯El responsable llamó una segunda vez. Por lo que entendí desde un número diferente y con un modificador de voz. Un robot le recordó que perdía tiempo y que debía regresar el dinero… o algo así.

⎯¿Un robot?

⎯Así fue como el diputado me describió la voz.

⎯¿Y la tercera?

⎯Un mensaje de texto a su celular. También lo borró, pero no antes de que pudiera leerlo.

⎯¿Qué decía? ⎯preguntó Graco acomodándose en su silla, atenta a la respuesta.

⎯Tienes menos de 24 horas de vida. ¿Dónde está el dinero?”

⎯¿Reconoció el número?

⎯No y ese es un callejón sin salida. Me imagino que lo averiguará pronto. Me puse en contacto con un amigo en la compañía telefónica. Me confirmó que ese número es de un teléfono prepagado. Estaba y permanece apagado.

⎯¿Y el otro?

Graco no tuvo que ser más específica. Estrada entendió en el acto a cuál se refería.

⎯También hice una revisión completa de todas las llamadas entrantes al teléfono privado del diputado. Recibió dos llamadas. Una a las 2:05 am. y la otra, diez minutos después.

⎯¿Del mismo número?

⎯No, todos diferentes. Todos de teléfonos prepagados.

⎯Déjeme adivinar. Ninguno responde.

Estrada asintió y bajó la mirada a la mesa. Sus ojos se enfocaron en una pequeña mancha de café que parecía dibujar una flor sobre la pulida superficie de metal.

⎯Sáqueme de una duda ⎯dijo Graco cerrando la carpeta y empujándola hacia un lado de la mesa, sacándola de su línea directa de visión⎯. Asumo que los teléfonos del diputado no son de dominio público.

Estrada gruñó como si la idea le pareciera irrisoria.

⎯No tiene idea del número de personas que trataban de aprovecharse de él. Le pedían dinero para reparaciones, construcciones o alimentos. Uno, inclusive, se le acercó una vez para pedirle ayuda para ir a visitar a su madre.

⎯No lo veo tan descabellado ⎯comentó Graco.

⎯Según su historia, la madre huía de unos pandilleros y se fue a refugiar a las islas Fiyi.

⎯¿Las islas Fiyi? ¿En serio?

⎯Esa era su historia. Por supuesto, me tomó menos de treinta minutos descubrir que su mamá vivía en un pueblito del interior, en una casa de quincha. El desgraciado del hijo no solo no ayudaba, sino que tenía planeado dejarla sola para irse a vivir la vida loca.

⎯¿Presentaron la denuncia?

⎯No es un crimen pedir dinero. Tampoco mentir si a eso vamos.

⎯Ya veo. ¿Y los números de teléfono?

⎯Todos privados. El de la casa y su celular más que ninguno. Solo unas pocas personas los tenían.

⎯¿Usted los tenía?

Estrada arrugó los ojos. Las palabras escaparon de sus labios como si tuvieran miedo de salir.

⎯Era el encargado de seguridad. Por supuesto que los tenía.

⎯Pero no era imposible obtenerlos.

⎯No, no lo era.

Un bosquejo comenzaba a tomar forma. Un atisbo en blanco y negro de la pintura final. Una obra que gritaba orden y pulcritud. Planeación al mínimo detalle.

Personal.

⎯¿Qué sabe de los dos millones que le pedían devolver? ⎯ preguntó Graco. Estrada no titubeó.

⎯Nada.

⎯Usted perteneció a su círculo cercano.

⎯Sí, pero no de esa forma. Mire⎯ extendió las manos sobre la mesa, apoyando las palmas encima⎯. Yo me aseguraba de que ningún loco se le acercara y lo ayudaba de vez en cuando con alguna tarea especial. Nada ilegal. ⎯Aclaró al ver la ceja de Graco levantarse ante la elección de palabras⎯. Sin embargo, jamás fui testigo de reuniones clandestinas. Nunca vi el paso de maletines llenos de dinero bajo la mesa y no tengo conocimiento alguno de los dos millones mencionados en los mensajes.

⎯Curioso que eligiera esos ejemplos ⎯pensó, pero prefirió guardar silencio. No veía a Estrada como artífice de este grado de organización. Era un empleado útil y un esbirro de Conte en sus negocios. Ese podía ser el límite de su participación.

El asesino era otra cosa. Alguien capaz de obtener información privada o confidencial. Metódico y paciente.

⎯¿Por qué le da la oportunidad de regresar el dinero? ⎯pensó⎯. ¿Qué gana con eso?

***

El hombre que vio los últimos segundos de vida de Marcos Conte a través del cristal de una mira telescópica esperó con paciencia a que terminara la propaganda. La señora ama de casa, con la bolsa de detergente en una mano y una fila de ropa tan blanca que solo se ve así recién salida del paquete, fue reemplazada una financiera que prometía resolver todos tus problemas.

El hombre sonrió ante la ironía y se metió una cucharada de arroz en la boca sin quitar la vista del televisor.

La imagen dejaba mucho que desear si se comparaba con las de los modelos más recientes. La pantalla no era grande ni plana. La parte electrónica ocupaba varios centímetros detrás del vidrio y su peso combinado lo hacía útil como equipo de fisicoculturismo. No usaba control remoto y para cambiar de programa tenía que girar un disco con diez números, la limitante de canales que podía recibir.

El televisor reposaba sobre una mesa de madera cubierta con un mantel de vinilo en cuadros de colores, los bordes resquebrajados por el tiempo. Un pequeño florero de cerámica ocupaba la diestra del televisor. Dos flores de plástico de color blanco en su interior hacían contraste con la gris pared de cemento.

Encima del televisor destacaba una caja de vidrio, con uniones en madera clara. En su interior un único objeto. Un viejo rifle.

Su instrumento para hacer justicia. La mano del miedo.

La financiera desapareció para ser suplantada por el logo del canal y luego por el estudio donde filmaban las noticias de la noche. El reportero, vestido de saco oscuro y camisa celeste, empezó con la novedad del momento.

⎯El asesinato del diputado Marcos Conte ⎯dijo con una imagen del difunto de fondo⎯tiene consternada a toda la población. Las personas en su circuito lo recuerdan con cariño, como alguien que siempre estuvo allí para ayudarlos. El hecho de que muriera haciendo esa labor no es más que un testimonio del tipo de hombre que era. A continuación, un pequeño resumen de la vida de…

El hombre estiró la mano y bajó el volumen. Esa parte no le interesaba. Conocía todos los detalles de su vida que importaban y ninguno era de dominio público.

Conte era una plaga. Un insecto localizado en algún lugar entre la garrapata y el chinche de cama. Un chupasangre que se aprovechó de sus influencias y educación para hacer dinero a expensas de personas que no podían pensar en la comida de mañana pues no habían resuelto la del día de hoy. Solo había una forma de lidiar con ese tipo de personas.

Si todo iba acorde con el plan, el paquete debía estar llegando a las manos indicadas en horas de la mañana. Luego de eso sería cuestión de tiempo.

Empezarían a comprenderlo.

La imagen en el televisor cambió. Ahora, una reportera de cabellos oscuros y un traje sobrio de color azul claro. En el fondo una imagen que hizo que volviera a subir el volumen.

⎯En otras noticias ⎯dijo la joven en un sensual tono grave. En el fondo la imagen de una silla con un pequeño casco pegado a la parte superior⎯el día de hoy fue presentado en la Asamblea el anteproyecto de ley 660 que, de aprobarse, permitiría la aplicación de la pena de muerte en Panamá. Algunos sectores llaman a la propuesta una afrenta a la Constitución. Estamos seguros de que esta polémica ley dará numerosas razones de qué hablar en las próximas semanas. Parece una ironía del destino que el propulsor de la ley fuera el difunto diputado Marcos Conte, quien falleció el día de hoy.

⎯Ironía ⎯murmuró el hombre recogiendo los platos de la mesa⎯. Es una forma de decirlo.

Su risa resonó por toda la habitación.

***

La detective Graco cambió de canal. Tenía las piernas estiradas sobre la mullida superficie del sofá y la cabeza apoyada sobre el respaldar. Una copa de vino en la mano izquierda y un plato con queso y aceitunas colocado en una pequeña mesa a unos pasos.

En el silencio que llenaba la habitación entre la desaparición de un canal y la aparición del siguiente, Marialexis prestaba atención. Esperaba escuchar en la infinitesimal paz auditiva el sonido de una voz. Un quejido. Un grito.

Cualquier cosa.

Como siempre, el silencio se impuso.

La voz de una reportera de cabellos rojizos rompió el embrujo y anunció los preparativos que se seguían para el sepelio de Marcos Conte. Era una noticia mucho menos interesante y, en comparación con las relacionadas con el diputado, mucho menos violenta. La sangre vertida a lo largo del día por los noticieros era suficiente para alimentar a una colonia de vampiros.

Como sospechó su compañero, las fotos y videos fueron gráficos en extremo. Los noticieros se protegían con advertencias sugerentes sobre el contenido.

⎯Las siguientes imágenes pueden herir algunas susceptibilidades. El siguiente video no es apto para niños sin la supervisión de un adulto.

⎯¿En qué momento ⎯pensó Marialexis con sorna, olfateando la superficie del rosado líquido en la copa antes de deslizarlo por el interior de su boca⎯la visión de una cabeza que estalló por el efecto de una bala es apta para un niño, supervisado o no? Y lo que era peor: ¿qué adulto en su sano juicio le enseñaría algo así a un hijo?

La respuesta era más desalentadora que la pregunta y prefirió ignorar la voz que, en lo profundo de su mente, trataba de responder como si fuera el primer día de clase.

Lo único bueno después del festival de terror repetido una y otra vez en varios canales, con diferentes grados de resolución, fue que en ningún momento mencionaron las advertencias del asesino. Habían logrado mantener ese detalle fuera de los medios y la única persona capaz de traicionarlos y de darle la primicia a la prensa, prefería mantenerse en el anonimato. Estrada no solo había fallado en proteger a su empleador teniéndolo a no más de cinco metros de distancia, sino que el asesinato se dio a pesar de tres avisos previos.

Como lo viera, no era una buena referencia laboral.

Presionó un botón en su control remoto y la imagen de una reportera de negros cabellos hizo su aparición.

⎯El día de hoy fue presentado en la Asamblea el anteproyecto de ley 660 que, de aprobarse, permitiría la aplicación de la pena de muerte en Panamá.

Un ruido a su izquierda la hizo perder el hilo del resto de la noticia. A solo unos pasos, parado en la entrada de la sala de estar, un niño de ocho años la miraba con ojos cansados.

⎯¿Te despertaste? ⎯dijo sentándose en el acto y extendiendo el brazo en su dirección. El niño, que llevaba un pijama de dinosaurios e iba descalzo, caminó hacia el sofá y se dejó caer a su lado. Se acomodó, levantando las piernas y apoyando la cabeza sobre su regazo. Marialexis se estiró sin moverlo para poder colocar la copa en el piso.

El estudio de grabación de las noticias fue suplantado por una propaganda sobre una nueva novela. La imagen de una joven con atributos anatómicos que no pudieron venir con el paquete original apoyada contra un señor mayor de blancos cabellos. Un nombre ridículo y cursi en letras negras.

Apagó el televisor y dejó caer el control en el sofá, a los pies del niño.

⎯¿Te fue bien hoy? ¿Jugaste mucho?

El niño apenas asintió, el movimiento percibido como un temblor sobre la piel de sus piernas. Marialexis se dobló y plantó un beso sobre su mejilla.

El niño sonrió con los ojos cerrados.

Tenía mucho trabajo que hacer al día siguiente. No solo adentrarse en la vida de un político a través de lo que estaba seguro serían aguas muy turbias, sino interrogar a todos sus allegados o personas con algún deseo de venganza. Por lo poco que había averiguado, la lista tenía el tamaño del directorio telefónico.

Deslizó sus dedos por encima de los cabellos del niño y clavó sus ojos en el vacío. Se podía dar el lujo de olvidar por un momento al diputado Conte. Tenía todo el día siguiente para desgranar verdades y sacar a la luz cada secreto de su vida. No dejaría piedra sin levantar.

Cuando se hacen negocios con la muerte hasta la más pequeña gota de sangre tiene valor.

***

Javier Prado encendió la luz con un rápido movimiento de la mano, la puerta aun girando sobre sus bisagras tras el suave empujón para abrirla. El lugar fue conquistado por la luz fluorescente que descendió del techo y la imagen delante de sus ojos no hizo más que arrancar un suspiro de desesperanza de sus labios. Si el caos fuera un ente viviente, su oficina sería su reino.

¿Eso en qué lo convertía? ¿Príncipe del colapso? ¿Duque del desorden?

⎯Con mi suerte ⎯pensó dando el primer paso en lo que parecían las ruinas de un apartamento después de un apocalipsis nuclear⎯si acaso bufón.

Tiró las llaves que traía en las manos en una mesa cercana. Se paró en medio de la oficina y con las manos en la cintura dio la vuelta estudiando el lugar, casi como un general planeando una avanzada de conquista.

⎯Mariscal de la desconstrucción ⎯murmuró⎯. Eso suena mejor.

Después de llegar al grado 359 de su giro dejó caer las manos. No era algo que sesenta minutos de arduo trabajo no pudiera resolver, pero después de quince días de vacaciones en Jamaica la palabra “trabajo” no era la primera en su lista.

La única razón por la que había decidido sacrificar su última noche de vacaciones en lugar de dejarlo todo para el día siguiente fue porque se imaginaba el estado de su oficina. Si no resolvía ese desastre antes del amanecer, las noticias del día lo tendrían atrapado desde temprano. Los paquetes, cartas y documentos seguirían llegando y para cuando intentara poner algo de orden ya sería demasiado tarde, dejándole como única solución un lanzallamas y un extintor para limitar la extensión del incendio.

⎯Señor de las flamas ⎯ pensó ⎯. Me gusta. Debo mandar a hacer una placa con el título.

Se tiró en la silla detrás de su escritorio, al cual llegó atravesando montañas de papeles y ríos de informes. Encendió la computadora dejando correr todos los programas necesarios para que pudiera comenzar a usarla. Mientras el ronroneo digital acompañaba la danza de luces verdes parpadeantes, Javier empujó la silla hacia la derecha para ponerse enfrente del teléfono. Como se lo esperaba, en una pequeña pantalla oscura aparecía el número de mensajes que había acumulado. Llevaba dos semanas sin tocar el celular, con muy raras excepciones, así que, si alguien quería localizarlo, esa era la única forma de conseguirlo.

Quince mensajes.

⎯Como si no tuviera suficiente trabajo ⎯dijo sacudiendo la cabeza. Miró de vuelta a la computadora. En el fondo de pantalla una foto de la nebulosa de Andrómeda se materializó en sus tonos oscuros, rojizos y blancos. Los íconos aún permanecían invisibles.

Tenía que pedirle a su jefa una computadora más rápida y ya podía escuchar la respuesta en su cabeza: “Dame una buena historia. No cualquier cosa; algo trascendental. Luego hablamos de eso”.

Siempre era así con ella. Javier era uno de los reporteros más prolíficos de la unidad de periodismo investigativo. Su último reporte sobre el diputado Marcos Conte y la concesión que le hizo a un aliado político para la construcción de una autopista la escribió estando de vacaciones. Después de mandarla, le recordó a su jefa que necesitaban una nueva cafetera. Tendría que ir a revisar, pero estaba seguro de que al entrar en la cocina de la oficina encontraría una reluciente y moderna cafetera.

Las historias eran la moneda de intercambio en el periódico:

⎯ Jefa, necesito una silla nueva. La vieja se rompió.

⎯Tráeme una historia. Luego hablamos.

⎯Jefa, necesito un permiso para cuidar a mis abuelos que están enfermos.

⎯Tráeme algo bueno, una noticia interesante. Luego hablamos.

⎯Jefa, me estoy muriendo y necesito un nuevo hígado.

⎯Dame una buena historia y después te regalo el mío.

Javier regresó su atención a la lista de mensajes. Presionó un botón en el aparato para escuchar el primero y se puso a recoger los papeles desperdigados sobre la superficie del escritorio.

Una voz femenina digital empezó a reproducirse.

⎯Tiene 15 mensajes nuevos. Primer mensaje nuevo: Domingo 14 de octubre, 7:00 pm.

La voz de su madre hizo aparición.

⎯¡Hola Javier! Sé que te vas de vacaciones, pero ¿crees que antes de irte podrías pasar a visitar a tu vieja y solitaria…

Javier borró el mensaje y pasó al siguiente. Debió llegarle poco después de salir de la oficina. Fue a verla antes de irse, así que terminar de escuchar era innecesario.

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