Kitabı oku: «Pena de muerte», sayfa 3
Los mensajes siguieron uno detrás del otro. La voz de su jefa pidiéndole una información, olvidando que estaba de vacaciones; otros colegas pidiendo la confirmación de ciertos datos; una joven solicitando que le regresara la llamada ya que se había ganado un fin de semana en Orlando, solo tenía que ir a una reunión para escuchar unos planes…
Borró el mensaje. Ninguno era urgente hasta ese momento. Todos podían esperar hasta las primeras horas de la mañana.
Dos mensajes pendientes.
⎯Jueves 26 de octubre. 9:00 pm. ⎯dijo la voz digital. Luego una que le sacó una sonrisa al escucharla:
⎯Hola, hermanito. Solo para informarte que ya llegamos. Te llamé al celular y lo tienes apagado. Tienes que botar esa basura y modernizarte. En fin, nos fue de maravilla y Sofía te trajo un regalito. Me llamas. Ciao.
Su hermanita. Dos años menor que él y a pesar de sus treinta años y dos hijos siempre sería su hermanita. Estuvo a punto de llamarla antes de ir a la oficina, pero asumió que el vuelo llegaría más tarde. Ella y su familia habían tomado vacaciones casi al mismo tiempo que él, solo que su destino había sido Disney.
Se preguntó qué le pudo haber traído de regalo su bella sobrina de solo seis años. Fuera lo que fuera estaba seguro que sería algo inútil, cursi, comprado a un valor diez veces mayor de lo habitual y que lo atesoraría como si fuera el diamante más raro del mundo.
Sacó su celular del bolsillo y lo revisó. La batería se había vuelto a soltar y la pantalla estaba oscura. Le quitó la tapa y la acomodó, con lo que una suave luz blanca y una clásica música anunciaban que su celular regresaba a la vida.
⎯Tal vez tiene razón ⎯pensó colocando el celular encima del escritorio⎯. Tal vez es hora de cambiarlo por un modelo nuevo.
⎯Viernes 27 de octubre. 6:30 am. ⎯dijo la voz digital reproduciendo el último mensaje, mientras Javier reconocía para sí una realidad ineludible. Cambiaría de teléfono cuando el que tenía se le disolviera en la mano. No antes.
En ese momento una alarma en su cabeza le hizo dejar los papeles que tenía en la mano y regresar su mirada a la máquina de mensajes.
¿6:30 am? ¿Quién me llamaría un viernes a las 6:30 de la mañana?
Para su sorpresa la voz siguió siendo digital, pero ahora con un tono masculino, robótico.
⎯Señor Prado. Usted no me conoce y por razones que se harán obvias prefiero mantener mi identidad en secreto. Le sugiero que preste mucha atención a lo que voy a decir. Dejo este mensaje en su contestador porque sé que no lo escuchará hasta el lunes cuando regrese a trabajar. Para entonces podrá confirmar que no estoy loco. En exactamente treinta minutos pienso asesinar al diputado Marcos Conte.
A Javier se le escapó un pedazo de papel de la mano. Giró la silla con lentitud, quedando de frente al equipo que reproducía la fría voz robótica. Se enteró de la noticia el día que llegó de vuelta de vacaciones y era imposible no hacerlo. No se hablaba de nada más en toda la ciudad.
Exprimió sus neuronas tratando de recordar los detalles iniciales. El diputado Conte murió después de las siete de la mañana del día viernes. Eso significaba que el mensaje había entrado al menos media hora antes del hecho.
⎯En este momento ⎯siguió diciendo la voz⎯puedo ver el lugar que visitará Conte en unos minutos. Tengo una visión perfecta del lugar y el clima es óptimo. No tendré ningún problema en poner una bala en su cabeza.
La voz guardó silencio. Pensó que el mensaje se había cortado y se acercó a la pantalla. Las palabras lo tomaron casi por sorpresa.
⎯Escuchará en los próximos días a muchas personas hablando bellezas del diputado. Si fuera por ellos, en unos años tendríamos al beato Marcos. Todos fueron engañados. En algún lugar de su oficina debe haber un paquete que le llegó el día sábado. Revíselo con calma. Después de leer todo lo que hay adentro conocerá el verdadero tipo de persona que era Marcos Conte. Confío en que hará lo correcto.
La voz desapareció con un chasquido electrónico rodeado de estática. Javier se quedó mirando el equipo como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
⎯Me llamó el asesino ⎯dijo en voz alta para él mismo⎯. El asesino del diputado Conte me llamó y me envió…
Saltó de la silla y empezó a recorrer la oficina, tirando papeles y revisando cada sobre y paquete. En su quinto intento lo encontró. Una caja de mediano tamaño sin remitente. La abrió con mano trémula y sacó de su interior una carta en papel blanco escrita a máquina y varios cartapacios de color rojo y azul. Dentro de ellos papeles llenos de cifras.
Deslizó la vista por encima de los números y los títulos asociados. Después de pasar la tercera página se le escapó un pequeño silbido. Si lo que allí salía reflejado era cierto, estaba a punto de destruir la reputación de un muerto. Una ola de remordimiento lo invadió, pero no más de un segundo. Al final, justificó sus actos como siempre lo hacía.
⎯Tú no eres el culpable ⎯se dijo⎯. Tú solo reportas lo que alguien más hizo. El criminal es él.
Leyó la carta y con cada palabra pudo sentir su pulso acelerarse. Esta historia se estaba convirtiendo en una bomba. Podría pedir la computadora que quisiera, pensó mientras procesaba los posibles títulos para los artículos que empezaría a escribir en el acto:
“Corrupción a la carta”.
“La verdadera vida de Marcos Conte”.
“La promesa de un asesino”.
La intención de limpiar la oficina fue relegada a un segundo plano.
En lo que a él se refería, si la oficina cobraba vida y se lo tragaba entero lo tenía sin cuidado, con tal de que antes de escupir sus huesos le dejara escribir la historia que sostenía entre las manos.
CAPÍTULO 7
Marialexis marcó el paso al ritmo de la música electrónica. Sus pies pisaron el pavimento al compás de las notas y trató de mantener su respiración constante, a pesar del esfuerzo.
El cielo era de un penetrante color rojizo, con unas cuantas nubes azules rayando la inmaculada uniformidad. El sol naciente surgía como una bola de luz convirtiendo los tonos fríos en sangre y fuego.
Levantó la mano para poder ver su reloj. Llevaba un buen ritmo y acababa de pasar la marca de los tres kilómetros. Sentía que aún tenía suficiente energía para unos cuantos cientos de metros más, pero era consciente de que no debía abusar. Además, tenía mucho trabajo en la oficina y lo último que necesitaba era llegar tarde.
Aminoró el paso y apagó la música. Se quitó los audífonos, con lo que el ruido del mar y las olas golpeando las rocas la rodearon como un manto. No se detuvo, para mantener la circulación y los músculos en movimiento.
Cerca de donde tenía estacionado el auto, un hombre de cuarenta años y una joven de veinte regentaban un pequeño local. El olor a café recién hecho era evidente a pesar de la distancia y el viento proveniente del mar. Ya lo había probado antes. Era un café con personalidad. Fuerte y sin rasgos amargos.
Justo lo que necesitaba antes de llegar a la oficina.
⎯¡Paola! ⎯exclamó extendiendo los brazos como si pudiera abrazarla a distancia⎯. Puntual como un reloj suizo. Quiero un café.
⎯Hola, Marialexis ⎯dijo ella y casi al unísono, su padre⎯. Aquí lo tienes. Te lo serví apenas te vi acercarte.
⎯Eres un amor ⎯exclamó con alegría, tomando la taza de sus manos. El calor se extendió por su piel como un delicado guante.
⎯¿Algo más?
⎯No. Bueno, sí: El periódico. ¿Tienes alguno?
⎯Seguro ⎯anunció Paola. Extendió la mano y sacó uno de los ejemplares que tenía oculto debajo del mostrador. Marialexis lo tomó con la mano libre, la taza de café balanceándose de forma experta en la otra.
Se sentó en una silla de metal. Estiró el periódico sobre la superficie de una mesa circular del mismo material y se llevó la taza de café a los labios.
El primer sorbo salió despedido de sus labios en la forma de cientos de pequeñas gotas expulsadas a toda velocidad. La página quedó llena de diminutas manchas en colores chocolate y negro.
⎯¿Qué demonios? ⎯masculló ella acomodándose en la silla. Empezó a leer:
LA PROMESA DE UN ASESINO
Declaraciones inéditas de la persona que se responsabiliza del asesinato del diputado Marcos Conte.
Javier A. Prado
javierprado@laesclusa.com
Después de sopesar las ventajas y desventajas, la redacción del periódico La Esclusa decidió publicar en su forma inédita un documento que llegó a nuestras oficinas este fin de semana. El responsable nos brindó pruebas contundentes que lo ligan de forma directa con el asesinato el día viernes 27 de octubre del diputado Marcos Conte, que ocurrió durante la preparación de una feria popular para los miembros de su circuito.
A pesar de que la publicación de este documento podría ser visto como una irresponsabilidad periodística, consideramos que es nuestro compromiso hacerle llegar estas palabras a toda la ciudadanía. El potencial de violencia que se podría desatar de no cumplir con la petición hecha por un asesino confeso nos obliga a actuar y esperamos que nuestras acciones ayuden en la pronta aprehensión del responsable.
A continuación, el documento recibido en nuestras oficinas tal y como fue redactado por el autor.
Para: Todos los habitantes del país más hermoso del mundo.
De: Un servidor.
Mi nombre no importa. La misión que emprendo, sí.
Estoy convencido de que todos ustedes, al igual que yo, estamos hartos de las mentiras, de las promesas inconclusas hechas al grito de arengas políticas, de las esperanzas destruidas por empresarios corruptos, a quienes más le interesa el dinero que el bienestar de sus empleados, de los sueños aniquilados más allá de toda esperanza de recuperación por personas con poder que solo piensan en ellos mismos y no en el pobre a quien aplastan con sus decisiones o actos.
Estoy agotado y furioso. Por primera vez en mi vida decidí que ya es suficiente.
No pretendo que todos compartan mi forma de ver el mundo o lo que, en mi corazón, sé que tengo que hacer. Solo espero que con estas palabras entiendan el motivo.
En estos momentos se discute en la Asamblea la aplicación de la pena de muerte. En voz alta muchos están en contra, pero en la soledad de sus pensamientos opinan muy distinto. ¿Cuántos no han escuchado de un crimen violento o atroz y han pensado: “Ojalá le hicieran lo mismo”? Esa forma de violencia es innata en todos nosotros. Es el instinto de sobrevivencia gritándonos en el oído. Recordándole a nuestro consciente lo que puede pasar.
Si usted ve una cucaracha subirse a la mesa, usted no le pregunta si se limpió las patas. Usted sabe que es un agente transmisor de enfermedades y la posibilidad es más que suficiente. La ve, piensa en su familia y la aplasta.
Yo hago lo mismo. Eso no me hace ser una mala persona, ¿no creen?
Estoy de acuerdo con la pena de muerte, pero no me limitaría a su aplicación como está sustentada en el actual proyecto de ley. La extendería a otros crímenes y el primero en mi lista sería el peor de todos: La corrupción.
El corrupto no afecta a una persona. Lesiona a muchas. Según el acto puede destruir el futuro de toda una empresa, los ahorros de toda una vida de duro trabajo de un pobre campesino o el argumento moral con el cual tratamos de advertir a nuestros hijos del bien y del mal. Después de todo, si robar queda impune y el responsable se hace millonario ¿cómo refutar la lógica de que esa es la forma correcta de ganarse la vida?
Para eso estoy aquí. Esa es mi misión. Cambiar la forma de ver el mundo de nuestros jóvenes y volverles a inyectar sentido común por medio del ejemplo más poderoso de todos. El que a sangre entra.
A partir de este momento lanzo una advertencia a todos los responsables de manejar fondos públicos o que no le pertenecen. Estoy vigilando. No se pueden esconder de mí, igual que no podrán evitar el juicio divino al morir. No quiero esperar tanto. Debemos hacer justicia ahora.
El diputado Marcos Conte era una basura de ser humano. Espero que el periódico publique las pruebas que le mandé con este documento. La única forma de detener a ese tipo de personas es con una bala en la cabeza. No hay otra.
Pena de muerte. Sencillo y efectivo.
***
Quiero hacerles una promesa a todos ⎯leyó en voz alta Marialexis⎯. No bajaré la guardia, estaré vigilante de toda acusación de actos de corrupción o desfalco, investigaré cada uno con la severidad que amerita el caso y de comprobar el acto tomaré acciones. Mi justicia será expedita y definitiva. En esta misión soy la Trinidad de la Justicia. Soy juez, soy jurado, soy verdugo.
Dejó caer el periódico sobre el escritorio de madera oscura, con fuerza. El golpe hizo temblar los objetos en su superficie, pero no hizo siquiera parpadear a la mujer que la estudiaba desde el otro lado de la mesa.
En un sofá de igual color un hombre revisaba un viejo celular. Vestía de saco y pantalón gris y su pose era de total tranquilidad, como si todo ese asunto no tuviera nada que ver con él.
⎯¿Piensan que fue buena idea publicar las palabras de un asesino? ⎯preguntó la detective Graco en un tono que no ocultaba en lo más mínimo su ira. Al ver la falta de respuesta de la mujer enfocó su atención en el hombre del saco gris⎯. Asumiendo que sea verdad ¿no pensó que podía ser un impostor? ¿Tiene idea del daño que eso podría causar a nuestra investigación?
⎯No es un impostor ⎯respondió Javier levantando la mirada para responder la pregunta⎯. Estoy seguro.
⎯¿Cómo? ⎯preguntó Anderson con una libreta en mano. Se veía más calmado, pero sus labios parecían una línea trazada en su rostro.
Javier miró hacia el escritorio. La mujer asintió.
⎯El asesino dejó un mensaje en mi teléfono. Lo hizo media hora antes del asesinato del diputado Conte.
Graco lo miró con intensidad. Su cabeza giró hacia la mujer, hacia Anderson y de vuelta a Javier.
⎯¿Cómo? ¿Sabían del asesinato y no dijeron nada?
⎯Jamás dijimos eso ⎯dijo la mujer levantando los dedos de la mano, la muñeca aun apoyada sobre el escritorio⎯. El mensaje entró en el teléfono de Javier el viernes a las 6:30 de la mañana. Él estuvo de vacaciones. Ayer en la tarde fue que escuchó el mensaje y descubrimos el paquete al cual se refiere en la nota.
⎯¿Y no se les ocurrió ⎯exclamó Graco con un toque de frustración mezclado en las palabras⎯darnos la carta y el mensaje antes de publicarlo?
La mujer tamborileó con los dedos por unos segundos antes de empujar su silla y levantarse. Hasta ese momento le pudieron hablar mirando hacia abajo, pero el escenario cambió en el momento en que se irguió.
Podía medir el metro ochenta y por algún motivo dudaba que trajera zapatos de tacón. Les dio la espalda y se paró frente a una imagen en blanco y negro que ocupaba gran parte de la pared. Un barco atravesaba unas compuertas de inmenso tamaño. El agua, en escala de grises, remolineaba con el movimiento de la estructura. Aunque la foto era antigua, no tuvo problemas en reconocer el lugar: Las esclusas de Miraflores. Todos los barcos que querían atravesar el Canal de Panamá tenían que pasar por ella.
Marialexis no pudo evitar pensar que, parada en ese lugar, su cabeza quedaba al nivel de la proa del barco. Cuando se dio la vuelta, le recordó a un drakar, un barco vikingo con la efigie de un dragón o una serpiente marina en el mismo lugar. Si la información que le dieron sobre ella era cierta, el símil era casi perfecto.
⎯El Unabomber ⎯fue todo lo que dijo Regina Ferrer, directora del periódico La Esclusa y conocida, siempre lejos de su rango auditivo, como la Mujer Dragón.
⎯¿Disculpe? ¿El Unabomber?
⎯Sí. Ted Kaczynski. Fue un famoso…
⎯Recuerdo quien era el Unabomber ⎯interrumpió Graco molesta⎯. Lo que no comprendo es qué tiene que ver con mi pregunta.
⎯Sencillo ⎯dijo Regina con una casi imperceptible sonrisa⎯. El 19 de septiembre de 1995 los editores del New York Times y del Washington Post decidieron publicar de forma íntegra las palabras de uno de los más conocidos terroristas domésticos del siglo XX. Esta acción permitió al hermano del Unabomber identificarlo y gracias a esa publicación, Kaczynski está tras las rejas, mientras tenemos esta conversación.
⎯Hay ciertos problemas con su lógica ⎯dijo Anderson. Graco y Ferrer se voltearon a mirarlo, en ambos rostros la misma expresión de incertidumbre, pero él no pareció notarlo. Se echó para atrás en su asiento y prosiguió:⎯Primero, ambos periódicos tuvieron en su poder el documento por casi tres meses y luego de discutir la seguridad de publicarlo con las autoridades encargadas del caso fue que se atrevieron a hacerlo.
Prado separó la mirada del celular, que cobró vida con un suave tono musical y concentró su atención en Anderson. Entrecerró los ojos, como si quisiera enfocarlo mejor.
⎯Segundo ⎯continuó diciendo. El silencio en la oficina era absoluto⎯. El Unabomber prometía detener sus crímenes si publicaban el documento. Hablamos de un asesino en serie que enviaba bombas caseras en el correo. Tres muertos y algo así como veinte heridos en su haber. Envía una carta y promete desistir si publican sus ideas. Nuestro amigo, en cambio, no era conocido y no prometió nada. Diferente escenario.
⎯Veintitrés ⎯dijo Prado colocando el celular en su bolsillo.
⎯¿Cómo? ⎯preguntó Graco.
⎯Veintitrés es el número correcto de heridos que dejó el Unabomber.
Anderson asintió, aceptando la corrección. Graco resopló con fuerza antes de exclamar:
⎯Bien. Todos hicieron su tarea. Se merecen una estrellita dorada en la frente. Eso no los excusa de lo que hicieron. Si ese desgraciado escapa por culpa de ustedes los voy a perseguir con todo el poder que me permita la ley.
⎯Recibimos un documento y lo publicamos. Es nuestra potestad y dudo bastante de que tenga alguna repercusión en sus investigaciones ⎯dijo Ferrer aun de pie. En un tono más bajo, pero audible agregó:⎯Si hacen bien su trabajo.
Graco pudo sentir los músculos de su espalda tensarse con el comentario y algo debió cambiar en su pose o apariencia, pues Anderson reaccionó con ella y, para su sorpresa, Ferrer hizo un minúsculo movimiento de retirada con la parte superior del cuerpo.
⎯Siempre hacemos bien nuestro trabajo. Mencionaron un mensaje en un teléfono. ¿Dónde está la grabación? De paso, ¿dónde están los documentos que les enviaron? Los originales, me refiero.
Ferrer no respondió y Graco empezó a temer que tendría que involucrar al Departamento Legal. Diez segundos después miró a Prado y con un gesto de la cabeza pareció dar una señal preestablecida. El reportero se levantó del sofá y se dirigió hacia un archivador que ocupaba una esquina de la oficina. Abrió el segundo cajón y del interior sacó dos pequeños paquetes del tamaño de una hoja de papel y uno más pequeño, casi del tamaño de su mano.
Graco tomó los paquetes y los colocó sobre el escritorio para examinarlos. El pequeño contenía una tarjeta de memoria digital de color azul oscuro, con 4GB escrito en letras amarillas.
⎯Del contestador de llamadas ⎯aclaró Prado.
⎯¿Lo modificó de alguna forma? ¿Sacó una copia?
⎯Borré los mensajes que me dejaron otras personas esa quincena. La unidad solo contiene la llamada del Verdugo.
Graco sintió los ojos girar en sus órbitas. La publicación de la carta era solo el primer problema. El autor del artículo, quien la observaba con cara de absoluta inocencia, se refirió al asesino varias veces a lo largo del texto con un simple apodo. Considerando sus acciones y el haber declarado estar a favor de la pena de muerte, le venía como anillo al dedo.
“El Verdugo”. El público aceptó el nombre sin pensarlo dos veces y los otros medios se sumaron al movimiento. Para el final del día todos harían referencia al asesino del diputado Conte con el apodo creado por Prado. Lo malo era que eso le daba poder. Lo hacía importante, único. Para todos los encargados de la investigación en el Departamento de Homicidios sería nombrado usando un simple acrónimo: SUNI (Sujeto no identificado).
Jamilen, una psicóloga con la que había entablado amistad en un caso previo, solía decir que el nombre sonaba muy dulce para el tipo de personas a las cuales se aplicaba. No podía negar que tenía toda la razón, pero no era su culpa.
⎯No me respondió ⎯señaló en un tono neutro⎯. ¿Le sacó alguna copia al archivo?
⎯¿Le creería si le dijera que no? ⎯preguntó Ferrer. Graco arrugó la cara como si estuviera ofendida, pero tampoco le dio respuesta a la pregunta.
Colocó la tarjeta dentro de una pequeña bolsa de evidencia que Anderson le pasó. El segundo paquete era más delgado y contenía un típico cartapacio de color crema con dos hojas de papel escritas a máquina. Esperaba una carta impresa a computadora, pero ésta era diferente. Las letras estaban marcadas con fuerza sobre el papel y la “r” tenía un pequeño espacio en blanco en la base. El defecto se repetía en todas las palabras con esa consonante.
Era un descubrimiento inesperado. No recordaba haber visto una máquina de escribir en años. Se preguntaba si siquiera las hacían todavía.
Leyó con calma y no sintió que la publicación en el periódico omitiera una sola vocal. Por supuesto tendría que verificarlo, pero estaba casi segura. La carta se había publicado íntegra, salida de la tinta de una vieja máquina de escribir y directo desde los dedos de un asesino.
Sin firma. Solo se refería a sí mismo al inicio de la misiva como “Un servidor”.
Definitivamente tenía menos impacto mediático que el apodo seleccionado por Prado.
El tercer paquete tenía varios cartapacios en colores rojo y azul. En su interior, decenas de hojas organizadas de una forma clara.
Reportes, documentos privados, cartas, correos electrónicos. Había tenido la oportunidad de leerlos en la edición matutina de La Esclusa. Los ojeó y no encontró ni un solo documento que hubieran omitido. Todos estaban allí, cada uno más dañino que el anterior.
Al final del bloque encontró el e-mail más controversial. El tema del día en las redes sociales. Un documento fechado a principios del mes, enviado por un consorcio privado, le solicitaba su intercesión para facilitar la construcción de un centro comercial en su circuito. El problema radicaba en que el proyecto incluía un terreno ocupado en ese momento por un cementerio.
En una serie de correos electrónicos Conte coordinó todo lo necesario para iniciar la construcción del centro comercial a más tardar en enero, trasladando el campo santo a otro terreno que pasaba cerca de un río. Uno que tenía la molesta tendencia de inundarse cada vez que llovía. Cuando uno de los arquitectos municipales le informó el problema que eso podía representar, sobre todo si en una de las crecidas del río empezaban a salir flotando los féretros rumbo al mar, el diputado Conte escribió:
Los salarios gubernamentales son para los que resuelven problemas. La solución es fácil. Trasladen el cementerio. Dejen los huesos en su lugar y trabajen de noche.
Graco sintió la misma ola de ira que cuando leyó la noticia por primera vez. Ese nivel de indolencia era casi imposible de imaginar en un ser humano, pero el diputado Conte pertenecía a una especie diferente.
⎯¿Te extraña? ⎯dijo la voz de Francisco en su cabeza.
⎯¿No se quedaron con algo? ⎯preguntó Graco pasándole los documentos a su compañero⎯. ¿Alguna carta que hará su aparición en la edición de mañana o pasado?
Un rápido brillo de furia revoloteó en los ojos de Ferrer, pero la expresión fría y calculadora que moldeaba su rostro como una máscara tomó control en cuestión de segundos. En un tono menos cordial replicó:
⎯Eso es todo… por el momento.
Graco arqueó la ceja y Anderson, que guardaba el último paquete en su correspondiente bolsa, detuvo sus movimientos para desviar la mirada hacia la mujer.
⎯¿Disculpe?
⎯Creo que es obvio ⎯dijo con una sonrisa⎯. Si el Verdugo nos escribió antes de asesinar al señor Conte, lo volverá a hacer cuando elija a su siguiente víctima.
⎯¿Quién dijo que habrá una siguiente víctima?
Ferrer no se dignó a responder. Todos en la oficina sabían que las amenazas vertidas en la carta del asesino sugerían más violencia. Más de su forma de justicia.
⎯Asumo que la próxima vez nos informarán en el acto. Antes de publicar la noticia ¿verdad?
Ferrer no vaciló al decir:⎯Eso depende del trato al cual podamos llegar el día de hoy.
⎯¿Trato? ⎯exclamó Anderson con cautela⎯. Espero que no hable en serio.
La sonrisa de Ferrer no vaciló un ápice.
CAPÍTULO 8
⎯¿Hiciste un trato con Regina Ferrer? ¿Con la maldita Mujer Dragón? ¿Estás demente o son los efectos de la cosa esa que llaman la perimenopausia?
Graco respiró con lentitud, tratando de absorber del aire las dosis extras de paciencia que iba a necesitar para soportar la reunión con su jefe. Andrés Casanova era nuevo en el puesto por un favor político más que por méritos para la posición. En tres días cumpliría los cuatro meses como encargado del Departamento de Homicidios y la opinión general de todo el personal bajo su cargo y de aquellos que tenían la dudosa fortuna de conocerlo se podía resumir en una palabra: Patán, con p de patético.
Su cara era redonda como un disco de queso, incluyendo un preocupante tono amarillento que sugería algún problema hepático o una excesiva ingesta de vegetales de dicho color. Considerando que parecía el gemelo obeso de Bibendum, el muñeco de llantas de la Michellin, dudaba que la segunda fuera una opción realista. Sudaba como si toda su piel fuera una esponja, a pesar de tener el aire acondicionado puesto al máximo, y empezaba a percibir el poderoso aroma que emanaba de su figura en horas de la tarde. Una mezcla de fluidos corporales, mal carácter y la confirmación de que jamás haría justicia al personaje en el cual se basaba su apellido.
⎯El asesino los usó para que publicaran su carta. Los eligió para enviar los documentos del diputado Conte. Cuando decida atacar de nuevo, es muy probable que ellos sean los primeros en saberlo.
⎯¿Cuándo ataque de nuevo? Espero que se reserve sus opiniones para usted y el club de té, porque lo último que necesita esta ciudad es una crisis de pánico.
⎯¿Club de té? ⎯pensó Marialexis inexpresiva⎯. ¿Parezco del tipo que asiste a tardes de té? Una reunión en un bar con dos buenas cervezas y un filete tamaño familiar, esa es otra historia.
⎯¿Me escuchó, detective Graco? ⎯insistió el jefe. Ella asintió, pero no pensaba rendirse. Hablar con Casanova era parte estrategia, parte diplomacia y parte paciencia.
Mucha, mucha paciencia. Suficiente para poner verde de envidia a un monje tibetano.
⎯Mis opiniones no llegarán jamás al periódico ⎯dijo ella con calma⎯. Sin embargo, debemos considerar la posibilidad de que el asesino ataque de nuevo. En su carta la amenaza está implícita.
⎯¡Bah!⎯exclamó con un gesto de fastidio⎯. Las palabras de un payaso no deben guiar una investigación policial seria. Debemos enfocarnos en los hechos. ¡Hechos! ¿Me entiende, detective?
⎯La señora Ferrer nos aclaró que si recibían algo del SUNI nos informaría en el acto.
⎯¿El SUNI? ⎯preguntó Casanova arrugando la frente. Las arrugas desaparecieron al comprender⎯. Se refiere al Verdugo ¿cierto?
Graco cerró los ojos. Casi podía sentir la paciencia abandonar su cuerpo como una neblina ante el embate de una fuerte ventisca. Era suficiente tener que lidiar con los periodistas, pero si el jefe usaba ese nombre en alguna conferencia sería una catástrofe.
⎯Preferimos referirnos a él como SUNI, sujeto no identificado.
⎯Sé lo que el acrónimo significa, detective Graco. No me gradué ayer ¿sabe? Yo era detective cuando usted soñaba con ídolos pop y en cómo se vería en su traje de novia.
⎯Para su información ⎯dijo Graco, incapaz de detener las palabras que salían de su boca⎯jamás me gustó la música pop y mi traje de novia lo escogí una semana antes de la boda.
Casanova entornó los ojos, recordándole un toro que se preparaba para embestir a un contrincante molesto, para luego desviarse a su mano izquierda. En el cuarto dedo no portaba anillo alguno, pero una delgada franja blanca marcaba el lugar que uno había ocupado.
Pudo ver la mutación delante de sus ojos al procesar la información en algún centro primitivo del cerebro. Su rostro se suavizó y su voz perdió el matiz furioso de minutos antes.
⎯No te molestes ⎯casi ronroneó. Graco sintió como si su alma acabara de morder un limón. Lo que el jefe no aportaba al apellido en aspecto lo hacía en intenciones y el simple reconocimiento del anillo ausente, de alguna forma, la puso en la lista de potenciales conquistas de Casanova.
⎯Justo lo que necesitaba ⎯pensó con resignación. No lo iba a hacer cambiar de opinión o propósito, pero podía aprovechar la oportunidad que se le presentaba.
⎯No estoy molesta ⎯aclaró como si el comentario hubiera sido inocente⎯. Es solo que pienso… No, estoy segura de que no es la última vez que vamos a escuchar del SUNI. Si decide atacar y envía alguna carta, pensé que sería buena idea tenerlos a ellos de nuestro lado.
⎯Además ⎯terció Anderson, a quien su instinto de preservación le había sugerido mantenerse en silencio hasta ese momento⎯. Ferrer nos recordó que el edificio de La Esclusa, con sus tres pisos y cientos de oficinas, es un lugar donde los paquetes se pueden perder con facilidad.
La cara de Casanova regresó a su modo de furia.
⎯¿Me está diciendo, detective Anderson, qué se dejaron amenazar de una pinche periodista?
Graco debía recordar darle un buen sopapo en la cabeza a su compañero por inoportuno. Lo tenía comiendo de la palma y ahora regresaban al primer cuadro. Además, si Ferrer se enteraba de que el jefe se había referido a ella como una “pinche periodista” el próximo paquete del SUNI lo verían después de aparecer en la primera plana de La Esclusa.