Kitabı oku: «Pena de muerte», sayfa 4

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⎯Jamás dejaríamos que nos amenazara un medio de prensa ⎯advirtió Graco, lanzándole una mirada de advertencia a Anderson, quien comprendió en el acto y cerró la boca⎯, pero es obvio que tenerlos de aliados es una forma segura de que no se hagan los ignorantes.

Casanova la estudió por un instante antes de sacudir la cabeza. En sus labios una sonrisa que, se imaginó Graco, trataba de ser seductora y lo que hizo fue hacerlo parecer que llevaba dos días constipado.

⎯Entiendo, Marialexis. ¿Qué le prometió Ferrer?

⎯Que, si recibía algún paquete del SUNI, así fuera una simple hoja de papel, no lo tocaría. Llamaría al detective Anderson o a mí y luego de tener la posibilidad de analizarla y asegurarnos de que no perjudicaba la investigación, se las regresaríamos para su publicación exclusiva.

Pudo ver que no le gustaba la idea de hacer un trato con la Mujer Dragón, pero era demasiado tarde para retroceder. Además, sus dos cabezas estaban en conflicto y en ese tipo de pelea era casi seguro pronosticar el desenlace final.

⎯Muy bien ⎯dijo sonriendo⎯. Confiaré en su buen juicio en este punto. ¿Qué más tenemos para trabajar?

⎯Esta es la transcripción de la grabación dejada en el contestador de llamadas del reportero de La Esclusa ⎯dijo Anderson abriendo un cartapacio que tenía sobre el regazo y pasando una hoja de papel al jefe. Tuvo que estirarse para dárselo en la mano, pues la circunferencia abdominal de Casanova le permitía una gran cantidad de movimientos siempre que no involucraran más de dos centímetros de desplazamiento en cualquier dirección.

⎯Revisamos el texto con lo que publicaron ⎯dijo Graco⎯. Es idéntico palabra por palabra.

⎯¿El rastro de papel? ⎯preguntó Casanova dejando caer la hoja sobre el escritorio.

⎯Frío por el momento ⎯respondió Graco⎯. Parte de los documentos que el asesino consiguió provenían de la computadora personal de Conte. Los otros, de su oficina.

⎯Entonces no tratamos con un simple hacker. Hablamos de alguien con contacto directo con el diputado. Alguien de su círculo cercano, inclusive.

Graco asintió. El jefe le guiñó un ojo antes de agregar: ⎯Perfecto. Ya sabemos que línea presionar más. Me imagino que están estudiando a todos los que trabajaban para Conte. ¿Cierto?

Anderson fue el que asintió en esta ocasión. El jefe apenas lo determinó antes de agregar: ⎯Espero un reporte completo. ¿La autopsia?

⎯¿Por qué no le guiñaste el ojo a Anderson? ⎯pensó antes de anunciar⎯. Tenemos una reunión con el doctor Tovar en quince minutos.

Casanova giró su muñeca. Un reloj de metal oscuro resaltaba sobre su piel macilenta llena de pecas.

⎯Una lástima, pero siendo así no los detengo más ⎯dijo levantándose. Anderson hizo lo mismo, recogiendo la transcripción de la llamada en el proceso. Casanova estiró la mano en dirección de Graco, quien no tuvo más remedio que tomarla. Húmeda y fría. Tuvo que reprimir el impulso de secarla con su ropa al momento de separar el contacto.

⎯Espero una pronta resolución de todo este asunto ⎯agregó de forma casual. Sin embargo, no se le escapó la advertencia oculta en esas palabras⎯. Cuando tengas algo más que informar no dudes en pasar a mi oficina. Siempre estaré disponible para lo que necesites.

Se quedó parado detrás de su escritorio mientras ellos se retiraban. Graco casi pudo sentir como la mirada del jefe se deslizaba desde la base de su cuello hasta los tobillos.

No solo tenía que lavarse las manos. Tenía la urgente necesidad de darse un baño con lejía.

⎯No sabía que tuviéramos una reunión con el doctor Tovar ⎯dijo Anderson una vez estuvieron fuera de la oficina de Casanova. Graco se pasó la mano por la tela del pantalón antes de contestar.

⎯Claro que la tenemos, pero Tovar no lo sabe.

***

El hombre que los medios bautizaron El Verdugo escuchaba un programa de radio mientras leía el periódico. Hasta ese momento, todo lo que se había mencionado sobre la muerte del diputado Conte era de su conocimiento y el ritmo de la noticia se aceleraba con cada día que pasaba.

El que salía mejor librado de todo este barullo era el reportero. Gracias a su esfuerzo, Prado era una persona muy famosa, pero no le interesaba cobrar el favor. Su único interés era ver que se hiciera justicia. Sus ojos se desviaron de forma involuntaria hacia la vitrina y al rifle en su interior.

Tenía que reconocer que eliminar a Conte le había traído un regalo inesperado. Esperaba ver toda una gama de sobrenombres en relación a su persona. Nadie conocía su nombre, pero esperaba escuchar apodos asociados a su persona. Asesino, criminal, bárbaro… solo para mencionar algunos. Sin embargo, por cuestiones del destino o una muy buena planificación por parte de La Esclusa, el nombre que estaba prevaleciendo era perfecto.

El Verdugo, el encargado de dispensar justicia.

Una palabra liberada al aire por el programa de radio captó su atención. Colocó el periódico sobre la mesa y lo alisó con la mano antes de subir el volumen.

⎯Está al aire en su programa Preguntas y Respuestas, el programa de opinión más popular de la radio panameña. Debido al sepelio el día de mañana del diputado Marcos Conte y los eventos relacionados que han salido a la luz pública, la discusión del proyecto de Ley 660 fue diferido para la semana próxima. Para aquellos de ustedes que acaban de salir de debajo de alguna roca, es la ley para aprobar la pena de muerte. ¿Están de acuerdo con el principio de ojo por ojo? ¿Estamos siquiera listos para la pena de muerte? ¿Qué opinan? Llamen y digan lo que piensan. Excelente, ya tenemos la primera llamada. Buenos días, está al aire en Preguntas y Respuestas.

Un sonido agudo resonó por toda la habitación y el Verdugo tuvo que bajar el volumen. Algunas personas olvidaban bajar sus propias radios cuando llamaban a una emisora. Por fortuna, el responsable de la llamada se dio cuenta y el silbido desapareció en menos de dos segundos, para ser reemplazado por una voz que parecía estar gritando en el teléfono.

⎯Buenas ⎯dijo la voz. El Verdugo no tuvo problemas en imaginar una señora mayor, de blancos cabellos y gruesos anteojos sobre los ojos.

⎯Buenos días. Está al aire. Pena de muerte. ¿Qué piensa? Hable.

⎯Buenos días, sí. Llamaba para decir que pienso que es una muy mala idea. Los hombres no tienen derecho a decidir sobre la vida de otras personas. Solo Dios puede hacerlo. Los diputados deberían engavetar ese proyecto y empezar a prestar atención a las cosas importantes, como la salud y la moral del pueblo. Gracias.

⎯Ya oyeron a la oyente. No está de acuerdo con la pena de muerte y bueno, es una opinión válida. Teniendo tantas necesidades que resolver, parece ilógico gastar tiempo y recursos en una medida impopular. ¿Qué opinan ustedes? Según nuestros abogados, Panamá erradicó la pena capital de nuestra legislación desde 1918. ¿Deberíamos volver atrás el tiempo? Tenemos otra llamada.

En esta ocasión una voz masculina. Su tono era grave, casi un retumbo.

⎯Yo opino que no es tan mala idea. Algunas personas no tienen remedio. ¿Me van a decir que una persona que viola a un niño de cuatro o cinco años debería tener la oportunidad de salir libre?

⎯¿Y cárcel de por vida? ⎯interrumpió el presentador⎯. Es una solución igual de definitiva.

⎯No, no lo es ⎯dijo la voz enfática. Al Verdugo le estaba empezando a caer bien esta persona⎯. Cárcel involucra la posibilidad, aunque remota, de salir. ¿A cuántos no han liberado con la excusa de que las prisiones están sobrepobladas? Todo lo que necesitan es un buen abogado, un juez corrupto y dinero. No, yo digo que los frían a todos y de paso les claven una estaca en el corazón. Para no darles la oportunidad de regresar del más allá.

⎯Entonces ⎯dijo una voz femenina. Se imaginó que era la compañera del otro presentador en el programa⎯. ¿No cree en la rehabilitación? Para eso se supone que es la cárcel.

⎯La rehabilitación es válida para algunas cosas, pero no para todas. Los reto a que pongan al cuidado de sus hijos a un violador de menores justo después de salir de la cárcel. ¿Lo harían? ¡Claro que no! En mi opinión, si no se puede rehabilitar, no merece la pena mantenerlo con vida. Saludos.

⎯Ya lo oyeron. El otro extremo de la polémica ⎯dijo la comentarista. Su tono era casi neutral, pero estaba seguro de escuchar en su voz una sutil aprobación. El Verdugo sonrió.

⎯Un grano más ⎯pensó satisfecho⎯. Poco a poco.

⎯Es cierto lo que comenta el oyente anterior ⎯dijo el hombre⎯. Sin embargo, creo que la mayoría de los criminales pueden ser rehabilitados. Ser útiles para la sociedad de la cual una vez fueron parásitos. Los muy peligrosos, cárcel de por vida. Asesinarlos no estoy seguro de que sea una opción válida.

⎯¿Asesinarlos? ⎯pensó el Verdugo⎯. Este payaso está en contra. No dijo matarlos. Lo considera asesinato.

No todos iban a estar de acuerdo. Era imposible conseguir un 100% de aprobación. Tenía que recordar eso.

Una voz aguda lo hizo regresar su atención al programa.

⎯Ese es el punto ⎯dijo un oyente casi gritando. Por un momento se imaginó que traía ropa interior tan apretada que le comprimía los testículos⎯. No quieren hablar del tema, ya que lo consideran un gasto innecesario, pero quieren gastar mis impuestos en mantener bien alimentados a personas que no dudarían en meterme un cuchillo entre las costillas con tal de llevarse los dos dólares que cargo en la cartera. Si quieren ahorrar, la solución es obvia. Es más, deben televisar las ejecuciones. Cadena nacional. Eso sí, al estilo del viejo oeste. Una horca al amanecer.

⎯Eso fue… colorido ⎯dijo la mujer y casi podía escuchar la alegría en su voz⎯y en cierta forma toca un punto que estábamos dejando por fuera. A ver, que llamen los que están de acuerdo. ¿Cuál sería la mejor forma de pena capital en nuestro país? ¿La horca, como quería el oyente anterior? ¿Gas? ¿La guillotina? ¿Escuchar las sesiones de la Asamblea?

Al hombre se le escapó una risa con el comentario. El Verdugo no sonrió. Lo último que quería era que tomaran el asunto a broma. Extendió la mano y tomó la taza de café que tenía sobre un plato a su derecha. A un lado, queso blanco y patacones. Un desayuno que le recordaba los días de su infancia. Momentos felices cuando aún tenía familia.

Lo compró en una fonda popular, por poco menos de dos dólares. El mismo plato en un restaurante costaría arriba de los diez. Era increíble como subía el precio por tener el privilegio de comer sobre un mantel de tela en lugar de uno de plástico.

⎯Escuche, mijito ⎯dijo la voz de un señor mayor. Hacía tiempo que no escuchaba la expresión mi hijito en una sola palabra⎯. Estoy de acuerdo con la primera persona que llamó. La gente comete errores y no es justo que paguen con su vida. Matar es malo, pero lo es tanto para el criminal como para los gobiernos, aun cuando lo hagan en nombre de la justicia. Claro está⎯y la voz tomó un tono acusatorio⎯asumiendo que la persona sea culpable. ¿Y si se equivocan y meten en la cárcel a un inocente? ¡No solo lo privarán de su libertad, sino que tomarán su vida! Piénsenlo por un segundo y verán que no solo es poco cristiano. Es peligroso.

⎯Quería decir algo ⎯dijo la voz del comentarista⎯, pero no voy a tener la oportunidad. Entró otra llamada.

La siguiente voz que salió de su radio lo tomó por sorpresa. Era musical y con todo el ritmo de una adolescente o por lo menos de alguien joven. Bajó la taza de sus labios y se acercó al equipo para escuchar mejor.

⎯Lamento decirle al señor que acaba de llamar que está equivocado. ¿Por qué en algunos países la gente piensa dos o tres veces antes de robar? Porque si te atrapan, te cortan la mano. Si aquí hicieran eso, habría más de cuatro mancos y no todos de clase humilde. Miren lo que publicó La Esclusa del diputado Conte. Yo vivo en su circuito. Pensaba votar por él en las próximas elecciones. Mi primer voto. ¿Saben qué pasó? Que terminó siendo un ladrón de marca mayor. Le interesaba más el dinero que las personas que lo pusieron en su puesto. Mi abuela está enterrada en el cementerio que pensaba trasladar. No puedo evitar pensar que, de no haber muerto, el otro año estaría visitando una lápida vacía y los huesos de mi querida abuelita debajo del estacionamiento de un centro comercial. En lo que a mí se refiere, que el Verdugo siga haciendo su trabajo. Es justo lo que esos ladrones necesitan. Una lección de que la muerte no puede ser sobornada. Tal vez eso por fin consiga lo que los votos no han logrado. Gracias.

Cuando se escuchó la voz de la comentarista, ya no sonaba igual de segura. Carraspeó una vez antes de informar que tenían que cumplir con sus patrocinadores y el jingle del programa llenó la habitación. El Verdugo bajó el volumen y volvió a tomar la taza de café.

Su plan estaba en camino.

***

⎯¿Ven estos puntos y zonas blancas? ⎯preguntó el doctor Tovar señalando una radiografía. El aparato sobre el cual la había colocado despedía una fuerte luz que destacaba en el rango de grises el cráneo del difunto diputado Marcos Conte.

Anderson asintió. Graco sabía qué eran los puntos blancos, pero no pensaba quitarle las ganas de dar docencia al patólogo.

⎯Cada uno es un pedazo de la bala ⎯dijo señalando el trayecto que las formas parecían seguir a lo largo del cráneo⎯. La fragmentación se dio al momento del impacto. Se conoce como tormenta de plomo.

⎯¿Eso nos da alguna idea del tipo de bala usada? ⎯preguntó Anderson.

⎯Nos sugiere algunas cosas ⎯respondió Tovar apagando la luz. Se calzó un par de guantes y se alejó de la pared, Anderson y Graco unos pasos detrás⎯. Sabemos que el tiro fue hecho a distancia. De adelante hacia atrás, de derecha a izquierda y en un ángulo descendente.

Una plancha de metal ocupaba el centro del anfiteatro. En su superficie, tapado con una sábana del color de las vestimentas del doctor, reposaba el cadáver de Conte. La bóveda del cráneo ya había sido cortada y el cerebro, extraído para análisis.

⎯La bala entró por este punto ⎯Tovar señaló una pequeña herida encima del ojo derecho⎯y salió por debajo de la protuberancia occipital externa.

Graco se agachó y pudo ver el agujero de salida a la izquierda de la base del cráneo.

⎯¿Pudieron determinar el lugar de dónde vino el disparo? ⎯preguntó Tovar dejando caer la cabeza con suavidad.

⎯Se necesitan dos puntos de referencia para eso ⎯comentó Anderson⎯. Pudimos hacer una aproximación usando la altura de Conte y el punto donde lo que quedaba del núcleo de la bala golpeó el piso, pero diría que es algo inexacto.

⎯Lo más probable ⎯agregó Graco acercándose a la mesa donde Tovar colocó los fragmentos de bala⎯es que el disparo se hizo desde un edificio de apartamentos del otro lado de la calle. Tiene unos cinco pisos y encontramos huellas en la azotea que sugieren que un bípode se apoyó en el borde.

⎯¿Mencionó algo del tipo de bala? ⎯insistió Anderson, parándose al lado de Graco.

Sobre la mesa de metal alguien colocó un pedazo de tela verde claro. En su superficie varios fragmentos de metal estaban ordenados en tres filas, de mayor a menor tamaño.

⎯Considerando que se fragmentó en gran parte al impacto, mi primera opción sería una bala semi blindada.

⎯¿Punta suave o hueca? ⎯preguntó Graco.

⎯Difícil decir. Es solo mi opinión, pero creo que de punta suave.

Anderson movió la cabeza de uno a otro, tratando de seguir el hilo de la conversación sin mucho éxito. A veces Graco se olvidaba que tan nuevo era su compañero en el negocio.

⎯Las balas blindadas ⎯dijo casi en un susurro, mientras Tovar tomaba algunas fotografías de los pedazos⎯tienen una cubierta de latón que las cubre y por ende tienden a no fragmentarse. Las semi blindadas pueden dejar una porción del plomo de la punta al momento del impacto. En base a si esta punta es plana o con un pequeño hueco se dividen en…

⎯Punta suave o hueca ⎯terminó Anderson.

Graco asintió.

⎯¿Nos ayuda en algo?

⎯Bueno, si atrapamos al culpable alguna vez, quizá.

Tovar, que cargaba la cámara en el cuello mientras le daba una vuelta a la mesa dijo:⎯Además, la mayoría de los fragmentos son del blindaje de la bala y eso es importante, desde un punto de vista forense.

Se disponía a preguntar el motivo, pero una mirada de Graco lo detuvo.

⎯Piensa ⎯le dijo moviendo los labios, sin emitir sonido. Luego agregó en voz alta: ⎯¿Algo más?

⎯Su asesino ⎯dijo Tovar tomándole una foto a uno de los fragmentos⎯hizo bien su trabajo. No entraré en detalles, pero casi todo el hemisferio cerebral derecho desapareció con la cavitación que hizo la onda expansiva de la bala al atravesar el cráneo. Ahora, sé que muchos políticos solo necesitan la mitad del cerebro para trabajar, pero creo que su amigo exageró un poco.

Graco sacudió la cabeza sin comentar. Conte podía no caerle bien por muchas cosas, pero era una víctima de asesinato. Según su amiga Jamilen, los médicos lidiaban con la muerte de muchas formas. El humor negro parecía ser una de las menos nocivas, pero eso no era suficiente razón para ella. Le parecía una falta de respeto.

Tovar, ignorante de su opinión, siguió tomando fotos.

⎯¿Alguna idea del tipo de arma? ⎯quiso saber Anderson. Sus ojos clavados en el espacio que ocupó el cerebro del diputado Conte.

⎯Lamento decir que no. Hay muchos tipos de rifles que usan balas semi blindadas. Enviaré los fragmentos a balística, para ver si ellos pueden dar luces adicionales en el asunto, pero por el momento es todo lo que tengo. Lo siento.

Lanzando una última mirada al cadáver, Graco se despidió del patólogo y se dirigió a la salida. Anderson a su lado parecía pensativo.

⎯¿Te pasa algo? ⎯le preguntó Graco.

⎯Es que…

Chasqueó los dedos con fuerza y el sonido en la soledad de la morgue sonó como un disparo.

⎯Lo tengo ⎯dijo sonriendo⎯. El blindaje tendría las marcas que el cañón del rifle dejaría al ir saliendo la bala. El núcleo de plomo de la bala no importa, pero el blindaje o sus fragmentos, en nuestro caso, permitirían confirmar la identidad del arma usada.

Graco asintió. Le había costado encontrar la respuesta, pero nunca dudó que lo haría. Sin detener el paso agregó:

⎯Para que sea útil necesitamos un sospechoso y un arma. A no ser que por un milagro una ancianita recuerde haber visto cerca del lugar a un hombre cargando un rifle mientras se babeaba sobre una foto del diputado Conte, solo nos queda una cosa por hacer.

⎯¿Qué?

⎯Buscar un café. Tú puedes tomarte una de esas bebidas saludables que te gustan. Yo necesito pensar.

CAPÍTULO 9

⎯Marcos era mi ahijado y un buen hombre ⎯dijo el anciano, vestido de saco negro y camisa gris, con una voz grave desde el podio de la iglesia. En el centro del pasillo, un ataúd de madera oscura parecía brillar con luz propia.

Los asientos estaban llenos a su máxima capacidad y las puertas no se podían ver del mar de personas que ocupaban las entradas. En los pasillos laterales, cámaras de video filmaban todo lo que ocurría en la solemne ceremonia.

La misa ya había terminado. Una fila de personas esperaba su turno para hablar de la persona que yacía dentro del féretro. Aun cuando era costumbre dejar una pequeña ventana abierta en la tapa para que los deudos y amigos pudieran decir adiós de forma apropiada, en esta ocasión permanecía cerrada. Nadie exigió que la levantaran o se preguntó el motivo.

Pocos querían ver el efecto que podía tener una bala en el cráneo humano.

⎯Escucharán muchas cosas de Marcos ⎯continuó diciendo⎯. Algunas ya salieron publicadas en los periódicos. Yo les recuerdo quién era él. No es la persona que periodistas mal intencionados les quieren vender. Era un joven idealista, preocupado por su gente. Un político que prometía hacer la diferencia. Alguien que solo puede ser descrito con una palabra: Justo.

El hombre suspiró con fuerza antes de continuar:⎯Este no es el momento de defenderlo. Marcos no necesita ser defendido, de la misma forma que la verdad no requiere confirmación. El tiempo se encargará de develar cada mentira. Nosotros, los aquí reunidos, no necesitamos esperar a que eso ocurra. Ya los sabemos. Aquí ⎯dijo poniendo la mano derecha sobre el corazón.

Llantos y aplausos acompañaron estas palabras, pero no con la fuerza esperada para la cantidad de personas que abarrotaban la iglesia. Sus ojos recorrieron los pasillos y asientos, deteniéndose de forma muy sutil en cada cámara que se encontraba allí.

⎯Marcos nunca se casó ni tuvo familia, ⎯siguió diciendo⎯pues para él ustedes eran más importantes que su satisfacción personal. El cobarde que nos lo arrebató, un maldito que se escondió en las sombras por no tener los argumentos para hacerle frente a sus ideas, caerá. Es una promesa. Solo espero que sea después de aprobada la pena de muerte. Entonces ese cobarde se convertirá en el primer ejemplo de lo que les espera a todos aquellos que piensan estar por encima de la ley.

Una nueva ola de aplausos, esta vez con un poco más de fuerza.

⎯Marcos era un buen hombre. Recuérdenlo de esa forma. Siempre.

Sin otra palabra se alejó del podio. Destellos de cámaras aparecieron en todos los rincones de la iglesia, pero el hombre los ignoró.

Graco, sentada en la tercera fila, hubiera sentido ganas de aplaudir si no fuera porque no se tragaba ni una sola letra de la sarta de basura que Edison Trujillo les trató de vender a precio de oro precolombino. El viejo político y banquero era carismático, eso no lo podía negar, pero Graco estaba curtida más allá de toda posibilidad de influencia.

⎯La culpa la tiene Francisco ⎯pensó. Sintió una lágrima acumularse en la comisura del párpado, la cual se quitó con un simple movimiento de la mano. Una señora, a dos pasos, la miró y le sonrió con simpatía.

⎯Todo lo que me faltaba ⎯ponderó regresando el gesto, pues no era su culpa ⎯. Que piensen que me importa.

Eso era lo más preocupante. Su necesidad de resolver cualquier asesinato, de hablar por las víctimas, era tan fuerte que rayaba en la obsesión. Era una energía vital que la alimentaba e impulsaba a dar lo mejor de sí.

Sin embargo, con Conte, no lo sentía. Le daba igual si atrapaban al SUNI.

⎯Se acerca la Navidad ⎯pensó clavando sus ojos en el viejo. Sintió la temperatura de su piel elevarse. Un súbito dolor de oído la hizo darse cuenta que apretaba los dientes con fuerza⎯. Tal vez Santa consiga que el SUNI se fije en Trujillo. Eso me haría muy feliz.

Por un instante sintió una pizca de culpa, pero su corazón la aplastó con determinación. Había actos que no podían ser perdonados. Acciones que exigían un pago. Consecuencias. Justicia.

Sin que ella se diera cuenta, una figura sentada cuatro filas atrás estudiaba a Trujillo con detenimiento. Lo vio bajar del podio con lentitud y regresar a su asiento en la primera fila. Un hombre delgado vestido de gris oscuro se movió para darle espacio e inclinó la cabeza para cruzar unas palabras con él. La conversación parecía ser casual, pero el Verdugo no se dejó engañar. Era hora de ir a cazar.

***

EXTRACTO DE LAS MEMORIAS DE…

Páginas 6 a 8

El recuerdo más temprano que tengo de mi infancia son las caricias de las olas del mar mojando mis pies.

Eran tiempos más sencillos. Más felices. Mucho antes de que los monstruos fijaran su atención en mi familia. Mucho antes de la Gran Explosión.

Me estoy adelantando a los hechos y eso no es justo con usted. ¿Por dónde iba? Ah, sí. Las olas en mis pies.

Era un mar verde oscuro. No fue hasta mucho después que descubrí que el color variaba según el océano y la playa que visitaba. Para mí, en esa época, el mar tenía el mismo color en todo el mundo. El cielo siempre era azul y las nubes parecían copos de algodón.

Ya se lo dije. Eran tiempos más sencillos. Mi padre usaba un sombrero pintado todos los días y mi madre cantaba una suave canción cada amanecer. A mi hermano lo recuerdo con el delgado esbozo de bigote que parecía pintar sus labios sin crecer o desaparecer del todo jamás.

Éramos obedientes y hacíamos sin protestar todo lo que nos ordenaban nuestros padres. No había internet, ni correos electrónicos, ni cuartos de chateo y el tiempo libre lo pasábamos en la playa, que estaba a solo unos metros pasada la suave colina que demarcaba el final del terreno donde teníamos nuestra casa. Unas cuantas malezas con sus largas hojas de color chocolate claro tapizaban el borde como una red, las cuales descendían en una empinada pendiente hasta tocar la arena. Parado sobre ellas tenía a mi alcance un hermoso paisaje que a la fecha es el más hermoso que han visto mis ojos.

Mi padre construyó una escalera por seguridad, poco después de comprar ese terreno, pero mi hermano y yo nunca la usamos. Era nuestro ritual. Corríamos hacia ese borde y brincábamos por encima la maleza, para luego deslizarnos empujados por la fuerza de gravedad. La suave tierra acompañaba nuestro descenso hasta golpear la arena.

Recuerdo un día en particular. Yo tendría unos quince años. Mi hermano era dos años mayor que yo y aún bajábamos esa pendiente como si ambos tuviéramos diez. Miré por encima del hombro y vi a mis padres parados en la cima de la colina. Mi padre tenía un brazo sobre la espalda de mi madre, quien a su vez lo tenía tomado de la cintura. A la distancia no podía distinguir bien sus rostros, pero estaba seguro que reían. Levanté la mano en señal de saludo y mi madre regresó el gesto. Luego, ambos se dieron la vuelta y regresaron a casa.

Quisiera pensar que recuerdo ese día en particular por lo intenso del azul del cielo que cubría nuestras cabezas o por lo brillante del verde mar. Quisiera pensar que fue mi hermano, con algún peculiar comentario, el que me hizo recordar. Quisiera pensar muchas otras cosas, pero sé que solo me estaría engañando. La única razón por la que ese día quedó en mi memoria fue que, cuando regresamos de jugar, vi algo que no me esperaba.

Un auto estacionado bajo el árbol de almendras que daba sombra a la entrada de la casa. Apoyado contra el mismo un joven como de la edad de mi hermano, el pie puesto sobre el caucho del neumático. La edad era lo único que tenían en común, pues el joven parecía ser mucho más alto y robusto. Una verdadera mata de negros cabellos cubría su cabeza. La tela de la camisa que traía puesta estaba estirada al límite y en una mano tenía un cigarrillo. Cada vez que se lo llevaba a la boca, volutas de humo lo envolvían como un conjuro.

A pocos metros, un señor vestido de negro hablaba con mi padre. Mamá, en la entrada de la casa, no decía nada. Sus manos se retorcían sin cesar sobre el trapo de cocina que tenía entre ellas.

Mi padre, quien era una persona afable, parecía a punto del colapso nervioso. Podía escuchar su voz parado donde estaba y la distancia entre la casa y la colina era considerable.

Cuando pusimos el pie en el portal, el hombre se preparaba para irse. Tenía un pañuelo en la mano, con el cual se secó la frente antes de despedirse con un saludo al estilo militar. El movimiento pareció activar algún botón en el muchacho, pues volvió a cobrar vida. Tiró el cigarrillo al piso y lo aplastó con la punta de su bota. Luego abrió la puerta de su lado para colocarse detrás del timón.

⎯Hola papá ⎯recuerdo haber dicho ⎯. ¿Quiénes son ellos?

Mi padre siempre te miraba a los ojos cuando te hablaba. Ese día no lo hizo.

⎯Nadie importante ⎯fue su única respuesta. Se dio la vuelta y se dirigió hacia mi madre, tomó su mano y la acompañó de vuelta al interior de la casa.

Años después caería en cuenta de lo irónico de la frase usada por mi padre.

Sin saberlo, conocí por primera vez a dos de las personas que más influencia tendrían en mi vida, de forma que ni ellos mismos se podrían haber imaginado cuando ese día fueron a buscar a mi padre con la simple intención de hacerle una propuesta de negocios.

Ese día conocí por primera vez a dos de mis pesadillas personales: Drácula y Pie Grande.

Dos de los cinco monstruos que tratarían en algún momento de destruirme.

CAPÍTULO 10

Javier abrió la puerta con el hombro. En la mano llevaba un paquete.

Su jefa arqueó la ceja. No era habitual que alguien se atreviera a irrumpir en su

oficina sin anunciarse y menos sin tocar la puerta.

El reloj de pared a un lado del cuadro de la esclusa se movió una raya más. Faltaban por lo menos unos cuarenta minutos antes de que llegara la primera secretaria y ya ambos estaban en sus puestos organizándose para iniciar el día.

⎯Eso dice mucho de nosotros ⎯pensó antes de exclamar sin aliento:⎯Tenemos un problema… o un regalo de los dioses del periodismo.

Su jefa apoyó la espalda en el asiento y colocó las manos sobre el escritorio sin preguntar a qué se refería. Tenía la paciencia de un maestro jedi y sabía que, fuera cual fuera la razón, el paquete en sus manos era la causa. Sus ojos siguieron su avance hasta que Javier lo depositó a dos centímetros de las puntas de sus dedos.

⎯¿Recuerda a nuestro amigo El Verdugo?

Regina se enderezó en el asiento como si una descarga eléctrica le hubiera tocado el talón. Sus manos salieron volando hacia el paquete y lo abrió con rapidez. En el interior, un juego de dos cartapacios. Colores rojo y azul.

El azul contenía una lista con números y fechas. El rojo, varios documentos con el logo de la Autoridad de Asuntos Agropecuarios, una entidad de reciente creación diseñada para darle respuesta a los campesinos y ganaderos de todo el país. La opinión popular apoyó la idea, hasta que salió el nombre del encargado de la unidad. Las personas designadas por un favor político tenían la obligación de responder a intereses que pocas veces concordaban con los del pueblo.

⎯El doctor Escalona ha sido un niño muy malo ⎯murmuró Regina con una sonrisa. Una hilera de blancos dientes asomaba por debajo de sus labios pintados en un rojo brillante. En momentos como ese Javier se olvidaba de con quien lidiaba. Su jefa era una mujer hermosa.

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ISBN:
9788412240191
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