Kitabı oku: «Los hijos del caos», sayfa 5
Lo intenté de todas las maneras posibles: arrancándole las extremidades de cuajo, las cuales siempre le volvían a crecer; dándole golpes por todas partes y tirándole al suelo, pero siempre se levantaba. Hasta metí mi mano con garras en su pecho y conseguí extraerle su podrido corazón, lo cual fue bastante sádico y macabro, pero siempre se volvía a levantar, independientemente de cómo le matara. Justo cuando creí que iba a estallar de la ira escuché la voz de Natalie, que siempre había sido muy suave y rasgada al mismo tiempo, pero también muy dulce.
Sin yo quererlo, cerré los ojos mientras veía cómo el muerto se aproximaba corriendo hacia mí e involuntariamente levanté mi brazo derecho justo en el momento en el que lo tuve delante. Cuando me di cuenta de que notaba una sensación rara en la mano, abrí los ojos y vi que en ella tenía una de mis espadas, la cual acababa de atravesar el pecho de la bestia como si fuera mantequilla. Desconcertado al ver que empuñaba un arma, la solté de golpe y esta cayó al suelo, junto con el cuerpo del inferi. Pero me quedé aún más confundido al ver que de la boca del muerto salía una pequeña neblina blanca y que se metió dentro de la hoja de doble filo de la espada, la cual se iluminó cuando el vaho procedente del inferi se introdujo en ella.
—¿Qué ha sido eso? —le pregunté a Hércules pidiéndole una explicación. También me sorprendí al ver que podía vocalizar y que mi cuerpo había vuelto a ser el que siempre había sido, sin pelo, sin colmillos y sin garras.
—Pues eso ha sido que el alma del no muerto se ha metido en tu espada, porque cuando tu padre le pidió a Hefesto que las forjara usó… —intentó responderme el anciano. Parecía que toda esa situación le resultaba sumamente graciosa, pero yo no le dejé terminar la frase sin antes cogerle agresivamente de la toga e interrumpirle.
—¡No me refería a eso, viejo cabrón! —le grité amenazante y con el puño en alto, pero entre Natalie, Kika y Cristina consiguieron separarme de él.
—Vamos, ya está. Venga, Percy, respira y relájate. Vente a comer algo con nosotras, ¿sí? —me dijo Natalie mientras me llevaba de la mano a sentarme en una roca.
Cuando se me quitó la adrenalina del cuerpo me uní a ellas y todos comimos en el silencio más absoluto. Mientras comíamos, Hércules me miró de reojo un par de veces y yo instintivamente le enseñé los dientes y le gruñí. Por supuesto, sin que Natalie me viera hacerlo.
—Tenemos que avanzar y bajar la montaña. Encontraréis un camino de bajada a un par de kilómetros si seguís esa dirección —nos explicó, señalando en dirección suroeste, una vez que todos terminamos de almorzar—. Si nos ponemos en marcha, cuando caiga la noche le sacaremos una buena ventaja a ese grupo de muertos que nos siguió ayer. Seguramente nos sigan el rastro durante días, tal vez semanas, así que tendremos que ocultarnos de ellos como hoy y rezarles a los dioses para que haga buen tiempo —manifestó el emisario poniéndose en pie—. Os espero abajo —se despidió antes de dar la vuelta a una roca y desaparecer de nuevo.
Nos quedamos en silencio, empezamos a recoger nuestras cosas y cuando terminamos nos colgamos las mochilas a la espalda y anduvimos en la dirección especificada. Nadie habló con nadie durante un buen rato, al menos hasta que encontramos la bajada a la que se refería Hércules, que no era exactamente un camino, como nos había dicho. Eran más bien un montón de piedras que formaban una especie de escalera descendente muy resbaladiza, la cual nos fue bastante difícil de bajar y nos llevó bastante tiempo y paciencia.
A medida que bajábamos saltando de roca en roca, íbamos intentando no caernos, pero tarde o temprano acabábamos resbalando, aunque sin ninguna consecuencia grave. Nada más allá de un par de cortes y moretones. Cuando conseguimos llegar a los pies de la montaña ahí estaba Hércules, esperándonos justo en el punto en el que comenzaba una gran extensión de tierra cubierta por más árboles de lo normal.
Al llegar y encontrarnos con él no nos dijo nada; simplemente, se puso un poco por delante de nosotros y empezó a caminar en silencio y el resto le seguimos. Después de lo ocurrido esa mañana parecía que nadie estaba de humor para hablar con nadie. Ni siquiera Kika y Cristina se hablaban entre ellas. Aparte de eso, las chicas se esforzaban para que no se les notase, pero todas, incluso Natalie, trataban de evitarme. Yo no quise hacer o decir nada al respecto; me parecía completamente comprensible después de lo que habían visto. Yo tampoco me hablaría si fuera una de ellas.
Cuando llevábamos caminando un par de horas nos dimos cuenta de que a lo lejos, en dirección norte, se empezaban a divisar varios grupos de nubes negras que amenazaban con traer tormenta. Esas nubes no tardarían mucho en cubrir el sol, lo que les daría vía libre a los inferis para poder perseguirnos. En general, a esos monstruos les resultaba muy perjudicial el contacto con la luz del sol porque tras unos cuantos minutos expuestos a ella comenzaban a descomponerse más rápido de lo normal y se quedaban reducidos a una especie de papilla de piel y sangre ennegrecida. Era una mezcla muy asquerosa y que olía fatal, la cual, por cierto, era bastante complicada de quitar de la ropa.
Tras comer me había echado agua de mi cantimplora para beber y limpiarme la cara y los brazos, pero de ninguna manera conseguí eliminar la sangre de mi ropa, así que la tiré y ahora andaba con la ropa que le sobraba a Natalie, que era bastante parecida a la mía, pero algo más estrecha.
Cuando las nubes acabaron por cubrir el sol completamente nos vimos obligados a acelerar el paso y empezó a hacer un frío horrible. Todos nos pusimos todo lo que llevábamos de abrigo. Todos, menos Hércules, que seguía con su túnica de tela fina. Entonces escuché como Kika y Cristina empezaron a hablar acerca de sus padres biológicos y también de sus padres humanos. Se preguntaban si aún seguiría vivo alguno de sus amigos o familiares.
Al escucharlas me puse a pensar en ello yo también. A diferencia de ellas, sabía que, salvo Natalie, el resto de las personas que me importaban estaban muertas. Tenía la certeza de que nunca más las volvería a ver, y si fuera así las vería convertidas en inferis, lo cual me dejaría un buen trauma que añadir a mi lista. Noté que al escucharlas hablar de esos temas poco a poco volvía a sentir ese calor desde mi estómago. Pero antes de que me subiera por la garganta sentí cómo unas manos me rodeaban y se agarraban a mi cintura para sacarme de mis pensamientos en el momento justo. Por un momento me llevé un susto, pero al ver que esas manos pertenecían a Natalie pude relajarme del todo.
—Tranquilo, te entiendo. Es duro haber perdido tanto. Pero, como dices tú, nos tenemos todavía el uno al otro, ¿no? —me dijo ella mientras caminaba a mi lado y entrelazaba una de sus manos con las mías.
—Sí, aún nos tenemos el uno al otro —repetí en voz alta intentando sonreírle un poco, ya que sabía que le estaría resultando muy difícil ser cariñosa después de lo ocurrido esa mañana. Así que acabé por sonreír, porque ella nunca fue demasiado cariñosa con nadie, ni siquiera cuando las cosas estaban bien, y que lo fuese conmigo me hizo sentirme bastante especial—. ¿Sabes? Esta mañana te he escuchado en mi cabeza, hablándome. Me has hecho tranquilizarme. Pero ha sido algo muy extraño —le revelé mientras caminábamos.
—¿En serio? —me preguntó ella, extrañada y alegre al mismo tiempo. Aunque a mí lo que realmente se me estaba haciendo extraño era verla tan alegre.
—Sí, ha sido como si… —empecé a decir, pero ella rápidamente me cortó.
—¿Como si estuvieras escuchando mi voz hablándote muy lentamente en el interior de tu cabeza? —terminó la frase que yo estaba a punto de decir.
—Exacto. Sinceramente, escuchar tu voz es de las pocas cosas que realmente me relajan —le dije. Entonces Natalie se adelantó y se detuvo frente a mí, obligándome también a pararme, y tras mirarme a los ojos un par de segundos me besó. Aún se me hacía raro, pero yo la agarré de la cintura y continué el beso hasta que nos separamos—. Excepto cuando te enfadas. Entonces lo que hace tu voz es infundirme pánico —añadí en broma, con una sonrisa de oreja a oreja, y ella me miró frunciendo el ceño y levantando una ceja mientras intentaba hacerse la ofendida, tratando de ocultar su sonrisa.
—¡Eh, tortolitos! ¡Vamos! ¡No os quedéis atrás! —nos gritó Hércules desde algo más adelante, ya que habernos parado por el beso hizo que el resto nos sacara un poco de ventaja.
—¡Ya vamos! —respondió Natalie mientras yo resoplaba y ponía los ojos en blanco. Ella se giró para darme otro beso—. Haz un esfuerzo aunque no te caiga bien, ¿vale? ¿Lo harás?
Y tras pensármelo unos segundos asentí con la cabeza y ella sonrió y corrió para alcanzar a los demás. Yo me quedé algo pensativo después de eso, pero tras un par de minutos decidí acelerar mi paso para alcanzarles.
El silencio ya se había roto del todo y todos hablaban con todos…, pero eso no duró demasiado, ya que unos minutos después el sol empezó a ponerse y poco a poco el ambiente fue tornándose cada vez más frío y oscuro. Cuando ya no pudimos ver nada más allá de nuestras propias narices decidimos acampar en medio de un pequeño aunque amplio claro sin árboles de por medio, el cual nos aportaría bastante visibilidad por la noche. No tardamos ni diez minutos en poner las tiendas y encender una hoguera a pesar del fuerte viento. Se notaba que teníamos práctica a la hora de plantar las tiendas de campaña.
Tras montar el campamento Natalie se ofreció a hacer la primera guardia y yo me quedé con ella mientras los demás se fueron a dormir un rato y a descansar tras la larguísima caminata de aquel día. Kika y Cristina se metieron en su tienda y Natalie fue a recoger algo de madera para mantener el fuego encendido por la noche, así que yo, entre tanto, me quedé sentado en una roca frente a la fogata y empecé a hacer un recuento mental de las personas que sí o sí estarían muertas de entre mis conocidos, también para saber quiénes podrían seguir vivos, aunque eso lo hubiera hecho ya cientos de veces antes.
Cuando Natalie volvió con la madera se sentó en otra roca más pequeña al lado de la mía y los dos nos apoyamos el uno en el otro para después quedarnos así un buen rato, aunque de vez en cuando alguno se tenía que mover y echar algo de madera para alimentar el fuego. Me gustaban esos ratos de silencio a su lado; nos daban la oportunidad de pensar en nuestras cosas tranquilamente y eso era algo que los dos solíamos necesitar a diario.
A medida que iba pensando me iba enfadando cada vez más al pensar en mi verdadero padre y en el resto de los dioses. Lo único que parecía mantener a raya mi mente y mi inestable carácter actual era Natalie. Cuando me giré para mirarla vi que tenía una sombra extraña detrás, así que, asustado, me levanté mientras desenvainaba mis espadas.
—Tranquilo, chico —dijo Hércules, incómodo por mi reacción—. Parece como si quisieras matarme —siguió diciendo con esa sonrisa que yo no aguantaba.
—Y tú pareces divertirte intentando cabrearme —le respondí muy seco y volví a envainar las espadas en sus fundas para sentarme con Natalie de nuevo. La presencia del viejo no me hacía ninguna gracia, aún menos cuando aparecía y desaparecía sin previo aviso. No me caía nada bien, pero me vería obligado a convivir con él al menos hasta llegar a Sesenya. Y le había prometido a Natalie que haría un esfuerzo por aguantarle. A él y a su sonrisa.
—¿Podríamos hablar a solas? —preguntó el viejo mirándome a mí y después a ella. Natalie asintió rápidamente y se fue a recoger algo más de madera mientras tanto. Yo le supliqué con la mirada para que no me dejara a solas con él, pero acabó por marcharse a por la madera igualmente—. Lo que he hecho hoy ha sido para tratar de enseñarte algo —me explicó Hércules, que se sentó a mi lado, en la roca en la que hasta hacía cinco segundos estaba Natalie.
—¿El qué? ¿Que si llevas al límite a alguien como yo acaba por perder los papeles? Gracias por tu sabia lección, pero creo que ya me la sabía —respondí sarcásticamente y de la manera más hiriente que pude.
—Aparte de eso, que tus poderes de licántropo no tienen nada que ver con los divinos. Esas espadas pueden matar cualquier cosa si las usas adecuadamente y te concentras lo suficiente, pero entiende que si no os llevo al límite no podréis avanzar en cuanto a vuestras habilidades como semidioses —continuó argumentando al tiempo que desenvaina una de las espadas de mi cinturón y la hacía girar entre sus dedos rápidamente—. Es elección tuya… —agregó esperando una especie de respuesta por mi parte, pero no se la di en ningún momento, dándole a entender que no estaba cómodo con su presencia—. Eres un digno hijo de Hades; puedes ser casi tan arrogante e impulsivo como él. —Al soltar ese comentario me mostré molesto a pesar de saber con certeza que no le faltaba razón en lo que decía—. Tú sabrás. Yo te ofrezco poder aprender a luchar como lo que realmente eres y no como un animal sin escrúpulos ni cerebro —dijo sonriendo de nuevo. Sabía perfectamente cómo provocarme y cómo desencadenar reacciones agresivas en mí.
—¿Qué has dicho? —le pregunté al anciano y le arrebaté rápidamente mi espada de la mano para sostenerla apuntando a su garganta.
—Tú piénsatelo —me volvió a decir, apartando la espada suave y lentamente con la mano. Entonces se levantó y desapareció al fundirse con la oscuridad del ambiente. Justo entonces volvió Natalie cargando con muchas ramas secas en sus brazos, que soltó de golpe junto a los troncos partidos que ya teníamos apilados.
—Qué breve. ¿Qué tal la charla? —me interrogó mientras se volvía a sentar a mi lado y empezaba a cubrirse con parte de mi abrigo de pieles.
—Podría haber ido peor —contesté sin dejar de mirar de reojo entre los árboles y la penumbra del bosque.
CAPÍTULO 6
Un bosque enfermo
PERCY
La noche se nos pasó rápido, sin sobresaltos, aunque llovió bastante durante un par de horas, pero después amainó. Cuando empezamos a dar las primeras cabezadas despertamos a Cristina para que nos relevase e hiciese la segunda guardia, con lo que ambos nos metimos en nuestra pequeña tienda para caer rendidos al instante.
Cuando desperté a la mañana siguiente ya estaba empezando a amanecer. Un amanecer vago y lento, que casi no se podía ver debido a las nubes que tapaban el sol constantemente y también por los árboles, que eran tan altos que casi no conseguíamos otear el horizonte para ver el sol.
Bostecé varias veces y me estiré para desperezarme, ya que había dormido un poco mal esa noche. Kika me saludó y me dio los buenos días desde la roca, que seguía enfrente de la casi apagada fogata. Después me senté en el suelo, frente a las brasas, y me quedé embobado mirándolas mientras dejaba que pasasen así los minutos. Pero al rato Hércules salió de la nada y nos dio un buen susto al darnos los buenos días. No iba a acostumbrarme nunca a que apareciera y desapareciera cada dos por tres.
Despertamos a Natalie y a Cristina, que, al igual que todos, tenían el sueño muy ligero la mayor parte de los días. Recogimos entre todos el campamento para después comer las últimas provisiones que nos quedaban: unos bocadillos precocinados que tenían Kika y Cristina, los cuales ya estaban duros e inmordibles, y una especie de revuelto de hongos y setas que había recogido Natalie el día anterior mientras caminábamos, ya que ella era la única que sabía cuáles se podían comer y cuáles era mejor ni tocar. Extrañamente, el revuelto de setas estaba bastante rico, pero casi no nos quedaba comida y tendríamos que cazar algo pronto o empezar a poner algunas trampas por las noches; si no, no duraríamos ni dos días antes de empezar a delirar por el hambre.
Cuando terminamos de desayunar y de recoger pretendimos iniciar la marcha, pero Hércules nos obligó a entrenar nada más terminar de desayunar. Esta vez pretendía que peleásemos entre nosotros cuatro, sin armas y sin hacer uso de poderes, simplemente cuerpo a cuerpo. Claramente, la que destacaba en esa modalidad de combate era Natalie.
Yo me tuve que retirar varias veces porque al recibir golpes y sentir dolor empezaba a notar calor en mi interior, lo que hacía que me fuera imposible pelear sin sentir que podía estallar en cualquier momento. Pero cuando Natalie venció a Kika y a Cristina Hércules nos dijo que probásemos a hacer lo mismo, pero esta vez pudiendo usar nuestras armas, aunque sin usar ninguna clase de poderes. Entonces sí conseguí poder pelear en condiciones, ya que rara vez consiguieron darme. No estaba acostumbrado a usar dos espadas, pues había aprendido con el tiempo a usar solo una.
Cuando Natalie, que usaba la espada de Kika (la que no estaba bañada en oro), recibió un corte en el hombro por parte de Kika, Hércules hizo que la herida se retirara. A mí no me llevó demasiado tiempo hacer lo mismo con Cristina, la cual aún se encontraba incómoda tratando de usar un arma tan grande, pesada y extravagante como era su tridente.
Cuando Kika y yo vimos que nos tocaba arremeter contra el otro lo hicimos con mucho respeto, tratando de no cagarla ni dar pasos en falso, pero una vez que empezamos el duelo ya no paramos. Cuando Hércules vio que habían pasado cinco minutos y que ninguno de los dos conseguía vencer al otro nos dio permiso para usar los poderes. En cuanto lo dijo, a Kika se le iluminó la cara e hizo aparecer rayos en sus manos. Después empezó a arrojármelos, obligándome a moverme para esquivarlos.
Kika era bastante rápida, pero al usar la espada noté que no conseguía asestar golpes muy fuertes y que se esforzaba más en que fueran rápidos. Entonces se me ocurrió una fatal idea, pero no se me ocurría otra mejor. Así que cuando esquivé por los pelos uno de sus rayos, que impactó en un árbol detrás de mí, en vez de prepararme para esquivar el siguiente corrí hacia ella gritando todo lo que pude. Entonces Kika se asustó pensando que habría vuelto a estallar y que iba a por ella y, entre tanto, a mí me dio el tiempo suficiente como para acercarme a la chica y arrebatarle su espada, dando un golpe lento pero fuerte con mis dos espadas a la vez. Golpeé tan fuerte que la espada de Kika salió disparada y ella se quedó desarmada y sin ningún rayo en las manos para lanzármelo.
Cuando se dio cuenta de que la había engañado con mi falso estallido de ira se enfadó un poco y me miró algo cabreada y con los ojos entrecerrados, pero a Hércules parecía haberle gustado mi método de actuación, porque estaba aplaudiendo. Lenta e irónicamente, pero aplaudía al fin y al cabo.
*****
Después del entrenamiento, el cual consistió básicamente en enfrentarnos unos contra otros constantemente, acabamos por descubrir nuevas facetas de nosotros mismos que no sabíamos que teníamos y también nuevas habilidades.
Natalie descubrió que también podía controlar ligeramente el curso del viento y la voluntad de los animales salvajes. Hizo que un par de conejos adultos salieran de sus madrigueras por voluntad propia para que pudiésemos matarlos y cocinarlos más tarde. Esa sería la comida y la cena de ese día.
Cristina mejoró su habilidad en combate con el tridente rápidamente porque Hércules la tuvo bastante rato obligándola a lanzarlo contra un árbol para que aprendiese a arrojarlo adecuadamente hasta que esta consiguió clavarlo en el tronco. Después de eso le dijo a Natalie que le enseñara algo de técnicas para combatir cuerpo a cuerpo, ya que ese era uno de los puntos flacos de Cristina.
En cuanto a Kika, una vez se dio cuenta de su error a la hora de asestar golpes rápidos pero poco contundentes, estuvo entrenando con la espada casi todo el tiempo y cuando no lo hacía intentaba aprender a luchar usando dos.
Todas estaban contentas con los progresos que habían logrado en tan solo un par de horas de entrenamiento. Según Hércules, la versatilidad y la adaptación eran grandes virtudes de los semidioses, junto con la habilidad del aprendizaje rápido en cuanto a temas de combate. Pero a mí continuaban sin hacerme demasiada gracia mis habilidades, las cuales seguían teniendo más de licántropo que de semidiós. Y, sinceramente, siendo hijo de Hades tampoco pensaba que mis poderes fueran a estar hechos para hacer cosas precisamente buenas.
—¿Qué te pasa? No pareces muy contento —me preguntó Kika, que se acercó a mí dejando atrás a Natalie y Cristina, que estaban hablando muy animadamente con Hércules acerca de sus talentos.
—Ya has visto lo que hago, lo que gracias a mi padre he heredado: la predisposición a tener una rabia descontrolada y una enfermedad incurable. No son poderes tan bonitos como controlar el agua o poder lanzar rayos. Están hechos para hacer daño —le respondí. Kika se quedó parada, pensando, y me dijo algo muy poco propio de ella.
—Mira, por muy malvadas o dañinas que creas que son tus habilidades, solo son todo lo malas que tú quieras que sean —manifestó con tono filosófico. Me quedé un poco confuso tratando de buscarle el sentido a la frase—. Tú piensa en ello —añadió guiñándome un ojo y yo asentí con la cabeza para darle las gracias. Cuando iba a darse la vuelta para volverse con las demás se detuvo y me propuso algo—. Oye, sé que a tu chica no le hará demasiada gracia, pero esta mañana he estado pensando en ir a cazar un poco cuando pueda. No es que no aprecie los conejos de Natalie y sus revueltos de setas, pero eso no nos dará ni para una cena, siendo cinco —concluyó antes de marcharse y volver con el resto.
En cierto modo, sabía que era algún tipo de excusa que ponía o para pasar tiempo conmigo o para hablar a solas de algo que ella considerara importante. En cualquier caso, no me gustaba demasiado la idea, porque siempre que Kika te oculta algo hay un plan por detrás seguro. Aunque, pensándolo de una manera más inocente, sería pasar tiempo con alguien a quien dabas por muerta y, además, lo que había dicho era cierto: teníamos que comer y seguramente los poderes de Natalie no funcionarían igual de bien con un ciervo o un animal más grande. Teníamos que salir de caza.
Después de la comida volvimos a recoger todo y emprendimos la marcha. Esta vez procuré no pensar demasiado y traté de divertirme un poco. Al principio nos costó un poco entablar conversación, pero finalmente Cristina se abrió a mí, y yo a ella supongo que también, ya que nos pasamos gran cantidad de la caminata hablando. Hablamos tanto que acabamos conversando sobre políticas nacionalistas cuando habíamos empezado charlando sobre su comida favorita, que, por cierto, era la tarta de chocolate.
A medida que caminábamos también nos íbamos fijando en el paisaje, árboles enormes que impedían que la luz del sol llegase al suelo y vegetación por todas partes. A pesar de haber tanta naturaleza, al ir adentrándonos más en el bosque vimos que los árboles empezaban a estar más secos, que ya no había tanta vegetación y que la luz del sol empezaba a llegar al suelo porque los árboles casi no tenían hojas ni ramas…
Decidimos no prestarle mucha atención al entorno, ya que solo era un bosque, y yo seguí mi conversación con Cristina hasta que Natalie nos interrumpió, chistándonos para decirnos que no hiciésemos ruido, ya que acababa de ver cómo un grupo de ciervos pasaba cerca sin percatarse de nuestra presencia.
Cuando vimos las lejanas siluetas de los ciervos, mi mente y la de Kika se sincronizaron, ya que pensamos en lo mismo. Seguramente por distintas motivaciones, pero en lo mismo al fin y al cabo. Aunque no nos dio tiempo ni a sacar los arcos para acecharlos, ya que todos salieron corriendo en dirección contraria a la que nosotros seguíamos, así que seguimos nuestro camino sin decir ni una sola palabra al respecto, aunque se notaba que Kika quería que yo dijese algo. Pero en ese momento estaba demasiado ocupado hablando con Natalie.
—Pero si ya lo sabes, Percy. Mi comida favorita siempre han sido y serán las judías —comentó Natalie entre risas cuando vio que puse cara de asco al escuchar la palabra «judías»—. No pongas esa cara, porque ahora mismo harías lo que fuera para que alguien te cocinara un plato de judías —bromeó ella en tono acusica, pero yo seguí sin cambiar la expresión de mi cara. Yo el comer verduras y legumbres nunca lo había llevado muy bien. Siempre había preferido la carne u otras cosas con más proteínas.
—Oye, Kika y yo hemos estado pensándolo y nos gustaría salir a cazar algo para comer mañana mientras vosotras entrenáis. Una o dos horas como mucho. —A Natalie le cambió la cara al instante y esa sonrisa que tenía hacía un momento se le borró de golpe—. Sé que no te hace gracia que vaya a cazar, y menos con ella, pero tú también cazas a veces y yo necesito desahogarme y soltarme un poquito. Pero si te molesta mucho le puedo decir a Kika que vaya sola y ya está. No pasa nada —le dije esbozando una pequeña sonrisa, con lo que ella me miró y acabó por sonreírme también.
—Bien, ve, yo me fío de ti. Pero no hagas mucho el bestia —me pidió, aún con la sonrisita en la cara—. Ah, y por favor, traednos algo rico que podamos comer, porque no es que no aprecie los durísimos bocadillos precocinados de Cristina, pero un poco de carne y caldo nunca viene mal, ¿no? —Me pegó en el hombro mientras nos reíamos por lo bajo de su broma sobre los bocadillos de Cristina.
Después de eso seguimos hablando de trivialidades como cuáles eran nuestros animales o películas favoritos.
Era extraño que hubiésemos pasado tanto tiempo uno junto al otro y que casi nunca hubiéramos hablado de ese tipo de cosas. La verdad es que me sorprendí bastante al averiguar que teníamos gustos muy parecidos en cuanto a música o cine. Hasta hablamos de bailar, algo que nunca me había gustado demasiado, pero era algo que a ella le encantaba. Sabía bailar merengue, bachata, tango, chachachá, pasodoble y bolero. Nunca antes nos habíamos contado ese tipo de cosas, por extraño que fuera. Antes del fin del mundo nuestra relación era un tanto extraña y después nos pasamos los días pensando y tratando de sobrevivir, así que rara vez hablábamos de cosas anteriores al estallido inferi.
—La verdad, me da mucha pena tener que cazar animales tan bellos como los ciervos. Los animales son de las pocas cosas que siguen siendo lo que eran antes del estallido. Por cierto, ¿tú antes por qué despreciabas a los animales? —Escuché cómo me decía la voz de Natalie de fondo, aunque yo estaba un poco en mi mundo, sumido en mis pensamientos—. ¡Percy! —me gritó ella mientras se reía de mí—. ¿Me estás escuchando? Porque tienes una cara de estar empanado mentalmente —dijo entre risas.
—¿Eh? Sí, desde luego que sí —respondí yo sin saber con certeza lo que me acababa de preguntar.
—¿Y bien? —añadió ella expectante. Sabía que no la había escuchado.
—¿Y bien qué? —repetí yo directamente.
—Estás empanado —concluyó ella mientras se reía de mí—. Te he preguntado qué te pasaba antes con los animales. No los podías ni ver.
—Ah, era eso. Sí, bueno, ya sabes que yo siempre quise tener un perro, pero mis padres nunca me dejaron tenerlo. Y cada vez que llevaba un perro o un gato callejero a casa mis padres lo echaban a la calle de nuevo a patadas. No les gustaba nada. Y me pasé varios años de mi preadolescencia enfadado con todos los animales por no poder tener uno. Sé que es estúpido, pero por entonces yo era bastante mal bicho —le conté. Tenía la sensación de haberle narrado esa historia a alguien hacía relativamente poco tiempo, lo cual era prácticamente imposible.
—Pues tus viejos eran unos amargados —afirmó Natalie exagerando su voz con un tono bastante cómico, lo cual no venía nada a cuento y por eso mismo me hizo reír.
Así nos pasamos un buen rato, hablando y hablando sin parar, haciendo bromas y hasta cantando a dúo algunas canciones de los Beatles y de Queen. Era algo fuera de lo normal esa situación, pero me encantaba eso de poder sentirme así de unido con ella. Hacía ya demasiado tiempo que ninguno de los dos se reía o hacía un chiste. Abusamos tanto de los chistes malos que hasta Hércules tuvo que rogarnos que lo dejásemos y nos estuviéramos callados un rato. Cuando nos quisimos dar cuenta, de nuevo era de noche y estábamos ya a punto de no ver nada a más de unos metros de distancia.
—Mejor acampar ya, chicos. No es sensato que sigamos caminando si no somos capaces de saber dónde estamos. Además, no se ve ni una estrella por las nubes, así que tampoco podemos orientarnos —indicó Hércules en un tono que nos daba a entender que estaba agotadísimo de la caminata de ese día. Más o menos, tanteándolo, yo diría que habríamos recorrido casi veinticinco kilómetros con las mochilas a cuestas.
Como siempre, montamos las tiendas y encendimos la hoguera. Dado que no teníamos mucho espacio de visión, intentamos hacer que el fuego fuese más grande de lo normal para ahuyentar a posibles depredadores y para poder ver mejor, lo cual requería bastante madera.
Tras asegurarnos de que el fuego estuviera estable Kika y Cristina se fueron a dormir, dejándonos a Natalie y a mí solos de nuevo para hacer la primera guardia. Aunque, como en ese momento la noté un poco desganada, me ofrecí a hacer yo esa guardia para que ella pudiera descansar en la tienda.
—Qué va. Hoy tengo la sensación de que voy a dormir poco. Hace demasiado frío como para que consiga dormirme, incluso dentro de la tienda. Me quedo aquí contigo y así me cuentas en lo que piensas, que se te ve diferente desde hace un par de días —me dijo sin mover ni un solo músculo de su cara mientras miraba fijamente a un punto entre los árboles. Yo me tomé unos segundos, respiré hondo, extendí la manta que tenía entre mis piernas para cobijarla también a ella y traté de abrirme sentimentalmente todo lo que pude.
—Pues no sé, me siento extraño. No por este tema de los dioses, por ser licántropo o por los inferis. Creo que con el tiempo he aprendido a asimilar rápido ese tipo de cosas —empecé a contar y entonces ella giró su cabeza para poder mirarme desde cerca—. Por lo que me siento raro es, bueno, porque siento que te quiero —esperaba que se asombrara cuando se lo dije, pero pareció no sorprenderle en absoluto esa afirmación— y es algo frustrante el saber que hemos pasado por cosas impensables, hemos vivido aventuras juntos, hemos recorrido miles de kilómetros uno al lado del otro… y es raro que te quiera y que hasta hoy no supiera que imitas la voz de Freddy Mercury a la perfección —le comenté con una pequeña sonrisa y ella se sonrojó un poco—. No sé, es raro que te quiera por el simple hecho de que nunca he querido de esta manera a nadie. Y al mismo tiempo siento que te conozco muy poco, pero, si te soy sincero, me da un poco igual. Tal y como están las cosas ahora mismo, no sabemos si mañana estaremos muertos y deberíamos aprovechar el tiempo que tenemos. Quiero que el tiempo que te quede seas feliz, pero no sé si un monstruo como yo podría hacerlo.