Kitabı oku: «Los hijos del caos», sayfa 6

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Ella se quedó callada. Ahora la que respiró hondo varias veces seguidas fue Natalie. Después me volvió a mirar y clavó sus preciosos ojos en los míos. Entonces me abrazó y empezó a sollozar.

—Lo sé. Ninguno hemos pedido nada de esto. Y créeme cuando te digo que me hubiera encantado que nos hubiéramos podido conocer mejor en otras circunstancias, pero, como has dicho, estamos en un momento en el que es mejor no ponernos trabas si sentimos algo. Yo también te quiero y confío en ti. Y si crees que el problema es que eres un monstruo, entonces seamos monstruos juntos —me respondió ella muy seria, dándome a entender claramente sus intenciones y a lo que se estaba refiriendo.

—¿Qué? ¡No! ¡Ni hablar! —contesté horrorizado al pensar en la idea de tener que convertirla a ella también cuando vi que extendía su brazo y comenzaba a arremangarse.

—¿Incluso si de ello depende mi felicidad? Yo también quiero estar contigo y lo tengo muy claro. Si crees que el problema es lo que eres, pues aquí tenemos la solución. Un simple mordisco y listo, ya podemos estar juntos del todo —expuso ansiosa, como si creyese que yo aceptaría encantado esa propuesta tan descabellada. Y aunque lo hiciera tenía el presentimiento de que eso no arreglaría las cosas, que sería todo mucho más difícil.

—Natalie, no sabes lo que estás diciendo. Estás cansada; pásate a la tienda e intenta dormir. Mañana, cuando pienses en frío lo que me has dicho, verás que no es una buena idea —afirmé extremadamente seco y cortante para darle a entender que no cambiaría de opinión al respecto. Ella resopló, puso los ojos en blanco y se hizo la ofendida, pero finalmente acabó asintiendo y se levantó para ir hacia la tienda.

—Vale, pero sé lo que estoy diciendo. Es una manera de que podamos estar juntos del todo —insistió, dándome un beso en la mejilla para después meterse en la tienda.

Aquella conversación me había dejado muy descolocado y las cuatro horas que estuve haciendo guardia hasta que desperté a Cristina le estuve dando vueltas sin parar al tema. Por más que intentara verle los puntos positivos a convertirla, los puntos negativos siempre pesaban mucho más. Aun sabiendo que nunca llegaría a hacerle eso a Natalie, no podía evitar sonreír al pensar en lo que ella era capaz de hacer por estar conmigo y por entenderme. Finalmente, acabé por no saber si era una idea mala, pésima o simplemente era un poco insensata.

*****

Cuando me hube dormido, a pesar del malestar con el que me acosté, acabé soñando con cosas bonitas. Sueños felices de los cuales seguramente nunca me acordaría, pero sabía que esa noche fui feliz. Al menos en mis sueños. Eso hasta que un grito estrepitoso proveniente de la tienda de Kika y Cristina nos levantó de golpe e interrumpió mis sueños.

Natalie y yo nos miramos al mismo tiempo y mientras ella cogía su arco e iba montando una flecha yo saqué mis espadas. Ambos salimos de nuestra tienda en tensión y nerviosos para después ver la cómica situación de cómo Kika trataba de matar una araña con su espada en el interior de su tienda mientras estaba en ropa interior. Lejos de ayudarla a matarla, nos quedamos fuera riéndonos descontroladamente mientras Kika y Cristina intentaban ponerse algo de ropa mientras huían despavoridas de la araña, la cual correteaba por toda su tienda.

Cuando pasaron un par de minutos y Natalie consideró que ya habían sufrido bastante, se metió en su tienda y diez segundos después salió llevando a la araña en la mano para dejarla fuera de la tienda sin matarla.

Kika nos miró malhumorada por habernos reído tanto al ver esa situación y Cristina aún se estaba recuperando del susto. Era gracioso saber que podían enfrentarse solas a una manada entera de licántropos y que no eran capaces de coger una arañita y sacarla de su tienda.

—Tenemos… pánico a las arañas —explicó Cristina entrecortadamente mientras intentaba recuperar el aliento y se empezaba a vestir tranquilamente.

—¿No me digas? —le respondió Natalie irónicamente, aún con una sonrisa en su cara. Le había hecho muchísima gracia haberlas visto así.

—Empieza divertido el día —le comenté entre risas a Natalie una vez nos volvimos a nuestra tienda para dejar que Kika y Cristina se vistieran en paz.

Desayunamos un bocadillo de los de Cristina y nada más terminar Hércules apareció de la nada, como siempre. No nos dejó ni recoger el campamento y nos obligó a entrenar. El entrenamiento de esa mañana consistía en movernos sigilosamente y con rapidez por entre los árboles y la maleza.

Cuando Kika y yo, que aprendíamos algo más rápido que Cris y Natalie, le demostramos a Hércules que eso ya lo dominábamos, le planteamos la posibilidad de salir a cazar durante un rato, lo cual no le hizo ninguna gracia en un principio, aunque nos dejó hacer lo que quisiéramos. Nos dio de margen cuarenta y cinco minutos para regresar, antes de que terminara el entrenamiento y recogieran las cosas para ponerse en marcha.

Antes de irnos me quedé mirando un par de minutos a Natalie y a Cristina mientras Kika preparaba su arco y sus flechas. A Natalie no se le daba nada mal el moverse rápidamente entre los árboles, además de que su recién descubierta agilidad le hacía las cosas mucho más fáciles, aunque Cristina le ganaba a la hora de moverse con sigilo.

—¡Venga, vamos! ¡Que no tenemos todo el día! ¿Y tu arco? —me preguntó Kika, dejándome ver lo impaciente que estaba con tal de irse.

—Yo no uso arco —le aclaré mientras me metía en el cinturón el cuchillo de caza de Natalie y mis dos espadas. En cuanto me lo ajusté todo ambos empezamos a correr en dirección norte, en la que se había ido la manada de ciervos que vimos el día anterior.

—Han pasado por aquí —anunció Kika cuando vimos un tramo del bosque con ramas partidas y con la tierra removida—. ¿Podrás encontrarlos? —me preguntó.

—Puedo intentarlo. —Me agaché y al oler varias veces el aroma que había en la tierra comencé a ver las figuras borrosas de los animales moviéndose a cámara lenta por donde estábamos. Al ver que seguían moviéndose decidí seguirlas, ya que casi con completa seguridad me llevarían hacia donde estuviera la manada. Nunca me hubiera imaginado que seguir un olor resultara ser una experiencia tan emocionante—. ¡Sígueme! —le grité a Kika y enseguida me puse a correr siguiendo a esas distorsionadas figuras de los venados.

Corriendo de esa manera me sentía bien, libre. Subiendo troncos, saltando rocas y esquivando árboles. Era algo muy frenético. Me sentía vivo y hasta me divertía. De repente, cuando el olor se hizo más fuerte, dejé de ver esas siluetas borrosas y dejé de correr de golpe. Tras unos veinte segundos Kika me alcanzó y se paró a mi lado, sofocada y con varios cortes en brazos y cara causados por las secas ramas de los árboles.

—¿Por qué te detienes? Si ya casi te había cogido —me dijo ella irónicamente en un tono de voz demasiado alto.

—Calla. Están cerca —respondí en voz baja. Pero había algo raro en ese olor. Era el de los ciervos, sí, pero notaba como un olor a miedo en el aire. No sabía exactamente cómo podía oler una emoción, pero así era y, dado que ni Kika ni yo estábamos asustados, eso me dejaba pocas opciones con sentido en la mente. Eso hasta que capté otro nuevo olor—. Rápido, sube a los árboles —le ordené a Kika en un susurro.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó confundida.

—¡Rápido! —le volví a decir mientras la empujaba hacia el árbol más cercano y la obligaba a empezar a escalar. Yo la seguí unos segundos después. Cuando nos quedamos los dos a una altura razonable, Kika abrió la boca para volver a decirme algo, pero yo me adelanté antes de que ella hablara demasiado alto de nuevo—. No hagas ruido —susurré.

Ella cerró la boca y se quedó callada. Unos segundos después empezamos a escuchar como algo se empezó a mover a nuestro alrededor y de golpe apareció un grupo enorme de ciervos, que se detuvieron justo debajo del árbol en el que nosotros estábamos subidos para después agruparse y juntarse entre sí, dejando a los machos con sus enormes cornamentas en la parte más externa del círculo y a las crías en el centro, protegidas por sus madres.

Kika estaba a punto de sacar una flecha para montarla en su arco y disparar a los ciervos, pero yo la detuve y volví a decirle que no hiciera ruido. En cuestión de unos pocos segundos mis sospechas acabaron por confirmarse cuando de entre la maleza muerta empezaron a salir inferis por todas partes y de todas direcciones.

—Nos han seguido —dijo ella muy bajito mientras los inferis comenzaron a arremeter contra los ciervos. Los animales cargaron también contra los muertos haciendo uso de sus puntiagudas cornamentas. Consiguieron aguantar un poco, pero no dejaban de salir inferis de todas partes e inevitablemente acabaron por superar en número a los ciervos, los cuales empezaban a caer mientras los monstruos se paraban a devorarlos. Antes de que los pobres animales pudieran darse cuenta estaban completamente rodeados—. Hay que hacer algo o nos quedaremos sin comida. Yo ya estoy lista para hacerles frente —aseguró Kika.

Pero antes de que me diera tiempo a contestarle ella ya había saltado del árbol para caer justo encima de un grupo de inferis y nada más tocar el suelo se puso a lanzar rayos, apuntando como objetivos tanto a los ciervos como a los inferis, que se acababan de percatar de la presencia de Kika y estaban empezando a avanzar en su dirección.

Al ver que casi un centenar de inferis empezaron a arremolinarse alrededor de mi compañera, me vi obligado a bajar yo también a pesar del enorme respeto y temor que les tenía a esos monstruos porque ya había vivido en mis carnes lo que eran capaces de hacerle a una persona.

Cuando caí al suelo empecé a asestar golpes en la cabeza a los inferis que se iban acercando demasiado, pero una vez empezaron a llegar seguidos, uno tras otro, tuve que empezar a hacer uso de mis espadas mientras Kika seguía a lo suyo con sus rayos, los cuales me dejaban sin visión durante un par de segundos cada vez que uno estallaba cerca de mí.

Un inferi no representaba una gran amenaza de por sí. Si sabías defenderte más o menos bien no tendrías ningún problema en poder matar a unos cuantos. Lo realmente peligroso de los inferis era que a veces viajaban en grupos muy grandes y era eso lo que realmente hacía que fueran tan letales, el número de los grupos.

Los ciervos no tardaron mucho en caer todos, ya fuese a causa de los inferis o de los rayos de Kika. En cuanto el último ciervo se calcinó, empezamos a vernos rodeados por más enemigos de los que podíamos matar o contar y poco a poco nos fuimos quedando sin espacio para poder movernos con libertad.

Durante un instante a Kika la agarraron de las manos y se quedó indefensa, sin poder lanzar ningún rayo. Al ver que la tiraron al suelo, dispuestos a devorarla viva, volví a alzar mi brazo de manera instintiva y apunté con él al grupo de inferis que estaban arremolinados sobre Kika. En cuanto pensé en matarlos noté un fuerte cosquilleo por todo el brazo, el cual se me acababa de envolver completamente por las llamas de un fuego de color negro que me rodeaba y cubría todo el brazo. No me quemaba ni me dolía, pero justo cuando pensé en la muerte de aquellos inferis todos a los que estaba apuntando con mi brazo estallaron en mil pedazos. Otros cayeron desplomados al suelo sin razón aparente y otros salieron despedidos por el aire.

En un primer momento me quedé flipando viendo como el fuego me envolvía el brazo, pero cuando vi que Kika se volvió a poner en pie para seguir lanzando rayos me centré en mí y apunté a los inferis que iban llegando hacia nosotros, los cuales morían directamente nada más apuntarles con la palma de mi mano.

Tras unos minutos llenos de tensión, caos y gritos muy agudos, conseguimos acabar con todos los inferis sin tener demasiados percances.

Cuando hubimos terminado y no quedó ni uno en pie nos apoyamos en el tronco del árbol que antes habíamos escalado y nos quedamos allí, sin decir nada durante varios minutos, hasta que un inferi sin piernas, seguramente víctima de los rayos de Kika, empezó a gritar cerca de nosotros. Me acerqué al cuerpo del inferi, que no podía moverse, y al pensar en su muerte mi brazo se volvió a ver envuelto en llamas. Cuando le apunté directamente el inferi se puso a gritar mientras se descomponía, tal como haría si le diera directamente la luz del sol, hasta que quedó reducido a esa papilla de sangre, piel y huesos que me resultaba tan desagradable de ver y de oler.

—¡Podríamos haber muerto! —le grité a Kika, la cual me miró con una cara de circunstancias bastante sarcástica. Cuando vi que no tenía ningún sentido discutir con ella, le dije que me ayudara a amontonar los cadáveres de los ciervos que no estuvieran calcinados o infectados por los inferis.

—Tarde o temprano todos vamos a tener que enfrentarnos a ellos y a cosas mucho peores. ¿No viste a esos gigantes de la visión? No nos viene mal prepararnos; esto es lo que nos espera a partir de ahora —me dijo ella una vez que recogimos un par de ciervos grandes no contaminados por los inferis.

Yo no le respondí nada porque estaba intentando contener mi enfado. No porque me hubiera obligado a luchar, eso me daba igual, sino porque había actuado sin pensar, arriesgando su vida sin tener ninguna estrategia ni ningún plan. Por suerte, había salido todo bien, pero perfectamente podría haber salido de una manera muy diferente.

A pesar de lo enfadado que pudiera estar con ella, sabía que no le faltaba razón en lo que había dicho. Todos sabíamos que nuestras vidas peligrarían mucho más de lo normal al aceptar la misión de los dioses. Y ahora nos tocaría apechugar con las consecuencias.

—Oye, Percy —comenzó a decir Kika cuando se sentó encima del cuerpo de un ciervo carbonizado—, ¿tú que rollo te traes con la Natalie esa? —me preguntó con un tono de voz que no era muy propio de ella, ya que era muy poco firme y muy parecido al de una persona que se hubiera tomado diez cervezas.

—Pues la quiero. Y ella a mí. Hemos pasado muchas cosas juntos. ¿A qué viene esa pregunta? —le respondí algo cortante, ya que no me parecía que, estando rodeados de cadáveres, aquel fuese el mejor momento para hablar de ese tema. Además, me resultaba bastante incómodo hablar de ello con Kika.

—¿Ah sí? —dijo ella sorprendida—. ¿Seguro que la quieres? —me interrogaba usando aún ese tono de borracha que no me gustaba ni un pelo

—Eh… Pues sí, estoy seguro —contesté algo ofendido e incómodo.

—¿Y entonces por qué llevas todos estos días pensando en que hiciera esto? —agregó ella levantándose del cuerpo del ciervo y acercándose a mí para, sin previo aviso, besarme.

En un principio, cuando lo hizo mi primer instinto fue apartarla de mí, pero al sentir el contacto de mis labios con los suyos llegaron a mi mente flashbacks de todos los momentos que había pasado con ella: los de aquel último verano en el campamento, esas noches que salíamos a escondidas para mirar las estrellas, las charlas hasta las cinco de la mañana, las bromas pesadas que les gastábamos a los monitores, también las semanas que pasamos enviándonos e-mails con emoticonos de corazones, las noches que me quedaba despierto por echarla de menos, la tristeza que sentí cuando dejamos de hablar, la rabia que inundó mi cuerpo cuando la vi con otro chico… También recordé perfectamente cómo me gritó barbaridades mientras le limpiaba la sangre de la cara al otro chaval y también los días que habíamos pasado juntos desde que ella y Cristina nos salvaron de los lobos, la tensión que había entre nosotros, la discusión en el bosque, conocer a Hércules, las montañas, los entrenamientos… Todo. Y mientras esas imágenes pasaban una a una por mi cabeza, inconscientemente yo seguí besándola.

Todo eso duró unos pocos segundos, pero fue como si lo hubiera vuelto a vivir y a sentir todo desde el principio. Y cuando esas imágenes llegaron hasta el momento en el que estábamos ahora, a lo que estábamos haciendo en ese momento, fui consciente de lo que estaba pasando y le di un fuerte empujón a Kika para alejarla de mí. Ella cayó de espaldas al tropezar con el cuerpo del ciervo en el que se había sentado anteriormente y cuando se reincorporó tenía puesta la capucha de su sudadera, que estaba completamente manchada de sangre negra, igual que la mía. Después se volvió a sentar encima del cuerpo calcinado del ciervo mientras se cubría la cara con la capucha, seguramente por la vergüenza de lo que acababa de hacer o, más posiblemente, enfadada por el hecho de que la hubiera besado y después la tirara al suelo.

Tras un par de minutos de incómodo silencio, sin mirarnos ni decirnos nada el uno al otro, ambos cogimos el cuerpo de un ciervo que no estuviera ni calcinado ni infectado por los inferis, nos los colgamos a la espalda y nos pusimos a caminar para volver con los demás.

—Oye, Kika, siento lo del empujón —me disculpé cuando ya llevábamos un buen rato andando y sin mirarnos—. Es solo que ya no siento eso por ti. No deberíamos haberlo hecho —le dije mientras hacía el esfuerzo de llevar el cuerpo del ciervo a cuestas. Ella siguió caminando lentamente, tambaleándose un poco por el peso de su ciervo. Seguía sin decir nada, con la mirada vaga y cabizbaja todo el camino—. En serio, Kika, no te comportes como una niña. Ha sido solo un beso sin importancia. No quiero que por esto estemos a malas, pero entiende que quiero a Natalie y que no voy a hacerle daño de esa manera —le expliqué intentando poner un tono lo más tranquilo y sereno posible, pero ella seguía sin mirarme y sin apartar la vista del suelo. Parecía que estaba meditando mientras caminaba. Eso o que trataba de ignorarme para asimilar lo que había pasado. Aunque tenía la duda de si ella también había visto esas imágenes y había sentido todo ese cúmulo de sensaciones extrañamente rápido—. Oye, ¿al besarnos tú viste algo? ¿Algún tipo de imágenes o de recuerdos? —le acabé preguntando, aunque sabía que seguramente no obtendría respuesta por su parte.

—El sol poniente… tiñe el desierto… de un tono… carmesí —me respondió entrecortadamente y con la voz ronca y repitió esa frase varias veces hasta que consiguió decirla de seguido. Por la manera en la que hablaba, parecía como si estuviera borracha o drogada desde hacía ya un rato, desde antes de besarme.

Entonces fue cuando caí en la cuenta de la razón tan obvia por la que Kika se había comportado así. No me podía creer que no hubiese reconocido su sintomatología. Solté el cuerpo del ciervo que llevaba a la espalda y dejé que cayera al suelo para poder correr hacia Kika. Cuando la alcancé la obligué a soltar el cuerpo de su ciervo y le quité su capucha de golpe. Al hacerlo, ella se desplomó de golpe en el suelo.

Fue entonces cuando confirmé mis sospechas: tenía fiebre y la cara muy pálida, los labios morados por el frío y las pupilas muy dilatadas. Esos, junto con los delirios y alucinaciones, eran los síntomas típicos producidos por la mordedura de un inferi. Cuando le quité la sudadera y su camiseta de golpe vi que tenía un pequeño mordisco en su costado derecho. Seguramente, se lo habrían hecho en el momento en el que tuvo a más de cinco inferis encima, antes de que yo prendiera mi brazo en llamas por primera vez.

—¡Kika! ¡Kika! ¡Joder! ¡Kika, reacciona! —le gritaba mientras le daba fuertes golpecitos en el entrecejo y en las mejillas para que volviera en sí. Pero estaba completamente inconsciente, lo cual quería decir que no le quedaba demasiado tiempo hasta que llegara el momento en el que su corazón se pararía de golpe.

Me pasé un minuto entero tratando de reanimarla, dándole golpes, soplándole. Incluso opté por romperle un dedo para ver si reaccionaba, pero ni así. Entonces fue cuando volví a escuchar a los inferis. Eran gritos aún lejanos, pero se acercaban rápidamente a nuestra posición.

Yo solo no podría luchar y cuidar de Kika al mismo tiempo. Si no hacía nada, acabaríamos devorados los dos, así que, presa del pánico, la cogí en brazos y empecé a correr, olvidándome por completo de los ciervos. Salvarla era mucho más importante en ese momento.

Sabía que si la llevaba con los demás Natalie seguramente podría salvarla haciendo uso del frasco que le entregó Hércules la noche en que le conocimos. Eso si el viejo había dicho la verdad acerca de que curaría heridas mortales. A la vista de que a Kika no le quedaba demasiado tiempo, corrí todo lo rápido que pude para llegar cuanto antes con los demás, a sabiendas de que habíamos sobrepasado bastante los cuarenta y cinco minutos que nos había dado Hércules para cazar.

«¡Corre! ¡Más rápido!», me decía a mí mismo mientras seguía corriendo a toda prisa tratando de no tropezarme, algo que al llevar a Kika en brazos inevitablemente acabaría pasando. Y así fue: uno de mis pies se enganchó con varias raíces que sobresalían del suelo en una zona con árboles muy juntos entre sí y eso me hizo caer de golpe al suelo, obligándome a soltar a Kika. Cuando pude levantarme y seguir corriendo empecé a ver a unos cincuenta metros de mí las figuras de varios inferis que corrían tras nosotros. Por suerte, acabé encontrando a los demás en un pequeño claro, cerca de donde habíamos acampado aquella noche, donde estaban entrenando aún con ejercicios de agilidad y sigilo. En cuanto salí de entre los árboles empecé a gritar.

—¡Inferis! ¡Inferis! —les grité.

En cuanto me vieron aparecer de entre los árboles con Kika en mis brazos se miraron entre sí aterrorizados; aun así, sacaron sus armas al ver que tras de mí iban apareciendo inferis que salían corriendo y gritando de entre los árboles.

Cuando llegué hasta ellos le dije a Natalie que usara el líquido de su frasco con Kika y que se lo echara sobre la mordedura. Aún respiraba, pero muy lenta y forzosamente, y tenía el pulso muy lento y débil.

Mientras Natalie trataba de echarle la cura a Kika, Cristina había sacado su tridente y también una botella de plástico con agua y Hércules sacó un gran bastón de su túnica, el cual seguramente usaría como maza. Así que me uní a ellos y entre los tres cubrimos a Natalie y a Kika.

Los inferis iban llegando en masa hasta nosotros y eran más de los que podía contar. Una vez que llegó hasta nosotros el primero, el cual murió por un brutal golpe de maza en la cabeza, después fue todo demasiado rápido.

Hércules apartaba a los inferis de las chicas haciendo movimientos muy extravagantes y lentos con su maza, pero eran movimientos efectivos. Cristina, por su parte, sacó el agua de la botella, la hizo levitar para que adoptase la forma de un puñal y mentalmente lo controlaba para matar a los que estaban más lejos, mientras con su afilado tridente atravesaba a los inferis que se acercaban demasiado a Natalie y a Kika.

Yo me limité a hacer lo mismo que Cristina, proteger a las demás matando con mis espadas a los inferis que se acercaban demasiado. A cada inferi que moría por mis hojas, una de esas pequeñas neblinas blancas se metía dentro de mis espadas. En cuanto tenía un par de segundos libres alzaba mi brazo, el cual se envolvía de llamas y hacía estallar a varios grupos de inferis a lo lejos.

Tras un par de minutos conteniéndolos como pudimos, Natalie se unió a nosotros y empezó a disparar flechas con su arco. Y cuando estas se le acabaron se limitó a esperar a que los monstruos se acercaran para poder golpearles en la cabeza y rebanársela usando una de las dos espadas de Kika, ya que esta última no estaba en disposición de luchar.

Pasamos unos cuantos minutos conteniéndolos casi sin problemas, pero cuando los cadáveres empezaron a amontonarse nos fuimos quedando de nuevo sin espacio para movernos bien y eso fue aprovechado por los inferis para ir rodeándonos poco a poco.

Eran monstruos muy rápidos a la hora de correr, pero muy lentos a la hora de atacar, aunque sus movimientos eran casi imprevisibles. Cuando los cuatro nos vimos acorralados juntamos nuestras espaldas, dejando a Kika en medio de nosotros, parcialmente protegida. Pero seguía habiendo demasiados enemigos a nuestro alrededor y, aunque fuésemos mejores luchadores que ellos, su número acabaría por superarnos.

—¡Chico! ¡Este sería un buen momento para sacar esa parte que tienes de licántropo! —me gritó Hércules cuando vio que no podíamos matarlos lo suficientemente rápido.

—¿En serio? ¿Ahora me pides que me descontrole después de todas tus putas charlas? —le respondí gritando mientras empujaba a varios inferis que se estaban aproximando a Kika demasiado.

—¡No te lo diría si tuviéramos una opción mejor! —me volvió a gritar al mismo tiempo que le aplastaba la cabeza a otro inferi con su maza.

—¡Yo eso no lo controlo! —le dije al tiempo que agarraba a Natalie para echarla hacia atrás, ya que se estaba empezando a ver superada por la enorme cantidad de inferis que nos rodeaban—. ¡No sé cómo activarlo! —grité lo suficientemente alto como para que Hércules me escuchase.

—¡Yo sí! —me contestó e inmediatamente se dio la vuelta y me asestó un fuerte puñetazo en la cara. No lo suficientemente fuerte como para marearme, pero sí lo justo como para hacer que me enfadase. Y ese golpe tuvo un efecto casi instantáneo en mí, el efecto que Hércules esperaba.

Mientras seguía conteniendo a los inferis usando mis espadas, ya que no tenía espacio suficiente como para estirar el brazo completamente, me iba cabreando cada vez más y más, notando que cada vez que mataba a un inferi y me manchaba con su sangre mi enfado y el calor del estómago aumentaban en igual medida, hasta que llegó un punto en el que se me hizo imposible seguir teniendo el control y mis músculos empezaron a hincharse y a cubrirse de pelo, mis dientes se volvieron más grandes y afilados y me crecieron garras para sustituir a mis uñas.

Había adoptado una forma que no llegaba a ser ni de lobo ni de humano, igual que la que adopté hacía unos días cuando casi maté a Kika. Estaba a medio camino entre ambos: no era ni hombre ni lobo.

Pero al completar la transformación dejé de sentir tensión, miedo y cansancio por la lucha. Todas esas sensaciones se evaporaron y lo único que sentí era que una rabia desmedida se apoderaba de mi cuerpo y también de mi mente, haciendo que matara a absolutamente todo lo que tuviera enfrente. Cuando Hércules se dio cuenta de que corrían más peligro por mí que por los inferis ordenó a las chicas que cogiesen a Kika y que subieran rápidamente a un árbol, aprovechando que los inferis ahora centraban toda su atención en mí.

Estando transformado me daba igual todo. Recuerdo que lo único que quería era acabar con todo lo que se me pusiese delante. Y en este caso era una horda entera de inferis. Si antes de la transformación me resultaba fácil matarlos, así casi ni notaba cuando aplastaba un cráneo o cuando arrancaba una extremidad. No tenía que hacer ningún esfuerzo físico porque en ese momento yo no era quien controlaba mi cuerpo.

Los inferis intentaban rodearme y morderme, pero gracias a la enorme cantidad de pelo que me había salido sus mordiscos nunca llegaban a tocar mi piel.

Desde lo alto de un árbol, el viejo y las demás miraban cómo un monstruo mataba a otros monstruos, haciéndoles volar por los aires, arrancándoles la cabeza, aplastándosela, empujándoles y zarandeándoles como si fueran muñecos de trapo. Era hasta divertido ver cómo intentaban arremeter contra mí en vano.

Podía llegar a saltar una altura de más de dos metros sin despeinarme y tenía una fuerza, una agilidad y una velocidad trepidantes. La mayoría de las veces, antes de que me atacaran ya había reaccionado. Era como poder usar todos mis sentidos agudizados al mismo tiempo y para una única cosa…, matar.

Tras otro par de minutos los inferis, al ver que no podían hacer nada, optaron por retirarse, pero yo no dejé que se escapasen y los cacé uno a uno sin que ninguno consiguiera salir del claro para internarse de nuevo en el bosque.

Cuando no hubo más enemigos a los que matar empecé a relajarme y a poder volver a controlar mis pensamientos y, más tarde, mis actos para finalmente volver a mi forma humana tras otra dolorosa «destransformación» y volver a quedarme parcialmente desnudo. Rápidamente llegó Natalie hasta mí y me cubrió con el que era mi abrigo de pieles para darme algo de calor, aunque no sentía nada de frío a pesar del ambiente y de estar casi desnudo. Justo después llegaron Hércules y Cristina, que entre ambos llevaban a Kika, que seguía inconsciente.

—¿Estáis todos bien? —preguntó Hércules mientras intentaba recuperar el aliento después de haber hecho tanto esfuerzo físico en tan poco tiempo. Todos nos revisamos buscando algún indicio de posibles mordeduras y cuando vimos que estábamos limpios asentimos a pesar de tener las caras y los brazos llenos de arañazos y manchados de sangre negra y de tierra—. Oye, chico, tenemos que hablar —me dijo mirándome muy serio. La verdad, esperaba que me pidiera alguna explicación acerca de lo que le había pasado a Kika, pero no lo hizo.

*****

Después de todo aquello nos pasamos el resto de la mañana en el campamento atendiendo a Kika, que parecía mejorar muy rápidamente tras haberle aplicado la solución del frasco de Natalie. Cuando se despertó tenía dolores horribles y ardor en la zona del mordisco, pero por suerte llegamos a tiempo para que el daño de la infección por la mordedura no fuera letal.

Cuidamos de Kika por turnos mientras el resto vigilaba la zona, pero no hablamos casi nada. Nos limitamos a vigilar y a hacerlo todo en silencio para que cuando Kika se recuperara, ya por la tarde, recogiéramos el campamento todo lo rápido que pudiéramos y nos pusiéramos a caminar siguiendo a Hércules. Lo haríamos a un paso mucho más lento que el resto de días para no forzar a Kika, la cual podía caminar, pero no muy rápido a causa de los dolores, aparte de que seguía teniendo un poco de fiebre, que se le fue pasando a lo largo del día.

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