Kitabı oku: «Gloria en el infierno», sayfa 5
¿Me echará de menos él a mí en algo? Lo que de verdad le va a hacer pupa, y estoy convencida de que no podrá evitar las comparaciones, será todo lo relacionado con las manifestaciones de cariño y amor. A él le encantan los mimos, los besos interminables, y yo no me cansaba de dárselos. Nuestras charlas de horas y horas, nuestras tertulias y discusiones por la política y otras cuestiones en las que no coincidíamos. Con nadie tendrá esas conversaciones tan apasionadas sin que le descalifiquen o le tilden de algo. Por regla general, es difícil encontrar a gente para discusiones civilizadas. Y lo más, esa complicidad y relajación en la cama. El punto de conexión y de adaptación cada vez era más perfecto. ¿Cómo reaccionarán él y la de turno cuando lleguen sus momentos? Ya conoce las pastillas y tendrá que tomarlas desde el principio para sentirse seguro; aparte del gasto, porque no son baratas. Conmigo la pastilla era la excepción para cuando queríamos alargar la fiesta durante todo el día. Le sacábamos partido a sus debilidades y a las mías. Y de sus fantasías… ¿Quién querrá compartir sus fantasías sin sentirse desplazada y/o utilizada? ¿Quién le contará esas historias que tanto le ponen y le gustan?
No digo yo que al principio, si está encoñao con alguien, no haya fuegos artificiales y cohetes; pero eso, mucha traca de la que hace ruido y termina apagándose, de la que no se sostiene en el tiempo. Porque, como él dice, «ese nivel de conexión tan alto no lo conseguiré con nadie más». Que se olvide. Sobre todo porque las relaciones estables ya no entran en sus esquemas. La euforia lo mantendrá arriba un tiempo, pero ya vendrá el momento de replegarse. Y ahí le espero yo.
Ayer estuve con mi amiga Rosalía. Como siempre, me hizo mucho bien. Me gusta cuando me habla y me gusta cuando me escucha. No me juzga y es tremendamente comprensiva. Siempre aprendo mucho con ella. Me sinceré del todo; no podría entender muchas cosas si no le contaba ya, por fin, mi gran secreto. No dijo nada, solo que le pareció muy valiente de mi parte haber tenido que pasar por esa experiencia. Entendió lo importante que Gonzalo ha podido ser para mí conociendo y aceptando esa faceta mía, pero sobre todo ayudándome a superarla. Yo me quedé impactada con su confesión también. Cuando terminé de leerle la carta de despedida de Gonzalo me comentó algunos casos de conocidas suyas que tienen pactada con sus respectivos la ampliación de pareja de dos a pareja de tres. ¿Qué les mueve a vivir de esa manera? Supongo que esa constante necesidad de aprobación y reafirmación de su virilidad, que es una droga para ellos. Otro Gonzalo, otro Pepe, otro Lucas, otro Rafael. Da lo mismo cómo se llame. Otro hombre. ¡Joder, qué pena! ¿Pero qué les pasa a los hombres? ¿Tan difícil es sentir amor y deseo por una sola mujer?
Hola,Gonzalo. Para la lista del psicólogo igual no es necesario que te sugiera nada ni que lo hablemos, pero si te sirve de algo puedes tomar de referencia la lista que te hice yo. Me gustaría que reflejaras en dos partes lo que te parece positivo de mí y por otro lado lo negativo. Tu apreciación seguro que le puede interesar mucho al psicólogo. Sobre todo porque ahora mismo tengo la realidad de mi entorno y de mí misma bastante distorsionada. Lo llevo regular nada más. ¿Cómo se deja de querer a alguien de un día para otro? ¿Cómo se mata esto? ¿Cómo se acostumbra uno a no tener proyectos y vida con esa persona? En fin, lo siento, no pretendía ponerme dramática. Pero quiero que entiendas por qué no deseo tener más lazos contigo, no más mensajes tuyos. Cada vez que tengo contacto contigo, de alguna manera… ¡vuelta a empezar! Muy difícil, Gonzalo. No sé si alguna vez has pasado por esto, pero si no te ha sucedido nunca, hasta que no lo vivas en tus propias carnes no lo entenderás. Gracias.
13 de agosto
Debo de empezar a rozar el fondo ya. No dejo de llorar, torturán-dome con pensamientos fantasiosos, no reales. Me temo que algo de masoquismo debe de haber en esta particular forma mía de actuar.
Anoche, visitando la página del psicólogo (que, por cierto, ya me dio cita para el lunes), encontré en el blog algún comentario sobre rupturas que me llamó la atención. Quería evadirme y me explayé. Lancé mi historia al mundo virtual. Esta es la carta que subí al blog:
Rozo los cincuenta años. Soy una mujer bastante equilibrada y madura. Discreta y educada. Tengo unas cuantas rupturas a mis espaldas. Pero como esta última, ninguna. Nunca me sentí tan abandonada, despreciada y ninguneada. Muy difícil describir realmente cómo te sientes. La mente se apodera de ti y va por libre, martilleándote con pensamientos que te hacen sufrir y de los que no puedes huir; al contrario, te regodeas con ellos. Ves al hombre que te dejó retozando con mil y una mujeres, besándose con ellas, diciéndoles al oído todo eso que te decía a ti. No te lo crees. ¿Cómo puede ser eso? ¡Si ese hombre te pertenecía! Por otro lado, para mitigar ese inconsolable dolor buscas un poco de revancha en tus pensamientos. Le ves llorando, mirando tus fotos, echándote de menos. En otros momentos eres tú la que te revuelcas con otro hombre y él está cerca, mirando y sufriendo, dándose cuenta de que ha sido él el que te ha perdido a ti. Así te pasas todo el día. No controlas tus pensamientos, ellos se adueñan de ti y te manejan como un pelele. ¿Qué tipo de armas pueden acabar con un amor tan vivo que se niega a morir y que, para más inri, tendría que usar yo misma?
Gracias por dejarme este espacio para desahogarme.
Esta misma mañana el psicólogo ha contestado y me ha dado un buen tirón de orejas. De momento, me ha mostrado un par de pinceladas que han sugerido por dónde puede ir su terapia.
Primero me dice que lo que hay en mi mente ahora no es real, es una fantasía perversa. Que el hombre de mi vida no es tal, porque el hombre de mi vida desearía quedarse conmigo. Y yo no deseo estar con alguien que no quiere estar conmigo, ¿cierto? Que me distancie de mi mente y mire los hechos como una película y me vea como a una niña; que la consuele y la abrace para que se sienta segura y que le haga saber que nadie la va a abandonar. ¡Uf! Tendré que ponerme a ello.
También esta mañana he recibido el correo con la lista de Gonzalo. Visto y releído todo lo que pone, me surgen todavía más dudas. No creo que haya mentido para quedar bien conmigo; conocía su opinión sobre mí. Pero si soy casi pluscuamperfecta, ¿por qué me deja? Rosalía me dice que no le dé más vueltas, que es más simple: «La tentación es mucho más fuerte que todo eso». Y lo que más me temo es que el repuesto estaba ya esperándole, por eso me deja. Seguro que la otra existe ya. Y me atrevo a decir que ya existía antes de terminar conmigo. El morbo ha tenido que ser mayor y la tentación, aún más grande. El quiero y no puedo de Gonzalo hacia ella ha debido de ponerle frenopático, como acostumbra a decir. ¡Ya está! Lo admito. Voy a empezar a ir para arriba, buscando salir del pozo. Llevo en el fondo demasiado tiempo. Se acabó. No quiero llorar más. Voy a rescatar a esa niña pequeñita que tengo dentro, asustada y temerosa. La voy a abrazar, a querer y no la voy a dejar nunca a merced de pensamientos dañinos. La quiero y permanecerá siempre conmigo.
17 de agosto
Un día más. ¡Uf! Mañana también tengo la cita con el psicólogo. Ya tengo preparadas las cartas de Gonzalo, la lista de cómo me ve él y la lista de mi hermano y de Eugenia. La verdad es que me ven con buenos ojos. No debo de ser mala persona a los ojos de los que me quieren o han querido. Como defectos me ponen terca, quejica, de humor cambiante y demasiado «entregada» o absorbente con mi pareja. Seguramente será así. Lo cierto es que la autoestima me la han subido por las nubes. Es muy reconfortante saber que tienen tan buen concepto de mí.
Respecto de Gonzalo, hoy volvió a llamar. A pesar de haberle dicho por activa y por pasiva que no me llame más, insistió al móvil, al fijo y hasta al teléfono del trabajo. También quería saber si había recibido la lista. Le dije que sí, pero se quedó con las ganas de saber qué pienso. Incluso le devolví la llamada por la tarde. No lo cogió; seguro que ni mira las llamadas del inalámbrico. Hoy volvió a ponerse en contacto conmigo. Me derrumbo cuando le oigo. Solo le dije que no podía atenderle. ¿Qué coño quiere? ¿Por qué no me deja en paz? Seguro que la conciencia no le deja tranquilo. Ya debería darle igual tanto si estoy bien como si no lo estoy. Según él, quería saber cómo me va la vida. ¡Qué cinismo! La curiosidad le puede. Me mandó un e-mail preguntando quién es ese Gonzalo que no es él. «Es un contacto nuevo que admití en la página de fotografías de Internet en la que ambos estamos apuntados», le contesté. Eso quiere decir que husmea entre mis contactos. Todavía soy incapaz de decirle que me deje de una puñetera vez, aunque de alguna manera me da regustillo hacerme la indiferente. Posiblemente se sienta culpable si no me encuentro bien, pero de igual manera seguro que le reconcome que empiece a acercarme a otros hombres. En fin, ¡que le den!
18 de agosto
Un mes se cumple justo en este momento de la fatídica carta de Gonzalo. Parece que pasó mucho tiempo, se hace interminable, pero pasito a pasito vamos haciendo el camino. Acabo de terminar mi primera sesión con el psicólogo. Primera toma de contacto. Anotó algunos trazos de mi vida. Mi familia, sus nombres, el comienzo de mi infancia y, sobre todo, lo que hablé de Gonzalo. En principio, vamos a trabajar la superación de la ruptura para estar mejor y poder meterle mano a todo lo que se ha quedado grabado en el sistema límbico, que hay que formatearlo. Me comentó que la solución a mi problema pasa por tratar la «fuerte dependencia emocional» que padezco, «que intoxica cualquier relación y complica mucho el salir de ella». De momento, me ha pedido que escriba mi biografía, más que nada para ahorrar sesiones; y luego, en estos días, me lea el cuento La princesa que creía en los cuentos de hadas. También me pidió que cuando me venga una emoción que me haga daño no la evite, que no busque soluciones, que sienta en mi cuerpo qué me produce y que me centre en eso. Precisamente ahora, pensando en algo que me dijo, me he puesto a llorar. Pensaba en que merezco que me quieran simplemente por ser, por estar, no por hacer; que a buen seguro he hecho lo indecible para que me quieran. Esos pensamientos me han arrancado un llanto inconsolable. Cerré mis ojos y me puse a buscar las reacciones físicas de mi cuerpo. He sentido algo muy raro. Mi vagina se contraía y he sentido opresión como en la cintura y malestar en los brazos. Pero ahora me siento un poco mejor. Cuando me he parado a ver los efectos que causa el dolor provocado por esos pensamientos he empezado a sentirme un poco mejor. Me salió una leve sonrisa, siento un poco de relax en los brazos, aunque la cintura sigue oprimida todavía.
En fin, yo creo que para empezar no está mal. Confío en que este hombre me va a ayudar. Además, es guapísimo, elegantísimo, altísimo. ¡Uf! A ver si estamos en lo que estamos, porque como me embobe me va a dejar hipnotizada y me va a costar prestarle atención. El psicólogo me dijo que dónde iba yo con un hombre tan histriónico como Gonzalo, por mucho que me quisiera. No dependía de mí su conducta y además me hacía sufrir. Me mandó deberes para hacer en casa, una relación de preguntas que he de contestar con la mayor sinceridad.
Hola, Gonzalo. Después de la minicharla que hemos tenido esta tarde, antes de subirte al avión, me he quedado preocupada y con la sensación de que ha pasado algo que desconozco o de que ha habido un malentendido. No sé qué le ocurrió a tu madre y tampoco sé de qué mensajes me hablabas. Esta tarde he tenido mi primera sesión con el psicólogo. Estoy un poco más tranquila. Creo que podré afrontar una última conversación contigo. Además, la creo necesaria. Después de leer la nota que me dejaste con mis defectos y cualidades cambió algo mi percepción de las cosas. Empecé a comprender, a verle un poco de sentido a todo esto. Llámame a tu vuelta y dime qué noche te viene bien y lo hablamos. No te deseo nada malo, Gonzalo. Tampoco pretendo culparte de nada. Seguro que algún día entenderé por qué me dejaste. Eso quiero que lo tengas claro. Pero has de comprender que este mes no ha sido nada fácil para mí. Estuve desorientada y desubicada casi todo el tiempo. Lo único que deseo es irme tranquila, en paz y sin rencor. Para ello necesitaré tu colaboración. Hasta entonces.
Hola, Gloria. La verdad es que otra vez me he quedado con una mala palabra tuya. Yo no sé qué es lo que quieres que pase entre nosotros, pero, desde luego, la impresión que das es que quieres que pase nada y pronto. Lo siento, no me ha gustado nada la manera que has tenido de darme largas. Siempre tengo un reproche por tu parte: quita mis fotos, tengo prisa, no me llames más, toma tus cosas… ¡Como para acercarse a ti para hablar! No estoy enojado contigo; con este sentimiento de culpa que tengo no puedo. Pero, de verdad, ¿para qué comentas mis fotos? ¿Para qué hablas con mis padres? ¿Para qué me envías esos correos y después no me dejas que me acerque a ti? No lo entiendo.
19 de agosto
Me quiero centrar en Gonzalo, que llama de nuevo mi atención. Eugenia me dice que tenga cuidado, que no me deje embaucar, que es tan vanidoso que va a buscar de nuevo mis halagos y mis atenciones, pero que será más de lo mismo. Debo tenerlo claro. Me da cierto regustillo que venga y que sea yo la que le diga ahora: «No, Gonzalo». No tengo nada que hacer con él, a menos que le den la vuelta como a un calcetín, que se proponga cambiar firmemente y que venga al psicólogo conmigo. Esa sería la condición. No sé qué pretende por más que miro su carta. Lo dice muy claro: que no puede enojarse conmigo por el sentimiento de culpa tan fuerte que tiene. Me reprocha que le huya, que no le atienda, y por otro lado me reprocha por qué llamé a sus padres, por qué uso el tema de las fotos. Esa línea es muy delgada y a ella se ha agarrado para intentar aproximarse. Además, sentenció: «Si hay una última conversación, no será por teléfono». Me dio un vuelco el corazón de pensar que hemos de vernos de nuevo. Con la próxima sesión de terapia espero estar mejor preparada para recibirle.
Hola, Gonzalo. Entiendo cómo te sientes. Por eso quiero hablar contigo, es necesario. Siento mucho si te he podido causar esa impresión. Debes entender la montaña rusa emocional en la que me he movido este mes. A veces te quería y a veces te odiaba. A tus padres les llamé para despedirme, no he pretendido otra cosa. Y contigo ese reproche del que me acusas ha sido la urgente necesidad de huir, de olvidar. Reconozco que he podido ser arisca, pero, Gonzalo…, ¿qué querías que hiciera? Si no pensabas volver conmigo, tenía mucha prisa por olvidarte. Me hace daño, mucho daño, quererte si no te tengo. Y lo de comentar tus fotos en la red igual no debí hacerlo, pero me gustan tus retratos, son muy buenos. Tienes una especial sensibilidad para enfocar los rostros de las personas y habilidad para que esos rostros griten en silencio. Pensé que podría separar una cosa de la otra.
Lo siento, Gonzalo. Hasta ahora solo me has dejado claro que ya no había nada más entre nosotros. ¿Cómo puedo entender tu intención de acercarte a mí? No deseo que te sientas culpable. ¿Podremos hablarlo?
20 de agosto
Hoy Gonzalo volvió a llamar para saber de mi vida. Lo primero que preguntó: «¿Me vas a regañar? Muchos besos y recuerdos de todos los de Dublín». ¡Vaya, como si no hubiese pasado nada! Incluso me llegó a decir: «La otra noche estuve a punto de llamarte. Me cogí un calentón pensando en ti». Y claro, como siempre, en ese caso se acuerda de mí… ¡Vaya morro! Le dije que cuando vuelva ya me contará todo eso que tiene en la mente y se trae entre manos. Por un lado, le espero para decirle que se acabó, necesito darme ese gusto. Por otro, como le vea casi seguro que caigo. Pero le he visto tan inmaduro, tan insensible… ¿Qué quiere? ¿Volver? Así no. Sin reconocer sus errores, sin reconocer el daño que me ha hecho y sin propósito de enmienda NO.
25 de agosto
Acabo de salir del psicólogo, mi segunda sesión. Antes quiero anotar que Gonzalo estuvo toda la semana o llamándome o enviándome SMS y correos. No sé qué pretende. Lo que más le preocupa, según él, es si he conocido a alguien de CITA2. Tiene claro lo que quiere hablar conmigo, pero no sabe lo que quiero yo y eso le tiene preocupado. Lleva todos estos días tanteando el terreno. Incluso uno de los mensajes fue de alto voltaje. Ni le he contestado. No me han encendido como en otras ocasiones. Realmente, empiezo a sentirme anestesiada. Aunque me gusta que venga a pedirme que vuelva, más que nada por la revancha de decirle que no, no estoy muy convencida de que yo quiera volver con él. No sé si cambiaré de idea cuando le vea en persona. Desde la distancia se percibe todo de otra forma. No obstante, cuando me llama, su voz me sigue poniendo nerviosa. En fin, aquí dejo lo de Gonzalo y vuelvo al psicólogo. Lo primero que me dijo cuando me vio entrar: «Muy sonriente vienes tú». Le tuve que decir que a lo mejor mi sonrisa se debía a que Gonzalo y yo nos íbamos a ver el jueves.
A ver si soy capaz de recordar todo lo que hemos hablado. Por eso nada más llegar he cogido el diario, pero ni por esas. Mi memoria no me acompaña. Bueno, lo primero que me ha dicho es que Gonzalo no me interesa, que como pareja estable no lo tendré nunca, que él no va a cambiar. «Los hombres como él son grandes seductores y su bienestar depende de lo que consiguen; por eso el juego de la seducción lo conocen y lo dominan. Es fácil quedarse enganchados de ellos. Los demás para ellos somos retos. Primero eligen, van buscando a alguien que necesite lo que ellos tienen. Cuando lo consiguen, aparcan y olvidan a esa persona. Luego suelen ir por la gente del entorno, amigos, familia e incluso por la terapeuta. En los psicólogos está distinguir a estas personas. Las relaciones que tienen no suelen durar más de un año y si duran más es porque siempre hay retos que tienen que abordar». ¡Joder! ¡Esto duele!
Ahora me vienen muchas cosas a la cabeza de por qué Gonzalo ha podido estar conmigo y muchas otras de por qué querría volver. ¿Le quedan algunas asignaturas pendientes de lo que ha sido el curso de nuestra relación?
Ahora lo tiene a huevo. Esta semana, imaginando que me ha perdido, se le ha puesto en marcha de nuevo la maquinaria de la reconquista. Y este reto para él es más que importante porque a mí me ha tenido siempre, por eso ha ido y venido, pero ahora que cree que ya no estaré es doble reto para él. Según el psicólogo, si me veo con él este jueves «vendrá solícito, se deshará en atenciones y halagos y desplegará todo su arsenal» para reconquistarme. El resto ya depende de mí. Si quiero seguir con él sin ánimo de continuidad, para cuatro polvos, es que no le voy a tener para otra cosa. Le podré tener, procurando separar emociones de pareja y centrándome solo en lo divertido del momento. Ahora bien, después del polvo hay que decirle que se vaya a su casa, sin más. Así la semana que viene le tendré de nuevo. Ahora, si me entrego con arrumacos, dormir abrazados y buscar momentos de ternura, la que estoy perdida soy yo. Lo suyo no es inmadurez, es una patología importante que necesita tratamiento, pero las personas que la sufren no desean curarse. Es mucho más excitante, estimulante y divertido organizar las sesiones de caza. Lo otro implica sufrimiento y afrontar muchos momentos que no les gustan. La otra cuestión es por qué atraigo a este tipo de hombres. Me ayudará a averiguarlo y a cómo evitarlos. Insiste el psicólogo en que debo «dejar de ser princesa para ser reina». No puedo mostrar esa imagen de desvalida, pidiendo que venga un príncipe a rescatarme. Yo soy una reina y no necesito que venga nadie al rescate. Yo domino y controlo el reino, a mí deben venir los reyes (que tampoco están para seguir rescatando a más princesas), a reinar conmigo. «Gonzalo es un eterno príncipe buscando princesas atrapadas en las garras del dragón que caigan rendidas a sus pies, que no puede llevar otra princesa a lomos de su caballo porque le entorpece su labor». Ahora lo entiendo. Él es un príncipe y yo soy una reina. Basta ya de atender a príncipes, pajes y criados de la corte. Quiero un rey y a partir de ahora no pasaré desapercibida para ellos.
Diez de la noche. Acabo de hablar con Gonzalo cerca de media hora. Por supuesto, ya no habrá cita el jueves. Tenía mucha necesidad de saber si estaba receptiva o no a su pseudovuelta. Me llama y me dice: «A lo largo de este mes te he echado de menos, sobre todo a la Gloria amiga. No he dejado de fantasear sexualmente contigo». Le dije que no estoy receptiva. Sigo inyectándome anestesia en vena, intentando matar lo que siento por él. Para mí, las partes no tienen sentido sin el todo. Le hablé del problema que tiene, de que necesita ayuda y de que se vaya haciendo a la idea de que a mí ya no me tendrá, ni como amante siquiera. Para lo único que estoy preparada es para prestarle el oído. Para eso me puede llamar de momento. Más adelante no sé. Respondió: «Agradezco que hayamos tenido esta charla, aunque me haya resultado muy dura». Posiblemente se empiece a dar cuenta de lo que ha perdido, de que su duelo empezará ahora. Tuvo que colgar y lo siento; en algún momento tenía que aterrizar. Estoy triste, pero he hecho lo que tenía que hacer. Al final la última palabra, esta noche, la tuve yo. Eso me llevo.
A la carga de nuevo, esta vez por el chat del servidor de correo:
—Gloria, ¿me has aceptado al final?
—¿Dónde?
—De nuevo en Gmail.
—Sale solo cuando tienes varios correos de la misma persona.
—¡Oh, lástima! Mira que podías haberme dicho algo bonito.
—No sé qué decirte, Gonzalo. Y menos esta noche.
—Déjalo, Gloria. Todo bien.
—¿Estás un poco mejor? ¿Has vomitado?
—Sí, no te preocupes. No puedo, estoy en ayunas.
—Ya…
—Con tanto coche no he tenido tiempo de nada.
—¿Por qué tendremos que complicarnos tanto los humanos?
—Joder… ¡Yo qué sé!
—¿Por qué es todo tan difícil?
—No sé, Gloria. De verdad, no sé. Simplemente es así. ¡Mira que podíamos haber estado bien! En serio, creo que nadie me puede ayudar y sé bien que me moriré solo. Esto se acaba como comenzó, ¡chateando!
—Sí, y eso es lo que me pone más triste. Ojalá se hubiera muerto el amor, como suele pasar con todo el mundo.
—Sí, o que de repente se descubre que es más fuerte el odio que otra cosa o que solo queda dependencia emocional.
—¿Quieres que te cuente un cuento?
—Claro…
—Había una vez un príncipe al que se le había encomendado salvar y guardar a todas las princesas del reino de todos los males, los dragones… Había una vez una princesa a la que le dijeron al poco de nacer que ella no tendría que preocuparse de nada. En la vida toda la felicidad le vendría de manos de su príncipe azul, porque todas las princesas tendrían su príncipe.
—OK.
—El príncipe se sentía obligado a salvar a toda princesa desvalida que se encontraba por el camino. La rescataba y la montaba a lomos de su caballo. Nada le enorgullecía más…
—Miedo me está dando…
—Pero pasaba que a veces llevaba a lomos de su caballo a una de las princesas rescatadas y en el camino se encontraba a algunas más suplicándole que las rescatase, que las ayudase. El príncipe sentía que no podía dejarlas abandonadas a su suerte, así que a la que llevaba a lomos de su caballo la dejaba aparcada en el primer sitio que encontraba. Eso podía darle de pena, pero el deber de rescatar a las demás le llamaba. Por su parte, la princesa seguía sintiendo esa necesidad de que alguien la rescatase, era vital para ella. Se sentía tan indefensa… ¿Qué te parece este cuento? ¿Te dice algo?
—Sí… No… ¿Iba por mí? No, no me siento identificado en absoluto. ¿Yo? ¡Qué va…!
—Aunque no te lo creas, es muy metafórico. Los cuentos nos han hecho mucho daño a los hombres y a las mujeres.
—Indudablemente.
—Tú eres un eterno príncipe y yo, de alguna manera, he dejado o quiero dejar de ser princesa. Ahora quiero ser reina.
—Ya.
—Y tener a mi lado un rey. ¿Lo entiendes?
—Creo que no exactamente… O sí, comprendo.
—La reina no tiene necesidad de que la rescate nadie. Ella tiene su propio reinado.
—Gloria, no me digas nada cuando lo encuentres, ¿OK?
—Y el rey tampoco tiene la necesidad de ir rescatando a ninguna princesa. Puede reinar a la par con la reina.
—OK.
—Eso es lo que pienso, Gonzalo. Seguramente, con muchos más matices, pero por ahí van los tiros.
—Bueno, sí, con matices…, pero en general sí.
—Es cuestión de trabajarse para subir de categoría.
—OK. Si me pudiese trabajar seguro que no tendría ganas de vomitar. Seguro. Seguro que no estaría divorciado dos veces.
—En realidad, todo es más simple. Por eso necesitas ayuda, Gonzalo.
—Seguro.
—¿Divorciado dos veces?
—Seguro que no estaría hoy en las Alpujarras. Seguro. Sí, de la otra tuve un hijo. ¡Joder! Contigo quiero decir. Nada, chorradas. No es fácil, Gloria, no es fácil.
—Vaya… Es un poco tarde.
—Si fuese fácil, todo el mundo… ¿Quieres ir a dormir?
—Y no estoy con muchos reflejos.
—OK. Ve a dormir, venga. Mañana tienes un día largo.
—No es fácil. Se trata de medir y tener bien clara la escala de valores.
—¿Sabes en qué se resume hacer software?
—No.
—Simplemente, en tener una gran imaginación y colar tus ideas por un filtro, que es la lógica, hablar en un leguaje y escribir bien a máquina. Se dice pronto, ¿verdad? Pero hay gente que simplemente no puede hacerlo. No importa cómo se lo expliques, no importa. No pueden, no ven el camino.
—Pero no estamos hablando de informática, estamos hablando de emociones.
—Hacen los ejemplos, teclean los ejercicios, pero no lo pillan. Y hay otros que nunca lo estudiaron.
—Gonzalo, de sentimientos...
—No, Gloria, no… Hablamos de capacidades. O cada uno habla de algo diverso.
—Tú hablas de capacidades. La escala de valores a la que me refiero tiene que ver con los sentimientos y afectos.
—Pero ¿qué tiene que ver la escala de valores?
—¿Qué afectos son importantes en la vida? ¿Qué gano y qué debo dejar en el camino para tenerlos?
—Gloria, ¿crees que en una escala de valores tú estabas debajo de mi… de lo que sea que me empuja a hacer eso? ¿En serio?
—No entiendo…
—¿Crees realmente que estabas por debajo?
—No me refiero a eso.
—Gloria, ¿crees que era más importante para mí conocer gente nueva? ¿Más que tú? Si de veras lo crees, entonces de verdad hay algo en mí que no conoces… No te quiero decir que no entiendes. Que ni yo mismo entiendo.
—No, entendí bien que el problema no es ese.
—Pero al menos que no conoces. Entonces ¿por qué me hablas de escalas de valores?
—Tu problema es lo que te impulsa a ello.
—¡Joder! ¿Y crees que se puede contener?
—Veo que te alteras, Gonzalo. Si quieres lo dejamos.
—No, no me altero. Pero ve a dormir, Gloria, que me siento violento por ti.
—Deja de sentirte violento, culpable… Mira de frente al temporal. Ya me iré a dormir cuando me parezca.
—Creo que ya lo hago. Entonces ¿lo de antes? ¿Querías cortar una conversación?
—Evidentemente, hay cosas que no se comprenden.
—Bueno, sigamos con lo de antes a ver si te pillo, ¿OK? Cuéntame lo de la escala de valores, por favor.
—Tú no entiendes qué te pasa y yo no entiendo que si me has querido tanto no hayas hecho nada por echar abajo esos obstáculos que te impedían estar conmigo. Eso forma parte de esa escala. A ver, en materia de afectos… Imagínate, tu hija. ¿Dejarías de quererla alguna vez? ¿Qué habría en el mundo que pudiera separarte de ella?
—¿Un divorcio?
—Eso, de alguna manera, no depende solo de ti. Me refiero a lo que sí depende de ti exclusivamente.
—Bueno, más o menos estoy de acuerdo contigo. No fue Sandra quien se fue, pero vale, sigo por donde me llevas. No veo nada que me pueda separar de ella. Quizás un caso de drogadicción o algo parecido pueda matar mi afecto por ella.
—Otro ejemplo. En nuestro caso, ¿cuánto pesa lo que me has querido y cuánto pesa lo que te ha hecho alejarte de mí? Intenta pesarlo, por favor.
—Eso no tiene peso posible. Lo que me ha hecho alejarme de ti es absolutamente irracional. Tú pesas un quintal.
—En el momento en que la balanza se inclina hacia un lado sí. ¿Cuántas cosas irracionales hacemos cada día? ¿A cuántas cosas irracionales les plantamos cara? ¿Con cuántas cosas irracionales nos peleamos a menudo?
—Gloria, ¿qué te puedo decir?
—Eso quiere decir que, de algún modo, se puede con ellas. Los racionales somos nosotros, los que tenemos el poder. No lo que nos sucede.
—Gloria, ¿no crees que en nuestra relación quizás yo haya sido el pacificador de los dos? ¿Es presuntuoso por mi parte pensar eso?