Kitabı oku: «Gloria en el infierno», sayfa 4

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Gloria, perdóname, no te lo mereces. No iba mal lo nuestro, siempre has sido buena conmigo. Hemos respetado siempre las reglas del juego. O casi siempre, salvo mi historia de Dublín. Si lo hago es por no hacerte más daño. Te prometí que no te la pegaría nunca más y así ha sido, pero hay algo dentro de mí que me pide hacerlo y como siga luchando contra lo que me pide el cuerpo y disfrutando de ti acabaré muriéndome, te lo prometo.

Espera, por favor, un poco para recoger las cosas. Ahora no puedo verte, sería demasiado doloroso. Necesitaré algo de tiempo para recuperarme. No me olvides nunca, pero sobre todo, por favor, no me odies. Gonzalo.

Las diez de la noche. Gonzalo me acaba de enviar este correo de despedida. Tengo tanto dolor en el cuerpo que no me atrevo ni a calificar la carta. Solo me salen improperios: ¡mal nacido, hijo de puta! ¡Cabrón!… Y encima me pide que no me enfade y que no le odie. ¡Seguro que hay otra mujer! Me dice que se siente «atrapado en nuestra relación» y que fuera hay muchas cosas que no querría perderse.

Cuando yo pensaba que nuestra historia se estaba consolidando, me encuentro con esto. Ahora puedo entender su comportamiento. Desde mayo de este año, cuando la astenia primaveral hizo acto de presencia, Gonzalo entró en una espiral complicada. Igual estaba arriba que minutos después estaba abajo. Visitaba al médico de cabecera para que le ayudase a sobrellevar las crisis de ansiedad y el estado depresivo en el que se encontraba. Era difícil no subirse y bajarse con él de esa montaña rusa.

Le he llamado para decirle que le aproveche y que sea feliz, pero que sepa que no habrá camino de vuelta y que no le perdonaría otra vez. Me quedé enganchada al teléfono un buen rato, no podía colgar. ¿Esperaba congelar ese momento? ¿O quizá encontrar algún sentido a aquello que estaba pasando? ¿Tal vez algún anestésico para el dolor? No lo sé… ¿Que me dijera que se equivocó, que no solo no quiere romper, sino que desea pasar el resto de su vida conmigo? Pero eso no es así. Cuanto antes lo acepte, mejor para mí.

Sinceramente, lo mismo me da si ha mentido o no, si me ha montado todo este numerito de víctima para romper conmigo porque sabía que no lo conseguiría de otra forma. Si es cierto todo eso que dice, que me quiere y se marcha porque no quiere hacerme daño, ¿por qué no lucha por mí? ¿Por qué no busca ayuda? Me prometió que lo haría. Terminé diciéndole que necesitaba recuperar mis cosas cuanto antes, mis fotos, mi ropa… Ya no podría soportar ni que me mire, me escuece. Y sobre todo, por si tiene prisa en meter a alguien en su cama, no quiero que haya nada. Ni mi foto, que sigue en la mesita de noche, quiero que sea testigo de lo que pase a partir de ahora en esa habitación.

El desgarro que me provoca este dolor ha hecho jirones mi corazón y mi cerebro. No puedo pensar ni sentir. Tengo lo sentimientos apiñados en una amalgama de amargura y angustia que me impulsa a vivir sin vivir, a estar muerta sin morir. Ya he llorado bastante. Tengo que mirar hacia adelante, cerrar esta puerta cuanto antes y tirar la llave al fondo del mar, donde no pueda recuperarla. Dan igual los motivos por los que Gonzalo no quiere seguir conmigo. ¿Cambiaría en algo el resultado? Pues eso.

Buenos días, Gonzalo. En estos momentos de vacío, en los que el dolor lo devora todo, en los que lo racional se convierte en irracional, lo objetivo en subjetivo y donde la realidad se nos presenta distorsionada, no encuentro mejor narcótico contra la amargura que descargar todo eso que se me quedó dentro. Infinidad de preguntas sin respuestas que buscan a la desesperada un poco de sentido y de lógica para volver a poner en orden mi mundo emocional. ¿Cómo me siento? Vacía, rabiosa, utilizada, pequeñita, estúpida, dolida, decepcionada, abandonada…, pero sobre todo siento una enorme y profunda tristeza.

¿Por qué? Porque a lo largo de estos tres años he invertido tanto en nuestra relación, tanto, que en este último mes pensaba que su cotización se encontraba en su punto más alto y ahora observo que has vendido mis acciones por un precio irrisorio y, como consecuencia, automáticamente han dejado de tener valor alguno. Me explico: en otras relaciones, en las que me entregué posiblemente menos, mis ex no continuaron conmigo. Uno porque llevaba treinta años casado y quería a su mujer por encima de todo, otro porque había dejado embarazada a la de turno… Casi siempre había alguna razón de peso. Que prefieran a otra mujer antes que a una siempre duele, pero si encima y para colmo me das a entender que estás esperando en la puerta del chiquero, preparado para llevarte a la cama a cualquiera que se te ponga por delante… Gonzalo, ¿dónde fue a parar tanta complicidad, tanta conexión, tanto cariño, tantas confidencias, tanto compartir fantasías, tanto respeto del uno por el otro, tantos proyectos de viajes, tantos mimos, tantos besos, tantas risas, tantos «te quiero», tanto amor en definitiva? ¿O quizá fue todo un montaje, un ensayo, un mal sueño?

¿Sabes? Creo que la ruptura ideal de una pareja se da con la muerte lenta y natural de la misma. La que se produce por el desgaste del tiempo y la rutina. No era nuestro caso. Es doblemente doloroso cuando tienes que matar al amor forzosamente, cuando no esperas a que se muera para enterrarlo. Por mi parte, en estos momentos no solo no sentía muerta nuestra relación, sino que la percibía más viva que nunca. Tu carta de hace tan solo una semana, previa a la de la despedida, me reafirmó esa creencia. No sé si por los efectos de tu depresión, pero nunca te sentí tan cerca, tan dentro. Todo eso me estimuló a sobrealimentar nuestra historia, creyendo al mismo tiempo que se consolidaba. No podía ni imaginar que te estabas indigestando con ella hasta que al final terminaste vomitándolo todo.

Ya te pregunté una vez, en otro de tus intentos por dejarme, que si tanto me querías ¿qué valores podrían estar por encima de la mujer de tu vida? Me dijiste que el miedo. Yo te he creído siempre. Era condición indispensable para seguir contigo y una excelente motivación para tirar de ti. Pero ahora me surgen tantas dudas respecto a la autenticidad de tu amor… Tenía entendido que eran tus miedos y fantasmas los que te obligaban a huir y mi comprensión, a que volvieras de nuevo. Ahora me ha dado por pensar también lo contario, que justo esos miedos te obligaron a seguir conmigo, porque ese tipo de miedos, además de paralizar, pueden ir en ambas direcciones. Es posible que cada vez que intentabas acabar conmigo me estuvieras pidiendo a voces que fuera yo la que te dejara. No sé si hice bien en insistir.

He intentado ser lo más respetuosa posible contigo y con nuestra relación, con tu espacio, con tus costumbres, con tu familia, pero sobre todo me he esforzado en no ser controladora, manipuladora ni posesiva. Dentro de lo que ambos pactamos, creo que nos hemos movido con bastante libertad. Pero no ha sido suficiente. Estás harto de repetirme que no tiene nada que ver conmigo y que me quieres tanto que me consideras la mujer de tu vida. No lo podré entender nunca y sobre todo me va a costar perdonar, si eso es verdad, que no hayas luchado lo más mínimo por mantenerme. ¿Qué valgo yo realmente para ti? ¿Qué valor les has dado a las relaciones sexuales que tú y yo hemos mantenido? Creo que se pueden catalogar de todo, menos de convencional y de poco creativas: sinceras, abiertas, desinhibidas, cómplices, pasionales… Seguro que se te ocurren algunos adjetivos más. Entonces ¿por qué es tan irresistible para ti? ¿Por qué me cambias por desconocidas a las que echarías unos cuantos polvos y ya está? Ciertamente, el sábado por la noche hablamos de un tiempo, de ver al psicólogo y esperar la evolución, pero el domingo por la mañana, cuando empezó a martillearme la cabeza la imagen de una tía cualquiera contigo, me salió de dentro la hembra primitiva que me impide desde entonces ver otra realidad, la única que solo puedo ver a través del cristal del dolor. ¿Cuál es la tuya?

De todo lo que llevo dentro es lo único que me sale ahora mismo. ¿Tendrás algunas de las respuestas que necesitan mis preguntas?

20 de julio

Ahora son las once de la mañana de este doloroso domingo. Llevo dos horas sentada delante del ordenador, buscando recursos para poder superar pronto esta ruptura. Para empezar, he sacado de una página de psicología una tanda de preguntas que a lo mejor me ayudan a encontrar respuestas y consuelo. De momento, sacando fuerzas para ir a casa de Gonzalo a recoger mis cosas. No puedo esperar un día más.

Ya pasó todo. Son las cuatro de la tarde y tengo los ojos como un sapo y la cabeza a punto de estallar. Dicen que los malos tragos cuanto antes mejor… y eso es lo que hice. Una eternidad esperar veinticuatro horas más, agonizando sin necesidad. Me llegué a su casa sobre mediodía. No estuve más de veinte minutos, el tiempo justo y necesario para recoger mis pertenencias y soltar las suyas. Tiré las bolsas en la cama, lo dejé todo amontonado. Desliar aquello le iba a llevar un buen rato. ¿No esperaría que se lo dejara todo colocadito en su sitio como hacía habitualmente? Cuando terminó de grabar mis fotos en el pendrive me vine a casa. No podía mirarle a la cara. Intentó abrazarme varias veces y no pudo, la coraza rígida que abarcaba mi cuerpo se lo impidió. Cuando por fin tuve valor le miré a los ojos y le dije que no le conocía ni le reconocía. Ya no puedo creer nada de lo que me diga. El castillo se me vino abajo y cuando intenté montarlo de nuevo me salió otro distinto. No entenderé nunca lo que ha hecho ni cómo lo ha hecho. Solo puedo comprender que me deja porque no me quiere, porque en caso contrario lucharía por mí y no ha movido un solo dedo. Eso me llevo puesto. Volvió con la cantinela de que si me quiere, que si no quiere hacerme daño, que si blablablá…

Para rematar la faena, me preguntó por una pastilla que guardaba en mi casa para la próxima fiesta nocturna. Se podía haber ahorrado la pregunta. Ahí tuvo muy poco tacto y se delató él solo. Le dije: «La he tirado. Es algo que yo no necesito». Me respondió furioso: «Pero yo sí. ¿Lo haces por joderme?». «No —dije yo—. Yo no quiero joderte a ti, pero tampoco quiero joderme yo. ¿Cómo pretendes que te dé facilidades para que puedas encamarte con otra? En ese caso, te las vuelves a comprar. Soy buena, no gilipollas».

Después de eso me abrió la puerta, cogí mis bolsas, me fue a besar y me retiré. De espaldas, esperando el ascensor, murmuré entre dientes: «Que tengas suerte». Cabizbajo, respondió: «Tú también». Aquí se acaba esta historia que empezó a mediados de abril de hace tres años y terminó ayer.

Seis de la tarde. Tengo tantas ganas de pasar página rápidamente que me acabo de abrir una cuenta en CITA2. No fue fácil poner un texto, hasta diez borradores conté. Ya sé que hoy no es el día, que debo esperar a que pase el duelo, pero para eso los dos meses no me los quita nadie y no puedo esperar. Tengo que acelerar el proceso. Todo esto es muy doloroso. Ahora el interrogante más grande que se me plantea es: ¿por qué quiero seguir y por qué me duele tanto terminar con un hombre que, por las razones que fuere, lleva intentando terminar conmigo desde hace tiempo? El problema lo tengo yo a todas luces. A ver si respondiendo a estas preguntas, que saqué de internet esta mañana, veo las cosas más claras:

-¿Qué creo que me impide salir del duelo? Realmente, no lo sé. Mi mente está enredada en un bucle de pensamientos obsesivos que van en una sola dirección: en busca de Gonzalo. Tanto si me veo con él como si le veo con otra, estas imágenes me torturan. ¿Adónde fue mi capacidad de razonar, indispensable para ordenar mi mente, serenarme y encauzar este duelo?

-¿Pensar que Gonzalo era único y que nunca conocí a nadie con quien pudiera hablar como con él? De eso no tengo dudas. Gonzalo ha sido el único hasta hoy con quien he podido dialogar abiertamente de casi todo.

-¿Creer que me aceptaba tal como soy y que le gustara tanto? Por supuesto. Ese ha sido, básicamente, uno de los motivos fundamentales por los que deseaba continuar con él. Tremenda la decepción que me acompaña desde entonces al descubrir que tanto no debía de gustarle, cuando ha decidido dejarme.

-¿La sensación de abandono? En esta pregunta me derrumbo y lloro con desconsuelo. La palabra abandono me hiere. No puedo evitar acordarme de esa niña a la que dejaron en la puerta de un internado cuando tenía seis años y que como consecuencia de eso posiblemente olvidara por completo los cinco puntos anteriores.

-¿Miedo y pereza a empezar otra vez? Ambos. Miedo a empezar de nuevo arrastrando complejos e inseguridades. Y pereza porque a lo largo de mi vida no he dejado de buscar pareja y no he dado con ningún hombre afín, que se quede conmigo y me haga feliz. Me frustra errar una y otra vez.

-¿A compararle con los hombres que vaya conociendo? Ahora mismo no creo que haya nadie que se le compare. Es posible que albergue la esperanza de que Gonzalo y yo volvamos a ser pareja. Ese pensamiento recurrente hace que disminuya mi dolor.

¿Quién lo sabe? Es posible que en mi fuero interno piense que debo luchar por alguien a quien quiero tanto y con quien he vivido una de las etapas más felices de mi vida. Es posible que todo eso sea lo que me impide asumir la realidad y vivir el duelo, absolutamente necesario para pasar página.

25 de julio

Esperando a Gonzalo. Desea hablar conmigo porque se siente muy mal. ¿Qué hago? Me muero por verle de nuevo. ¿De dónde saco esa fuerza que necesito para decirle simplemente NO? ¿Cómo puedo sentir tristeza y alegría al mismo tiempo? Estoy temblando…

26 de julio

Hola, Gonzalo. Después de pensar y reflexionar sobre todo lo que nos está sucediendo estos últimos días, considero que ha llegado el momento de tomar una decisión. Hasta última hora he estado esperando no se sabe qué. Tal vez una llamada tuya diciéndome que reconsideras todo lo que hemos hablado, que te lo has pensado mejor, que merece la pena luchar por nuestra historia. Pero no sucedió. Me quedé esperando hasta la fecha tope del plazo, que expira justo en el momento en que te envío esta carta. Como bien sabes, tengo una lucha encarnizada entre mi corazón y mi cabeza. Quiero exponerte lo que me pide cada uno y en función de eso te detallaré mis conclusiones.

Primero, mi corazón. Este me dice que te quiero, que ya nada volverá a ser lo mismo sin ti, que te dé otra oportunidad, que tú también me quieres. Me gusta imaginar que es así. Que me abra un paréntesis hasta que vea cómo evolucionas con la terapia, que de esta catarsis saldrás fortalecido, valorando por encima de todo nuestra exclusiva y genuina relación; y que, aunque manteniéndome un poco al margen, debo estar cerca de ti, apoyándote. Créeme si te digo que me habría gustado mucho que este trayecto final, el de buscar ayuda psicológica, lo hubiésemos hecho juntos, sin una ruptura de por medio. Estoy convencida de que nos habría hecho crecer mucho a los dos, individualmente y como pareja. En definitiva, todo esto me dicta mi corazón.

Segundo, mi cabeza. Esta me grita: «Ya está bien de sufrir gratuitamente». Me recuerda que, tanto si sigo contigo como si no, las heridas están abiertas, en pleno proceso de cura, y necesitan su tiempo para cicatrizar. Así que me aconseja: «Reacciona con lógica e intuición y analiza los hechos objetivos».

-El primer hecho objetivo, independientemente de su causa, es que tú ya no quieres estar conmigo. El simple hecho de que no lo tengas claro ya es significativo. La duda no hace más que confirmarlo.

-Yo no deseo estar con nadie que no quiera estar conmigo. Esto es cosa de dos. Me da pavor imaginar que te veas obligado a permanecer a mi lado.

-Tú me dices que soy la mujer de tu vida y que me quieres mucho, pero yo no lo siento así. Ya no me siento querida por ti. ¿Cómo puedo ser la mujer de tu vida y que desees salir corriendo a buscar a otra cualquiera? -Mi conciencia se queda más tranquila al haber podido hacerte ver que necesitabas ayuda y tener la posibilidad de proporcionártela. Sobre todo, después de entender que la depresión te la ha podido provocar la idea de enfrentarte conmigo para romper lo nuestro. A partir de ahora, lo que suceda con cada uno de nosotros será únicamente nuestra responsabilidad. -El amor no siempre puede ser incondicional. Tú tienes tus fantasmas y yo tengo los míos. Y además no son compatibles.

-Respecto a lo de ayer noche, ¿qué te puedo añadir? Seguramente, no fue buena idea que vinieras, pero por un lado estaba deseando verte y pensé que podías venir con ideas conciliadoras. Por otro, no tenía suficiente valor para decirte que no lo hicieras. Lógicamente, no estuve muy receptiva, ya no me sale. A medida que siento cómo te alejas la coraza se endurece. La situación me pareció muy extraña. Sencillamente, me dejé llevar. Esa es una de las diferencias que hay entre nosotros, o no sé si decir entre los hombres y las mujeres. Mientras que tú estabas entregado a la faena en plan animal, yo intentaba sacar algo de ternura para el recuerdo de un acto que podría ser el último.

No puedo ser tu amiga, Gonzalo. Lo siento enormemente, porque me gustaría tener un amigo como tú, pero mi amistad contigo solo tiene sentido si se desarrolla dentro de la pareja. Yo solo puedo ser y quiero ser la mujer de tu vida y la única. Es cuestión de lealtad, compromiso y confianza. Valores imprescindibles en una relación, tal como yo la entiendo. Te echaré de menos, mucho... Tantas y tantas cosas que solo tú y yo hemos vivido...

Gonzalo, deseo de corazón que Marta, la psicóloga, pueda ayudarte al menos a convivir con tus miedos sin que se desestabilice tu vida, o bien a desterrarlos con la finalidad de que sigas hacia delante, pero no huyendo. Ya tengo preparada la carta que me pidió sobre lo que pienso de ti.

Me consta que mantenerte firme en terminar con lo nuestro no te habrá resultado fácil. Deben de ser muy poderosas tus razones aunque yo no las entienda. Si has decidido afrontar solo o en compañía de otras lo que sigue del camino, no te lo voy a poner más difícil. Espero que mi decisión contribuya a que te puedas sentir libre de presiones, de incertidumbres. Desde este punto ya no estás obligado a darme más explicaciones. Se te abre la veda, con la consiguiente licencia de caza. No debes temer a lo furtivo ni a que te multen por ello. Ya estamos ambos fuera de la vida del otro.

Solo me resta pedirte un favor. Probablemente iré yo también al psicólogo. Me gustaría que me hicieras una lista como la que yo te hice a ti, recalcando especialmente lo que no te gustaba de mí o los aspectos en los que podría mejorar. Necesito que me confirmes que hubo mucho bueno entre nosotros. Ayuda a desterrar la sensación de fracaso. Seguro que algún día reconoceré todo lo positivo que me ha aportado esta relación y te recuerde con cariño. Ahora toca echar a andar sin mirar atrás y dejarse seducir por alguien interesante que me valore en la medida que yo necesito y desee acompañarme en el camino. Adiós, Gonzalo.

Esta es la carta que envié a Marta. Ojalá le pueda facilitar en algo su trabajo para conocer y tratar a Gonzalo:

Estimada Marta:

Tal como acordamos, paso a relacionarte algunos aspectos de lo que conozco de la vida de Gonzalo y de su relación conmigo que espero que te sean interesantes para tu trabajo. Intentaré ser lo más objetiva posible, aunque con el tema de la ruptura no sé si lo voy a tener fácil.

Primero, te voy a enumerar sus cualidades:

-Es un hombre muy inteligente, autodidacta, trabaja como informático y apenas consiguió terminar la EGB. Es decir, él solo se buscó los recursos y estudió toda una carrera con sus propios medios.

-Habla varios idiomas.

-Sociable y servicial.

-Divertido y risueño (se ríe mucho y tiene una risa franca).

-Generoso y respetuoso.

-Buen conversador.

-Bastante tolerante y con empatía hacia el dolor ajeno.

-Cariñoso y zalamero. -Conciliador y pacífico.

-Mentalidad muy abierta.

Segundo, sus aspectos negativos:

-Desordenado.

-Poco disciplinado (no tiene horarios, casi todo lo hace cuando le apetece y sobre la marcha, vive prácticamente improvisando).

-Caprichoso. Consigue lo que se propone o se le antoja. Se cansa y lo deja hasta la próxima (me temo que yo estoy en ese lote).

-No se lleva bien con la rutina.

-Impulsivo.

-Insatisfecho casi permanente.

-Tendencia a sentirse culpable.

-No le gusta que le halaguen, que le hagan regalos.

-Actitudes compulsivas (comer, compras, sexo...).

-Pasa muchas horas delante de la TV y del ordenador.

-Expresa a menudo «tenemos que…», «te llevaré a…», «haremos…», cuando quiere decir «me gustaría hacer, tener… contigo». Pero todo se queda en deseos. Pocas veces se llevan a la práctica ni se materializan. -En ocasiones inseguro y con difícil autocontrol.

-Temeroso de lo que puedan pensar los demás de él.

-Tendencia a ocultar la verdad.

-Ante un problema reacciona tarde. A veces mira hacia otro lado y espera que se solucione solo.

-Se ve y se siente feo.

-A veces se autocastiga llamándose mala persona, golfo y dañino.

Adjuntas a esta nota te incluyo también las dos últimas cartas que me envió. La primera, el 9 de julio, donde me decía que era la mujer de su vida. Algo más de una semana después, el 18, la carta de despedida. No sé si te servirán de algo.

Nuestra relación ha sido de todo menos convencional y yo considero que bastante libre. Nos conocimos por Internet. Hemos trabajado y hablado hasta cansarnos para hacerla a nuestra medida, sin perdernos nunca el respeto. Al menos eso creía yo. Hay un escollo importante entre nosotros: el concepto fidelidad no tiene el mismo significado para ambos.

He salido muy tocada de esta historia. Independientemente de la ruptura, tengo mi crisis particular. Seguramente le pediré consulta a Ricardo porque yo también necesito ayuda. Bueno, seguramente me dejaré infinidad de cosas en el tintero. Si necesitas algo más de mí, estaré en casa. Saludos y gracias.

27 de julio

Hola, Gloria. Te envío esta carta porque hablar siempre nos funcionó bien y ayer realmente no podía. Lo siento, estaba simplemente muerto. A pesar de ello, me di buena cuenta de que ir a verte fue un error. Tendría que haberme quedado en mi casa. Si ya estabas orientando tus ideas, solo faltaba que yo te las descolocase de esa manera. Lo siento. De veras que lo siento.

Nunca te he mentido y ayer tampoco. Cuando comentábamos las razones por las que había ido te hablé con franqueza, me gusta hablar contigo. Y otras cosas menos prosaicas, claro... No funcionas así, no puede ser. Evidentemente, era un tanto egoísta por mi parte.

Gloria, entiendo bien todo lo que me dices. Me hubiera gustado decirte alguna cosa esperanzadora, pero contigo soy especialmente serio en esas conversaciones. Imagino que así seguro que no hay esa posibilidad. Y no sé qué decirte. Siento que no podamos ser amigos; no es una sorpresa, siempre me lo dejaste bien claro...

No me gustaría imaginarte en los brazos de otro hombre ni imaginar que otro pueda darte, a nivel de conexión, lo que tú y yo nos dimos. Eso escuece y esto es un poco triste. Gloria, simplemente eso. Lo siento.

28 de julio

El mes de julio ha sido incendiario. Menos mal que está a punto de terminar. Nefasto, emocionalmente hablando. Desde el día 19, cuando pisé la casa de Gonzalo por última vez, han pasado unas cuantas cosas. La primera, un correo de Gonzalo muy cabreado. Me reclama la cámara de fotos y la radio del coche. Se enfadó cuando vio que le borré de todos mis contactos. ¡Ajo y agua! Luego mi carta, donde le escupí todo lo que sentía: rabia, dolor contenido y muchas preguntas. Hablamos por teléfono de esa carta. Le vi tan mal que quedamos en acudir al psicólogo. El día 22 le vieron en consulta. Yo pude intervenir al final. Lo que más me llamó la atención fue que cuando salimos de allí Gonzalo pensó y me comentó que seguiría viniendo si le ayudaba a arreglar su problema con la fidelidad. Me enternecí y volví a tener un poco de esperanza, aunque recuerdo que de todo lo que se habló se me quedó grabado que lo de seguir conmigo no lo veía claro. Otro jarro de agua fría.

Pasó el fin de semana, Gonzalo se fue a las Alpujarras y el domingo por la noche vino a mi casa con un cuelgue del demonio. No durmió nada y se lo bebió y se lo fumó todo. Yo estaba preparando la carta definitiva de despedida. Me estaba dando un plazo para enviársela, esperando un milagro. Esa noche solo vino a echarme un polvo en plan salvaje. Yo estaba con la coraza y el careto, pero cualquiera le dejaba irse en ese estado. Me tiró en la cama, yo me dejé. Intenté arrancar algún momento de ternura; sabía que podría ser la última vez. No dormí apenas. Ya muy temprano me abracé a él. No se enteró de nada. A la hora de levantarse ni desayunó; se quedó sentado en el sofá, esperando quizá que le diera una palmadita en la espalda y que le ofreciera mi amistad, que también venía buscando, entre otras cosas. «Necesitaba a la amiga», eso me dijo. A las siete de la mañana le dije que se fuera y se marchó. Ya no le vi más, ni le veré, así que me quedé llorando desconsoladamente. Me envió un correo diciéndome que sentía mucho haber venido.

29 de julio

De nuevo hablé con Gonzalo. Le pregunté por los problemas que tenía y que no quería contarme por no hacerme daño. «Gloria, mi problema es que lo mismo estoy arriba que abajo. La ansiedad no se me va. Y si te dejo es porque me gusta coquetear, cada vez se me da mejor, y eso no es compatible contigo. Por el respeto que te tengo, es mejor dejarlo. Por favor, no cierres la puerta del todo. No te puedo dar esperanzas, pero me encantaría que siguiéramos siendo amigos. Podemos seguir hablando de muchas cosas. No necesariamente de las conquistas, porque escuecen, claro…». Queda muy bien eso de seguir siendo amigos, pero yo no lo veo mientras siga teniendo sentimientos de pareja.

3 de agosto

Justo hace una semana que Gonzalo y yo no nos vemos. Cada día se hace más doloroso, porque además la comprensión y el buen entendimiento se van evaporando. Todo se vuelve más frío y los motivos de por qué Gonzalo terminó conmigo cada vez se ven más superficiales y como consecuencia de eso llego a la conclusión de que quererme me ha querido poco o nada.

El sábado, estando en Mérida, me envió un SMS diciéndome: «Estaba mirando tus fotos. ¡Qué guapa estás en todas las que te hice el último día! Me siento tan triste. ¿Te puedo llamar? Necesito hablar contigo».

Vuelta a abrir la herida. Cada vez que hace acto de presencia empieza de nuevo mi duelo. Imaginé que estaría melancólico. Le contesté a las tres horas; quise tenerle un rato pendiente del teléfono: «A menos que pienses volver conmigo, no me llames más. Aprecio tu buena intención, pero no me ayuda». Contestó diciéndome: «Lo siento, estoy de bajón. Perdona, no quiero fastidiarte más».

En fin, ya no hay más. Incluso es posible que no me envíe la lista para el psicólogo. A día de hoy no se ha tomado siquiera la molestia de hacerla. Eso nos diferenciaba, la predisposición a hacer algo el uno por el otro. Él casi siempre iba a remolque.

Ahora estoy en la fase de fantasear. Imagino que cuando menos lo espere volverá. Le veo llorando por los rincones, acordándose de mí y pensando en el patón que ha metido y en si le compensará haber elegido la aventura. Esos pensamientos me alivian un poco, pero tengo momentos en los que lo que me bulle por la mente es algo muy diferente, que me castiga y me envenena: me lo imagino eufórico, alegre, regalándole el oído a cualquier tía, incluso metiéndole mano y directamente revolcándose en la cama. Al final termino vomitando. La tristeza me invade cuando pienso que ya no tengo a quien decirle te quiero ni que me lo diga a mí, a quien acariciar ni que me acaricie, con quien hablar, hacer proyectos, viajar… Que cuente conmigo, que me considere la mujer de su vida.

7 de agosto

Sin novedad. Pasó la semana. No he vuelto a saber de Gonzalo y tiene pinta de que la cosa no va a cambiar. Tengo que convencerme de que ya no llamará más. Y si llama he de estar preparada, porque tendría que decirle que es tarde, que no hay vuelta atrás. Sinceramente, me gustaría darme esa pequeña satisfacción. Una pequeña revancha. No debería salirle «gratis» este doloroso y tenebroso vacío en el que me ha dejado suspendida.

Ayer hablé con su madre, la llamé para despedirme. Me dio ánimos y me dijo que su casa estaba abierta para cuando quisiera. Lloré, era inevitable. Le pedí que estuvieran encima de Gonzalo, que necesitaba ayuda. Me dio las gracias. No quise extenderme más de la cuenta. ¡Joder! Ojalá pase el tiempo pronto y me llame el psicólogo. A ver si vomitándolo todo me siento mejor, porque la tentación de levantar el teléfono es muy grande. Pero no lo haré; luego me puedo arrepentir, porque… ¿y si no está? ¿Y si está y no lo coge? ¿Y si está, lo coge y no está solo? ¡Me muero…! ¡Ni pensarlo!

11 de agosto

Hoy es un día de bajón total y rastrero. Seguro que las hormonas están haciendo de las suyas. Siento ahogo y mucho desconsuelo. Gonzalo no solo no volverá, sino que ya debe de haberse dado algún que otro revolcón y eso me saca de quicio. Me siento tan ninguneada, tan despreciada. ¿Por qué me tengo que sentir así? Cada día que pasa las esperanzas se desvanecen irremediablemente y el intento de olvido se hace insoportable y eterno. Me levanto pendiente del teléfono y me acuesto igual. Él no va a volver. No quiero demostrarle debilidad, pero necesito oír su voz. La echo tanto de menos…

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