Kitabı oku: «Nuestro amor en primicia», sayfa 2
Sobre las siete de la tarde, ya tenía a mi hijo bañadito y cenado, pues él dormía pronto, como muy tarde a las nueve. Lo dejé en brazos de mi madre mientras yo me puse a buscar qué ponerme. Saqué toda la ropa y no había nada que me pareciera lo mejor para la cita.
—Cariño, ese vestido es precioso —dijo señalándome el de color negro.
Arrugué la nariz y negué. La verdad no quería ponerme vestido en una primera cita y yo era más de pantalones, así que, sin más, cogí el negro ajustando y lo conjunté con una blusa en color verde agua que me llegaba a las caderas, me calcé mis sandalias de tacón y tras maquillarme, cogí mi bolso y caminé hasta mi hijo y le di un beso en el moflete, dejándole marcada la mejilla de color rojo. Sonreí y me di una vuelta para que mi madre me viese bien y cuando me dio su aprobación, aunque no me hiciera falta, salí al salón con ella detrás.
Cuando me iba a despedir de mi padre, el timbre sonó y los nervios entraron en mi cuerpo con tanta intensidad que pensé no abrir y volver a encerrarme en mi habitación. Mi madre me instó con la mano para que abriera y cuando lo hice, mi corazón se paralizó.
3
Lucía
Mis ojos se abrieron con demasía, mi corazón comenzó a latir desbocado y mi semblante cambió de color en cuanto sus ojos se abrieron y me miraron. Sergio estaba frente a mí, mirándome de arriba abajo, haciendo que mi cuerpo temblara con solo eso. No sabía por qué había venido, justo ahora, justo en este momento y el miedo entró en mi cuerpo cuando escuché a mi hijo reírse por algo que había visto o escuchado.
—¿Qué haces aquí? —Titubeé.
Mi padre se acercó y al ver quién era, le hizo una señal a mi madre para que entrase en la habitación para que Sergio no viera al niño.
—¿Podemos hablar? —Negué—. Por favor, Lucía. —Su voz sonó apagada, destrozada.
¿Qué quería? Si seguía haciendo estas cosas, jamás iba a poder rehacer mi vida. Tragué saliva a la vez que miraba a mi padre y se encogió de hombros. Salí de casa y la cerré. Total, en unos minutos me iría, pues Pablo estaba a punto de llegar. Sergio estaba frente a mí, a unos cortos centímetros, provocando que mi cuerpo se erizara con solo tenerle cerca, pues reconocía quién era. Cogió mi mano e intenté soltarla, pero no me dejó y tiró de mí hasta pegarme a su cuerpo y sin que me lo esperara, me besó con brusquedad. No quería, no debía besarle, pero eso me lo decía mi parte racional. Y maldije al saber que escucharía a mi parte emocional. Sergio me apretó con fuerza, intentando meterme en su interior, pero no pudo, porque al final abrí los ojos al recordar que esa boca ya había besado a otra que no era yo, al recordar eso que su hermano me dijo, al entender que eso no iba a volver a pasar. Me solté de su agarre y le di un guantazo con tantas ganas, que hasta la mano me dolió.
—No vuelvas a besarme en tu puta vida —le amenacé.
Sergio me miró incrédulo, por un momento parecía haber pensado que le abriría los brazos y haría como si nada hubiese pasado y no, estaba equivocado. ¿Estaba loco? ¿Cómo se le ocurría venir después de más de un año y besarme? En definitiva, el haber elegido otra vida le afectó el cerebro.
—Lo siento —se disculpó—. Sé que fui un gilipollas que se dejó llevar por unas obligaciones que no me correspondían y por eso te perdí, pero si tú me lo pides lo dejo todo, Lucía.
Sus palabras me arañaban el alma. Venían tan tarde, tan desesperadas. Aun así, no aceptaría nada de lo que me pidiera, ni mucho menos le daría una mísera oportunidad, él no lo hizo conmigo.
Sus ojos estaban clavados en los míos, mirándome de esa manera tan especial que me volvía loca. Un día pensé que, si volvía y me pedía perdón, le iba a perdonar. Ese día había llegado y, aunque pareciera mentira, no sentía más que rencor. Estaba claro que mis sentimientos hacía él siempre iban a estar ahí, pero los había escondido tan profundamente que en este momento no sentía nada.
—No.
—Por favor. —Se arrodilló—. No puedo vivir sin ti. Este tiempo ha sido una tortura... no sabes lo que te he necesitado, lo que te necesito.
—Levántate, Sergio. Estás haciendo el ridículo —espeté reprimiéndome, reprimiendo las ganas de abrazarle y hacer que desapareciera ese dolor en su pecho.
Se levantó y se secó las lágrimas con el puño de su camisa. Me fijé en su rostro. Había cambiado mucho en el tiempo que no lo veía. No era lo mismo verle en revistas que en persona y el Sergio que tenía delante, no era el mismo que un día me prometió amor eterno.
—Te querré eternamente ¿recuerdas? —Suspiré—. Yo no lo he olvidado y el amor que siento por ti es aún más fuerte que antes, mucho más —declaró.
Estuve a punto de flaquear, a punto de aceptar lo que me pedía, de hacerle ver que yo también le quería. Entonces Pablo llegó justo en ese momento y prácticamente me hizo ver que el destino me tenía preparada otra cosa, otra vida, una en la que Sergio no era el protagonista. Sin decirle nada y bajo su atenta mirada, me acerqué a Pablo y le di un beso en los labios. No se lo esperó, claro que no y seguramente cuando estemos a solas, me dirá que estoy loca, pero era eso o caer en las garras de Sergio Fisher.
Al separarnos, Sergio nos miró enfurecido, aunque más bien me miraba a mí. Pablo se quedó perplejo, aunque pronto se dio cuenta de quién estaba frente a nosotros.
—Un momento. ¿Eres Sergio Fisher? —Preguntó. Mas él no respondió—. Sigo todas tus columnas, lo que estás haciendo con la asociación de mujeres maltratadas aquí en España, es algo impresionante.
Fruncí el ceño al escuchar eso, pues no tenía constancia de esa labor, de lo que hacía. Realmente cuando veía la portada de la revista, en donde estaba cada semana con una mujer diferente, la tiraba a la basura sin leer nada más, por eso no me había enterado de nada.
Sergio asintió y se relajó, aunque seguía escrutándome con la mirada, haciéndome sentir culpabilidad.
—Soy Pablo. —Le extendió la mano y Sergio la estrechó—. ¿De qué os conocéis Lucia? —Dijo mirándome.
—Es mi novia —respondió Sergio por mí. Yo me cabreé ante su respuesta.
—¡No somos nada! —Exclamé alzando una ceja.
Estaba aguantando demasiado y lo único que quería era salir de aquí y perderle de vista. De pasar una primera cita preciosa en la que Pablo me traería de nuevo a casa de madrugada y al despedirnos, me daría ese beso que ya le di yo por adelantado.
—Oh. Lucía si quieres quedamos otro día —murmuró Pablo cogiendo mi brazo con delicadeza. Yo comencé a negar eufóricamente.
—No, Sergio ya se iba ¿verdad?
—No, no hasta que me des una respuesta.
—La respuesta en no, Sergio. Fue un no hace más de un año y sigue siendo un ¡NO! —Aseguré alzando la voz.
Ya estaba harta, ya no podía más. No quería verle más, no hasta que mi corazón se diese cuenta de que no volvería a amarle como lo hacía, que no volvería a latir como lo estaba haciendo con su cercanía, con el beso que me robó hacía apenas unos minutos. Quería que se fuera, que desapareciera de una vez por todas de mi vida y esta vez tenía que ser para siempre.
Al ver que lo decía con decisión, que nada ni nadie me haría cambiar de opinión, se dio la vuelta y comenzó a caminar hasta el ascensor, donde, tras echarle una última mirada y decirme esas malditas palabras que tanto me dolían; te querré eternamente, se metió y nos miramos por última vez durante los segundos que tardó en cerrarse las puertas del ascensor.
Respiré con dificultad, mi cabeza no dejaba de pensar, de imaginar lo que pasaría si fuera tras él y le dijera que sí, que le perdonaba y que era padre. Pero no podía, debía mantenerme firme en mi respuesta, en mi decisión. Mi tranquilidad y la de mi hijo dependían de ello.
Pablo seguía mirándome, aunque al llegar vi algo de ilusión en sus ojos, ahora era otra cosa, era como si se sintiera engañado y no tendría por qué sentir eso, ya que ni siquiera conocía mi historia con el Sr. Fisher. Así lo llamaba cuando nadie sabía que había estado en mi vida, que era mi primer amor y que sería el último.
—¿Estás bien? —Preguntó acercándose a mí.
Negué mientras me encogía de hombros y una estúpida lágrima salió de mi ojo derecho, respondiéndole a la pregunta. Pablo se acercó y me abrazó, pasó sus brazos por mi cintura y me pegó a su cuerpo. Podría pensar que el beso lo confundió, pero lo que me hacía sentir era un apoyo, una amistad, una confianza que sabía que no podría tener con nadie más. Pablo se iba a convertir en alguien muy importante en mi vida, lo sabía, lo deducía con solo mirarle.
Esa noche, me llevó a un lugar tranquilo, a un lugar donde me desahogué de una manera que jamás hice con nadie. Le conté toda mi vida, lo que sufrí y lo que Sergio me hacía sentir cuando estábamos juntos. Ciertamente jamás me habría imaginado contándole a Pablo mi pasado, un pasado que parecía querer volver constantemente. Solo una cosa no le conté y era la noche que el hermano de Sergio me llamó.
—Hija, es para ti —anunció mi padre entrando en mi habitación.
Había escuchado el sonido del teléfono, era las once de la noche y la verdad no me preocupé, pues a veces mi tía Sara llamaba a esa hora. Desde las cinco de la tarde me mantuve encerrada, pues fue cuando la prueba de embarazo me afirmaba lo que tanto me estaba costando aceptar. Estaba embarazada de un hombre que no estaba y que no tenía claro si iba a volver. Sergio debía de haber vuelto hacía ya unas largas semanas, pero ni siquiera me llamó para decirme el motivo de su ausencia y ahora, ahora cómo le decía que seríamos padres. Yo solo tenía diecisiete años y no sabía nada de la vida, solo tenía ojos para el amor de mi vida, ese amor que ahora no estaba tan segura de que sintiera lo mismo que yo.
Mi padre me extendió el teléfono y solo su ceño fruncido me preocupó.
—¿Quién es? —Le pregunté.
—Será mejor que lo compruebes tú misma.
La dura voz de mi padre me puso en alerta, aunque, a decir verdad, él estaba un poco enfadado conmigo por haberme quedado embarazada a tan corta edad, pero ¿qué podía hacer ahora? Cogí el teléfono con manos temblorosas y respondí. Una voz que no conocía comenzó a hablarme. Su voz era fría y sus palabras aún lo eran más.
—Tienes que dejar que siga con su vida y en esa vida tú no cabes, Lucía —me pidió Nick, el hermano de Sergio.
Mis lágrimas vinieron con fuerza, con tanta fuerza que, si tuviera a ese tipo frente a mí, no sabía qué haría.
—No sé por qué no me llama él en vez de mandarte a ti.
—Porque prefiere que no sufras, pero créeme, él no te quiere y en este momento está con otra mujer, porque ella sí es una mujer y no una cría como tú.
—No voy a permitirte que me hables así. Dile a Sergio que se ponga, necesito contarle algo muy importante… tiene que saberlo —pedí entre sollozos.
Me estaba muriendo, me estaban arrancando el corazón y tirándolo a la basura de una manera desgarradora. Nick, se negó y me pidió saberlo él mismo. No quería tener que confesarle a una persona que no le importaba nada ni nadie, que sería tío, ¿Y si lo rechazaba? ¿Y si decía que no era de Sergio? Yo jamás estuve con alguien que no fuera él. Sergio fue el primero en todo, en enamorarme, en hacerme el amor y en destrozarme.
—Estoy embarazada —declaré. Las palabras habían salido de mi boca prácticamente solas.
—Pues te recomiendo que abortes, pero mi hermano no puede saberlo. Además, seguramente no es suyo y si lo es, no se hará cargo. Tú verás lo que haces —escupió con asco—. Una última cosa y espero que me hagas caso. Espero que seas lista y le dejes en paz, mi hermano no te necesita y mucho menos te quiere ¿queda claro?
—Más claro que el agua.
Y colgué o él colgó. Ahí se cortó la comunicación y yo, tras tirar el teléfono contra la pared, haciéndolo añicos, me tumbé boca abajo y escondiendo mi rostro en la almohada, lloré como jamás en mi vida lo había hecho.
Los recuerdos eran muy dolorosos, tanto, que, con solo escuchar su nombre, mi corazón latía desbocado, pero no por amor, eso hacía tiempo que sabía que él no sentía, aunque quisiera hacerme ver esta noche que sí. Si no, porque me dolía, sangraba y la herida que prácticamente estaba consiguiendo cerrar, se abrió en canal al escuchar sus malditas palabras, al sentir sus estúpidos labios contra los míos. Comprendí que jamás iba a dejar de amarle, que Sergio sería el primer y último hombre que entraría en mi corazón, en mi organismo, haciéndolo suyo por completo. Por mil hombres que se cruzaran en mi camino, ninguno sería él… Yo, siempre lo recordaré y amaré.
4
Sergio
Un año después.
Podría pasarme la vida entera recordando aquella vez que la vi, como sus labios se pegaron a los de aquel tipo que luego alabó lo que hacía. Encima parecía buen tío, uno que sí sabría valorarla. Ahora me encontraba a las puertas de una iglesia donde ella estaba a punto de darle ese sí quiero que debía ir para mí. ¿Por qué tuve que aceptar esta maldita vida? ¿Por qué dejé que me la arrebataran? ¿Por qué sigo buscándola? Estaba cansado de tanto seguirla, de seguir tratando de acercarme a ella cuando ya me había olvidado. Lucía estaba casándose con el hombre del cual ni siquiera recordaba su nombre.
Y no sabía si podría acercarme e interrumpir algo que a lo mejor lo único que iba a darme, era la realidad de todo. Y eso era que la perdí, que ella ya no era mía y que nunca más la iba a poder tocar, abrazar y mucho menos hacerla mía como tantas noches había soñado.
La amaba con todo mi ser, con todo el maldito corazón que he querido endurecer, pero que con su simple recuerdo se volvía el más débil de este mundo.
—Pablo Alcázar. ¿Aceptas como esposa a Lucía Lago?
La pregunta del Cura fue lo que me hizo despertar de mi trance. Mis ojos no se despegaban de ella, de toda ella. Estaba tan hermosa con ese vestido blanco. Siempre la imaginé caminando hacia el altar, donde yo la esperaba con una amplia sonrisa. Era tan guapa, tan perfecta. Suspiré cuando escuché el sí de ese tal Pablo y como ella sonreía plácidamente, aunque no era la sonrisa que a mí me regalaba, esa que irradiaba felicidad. Parecía contenta, pero no feliz.
—Lucía Lago. ¿Aceptas como esposo a Pablo Alcázar?
Ella se quedó callada, anclada al suelo o eso fue lo que me transmitió. Su cabeza se movió despacio, buscando a alguien con la mirada, hasta que me vio, sus ojos se clavaron en mí. No era a mí a quien quería ver, su gesto me lo demostró, pero tampoco dejó de mirarme. Por un momento pensé que lo dejaría todo y correría hasta mis brazos, pero no, no lo hizo y dejó de mirarme para mirarle a él, a ese tipo que esperaba una respuesta ansioso.
—Sí, quiero… claro que quiero —respondió y mi mundo cayó al suelo.
No volvió a mirarme y lo último que vi, fue como se besaban, sellando con eso su amor. Me di la vuelta y salí de esa iglesia tan grande y pequeña a la vez. A mí me ahogaba estar encerrado ahí mientras los veía felices.
Me subí al coche y conduje hasta el hotel donde me esperaba mi hermano. Teníamos una reunión muy importante con una revista española, aunque el dueño era alemán, pero llevaba en Madrid unos años. En principio ese fue el motivo de mi regreso, pero llamé a casa de Lucía para hablar con ella, para saber de ella y me respondió su padre. Ese hombre me odiaba y no lo culpaba. Él fue quien me dijo que se casaría y el lugar. Creo que lo hizo para hacerme ver que ya la había perdido o puede que con eso pusiera a prueba a su hija si yo le pedía que no se casara. No lo sabía, el caso era que ya se casó y que no había nada que podía hacer.
Cuando llegué al hotel, mi hermano me esperaba en la puerta. Me cabreaba que tuviera que estar tan pendiente de mí y mi vida, cuando la suya era una puta mierda. Claro, por eso no se aguantaba ni él. ¿Quién iba a quererle con ese carácter?
—Hasta que llegaste. ¿Dónde estabas? Seguro que fuiste a buscarla ¿me equivoco? —Se interesó. Lo asesiné con la mirada, sinceramente no estaba para que me tocase los huevos.
—Pues sí, fui a verla, pero tranquilo que se cumplió tu deseo.
—¿A qué te refieres?
—No volveré a buscarla, ya no es mía —anuncié con el corazón estrujado.
—Nunca lo fue, Sergio. Solo era la ilusión de un adolescente, pero creciste y tienes obligaciones que atender, como la reunión con la revista Meyer —ignoró por completo mis sentimientos, como siempre.
—Me importa una mierda esa revista, ya lo sabes. Pero sí, ya he crecido y tengo que sacar adelante la empresa a la que me habéis obligado elevar.
—Vamos, no te quejes tanto.
Comenzamos a caminar y entramos en el restaurante del hotel Villa Manga, donde el Sr. Meyer, nos esperaba junto con una mujer rubia bastante guapa. Aunque ninguna se comparaba con ella; joder, dejar de pensar de una vez en Lucía, pensé. Imposible, jamás iba a olvidar el momento de ese sí quiero, ni mucho menos cuando me miró y aun así se casó. Sus ojos no me miraban de la misma manera, con ese amor que decía que me tenía y que yo mismo jodí.
—Buenas tardes, disculpen la espera —saludé a Jackson Meyer y a su hija Penélope.
Cuando la vi de cerca, sí la reconocí. Era una modelo muy famosa en Alemania y para qué negarlo, era muy guapa. Nos sentamos y noté como ella me miraba y sonreía de una manera extraña, aunque dulce.
—Entonces ¿a qué debo esta reunión? —Preguntó Jackson sin tapujos.
—Vaya, directo al grano —respondí con seguridad.
Eso fue lo que le gustó a mi hermano de mí, la seguridad que siempre desprendía y que aprendí de mi abuelo. Cuando comencé, la empresa estaba casi en banca rota y la elevé como la espuma, llevándola a lo más alto en menos de un año. Siendo sincero, estaba ahí, por mi esfuerzo y trabajo, porque si fuese por mi hermano, no existiría Fisher Enterprise.
—Me gustan las cosas claras desde el principio, Sr. Fisher.
—Por favor, llámame Sergio.
—Bueno, pues entonces nos tutearemos —anunció. Yo asentí—. Quiero presentarte a mi hija Penélope, aunque creo que sabes quién es ¿cierto?
—Sí, la verdad es que una mujer tan bella no se olvida fácilmente. —Ella se ruborizó mostrándome una sonrisa.
Mi hermano pasó a un tercer plano en la conversación y no le importó, siempre era así. Él gestionaba mi vida y luego a la hora de trabajar, no se metía, dejaba que yo hiciera lo que mejor sabía hacer, negocios.
Las horas fueron pasando y la verdad era que el Sr. Meyer era bastante terco y testarudo, pero yo lo era aún más y tras cuatro horas de reunión, enseñándole nuestros balances durante todo el año, me dijo que lo iba a pensar. Al menos, no dijo que no. Comenzamos a cenar, porque había llegado la hora y ni siquiera nos habíamos dado cuenta, así que ya nos quedamos cenando, aunque sin hablar de negocios.
—Bueno, Sergio ¿y estás casado? —Preguntó Jackson sorprendiéndome.
La verdad es que no me esperaba esa pregunta. Miré a su hija, la que seguía sonrojada y que, suspiró cuando su padre me insistió en la pregunta. Mi hermano me dio un codazo y carraspeé para aclararme la garganta. Tomé un sorbo de mi copa de vino y miré de nuevo a Jackson.
—No, no estoy casado. —Sus ojos se abrieron a la vez que su ceja se elevaba—. Pero tampoco quiero compromiso de momento. Estoy muy bien solo, gracias.
—Bueno, pero llegará el momento en el que quieras formar una familia y…
—No, no llegará ese momento. Si me disculpan. —Me levanté y salí del restaurante.
Me cabreó la manera en la que me estaba intentando endosar a su hija, porque para eso me preguntó y no, no pensaba dejar que lo hiciera. Jamás me casaría con esa mujer, con ninguna mujer. Sabía que era una estupidez, que algún día debía olvidarla, pero no podía, no era tan fácil y no sabía si algún día lograría conseguirlo.
Subí a mi habitación y me senté en el balcón con una botella de ron en la mano. Sorbo a sorbo, fui vaciándola, quemando mi garganta cada vez que el líquido pasaba por ella. No me importó, no me dolió en los más mínimo, más me dolía recordarla e imaginarla en los brazos de ese hombre que seguramente en este momento la estaría amando como debería estar haciendo yo en su lugar. Deseché la idea en cuanto su cuerpo desnudo se cruzó en mi mente. Estampé la botella contra el suelo y me levanté enfurecido en busca de otra para volver a beber. Quería perder la conciencia, olvidarme de todo y dormir para siempre o al menos, hasta que mi mente hubiera olvidado todo.
Por la mañana, me desperté desorientado. Mi cabeza comenzó a latir fuertemente a la vez que escuchaba como alguien aporreaba la puerta. Estaba seguro de que era mi hermano. Caminé hasta ella y la abrí, dejándome ver a un Nick muy cabreado, aunque no me importara demasiado.
—Eres el tipo más estúpido que he visto en toda mi vida —dijo nada más cruzar la puerta.
—Buenos días a ti también, hermano —ironicé.
Nick alzó una ceja y bufó cabreado. No sabía exactamente qué era lo que había hecho ahora para que estuviera así y la verdad tampoco tenía intención de preguntarle, de todas maneras, me lo iba a decir igualmente. Caminé hasta la mesa donde me serví un vaso de agua y me senté en el sofá a escuchar lo que tenía que decirme. Siempre era igual. ¿Qué más daba ya?
—Anoche le hiciste el peor desplante que se le puede hacer a Jackson Meyer.
Seguí mirándole sin responder, me daba igual lo que tuviera que decirme y mucho menos lo que pensara, pues haría lo que me diese la gana.
—¿No piensas decir nada? Has dejado escapar a esa pedazo de hembra por gilipollas —escupió levantando las manos.
Al escuchar eso sí que me levanté y lo encaré, me puse ante él y lo empujé fuerte hasta pegarlo a la pared. Nick me miró desafiante, pero eso no hizo que parase y mucho menos que me quitaría el cabreo que con tan solo unas malditas palabras se habían instalado en mi cuerpo.
—No, la pedazo de hembra que he perdido se llama Lucía y fue por tu culpa. ¡Por tu maldita culpa! —Grité cogiéndole por el cuello de la camisa.
El haber escuchado eso, el darme cuenta de que realmente sí había perdido a alguien, a esa persona que sabía que no dejaría de amar fácilmente, hizo que un fuego interior subiera desde mis pies hasta llegar a mi cabeza, nublándome por completo, importándome una mierda que al que estuviese a punto de golpear llevase mi misma sangre. Nick se merecía todo esto, Nick merecía que le partiera la boca de una vez por todas.
—Vamos, pégame —me animó. Yo alcé una ceja mientras una sonrisa se dibujaba en mi rostro—. No tienes los suficientes cojones para hacerlo, así como no los has tenido para impedir esa boda, por qué no lo hiciste ¿eh? ¿Acaso tenías miedo de que te rechazara, de darte cuenta de que ya no te ama?
—Eres un imbécil —murmuré dándole la puta razón.
Fui un cobarde, uno que no luchó lo suficiente por ella y el único culpable de haberla perdido, había sido yo mismo, por no venir cuando tenía que hacerlo, por no llamarla y contarle todo, por dejarla de lado cuando ella me esperaba. Lucía había rehecho su vida porque yo la dejé y ahora no podía pedirle nada y muchos menos exigirle un perdón que no merecía. Solté a mi hermano y caminé hasta el mueble bar, donde, tras sacar una botella de ron, bebí a morro un buen trago, uno tan largo que me haría perder la conciencia en unos pocos minutos. Nick no me dijo nada, me miró de reojo y salió de mi habitación dejándome completamente solo y vacío, aunque así ya me encontraba antes de que viniera a tocarme los huevos.