Kitabı oku: «Nuestro amor en primicia», sayfa 4
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Sergio
Dos años después
El sonido del móvil martilleó mi cabeza, tan fuerte como el dolor que tenía. Anoche me pasé de copas, demasiadas copas. Me levanté despacio, evitando marearme, pues aun el alcohol corría por mi organismo como si estuvieran en una carrera. Cogí el teléfono que estaba en el interior del bolsillo de mis pantalones y descolgué sin mirar.
—¿Quién? —Pregunté de mala manera.
—¿No me digas que aún estabas durmiendo?
La voz pesada de mi hermano se clavó en mis oídos, poniéndome de mal humor al instante.
—¿Qué cojones quieres ahora Nick?
—No me jodas, Sergio. Tenemos una reunión importantísima con el Sr. Meyer y sigues vagueando. La empresa te necesita.
Otra vez la maldita frase de la empresa te necesita y yo necesitaba desaparecer. Dos deseos y solo uno se cumplía. Obviamente, desaparecer no era lo que sucedía. Bufé cabreado, cogiendo los pantalones despacio. Estaba seguro de que podría caerme en cualquier momento.
—Sergio ¿estás ahí? Tienes que venir ya.
—Que sí, joder. Que voy ya para allá.
Fue lo último que le dije y colgué, miré a mi alrededor sin saber muy bien dónde estaba. No era mi casa. Entonces miré a la cama y una pelirroja con labios carnosos y unas curvas de infarto, dormía plácidamente en la cama. No recordaba muy bien como había llegado hasta aquí, pero sí la noche de sexo que tuvimos. Sonreí de lado y tras vestirme, salí de allí sin dejar ni número de teléfono ni nada. ¿Para qué? Nunca repetía con las mismas mujeres, no quería tener nada serio con ninguna, así que no merecía la pena saber más nada que su nombre para que al follar, supiera con quién lo estaba haciendo.
En el salón, me fijé que era un apartamento humilde, no tenía nada que ver con la habitación que si tenía una decoración un poco más exquisita. Unas maletas en la puerta
me alertaron, pues no sabía que viviese con alguien o, que estuviese recibiendo alguna visita. Bueno, en realidad, no sabía nada de ella y el alcohol no me dejaba recordar su nombre.
—¡Alisa, ya estoy en casa!
La voz de una mujer desde el interior de la cocina me hizo ver que era una visita. Y me hizo recordar el nombre de la pelirroja. Quise correr y salir del apartamento o volver a la habitación para no ser visto, pero no me dio tiempo a ninguna de las dos cosas.
La puerta de la cocina se abrió y me dejó ver a una mujer de unos cuarenta años; era parecida a la chica, lo que me hizo percatarme de que podría ser su madre. Su cabello rojo me lo confirmó y sus ojos verdes me escrutaron. Me quedé anclado al suelo y sin decir ni media palabra, aunque tampoco sabía qué podría decirle. Seguro que no sabía lo que su hija hacía cuando ella no estaba.
—Hola. ¿Qué hace usted aquí? —Me preguntó alzando una ceja.
—Yo, ya me iba —murmuré nervioso.
—Un momento. ¿Usted es Sergio Fisher?
Abrí los ojos sorprendido, me conocía y eso complicaría mi huida y de verdad que tenía prisa. Asentí a la vez que Alisa salía de la habitación con una bata negra tapando su cuerpo, aunque no demasiado; la bata le llegaba por debajo del trasero y sus pechos eran demasiado grandes como para que poder taparlos. Ella me miró y se sonrojó al comprobar que miraba sus pechos de manera lasciva, recordando la noche de sexo tan intensa que habíamos tenido.
—Mamá ¿no has llegado demasiado pronto? —Miró a su madre y caminó hasta ella para después darle un beso en la mejilla.
—Sí, pero mi vuelo se adelantó. Te envié un mensaje para avisarte —se excusó sin dejar de mirarme a mí—. ¿Qué hace él aquí? —Alzó una ceja—. Por lo que veo conseguiste el trabajo.
Arrugué la frente sin entender muy bien a que se refería.
—Eh, sí —titubeó nerviosa—. Mamá ¿podemos hablar cuando estemos solas? —Se encogió de hombros—. Sr. Fisher, nos veremos más tarde en la oficina ¿de acuerdo? —Dijo haciéndome una señal con la mirada a la vez que apiñaba sus labios.
—Claro, después nos vemos.
Y sin más salí de allí como alma que lleva el diablo.
Ya en la calle, busqué mi coche por todos lados y lo encontré en un callejón que había justo al lado del edificio de Alisa. Me monté en él y arranqué para después pisar a fondo y salir de allí. Tenía una reunión en solo quince minutos y no iba a llegar, de eso estaba seguro.
Media hora después y con el corazón latiéndome fuertemente cada segundo, llegué a las oficinas de Fisher Enterprise y mi hermano me esperaba en la puerta de mi despacho con cara de perro. Iba a hablar, pero lo corté.
—Ni me hables, he tenido una mañana muy rara.
—Me importa una mierda tu mañana, has llegado tarde y el Sr. Meyer está de un humor de perros. Ya sabes que llevamos detrás de este tío dos putos años para que vengas a joder una reunión que nos ha costado tanto conseguir después de tu último desplante —me recordó cogiéndome del hombro con fuerza.
Mi hermano me tenía hasta los cojones con tantas exigencias, como si él fuera el dueño de la empresa. Era yo quién decidía aquí lo que se aceptaba y lo que no. Y era yo quién decía si quería tener una maldita reunión con el Sr. Meyer. Preferí decir todo eso en mi mente y no gritárselo a él porque sabía que acabaríamos matándonos como otras veces. En cambio, me callé y tras soltarme de su agarre de mala manera, caminé hasta la sala de juntas donde el Sr. Meyer y su hija Penélope me esperaban tras la mesa redonda.
Ella me miró de arriba abajo, así como hizo la última vez que nos vimos hacía ya dos años. No había cambiado nada, seguía siendo guapísima y con un cuerpo que podría volver loco a cualquier hombre, menos a mí.
—Por fin llega, Sr. Fisher… llevamos esperándole media hora. —Miró el reloj de su muñeca para comprobarlo.
—Mi empresa lleva dos años esperándole a usted y no me he cabreado —ironicé sin dejar de mirarle.
No iba a dejar que me pisoteara y mucho menos que me manipulara. Con mi hermano tenía suficiente a diario. Tras haberlo dejado mudo, me senté frente a ellos y esperé a que mi hermano llegase con los documentos que, por fin, Jackson, dijo que firmaría, aunque no estaba tan seguro de ello.
Seguíamos esperando a mi hermano con la documentación que el Sr. Meyer tenía que firmar, pero por increíble que pareciera, algo dentro de mí decía que no iba a firmar. Penélope no dejaba de mirar a su padre muy nerviosa y Jackson me miraba a mí con el ceño fruncido. Parecía estar pensando en algo que quería decirme, pero no sabía cómo. Entonces, cuando me disponía a preguntarle, Nick entró en el despacho con una carpeta en sus manos.
—Bueno, pues ya estamos todos —murmuró Penélope.
Ella nunca hablaba y para ser sincero, no recordaba haberla escuchado antes. Mi hermano se sentó a mi lado y abrió la carpeta para luego ponerla frente a mí. La ojeé con cautela, pues Nick a veces era un poco tramposo y debía verlo todo muy bien antes de hacerle firmar a alguien algún documento que no estuviese bien redactado. La fusión de Fisher y Meyer era algo que nos ayudaría a ambos. A ellos en Alemania y a nosotros en España que era donde Jackson fundó la revista, pues aquí no pudo. El que mi familia fundase mi empresa, hizo que algunos empresarios tuvieran que irse a otros países y Meyer, fue uno de ellos.
—Antes de firmar quiero decir algo. Bueno, más bien, es una cláusula nueva —anunció Jackson.
Lo que me temía, tenía algo entre manos y estaba seguro de que no me iba a hacer ni puta gracia.
—Usted dirá, aunque después del tiempo que llevamos esperándole que ahora salga con cláusulas nuevas, me parece una falta de respeto hacia mi empresa. Creo que todo está conforme a lo que en su día ambos queríamos ¿no? —Negó.
Miré a Nick y este no me devolvía la mirada. Lo sabía, él sabía que esto iba a ocurrir y por eso me estaba metiendo tanta prisa. Me puse nervioso, pues con Jackson Meyer nunca se sabía. Cogió la mano de su hija y tragué saliva, pero no iba a dejar que viese que me afectaba algo, al contrario, debía ser lo más frío. Como un témpano de hielo.
—Sergio, es una petición para ti o por así decirlo, una condición para firmar esos contratos. —Me levanté cabreándome.
Comencé a dar vueltas de un lado al otro. Aún no me había dicho nada, pero yo sabía lo que quería y no, mi respuesta sería un no rotundo. No estábamos tan desesperados.
—Hable de una maldita vez —exigí bruscamente.
—Cálmate hermano —me pidió Nick. Yo lo fulminé con la mirada.
—No quiero calmarme…
—Sergio, quiero que te cases con mi hija —me interrumpió.
Sonreí de lado, irónicamente, pues estaba muy cabreado. ¿Cómo tenía los cojones de pedirme eso, de exigirme algo así? Me quité la chaqueta del traje, me estaba asfixiando y la dejé en el respaldo de la silla que estaba ocupando hacía apenas unos minutos. Luego me dirigí a él, a ese hombre que se creía tener libertad para decidir sobre mi vida, sobre quién podía tener a mi lado. Casarse era una decisión que no se tomaba a la ligera y mucho menos podría hacerlo sin querer a su hija. Ni siquiera me gustaba por el amor de dios.
—No.
—Creo que no me has entendido. Si no te casas con mi hija, no firmo y adiós fusión de empresas —afirmó sin apartarme la mirada—. Creo que dada vuestra situación económica…
—Un momento ¿de qué situación me está hablando? —Pregunté, pero esta vez mirando al hijo de puta de mi hermano.
Nick se levantó y caminó hasta la mesa bar que teníamos en la sala de juntas, se sirvió una copa y la bebió de un trago sin responderme a nada. El día no podía ir mejor. Primero me despertaba en una casa que no reconocía e incluso parecía que había contratado a esa chica sin conocerla. Segundo venía este cabrón de Jackson Meyer a ponerme exigencias y para terminar la mañana, me había enterado de que teníamos problemas económicos. ¿De qué coño iba todo esto? ¿Era una maldita cámara oculta? Caminé hasta mi hermano y lo cogí del codo para luego sacarlo de la sala sin decirle nada a él y mucho menos a nuestros visitantes.
—¡Suéltame! —Me gritó soltándose de mi fuerte agarre.
Nick era mayor que yo por cinco años, pero me importaba una mierda. Si tenía que partirle la cara, lo haría sin miramientos.
—Me vas a explicar ahora mismo todo o te juro por nuestros padres que te doy una paliza —amenacé fuera de mí.
Entramos en mi despacho y se sentó tranquilamente en el sillón. Lo veía demasiado tranquilo para el problema que teníamos, algo que, al parecer, era muy grave para la empresa. ¿Qué coño le pasaba? ¿Qué tenía en esa maldita cabeza?
—Estamos en banca rota —dijo de pronto.
Mis ojos se abrieron, tanto, que prácticamente comenzaron a arderme.
—¿Banca rota? No puede ser. Hace un mes le pedí a Edwin que me hiciera un balance y todo estaba bien. Más te vale tener una explicación, porque no me he partido el lomo durante tres años en esta empresa, perdiendo todo para que ahora se vaya a pique…
—¡Esta bien! Te lo contaré todo, pero no podemos perder la fusión con Meyer y si te pide que te cases con su hija, pues lo haces y calladito, cojones.
—No puedo creer lo que estás diciendo. Eres un hijo de puta. ¿Por qué no te casas tú con ella? Siempre tengo que ser yo quien se sacrifique por la empresa —vociferé pegándole una patada a la silla.
Esta cayó de lado, casi encima de mi hermano, pero juro por dios que en este momento me importaba muy poco la sangre. En este momento era cuando miraba atrás, a mi pasado y me daba cuenta de que tenía que haberme quedado en España, que no tenía que aceptar esta maldita vida que lo único que había provocado en mí, era dolor, uno tan fuerte del que no sabría como salir. Y nunca, nunca jamás, haría algo que no quisiera, porque esta vez lo dejaría todo sin importar nada.
8
Sergio
—Sergio. —Nick tocó mi hombro.
Me había quedado en un lado de mi despacho, mirando a la nada, sentado en la silla de mi escritorio y con una copa de ron en mi mano derecha. No quería ni tenía ganas de hablar con él, con nadie. Solo quería largarme, irme de este maldito país, de esta maldita empresa, de volver a Madrid y buscar la manera de que Lucía volviese conmigo; ¿pero que estoy diciendo? Ella no querría verme, hizo su vida y se habrá olvidado de mí. Recordar el momento en el que le dijo sí quiero a Pablo, me hirvió la sangre y tiré el vaso con tanta fuerza, que se hizo añicos contra la pared que tenía frente a mí.
Mi hermano se separó de mi lado, caminando de nuevo hasta el sillón donde se había sentado cuando entramos en el despacho. Aún no me había contado todo, ni cómo se gastó tal cantidad de dinero, pero tampoco había que ser un lince para saber que era un derrochador, un vividor que no daba un palo al agua y que todo lo hacía yo. Estaba harto y deseaba mandarlo a la mierda, despedirlo, pero no podía hacerlo. Mi abuelo hizo un testamento que me obligaba a trabaja con él codo con codo. Entonces una idea se me vino a la cabeza. No podía despedirlo, pero sí cortarle el grifo.
—A partir de hoy, serás un trabajador cualquiera. Tendrás que currar todas tus horas por el sueldo que cobran todos —anuncié sin mirarle, no podía.
—¿Qué estás diciendo? No pienso hacer nada de lo que me pides —se quejó. Cómo no.
—Nick es lo único que puedo ofrecerte. Tú sabrás, pero es eso o despedirte y no tener nada. —Lo miré fijamente, matándolo con la mirada.
Tenía que coger las riendas de mi empresa de una vez por todas. En estos años solo he sido el títere de mi hermano, haciendo todo lo que él creía conveniente, todo lo que a él le salía de los huevos y estaba cansado de ser el gilipollas de turno. Sí, yo era el dueño, el único heredero, pues ahora las cosas se harían a mi manera.
—No puedes despedirme.
—Es cierto, pero sí puedo denunciarte por robar dinero de la empresa de tu hermano y eso conlleva quedarte sin nada y encima puedes ir a la cárcel.
Se levantó con el semblante blanquecino y caminó hasta posicionarse frente a mi mesa. Miré al frente, subí la cabeza y clavé mis ojos en los suyos. Esto iba a ser divertido. Su cara demostraba de todo, menos esa altanería que tanto se gastaba. Estaba cagado, yo había conseguido eso y no me iba a echar atrás. No ahora.
—No eres capaz de hacerlo. Siempre has sido una mierda que se ha dejado llevar por todo lo que yo te he dicho. Si no fuera por mí, ahora no estarías en esta mesa, que te quede claro —escupió creyendo que eso me haría cambiar de opinión. Qué equivocado estaba.
—Yo estoy aquí sentado porque tú no has tenido huevos de llevar adelante esta empresa, así que guárdate esas gilipolleces para quien no te conozca. Yo soy el dueño, tu jefe…
—Y mi hermano —me interrumpió.
—¡Vaya! Ahora te importa nuestro parentesco. Cuando yo te pedía, te rogaba que me dejaras estar con Lucía, que era la mujer que más amaba y amo, porque no creo que pueda dejar de amarla algún día, te importó una mierda que fuéramos hermanos. Es más, me dijiste que la empresa era lo más importante y que aquí era donde debía estar ¿lo recuerdas? —Asintió—. Me alegro de que te tengas buena memoria, porque esto no te lo voy a volver a repetir. Soy el dueño y aquí se hace lo que yo digo. Si quieres seguir aquí, se te hará un contrato de trabajador normal y tendrás el salario mínimo, como todo el mundo.
Estaba disfrutando con esto, la verdad y más ver su cara de pánico. Esto era fácil, algo con lo que podía lidiar. El problema serio, era saber cómo recuperar el dinero sin tener que rebajarme al Sr. Meyer y casarme con su hija. Algo que no quería hacer. Nick seguía mirándome serio, sin decir nada, esperando que yo mismo le dijera que no tenía que hacer nada de eso y que seguiríamos como hasta ahora, pero no, no había vuelta atrás y lo tenía que aceptar.
—Qué dices hermanito ¿aceptas la propuesta? —Insistí.
—Sí, acepto lo que digas. Pero eso no va a evitar que te cases con Penélope Meyer, es la única salida para la empresa.
—Ya veremos.
Dicho eso, salió de mi despacho pegando un portazo que seguro alertó a todo el personal. Cuando me disponía a levantarme para salir de aquí e ir en busca del jefe de contabilidad para que me dijera cómo estaban las cosas, escuché unos toques en la puerta. Tras un; pase por mi parte, Rubi, la jefa de recursos humanos entró en el cubículo junto con la pelirroja de esta mañana. Fruncí el ceño sin entender nada y recordé que me dijo que nos veríamos en la empresa. ¿Qué hice anoche?
—Buenas Sr. Fisher. Disculpe que les moleste a estas horas, sé que está ocupado…
—Al grano Rubi —la interrumpí.
Rubi era una muchacha joven que llevaba en la empresa dos años, prácticamente entró poco después que yo fuera nombrado presidente y era una chica tímida. Pocas veces ha tenido que venir a mi despacho, pero cuando venía siempre le pasaba esto.
Mis ojos se clavaron en la pelirroja y ella agachó la cabeza sin poder mantenerme la mirada. Qué estupidez, si la había visto desnuda, aunque no lo recordaba demasiado bien.
—Eh, sí. Ella es Alisa Nolan, su nueva secretaría. No sabía nada y ella misma me hizo venir aquí para que usted me diese la orden de preparar su contrato —explicó casi tartamudeando.
—Entiendo.
—Yo lo siento, de veras que no sabía que usted había contratado ya a otra secretaría.
—Ni siquiera sabía que necesitaba otra secretaría. Esas cosas las llevaba mi hermano, pero si ella dice que la he contratado debe ser verdad. ¿No, Srta. Nolan? —Me fijé en ella y se ruborizó.
—Sí, anoche en la cena que tuvimos me hizo la entrevista y me aceptó.
Al decirme lo de la cena, me vinieron visiones de lo que pasó anoche… Y era cierto, había cenado con ella y la había contratado, lo que pasó después fue un improvisto. No me gustaba mezclar lo personal con el trabajo y tendría que hablar con ella para dejarlo claro antes de que tuviéramos algún que otro encuentro que nos obligara a llegar a algo más. No podía negar que era una belleza; el cabello rojo como el fuego le caía sobre sus exuberantes pechos. Sus ojos eran de un verde esmeralda que idiotizaba a cualquiera y sus labios eran toda una tentación. Y ni que decir de sus caderas. Será mejor que me callase. Era la primera vez que una mujer me ponía nervioso. Antes solo lo conseguía Lucía.
—Rubi ¿puede dejarnos unos minutos a solas? Luego puede ir con la Srta. Nolan a su oficina para que redacten el contrato.
—Como usted diga Sr. Fisher.
Le echó una última mirada a la pelirroja y salió del despacho. Nos quedamos a solas y no sabía cómo entablar una conversación con ella, como explicarle que lo que ocurrió anoche, aparte de no recordar demasiado, no podía volver a pasar.
—Siéntese. —Le señalé la silla que estaba en el suelo—. Oh, espere. Yo la cojo.
—No, por favor.
Fui hasta la silla y me agaché a la vez que ella, provocando que nos golpeásemos la cabeza entre nosotros. Nos miramos y soltamos una carcajada.
—Lo siento —se disculpó.
—No, no pasa nada.
Nos levantamos y nuestros ojos seguían conectados. Una parte de mí deseaba besarla, dejarla sin aliento y follármela aquí y ahora, encima de la mesa de nogal. Pero la otra parte, me hacía ver las cosas con claridad y debía ser responsable y no tener nada con una empleada. Además, Lucía no salía de mi mente y solo estando borracho había podido acostarme con muchas mujeres, solo para olvidarla. ¿Por qué debía ser ella la excepción?
Suspiramos al unísono y sonreímos de nuevo. Parecíamos tontos y unos desconocidos, aunque en realidad lo fuéramos.
—Eh, yo. Alisa…
—Sí, lo que pasó anoche no volverá a pasar. Lo sé Sr. Fisher. Estábamos bebidos y se nos fue un poco de las manos…
No la dejé hablar, me acerqué a ella la apreté contra mi cuerpo, posando mis manos en sus pronunciadas caderas. Acerqué mi boca a la suya, devorándola con deseo, con un deseo que despertó en mí en cuanto la vi esta mañana. Metí mi lengua para buscar la suya y así profundizar el beso. Un gemido salió de sus labios en cuando bajé una de mis manos y la colé por debajo de la falda negra que llevaba y acaricié su sexo despacio, solo una caricia. Mi polla dio un brinco y ya necesitaba entrar en ella y hacerle todo lo que mi imaginación me mostraba en este momento. Pero cuando iba a hacerlo realidad, volvieron a tocar en la puerta y eso hizo que nos despegáramos.
—Yo, yo. Lo siento —dijo mientras se arreglaba la blusa y salía del despacho, dejándome ver a la persona que estaba al otro lado.
Penélope me miraba con cautela, como si la fuera a echar de mi despacho de mala manera. La hice pasar y me senté en mi silla de nuevo, al menos así podría tapar la erección que Alisa me había provocado. Esa mujer tenía el poder de ponerme cachondo con solo mirarla. En cambio, la Srta. Meyer era todo lo contrario, no era la mujer que a mí me gustaba, no era mi tipo, no me gustaba y no iba a casarme con ella.
—Siento venir a verte y más después del espectáculo que mi padre ha dado hace una hora. —Asentí.
¿Ya había pasado una hora? No me había percatado del tiempo y mucho menos me había acordado de que los había dejado tirados en la sala de juntas.
—Usted dirá.
—Por favor, tutéame.
—Claro, tú a mí también —afirmé y ella asintió con una tierna sonrisa.
Solo en eso destacaba con las demás, el ser dulce. Penélope era una mujer muy dulce que podría enamorar a cualquiera, aunque yo no quisiera estar con ella, no era solo porque no la quisiera, sino, porque me recordaba demasiado a Lucía y lo único que me faltaba ahora era estar con una mujer semejante a ella cuando lo que quería era olvidarla para siempre.
—Dime. ¿Qué querías? —Le pregunté.
La verdad es que quería terminar con esta mierda de día y volver a mi casa para relajarme.
—Quiero que te cases conmigo, Sergio.
Abrí los ojos incrédulos, no podía creer que ella me estuviera pidiendo eso ¿por qué? No lo sabía. Solo una mujer desesperada sería capaz de pedir algo que no quería, porque se le
notaba que ella tampoco era feliz con que nos quisieran casar como si fuéramos unos niños de papá.
—Lo siento, Penélope, pero eso que me pides no podrá ser —sentencié levantándome para volver a servirme una copa—. ¿Quieres una? —Asintió. Sonreí—. Toma. —Le extendí el vaso y se lo tomó de un sorbo. Parecía desesperada.
—Solo quiero cumplir la última voluntad de mi padre. Sergio… se muere ¿sabías? —Negué sorprendido—. Soy la única heredera, pues mi madre no pudo tener más hijos. Mi padre tiene cáncer y le han dado muy poco tiempo de vida, es por eso por lo que quiere casarme a como dé lugar, sin importar que yo no quiera o que, en su defecto, tú tampoco. Es normal que esto sea algo que a ti no te importe, pero te lo pido como favor personal. Después…
—No puedo… lo que me pides es algo rastrero hasta para mi hermano. Casarnos para que tu padre muera feliz ¿en serio? —La interrumpí levantándome.
Caminé hasta la puerta y la abrí para invitarla a salir con toda la educación que me habían enseñado. No iba a dejar que esta mujer me manipulara con sus encantos.
—¿Qué haces? —Preguntó asombrada.
—Te voy a pedir que me dejes solo, tengo mucho trabajo.
—Pero…
—Nada, Penélope. No tenemos nada más que hablar y espero que no vuelvas a mencionarme nada sobre esa absurda boda, porque es un no rotundo ¿queda claro? —Asintió levantándose de su silla y asombrada, mucho, a decir verdad, pasó por mi lado.
—Soy tu única esperanza, Sergio. La boda es la salvación para tu empresa… piénsalo —murmuró mirándome fijamente. Yo en cambio, no podía ni quería mirarla.
Negué con la cabeza gacha, salió de mi despacho y cerré de un portazo. Estaba cansado de que todo el mundo, harto de que todos decidieran lo que era mejor para mi empresa y sobre todo para mí. Yo era el dueño de Fisher Enterprise, el dueño de mi vida y ninguna modelo con aires de grandeza me iba a venir a decirme lo que tenía o no que hacer.