Kitabı oku: «Klopp», sayfa 5
En la antología del club, Karneval am Bruchweg, los periodistas locales Reinhard Rehberg y Christian Karn escribieron que las negociaciones con el propietario del estadio, el Ayuntamiento de Mainz, fueron muy complicadas. Los políticos no veían que estuviera justificado gastarse tanto dinero en un club que, en los partidos en casa, apenas tenía una media de espectadores de entre 3000 y 5000 personas.
Inmune a esas nimiedades, Frank siguió presionando al club hasta que el Mainz contó con una pequeña cantidad para invertirla en una pequeña ampliación en el estadio. «No era alguien fácil de tratar, ni como entrenador ni como persona», dice Strutz. «A mí, como presidente del club, me resultaba complicado lidiar con su personalidad. Tenía muchísima determinación. Quería que el club creciera muy rápidamente».
En enero de 1997, los sorprendentes aspirantes al ascenso acudieron a Chipre para prepararse de cara a la segunda mitad de la temporada. Los hermanos Frank también asistieron, como jugadores del filial. «Algunos de los profesionales se meaban de la risa porque tuvimos que participar en los ejercicios de estabilización del core», recuerda Benjamin. «Nuestro padre nos decía ‘‘no os preocupéis de lo que piensen los demás, limitaos a hacer lo que debéis’’». (Siete años más tarde, los tabloides alemanes y los periodistas más curtidos también se rieron cuando Jürgen Klinsmann hizo que el equipo nacional realizara ese mismo tipo de ejercicios bajo la dirección de monitores de fitness americanos. Unos ejercicios que se convirtieron en práctica común entre los clubes después del Mundial de 2006).
Cuando tocaban a su fin los diez días de concentración chipriota llegaron noticias de que en Mainz acababa de caer una nevada, por lo que Frank decidió que tanto él como el equipo se quedarían otra quincena, aprovechando al máximo las perfectas condiciones que la isla ofrecía para entrenar. Esto no les hizo gracia alguna a los jugadores, quienes querían estar en casa con sus familias. Pero el club estaba tan embelesado con el entrenador, el primero en su historia capaz de conducirlos a algo parecido al éxito, que accedía a todos sus deseos. «Íbamos segundos en la tabla. Mainz 05: segundo clasificado», exclama Heidel tratando de imitar la sorpresa. «Si Frank llega a decirnos: ‘‘para mañana, me derribáis el campanario de la iglesia’’, habríamos ido a la iglesia y habríamos acabado con la torre. Jamás habíamos estado en cabeza. Todo lo que decía era puesto en práctica, de inmediato».
Después de la que, probablemente, ha sido la concentración invernal más larga en la historia del fútbol profesional alemán, el Mainz regresó y perdió el primer partido en casa, contra el Hertha BSC, 0-1. También cayeron en el segundo partido, 3-0 contra el VfB Leipzig. Y, después, se quedaron sin entrenador.
Heidel: «Me tuve que quedar en Leipzig para asistir a un evento. Al día siguiente, mientras voy en un taxi, Frank me telefonea. ‘‘Christian’’, me dice, ‘‘solo quería decirle que va a tener que buscar un nuevo entrenador’’. Así que yo pienso, vale, en verano, porque su contrato terminaba a final de temporada. Pero, de repente, me di cuenta de que se refería a ese mismo momento. Volé de regreso a Mainz y en el estadio me esperaban cuatro periodistas. Para lo que nosotros estábamos acostumbrados, aquello era una multitud. Frank les había comunicado a todos que se marchaba. Así de simple».
Durante el viaje de regreso desde Leipzig, Frank estuvo dándole vueltas a la causa de las dos derrotas. De alguna manera llegó a la conclusión de que él era el culpable. Heidel dice que la dimisión de Frank fue un Kurzschlussreaktion, que se le cruzaron los cables. Ni tan siquiera Jürgen Klopp, el hombre de confianza del entrenador en el vestuario, logró hacerle cambiar de idea.
El sucesor de Frank fue un hombre llamado Reinhard Saftig. Un veterano y bigotudo entrenador con experiencia en la Bundesliga (Dortmund, Leverkusen) y Turquía (Kocaelispor, Galatasaray); alguien en quien se podía confiar. O eso pensó Heidel. «Desde luego, ficharlo fue uno de mis grandes logros», hace una mueca de dolor. «Saftig no tenía ni la más mínima idea, si he de ser sincero. No tenía ni idea de a qué jugar. Por supuesto, nos quedamos sin ascenso. La cagamos el último día de la temporada, en Wolfsburgo. Perdimos 5-4 y el Wolfsburgo fue el que ascendió en nuestro lugar. Un partido de leyenda, con un grandioso Jürgen Klopp». Jugando como lateral derecho, Klopp marcó un gol mientras los visitantes trataban de remontar un 3-1 con un hombre menos; pero también cometió un error calamitoso que selló la derrota del Mainz. Aquel partido fue, a todos los efectos, una final por el ascenso.
Por su parte, Frank se había ido a entrenar al FK Austria de Viena. Benjamin recuerda estar en el coche, con su padre, de camino al aeropuerto. «Apenas dijo una palabra. Todo lo que hizo fue memorizar los nombres de los jugadores del Austria. Quería sabérselos antes del primer entrenamiento».
El equipo vienés, un modesto grupo de trotamundos entre los que estaba el increíblemente hirsuto internacional búlgaro Trifon Ivanov, se quedó tan desconcertado con el sistema de Frank como Saftig lo estaba en el Mainz, equipo que todavía confiaba en el sistema de su predecesor. Todo intento de volver a una defensa de tres hombres con el recién fichado Kramny ejerciendo de líbero, acabó en fracaso.
Parece ser que a Saftig le gustaba tomarse una copa con los jugadores antes de los partidos. «Los pesos pesados del equipo, como Jürgen Klopp, temían sus invitaciones. Saftig siempre estaba sediento y tenía un gran aguante».
Después de cinco meses en el Bruchweg, Saftig fue reemplazado por el austriaco Dietmar Constantini. Había trabajado como ayudante del legendario Ernst Happel y le explicó a la desconcertada prensa local que la presión que ejercía el Mainz tenía «forma de gaita». En la práctica, esto significaba reintroducir la línea de cuatro de Frank, solo que con una diferencia muy importante: detrás de ellos también había un líbero, en la figura de Kramny. Heidel: «Así que ahora teníamos una línea defensiva de cuatro hombres, además de un líbero detrás de ellos. Esto acabó dejando a cuadros a Kloppo. Nuestra relación siempre se sustentó sobre la máxima confianza mutua. Vino a mi oficina y me dijo: ‘‘El entrenador no tiene ni idea de estrategia. No podemos jugar así. Defensa de cuatro y un líbero…’’. Aquel día me di cuenta de que algún día se convertiría en entrenador».
Constantini no perdió muchos partidos. Pero tampoco es que los ganase, apenas logró cuatro victorias de dieciocho. El Allgemeine Zeitung lo coronó como «El rey del empate». El último partido de Constantini, una derrota en casa por 1-3 contra el SG Wattenscheid 09 (equipo en el que estaba el delantero Souleyman Sané, padre del atacante internacional alemán Leroy Sané), a principios de abril de 1998, vio cómo el Mainz volvía a entrar en puestos de descenso. «Ninguno de los que vino después de Frank confiaba en la línea de cuatro», dice Kramny. «Consideraban que los jugadores eran demasiado lentos como para jugar con ese sistema y, en lugar de ello, salieron con todo tipo de memeces en el dibujo táctico. Pero el equipo no confió en ellas; básicamente, seguían confiando en la formación de Frank. Ese es el motivo por el que ninguna de nuestras tácticas dio frutos».
Constantini admitió ante Heidel que no era capaz de conectar con el vestuario. El director general del Mainz se tragó su orgullo y telefoneó al único entrenador al que veía capaz de llevar, de nuevo, al equipo a la senda de la victoria: Frank. Su compromiso con el Viena había seguido el curso natural y ambas partes habían acordado separar sus caminos al final de la temporada. Después de recibir la llamada de Heidel, quien intentó seducirlo hasta las tres de la mañana, Frank dejó su puesto de inmediato para echar el reloj atrás y salvar al Mainz del descenso por segunda vez. Gracias a una rápida inyección de moral logró la victoria en el primer partido, 2-1 contra el Stuttgarter Kickers. «Este hombre irradia tantísimo entusiasmo», les dijo Klopp a las cámaras tras el pitido final. «Si hay alguien que puede provocar un cambio así en apenas tres días, ese es él». El Mainz terminó en décima posición.
La plantilla estaba feliz desarrollando, de nuevo, el sistema de juego con el que se sentían más cómodos. Después de hacerles regresar a una línea de cuatro y a la defensa zonal, Frank puso su atención en conquistar un espacio completamente diferente: el que hay entre las orejas de los jugadores.
«Consideró que debía trabajar en la fuerza mental del equipo», dice Strutz. «Llevó ese asunto muy lejos, introduciendo entrenamiento psicológico y la autogenia, una especie de técnica de relajación. Incluso contrató a un monitor de teoría autógena, quien —como descubrimos más tarde— había sido maquinista de ferrocarril. Había cambiado de trabajo».
Strutz, quien fuera saltador de triple salto y subcampeón en los campeonatos de Alemania de 1969 y 1970, considera que, en parte, fue culpa suya que Frank emprendiera ese viaje a las fauces del interior de la mente. «Le regalé un libro, Die Macht der Motivation, (El poder de la motivación), de Nikolaus B. Enkelmann, que a mí también me habían regalado en navidades, porque pensé que le gustaría. Pero él se tomó esa corriente psicológica a pies juntillas, le cambió la vida. Llegó al punto de hacer ejercicios respiratorios y repetir mantras. Todo aquello se puso demasiado esotérico».
La casa de Frank se llenó de libros y vídeos de Enkelmann, cuentan sus hijos. Cada mañana, se levantaba y daba clases de elocución. Pegaba pequeñas notas con frases auto sugestivas en el espejo del baño: «Cada día seré más y más fuerte», cosas por el estilo. «Los que no lo conocían bien llegaban a pensar que era un tipo un poco raro, incluso excéntrico», concede Benjamin. Durante la concentración invernal de 1998, nuevamente en Chipre, los jugadores del Mainz recibieron clases de logopedia en las que gritaban vocales repetidamente, entrenando sus cuerdas vocales, para diversión del equipo del Greuther Fürth, que dio la casualidad que se encontraba en el mismo hotel y pudieron escuchar toda esa cantidad de «aaaa» y «oooo» que venían del comedor. El portero austriaco Herbert Ilsanker vio una vez a Frank dando una entrevista en la sauna del equipo. Un sitio curioso para una entrevista, pensó. Pero, lo más extraño de todo era que la única persona sentada en aquella sauna era Frank, entrevistándose a sí mismo: para practicar la manera en la que se dirigía al equipo. «Su tono nunca era monótono. Cuando te hablaba, siempre estabas alerta», le contó Ilsanker al Allgemeine Zeitung. Y Frank hablaba muchísimo. Las reuniones del equipo duraban una hora, por norma general, y se celebraban a diario. «Algunos pensaron que las cosas se le habían ido un poco de las manos», dijo Klopp. «Jugadores que habían abandonado relativamente pronto los estudios aparecían, de repente, leyendo libros en el autobús cuyos títulos ni tan siquiera yo comprendía».
Strutz: «Nuestras prioridades cambiaron un poco. Frank quería que los jugadores mejoraran dándoles esa ‘‘personalidad estable’’, quería demostrarles que había mucho más que tácticas y carrera, que podías vencer a tu oponente gracias al poder de la mente». Más tarde, en el Kickers Offenbach, Frank ponía una pelota de pingpong sobre el cuello de una botella y les pedía a sus jugadores que se concentraran en hacerla salir volando. «¿Cómo puedo maximizar mi potencial mental? Esa será una de las preguntas decisivas», le contó al Frankfurter Rundschau. (Muy pocos le creyeron por aquel entonces, pero muchos de los mejores entrenadores de hoy en día están convencidos de que el entrenamiento cognitivo, y trabajar en reducir el tiempo de reacción, es vital para que la atención de los jugadores pueda seguir el ritmo de un juego que se vuelve cada vez más veloz. «Mejorar se traduce en comprender las cosas más rápido, analizarlas más rápido, tomar decisiones más rápido, actuar más rápido», dice Ralf Rangnick).
Era una persona que impartía disciplina, pero también un buen comunicador, recuerda Sebastian, muy diferente a esos entrenadoressargento que dominaban el deporte por entonces. «Nos trataba de tal forma que los jugadores acabamos pensando: anda, mira, hay otra forma de hacer las cosas», le contaba Klopp en el 2007 al Frankfurter Rundschau. «Además, ponía al ser humano por encima de todo. Nos caía realmente bien. Cuando perdíamos, teníamos dos cabreos que superar. El primero, que habíamos perdido. El segundo, haber defraudado a Wolfgang. Y eso era algo que para nosotros resultaba de mucha importancia. Hay que destacar que consiguió poner a todo el equipo de su parte».
Klopp y Frank discutían de vez en cuando, pero solo tuvieron una pelea. Durante otra concentración, Klopp le había confesado al entrenador que sentía que este «echaba cubos de agua sobre un vaso que ya estaba lleno y rebosando», y que muchos otros jugadores sentían lo mismo. Frank se sintió insultado y Klopp pensó que lo despediría («aquella noche no dormí nada»), pero, al día siguiente, las cosas continuaron como si tal cosa. «Yo les hablaba a los jugadores de la misma manera en la que me hubiera gustado que mis entrenadores me hablaran a mí», contaba Frank acerca de su estilo como entrenador.
Puede que no siempre diera con la tecla. «Frank era un hombre con un carácter muy especial», dice Strutz. «Si se hubiera relajado un poco habría sido un entrenador fantástico. A diferencia de lo que ocurriría con Jürgen Klopp más adelante, Frank era demasiado serio. Y no lograba comprender que, en ocasiones, un jugador, un chico joven, quiere divertirse un poco, beberse alguna que otra cerveza; que no quieren estar encerrados». Sus hijos pintan un cuadro más cargado de matices. Decían que, en casa, Frank podía ser muy divertido, un hombre muy afectuoso. Pero no le gustaban los focos; no era el tipo de persona que se subiría a una valla frente al público de su equipo. Sebastian Frank dice: «mi padre acabó perdiéndose en la vida de un entrenador. Ni tan siquiera estoy seguro de que supiese cuánto cuesta una barra de pan. A veces le costaba tratar con la vida real. Sus jornadas laborales comenzaban a las siete de la mañana, desayunando en el club, y terminaban después de la medianoche. Papá llegó hasta el límite de sus fuerzas; quería demostrarles a sus jugadores el grandísimo nivel de compromiso que tenía».
Frank coleccionaba todo lo que considerara útil para su trabajo. Recortaba artículos, archivaba en grandes carpetas sus planes de entrenamiento y horarios… «Era una esponja que lo absorbía todo. Al igual que tantos obsesos, le resultaba imposible delegar. Quería controlarlo todo, o al menos necesitaba saber todo lo que se estaba haciendo, hasta el mínimo detalle. A menudo había broncas en casa porque le había vuelto a dar su prima por ganar (que se suponía que era un complemento a su escaso sueldo) al encargado del campo o a algún empleado del club, insistiendo en que eran tan importantes como los delanteros o los defensas. Frank consideraba que un club de fútbol era un organismo gigantesco, no una empresa compuesta por diferentes departamentos que no tienen nada que ver unos con los otros.
Dirigía contra sí mismo las emociones que le provocaba su cargo. En una ocasión, se puso tan furioso y disgustado que sacó todos los muebles que había en su oficina. En el Mainz le dijeron a todo el mundo que iban a pintar la estancia y renovar el mobiliario. El motivo de la rabia de Frank no tenía nada que ver con una discusión con algún directivo o algún jugador. No, su equipo había perdido un partido de Copa. Como visitante, contra el Bayern de Múnich. «Era así», afirma con la cabeza Sebastian Frank. «Estaba seguro de que el pobrecito Mainz podía ganar en Múnich si jugaban a su mejor nivel y pillaban, tal vez, al Bayern en un mal día». (Casualmente, Klopp tuvo que presenciar esa derrota por 3-0 desde las gradas del Estadio Olímpico por haber sido expulsado en la eliminatoria anterior, al barrer con una guadaña al delantero iraní del Hertha BSC Ali Daei. Después de la expulsión del defensa, Marcio Rodríguez, otro jugador del Mainz, vio la roja por celebrar de manera excesiva un gol. El brasileño no se había dado cuenta de que Klopp estaba en los lavabos del vestuario y, sin querer, encerró a su compañero allí cuando el partido hubo terminado.
Con Frank al mando el 05 había ido, una vez más, mucho más allá de lo que su minúsculo presupuesto pronosticaba. Terminaron en séptima posición en la temporada 1998-99, y novenos un año después. Pero el hombre que «despertó al Mainz de su sueño profundo», como reconocería más tarde el Süddeutsche Zeitung, volvió a impacientarse. Quería ser entrenador de la Bundesliga y consideró que el MSV Duisburgo, los cebras, le ofrecían mayores garantías para ganarse los galones al máximo nivel. Pero el cambio a ese equipo tradicional y de tamaño medio asentado en la zona del Ruhr no salió como esperaba. Frank fue despedido después de cuatro meses de competición en la Bundesliga 2, con el equipo planeando sobre los puestos de descenso. «Desde el comienzo, sus métodos despertaron rechazo en grandes círculos del equipo», dijo el Rhein-Post. Entre otras cosas, había obligado a sus jugadores a abrazar árboles durante una larga carrera por el bosque.
Su siguiente cargo, en el SpVgg Unterhaching, fue más exitoso —condujo al equipo de las afueras de Múnich, que en el pasado formó parte de la elite desde la tercera división a la Bundesliga 2— pero fue despedido un año después. La campaña en el SSC Farul Constanţa de Rumanía demostró no tener futuro alguno. La nómina de sus siguientes equipos parece un quién es quién de casos perdidos de las divisiones más bajas del fútbol, y clubes especializados en acumular más sueños frustrados y falsos renaceres que puntos: FC Sachsen Leipzig (desaparecido hoy en día), Kickers Offenbach, Wuppertaler SV, SV Wehen Wiesbaden, FC Carl Zeiss Jena, KAS Eupen (Bélgica). En ninguno de ellos le llegó a ir realmente bien.
Frank admitiría más tarde que, tal vez, tomara las riendas de demasiados equipos durante su carrera. «Hubiera sido mucho mejor para él esperar a la oferta adecuada. Pero le asustaba estar en el paro, sin la posibilidad de volcarse en el trabajo», dice Sebastian Frank. «También estaba el temor a quedar olvidado e ignorado si se alejaba del radar durante demasiado tiempo. Nuestro padre se preguntaba a menudo qué habría ocurrido, a dónde le pudo llevar su viaje». En una ocasión el Werder Bremen contactó con él, pero Frank estaba seguro de que, en aquel momento, le irían mejor las cosas en Austria. Lo mismo sucedió, de nuevo, con el Hansa Rostock, un par de años después.
«Nuestro padre tenía un enorme conocimiento de base e ideas visionarias», añade Benjamin Frank. «Daba la sensación de estar muy seguro de sí mismo, pero, en secreto, dudaba de sí mismo en todo momento, igual que dudaba de su trabajo y del efecto que tuviera en el equipo de turno. Como entrenador, nunca llegó a sentirse realizado».
«Si no llegó a lo más alto fue por su complicado carácter», dice Heidel. «Yo fui el único con el que se entendió. Estábamos muy unidos, hasta que tuvimos un grandísimo encontronazo. Después de que nos dejara por segunda vez, por el Duisburgo, no volvimos a hablarnos en dos años. Siempre pensaba que encontraría algo mejor».
Pero ninguna de las dos partes lo hizo. Durante el cambio de milenio, el revolucionario sistema de Frank seguía siendo tan avanzado para los estándares del fútbol alemán que los siguientes entrenadores del Mainz no tenían, apenas, idea de cómo hacerlo funcionar. «En lo que se refiere a las tácticas, la plantilla era mejor que sus entrenadores», dijo Klopp. Tanto la selección nacional como la grandísima mayoría de los clubes seguían firmemente casados con el sistema del líbero. Heidel: «En el Mainz, la mitad de los jugadores sabían cómo jugar con una línea de cuatro al fondo, pero la otra mitad no sabía. Y los entrenadores no tenían ni idea. Acabamos sentando en el banquillo a cualquiera que tuviera un chándal en el armario. Pero ninguno fue capaz de explicarle a los jugadores lo que ya les había enseñado Wolfgang. En el invierno de 2001 estábamos, básicamente, muertos. Acabados. Le dije a Kloppo: «Eres listo, elocuente, entiendes el juego. ¿Quieres probar a ver si eres capaz de hacerlo funcionar?». «En menos de dos semanas lo tenía todo arreglado».
Klopp y Frank habían mantenido largas discusiones sobre fútbol y el arte de entrenar, dice Benjamin Frank. «Klopp siempre hacía preguntas, quería saber el propósito de cada ejercicio específico. Papá le recomendó que anotase todo: las charlas del equipo, las tácticas, las sesiones de entrenamiento, las ideas de juego… Tenía el presentimiento de que Klopp podría hacer buen uso de todo aquello algún día. Está claro que nuestro padre fue la inspiración que lo llevó a convertirse en entrenador».
El día en que el larguirucho defensor ascendió a jugadorentrenador, el Mainz se convirtió en el primer equipo importante alemán en poner la carreta por delante del caballo. Desde Klopp, se elegiría a los entrenadores que encajaran en el equipo y su estilo de juego, no al revés. «No queremos un entrenador que nos explique sus conceptos, queremos ser nosotros quienes formulan ese concepto y encontrar al hombre adecuado para él», dice Heidel. «Así se harían las cosas hasta que me marché de allí, en 2016. Y todo eso se remonta a aquel primer año en el que tuvimos a Wolfgang Frank, nuestro primer año con algo de éxito. Fue entonces cuando comprendimos que la estrategia nos podía llevar a algún sitio, aunque nuestros jugadores fueran inferiores hombre a hombre. Y hoy el Mainz sigue haciendo lo mismo». Además, añade que lo que es sensato para el FSV puede serlo también para equipos con mayor músculo económico. «No puedes cambiar toda tu plantilla y organización cada vez que cambias de entrenador, así jamás encontrarás una estabilidad». Alude de manera directa al Hamburgo SV, un gigante de la Bundesliga en los setenta y ochenta que lleva tiempo instalado en la monotonía por carecer de un pensamiento coordinado.
Al igual que le sucedió a otro profeta infatigable y temperamental anterior a él, Frank solo pudo ver de lejos la tierra prometida; también serían sus ansias las que le cerraran sus puertas. Pero, por lo menos, pudo ser testigo de cómo los suyos —su protegido, Jürgen Klopp, y un puñado de exjugadores como Joachim Löw, Torsten Lieberknecht, Jürgen Kramny, Peter Neustädter, Christian Hock, Stephan Kuhnert, Lars Schmidt, Sandro Schwarz, Sven Demandt y Uwe Stöver— sacaban, desde sus puestos de entrenadores, al fútbol alemán de las cavernas de la táctica.
«Nos decía ‘‘cuando todos ustedes se conviertan en entrenadores, por favor, vengan a contarme sus logros’’», contaba Klopp. El día que disputó la final de la Champions League, en mayo de 2013, el entrenador del BVB le envió un mensaje a su viejo mentor: «Sin usted no habría llegado hasta aquí, a Londres, a Wembley». Klopp también mantuvo el contacto con los hijos de Frank, invitándolos a las concentraciones veraniegas del Dortmund en Bad Ragaz, Austria.
El aprendiz más destacado de Frank, junto con Ralf Rangnick (otro suabo obsesionado por la estrategia), convertiría ese planteamiento disidente que desarrollara la Pulga, una defensa zonal, línea de cuatro atrás y presión orientada, en la nueva ortodoxia de la Bundesliga a mitad de la primera década del siglo XXI. Pero todavía fueron necesarios unos años antes de poder apreciar la magnitud del impacto que causó Frank. «Cuando se hacen grandes cosas la recompensa suele llegar demasiado tarde», diría Klopp unos pocos días después de la muerte de Frank, el 7 de septiembre de 2013. Apenas cuatro meses antes le habían diagnosticado un tumor cerebral maligno.
Durante el último año de su vida, Frank había desarrollado el trabajo de ojeador de equipos contrarios en el Mainz. Siempre se había cuidado, prestaba gran atención a una buena alimentación. Tanto el diagnóstico como la velocidad con la que el cáncer se lo llevó, resultaron un enorme mazazo para todo el mundo. «Una semana antes de su operación, cuando ya estaba muy claro que no le quedaba demasiado tiempo en este mundo, me volvió a decir que el mayor error de su vida fue abandonar el Mainz», recuerda Heidel. «Fue muy complicado superar su muerte…».
«Puede que su destino fuera enfermar», se pregunta Sebastian. Sus hijos lo acompañaron hasta el final. La hinchada del Mainz 05 rindió homenaje a Frank antes de que se disputara el partido de la Bundesliga contra el Schalke 04, apenas unos días tras su muerte. «Mainz ist deins», el Mainz es tuyo, decía la pancarta. Muchos entrenadores logran títulos, pero solo unos pocos pueden hacer que una ciudad y un club se rindan a sus pies. Y todavía menos son capaces de dejar tal legado que sobreviva a sus días en el banquillo.
«No hay un solo aficionado al fútbol en Mainz que no esté convencido al cien por cien de que todo comenzó con Wolfgang Frank», dijo Klopp acerca de su Lehrmeister, su maestro y modelo.
Klopp también se aseguró de que muchos de los que jugaron bajo sus órdenes asistieran a presentarle sus respetos en el cementerio principal de Mainz, el 19 de septiembre. «Todo el mundo vino», dice Martin Quast. «Jugadores de los equipos que entrenó, representantes de la Federación Alemana, de la Bundesliga, de la escuela de entrenadores… Se me eriza el vello solo de pensarlo. La mayoría de la gente no tiene la más remota idea. Pero los que trabajan en el mundo del fútbol, los que están dentro de él, todos ellos lo saben muy bien. Saben que Wolfgang Frank no solo es el promotor del desarrollo del fútbol en Mainz, sino del fútbol moderno. Fue clave. Se le ocurrieron cosas que a nadie se le habían ocurrido antes».
«Aunque no llegara a entrenar en la Bundesliga, era un entrenador del más alto nivel», dijo Klopp, tratando de contener las lágrimas. «Les he dicho a más de mil jugadores que Wolfgang influenció a toda una generación de futbolistas, y que sigue haciéndolo. Fue el entrenador que más me influenció. Fue un ser humano excepcional».
Quast conoce a Klopp desde hace veinticinco años, pero no fue hasta entonces, hasta el funeral de Frank, cuando vio por primera vez que su amigo apenas era capaz de encontrar las palabras. «Por supuesto que habló, pero estoy seguro que él mismo dirá que aquello ha sido lo más difícil que jamás haya tenido que hacer. Pronunciar el panegírico por su gran mentor. Soy de la opinión de que aquello no solo fue su despedida: mucha gente fue allí para encontrar un mensaje espiritual; o para ofrecerlo. Fue mucho más que un funeral. Fue un reconocimiento».
Gracias al trabajo de Klopp, el discípulo más aplicado de Frank, se pudo ver en toda su plenitud el importantísimo papel que jugó este hombre introvertido y complicado en el renacimiento del fútbol alemán. Ningún aprendiz puede concederle mayor honor a su maestro.