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WOLFGANG FRANK: EL MAESTRO

«Nuestro padre tenía una autodisciplina brutal, incluso se podría llegar a decir que obsesiva», dice Benjamin Frank, de treinta y seis años, sentado junto a su hermano mayor, Sebastian, de treinta y nueve, mientras almuerzan un plato de pasta acompañado de recuerdos agridulces, en un hotel de Mainz.

Los Frank trabajan como agentes y ojeadores para el Liverpool FC de Klopp. También fueron consultores en el Leicester City, el sorprendente campeón de la Premier League en la temporada 2015-16. Se criaron en Glarus, una tranquilísima población de 12 000 habitantes en los valles de Suiza, en donde Wolfgang, su padre, era considerado un héroe. El que fuera delantero de la Bundesliga (215 partidos y 89 goles, jugando en VfB Stuttgart, Eintracht Braunschweig, Borussia Dortmund y 1. FC Núremberg) había llevado a la cenicienta local, el FC Glarus, por primera vez en su historia hasta la Nationalliga B, la segunda división suiza, mientras él mismo ejercía como entrenador-jugador.

Los hermanos recuerdan que Frank sénior no veía diferencia alguna entre el papel de entrenador y el de padre. Ambos roles se reducían a lo mismo: el deber de educar. «Era todo un friki, en el sentido positivo del término», dice Sebastian; un hombre de una ambición inmensa para el que el fútbol no era solo cuestión de partidos y tácticas, sino que era un todo. Una escuela para la vida.

Durante su última temporada como profesional, Wolfgang Frank se había licenciado como profesor, especializándose en educación física y religión. Estas materias le habían imbuido la creencia de que «no existen las coincidencias; todo —lesiones, derrotas— ocurre por un motivo», cuenta Benjamin Frank. Estaba empeñado en lograr que todo aquel que le prestara su atención asumiera este pilar central de la fe.

Los jóvenes hermanos tenían que completar continuas sesiones de carrera de fondo alrededor de la ciudad, rodeados de hielo y nieve. Unos pocos años después, en Grecia, en una de las pocas vacaciones familiares que la cargadísima agenda de Wolfgang les permitió, los adolescentes se tenían que levantar a las 5:00 de la mañana, cada día, para correr por la playa, antes de desayunar y tomar unas vitaminas en forma de pastillas. A esto le seguía una segunda sesión de entrenamiento antes del almuerzo: pesas, esta vez.

A veces, el fax de la casa de Glarus comenzaba a emitir sonidos a avanzadas horas de la noche, o demasiado temprano por la mañana. A cientos de kilómetros de distancia, desde alguno de los quince clubes que entrenó a lo largo de su carrera, Frank les enviaba frases motivacionales y consejos; o complicados programas de entrenamiento, junto a sus mejores deseos y saludos. «Cada vez que teníamos algún problema en el deporte o en el colegio nos llegaba un largo fax, para animarnos y demostrarnos que había estado dándole vueltas al asunto, desde la distancia, a su manera», cuenta Benjamin.

Como jugador, Wolfgang quedó fascinado con el estilo de juego del AC Milan de Arrigo Sacchi, el equipo que dominó el fútbol europeo a finales de los 80 y comienzos de los noventa gracias a su revolucionaria táctica colectiva: una sincronía en los movimientos que asfixiaba al rival, dejándolo sin espacio y sin tiempo. Se tiraba hasta altas horas de la noche estudiando en vídeo las maniobras unificadas de los jugadores, y reflexionando sobre la importancia del descanso, la nutrición y el entrenamiento mental en un momento en el que este tipo de cosas se consideraban casi como esotéricas en Alemania. Por el contrario, la ausencia de financiación y la reducida disponibilidad de jugadores que había en Suiza facilitaban un enfoque mucho más abierto. La defensa en zona, un sistema que levantaba el foco defensivo de los delanteros rivales, para centrarlo en defender el espacio cercano al área y en atacar el balón, ya había sido adoptada en 1986, en la versión del seleccionador nacional suizo Daniel Jeandupeux. Sus internacionales llevaron el mensaje de este sistema a sus clubes, donde algunos siguieron trabajando en él por voluntad propia, como recuerda el antiguo defensor Andy Egli. Egli creía que Jeandupeux vio por primera vez ese estilo de juego cuando jugaba y entrenaba en Francia.

Frank comprendió que la innovación táctica era la mejor arma que podía enarbolar un equipo pequeño contra otros equipos más grandes y mejores; que un buen planteamiento podía significar todo un paso de gigante para mejorar las propias actuaciones.

Su milagroso éxito en el FC Glarus lo llevó al FC Aarau, un equipo de provincia en la primera división que ya había gozado de triunfos inesperados bajo la batuta del entrenador alemán Ottmar Hitzfeld. Hitzfeld, quien llegaría a alzar la Champions League con el Borussia Dortmund y el Bayern de Múnich, había logrado unas actuaciones tan espectaculares con este club tan poco glamuroso que el equipo acabó recibiendo el apelativo de «FC Wunder» (FC Milagro) por parte de la prensa, en 1985. Quedaron segundos en la liga y alzaron la Copa de Suiza.

Frank también llevaría a su Aarau hasta la final de la Copa de Suiza durante su primera media temporada como entrenador (1989-90); pero el milagro no llegó a concretarse. Los argovianos cayeron derrotados por 2-1 contra el Grasshopper Club Zúrich de Hitzfeld, en Berna; Frank dejó el puesto un año después. Posteriormente, no lograría dejar huella en el FC Wettingen (1991-92), eternos condenados a la lucha por eludir el descenso, ni en el FC Winterthur (1992-93), en la segunda división. (Curiosamente, el jugador más importante del Winterthur era un veterano delantero alemán llamado Joachim Löw). En una ocasión, el actual seleccionador alemán, de treinta y pocos años por entonces, se puso en pie en el vestuario para defender al equipo frente a las críticas de Frank. Löw también hizo sus pinitos en el mundo de la moda: llevaba el maletero del coche lleno de corbatas estampadas que vendía a sus compañeros del Winterthur.

Por fin, Frank tuvo la oportunidad —más o menos— de reivindicarse en su país natal, en el verano de 1994. El Rot-Weiss Essen, un popular equipo de la segunda división alemana con sede en el Ruhr, el corazón industrial y futbolístico del país, necesitaba un nuevo entrenador después de que el VfB Stuttgart les robase a Jürgen Röber durante el parón invernal. Sin embargo, antes incluso de tomar el cargo en el Georg-Melches-Stadion, Frank y su equipo estaban condenados al descenso. Debido a ciertas irregularidades financieras, la Federación Alemana le había revocado la licencia profesional al club. Por si no fuera poco, el primer día Frank se vio obligado a enfrentarse a un motín en el vestuario: el capitán, Ingo Pickenäcker, junto con el segundo capitán, Frank Kurth, dimitieron en protesta porque no les fuera consultado el nombre del sucesor de Röber, tal y como les había prometido la directiva.

En el RWE tenían la esperanza de que la Federación Alemana mostrara algo de misericordia tras enviar su recurso. Reinhard Rauball, el astuto abogado del club y, en la actualidad, presidente del Borussia Dortmund, consiguió encontrar muchos errores de procedimiento cometidos por la autoridad futbolista. De manera brillante, los hombres de Frank lograron la victoria en la semifinal de la Copa de Alemania frente al Tennis Borussia (2-0), en marzo, alcanzando la final de la Copa en Berlín, aunque un tribunal de arbitraje ratificaría el descenso a tercera división apenas unos días después. Les fueron arrebatados todos sus goles y puntos.

En mayo, 35 000 hinchas del Essen viajaron a la capital alemana en busca de venganza. Portaban multitud de pancartas condenando la injusticia que había cometido la FA con su decisión. «Si Dios es justo, lograremos la victoria», dijo Frank. Sin embargo, sobre el césped del estadio olímpico, el Werder Bremen de Otto Rehhagel, claro favorito, se mostró indiferente a cualquier atisbo de ayuda divina. El equipo norteño, que había logrado dos años atrás la Supercopa de Europa frente al AS Mónaco de Arsène Wenger, demostró ser muy superior en Berlín. El resultado final: 3-1.

Décadas más tarde se supo que una desagradable intriga política tuvo su parte de culpa en la derrota. Frank Kontny, del RWE, duda, todavía, si revelar una historia que define como «el peor momento de mi carrera como futbolista». Kontny, de 52 años, era el capitán del equipo en aquel momento y estaba listo para disputar la final como defensa. «Pero, la misma mañana del partido Frank me dijo que estaba fuera del equipo, y que si quería volver a jugar tendría que buscarme un nuevo club», cuenta. «Aquel día mi mundo se hizo añicos. Me habían arrebatado el mayor partido de mi vida».

Como la gran mayoría de jugadores del RWE, Kontny había aceptado un trabajo a tiempo parcial, fuera del fútbol, para poder mantener a su familia durante el tiempo que el club no tuvo solvencia. Uno de los directivos, Wolfgang Thulius, le había conseguido un trabajo como comercial inmobiliario. Después de que el club alcanzara la final de la Copa en marzo, la directiva había cambiado de rostros. Parece ser que presionaron a Frank para que cortara todo tipo de relaciones con el antiguo régimen. Kontny: «Yo estaba entre los perdedores y, por desgracia, Frank tomó una decisión que no tenía nada que ver con el fútbol». En el puesto de Kontny, el entrenador puso a Pickenäcker, quien había sufrido en las últimas semanas una seria lesión en la ingle y no estaba recuperado del todo. Pickenärcker cometió errores en los dos primeros goles del Werder, siendo sustituido a siete minutos del descanso. El Essen se rehízo durante el descanso, acortó distancias gracias a un gol de Daoud Bangoura, pero Wynton Rufer aseguró la victoria del Werder Bremen gracias a un penalti postrero. «Estoy convencido de que conmigo en el campo el partido hubiera sido muy diferente», dice Kontny con tristeza. «Estaba muy disgustado con Frank, lo maldije. Era un buen entrenador —siempre decía que debíamos seguir aprendiendo y expandir nuestros horizontes, las sesiones de entrenamiento duraban dos horas— pero creo que, hoy, él mismo reconocería su error».

Tres semanas después de la final, el Rot-Weiss viajó a Mainz para disputar el penúltimo partido de la temporada. El bronco partido en el Bruchwegstadion (3000 asistentes), en el que se señalaron tres tarjetas rojas —dos de ellas para el visitante— acabaría con un tanto en el minuto noventa, obra de Zeljko Buvac, que dejaba el marcador en 1-1 y confirmaba, matemáticamente, la permanencia en la categoría para los locales.

En septiembre de 1995 el Mainz, siempre con el agua al cuello, se encontraba, de nuevo, en la parte baja de la tabla de la Bundesliga 2, en busca de un nuevo inquilino para su banquillo. El mánager general, Christian Heidel, contactó con Frank. El Rhein-Zeitung lo bautizó como «el hombre de la pajita corta».

«Llegó y dijo un montón de cosas que sonaban preciosas y muy bonitas», cuenta Heidel con una ironía llena de intención. «Tenía la conducta de un profesor. Siempre me cuido mucho de los profesores, hay veces en las que no es nada sencillo tratar con ellos. Pero, al cabo de un rato, me dije: ‘‘Venga, ¿por qué no?’’. Visto en retrospectiva, aquello fue crucial para el Mainz 05. Me encantaría decirle que supe, desde el primer momento, que era un buen entrenador. Pero lo cierto es que nadie más quería entrenarnos».

El equipo quedó impresionado por unos métodos de entrenamiento que consideraron «de lo más sofisticado» (Heidel), pero, a pesar de ello, seguían perdiendo los partidos. El Mainz llegó al parón invernal como el peor equipo de la categoría y apenas doce puntos a su favor, a cinco de la salvación. Heidel: «La revista Kicker escribió: ‘‘Posibilidades de descenso del Mainz: Cien por cien’’. Nada de noventa y nueve por ciento, no; el cien por cien. Jamás me olvidaré de eso».

Frank fue al despacho de Heidel. «Me dijo: ‘‘Tenemos que cambiar algo’’. Y yo pensé, ‘‘¡anda!, ¿no me digas?’’. Me dijo que había sopesado las cosas de manera detenida y que había decidido que nos iríamos de concentración invernal y, en el futuro, jugaríamos sin líbero. Y yo me pregunté: ‘‘¿Cómo? Tiene que estar de broma’’».

Un equipo de fútbol profesional sin líbero, sin un «zaguero» tras la defensa, resultaba algo inconcebible en la Alemania de mediados los noventa. Todos los equipos, y el combinado nacional, habían logrado sus grandes logros siempre con un líbero, desde los tiempos de apogeo de Franz Beckenbauer en los setenta. «Todos considerábamos necesario que alguien actuara como achique en caso de que el rival llegara detrás de tus líneas», cuenta Heidel. «Pero ¡cómo te vas a cargar al líbero! Imposible. Yo mismo había jugado de líbero, así que, en cierto modo, me pareció un intento de librarse también de mí».

Hans Bongartz, antiguo internacional alemán, había empleado en 1986 una versión de defensa de cuatro en línea sin líbero en el 1. FC Kaiserslautern, inspirado por una derrota durante la semifinal de la Copa de la UEFA de 1982 a manos de Sven-Göran Eriksson y el vanguardismo táctico que desplegaba en el IFK Göteborg; pero esta innovación no le permitió dejar un recuerdo duradero en la principal categoría del fútbol alemán. Como presidente del FC Bayern, durante la temporada 1993-94, Beckenbauer le prohibió expresamente a Erich Ribbeck seguir con sus experimentos (ciertamente amateur) con la defensa de cuatro. Unas pocas semanas después del nombramiento de Frank en el Mainz, el entrenador de la selección nacional, Berti Vogts, le dijo al tabloide suizo Blick que un sistema sin líbero era «fundamentalmente destructivo», motivo por el que no estaba destinado a encontrar acomodo en la Bundesliga.

Heidel: «Pensé que seríamos el hazmerreír, me temía lo peor. Durante la concentración prometí que estudiaría el asunto de manera más atenta. La pista estaba repleta de postes, y los jugadores pensaron ‘‘a este tío se le ha ido la cabeza’’. Se tiraron horas corriendo sin balón, practicando movimientos de un lado a otro en formación. Hoy es más que sabido que cuando la línea de cuatro se mueve al lugar en el que está el balón, el flanco queda abierto. Pero cuando jugamos nuestro primer partido en casa con este dibujo, el estadio no hacía más que gritárnoslo. Siempre había un delantero contrario totalmente solo en la izquierda, mientras que nuestro equipo estaba, al completo, en el lado derecho. Nadie se daba cuenta, por entonces, de que el balón no podía cambiar de banda tan rápido, de que la defensa tenía tiempo más que suficiente como para hacer el balance defensivo. Presión orientada al balón, se llamaba, y era algo completamente nuevo en Alemania. Brujería, básicamente. Así que entrenamos y entrenamos y entrenamos. Y yo estaba seguro de que descenderíamos».

A mitad de los noventa había, básicamente, dos formas de entrenar. Por un lado, el trabajo (correr y correr) y por otro la diversión (jugar). No se escuchaba hablar de movimientos colectivos o estudio teórico. Por su parte, Frank estaba «poseído por la táctica». Dice Heidel. «Jamás había visto nada parecido». El entrenador se tiraba horas viendo fútbol, sobre todo italiano. Y Sacchi seguía siendo su ídolo. «Nos ponía cintas de todos sus partidos, yo siempre estaba allí. ‘‘Un director general siempre tiene que estar presente’’, decía Frank. Así que yo también tenía que tragarme toda esa mierda. Por entonces no existía la edición de vídeo. Pausaba la cinta, la rebobinaba, la volvía a poner y volvía a rebobinar, durante horas y horas. Las tácticas de Sacchi le hacían enloquecer».

Frank llegó a viajar a Italia para ver al maestro entrenar en persona. «Sacchi no se lo tomó muy en serio, pero le dejaron que contemplase el entrenamiento desde la banda», cuenta Heidel. «De ahí es de donde sacó sus ideas. En Alemania no estábamos, para nada, igual de avanzados.

Frank encontró a todo un partenaire teórico futbolístico en la figura del profesor de ciencias deportivas Dr. Dieter Augustin, de la Universidad de Mainz, situada a apenas una corta caminata desde el estadio. Augustin prefería un juego posicional perfectamente establecido, antes que la verticalidad del FSV, pero, diferencias en gustos aparte, ambos estaban de acuerdo en que los futbolistas necesitaban ayudas visuales para seguir con su educación futbolística. Les pedían a los estudiantes de Augustin que editaran pequeños clips de vídeo, del Mainz y de sus rivales, para ayudarles con la preparación de los partidos. Una idea de lo más simple y original: los equipos alemanes no contaban ni con el staff ni con los conocimientos como para trabajar con ojeadores, por ejemplo. Uno de los estudiantes de Ciencias del Deporte que se presentaron voluntarios para el experimento era Peter Krawietz. Más tarde se convertiría en el ojeador jefe del Mainz y en asistente de la máxima confianza de Klopp.

«Las sesiones de vídeo de Frank a la 7:30 causaban pavor», contaba el que fuera jugador del 05, Torsten Lieberknecht. «Nos sentábamos en aquellas sillas de jardín hechas de acero, en una habitación diminuta, y desayunábamos mientras Wolfgang Frank daba a los botones de su aparato de vídeo. Duraban una eternidad».

Frank también se inspiró en sus días de jugador. Su año en el AZ Alkmaar de la Eredivisie holandesa, en la temporada 1973-74, le hizo quedar maravillado ante el fútbol total del Ajax. Al regresar a Alemania, el flaco delantero al que apodaban Floch (Pulga) volvió a cruzar su camino con el que fuera su entrenador en el Stuttgart, Branco Zebec, esta vez en el recién ascendido Eintracht Braunschweig. Zebec, un yugoslavo que había llevado al Bayern de Múnich a su primer título de la Bundesliga, en 1969, gracias a un destructivo régimen físico y una férrea disciplina táctica, fue el primer entrenador en experimentar con la defensa zonal en la elite alemana, durante los setenta. Por entonces, todo el mundo seguía usando únicamente el marcaje al hombre. «Con Zebec dejamos de correr como estúpidos detrás de nuestro oponente [individual]; era un adelantado a su tiempo», recordaría Frank.

Veintiún años después, el Mainz se dejaba llevar por similares impulsos futuristas. «Al llegar el parón invernal éramos un equipo prácticamente sentenciado», declaró Klopp, defensa del Mainz, al Süddeutsche Zeitung en 1999. «Estábamos abiertos a cualquier nueva idea. Incluso habríamos escalado un árbol quince veces si alguien nos prometía algunos puntos por hacerlo». Frank calculaba que eran necesarias unas 150 horas de entrenamiento teórico antes de que interiorizaran el nuevo sistema. En lugar del divertido entrenamiento al que los profesionales alemanes estaban tan acostumbrados, se pasaron días enteros sin ver un balón. «Pero pensamos: si Gullit y Van Basten tuvieron que aprender algo así en el Milan, nosotros también podremos soportarlo», le contaría Klopp en el 2007 al Frankfurter Rundschau, en una entrevista junto a su mentor. «Tiene que comprender lo valiente que fue aquello. En el fútbol tiene que pasar mucho tiempo para que se acepte cualquier nueva tendencia. Wolfgang decidió introducir una defensa zonal en mitad de una agónica lucha por evitar el descenso. Básicamente, hasta su llegada habíamos estado en mitad de la jungla y con taparrabos. Corríamos detrás de todo aquel que corriera con una camiseta del contrario». Recuerda que llegó a pensar que «habría dado igual si Frank les hubiera obligado a hacer un examen de física cuántica; con lo que sabíamos sobre la defensa en zona, el resultado habría sido el mismo».

«El juego que se desplegaba en Mainz había sido muy conservador, así que tenía que suceder algo. Aquel era el momento perfecto para hacerlo», explicaba Frank. Heidel recuerda que el equipo no estaba del todo convencido, en un principio. «No tenían ni idea de a dónde llevaba todo aquello. No hacían más que correr por todos lados, sin balón. A la izquierda, a la derecha… En un restaurante italiano, Frank se tiró horas explicándome que con un hombre menos en la zaga contaríamos con uno más en el medio campo. Y yo le decía: ‘‘Vale, pero ¿qué pasa si se nos cuela uno por la línea y llega al área?’’. Y entonces respondió: ‘‘Es que ya no habrá nadie que se nos cuele, no puede ocurrir’’. Presionábamos en la parte alta del campo para forzar al contrario a mandar balones en largo. Atrás, contábamos con gigantes como Klopp, un tío de 1,93 que se llevaba todos los balones por alto. Esa era nuestra nueva forma de jugar. Así salimos de esa concentración.

El primer amistoso en el que se usó el nuevo dibujo los enfrentó al equipo de tercera división del 1. FC Saarbrücken, «un ‘‘equipo montado en el dólar’’ que le sacaba una distancia sideral al siguiente de su categoría y que, sin duda, acabaría ascendiendo», recuerda Heidel. «Lo jugamos en Frauenlautern, cerca de la frontera con Francia, y yo estaba segurísimo de que nos iban a meter cinco. Pero en el descanso ya íbamos ganando 6-0. Pensé que estaba soñando. Habían puesto a su mejor once, pero no tenían ni idea de cómo jugar contra nosotros. Estaban completamente desbordados. Aquello fue el nacimiento… el renacer del Mainz 05, y el nacimiento de la línea de cuatro [en la segunda división]. Fuimos los primeros en jugar con este sistema, en combinación con una presión orientada y la defensa en zona. Ralf Rangnick (del Ulm) y Uwe Rapolder (del Waldhof Mannheim) llegaron después».

Jürgen Kramny, quien sería defensa del Mainz, disputó aquel partido con el Saarbücken. «Yo asistí al nacimiento de la defensa de cuatro del Mainz», relata. «Éramos un muy buen equipo en la tercera división, y el Mainz estaba en pleno descenso en la Bundesliga 2. Pero no nos dieron opción. Nos masacraron. Nos sacaron del campo». La línea defensiva de aquel día estaba formada por Jürgen Klopp, Peter Neustädter, Michael Müller y Uwe Stöver. «Nos funcionó tan bien que no cambiamos nada durante los siguientes dieciocho meses», contó Klopp.

Frank describía su táctica como una versión refinada del fútbol que juegan los críos. «Todo el mundo tiene que ir allá donde vaya el balón. El objetivo era lograr una superioridad numérica que nos permitiera hacernos con el balón y, después, estirarnos como un puño que se abre». Estos métodos novedosos llevaron al Mainz a ser el mejor equipo de la Bundesliga 2 en la Rückrunde (segunda vuelta). Lograron treinta y dos puntos, muchos más que cualquier otro equipo en las dos divisiones de honor. «Fue una locura, algo que jamás se había visto en el fútbol profesional alemán», sonríe Heidel.

Para Klopp fue «una epifanía: me di cuenta de que nuestro sistema nos hacía ganar a equipos que contaban con jugadores mejores que los nuestros. Independizaba el talento de los resultados, y para bien. Hasta entonces, siempre pensábamos que, como éramos peores, perderíamos. La mejor arma de Frank era que llegaba a cada partido con un buen plan». Todo el mundo aceptaba que el trabajo duro, o «echarle un poco más de ganas» que tu oponente, podía suponer una (pequeña) ventaja cuando tenías menos calidad. Pero ¿un concepto colectivo basado en la gestión del espacio? En Alemania nadie hubiera pensado que aquello podía marcar una diferencia tan grande. «Aquel fue el momento en el que me enamoré de la táctica», dice Heidel. «De buenas a primeras ganábamos a equipos que, hombre a hombre, eran mejores que nosotros; y todo porque nosotros teníamos un concepto que funcionaba». El equipo entrenaba «hasta caer rendido», añade. «Al final, todo el mundo lo interiorizó. Hoy resulta de lo más normal contar con jugadores inteligentes, capaces de adaptarse; pero, por entonces, era necesario que hubiera un par de jugadores capaces de tirar del resto. Por supuesto, Kloppo era el líder táctico del equipo, por mucho que en el campo no lo pareciera. Confiaba en su potencia, en su instinto, en su físico como jugador; no era de los que se adornan. Pero era el cerebro pensante del equipo».

«La primera vez que entré en contacto con la táctica, fue en el Mainz», cuenta Christian Hock, mediocentro del FSV que había jugado en el Eintrach de Frankfurt cuando era un chaval y en el primer equipo del Borussia Mönchengladbach. «En el Borussia no se hablaba de estrategia. Necesité bastante tiempo para aprender el sistema, no estaba nada familiarizado con ello: tenías que controlar el balón y a los oponentes a la vez, todo el tiempo. Años después, mientras me sacaba la licencia de entrenador, muchos antiguos jugadores tenían auténticos problemas para comprender la teoría de la defensa de cuatro. Pero, gracias a Wolfgang Frank, yo estaba listo para usarla».

«Wolfgang siempre tuvo como objetivo que los jugadores aprendiéramos cosas nuevas», contaba Klopp. «Esperaba de nosotros mucho más que llegar un fin de semana y echar una pachanga. Desde luego, hubo momentos en los que nos quejamos por tener que pasar cuatro horas trabajando nuestro dibujo sobre el campo, pero siempre comprendimos por qué lo hacíamos». Klopp recuerda que Frank les pedía a los periodistas locales que no mencionaran demasiado la defensa de cuatro, porque sabía que tendría que dar muchas explicaciones en caso de que llegaran las derrotas. Aquella ruptura con el tradicionalismo fue vista con una buena dosis de recelo.

A pesar del cambio radical en los resultados, el desastroso comienzo de la temporada 1995-96 hizo que la supervivencia no estuviera garantizada antes del último partido de la temporada, en casa contra el VfL Bochum. El Mainz tenía que ganar. El comentarista televisivo Martin Quast recuerda que cubrió aquel partido: «Había unas 12 000 personas en el Bruchweg, prácticamente todo el papel que se podía vender por entonces. Marco Weißhaupt marcó casi al comienzo. Ochenta y tres increíbles y tensos minutos después el Mainz se había salvado. Todo el mundo se puso a celebrarlo como un loco, alzando los puños al aire; pero Wolfgang Frank mostraba un semblante taciturno y andaba de un lado a otro, como un león en una jaula. No sabía qué hacer. Era una situación completamente desconocida para él. Había miles de personas celebrándolo como si no hubiera un mañana. Y Wolfgang Frank andaba titubeante por todo el campo, completamente alejado, como si alguien lo controlara con un mando a distancia».

«Todo el mundo lo estaba celebrando, pero mi padre estaba completamente exhausto, incapaz de pronunciar una sola palabra y con un dolor de cabeza terrible», dice Sebastian Frank. Lo había dado todo. Wolfgang Frank era uno de esos entrenadores que vivía todo a mil por hora desde la banda, que ardía por dentro, pero que era incapaz de encontrar la forma de darle salida a toda aquella energía. «No buscaba ser el centro de atención», dice Sebastian, «no le gustaban los baños de masas».

«De cara a la siguiente temporada no hubo cambios en el equipo. Y nadie sabía cómo meternos mano», recuerda, Heidel. «Por primera vez en nuestra historia, de buenas a primeras, éramos candidatos al ascenso». «Nadie se ha tomado en serio nunca a este club, llevan años abandonados, en tierra de nadie» publicaba en octubre de 1996 el Süddeutsche Zeitung. «Pero, hoy en día, son el único equipo de la segunda división capaz de jugar (y comprender) la defensa de cuatro en línea». El supuesto «equipo carnavalero» imponía, de repente, respeto y admiración por su giro radical. El presidente del 05, Harald Strutz, llegó a declarar en alguna ocasión que «la euforia se ha adueñado de nosotros». Se vivía un revuelo en toda la ciudad como nunca se había visto.

Y el 05 siguió ganando. El equipo de Frank llegó al parón invernal de la temporada 1996-97 en segunda posición de la tabla, solo precedido por el 1. FC Kaiserslautern de Otto Rehhagel, quien, un año más tarde, alzaría el Meisterschaf.

Pero, para Frank, los progresos no llegaban lo suficientemente rápidos. A la vez que introducía los cambios fundamentales en la estrategia del equipo, en enero de 1996 sorprendió a la directiva con la petición de contar con un mayor y más moderno estadio, además de mejores instalaciones para los entrenamientos. El Bruchwegstadion apenas contaba con torres de focos y marcador electrónico desde hacía unos meses.

«Nos enseñó que debíamos tener ‘‘más visión’’ si queríamos lograr grandes cosas, fue decisivo», cuenta Strutz. «Nos preguntó sin el menor miramiento: ‘‘¿De verdad quieren ustedes jugar algún día en la Bundesliga?’’. No tengo del todo claro que ninguno de nosotros se hubiera parado a pensarlo en serio. En ese momento seguíamos los últimos de la Bundesliga 2». La idea de Frank era la de renovar el Bruchweg —el nombre (la traducción literal sería algo como camino roto) «le venía muy al pelo, entonces», admite Strutz—, además de pedir que se construyera una bañera de inmersión, una sauna y mejores campos de entrenamiento. «Wolfgang Frank era una persona única, peculiar. Una magnífica persona. Pero también era demasiado intelectual, espiritual. Volvió loca a la directiva del Mainz con tanta petición para poder mantener el éxito. Recuerdo que insistió mucho en la bañera de inmersión. Lo único que tenía el Mainz por entonces era una mugrienta bañera en la que el utillero limpiaba, de vez en cuando, las botas. Después de cada partido, el capitán se bañaba allí, así que nadie más podía relajarse. Frank insistió. Nuevos campos, nuevos vestuarios, ‘‘la sala de prensa no puede estar ahí, en mitad del edificio, en el mismo lugar que los jugadores’’, dijo. Para él, progresar tan despacio era lo mismo que ir en regresión. Todo cambio tenía que llegar a toda velocidad».

Se reconvirtió la pequeña sala VIP de uno de los almacenes, que también hacía las veces de oficina, en una zona de descanso repleta de sofás para que los jugadores pudieran usarla durante la semana; se comenzó a hablar de contratar a un nutricionista. «Quería demostrar a los posibles fichajes que teníamos unas buenas instalaciones en las que entrenarse bien. Aquello era de lo más importante para él», cuenta Strutz. «Y cada día se sorprendía de que no se presentasen los bulldozers para comenzar con las obras». «En la directiva debieron de pensar que estaba como una cabra», admitía Frank años después.

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