Kitabı oku: «Relatos de vida, conceptos de nación», sayfa 7

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Una situación menos violenta pero igualmente significativa para la utilización de la lengua como factor de diferenciación se halla en la exposición del escocés Basil Hall (1831, vol. 1: 80-81) sobre sus primeras experiencias en el mar. Consciente de su «hideous patois of Edinburgh, with the delectable accompaniment of the burr of Berwick», señala sus mareos y su dolor de muelas. «In the midst of these mortifications, I reckoned with confidence on the support of my own countrymen, of whom there were several amongst the elder mids– an error into which I was led by having often heard of the way in which Scotchmen hang together in foreign parts». En cierto momento se da cuenta de que ha perdido dinero y empieza a preguntar empleando una palabra no estándar: «I have tint a half guinea». No le entienden. En ese momento uno de sus «quizzing countrymen» explica que «tint» equivale a «lost», «adding, “none but Sawney from the north” would have used such a barbarous word, unknown in England».68 A partir de entonces es objeto de burla sistemática por su acento: «“Eh, Saunders, where are ye gawin?” and many other taunting expressions to the disparagement of my country, which will hardly bear the press, were flung at me from the English portion of the circle now assembled to hear this confusion of tongues». Hall acaba realmente molesto –«If the Scotch, in its purity, be bad enough, it is truly savage in the mouth of a pretender; and I was doubly provoked to hear its Doric beauties marred by southern lips»– y concluye que quien se burló de él fue quien le robó el dinero.

Si Escocia y Gales plantean una relación desigual con lo inglés y la britanidad en las narrativas de escoceses y galeses, pero bajo una tónica de integración, la conflictiva cuestión de Irlanda comparte lo dicho anteriormente, pero en un contexto más complicado. Nuestro corpus tiene la limitación de que todas las narrativas de irlandeses son en realidad de anglo-irlandeses. El caso más claro es el del obispo anglicano Joseph Stock69 y su narración de la invasión francesa de Killala, combinada con una insurrección local. En ella, el autor, pese a haber nacido y estudiado en Irlanda, no se identifica como irlandés y utiliza «English» con frecuencia. Dedica varios pasajes a censurar a los «aborígenes» y los «popish inhabitants» que «became mad with apprehensions from their Protestant brethren, on whom they seemed every moment on the very point of laying violent hands» y con su levantamiento demostraron ser unos «infamous betrayers of their King and Country» (Stock, 1800: 46 y 81).

La diferencia religiosa (exclusión de los católicos en Irlanda pero también en Gran Bretaña) y las dudas sobre la «lealtad» de los irlandeses ejemplifican el punto de vista que define la cuestión irlandesa como un crónico problema de integración.70 «It would be well for you to bear in mind, that in this country protestant and catholic is not so much the distinguishing name of a religious sect as it is the shibboleth of a political faction», afirma el escocés Donaldson (1826: 128) en sus Sketches of Ireland. Por su parte, y desde un punto de vista londinense, Farington (1983: 4360) recoge una idea que habría sido imposible siglos antes, pero que tampoco es tan extraña al mundo católico (cf. expulsiones de jesuitas en el siglo XVIII):

31 may. 1813. Much conversation took place respecting Catholic emancipation. Westall & J. Aytoun were advocates for it. Westall saw no reason why the Roman Catholic religion should not be the established religion of Ireland, as the professors of that religion formed the greater proportion of the people, and he added that the Calvinistic religion was allowed in Scotland to be the established religion though it differed from that of England. –Liddel replied to Him that the King is the Head of the Church of Scotland, but the Roman Catholics refuse to acknowledge Him to be the Head of their Church, the Pope, a foreigner, is their head. This said He makes all possible difference.

BRITANNIA ABROAD, CARACTERES MORALES Y EL HONOR NACIONAL

Pese a la multipolaridad de todas estas problemáticas internas, no hay que olvidar el carácter transoceánico e imperial del Reino Unido, a la vez una de las principales «naciones imperiales». «Britain and the Sea are two words which cannot be disunited. The sea and home appeared one and the same» (Anónimo, 1819: 88). Obviamente, este rasgo presenta implicaciones en lo que tiene que ver con cómo los individuos –no todos, ciertamente– definen la nación, y cómo la exposición a la diversidad se traduce en mayores diferenciaciones o las difumina.

En este sentido, la manera que tengan los actores de entender el imperio es clave, bien como un apéndice colonial de la metrópoli claramente diferenciado, bien como una parte constitutiva de la nación, al igual que lo puede ser cualquier parte de Gran Bretaña. Las visiones sobre la integración de Irlanda podrían entenderse en este marco analítico, debatiéndose continuamente entre una cosa o la otra, entre una nación oprimida y un miembro más de la britanidad. Sin embargo, algunas trayectorias proporcionan casos más claros. El escritor inglés F. W. N. Bayley71 nos narra su juventud en Barbados. En su relato describe una escena típica en torno a la oficina de correos a la llegada de paquetes desde Inglaterra. Los abogados, militares, marinos, plantadores, «all flock thither, and wait, with the greatest impatience and anxiety, to hear the news in the mother country, and to receive their letters from home. […] before ten minutes have passed away every one is acquainted with what is going on at home». La palabra home le resulta al autor una expresión común de los colonos de las Indias Occidentales. «England, Scotland, or Ireland is still their home». Según Bayley, al contrario que los habitantes de las colonias francesas, miran la isla en la que residen como un lugar en el que están, de alguna manera, exiliados por un cierto periodo de tiempo; como un lugar que contiene sus propiedades y, por lo tanto, de gran importancia para ellos, pero muy pocos esperan morir allí. Aquellos que pueden permitírselo suelen hacer viajes cada tres o cuatro años al Reino Unido, «and nearly all look forward to spending their last days in the land of their birth» (Bayley, 1830: 291-292).

Esta clara separación entre uno y otro ámbito no debería conducir a una conclusión precipitada. Se suele decir que toda idea moderna de nación conlleva un territorio nacional, pero para muchos individuos de este momento lo intuitivo es que el espacio sea nacional porque alberga la nación (o al menos a una mayoría de sus miembros), no lo contrario. En esa línea puede interpretarse el texto de Hall (1833, vol. 3: 168-169) en el que considera la estabilidad de las cualidades de los marineros y que «our national position is insular at head quarters, but our dependencies, spread over the whole globe, are kept in communication by the broad high way of the ocean». A partir de esto afirma que «la preservación de nuestro carácter nacional, por no decir nuestra existencia» está en mantener la flota y las colonias que son «partes integrales del imperio».

La expresión «preservar nuestro carácter nacional» se fundamenta, desde luego, en la creencia en caracteres nacionales (lo cual es el fundamento de nuestra nación etnotípica no politizada), pero también en la existencia de un honor nacional que está ligado al buen comportamiento de los miembros de la nación y al orgullo por los logros nacionales. En el caso británico, la dimensión imperial de dicho orgullo es indiscutible, aunque por supuesto aparece más en las narrativas de soldados y viajeros. Al comenzar el volumen tercero del relato de su viaje por España, el inglés Townsend (1792b: 2) describe sus sensaciones al pasar navegando frente a Gibraltar, entonces cercado por las armas de la monarquía católica: «[we] had the satisfaction to view the proud rock, at the sight of which every British heart should triumph in the recollection, not so much of the courage of its brave defender, as of his generous compassion for his besiegers in the hour of their distress».

Sorprende el paralelismo con lo que apunta el escocés James Alexander (1835: 8-9) más de tres décadas después, esta vez con motivo de la intervención británica en la guerra civil portuguesa. Pasando frente a la costa de Portugal, a la altura de Viana, una «fragata británica» se les aproxima para hablar con ellos. «If there is a spark of patriotism in the breast of a Briton, it must be elicited on seeing a British frigate on a foreign sea; there is nothing in the world so calculated to warm one’s heart and cause it to exult in our country’s greatness as this». Afirma que la Armada está en un estado excelente: «we must feel highly gratified and proud of our nation’s maritime superiority», ante lo cual desea que el Ejército siga sus pasos.

Las narrativas del corpus que recogen trayectorias «de contacto», más o menos imperialistas, están llenas de pasajes sobre las emociones suscitadas por el mantenimiento del «honor nacional» y las vicisitudes de la competencia entre naciones. Algunos casos están más relacionados con el presente del sujeto, otros revelan interesantes nociones de profundidad histórica de la propia imaginación nacional en línea con los modelos vigentes en el periodo, primero (post)ilustrados y después románticos.72 Semple (1807, vol. 2: 223) comenta sus diferentes sensaciones ante «el estado degradado» de Grecia en comparación con el de Roma. Atribuye esto «a los mismos principios que nos inducen a admirar a los conquistadores, pero a lamentar a los desaparecidos benefactores de la humanidad». «The modern German, or Gaul, or Briton, ascends the Capitol with a kind of triumph; or at least views the wide-spread ruins with a quiet melancholy».

Estos sentimientos encontrados de triunfo y melancolía proceden de la difícil hibridación entre la herencia grecorromana y la de pueblos germánicos con la que se dotaba de «raíces históricas» a la cultura nacional. Si algunos sujetos imaginan explícitamente el mundo de naciones a través de esa profundidad temporal, no es extraño que la dimensión espacial, la noción de que las naciones poseen territorios, puertos y ciudades, así como la competición por ocupar el mundo siquiera simbólicamente, esté también presente. Con fecha de 14 de mayo de 1805, Matthew Flinders73 escribe desde su cautiverio francés en Mauricio sobre la pena y el dolor que le causa la posibilidad de que sus «descubrimientos» acaben «either wholly lost, or appearing, unknowledged, in the works of a rival navigator and nation».

So little purpose has the shipwreck spared the body of papers relating to our voyage, for them to have fallen into the hands of a man [el comandante francés], for whom science has no charms–, who will sacrifice national faith to an unfounded suspicion,– whom humanity cannot soften, nor good offices done to ships of his nation at the port from whence we came, obtain even mitigation of severity (NA, ADM 55-76: 37v).

Como puede intuirse del trato que el capitán británico espera recibir del gobernador francés y no consigue, los logros nacionales también pueden expresarse en una dimensión asociada a la moralidad y el carácter. El valor y la honestidad de los soldados, además de su competencia técnica frente a españoles, portugueses u otros, es recurrente en las narrativas de militares.74 Siguiendo la misma lógica, los actos reprobables o deshonrosos, en tanto que fuente de contradicción entre la identidad y la experiencia, son censurados.

Tras el saqueo de una aldea portuguesa, el general Picton, galés, se dirige al regimiento escocés de Donaldson con una fuerte reprimenda:

He wound up the particular part of his speech addressed to us with, «You are a disgrace to your moral country, Scotland». That had more weight than all his speech. It sunk deep in our hearts. To separate a Scotchman from his country –to tell him he is unworthy of it– is next to taking away his life (Donaldson, 1845: 103).75

El futuro parlamentario radical Richard Potter76 alaba en junio de 1797 (mismo mes que el motín de los marineros de Nore) el comportamiento del Ejército y su abstención de cualquier intervención política, alejando el riesgo de una guerra civil. Señala que se intentó sublevar a los soldados distribuyendo libelos, «but the soldiers no sooner met with them, than they with a Spirit truly British consider’d them as an Insult offer’d to their Honour & subscrib’d Sums amongst themselves for finding out & persecuting the Authors of such diabolical measures». También menciona que el Gobierno había abonado sus sueldos recientemente. «Had such vile incendiries [sic] succeeded according to their Wishes & the Mutiny [h]appening at same time, our Country might have been involv’d in all the Horrors of contending Factions however some of us may wish for Reform. I trust none of us ever think of going further» (LSEA Special Coll Misc 156, vol. 1: 78-79).77

Mientras en algunos ejemplos los sujetos no están a la altura de la nación, en otros casos puede ocurrir lo contrario. A partir de los contenidos que se predican de la nación o de la simple pertenencia compartida, los individuos nacionalizados pueden derivar expectativas de solidaridad de sus connacionales a través de ayuda económica, apoyo moral o asistencia práctica en los propios propósitos. Es el caso de la nota de Choyce (1973: 161 y 172) sobre su cautiverio en Francia, antes de que, «tired of loyalty and sick of prison», se alistara, haciéndose pasar por español, en la marina francesa. Él cuenta cómo «Mr. Hewitson an English gentleman living at Orleans, who was commissary for English prisoner» los visitó en la prisión junto con Lord Elgin y les comunicó la asistencia que iban a recibir, consistente en unos pocos sous al día. Choyce la consideró insuficiente hasta el punto de humillante. «Blush Britons! Sorry I am to say that an English should have so little feeling for a dozen or so of his poor, miserable, half-starved countrymen». Esta indignación se focalizó en esos compatriotas que entran en una prisión y ven «some of the men who had fought the battles of and suffered for his country» sin apiadarse de ellos ni atender sus necesidades adecuadamente. «Believe me, Englishmen, though I have seen many impious acts of my countrymen in various climes, this act of the noble lord made such an impression on my heart that time will only blot it out by death».

En asuntos civiles, los rasgos nacionales pueden ser elementos prosaicos pero igualmente superiores respecto a otros pueblos menos civilizados, como la ilustración, la laboriosidad o el gusto por el orden y la limpieza: «A Dutchman of the labouring class is, indeed, seldom seen unemployed; but we never observed one man working hard, according to the English notion of the term» (Radcliffe, 1795: 47); «She was a true genuine Englishwoman: natural, frank, open…» (Farington, 1984a: 5102); «An Englishman accustomed to the neatness, & convenience of the Inns in his own Country, and to the civility which is universally found, will require a little time to reconcile himself to those He will find abroad» (Farington, 1978: 22); «… this disgusting un-Englishlike and mean abuse of power» (Wilson,78 1825: 689), etc.

No todas las discusiones sobre la dimensión moral de la identidad se plantean desde la afirmación más o menos ufana de superioridad. La diferencia entre las experiencias concretas y las identidades individuales genera conflictos que no pasan desapercibidos a la conciencia. Thomas Howard79 escribe en su diario haitiano sobre la desesperada situación del cuerpo expedicionario británico. Las brigadas irlandesas que habían llegado hacía diez meses con mil cuatrocientos soldados ya no tenían ni cien hombres listos para el combate. «¿Acaso no ve el gobierno lo que está ocurriendo?», escribe. «Englishmen in all Ages have been renowned for sensible & humane Hearts, & I cannot conceive were they perfectly informed of the work of Death that is so rapidly going on here, that they would any longer permit a Soldier of theirs to stay in such an Accursed Country». Howard escribe que es incapaz de concebir otra reacción, pues si a pesar de los desastrosos resultados la decisión fuera no evacuar a las tropas, entonces «the great Characteristick of the Nation no longer exists & a System of the most unheard of cruelty & Inhumanity has arisen in its place» (Buckley, 1985: 118).

Más clara aun es Radcliffe (1795: 377), que señala al final del relato de su viaje del verano de 1794, ya en Inglaterra, que Mánchester debe ser objeto de admiración no solo por sí misma, sino por contraste con un «lugar vecino», a todas luces Liverpool, «immersed in the dreadful guilt of the Slave Trade». Para ella el problema reside en que los esclavistas creen que la «prosperidad nacional» es compatible con su actividad y que, sobre todo, «the actions of nations pass unseen before the Almighty». Por el contrario, sus pecados individuales contra «the eternal laws of right and truth» no van a disolverse en la «accumulated and comprehensive guilt of a national participation in robbery, cruelty and murder».80

Esta preocupación por la degradación moral de la nación es importante no solo por la dimensión ética que puede tener cualquier concepción comunitaria. Muchas de las narrativas revelan la creencia en una relación recíproca entre todo lo anteriormente indicado y las instituciones políticas del país.81 Las conclusiones que Farington (1979b: 1914-1915) apunta en su diario sobre su viaje por Francia en 1802, permitido por la Paz de Amiens, son reveladoras en este sentido. «I felt on my return a difference the most striking; it was expressed in everything; and may be explained by saying that it was coming from disorder to order; from confusion, to convenience; from Subjection to freedom». Al volver, todo hombre «… seemed respectable because his distinct & proper Character was consistently maintained». Farington se pregunta cuál debe ser la naturaleza de un hombre que no agradezca ser inglés de estirpe («that it was his Lot to be an Englishman»), «a Man entitled from Birth to participate in such advantages as in no other Country can be found». Lo interesante de la entrada es que el sujeto nos explica en qué consiste esa relación entre el estatus político y los «manners of the people»:

It certainly was manifest to me that the difference in the deportment of the English when compared with the French, is as great as the Causes which produced it. I could not be insensible to that air of independence bordering upon haughtiness, which is manifested in the English Character, but is little seen among the people I had left. Wealth, and Security, and the pride of equal freedom, together habituate the mind to a conscious feeling of self importance that distinguishes the people of England from those of other Countries. – But if this effect is produced, if there is less of what is called the Amiable, it is amply made up by a quality of a much higher kind, which is integrity, that is a word which the English may apply to their Character by the consent of the whole world more universally than any other Nation that exists in it.82

Afortunados son los ingleses de serlo, pero no lo son por cualquier azar del destino o bendición divina, sino por una combinación específica de logros y características colectivas resultado de la acción humana. Esto lleva un mérito superior implícito y el reconocimiento tácito de la relación entre las instituciones del liberalismo y el comportamiento de la nación según criterios liberales. «Le caractère national des François me parait depuis la Revolution d’être altéré», escribe Richard Potter en 1803, «c’est à dire, d’un peuple volatile et soumis à leur Gouverneurs, ils ont commencé d’être un nation jaloux de leur Libertés, mais à present le Gouvernement Français est aussi absolut que dans le tem[p]s de leur Rois» (LSEA Special Coll Misc 156, vol. 3: 130).

Desde un supuesto similar pero más restringido opera Semple (1809: 255), que, en su segundo viaje a la península ibérica, visita además Tánger, posesión de la Corona inglesa de 1661 a 1684. Habiendo colocado al lector ante las ruinas de su fortaleza, utiliza una pequeña historia, inventada o no, para transmitir unos contenidos que bien podrían formar parte del posterior imperialismo victoriano. Un supuesto inmigrante francés de alta cuna visita Canadá. «He acknowledges the many virtues of the nation which had afforded him shelter», pero le resulta incómodo encontrarse entre «Frenchmen in language, manners and descent, but in peaceful obedience to a foreign power», o sea, Inglaterra. Para Semple no debería sentirse ofendido. «The French had been supplanted by a nation not very greatly inferior to his own in any respect, except that of numbers». Sí le ocurre al autor en la ciudad norteafricana que le evoca el contraste canadiense. En ella debe contemplar «English ruins upon a barbarous coast, once belonging to the most enlightened nation of Europe, but now held by an ignorant and bigotted race of Africans. The ground formerly trod by the freest people on the face of the globe, is now contaminated by a vile race of slaves».83

EL PUEBLO MÁS LIBRE DEL MUNDO EN LA ISLA MÁS ENVIDIABLE BAJO EL CIELO

Las palabras de Semple, «el pueblo más libre sobre la faz de la tierra», pueden parecer una expresión exagerada, pero los mitos nacionales nunca se caracterizaron por su realismo o precisión, sino por su capacidad de permear conciencias y lenguajes. Lo expuesto hasta ahora ha cubierto gran parte de esos mitos para el caso británico y algunas de sus zonas de ambigüedad y contradicción. No obstante, todavía no se han abordado sistemáticamente las dimensiones más políticas de los lenguajes de nación observables en las fuentes británicas del corpus.84

Algunos sectores de la historiografía han argumentado que la idea de que el gobierno debe depender de los gobernados observable en la cultura del parlamentarismo salida de las revoluciones del siglo XVII es una especie de noción implícita de soberanía nacional propia del nacionalismo moderno (Greenfeld, 1992: 29-87). A este respecto, mi propuesta interpretativa parte de que los autores de las narrativas británicas aquí analizadas no operan desde un concepto de soberanía nacional como el que podría tener un liberal francés, español o portugués después de sus respectivas revoluciones. No obstante, esto no quiere decir que no tuvieran ninguna idea política de su comunidad más allá del Estado monárquico existente (el cual, téngase siempre en cuenta, era una monarquía parlamentaria).

De esta forma, cuando revelan información al respecto, la inmensa mayoría de estos individuos inciden en un rasgo político particular y articulador de su comunidad ya anunciado en las anteriores citas de Farington y Semple. Este rasgo, anclado en la concepción moralizada de los caracteres nacionales que hemos visto anteriormente (la nación etnotípica), no es otro que las libertades y los derechos de los que disfrutan los miembros de la nación.85 Así, el concepto etnotípico politizado tuvo unos frenos de transición hacia el liberal mayores que en otros lugares, pero acabó desempeñando unas funciones parecidas en lo que a lenguajes de nación se refiere. Como cabría esperar, diferencias en la realidad política conllevan diferencias en el vocabulario que se utiliza para concebirla y manejarla.

Además de proporcionar a los británicos una clara bandera de identificación, sostiene el debate sobre un modelo institucional –la British/English Constitution– que se predica como una isla contra la tiranía en términos político-morales, de forma paralela al hecho geográfico.86 Por supuesto, el advenimiento de la Revolución francesa y los conflictos internos en torno a los movimientos de reforma del siglo XIX infligen una tensión particular al sistema. No obstante, esta idea del free-born Englishman goza de solidez durante todo el periodo. Lo interesante es que parece haber un componente universalista subyacente en esta consideración, en tanto que la libertad se coloca para estos sujetos como un horizonte cuyo alcance no solo es posible, sino deseable para el resto de los pueblos del mundo.

De esta forma, la «sacred cause of liberty» (Blakeney, 1899: 114) o el «natural and legitimate right of every man to enjoy political freedom» (Hunt, 1821: 100) constituyen también un nexo transnacional que les permite hablar de «patriotas» en la Francia (pos)revolucionaria, en la España de 1808-1814, en la América hispana de 1810-1825 o incluso en los Estados Unidos de 1776-1783, de forma paralela al lenguaje utilizado por los propios colonos insurgentes.87 Por ejemplo, al estallar la guerra anglo-estadounidense de 1812, Hunt escribe que todo amante real de la libertad en Inglaterra desaprobaba esa guerra «injusta» librada contra «our brethren of America» y apoyada por los enemigos de la libertad que querían destruir los principios del republicanismo en todo el mundo. Aunque dice lamentar la destrucción de vidas humanas y del derramamiento de sangre, «and particularly that of my own countrymen», afirma haber deseado siempre el éxito a los americanos, «who were fighting for their rights and liberties against an invader, who would gladly have reduced them to that state of slavery from which they had emancipated themselves by a glorious and successful struggle» (Hunt, 1821: 174; la Guerra de la Independencia en 485).88

De acuerdo con esta lógica, lo que deben hacer los pueblos sin libertad es, aparte de librar sus propias guerras de independencia, aprender a preservarla imitando el ejemplo de los ganadores en la competición por las mejores instituciones, con la consiguiente ganancia en sus calidades morales. Por ejemplo, Alexander (1835: 275) escribe que, si hubiera cualquier peculiaridad inherente a «la presente raza de los portugueses» que los incapacitara para los beneficios de esas «instituciones liberales e ilustradas» «by means of which alone, we ourselves have attained our high rank as men and as a nation», toda su esperanza de regeneración estaría condenada al fracaso. Wakefield (1792: 404-405) es mucho menos generoso con el estado de las instituciones británicas de su época («I […] shall take shelter from the caprice of man and the vicissitudes of fortune beneath the calm contemplations of a private life»). No obstante, tiene clara la potencialidad que tendría la depuración de los déspotas en el poder, que son «unworthy to breathe the genial air of that region, which has dispensed freedom to the universe, and produced the great political saviours of mankind». Y si esta consideración corriera el riesgo de parecer exagerada, el sujeto se reafirma con una reformulación más explícita: «Yes; that Sun of liberty, which has shot his beans even into the extremities of the western hemisphere, and is invigorating European nations with meridian rays, first rose from the bosom of OUR ISLAND; and may he never set, till every vestige of slavery and superstition be effaced from it and from the earth; till freedom have established in the hearts of men UNIVERSAL EMPIRE!».

Separados por casi cuarenta años, el fragmento de Wakefield89 coincide con el de Alexander en lo antes señalado, pero introduce otro factor también importante: la denuncia de la arbitrariedad del poder. Si el contenido político de la nación se nuclea en torno a un asunto tan potencialmente conflictivo como los derechos y las libertades, cabe esperar que no todos entiendan la traducción concreta de estas proclamas de la misma manera. Así, los conflictos por la definición de la nación en el caso británico tienen su dimensión política central no tanto en la discusión sobre la legitimidad del poder, sino en qué medida la perfección moral de la constitución política real está a la altura de lo que se predica de ella y, por extensión, de la comunidad nacional que la articula. Aquí el peso de lo que está sucediendo en Francia es significativo y continuo, pero no es ubicuo, no tiene el mismo sentido para todos los actores ni siempre es explícito.

Prueba de todo ello es la manera en la que termina el relato del campesino y poeta inglés John Clare,90 uno de los pocos casos de narrativa personal producidos por individuos claramente clasificables en lo que se ha dado en llamar «clases populares». Afirma que nunca intentó entender la política completamente y que le bastaba con «the old dish that was served to my forefathers», pero luego se posiciona claramente contra los regicidas franceses y sobre todo contra «un tal Robespierre», «a most indefatigable butcher in the cause of the French levellers».91 Alegrándose de su destino final, termina: «may the foes of my country ever find their hopes blasted by disappointments and the silent prayers of the honest man to a power that governs with justice for their destruction meet always with success» (Robinson, 1983: 26).

El contraste del tradicionalismo de Clarke con el político radical Henry Hunt no podía ser mayor. Para el uno la máxima política es combatir a «los enemigos de mi país» y evitar que en él sucedan las atrocidades de «los niveladores franceses», que es como llama él a los jacobinos proyectando la memoria histórica que pudiera tener de los conflictos del siglo XVII. Para el otro, el caciquismo, la corrupción política y la desigualdad social constituyen una perversión continua del patriotismo y los valores nacionales bombásticamente predicados por los poderosos.

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