Kitabı oku: «Viajes por España», sayfa 13
II
Ya allí el calor era soportable, el aire elástico, la vegetación risueña. Había un río surcado por lanchas y cuajado de bañistas; había espesas arboledas; hermosas Casas de Baños, y un paseo llamado las Moreras (donde estudié, la tarde de un domingo, el mujerío vallisoletano), y había un Campo Grande, paseo nocturno mucho más extenso que el Prado de esa Villa y Corte.
Todos pronostican á Valladolid un porvenir muy lisonjero. El ferrocarril, que llama ya á sus puertas, desarrollará los elementos de riqueza que posee de muy antiguo aquel país, juntamente industrial, ganadero y agrícola. En la actualidad tiene fábricas de papel continuo, de tejidos, de pan, de productos químicos, de harina, de calderería, de cerveza, de curtidos, de botones, de cola, de chocolate, de loza fina, de telas metálicas, de fundición, de cintas, de pasamanería, de platería, de herrería… – Muchas de estas cosas en pequeña escala; pero con grandes condiciones de vida y prosperidad.
En cuanto á bellezas artísticas, á monumentos históricos, á glorias nacionales, Valladolid es, como si dijéramos, la Sevilla del Norte.
Visité la Catedral, ó, por mejor decir, el fragmento de ella que hay construído; pero, estudiando los planos y proyectos de Juan de Herrera, que guarda el Cabildo, comprendí que si el grande arquitecto no hubiese abandonado esta obra por la del Escorial, España tendría hoy un templo del Renacimiento digno de figurar al lado de San Pedro de Roma. En las proporciones á que ha quedado reducida, todavía la Catedral vallisoletana impone al alma su ruda y solemne magnitud… Parece un elefante de piedra, una pagoda índica, una montaña ahuecada. Todas las profanaciones que legó á este grandioso edificio el malhadado Churriguera desaparecen y quedan enterradas bajo la noble gentileza de aquella fachada dórica, tan pura y colosal, y de aquellas naves corintias cuyas pilastras equivalen á otros tantos monumentos.
Pero mi carta no tendría fin si hubiese de enumerarte, no digo describirte, todo lo que el artista y el poeta encuentran en esa inmensa necrópole de nuestra historia que se llama Valladolid. – No diré, pues, más que lo principal.
Vi el Convento de San Pablo con su fachada gótica de filigrana, y el contiguo de San Gregorio, más famoso que de mi agrado. Aquel tour de force de reducir á ojivas, doseletes y columnas los caprichosos giros de una vegetación extravagante, parecióme pueril y necio. Reconozco el artificio, la rareza, la originalidad; pero niego el arte, la poesía, la propiedad, la belleza. – Prefiero, pues, la fachada de San Pablo.
Pasé por el Ochavo, lugar del suplicio de D. Álvaro de Luna. – Hace poco tiempo había visto sus cenizas en la Catedral de Toledo, y aun tenía que ver su Palacio convertido en casa de locos, y la Iglesia de Ajusticiados (San Andrés), en que depositaron todavía caliente su ensangrentado cuerpo.
Templos contemporáneos de Peroansúrez, de Doña Urraca y de Alonso el Sabio; esculturas de Pompeyo y Leoni, de Gregorio Hernández, de Jordán, de Juan Juni, de Felipe Gil y de Gaspar Becerra, todo pasó ante mis ojos en rápida confusión… En el Museo de Pinturas vi tres cuadros atribuídos á Rubens, uno de ellos hermosísimo, que llaman la Virgen de Fuensaldaña, y representa el poético instante de la Asunción de María. – Estos tres cuadros nos fueron robados por los franceses en 1808; pero los españoles los reconquistamos con las armas en la mano en el ataque de Vitoria.
Recuerdo además un Bodegón, de Velázquez; una Santa María Egipciaca, de Rivera; una Cena, de Vinci; una Cabeza de San Francisco y un San Pedro Advíncula, del dicho Rivera; nueve cuadros de la Vida de la Virgen, de Lucas Jordán… y, en fin, una multitud de lienzos notables, si no de primer orden, de Palomino, Zurbarán, Murillo, Vandik, Rubens, Valentín Díaz, etc. – El que no puedo menos de citar nominatim es una Magdalena de Correggio, digna de figurar entre las primeras obras de este inmortal artista.
Algo más despacio visité el Palacio de Felipe II, ó bien la que era morada principal de los Reyes de España cuando el melancólico hijo de Carlos V tuvo la humorada de hacer á Madrid capital de sus Reinos. – No vale mucho por dentro ni por fuera aquel vasto edificio; pero contiene pormenores preciosos y recuerdos interesantes… Entre los pormenores, citaré los bustos de medio relieve de Berruguete, que adornan el patio interior, y, entre los recuerdos, el haberse alojado allí Napoleón el Grande cuando vino á nuestra tierra á empequeñecerse.
Con todo lo cual, y haber recorrido salones en que se habían celebrado Cortes y Concilios; casas particulares que fueron palacios de Reyes; Alcázares convertidos en conventos; la casa de Alonso Pérez de Vivero (ahora cárcel pública); el Palenque de mil torneos, antiguo Campo de la Verdad, hoy Campo Grande, donde murió un Carvajal á manos de D. Pedro Benavides, siendo Juez del combate el mismo Fernando IV el Emplazado, salí de Valladolid después de tres días inolvidables, á las tres de la tarde del 9 de Agosto, víspera de San Lorenzo.
III
De Valladolid á Palencia hay nueve leguas… Corren paralelamente este trayecto la carretera, el canal de Castilla, el ferrocarril de Isabel II, el Telégrafo eléctrico y el río Pisuerga. – Estas cinco vías se acercan unas á otras hasta el punto de hallarse unidas en algunos sitios dentro de cien varas de anchura.
En un lado divisé el castillo de Dueñas, donde se verificó el casamiento de Doña Juana la Loca; en otro el castillo de Tariego, al que se acogió el Rey D. Ramiro después de una derrota; allá Torquemada, cuna de Zorrilla; acá el pueblo de Baños, donde los tomaba el Rey Recesvinto; por una parte, fábricas de harinas, también históricas, como que fueron teatro de los famosos incendios de 1856; por otra, los productivos campos de Castilla la Vieja, que se parecen al carácter de sus habitantes en que, sin galas ni lujo de expresión, dan lo que prometen y es una verdad lo que producen.
Cerca de la confluencia del río Carrión con el Pisuerga hállase un Monasterio de Agustinos, en el que sólo queda con vida una campana. Rodéanlo dos ó tres casas de pobrísima apariencia, y todo ello se llama Ventas de San Isidro de Dueñas. – No lejos de Venta de Baños dicen que hay una Capilla bizantina, del tiempo de Recesvinto.
En estas Ventas se juntarán con el tiempo varios ferrocarriles. Por consiguiente, allí habrá algún día un pueblo que empezará por una fonda, un hospital y una estación, se aumentará con una cárcel y un café, llegará á tener su mercado y su iglesia, aspirará luego á teatro y plaza de toros, y concluirá por reclamar su Alcalde Corregidor…
Pensando así, iba yo dejando á la izquierda el riquísimo Monte de Palencia, cedido por D.ª Urraca á los pobres de esta Ciudad, quienes ciertos días del año tienen todavía derecho á cortar todo lo que pueden llevarse á cuestas… – ¡Y habrá quien se atreva á desamortizar aquel terreno!.. – ¿Cuándo cesará la imprudentísima campaña de la clase media contra la clase pobre?
IV
Desde que se entra en la provincia de Palencia el suelo se quebranta y empieza á rizarse en valles y colinas. Las llanuras castellanas se accidentan, que diría un francés. Todo anuncia la proximidad de las grandes montañas cantábricas.
Cerca de anochecer llegué á la antiquísima ciudad de Palencia, cuya calle Mayor pudiera compararse en longitud – ya que ni por asomo en hermosura – á la calle de Rivoli de París. Toda es de columnas y pilastras, que forman soportales de forma irregular. Pasarán de mil estos informes pilares de piedra que sostienen viejísimas casas cargadas de escudos heráldicos.
Pero ¡ay! por dondequiera que voy, veo caerse á pedazos las más antiguas ciudades… El prurito de derribar para ensanchar ó reedificar, que se ha apoderado de Madrid, trasciende ya á las más apartadas y sedentarias villas… – Mucho ganará en ello, no la higiene, sino el ornato público; pero mucho perderán el arte, la historia y la poesía… – Dígolo, porque, en medio de aquellos nobles caserones de Palencia, están ya levantando algunas jaulas de cinco pisos, para diez familias y al estilo francés, que ponen espanto á los extravagantes como yo, enamorados de lo viejo, tradicional y castizo, y sobre todo de la libertad y la holgura.
– Pero es el caso que los edificios viejos llegarían á hundirse y á aplastar á sus moradores… – me observará alguno que presuma de lógico.
– ¡Pues reedifiquémoslos á la española, sin economizar tanto el terreno! ¡Viva cada cual en una casa y Dios en la de todos! – contesto yo, sin miedo á las excomuniones de esos cursis, que creen que todo lo extranjero es mejor que lo de España.
…
En Palencia permanecí dos horas; de modo, que sólo vi la Catedral. – Estaba ya cerrada; pero pude admirar desde luego su gracioso conjunto, que es una especie de fortificación como la de Almería, con dos fachadas del más puro estilo gótico.
Ya me retiraba, muy pesaroso de no haberla visto por dentro, cuando divisé al sacristán, que abría un postigo y penetraba en el templo.
Entré en pos de él, mal de su grado (disgusto que se le pasó bien pronto), y perdíme por las obscuras naves de la espaciosa iglesia, que ya sabrás es uno de los más hermosos templos góticos de España, bien que muy por debajo de las catedrales de Sevilla, Toledo y Burgos.
He dicho que estaba anocheciendo. De las altísimas ojivas caían largos crespones de sombra. Sólo por la parte del trascoro, que mira á Poniente, los calados rosetones dejaban penetrar alguna claridad melancólica… – ¡No sé qué religiosa tristeza inundó mi corazón!
Allá, á lo lejos, distinguí la moribunda luz de una lámpara que ardía detrás del altar mayor. – Era la Capilla de los Curas, donde yace el cuerpo de D.ª Urraca de Castilla, como sobre la tumba yace su estatua.
Dijo el sacristán que, cuando en 1828 Fernando VII y la reina Amalia, su esposa, volvían de las Provincias Vascongadas, desearon ver é hicieron descubrir los restos de la ilustre hija de Alfonso VI de Castilla, y que fué de admirar entonces la extraordinaria longitud del esqueleto. – ¡Nada menos que nueve palmos debió de tener de estatura la infortunada esposa del Batallador!
Bajé luego á la célebre Cueva de San Antolín ó San Antonino, patrón de la ciudad, santuario subterráneo que sirve como de mística base al gran templo que hay encima: admiré después, casi á tientas, ó sea á la luz de uno y otro fósforo (pues la Catedral se había quedado á obscuras y al sacristán se le había apagado y perdido la vela dentro de la cripta), la magnífica sillería del Coro, las verjas y los púlpitos; me defendí á duras penas del mismo sacristán, empeñado en que volviéramos á bajar, con un farol, al tal subterráneo, que parece ser su ojo derecho; alegué, como era cierto y positivo, que tenía hambre, que el reloj marchaba implacablemente, y que la Diligencia seguía su camino á las nueve en punto, y logré, por último, salir de la iglesia y tomar el camino de la fonda, casi receloso de que mi cicerone de medias negras se habría alegrado de que me quedase por toda la vida haciendo penitencia en la Cueva de San Antolín…
Andando por las ya iluminadas calles, hice la observación de que en Palencia son las mujeres mucho más guapas que en otros pueblos de Castilla.
V
Nada puedo decirte de las diez y ocho ó veinte leguas que hay desde Palencia á Alar– las pasé durmiendo.
¿Qué son hoy, pues, para mí aquellas tierras que cruzó mi cuerpo, en tanto que mi alma viajaba por otra parte, quizás por la Alcarria, quizás por Andalucía? ¡Lo que la vida es para una vieja; lo que nuestras luchas políticas ó controversias filosóficas son, verbigracia, para los pastores de la Sierra de Gredos; lo que debió de ser, por ejemplo, para mis amigas las monjas de Ocaña la muerte de lord Byron!.. – ¡Maldita la cosa!
Diez horas estuve detenido en Alar del Rey, almacén de trigo y harinas destinados al tráfico por el Canal de Castilla y Estación de un ferrocarril que irá á Santander con el tiempo, pero que ahora sólo llega á Reinosa…
A las cuatro de la tarde salió al fin un tren para este punto… – El tren se componía de tres ó cuatro coches, ocupados por diez ó doce personas…
Parecía aquello una sombra de ferrocarril… Pero yo me alegré en el alma de hacer aquellas nueve leguas tan solitaria y cómodamente, corriendo de una ventanilla á otra para admirar soberbios paisajes montañosos, en que se veían confundidos árboles, rocas, malezas, viaductos, prados, cabañas, túneles, desmontes, bosques, arroyos, puentes… ¡Todos los encantos de la naturaleza y de la civilización!
Al cabo de dos horas estaba en Reinosa, á las orillas del incipiente Ebro, cerca de los nevados puertos que dan paso á la provincia de Santander… – Y allí tomé la Diligencia para la aldea en que escribo estas líneas; aldea que tiene la dicha de no estar en el mapa, pero que no va á librarse por eso de figurar en letras de molde.
VI
Estoy en el valle de Buelna, á orillas del Besaya, en la jurisdicción de Los Corrales, en el corazón de las montañas de Santander.
Imagínate cien casas desparramadas sin concierto á lo largo del valle; es decir, imagínate entre casa y casa todo un prado, y á las veces dos ó tres huertas con árboles frutales. – He allí la Iglesia, sola en extenso campo, como un monasterio, y rodeada de castaños, nogales é higueras. – Las Casas Consistoriales se levantan en remoto paraje pintoresco, donde ya parecía que la aldea había terminado. – Aquella otra casa de campo que se ve á lo lejos es la Botica. – Aquel cortijo, cercado de portales llenos de vacas, acaso será el Estanco… – Pero no extiendas más la vista, que la casa inmediata pertenece ya á otro pueblo. – ¿Qué te parecen estas poblaciones, á ti que estás acostumbrado á las apiñadas villas y aldeas andaluzas ó castellanas? ¿No te parece mucho más propio para gozar de la vida campestre este caserío diseminado, que aquel colmenar de tristes é insalubres casuchas, donde se vive en forzosa vecindad con la grosería, la estupidez y el desaseo?
Pues sigue oyendo la descripción de mi retiro… – Si quieres cazar, á la puerta de tu casa tienes liebres y perdices; en el monte de la derecha jabalíes y osos… (á los cuales preparamos una batida); en el monte de la izquierda, corzos y venados, que ya han aparecido sobre mi mesa en varios guisos. – Si optas por la pesca, el río te brinda con anguilas, truchas y hasta exquisitos salmones. – ¿Eres herborizador? Trepemos al monte de Caldas, y encontrarás plantas de todos los climas, inclusos el té y el tabaco. – ¿Quieres flores? Paséate por el campo, y la pródiga naturaleza te dará mil variedades de rosas y mirtos silvestres, enredaderas, amapolas, lirios, madreselvas, violetas y jazmines. – ¿Deseas frutos? Desde el delicado griñón, que no conoces, hasta la sabrosa pavía; desde la avellana hasta la pera de manteca, y variadas manzanas, ciruelas riquísimas, uvas, membrillos, melocotones, nueces y castañas, todo lo hallarás en sazón. – Porque aquí reinan á un mismo tiempo las cuatro estaciones, según que subas ó bajes, ó que camines al Norte ó al Mediodía. En ciertos sitios escarcha todas las noches; en otros hace calor. Arriba, el viento seca y orea la tierra; abajo, la humedecen constantes rocíos…
Pero la especialidad, la maravilla de este valle es la leche. Que tengas tisis ó tengas asma; que Madrid te haya secado la médula de los huesos, ó debas al estudio ó á la disipación una gran frialdad de estómago… ¡nada te importe! Bebe leche por la mañana, al mediodía y á la noche, recién ordeñada, como la toma el ternero, ó trasnochada y cubierta de crema, cocida ó cruda, líquida ó en requesones ó en queso… ¡Mama á todas horas, te digo, y te nutrirás, te refrescarás, sacudirás todas las ruindades madrileñas, y remudarás tu sangre, tu color, tu vida, todo tu ser!
No creas que exagero: ¡este es el paraíso18! Aquí no quema el sol; aquí no moja la lluvia… (Es decir, aunque moja, no da reumas ni calambres.) – Ahora estamos en Agosto, y salgo sin sombrero á las once del día á coger fruta ó á matar gorriones, y ni me da un tabardillo ni me duele siquiera la cabeza… – Ayer he sufrido á pie quieto un aguacero de una hora, buscando en el río el nido de un salmón, un aguacero de una hora, á la orilla del río, y no me he baldado…
¡Oh, sí! La benignidad de este clima es prodigiosa. Todos los elementos pierden aquí su rigor y todas las bellezas del mundo ofrecen sus encantos… ¡Porque nada falte, hasta puedes ver el mar, sólo con subirte al próximo monte de Collados!..
…
Sin embargo, la mujer, sublimada por el cristianismo á esfera muchas veces superior á la del hombre; la mujer, objeto siempre en nuestra patria del culto de los caballeros, de las trovas de los poetas, de los agasajos de los rondadores nocturnos; la mujer, reina de su casa en Andalucía, lujosa, petimetra y holgazana á expensas del sudor del marido, lleva aquí la parte más dura de los trabajos agrícolas. Ella ara, ella siembra, ella coge, ella guía el carro, guarda las vacas y sufre todos los rigores de la intemperie… Véselas, pues, ajadas, feas, sucias, andrajosas, con el cuévano á la espalda y el niño dentro, encorvadas contra la tierra, sin aliño alguno en su traje ni asomos de tocado, mientras que el hombre se pasea ufano y compuesto, colorado y robusto, ocupado en pescar ó en llevar las reses á las ferias…
¡Triste condición la de un pueblo que no rinde culto á la hermosura y donde el amor no se levanta sobre el egoísmo del más fuerte!
…
El día de San Roque he asistido á las fiestas de Somahoz y regaládome con la música y el baile del país.
La música es una especie de jota menos bulliciosa que las de Aragón y de una melancolía infinita. – El baile se distingue por la seriedad y circunspección con que se mueven las parejas.
No hay más instrumento que un pandero.
La copla corre á cargo de una cantora-bastonera, cuyo pulmón es infatigable.
Pues bien: aun estas horas de expansión y esparcimiento, nótase la frialdad ó desdén con que el hombre del campo mira á su compañera. – Parece como que el baile es un deber en tales días, un rito sagrado, algo que ya se vió en el mundo antiguo. Ni sonrisas, ni rendimiento, ni obsequiosos mimos; nada hay en esta danza que se parezca al fandango ni á la jota. Los hombres tienen los ojos fijos en tierra, y las mujeres en el rostro de su señor.
¡Ah! ¡Pobres pasiegas! ¡Cómo me explico ahora el que sus esposos las envíen á Madrid á desempeñar el papel de vacas de leche, convirtiendo la bendición conyugal y sus frutos en un oficio ó granjería! ¡Y cuánto siento haber tenido que retratarlas, en conciencia, hace pocas noches, de la cruel manera siguiente, en una epístola que dirigí á nuestro amigo Cruzada!..
…
Lánguido el Pas las hortalizas riega
Que cultiva y se come á dos carrillos
La famosa en Madrid hembra pasiega.
Viérasla aquí, entre chotos y novillos,
Arar, sembrar, coger… ¡siempre á la espalda
El cuévano cargado de chiquillos!..
Ó, bailando en los campos de esmeralda,
Los domingos y fiestas, la hallarías,
Con las trenzas más largas que la falda,
Recios los huesos, las miradas frías,
Y rebosando del corpiño el pecho,
Rica promesa de robustas crías.
Mas ¡oh cálculo vil!.. Sólo ¡provecho
Buscando en el amor, franco de porte,
Abren á estos gaznápiros el lecho,
Y, sin que el hijo luego les importe,
Anuncian leche fresca en el Diario,
A las bellas madrastras de la corte!
…
Pero volvamos al baile del día de San Roque.
Los vascongados que trabajan en el ferrocarril, tocaban la flauta de boj toscamente labrada, haciendo como quien dice rancho aparte, y bailaban á las pasiegas con más donaire y animación. La luna creciente aparecía ya sobre el ocaso á presidir los patéticos instantes del anochecer. Del río y de la selva brotaba el concierto misterioso con que las aguas, las plantas y los animales daban su adiós al día. Sonaban á lo lejos las esquilas de los ganados y el último tiro del fatigado cazador, mientras que en las cumbres de los montes resplandecía la hoguera de los pastores y modulaba el viento lánguidos sollozos que parecían el lejano murmullo de Madrid…
Pero me dirás: – ¿Cuándo llegas á Santander, á la capital de la provincia, al término de tu anunciado viaje?
Llegaré, amigo mío, cuando acabemos el trozo de ferrocarril de Los Corrales á Torrelavega, en que trabajamos sin descanso, por medio de apuestas y de profecías, todos los habitantes de este valle, desde la distinguida familia constructora (inglesa por más señas), hasta mi humilde persona, que ha clavado ya más de una escarpia asentando rails… – Conque ten otra semana de paciencia.