Kitabı oku: «La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad», sayfa 3
La guerra forma una escala en que están á inmensa distancia el soldado y el jefe, y abre un abismo entre el vencedor y el vencido. Nada más contrario á la igualdad que un ejército disciplinado, á no ser el pueblo que conquista. En un principio, el exterminio establece la igualdad ante la muerte; pero cuando se empieza á conceder la vida á los vencidos se convierten en esclavos con este ó el otro nombre, con más duras ó más tolerables condiciones; entonces se inician las grandes desigualdades, que van creciendo como la avalancha que desciende por la montaña nevada. Los opresores que se elevaron suben cada vez más; los oprimidos que descendieron quedan cada vez más abajo. Hay clases, hay castas: la organización social forma alrededor de los hombres como un círculo de hierro que nadie puede romper, y fatalmente encadenado, debe morir allí porque allí nació. Una vez establecidas estas desigualdades, el nacimiento da un brillo que nada obscurece, ó una infamia que ningún mérito borra: cuando esto sucede en un pueblo, aunque no se sepa su historia, bien puede asegurarse que se compone de conquistadores y conquistados, porque sólo la embriaguez sangrienta del triunfo puede dictar tales leyes, y sólo puede admitirlas el pánico de la derrota. Una vez establecidas, una vez abierto el abismo que separa los fuertes, los nobles, los explotadores de los débiles, viles y explotados, todo parece concurrir á aumentar el poderío de los unos y la humillación de los otros. Se ha dicho con verdad que los que nacen en la esclavitud nacen para la esclavitud, que se aumenta y perpetúa degradando á los esclavos. Sobre ellos pesa lo más rudo de la obra social; y como trabajan sin descanso, sufren sin quejas, viven sin goces y mueren sin rebeldías, parece natural que vivan, sufran y mueran así, de tal modo que no sólo los hombres de la fuerza bruta, sino los pensadores y los filósofos, tienen por natural, por equitativa, por razonable la más injusta de las desigualdades, la que las crea todas, la que separa á los hombres en esclavos y dueños, la que da á unos poder, riqueza, consideración, y á los otros miseria, impotencia é ignominia; la que envilece el trabajo y ennoblece el ocio.
A veces, la casta guerrera ó la nación conquistadora no son bastante fuertes para rebajar al mismo nivel todo lo que está por debajo de ella y gradúa la desigualdad como el feudalismo, y la servidumbre de los vencidos como Roma, creando diques escalonados donde vayan á estrellarse las oleadas que levanta el sentimiento de la justicia ó el dolor de la desesperación.
Así, pues, la guerra, por la clase de personas que encumbra, por la altura á que las eleva, por los medios que emplea para elevarlas, por lo mucho que rebaja á los que deprime y los motivos que para rebajarlos tiene porque hace de unos más, de otros menos que hombres, porque distribuye ventajas y perjuicios con exceso y sin criterio, y, en fin, porque da á todo esto la consistencia necesaria, no sólo para que se sostenga, sino para que se perpetúe: la guerra puede decirse que ha sido la causa más poderosa y general de desniveles sociales, y efecto de ella son hoy todavía muchas desigualdades cuyo origen no siempre se le atribuye.
Las religiones del mundo antiguo han contribuído también á que los hombres se eleven y se rebajen por motivos que no son ni diferencias naturales, ni méritos ó culpas, y antes bien proporcionando ventajas á veces en razón inversa de los merecimientos. Mientras la Divinidad es el Omnipotente incomprensible y temido que ninguno pretende conocer, que todos procuran hacerse propicio atrayendo su benevolencia ó aplacando su cólera, cada cual es el ministro de su propio culto, y la religión establece las diferencias del merecimiento, no las desigualdades de la jerarquía. Pero desde que lo incomprensible se convierte en misterio que algunos pretenden explicar, desde que hay dogma y sacerdote, hay superioridades espirituales que no tardan en convertirse en dictaduras, que en pueblos groseros se materializan. El sacerdocio forma casta privilegiada, hace alianza con la de los guerreros, y fortifica, sancionándola en nombre de Dios, la desigualdad más injusta entre los hombres. Parece que el panteísmo de la mayor parte de las religiones del mundo antiguo debía contribuir á la igualdad; pero el dogma, que abruma al hombre, que le anonada, que le quita fuerza y dignidad, que enerva todos los resortes de la persona hasta aniquilarla moralmente, es no un enemigo, sino un aliado de las profundas distinciones entre las clases: dada una masa que se predispone á la humillación, á quien se priva de energía para la resistencia, y que consiente en rebajarse, habrá siempre alguno, varios ó muchos que se eleven para oprimirla y explotarla.
Aun en los pueblos donde no hay casta sacerdotal, ni teocracia, forman los sacerdotes un cuerpo privilegiado, que, depositario de la verdad, no la comunican á todos igualmente. Los iniciados en los grandes misterios son pocos, y el Verbo divino no mora entre la muchedumbre, condenada á vivir en la miseria, en el envilecimiento y en el error. La desigualdad decretada en el campo de batalla se bendice y se consolida en el templo.
Así, pues, los progresos de la civilización son los de la desigualdad:
Porque dan lugar á que se cultiven facultades diferentes, se desplieguen actividades más ó menos enérgicas, y se manifiesten voluntades débiles ó fuertes, rectas ó torcidas;
Porque la guerra pierde el carácter de defensiva; no tiene ya por objeto vivir, sino engrandecerse, la conquista; sustituye al exterminio la esclavitud, y cuando los vencidos son esclavos, los vencedores dejan de ser compañeros;
Porque la religión hace del sacerdocio casta, ó al menos cuerpo privilegiado que da sus oráculos al pueblo supersticioso y grosero, arrojándole el error como se arroja á los perros la carne emponzoñada.
¿Y los progresos de la civilización llevarán consigo indefectible y eternamente los de la desigualdad? Lo primero es inevitable dada la naturaleza humana: la desigualdad crece en las primeras sociedades, que viven de guerra, de ignorancia y de superstición; pero tiene un límite, puede tenerle al menos, pasado el cual decrecerá é irá acercándose al mínimum posible. ¿Cómo se perpetúa? ¿Cómo disminuye? Procuremos investigarlo.
CAPÍTULO IV
CÓMO SE PERPETÚA LA DESIGUALDAD INJUSTA
La desigualdad en las masas, clases ó castas tiene los mismos elementos que en los individuos: el físico, el intelectual, el moral, y las diferencias que en un principio tal vez no existían, y las superioridades que eran acaso imaginarias, pueden llegar con el tiempo á ser reales y positivas. La violencia ó la astucia hizo la clase ó la casta, que el tiempo puede convertir en raza; es decir, en un modo de ser físico, intelectual y moral diferente y superior en los privilegiados.
En lo físico, cuando por espacio de muchas generaciones unos se alimentan bien y trabajan poco, y otros viven en la miseria y abrumados de trabajo, si se mantienen perfectamente separados, al cabo de siglos, los descendientes de los primeros tendrán una superioridad física natural.
Además de lo que influye en el desarrollo de la inteligencia un físico endeble y enfermizo, ¿qué medios tiene de cultivarla el que no dispone de otro patrimonio que un trabajo material abrumador, ni puede ver en ella un medio de romper el círculo de hierro que le encadena en su clase? ¿Cómo y para qué ha de instruirse? No lo intenta. Embrutecido ha visto á su padre como le verán sus hijos; y cuando pasan una y otra y muchas generaciones de hombres que no han pensado, sus descendientes tienen menos actividad intelectual, menos inclinación y disposición para pensar. No se hereda el genio ni el talento, ni aun siquiera una regular inteligencia; porque todo esto, para que se haga perceptible por sus frutos, necesita el concurso de la voluntad: no se heredan individualmente aptitudes intelectuales; cualquiera sabe que hay tontos, hijos de personas de talento, y viceversa; pero numerosas colectividades, que desde largo tiempo cultivan ó no su inteligencia, y permanecen separadas, se irán diferenciando; la educación, de individual pasará á ser colectiva, producirá diferencias positivas y permanentes según las cuales la clase que se instruye, no sólo tiene la ventaja de instruirse, sino la de tener mayor aptitud natural para aprender.
En lo moral, la voluntad del hombre, su conciencia, su libre albedrío, limitan mucho la influencia de su posición social; en todas puede ser bueno, justo, santo, y lo es. Pero si su virtud no depende de su estado, y antes puede acrisolarse en el más humilde, es difícil que cuando nace muy abajo tenga condiciones de carácter que no favorezcan las desigualdades establecidas, y que sea digno, firme sin violencia, perseverante sin terquedad, contra los que intentan rebajarle, cuando ve que todos los suyos se humillan, se cansan, ceden.
Así, pues, establecida la desigualdad de las clases, y más aún de las castas, tiende á modificar á los hombres física, moral é intelectualmente, á convertir con el transcurso del tiempo en positivas, diferencias que eran imaginarias, y á perpetuarse dando ventajas naturales y permanentes que apoyan, fortifican, y en cierta medida legitiman las sociales. Y todo esto, no de individuo á individuo, sino de unas á otras colectividades.
Semejantes desigualdades, que de imaginarias llegan á ser positivas, parecen naturales, necesarias, justas, no sólo al vulgo, no sólo á la soberbia de los opresores y á la degradación de los oprimidos, sino á los que viven en la esfera elevada de las ideas y que no debían contaminarse con la injusticia del hecho, al establecer el derecho. Los grandes filósofos declaran conforme á él, la más inicua de las desigualdades, y proclaman la esclavitud como base indispensable del orden social. La ciencia, la religión, la fuerza proclaman la desigualdad como un axioma, como un dogma, como una institución veneranda, y la institución se venera y se consolida. La desigualdad extrema que priva á una clase de derechos, y casi no impone á otra deberes, las deprava á entrambas; y si alguna idea, si alguna creencia, si algún sentimiento no produce reacción moral fuerte en favor de una razonable igualdad, los pueblos decaen, viven en el marasmo de la degradación y de la desdicha, ó son oprimidos y aun aniquilados fácilmente por otros, inferiores tal vez, bajo el punto de vista intelectual, pero superiores moralmente y donde no se han establecido esas diferencias extremas que convierten á unos hombres en semi-dioses y á otros en animales de carga.
CAPÍTULO V
¿CUÁNDO, CÓMO Y CON QUÉ CONSECUENCIAS SE PERPETÚA LA DESIGUALDAD Ó SE RESTABLECE LA IGUALDAD?
Hemos visto que el resultado inevitable de la civilización, dada la naturaleza del hombre, es el progreso de la desigualdad, que se gradúa más y más á medida que aumentan los medios de diferenciarse. Valerosos heroicos y rebaños cobardes; ricos y pobres; ignorantes y sabios; todos los esplendores de la gloria, del genio, del lujo; todas las vilezas de la abyección, del embrutecimiento y de la miseria, crecen paralelas y separan cada vez más á los que elevan y á los que rebajan. Entonces llega una hora suprema en la vida de los pueblos, hora que decide de su prosperidad y á veces de su existencia, hora en que aceptan las divisiones de clases y de castas ó se rebelan contra el privilegio y piden derechos para todos, igualdad. Se comprende que ha de ser larga y terrible la lucha de los esclavos contra los señores, de los pobres contra los ricos, de los ignorantes contra los sabios; y se comprende también que si la igualdad es cosa fácil en una horda inculta, es muy difícil en un pueblo civilizado. Por más dificultosa que sea, es necesaria, en cierta medida, como la justicia, y se va reclamando y obteniendo en medio de combates, de exageraciones, de injusticias. Los que la piden y los que la niegan suelen desconocer sus condiciones, hasta dónde es preciso que llegue, de dónde no puede pasar, cómo es relativa al estado social del pueblo que la exige, y con frecuencia se ve en los privilegiados procedimientos para sostener la desigualdad que conduce al aniquilamiento y en los niveladores actos para establecer la igualdad salvaje.
En medio de esta lucha que inmola tantas víctimas y en que perecen tantos mártires, el trabajo se va lavando de la nota de infamia que le manchaba; la guerra se humaniza, no sólo en el sentido de no exterminar á los vencidos, sino en el de no oprimirlos, y tiende á igualarlos con los vencedores, ó los iguala absolutamente; el privilegio de las armas se convierte en una carga, en una profesión ó en un oficio; la religión llama á los hombres hermanos; la ciencia se difunde y se hace casi siempre aliada de los pequeños: es niveladora, no en el sentido de aplastar lo que sobresale, sino en el de elevar lo que está debajo; la miseria y la riqueza no se aproximan, pero se condicionan de diferente modo; no tienen el fatalismo inmóvil que las caracterizaba; puede ser rico y lo es muchas veces el hijo del pobre, y el del millonario muere en la miseria; ésta hará por mucho tiempo terribles estragos; pero nunca tantos como en los países en que hay la desigualdad de clases que no pueden confundirse, de castas eternamente separadas.
Las naciones, bajo el punto de vista que nos ocupa, forman dos grandes grupos: uno, de las que no reaccionan contra la desigualdad cuando ha llegado el caso en que es un elemento verdaderamente deletéreo, y se inmovilizan, decaen ó perecen; otro, de las que protestan, se rebelan, luchan contra los privilegios y los suprimen. Dependiendo la igualdad de causas tan varias, siendo tan influyente en todos los elementos sociales y tan influída por ellos, según circunstancias que varían al infinito, hallará mayores dificultades para establecerse, tendrá más combates, más vicisitudes, más derrotas, y avanzará rápida ó paulatinamente. Pero en todo caso, para el pueblo que llega á una civilización adelantada, el progreso, el verdadero progreso, que es á la vez material, intelectual y moral, no puede continuar sin el de la igualdad. Así la vemos crecer más despacio ó más de prisa, pero crecer siempre, en todos los pueblos verdaderamente prósperos y grandes.
¿Pero basta igualar á los hombres que forman una nación para que ésta sea digna y feliz? Seguramente que no. La igualdad forma parte de la justicia, no la constituye; y cuando el nivel está muy bajo, cuando significa la abyección de todos, menor será el daño si sobresalen algunos, y menos malas serán las aristocracias que el despotismo de uno solo sobre muchedumbres que, como rebaños, se esquilan y degüellan. Los defensores del privilegio presentan en su apoyo, no sólo aristocracias florecientes y democracias en decadencia, sino pueblos que fueron grandes mientras tuvieron profundas diferencias de castas ó clases, y para los cuales la igualdad fué la ruina.
Hay que distinguir, como hemos indicado, el nivel de la instrucción, del honor y de la virtud, del que establece el vicio, la ignominia y la ignorancia; hay que tomar la historia en largos períodos, sin lo cual no puede darnos lecciones. Llegados los pueblos á aquel grado de civilización en que la desigualdad inevitable subía al máximum, que degrada y arruina si no se reacciona contra ella, ¿quiénes son los que tienen interés y deseo de ponerle coto? Los que ha oprimido física, intelectual y moralmente: los pobres, los ignorantes, los viles; y como no es posible el instantáneo cambio que los iguale á los superiores, la transformación es lenta, y en algunos casos imposible. La desigualdad llega á ser como un miembro que es necesario cortar, pero al amputarle se ve que ha sido inútil; el organismo todo estaba inficionado, la fiebre purulenta sobreviene, y la muerte es inevitable. De la misma manera decaen ó perecen los pueblos de los cuales desaparece una institución que los ha corrompido sin remedio. Lejos de abonarse una aristocracia por los extravíos de la democracia que la sigue, se condena, y la igualdad no hace más que reflejar y revelar los vicios del privilegio; sólo se puede defender éste cuando puede transformarse, cuando tiene en sí bastantes elementos morales é intelectuales para ser humano y expansivo, de manera que su sombra no mate, sino que, por el contrario, pueda crecer en ella la práctica del deber y la idea del derecho. La desigualdad exagerada, la casta, la clase inmóvil, paraliza y arruina al pueblo que en el momento necesario no reacciona, y será arrastrado á su ruina por una minoría privilegiada, ó por la mayoría niveladora que proclame el derecho cuando ya no es capaz de practicar el deber. La plebe envilecida y poderosa que sucede á una aristocracia, lejos de abonarla es su condenación, porque es su obra.
El privilegio en el mundo civilizado y cristiano no desaparece entre las ruinas del pueblo que dominó; antes, por el contrario, va transformándose en derecho y dando lugar, no á la igualdad que rebaja, sino á la que eleva. Los patricios no son arrastrados por el oleaje pestilente de un populacho vil, sino convertidos en ciudadanos é igualados á los que intelectual y moralmente no son inferiores á ellos ó los aventajan. Sin duda pasiones y errores producen tempestades; pero después que pasan, y aun en medio de ellas, el nivel moral é intelectual se eleva más cada día, y las diferencias disminuyen, no porque los de arriba descienden, sino porque los de abajo suben. En todas las naciones que progresan, progresa la igualdad, y puede afirmarse que, en la medida justa, es un elemento indispensable de bienestar y grandeza.
Y ¿cómo sabremos cuándo la supresión del privilegio precede á la ruina de un pueblo, y cuándo á su engrandecimiento? Fácil es investigarlo. Basta saber si se nivela rebajando á los de arriba, ó elevando á los de abajo: si lo primero, la igualdad es la muerte; si lo segundo, la vida.
Todos los pueblos han pasado, pasan ó pasarán por esa crisis de su civilización en que la desigualdad inevitable llega á un máximum incompatible con el progreso si no se reacciona contra ella. Y ¿por qué esta reacción se verifica en unos países y en otros no, es á veces saludable, á veces dañosa, y caminando todos al privilegio por vías muy parecidas, unos le conservan, otros le suprimen con buen éxito, y algunos se arruinan al arruinarle? No sabemos si habrá quien pueda dar respuesta satisfactoria á la pregunta: por nuestra parte, estamos muy lejos de tener ciencia bastante para conocer las causas de tan varios efectos, y nos limitaremos á señalar una que nos parece de suma importancia.
Comparando los pueblos que reaccionan á tiempo, y para bien suyo, contra la desigualdad, y los que para su mal la perpetúan ó la destruyen, se ve que los primeros no son siempre ni más ricos ni más inteligentes que los segundos, y que en muchos casos son más pobres y menos ilustrados, de modo que el elemento material é intelectual es inferior en ellos. Y siendo esto así, teniendo la desventaja de la mayor pobreza é ignorancia, ¿cómo realizan el progreso de suprimir á tiempo la desigualdad excesiva que corroe á otros? ¿Cuál fuerza los impulsa y los sostiene? La fuerza moral. Los pueblos en que el hombre es más digno, más justo, más humano, menos egoísta, menos débil para dejarse arrastrar por los vicios que degradan, mejor dispuesto para sentir los nobles y piadosos sentimientos que impulsan á la abnegación y al sacrificio; los pueblos más morales, en fin, son los que tienen pecheros que pueden transformarse en ciudadanos, aristocracias en que los señores son hombres con virtud y conciencia bastante para comprender los deberes de humanidad y practicarlos hasta dejar en ocasiones á sus pares, y formar en las filas de los plebeyos, y pelear á su lado y morir por ellos. En estos pueblos, los de abajo tienen corazón, la dignidad, aunque no sea más que latente, del hombre honrado; los de arriba tienen entrañas, y todos algo que repugna aceptar é imponer perpetuamente la servidumbre y la tiranía sin límites. Podrán ser más pobres y más ignorantes; pero son más dignos que los que oprimen sin misericordia y se dejan oprimir sin protesta, y la reacción contra desigualdades irritantes se verifica en virtud principalmente del elemento moral.
Esta verdad merece ser consignada, porque encierra, á nuestro parecer, una lección importante. Si pueblos ricos y cultos se han inmovilizado ó sucumbido en desigualdades incompatibles con el progreso, por falta de resorte moral; si por tenerle, otros inferiores en cultura, han suprimido privilegios que eran obstáculo insuperable á su bienestar, ¿no se pone en evidencia la gran parte que el elemento moral tiene para realizar la igualdad? De pueblo á pueblo el hecho es de más bulto, no más positivo que de clase á clase ó de individuo á individuo. En vano se mejorará la situación económica de las masas, y aun se les dará alguna instrucción; si están desmoralizadas no subirá su nivel, y antes es posible que descienda, y que á medida que se enriquecen (con riqueza relativa) se rebajen, porque usando en perjuicio de sus deberes los mayores recursos de que disponen, se alejan más cada vez de la igualdad en el derecho, y sólo para la común abyección quedan aptos.
No llevamos, procuramos, al menos, no llevar á ningún asunto espíritu de sistema ni exclusivismos, muy perjudiciales al descubrimiento de la verdad. No negamos, cuando se trata de las instituciones y modo de ser de un pueblo, la importancia que tiene el elemento intelectual y físico ó económico; pero no suele darse la que tiene al moral; se conviene en que cierto grado de miseria y de ignorancia hace imposible la igualdad en el derecho; pero no se recuerda bastante que es también incompatible con la depravación y que exige un mínimum de virtud como de bienestar y de cultura. Por eso conviene recordar el testimonio de la historia; ver pueblos de una civilización adelantada abrumados por privilegios odiosos ó envilecidos bajo el nivel de la servidumbre por falta de resorte moral; y observando este hecho en el presente y en el pasado, en derredor nuestro y en remotos países, nos convenceremos de que no es fortuito, sino necesario, y que luchan contra las leyes de la naturaleza humana los que pretenden elevar socialmente al hombre que moralmente está rebajado.
No se puede hacer un ciudadano de un mendigo, de un loco, ni de un malvado; y en la casa de beneficencia, en el manicomio ó en el presidio pueden estudiarse bien, porque están en relieve los insuperables obstáculos que para igualar á los hombres sin rebajarlos opone la falta de lo necesario físico, intelectual y moral.
Sin este necesario no hay salud del cuerpo ni tampoco del alma, y los hombres que no están sanos de espíritu son tan inhábiles para la igualdad en el derecho como para el servicio militar cuando tienen defectos físicos.
Así, pues, al que olvida la importancia del elemento moral recordémosela, y la del físico é intelectual á los que hablan de igualdad en el derecho al que no la comprende, al que tiene hambre y á satisfacerla se limitan todas sus aspiraciones. Nunca se ha visto, y puede asegurarse que jamás se verá, que los hombres se igualen elevándose si su pobreza en todos conceptos llega á ser miseria. A veces, una idea, un sentimiento, suplen inferioridades y nivelan: la fe, el amor, la ciencia, la patria hallan mártires sublimes entre los hombres más obscuros, que la abnegación y el heroísmo sacan de su humilde esfera para elevarlos á la gloria y á la inmortalidad. Y no sólo individuos, sino que hay en la vida de los pueblos horas en que las muchedumbres, impulsadas por una idea ó un sentimiento, se igualan á los más altos; pero ya se prevee, y además puede observarse, que estas explosiones de entusiasmo no sirven para marcar la cultura permanente á que llegan las colectividades, ni establecen la regla de su marcha normal y progresiva: ayer dieron mártires y héroes, hoy ó mañana darán tiranos y esclavos; el nivel era como el de las aguas de una inundación, que desaparece con ellas y deja al descubierto todas las desigualdades del terreno. No hay igualdad permanente sino la que es armónica, ni armónica sino aquella que contiene, en grado mayor ó menor, pero siempre suficiente, los tres elementos esenciales del hombre, físico, intelectual y moral. Si no se estableciera esto por el raciocinio, lo pondría de manifiesto la historia de los progresos de la igualdad y de las inútiles tentativas para realizarla en el derecho.
Una vez iniciada con buen éxito la reacción contra desigualdades injustas, van disminuyendo ó desaparecen muchas que, en fuerza de ser antiguas y positivas, parecían naturales y necesarias. Derribado el obstáculo que se opone á que los hombres cultiven sus aptitudes varias, y se multipliquen, no dentro de una clase ó casta, sino según sus condiciones económicas, afectivas é intelectuales, sucederán dos cosas de capital importancia.
Las ventajas físicas é intelectuales, la superioridad moral, no serán dones de la naturaleza ó merecimientos de la virtud, que esteriliza constante y fatalmente la organización social, sino que podrán, con mayor ó menor esfuerzo, pero podrán al fin elevar á los humildes y rebajar á los soberbios que no tienen aptitud adecuada ni voluntad recta para sostenerse á la altura en que los colocó la suerte. La ciencia, el poder y la riqueza no estarán vedados á nadie ni serán patrimonio de ninguno, y lejos de abrumar sin remedio á los de abajo, podrán servir de estímulo á sus aspiraciones levantadas. Las dotes naturales y la voluntad recta y firme, la voluntad débil y torcida ó la escasa inteligencia, cuando no hay una institución que tuerza ó paralice sus determinaciones libres, producen continuos cambios de posición, en que los pobres de ayer son los ricos de hoy, y en que el que nació en la clase más humilde muere potentado. Las armas y las letras, la ciencia y el poder, la religión y el arte, el comercio y la industria, tendrán eminencias que han venido de muy abajo, y se establecerá un movimiento de ascenso y descenso que tiende á confundir lo que antes parecía irremisiblemente separado.
Cuando las clases pueden confundirse y más ó menos se confunden, no tienden á formar razas, es decir, á acumular por espacio de muchas generaciones ventajas é inconvenientes, disposiciones que se trasmiten, diferencias que de sociales han pasado á ser fisiológicas, ventajas é inferioridades que explican en los unos la humillación y en los otros la soberbia. No se inmovilizan las masas en el aislamiento de las clases, y las inferiores progresarán de dos modos: ilustrándose y participando de la herencia de otras más ilustradas.
Así, pues, como las desigualdades injustas producen efectos que tienden á perpetuarlas cuando se reacciona contra ellas, la igualdad en el derecho, una vez iniciada, prepara sus propios progresos, lleva en sí las condiciones de su incremento y, como la fama, adquiere fuerza marchando.