Kitabı oku: «El Criterio», sayfa 17
§ XV
El orgullo
La exageracion del amor propio, la soberbia, no siempre se presenta con un mismo carácter. En los hombres de temple fuerte y de entendimiento sagaz, es orgullo; en los flojos y poco avisados, es vanidad. Ambos tienen un mismo objeto, pero emplean medios diferentes. El orgulloso sin vanidad, tiene la hipocresía de la virtud; el vanidoso tiene la franqueza de su debilidad. Lisonjead al orgulloso, y rechazará la lisonja, temeroso de dañar á su reputacion haciéndose ridículo; de él se ha dicho con mucha verdad, que es demasiado orgulloso para ser vano. En el fondo de su corazon siente viva complacencia en la alabanza; pero sabe muy bien que este es un incienso honroso miéntras el ídolo no manifiesta deleitarse en el perfume; por esto no os pondrá jamas el incensario en la mano, ni consentirá que le hagais undular demasiado cerca. Es un dios á quien agrada un templo magnífico, y un culto esplendoroso; pero manteniéndose el ídolo escondido en la misteriosa oscuridad del santuario.
Esto probablemente es mas culpable á los ojos de Dios, pero no atrae con tanta frecuencia el ridículo de los hombres. Con tanta frecuencia digo, porque difícilmente se alberga en un corazon el orgullo, sin que á pesar de todas las precauciones, degenere en vanidad. Aquella violencia no puede ser duradera; la ficcion no es para continuada por mucho tiempo. Saborearse en la alabanza y mostrar desden hácia ella; proponerse por objeto principal el placer de la gloria, y aparentar que no se piensa en ella, es demasiado fingir para que al traves de los mas tupidos velos no se descubra la verdad. El orgulloso á quien he descrito mas arriba no podia llamarse propiamente vano, y no obstante su conducta inspiraba algo peor que la vanidad misma: sobre la indignacion provocaba tambien la burla.
§ XVI
La vanidad
El simplemente vano no irrita, excita compasion, presta pábulo á la sátira. El infeliz no desprecia á los demas hombres, los respeta, quizas los admira y teme. Pero padece una verdadera sed de alabanza: y no como quiera, sino que necesita oirla él mismo, asegurarse de que en efecto se le alaba, complacerse en ella con delectacion morosa, y corresponder á las buenas almas que le favorecen, expresando con una inocente sonrisita su íntimo goce, su dicha, su gratitud.
¿Ha hecho alguna cosa buena? Ah! habladle de ella por piedad, no le hagais padecer. ¿No veis que se muere por dirigir la conversacion hácia sus glorias? Cruel! que os desentendeis de sus indicaciones, que con vuestra distraccion, con vuestra dureza, le obligaréis á aclararlas mas y mas hasta convertirlas en súplicas.
En efecto, ¿ha gustado lo que él ha dicho ó escrito ó hecho? ¡qué felicidad! y es necesario que se advierta que fué sin preparacion, que todo se debió á la fecundidad de su vena, á una de sus felices ocurrencias. ¿No habeis notado cuántas bellezas, cuántos golpes afortunados? Por piedad, no aparteis la vista de tantas maravillas, no introduzcais en la conversacion especies inconducentes, dejadle gozar de su beatitud.
Nada de la altivez satánica del orgulloso; nada de hipocresía, un inexprimable candor se retrata en su semblante; su fisonomía se dilata agradablemente; su mirada es afable, es dulce, sus modales atentos; su conducta complaciente; el desgraciado está en actitud de suplicante, teme que una imprudencia no le arrebate su dicha suprema. No es duro, no es insultante, no es ni siquiera exclusivo, no se opone á que otros sean alabados; solo quiere participar.
¡Con qué ingenua complacencia refiere sus trabajos y aventuras! En pudiendo hablar de sí mismo su palabra es inextinguible. A sus alucinados ojos, su vida es poco ménos que una epopeya. Los hechos mas insignificantes se convierten en episodios de sumo interes, las vulgaridades en golpes de ingenio, los desenlaces mas naturales en resultados de combinaciones estupendas. Todo converge hácia él: la misma historia de su pais no es mas que un gran drama, cuyo héroe es él; todo es insipido si no lleva su nombre.
§ XVII
La influencia del orgullo es peor para los negocios que la de la vanidad
Este defecto, aunque mas ridículo que el orgullo, no tiene sin embargo tantos inconvenientes para la práctica. Como es una complacencia en la alabanza mas bien que un sentimiento fuerte de superioridad, no ejerce sobre el entendimiento un influjo tan maléfico. Estos hombres son por lo comun de un carácter flojo, como lo manifiesta la misma debilidad con que se dejan arrastrar por su inclinacion. Así es, que no suelen desechar como los orgullosos el consejo ajeno, y aun muchas veces se adelantan á pedirle. No son tan altivos que no quieran recibir nada de nadie; y ademas se reservan el derecho de explotar despues el negocio para formar su pomito de olor de vanagloria en que se puedan deleitar. ¿Es poco por ventura si el asunto sale bien, el gusto de referir todo lo que pensó el que le condujo, y la sagacidad con que conoció las dificultades, y el tino con que procedió para vencerlas, y la prudencia con que tomó consejo de personas entendidas, y lo mucho que el aconsejado ilustró el juicio del consejero? No deja de haber en esto una mina abundante, que á su debido tiempo será explotada cual conviene.
§ XVIII
Cotejo entre el orgullo y la vanidad
El orgullo tiene mas malicia, la vanidad mas flaqueza; el orgullo irrita, la vanidad inspira compasion; el orgullo concentra, la vanidad disipa; el orgullo sugiere quizas grandes crímenes, la vanidad ridículas miserias; el orgullo está acompañado de un fuerte sentimiento de superioridad é independencia, la vanidad se aviene con la desconfianza de sí mismo, hasta con la humillacion; el orgullo tiende los resortes del alma, la vanidad los afloja; el orgullo es violento, la vanidad es blanda; el orgullo quiere la gloria, pero con cierta dignidad, con cierto predominio, con altivez, sin degradarse; la vanidad la quiere tambien, pero con lánguida pasion, con abandono, con molicie: podria llamarse la afeminacion del orgullo. Así la vanidad es mas propia de las mujeres, el orgullo de los hombres, y por la misma razon la infancia tiene mas vanidad que orgullo, y este no suele desarrollarse sino en la edad adulta.
Si bien es verdad que en teoria estos dos vicios se distinguen por las cualidades expresadas, no siempre se encuentran en la práctica con señales tan características. Lo mas comun es hallarse mezclado en el corazon humano, teniendo cada cual no solo sus épocas sino sus dias, sus horas, sus momentos. No hay una línea divisoria que separe perfectamente los dos colores; hay una gradacion de matices, hay irregularidad en los rasgos, hay ondas, aguas, que solo descubre quien está acostumbrado á desenvolver y contemplar los complicados y delicados pliegues del humano corazon. Y aun si bien se mira, el orgullo y la vanidad son una misma cosa con distintas formas; es un mismo fondo que ofrece diversos cambiantes segun el modo con que le da la luz. Este fondo es la exageracion del amor propio, el culto de sí mismo. El ídolo está cubierto con tupido velo, ó se presenta á los adoradores con faz atractiva y risueña; mas por esto no varía, es el hombre que se ha levantado á sí propio un altar en su corazon, y se tributa incienso, y desea que se lo tributen los demas.
§ XIX
Cuán general es dicha pasion
Puede asegurarse sin temor de errar, que esta es la pasion mas general, la que admite ménos excepciones, quizas ninguna, aparte las almas privilegiadas sumergidas en la purísima llama de un amor celeste. La soberbia ciega al ignorante como al sabio, al pobre como al rico, al débil como al poderoso, al desventurado como al feliz, á la infancia como á la vejez; domina al libertino, no perdona al austero, campea en el gran mundo, y penetra en el retiro de los claustros; rebosa en el semblante de la altiva señora, que reina en los salones por la nobleza de su linaje, por sus talentos y hermosura, pero se trasluce tambien en la tímida palabra de la humilde religiosa, que salida de familia oscura, se ha encerrado en el monasterio, desconocida de los hombres sin mas porvenir en la tierra que una sepultura ignorada.
Encuéntranse personas exentas de liviandad, de codicia, de envidia, de odio, de espíritu de venganza; pero libre de esa exageracion del amor propio, que segun es su forma, se llama orgullo ó vanidad, no se halla casi nadie, bien podria decirse que nadie. El sabio se complace en la narracion de los prodigios de su saber, el ignorante se saborea en sus necedades; el valiente cuenta sus hazañas, el galan sus aventuras; el avariento ensalza sus talentos económicos, el pródigo su generosidad; el lijero pondera su viveza, el tardío su aplomo; el libertino se envanece por sus desórdenes, y el austero se deleita en que su semblante muestre á los hombres la mortificacion y el ayuno.
Este es sin duda el defecto mas general; esta es la pasion mas insaciable cuando se le da rienda suelta; la mas insidiosa, mas sagaz para sobreponerse, cuando se la intenta sujetar. Si se la domina un tanto á fuerza de elevacion de ideas, de seriedad de espíritu y firmeza de carácter, bien pronto trabaja por explotar esas nobles cualidades, dirigiendo el ánimo hácia la contemplacion de ellas; y si se la resiste con el arma verdaderamente poderosa y única eficaz, que es la humildad cristiana, á esta misma procura envanecerla, poniéndole asechanzas para hacerla perecer. Es un reptil que si le arrojamos de nuestro pecho, se arrastra y enrosca á nuestros pies; y cuando pisamos un extremo de su flexible cuerpo, se vuelve y nos hiere con emponzoñada picadura.
§ XX
Necesidad de una lucha continua
Siendo esta una de las miserias de la flaca humanidad, preciso es resignarse á luchar con ella toda la vida; pero es necesario tener siempre fija la vista sobre el mal, limitarle al menor círculo posible; y ya que no sea dado á nuestra debilidad el remediarlo del todo, al ménos no dejarle que progrese, evitar que cause los estragos que acostumbra. El hombre que en este punto sabe dominarse á si mismo, tiene mucho adelantado para conducirse bien; posee una cualidad rara que luego producirá sus buenos resultados, perfeccionando y madurando el juicio, haciendo adelantar en el conocimiento de las cosas y de los hombres, y adquiriendo esa misma alabanza que tanto mas se merece cuanto ménos se busca.
Removido el óbice es mas fácil entrar en el buen camino; y libre la vista de esa niebla que la ofusca, no es tan peligroso extraviarse.
§ XXI
No es solo la soberbia lo que nos induce á error al proponernos un fin
Para proponerse acertadamente un fin, es necesario comprender perfectamente la posicion del que le ha de alcanzar. Y aquí repetiré lo que llevo indicado mas arriba, y es que son muchos los hombres que marchan á la aventura, ya sea no fijándose en un fin bien determinado, ya no calculando la relacion que este tiene con los medios de que se puede disponer. En la vida privada como en la pública, es tarea harto difícil el comprender bien la posicion propia: el hombre se forma mil ilusiones, que le hacen equivocar sobre el alcance de sus fuerzas, y la oportunidad de desplegarlas. Sucede con mucha frecuencia que la vanidad las exagera, pero como el corazón humano es un abismo de contradicciones, tampoco es raro el ver que la pusilanimidad las disminuye mas de lo justo. Los hombres levantan con demasiada facilidad encumbradas torres de Babel, con la insensata esperanza de que la cima podrá tocar al cielo: pero tambien les acontece desistir pusilánimes, hasta de la construccion de una modesta vivienda. Verdaderos niños que ora creen poder tocar el cielo con la mano, en subiendo á una colina, ora toman por estrellas que brillan á inmensa distancia en lo mas elevado del firmamento, bajas y pasajeras exhalaciones de la atmósfera sublunar. Quizas se atreven á mas de lo que pueden; pero á veces no pueden porque no se atreven.
¿Cuál será en estos casos el verdadero criterio? Pregunta á que es difícil contestar, y sobre la cual solo caben reflexiones muy vagas. El primer obstáculo que se encuentra es que el hombre se conoce poco á sí mismo; y entónces, ¿cómo sabrá lo que puede y lo que no puede? Se dirá que con la experiencia; es cierto; pero el mal está en que esa experiencia es larga, y que á veces da su fruto cuando la vida toca á su término.
No digo que ese criterio sea imposible; muy al contrario, en varias partes de esta misma obra indico los medios para adquirirle. Señalo la dificultad, pero no afirmo la imposibilidad: la dificultad debe inspirarnos diligencia, mas no producirnos abatimiento.
§ XXII
Desarrollo de fuerzas latentes
Hay en el espíritu humano muchas fuerzas que permanecen en estado de latentes hasta que la ocasion las despierta y aviva; el que las posee no lo sospecha siquiera, quizas baja al sepulcro sin haber tenido conciencia de aquel precioso tesoro, sin que un rayo de luz reflejara en aquel diamante que hubiera podido embellecer la mas esplendente diadema.
¡Cuántas veces una escena, una lectura, una palabra, una indicacion, remueve el fondo del alma y hace brotar de ella inspiraciones misteriosas! Fria, endurecida, inerte ahora, y un momento despues surge de ella un raudal de fuego que nadie sospechara oculto en sus entrañas. ¿Qué ha sucedido? se ha removido un pequeño obstáculo que impedia la comunicacion con el aire libre, se ha presentado á la masa eléctrica un punto atrayente, y el fluido se ha comunicado y dilatado con la celeridad del pensamiento.
El espíritu se desenvuelve con el trato, con la lectura, con los viajes, con la presencia de grandes espectáculos; no tanto por lo que recibe de fuera, como por lo que descubre dentro de sí. ¿Qué le importa el haber olvidado lo visto ú oido ó leído, si se mantiene viva la facultad que el afortunado encuentro le revelara? el fuego prendió, arde sin extinguirse, poco importa que se haya perdido la tea.
Las facultades intelectuales y morales se excitan tambien como las pasiones. A veces un corazon inexperto duerme tranquilamente el sueño de la inocencia: sus pensamientos son puros como los de un ángel, sus ilusiones cándidas como el copo de nieve que cubre de blanquísima alfombra la dilatada llanura; pasó un instante; se ha corrido un velo misterioso; el mundo de la inocencia y de la calma desapareció, y el horizonte se ha convertido en un mar de fuego y de borrascas. ¿Qué ha sucedido? Ha mediado una lectura, una conversacion imprudente, la presencia de un objeto seductor. Hé aquí la historia del dispertar de muchas facultades del alma. Criada para estar unida con el cuerpo con lazo incomprensible, y para ponerse en relacion con sus semejantes, tiene como ligadas algunas de sus facultades hasta que una impresion exterior viene á desenvolverlas.
Si supiéramos de qué disposiciones nos ha dotado el Autor de la naturaleza no seria difícil ponerlas en accion, ofreciéndoles el objeto que mas se les adapta, y que por lo mismo las excita y desarrolla; pero como al encontrarse el hombre engolfado en la carrera de la vida, ya le es muchas veces imposible volver atras, deshaciendo todo el camino que la educacion y la profesion escogida ó impuesta le han hecho andar, es necesario que acepte las cosas tales como son, aprovechándose de lo bueno, y evitando lo malo en lo que le sea posible.
§ XXIII
Al proponernos un fin debemos guardarnos de la presuncion y de la excesiva desconfianza
Sea cual fuere su carrera, su posicion en la sociedad, sus talentos, inclinaciones ó índole, nunca el hombre debe prescindir de emplear su razon, ya sea para prefijarse con acierto el fin, ya para echar mano de los medios mas á propósito para llegar á el.
El fin ha de ser proporcionado á los medios, y estos son las fuerzas intelectuales, morales ó fisicas y demas recursos de que se puede disponer. Proponerse un blanco fuera del alcance, es gastar inútilmente las fuerzas; así como es desperdiciarlas, exponiéndolas á disminuirse por falta de ejercicio, el no aspirar á lo que la razon y la experiencia dicen que se puede llegar.
§ XXIV
La pereza
Si bien es cierto que la prudencia aconseja ser mas bien desconfiado que presuntuoso, y que por lo mismo no conviene entregarse con facilidad á empresas arduas, tambien importa no olvidar que la resistencia á las sugestiones del orgullo ó de la vanidad, puede muy bien explotarla la pereza.
La soberbia es sin duda un mal consejero, no solo por el objeto á que nos conduce, sino tambien por la dificultad que hay en guardarse de sus insidiosos amaños; pero es seguro que poco falta si no encuentra en la pereza una digna competidora. El hombre ama las riquezas, la gloria, los placeres, pero tambien ama mucho el no hacer nada; esto es para él un verdadero goce, al que sacrifica á menudo su reputacion y bienestar. Dios conocia bien la naturaleza humana, cuando la castigó con el trabajo; el comer el pan con el sudor de su rostro es para el hombre una pena continua, y frecuentemente muy dura.
§ XXV
Una ventaja de la pereza sobre las demas pasiones
La pereza, es decir, la pasion de la inaccion, tiene para triunfar, una ventaja sobre las demas pasiones, y es que no exige nada; su objeto es una pura negacion. Para conquistar un alto puesto es preciso mucha actividad, constancia, esfuerzos; para granjearse brillante nombradía es necesario presentar títulos que la merezcan, y estos no se adquieren sin largas y penosas fatigas; para acumular riquezas es indispensable atinada combinacion y perseverante trabajo; hasta los placeres mas muelles no se disfrutan si no se anda en busca de ellos, y no se emplean los medios conducentes. Todas las pasiones, para el logro de su objeto, exigen algo; solo la pereza no exige nada. Mejor la contentais sentado que en pié, mejor echado que sentado, mejor soñoliento que bien dispierto. Parece ser la tendencia á la misma nada; la nada es al ménos su solo límite; cuanto mas se acerca á ella el perezoso, en su modo de ser, mejor está.
§ XXVI
Orígen de la pereza
El orígen de la pereza se halla en nuestra misma organizacion, y en el modo con que se ejercen nuestras funciones. En todo acto hay un gasto de fuerza, hay pues un principio de cansancio, y por consiguiente de sufrimiento. Cuando la pérdida es insignificante, y solo ha trascurrido el tiempo necesario para desplegar la accion de los órganos ó miembros, no hay sufrimiento todavía, y hasta puede sentirse placer; mas bien pronto la pérdida se hace sensible, y el cansancio empieza. Por esta causa no hay perezoso que no emprenda repetidas veces y con gusto algunos trabajos; y quizas por la misma razon tambien, los mas vivos no son los mas laboriosos. La intensidad con que ponen en ejercicio sus fuerzas, debe de excitar en ellos mas pronto que en otros, la sensacion de cansancio; por cuyo motivo, se acostumbrarán mas fácilmente á mirar el trabajo con aversion.
§ XXVII
Pereza del espíritu
Como el ejercicio de las facultades intelectuales y morales necesita la concomitancia de ciertas funciones orgánicas, la pereza tiene lugar en los actos del espíritu como en los del cuerpo. No es el espíritu quien se cansa, sino los órganos corporales que le sirven; pero el resultado viene á ser el mismo. Así es que hay á veces una pereza de pensar y aun de querer, tan poderosa como la de hacer cualquier trabajo corpóreo. Y es de notar que estas dos clases de pereza no siempre son simultáneas, pudiendo existir la una sin la otra. La experiencia atestigua que la fatiga puramente corporal, ó del sistema muscular, no siempre produce postracion intelectual y moral; y no es raro estar sumamente fatigado de cuerpo, y sentir muy activas las facultades del espíritu. Al contrario, despues de largos é intensos trabajos mentales, á veces se experimenta un verdadero placer en ejercitar las fuerzas físicas, cuando las intelectuales han llegado ya á un estado de completa postracion. Estos fenómenos no son difíciles de explicar si se advierte que las alteraciones del sistema muscular distan mucho de guardar proporcion con las del sistema nervioso.
§ XXVIII
Razones que confirman lo dicho sobre el orígen de la pereza
En prueba de que la pereza es un instinto de precaucion contra el sufrimiento que nace del ejercicio de las facultades, se puede observar: 1º. que cuando este ejercicio produce placer, no solo no hay repugnancia á la accion, sino que hay inclinacion hácia ella; 2º. que la repugnancia al trabajo es mas poderosa ántes de empezarle, porque entónces es necesario un esfuerzo para poner en accion los órganos ó miembros; 3º. que la repugnancia es nula cuando desplegado ya el movimiento, no ha trascurrido aun el tiempo suficiente para hacer sentir el cansancio que nace del quebranto de las fuerzas; 4º. que la repugnancia renace, y se aumenta á medida que este quebranto se verifica; 5º. que los mas vivos adolecen mas de este mal porque experimentan ántes al sufrimiento; 6º. que los de índole versátil y lijera, suelen tener el mismo defecto, por la sencilla razon de que á mas del esfuerzo que exige el trabajo, han de menester otro para sujetarse á sí mismos venciendo su propension á variar del objeto.