Kitabı oku: «El Criterio», sayfa 18
§ XXIX
La inconstancia. Su naturaleza y orígen
La inconstancia, que en apariencia no es mas que un exceso de actividad, pues que nos lleva continuamente á ocuparnos de cosas diferentes, no es mas que la pereza bajo un velo hipócrita. El inconstante sustituye un trabajo á otro, porque así se evita la molestia que experimenta con la necesidad de sujetar su atencion y accion á un objeto determinado. Así es que todos los perezosos suelen ser grandes proyectistas; porque el excogitar proyectos es cosa que ofrece campo á vastas divagaciones, que no exigen esfuerzo para sujetar el espíritu; tambien suelen ser amigos de emprender muchas cosas, sucesiva ó simultáneamente, siempre con el bien entendido de no llevar á cabo ninguna.
§ XXX
Pruebas y aplicaciones
Vemos á cada paso hombres cuyos intereses y deberes reclaman ciertos trabajos no mas pesados que los que ellos mismos se imponen: y no obstante dejan aquellos por estos, sacrificando á su gusto el interes y el deber. Han de despachar un expediente, y le dejan intacto, á pesar de que no habian de emplear en él ni la mitad del tiempo que han gastado en correspondencias insignificantes. Han de avistarse con una persona para tratar un negocio; no lo hacen, y andan mas camino, y consumen mas tiempo y mas palabras, hablando de cosas indiferentes. Han de acudir á una reunion donde se han de ventilar asuntos de intereses: no ignoran lo que se ha de tratar, y no habrian de hacer grande esfuerzo para enterarse de lo que ocurra, y dar con acierto su dictámen; pues no importa, aquellas horas reclamadas por sus intereses, las consumirán quizas disputando de política, de guerra, de ciencias, de literatura, de cualquier cosa, con tal que no sea aquello á que estan obligados. El pasear, el hablar, el disputar, son sin duda ejercicio de facultades del espíritu y del cuerpo; y no obstante en el mundo abundan los amigos de pasear, los habladores y disputadores, y escasean los verdaderamente laboriosos. Y esto ¿porqué? porque el pasear y hablar y disputar son compatibles con la inconstancia, no exigen esfuerzo, consienten variedad continua, llevan consigo naturales alternativas de trabajo y descanso, enteramente sujetas á la voluntad y al capricho.
§ XXXI
El justo medio entre dichos extremos
Evitar la pusilanimidad sin fomentar la presuncion, sostener y alentar la actividad sin inspirar vanidad, hacer sentir al espíritu sus fuerzas sin cegarle con el orgullo, hé aquí una tarea difícil en la direccion de los hombres, y mas todavía en la direccion de sí mismo. Esto es lo que el Evangelio enseña, esto es lo que la razon aplaude y admira. Entre dichos escollos debemos caminar siempre, no con la esperanza de no dar jamas en ninguno de ellos, pero sí con la mira, con el deseo, y la esperanza tambien, de no estrellarnos hasta el punto de perecer.
La virtud es difícil, mas no imposible: el hombre no la alcanza aquí en la tierra sin mezcla de muchas debilidades que la deslustran; pero no carece de los medios suficientes para poseerla y perfeccionarla. La razon es un monarca condenado á luchar de continuo con las pasiones sublevadas; pero Dios la ha provisto de lo necesario para pelear y vencer. Lucha terrible, lucha penosa, lucha llena de azares y peligros, mas por lo mismo tanto mas digna de ser ansiada por las almas generosas.
En vano se intenta en nuestro siglo proclamar la omnipotencia de las pasiones, y lo irresistible de su fuerza para triunfar de la razon; el alma humana, sublime destello de la divinidad, no ha sido abandonada por su Hacedor. No hay fuerzas que basten á apagar la antorcha de la moral ni en el individuo ni en la sociedad; en el individuo sobrevive á todos los crímenes, en la sociedad resplandece aun despues de los mayores trastornos: en el individuo culpable, reclama sus derechos con la voz del remordimiento; en la sociedad, por medio de elocuentes protestas, y de ejemplos heróicos.
§ XXXII
La moral es la mejor guia del entendimiento práctico
La mejor guia del entendimiento práctico, es la moral. En el gobierno de las naciones, la política pequeña es la política de los intereses bastardos, de las intrigas, de la corrupcion; la política grande es la política de la conveniencia pública, de la razon, del derecho. En la vida privada, la conducta pequeña es la de los manejos ignobles, de las miras mezquinas, del vicio; la conducta grande es la que inspira la generosidad y la virtud.
Lo recto y lo útil á veces parecen andar separados; pero no suelen estarlo sino por un corto trecho; llevan caminos opuestos en apariencia, y sin embargo el punto á que se dirigen es el mismo. Dios quiere por estos medios, probar la fortaleza del hombre; y el premio de la constancia no siempre se hace esperar todo en la otra vida. Que si esto sucede una que otra vez, ¿es acaso lijera recompensa el descender al sepulcro con el alma tranquila, sin remordimiento, y con el corazon embriagado de esperanza?
No lo dudemos: el arte de gobernar no es mas que la razon y la moral aplicadas al gobierno de las naciones; el arte de conducirse bien en la vida privada, no es mas que el Evangelio en práctica.
Ni la sociedad ni el individuo olvidan impunemente los eternos principios de la moral; cuando lo intentan por el aliciente del interes, tarde ó temprano se pierden, perecen, en sus propias combinaciones. El interes que se erigiera en ídolo, se convierte en víctima. La experiencia de todos los dias es una prueba de esta verdad; en la historia todos los tiempos la vemos escrita con caractéres de sangre.
§ XXXIII
La armonía del universo defendida con el castigo
No hay falta sin castigo; el universo está sujeto á una ley de armonía: quien la perturba sufre. Al abuso de nuestras facultades físicas sucede el dolor; á los extravíos del espíritu siguen el pesar y el remordimiento. Quien busca con excesivo afan la gloria se atrae la burla; quien intenta exaltarse sobre los demas con orgullo destemplado, provoca contra sí la indignacion, la resistencia, el insulto, las humillaciones. El perezoso goza en su inaccion, pero bien pronto su desidia disminuye sus recursos, y la precision de atender á sus necesidades le obliga á un exceso de actividad y de trabajo. El pródigo disipa sus riquezas en los placeres y en la ostentacion: pero no tarda en encontrar un vengador de sus desvaríos en la pobreza andrajosa y hambrienta, que le impone en vez de goce privaciones, en vez de lujosa ostentacion escasez vergonzosa. El avaro acumula tesoros temiendo la pobreza; y en medio de sus riquezas sufre los rigores de esa misma pobreza que tanto le espanta: él se condena á sí mismo á todos ellos, con su alimento limitado y grosero, su traje sucio y raido, su habitacion pequeña, incómoda y desaseada. No aventura nada por no perder nada; desconfia hasta de las personas que mas le aman; en el silencio y tinieblas de la noche visita sus arcas enterradas en lugares misteriosos, para asegurarse que el tesoro está allí, y aumentarle todavía mas; y entre tanto le acecha uno de sus sirvientes ó vecinos, y el tesoro con tanto afan acumulado, con tanta precaucion escondido, desaparece.
En el trato, en la literatura, en las artes, el excesivo deseo de agradar produce desagrado; el afan por ofrecer cosas demasiado exquisitas fastidia: lo ridículo está junto á lo sublime; lo delicado no dista de lo empalagoso; el prurito de ofrecer cuadros simétricos, suele conducir á contrastes disparatados.
En el gobierno de la sociedad el abuso del poder acarrea su ruina; el abuso de la libertad da orígen á la esclavitud. El pueblo que quiere extender demasiado sus fronteras, suele verse mas estrechado de lo que exigen las naturales; el conquistador que se empeña en acumular coronas sobre su cabeza, acaba por perderlas todas; quien no se satisface con el dominio de vastos imperios, va á consumirse en una roca solitaria en la inmensidad del Océano. De los que ambicionan el poder supremo, la mayor parte encuentran la proscripcion ó el cadalso. Codician el alcázar de un monarca, y pierden el hogar doméstico, sueñan en un trono y encuentran un patíbulo.
§ XXXIV
Observaciones sobre las ventajas y desventajas de la virtud en los negocios
Dios no ha dejado indefensas sus leyes, á todas las ha escudado con el justo castigo; castigo que por lo comun se experimenta ya en esta vida. Por esta razon los cálculos basados sobre el interes en oposicion con la moral, estan muy expuestos á salir fallidos, enredándose la inmoralidad en sus propios lazos. Mas no se crea que con esto quiera yo negar que el hombre virtuoso se halle muchas veces en posicion sumamente desventajosa, para competir con un adversario inmoral. No desconozco que en un caso dado, tiene mas probabilidad de alcanzar un fin el que puede emplear cualquier medio por no reparar en ninguno, como le sucede al hombre malo; y que no dejara de ser un obstáculo gravísimo el tener que valerse de muy pocos medios ó quizas solamente de uno, como le acontece al virtuoso, á causa de que los inmorales son para él como si no existiesen; pero si bien esto es verdad considerando un negocio aislado, no lo es ménos que andando el tiempo, los inconvenientes de la virtud se compensan con las ventajas; así como las ventajas del vicio se compensan con los inconvenientes; y que en último resultado, un hombre verdaderamente recto llegará á lograr el fruto de su rectitud alcanzando el fin que discretamente se proponga; y que el inmoral expiará tarde ó temprano sus iniquidades, encontrando la perdicion en la extremidad de sus malos y tortuosos caminos.
§ XXXV
Defensa de la virtud contra una inculpacion injusta
Los hombres virtuosos y desgraciados, tienen cierta propension á señalar sus virtudes como el orígen de sus desgracias; pues que á esto los inclinan de consuno el deseo de ostentar su virtud, y el de ocultar sus imprudencias; que imprudencias muy grandes se cometen tambien con la intencion mas recta y mas pura. La virtud no es responsable de los males acarreados por nuestra imprevision ó lijereza; pero el hombre suele achacárselos á ella con demasiada facilidad. «Mi buena fe me ha perdido,» exclama el hombre honrado víctima de una impostura; cuando lo que le ha perdido no es su buena fe, sino su torpe confianza en quien le ofrecia demasiados motivos para prudentes sospechas. ¿Acaso los malos no son tambien con mucha frecuencia víctima de otros malos, y los pérfidos de otros pérfidos? La virtud nos enseña el camino que debemos seguir, mas no se encarga de descubrirnos todos los lazos que en él podemos encontrar: esto es obra de la penetracion, de la prevision, del buen juicio, es decir de un entendimiento claro y atinado. Con estas dotes no está reñida la virtud, mas no siempre las lleva por compañeras. Como fiel amiga de la humanidad se alberga sin repugnancia en el corazon de toda clase de hombres; ora brille en ellos esplendente y puro el sol de la inteligencia, ora esté oscurecido con espesa niebla.
§ XXXVI
Defensa de la sabiduría contra una inculpacion infundada
Creen algunos que los grandes talentos y el mucho saber, propenden de suyo al mal; esto es una especie de blasfemia contra la bondad del Criador. ¿La virtud necesita acaso las tinieblas? Los conocimientos y las virtudes de la criatura, ¿no emanan acaso de un mismo origen, del piélago de luz y santidad, que es Dios? Si la elevacion de la inteligencia condujese al mal, la maldad de los seres estaria en proporcion con su altura; ¿adivinais la consecuencia? ¿porqué no sacarla? La sabiduría infinita seria la maldad infinita; y héos aquí en el error de los maniqueos, encontrando en la extremidad de la escala de los reres un principio malo. Pero ¿qué digo? peor fuera este error que el de Manes; pues que en él, no se podria admitir un principio bueno. El genio del mal presidiria sin rival, enteramente solo, á los destinos del mundo; el rey del Averno deberia colocar su trono de negra lava en las esplendentes regiones del empíreo.
No, no debe el hombre huir de la luz por temor de caer en el mal; la verdad no teme la luz, y el bien moral es una gran verdad. Cuanto mas ilustrado esté el entendimiento mejor conocerá la inefable belleza de la virtud, y conociéndola mejor, tendrá ménos dificultades en practicarla. Rara vez hay mucha elevacion en las ideas, sin que de ella participen los sentimientos; y los sentimientos elevados ó nacen de la misma virtud, ó son una disposicion muy á propósito para alcanzarla.
Hasta hay en favor del talento y del saber una razon fundada en la naturaleza de las facultades del alma. Nadie ignora que por lo comun el mucho desarrollo de la una es con algun perjuicio de la otra; por consiguiente, cuando en el hombre se desenvuelvan de una manera particular las facultades superiores, menguarán en su fuerza las pasiones groseras, orígen de los vicios.
La historia del espíritu humano confirma esta verdad: generalmente hablando, los hombres de entendimiento muy elevado no han sido perversos; muchos se han distinguido por sus eminentes virtudes; otros han sido débiles como hombres, mas no malvados; y si uno que otro ha llegado á este extremo, debe mirarse como excepcion, no como regla.
¿Sabeis porqué un malvado de gran talento compromete, por decirlo así, la reputacion de los demas, prestando ocasion á que de algunos casos particulares se saquen deducciones generales? Porque en un malvado de gran talento todos piensan, de un malvado necio nadie se acuerda; porque forman un vivo contraste la iniquidad y el gran saber, y este contraste hace mas notable el extremo feo; por la misma razon que se repara mas en la relajacion de un sacerdote que en la de un seglar. Nadie nota una mancha mas en un cristal muy sucio; pero en otro muy limpio y brillante, se presenta desde luego á los ojos el mas pequeño lunar.
§ XXXVII
Las pasiones son buenos instrumentos, pero malos consejeros
Ya vimos (Cap. XIX) cuán pernicioso era el influjo de las pasiones para impedirnos el conocimiento de la verdad, aun la especulativa; pero lo que allí se dijo en general, tiene muchísima mas aplicacion en refiriéndose á la práctica. Cuando tratamos de ejecutar alguna cosa, las pasiones son á veces un auxiliar excelente; mas para prepararla en nuestro entendimiento, son consejeros muy peligrosos.
El hombre sin pasiones seria frio, tendria algo de inerte, por carecer de uno de los principios mas poderosos de accion que Dios ha concedido á la humana naturaleza; pero en cambio, el hombre dominado por las pasiones es ciego y se abalanza á los objetos á la manera de los brutos.
Examinando atentamente el modo de obrar de nuestras facultades, se echa de ver que la razon es á propósito para dirigir, y las pasiones para ejecutar; y así es que aquella atiende no solo á lo presente sino tambien á lo pasado y á lo venidero, cuando estas miran el objeto solo por lo que es en el momento actual, y por el modo con que nos afecta. Y es que la razon como verdadera directora se hace cargo de todo lo que puede dañar ó favorecer, no solo ahora, sino tambien en el porvenir; pero las pasiones como encargadas únicamente de ejecutar, solo se cuidan del instante y de la impresion actuales. La razon no se para solo en el placer sino en la utilidad, en la moralidad, en el decoro; las pasiones prescinden del decoro, de la moralidad, de la utilidad, de todo lo que no sea la impresion agradable ó ingrata, que en el acto se experimenta.
§ XXXVIII
La hipocresía de las pasiones
Cuando hablo de pasiones, no me refiero únicamente á las inclinaciones fuertes, violentas, tempestuosas, que agitan nuestro corazon como los vientos el océano; trato tambien de aquellas mas suaves, mas espirituales, por decirlo asi, porque al parecer estan mas cerca de las altas regiones del espíritu, y que suelen apellidarse sentimientos. Las pasiones son las mismas, solo varian por su forma, ó mas bien por la graduacion de intensidad, y por el modo de dirigirse á su objeto. Son entónces mas delicadas, pero no ménos temibles; pues que esa misma delicadeza contribuye á que con mas facilidad nos seduzcan y extravien.
Cuando la pasion se presenta en toda su deformidad y violencia, sacudiendo brutalmente el espíritu, y empeñándose en arrastrarle por malos caminos, el espíritu se precave contra el adversario, se prepara á luchar, resultando tal vez que la misma impetuosidad del ataque provoca una heróica defensa. Pero si la pasion depone sus maneras violentas, si se despoja, por decirlo así, de sus groseras vestiduras, cubriéndose con el manto de la razon; si sus sugestiones se llaman conocimiento, y sus inclinaciones voluntad, ilustrada pero decidida, entónces toma por traicion una plaza que no hubiera tomado por asalto.
§ XXXIX
Ejemplo. La venganza bajo dos formas
Un hombre que ha irrogado una ofensa, está con una pretension en cuyo éxito puede influir decisivamente el ofendido. Tan pronto como este lo sabe, recuerda la ofensa recibida, el resentimiento se dispierta en su corazon, al resentimiento sucede la cólera, y la cólera engendra un vivo deseo de venganza. ¿Y porqué dejara de vengarse? ¿No se le ofrece ahora una excelente oportunidad? ¿No será para él un placer el presenciar la desesperacion de su adversario burlado en sus esperanzas, y quizas sumido en la oscuridad, en la desgracia, en la miseria? «Véngate, véngate, le dice en alta voz su corazon; véngate, y que él sepa que te has vengado; dáñale, ya que él te dañó, humíllale, ya que él te humilló; goza tú el cruel pero vivo placer de su desgracia, ya que él se gozó en la tuya. La víctima está en tus manos; no la sueltes; cébate en ella; sacia en ella tu sed de venganza. Tiene hijos, y perecerán… no importa… que perezcan; tiene padres y morirán de pesar… no importa… que mueran: así será herido en mas puntos su infame corazon; asi sangrará con mas abundancia; asi no habrá consuelo para él; así se llenará la medida de su afliccion; así derramarás en su villano pecho toda la hiel y amargura que él un dia derramara en el tuyo. Véngate, véngate; ríete de una generosidad que él no practicó contigo; no tengas piedad de quien no la tuvo de tí; él es indigno de tus favores, indigno de compasion, indigno de perdon; véngate, véngate.»
Así habla el odio exaltado por la ira; pero este lenguaje es demasiado duro y cruel para no ofender á un corazon generoso. Tanta crueldad dispierta un sentimiento contrario: «este comportamiento seria ignoble, seria infame, se dice el nombre á sí mismo; esto repugna hasta al amor propio. ¿Pues qué? ¿yo he de gozarme en el abatimiento, en el perpetuo infortunio de una familia? ¿No seria para mí un remordimiento inextinguible la memoria de que con mis manejos he sumido en la miseria á sus hijos inocentes, y hundido en el sepulcro á sus ancianos padres? Esto no lo puedo hacer; esto no lo haré; es mas honroso no vengarme; sepa mi adversario que si él fué bajo, yo soy noble, si él fué inhumano, yo soy generoso; no quiero buscar otra venganza que la de triunfar de él á fuerza de generosidad, cuando su mirada se encuentre con mi mirada, sus ojos se abatirán, el rubor encenderá sus mejillas, su corazon sentirá un remordimiento, y me hará justicia.»
El espíritu de venganza ha sucumbido por su imprudencia; lo queria todo, lo exigia todo, y con urgencia, con imperiosidad, sin consideraciones de ninguna clase; y el corazon se ha ofendido de semejante desman; ha creido que se trataba de envilecerle, ha llamado en su auxilio á los sentimientos nobles, que han acudido presto y han decidido la victoria en favor de la razon. Otro quizas hubiera sido el resultado, si el espíritu de venganza hubiese tomado otra forma ménos dura, si cubriendo su faz con mentida máscara, no hubiese mostrado sus facciones feroces. No debia dar destemplados gritos, aullidos horribles; era menester que envuelto y replegado en el seno mas oculto del corazon, hubiese destilado desde allí su veneno mortal. «Por cierto, debia decir, que el ofensor no es nada digno de obtener lo que pretende; y solo por este motivo conviene oponerse á que lo obtenga. Hizo una injuria, es verdad; pero ahora no es ocasion de acordarse de ella. No ha de ser el resentimiento quien presida á tu conducta sino la razon, el deseo de que una cosa de tanta entidad no vaya á parar á malas manos. El pretendiente no carece de algunas buenas disposiciones para el desempeño; ¿porqué no hacerle esta justicia? Pero en cambio adolece de defectos imperdonables. La ofensa que te hizo á tí lo manifiesta bien; de ella no debes acordarte para la venganza, pero sí para formar un juicio acertado. Sientes un secreto y vivo placer en contrariarle, en abatirle, en perderle; mas este sentimiento no te domina; solo te impulsa el deseo del bien; y en verdad que si no mediase otro motivo que el resentimiento, no pondrias ningun obstáculo á sus designios. Hasta quizas, harias el sacrificio de favorecerle; y en verdad que seria doloroso, muy doloroso; pero quizas te resignarias á ello. Mas no te hallas en este caso; afortunadamente la razon, la prudencia, la justicia estan de acuerdo con las inclinaciones de tu corazon; y bien considerado, ni las atiendes siquiera, experimentas un placer en dañar á tu enemigo, mas este placer es una expansion natural, que tú no alcanzas á destruir, pero que tienes bastante sujeta para no dejarla que te domine. No hay inconveniente pues en tomar las providencias oportunas. Lo que importa es proceder con calma, para que vean todos que no hay parcialidad, que no hay odio, que no hay espíritu de venganza, que usas de un derecho, y hasta obedeces á un deber.» La venganza impetuosa, violenta, francamente injusta, no habia podido alcanzar un triunfo que ha obtenido sin dificultad la venganza pacífica, insidiosa, disfrazada hipócritamente con el velo de la razon, de la justicia, del deber.
Por este motivo es tan temible la venganza cuando obra en nombre del celo por la justicia. Cuando el corazon poseido del odio llega á engañarse a sí mismo, creyendo obrar á impulsos del buen deseo, quizas de la misma caridad, se halla como sujeto á la fascinacion de un reptil á quien no ve, y cuya existencia ni aun sospecha. Entónces la envidia destroza las reputaciones mas puras y esclarecidas, el rencor persigue inexorable, la venganza se goza en las convulsiones y congojas de la infortunada víctima, haciéndole agotar hasta las heces el dolor y la amargura. El insigne Protomártir brillaba por sus eminentes virtudes y aterraba á los judíos con su elocuencia divina; ¿qué nombre creeis que tomarán la envidia y la venganza, que les seca los corazones y hace rechinar sus dientes? ¿Creeis que se apellidarán con el nombre que les es propio? No, de ninguna manera. Aquellos hombres dan un grito como llenos de escándalo, se tapan los oidos, y sacrifican al inocente Diácono en nombre de Dios. El Salvador del mundo admira á cuantos le oyen, con la divina hermosura de su moral, con el maravilloso raudal de sabiduría y de amor que fluye de sus labios augustos; los pueblos se agolpan para verle, y él pasa haciendo bien; afable con los pequeños, compasivo con los desgraciados, indulgente con los culpables, derrama á manos llenas los tesoros de su omnipotencia y de su amor; solo pronuncia palabras de dulzura y perdon: diríase que reserva el lenguaje de una indignacion santa y terrible para confundir á los hipócritas. Estos han encontrado en él una mirada majestuosa y severa, y ellos la han correspondido con una mirada de víbora. La envidia les destroza el corazon, sienten una abrasadora sed de venganza. Pero ¿obrarán, hablarán como vengativos? No; este hombre es un blasfemo, dirán, seduce las turbas, es enemigo del César, la fidelidad pues, la tranquilidad pública, la religion exige que se le quite de en medio. Y se aceptará la traicion de un discípulo, y el inocente Cordero será llevado á los tribunales, y será interrogado, y al responder palabras de verdad, el príncipe de los sacerdotes se sentirá devorado de celo, y rasgará sus vestiduras, y dirá «blasfemó,» y los circunstantes dirán «es reo de muerte.»