Kitabı oku: «El Criterio», sayfa 20
§ L
Perpetua niñez del hombre
Poco basta para extraviar al hombre: pero tampoco se necesita mucho para corregirle algunos defectos. Es mas débil que malo, dista mucho de aquella terquedad satánica que no se aparta jamas del mal una vez abrazado; por el contrario, tanto el bien como el mal los abraza y los abandona con suma facilidad. Es niño hasta la vejez; preséntase á los demas con toda la seriedad posible; mas en el fondo se encuentra á sí propio pueril en muchas cosas y se avergüenza. Se ha dicho que ningun grande hombre le parecia grande á su ayuda de cámara; esto encierra mucha verdad. Y es que visto el hombre de cerca, se descubren las pequeñeces que le rebajan. Pero mas cosas sabe él de sí mismo que su ayuda de cámara, y por esto es todavía ménos grande á sus propios ojos; por esto aun en sus mejores años, necesita cubrir con un velo la puerilidad que se abriga en su corazon.
Los niños rien y juguetean y retozan: y luego gimen y rabian y lloran, sin saber muchas veces porqué: ¿no hace lo mismo á su modo el adulto? Los niños ceden á un impulso de su organizacion, al buen ó mal estado de su salud, á la disposicion atmosférica que los afecta agradable ó desagradablemente; en desapareciendo estas causas se cambia el estado de sus espíritus: no se acuerdan del momento anterior, ni piensan en el venidero; solo se rigen por la impresion que actualmente experimentan. ¿No hace esto mismo millares de veces el hombre mas serio, mas grave y sesudo?
§ LI
Mudanza de D. Nicasio en breves horas
Don Nicasio es un varon de edad provecta, de juicio sosegado y maduro, lleno de conocimientos, de experiencia, y que rara vez se deja llevar de la impresion del momento. Todo lo pesa en la balanza de una sana razon, y en este peso no consiente que influyan por un adarme las pasiones de ningun género. Se le habla de una empresa de mucha gravedad para la cual se cuenta con su práctica de mundo, y su inteligencia particular en aquella clase de negocios. D. Nicasio está á disposicion del proponente; no tiene ninguna dificultad en entrar de lleno en la empresa, y hasta en comprometer en ella una parte de su fortuna. Está bien seguro de no perderla; si hay obstáculos, no le dan cuidado, él sabe el modo de removerlos; si hay rivales poderosos, á D. Nicasio no le hacen mella. Otras hazañas de mas monta ha llevado á cabo; negocios mucho mas espinosos ha tenido que manejar; mas poderosos rivales ha tenido que vencer. Embebido en la idea que le halaga, se expresa con facilidad y rapidez, gesticula con viveza, su mirada es sumamente expresiva, su fisonomía juvenil, diríase que ha vuelto á sus veinte y cinco abriles, si algunas canas asomando por un lado del postizo no revelasen traidoramente los trofeos de los años.
El negocio está concluido; faltan algunos pormenores; quedais emplazado para redondearlos en otra entrevista; ¿mañana? no señor, nada de dilaciones, no las consiente la actividad de don Nicasio, es preciso acabar con todo, hoy mismo, por la tarde. D. Nicasio se ha retirado á su casa, y ni en su persona, ni en su familia, ni en ninguna de sus cosas ha ocurrido ningun accidente desagradable.
Es la hora señalada, acudís con puntualidad, y os hallais en presencia del héroe de la mañana. D. Nicasio está algo descompuesto en su vestido, merced á un calor que le ahoga. Medio tentido en el sofá, os devuelve el saludo con un esfuerzo afectuoso, pero con evidentes señales de fastidiosa lasitud.
– Vamos á ver, Sr. D. Nicasio, si quedamos convenidos definitivamente.
– Tiempo tenemos de hablar… contesta don Nicasio, y su fisonomía se contrae con muestras de tedio.
– Como V. me ha citado por esta tarde…
– Sí, pero…
– Como V. guste.
– Ya se ve; pero es menester pensarlo mucho; qué sé yo!..
– Lo que es dificultades, conozco que hay; solo que viéndole á V. tan animoso esta mañana, lo confieso, todo se me hacia ya camino llano.
– Animoso sí… y lo estoy aun… pero sin embargo, sin embargo, conviene no llevar demasiada prisa… En fin ya hablaremos, añade con expresion de quien desea que no le comprometan.
Don Nicasio es otro, expresa lo que siente; nada de la audacia, de la actividad de la mañana, nada de los proyectos tan fáciles de ejecutar; entónces los obstáculos importaban poco, ahora son casi insuperables; los rivales no significaban nada, ahora son invencibles. ¿Qué ha sucedido? ¿Le han dado á D. Nicasio otras noticias? no ha visto á nadie. ¿Ha meditado sobre el negocio? no se habia acordado mas de él. ¿Qué ha sucedido pues, para causar tamaña revolucion en su espíritu, alterando su modo de ver las cosas, y quebrantando tan lastimosamente sus ímpetus juveniles? Nada, la explicación del fenómeno es muy sencilla, no busqueis grandes causas, son muy pequeñas. En primer lugar, ahora hace un calor atroz, lo que por cierto dista mucho del oreo de una fresca brisa como sucedia por la mañana; D. Nicasio está sumamente abatido, la hora es pesada, el cielo se encapota y parece amenazar tempestad. La comida era ademas algo indigesta; el sueño de la siesta ha sido demasiado breve, y no sin alguna pesadilla. ¿Se quiere mas? ¿No son estos motivos bastante poderosos para trastornar el espíritu de un hombre grave y modificar sus opiniones? A pesar de todas las citas, ¿quién os ha llevado á su casa bajo una constelacion tan infausta?
Tal es el hombre; la menor cosa le desconcierta, le hace otro. Unido su espíritu á un cuerpo sujeto á mil impresiones diferentes, que se suceden con tanta rapidez y se reciben con igual facilidad que los movimientos de la hoja de un árbol, participa en cierto modo de esa inconstancia y variedad, trasladando con harta frecuencia á los objetos las mudanzas que solo él ha experimentado.
§ LII
Los sentimientos por si solos, son mala regla de conducta
Lo dicho manifiesta la imposibilidad de dirigir la conducta del hombre por solo el sentimiento; y la literatura de nuestra época, que tan poco se ocupa de comunicar ideas de razón y de moral, y que al parecer no se propone sino excitar sentimientos, olvida la naturaleza del hombre, y causa un mal de inmensa trascendencia.
El entregar al hombre á merced del solo sentimiento, es arrojar un navio sin piloto en medio de las olas. Esto equivale á proclamar la infalibilidad de las pasiones, á decir: "obra siempre por instinto, obedeciendo ciegamente á todos los movimientos de tu corazon;" esto equivale á despojar al hombre de su entendimiento, de su libre albedrío, á convertirle en simple instrumento de su sensibilidad.
Se ha dicho que los grandes pensamientos salen del corazon; tambien pudiera añadirse que del corazon salen grandes errores, grandes delirios, grandes extravagancias, grandes crímenes. Del corazon sale todo; es un arpa soberbia que despide toda clase de sonidos, desde el horrendo estrépito de las cavernas infernales hasta la mas delicada armonía de las regiones celestes.
El hombre que no tiene mas guia que su corazon, es el juguete de mil inclinaciones diversas, y á menudo contradictorias: una lijerísima pluma en medio de una campiña donde reinan los vientos, no lleva las direcciones mas variadas é irregulares. ¿Quién es capaz de contar, ni clasificar, la infinidad de sentimientos que se suceden en nuestro pecho, en brevísimas horas? ¿Quién no ha reparado en la asombrosa facilidad con que se pasa de la viva afición á un trabajo, á una repugnancia casi insuperable? ¿Quién no ha sentido simpatía ó antipatía, á la simple presencia de una persona, sin que pueda señalarse ninguna razon de ello, y sin que los hechos ofrezcan en lo sucesivo motivo alguno que justifique aquella impresión? ¿Quién no se ha admirado repetidas veces de encontrarse transformado en pocos instantes, pasando del brio al abatimiento, de la osadía á la timidez ó vice-versa, sin que hubiese mediado ninguna causa ostensible? ¿Quién ignora las mudanzas que los sentimientos sufren con la edad, con la diferencia de estado, de posicion social, de relaciones familiares, de salud, de clima, de estacion, de atmósfera? Todo cuanto afecta nuestras ideas, nuestros sentidos, nuestro cuerpo, de cualquier modo que sea, todo modifica nuestros sentimientos; y de aquí la asombrosa inconstancia que se nota en los que se abandonan á todos los impulsos de las pasiones; de aquí esa volubilidad de las organizaciones demasiado sensibles, si no han hecho grandes esfuerzos para dominarse.
Las pasiones han sido dadas al hombre como medios para despertarle y ponerle en movimiento, como instrumentos para servirle en sus acciones; mas no como directoras de su espíritu, no como guias de su conducta. Se dice á veces que el corazon no engaña; ¡lamentable error! ¿qué es nuestra vida sino un tejido de ilusiones con que el corazón nos engaña? Si alguna vez acertamos, entregándonos ciegamente á lo que él nos inspira, ¡cuántas y cuántas nos hace extraviar! ¿Sabeis porqué se atribuye al corazon ese acierto instintivo? porque nos llama extremadamente la atencion uno de sus aciertos, cuando nos consta que son tantos sus desaciertos; porque nos causa extraña sorpresa el verle adivinar en medio de su ceguera, cuando son tantas las veces que le encontramos desatinado. Por esto recordamos su acierto excepcional, en gracia de este le perdonamos todos sus yerros, y le honramos con una prevision y un tino que no posee ni puede poseer.
El fundar la moral sobre el sentimiento, es destruirla: el arreglar su conducta á las inspiraciones del sentimiento, es condenarse á no seguir ninguna fija, y á tenerla frecuentemente muy inmoral y funesta. La tendencia de la literatura que actualmente está en boga en Francia, y que desgraciadamente se introduce tambien en nuestra España, es divinizar las pasiones: y las pasiones divinizadas son extravagancia, inmoralidad, corrupcion, crimen.
§ LIII
No impresiones sensibles, sino moral y razon
La conducta del hombre, así con respecto á lo moral como á lo útil, no debe gobernarse por impresiones sino por reglas constantes; en lo moral, por las máximas de eterna verdad; en lo útil, por los consejos de la sana razon. El hombre no es un Dios en quien todo se santifique por solo hallarse en él; las impresiones que recibe, son modificaciones de su naturaleza que en nada alteran las leyes eternas; una cosa justa no pierde la justicia, por serle desagradable; una cosa injusta, por serle agradable, no se lava de la injusticia. El enemigo implacable que hunde el puñal vengador en las entrañas de su víctima, siente en su corazon un placer feroz, y su accion no deja de ser un crimen; la hermana de la caridad que asiste al enfermo, que le alivia y consuela, sufre mas de una vez tormentos atroces, mas por esto su accion no deja de ser heróicamente virtuosa.
Prescindiendo de lo moral, y atendiendo á lo útil, es necesario tratar las cosas con arreglo á lo que son, no á lo que nos afectan; la verdad no está esencialmente en nuestras impresiones, sino en los objetos; cuando aquellas nos ponen en desacuerdo con estos, nos extravian. El mundo real no es el mundo de los poetas y novelistas: es preciso considerarle y tratarle tal como es en sí; no sentimental, no fantástico, no soñador; sino positivo, práctico, prosáico.
§ LIV
Un sentimiento bueno, la exageracion le hace malo
La religion no sofoca los sentimientos, solo los modera y los dirige; la prudencia no desecha el auxilio de las pasiones templadas, solo se guarda de su predominio. La armonía no se ha de producir en el hombre con el simultáneo desarrollo de las pasiones, sino con su represion; el contrapeso de las que se dejen funcionando no son solo las otras pasiones, sino principalmente la razon y la moral. La oposicion misma de las inclinaciones buenas á las malas; deja de ser saludable, cuando en ella no preside como señora la razon; porque las inclinaciones buenas no son buenas sino en cuanto la razon las dirige y modera: abandonadas á sí mismas, se exageran, se hacen malas.
Un valiente está encargado de un puesto peligroso: el riesgo crece por momentos; á su alrededor van cayendo sus camaradas: los enemigos se aproximan cada vez mas; apénas hay esperanza de sostenerse, y la órden para retirarse no llega. El desaliento entra por un instante en el corazon del valiente; ¿á qué morir sin ningun fruto? El deber de la disciplina y del honor ¿se extenderá hasta un sacrificio inútil? ¿No seria mejor abandonar el puesto, excusarse á los ojos del jefe con lo imperioso de la necesidad? «No, responde su corazon generoso; esto es cobardía que se cubre con el nombre de prudencia. ¿Qué dirian tus compañeros, qué tu jefe, qué cuantos te conocen? ¿la ignominia ó la muerte? pues la muerte, sin vacilar, la muerte.»
¿Se puede culpar esa reflexion con que el bravo oficial ha procurado sostenerse á sí mismo, contra la tentación de cobardía? Ese deseo del honor, ese horror á la ignominia de pasar por cobarde, ¿no ha sido en él un sentimiento? sí; pero un sentimiento noble, generoso, con cuya fuerza y ascendiente se ha fortalecido contra las asechanzas del miedo, y ha cumplido su deber. Esa pasion pues dirigida á un objeto bueno, ha producido un resultado excelente, que tal vez sin ella no se hubiera conseguido: en aquellos momentos críticos, terribles, en que el estruendo del cañon, la gritería del enemigo cercano, y los ayes de los camaradas moribundos, comenzaban á introducir el espanto en su pecho, la razon enteramente sola tal vez hubiera sucumbido; pero ha llamado en su ayuda á una pasion mas poderosa que el temor de la muerte: el sentimiento del honor, la vergüenza de parecer cobarde; y la razon ha triunfado, el deber se ha cumplido.
Llegada la órden de replegarse, el oficial se reune á su cuerpo, habiendo perdido en el puesto fatal á casi todos sus soldados. – Ya le teníamos á V. por muerto, le dice chanceándose uno de sus amigos; no se habrá V. olvidado del parapeto. – El oficial se cree ultrajado, pide con calor una satisfaccion, y á las pocas horas el burlon imprudente ha dejado de existir. El mismo sentimiento que poco ántes impulsara á una accion heróica, acaba de causar un asesinato. El honor, la vergüenza de pasar por cobarde, habian sostenido al valiente, hasta el punto de hacerle despreciar su vida; el honor, la vergüenza de pasar por cobarde, han teñido sus manos con la sangre de un amigo imprudente. La pasion dirigida por la razon se elevó hasta el heroismo; entregada á su ímpetu ciego, se ha degradado hasta el crímen.
La emulacion es un sentimiento poderoso, excelente preservativo contra la pereza, contra la cobardía, y contra cuantas pasiones se oponen al ejercicio útil de nuestras facultades. De ella se aprovecha el maestro para estimular á los alumnos; de ella se sirve el padre de familia para refrenar las malas inclinaciones de alguno de sus hijos; de ella se vale un capitan para obtener de sus subordinados, constancia, valor, hazañas heróicas. El deseo de adelantar, de cumplir con el deber, de llevar á cabo grandes empresas, el doloroso pesar de no haber hecho de nuestra parte todo lo que podíamos y debíamos, el rubor de vernos excedidos por aquellos á quienes hubiéramos podido superar, son sentimientos muy justos, muy nobles, excelentes para hacernos avanzar en el camino del bien. En ellos no hay nada reprensible; ellos son el manantial de muchas acciones virtuosas, de resoluciones sublimes, de hazañas sorprendentes.
Pero si ese mismo sentimiento se exagera, el néctar aromático, dulce, confortador, se trueca en el humor mortifero que fluye de la boca de un reptil ponzoñoso, la emulacion se hace envidia. El sentimiento en el fondo es el mismo, pero se ha llevado á un punto demasiado alto; el deseo de adelantar ha pasado á ser una sed abrasadora; el pesar de verse superado, es ya un rencor contra el que supera; ya no hay aquella rivalidad que se hermanaba muy bien con la amistad mas íntima, que procuraba suavizar la humillacion del vencido prodigándole muestras de cariño, y sinceras alabanzas por sus esfuerzos; que contenta con haber conquistado el lauro, le escondia para no lastimar el amor propio de los demas; hay sí, un verdadero despecho, hay una rabia, no por la falta de los adelantos propios, sino por la vista de los ajenos; hay un verdadero odio al que se aventaja, hay un vivo anhelo por rebajar el mérito de sus obras, hay maledicencia, hay el desden con que se encubre un furor mal comprimido, hay la sonrisa sardónica, que apénas alcanza á disimular los tormentos del alma.
Nada mas conforme á razon que aquel sentimiento de la propia dignidad, que se exalta santamente cuando las pasiones brutales excitan á una accion vergonzosa; que recuerda al hombre lo sagrado de sus deberes, y no le consiente deshonrarse faltando á ellos; aquel sentimiento que le inspira la actitud que le conviene tomar, segun la posicion que ocupa; aquel sentimiento que llena de majestad el semblante y modales del monarca, que da al rostro y maneras de un pontífice santa gravedad y uncion augusta; que brilla en la mirada de fuego de un gran capitan y en su ademan resuelto, osado, imponente; aquel sentimiento que á la dicha no le permite alegria descompuesta, ni al infortunio abatimiento ignoble; que señala la oportunidad de un prudente silencio, ó sugiere una palabra decorosa y firme; que deslinda la afabilidad de la nimia familiaridad, la franqueza del abandono, la naturalidad de los modales de una libertad grosera; aquel sentimiento en fin que vigoriza al hombre sin endurecerle, que le suaviza sin relajarle, que le hace flexible sin inconstancia, y constante sin terquedad. Pero ese mismo sentimiento, si no está moderado y dirigido por la razon, se hace orgullo; el orgullo que hincha el corazon, enhiesta la frente, da á la fisonomía un aspecto ofensivo, y á los modales una afectacion entre irritante y ridícula; el orgullo que desvanece, que imposibilita para adelantar, que se suscita á sí propio obstáculos en la ejecucion, que inspira grandes maldades, que provoca el aborrecimiento y el desprecio, que hace insufrible.
¡Qué sentimiento mas razonable que el deseo de adquirir ó conservar lo necesario para las atenciones propias, y de aquellas personas de cuyo cuidado encargan el deber ó el afecto! Él previene contra la prodigalidad, aparta de los excesos, preserva de una vida licenciosa, inspira amor á la sobriedad, templanza en todos los deseos, aficion al trabajo. Pero este mismo sentimiento llevado á la exageracion, impone ayunos que Dios no acepta, frio en el invierno, calor en el verano, mal cuidado de la salud, abandono en las enfermedades, mortifica con privaciones á la familia, niega todo favor á los amigos, cierra la mano para los pobres, endurece cruelmente el corazon para toda clase de infortunios, atormenta con sospechas, temores, zozobras, prolonga las vigilias, engendra el insomnio, persigue y agita con la aparicion de espectros robadores los breves momentos de sueño, haciendo que no pueda lograr descanso
El rico avaro en el angosto lecho,
Y que sudando con terror despierte.
Véase pues con cuánta verdad he dicho que los mismos sentimientos buenos la exageracion los hace malos; que el sentimiento por sí solo, es una guia mas segura, y á menudo peligrosa. La razon es quien debe dirigirle conforme á los eternos principios de la moral; la razon es quien debe encaminarle, hasta en el terreno de la utilidad. Por esto jamas el hombre se ocupa demasiado del conocimiento de sí mismo; ningun esfuerzo está de mas para adquirir aquel criterio moral y acertado, que nos enseña la verdad práctica, la verdad que debe presidir á todos los actos de nuestra vida. Proceder á la aventura, abandonarse ciegamente á las inspiraciones del corazon, es exponerse á mancharse con la inmoralidad, y á cometer una serie de yerros que acaban por acarrear terribles infortunios.
§ LV
La ciencia es muy útil á la práctica
En todo lo concerniente á objetos sometidos á leyes necesarias, claro es que el conocimiento de estas ha de ser utilísimo, cuando no indispensable. De cuyo principio infiero que discurren muy mal los que en tratándose de ejecutar, descuidan la ciencia y solo se atienen á la práctica. La ciencia, si es verdaderamente digna de este nombre, se ocupa en el descubrimiento de las leyes que rigen la naturaleza; y así su ayuda ha de ser de la mayor importancia. Tenemos de esta verdad una irrefragable prueba en lo que ha sucedido en Europa de tres siglos á esta parte. Desde que se han cultivado las matemáticas y las ciencias naturales, el progreso de las artes ha sido asombroso. En el siglo actual se estan haciendo continuamente ingeniosos descubrimientos; y ¿qué son estos, sino otras tantas aplicaciones de la ciencia?
La rutina que desdeña á la ciencia, muestra con semejante desden un orgullo necio, hijo de la ignorancia. El hombre se distingue de los brutos animales por la razon con que le ha dotado el Autor de la naturaleza; y no querer emplear las luces del entendimiento para la direccion de las operaciones, aun las mas sencillas, es mostrarse ingrato á la bondad del Criador. ¿Para qué se nos ha dado esa antorcha sino para aprovecharnos de ella en cuanto sea posible? Y si á ella se deben tan grandes concepciones cientificas, ¿porqué no la hemos de consultar para que nos suministre reglas que nos guien en la práctica?
Véase el atraso en que se encuentra la España en cuanto á desarrollo material, merced al descuido con que han sido miradas durante largo tiempo las ciencias naturales y exactas; comparémonos con las naciones que no han caido en este error, y nos será fácil palpar la diferencia. Verdad es que hay en las ciencias una parte meramente especulativa, y que difícilmente puede conducir á resultados prácticos; sin embargo es preciso no olvidar, que aun esta parte al parecer inútil, y como si dijéramos de mero lujo, se liga muchas veces con otras que tienen inmediata relacion con las artes. Por manera que su inutilidad es solo aparente, pues andando el tiempo se descubren consecuencias en que no se habia reparado. La historia de las ciencias naturales y exactas nos ofrece abundantes pruebas de esta verdad, ¿Qué cosa mas puramente especulativa y al parecer mas estéril, que las fracciones continuas? y no obstante ellas sirvieron á Huigens para determinar las dimensiones de las ruedas dentadas en la construccion de su autómata planetario.
La práctica sin la teoría permanece estacionaria, ó no adelanta sino con muchísima lentitud; pero á su vez, la teoría sin la práctica fuera tambien infructuosa. La teoría no progresa ni se solida sin la observacion, y la observacion estriba en la práctica. ¿Que seria la ciencia agrícola sin la experiencia del labrador?
Los que se destinen á la profesion de un arte deben, si es posible, estar preparados con los principios de la ciencia en que aquella se funda. Los carpinteros, albañiles, maquinistas, saldrian sin duda mas hábiles maestros si poseyesen los elementos de geometría y de mecánica; y los barnizadores, tintoreros y de otros oficios no andarian tan á tientas en sus operaciones, si no careciesen de las luces de la química. Si una gran parte del tiempo que se pierde miserablemente en la escuela y en casa, ocupándose en estudios inconducentes, se emplease en adquirir los conocimientos preparatorios, acomodados á la carrera que se quiere emprender, los individuos, las familias y la sociedad reportarian por cierto mayor fruto de sus tareas y dispendios.
Bueno es que un jóven sea literato; pero ¿de qué le servirá un brillante trozo de Walter Scott, ó de Víctor Hugo, cuando colocado al frente de un establecimiento sea preciso conocer los defectos de una máquina, las ventajas ó inconvenientes de un procedimiento, ó adivinar el secreto con que en los paises extranjeros se ha llegado á la perfeccion de un tinte? Al arquitecto, al ingeniero, ¿serán los artículos de política los que les enseñarán á construir un edificio con solidez, elegancia, aptitud y buen gusto, á formar atinadamente el plan de una carretera ó canal, á dirigir las obras con inteligencia, á levantar una calzada, ó suspender un puente?