Kitabı oku: «Filosofía Fundamental, Tomo IV», sayfa 17
CAPÍTULO XIV.
SE EXAMINA SI ES POSIBLE LA ACTIVIDAD CORPÓREA
[148.] Señalado el límite de nuestro conocimiento intuitivo con respecto á la causalidad y á la actividad, resultan desvanecidos los argumentos que puedan objetarse á la causalidad secundaria, aprovechándose de la confusion de las ideas intuitivas con las indeterminadas; pero falta todavía examinar si hay verdaderas causas segundas, esto es, si se halla realmente en los seres finitos un principio de las mudanzas propias ó ajenas. No han faltado filósofos, y entre ellos el ilustre Malebranche, que han negado á las causas segundas toda eficacia, reduciéndolas á meras ocasiones. El autor de la Investigacion de la verdad se adelanta á sostener que la causalidad secundaria no solo no existe, sino que es imposible.
[149.] Dos especies de seres se nos presentan en el universo, los inmateriales y los corpóreos: ambas ofrecen dificultades particulares que conviene examinar por separado. Comencemos por la materia. Se dice que la materia es incapaz de toda actividad, que por su esencia es indiferente para todo, que es susceptible de todo linaje de modificaciones. Yo no alcanzo en qué se funda esta proposicion tan general, y no veo como sea posible apoyarla ni en la razon ni en la experiencia.
[150.] Para sostener que la materia es completamente inactiva, de tal suerte que hasta sea incapaz de toda actividad, seria preciso conocer su misma esencia, y este conocimiento nos falta. ¿Con qué derecho negamos la posibilidad de un atributo ignorando cuál es la naturaleza del objeto á que debe pertenecer, ó no conociendo por lo menos alguna de sus propiedades, á la cual el atributo repugne? Es verdad que negamos á la materia la posibilidad de pensar, y aun de sentir; pero esta negacion no es legítima, sino porque conocemos de la materia lo bastante para dicha imposibilidad. En la materia, sea cual fuere su esencia íntima, hay partes, y por consiguiente multiplicidad; y los hechos de conciencia requieren necesariamente un ser uno y simple (Lib. IX).
No sucede lo mismo con respecto á la actividad; esta cuando no nos ofrece la idea intuitiva de conciencia, nos presenta solamente el concepto indeterminado de un principio de mudanzas propias ó ajenas; lo cual no es contradictorio con la idea de multiplicidad. Fínjase que en los cuerpos que se mueven, hay una verdadera actividad, realmente productiva del movimiento en los otros; no hay ninguna contradiccion en que dicha actividad se halle distribuida entre las diferentes partes del cuerpo, las cuales en el momento del choque, produzcan su efecto respectivo causando el movimiento á las partes del otro cuerpo con las que se han puesto en contacto.
[151.] Tenemos pues que examinada la cuestion à priori, ó por la idea misma del cuerpo, no hallamos ninguna razon para negarle la posibilidad de ser activo. Es verdad que la extension de los cuerpos en cuanto tal, se nos ofrece como una cosa muerta, indiferente á todas las figuras y á todos los movimientos sin que descubramos en ella ningun principio de actividad (Cap. XIII); mas para que esto pueda probar algo, seria necesario suponer que la esencia de los cuerpos consiste en la misma extension, y que esta no tiene mas de lo que ofrece á nuestros sentidos, sin que encierre nada en que pueda fundarse su actividad. Lo primero es una opinion, pero destituida de todo fundamento; lo segundo, no puede ser demostrado nunca, pues que se escapa á toda observacion, y no puede ser objeto de investigaciones à priori.
[152.] ¿Cómo podrá probarse que la esencia de los cuerpos consista en la extension? (Lib. III). Lo que nosotros podemos decir es que la experimentamos, y que toda la naturaleza corpórea se nos ofrece bajo la forma de extensa: en pasando de este punto afirmamos sin ningun fundamento, sustituimos á la realidad un juego de nuestra fantasía. La esencia de una cosa es aquello que la constituye lo que es; aquello que le sirve de fondo íntimo, siendo la raíz de sus propiedades; ¿quién nos ha dicho que conocemos ese fondo, esa raíz en los objetos corpóreos? Nosotros no sentimos nada que no sea extenso, es verdad; no concebimos á qué se reduce el cuerpo en faltándole la extension; tambien es verdad; pero de esto solo se deduce que la extension es una forma bajo la cual se presentan los cuerpos á nuestros sentidos, que esta forma es una condicion necesaria para que pueda ser afectada nuestra sensibilidad; pero nó que la forma sea la misma esencia de la cosa; nó que en la cosa no haya algo mas íntimo en que radique la forma misma.
[153.] Si la esencia de los cuerpos consistiese en la extension tal como se ofrece á nuestros sentidos, habiendo igualdad de extension habria igualdad de esencia; las esencias de los cuerpos estarian sujetas á medida como lo están las dimensiones: dos globos de diámetros enteramente iguales serian dos cuerpos esencialmente iguales; á esto se opone la experiencia y hasta el sentido comun. Se nos dirá que no basta la pura dimension en cuanto sujeta á medida, para formar igualdad de esencias; sino que es necesaria la igualdad de naturaleza de extension de ambos cuerpos; pero yo preguntaré qué significa naturaleza de extension? Si la palabra naturaleza no ha de ser aquí una palabra sin sentido, deberá significar algo distinto de la extension en cuanto sometida á nuestra sensibilidad; en cuyo caso inferiré que así como para diversificar las esencias de los cuerpos se finge algo que no se encierra en la extension en cuanto sujeta á la intuicion sensible, tambien se podrá fingir algo que sea capaz de actividad, y que por consiguiente ofrezca á nuestro entendimiento una idea accesoria que vivifique por decirlo así ese fondo muerto que hallamos en la extension, considerada como simple objeto de las ideas puramente geométricas.
[154.] La experiencia es incapaz de demostrarnos la imposibilidad de que los cuerpos sean activos. La inaccion absoluta no puede afectarnos, y de consiguiente no podemos conocerla por experiencia. Lo que podemos experimentar es la accion ó sea el ejercicio de la actividad; pero la inaccion ó sea el estado de una cosa absolutamente inactiva, no puede ser objeto de experiencia: esto es contradictorio.
CAPÍTULO XV.
CONJETURAS SOBRE LA EXISTENCIA DE LA ACTIVIDAD CORPÓREA
[155.] Ateniéndonos á la experiencia, lejos de que debamos inferir la inercia absoluta de los cuerpos, nos hallamos inclinados á creer que están dotados de actividad. Aunque los sentidos no nos ofrezcan la intuicion de ninguna actividad corpórea, nos presentan no obstante una continua serie de mudanzas, con un órden fijo en los fenómenos del mundo corpóreo; y si algo valen para inferir la verdadera actividad de unos sobre otros, la coincidencia de sus relaciones en el espacio y en el tiempo, la constante sucesion con que vemos que los unos vienen despues de los otros, la invariable experiencia de que para que se sigan los unos basta poner los otros; es necesario que admitamos en los cuerpos verdadera actividad. Esta razon, valga lo que valiere en el tribunal de la metafísica, ha sido en todos tiempos bastante poderosa para convencer á la generalidad de los hombres, y así es que el negar á los cuerpos el carácter de activos se halla en oposicion con el sentido comun.
[156.] Si atendemos á las relaciones que tenemos con el mundo corpóreo, todo nos induce á creer que hay en los cuerpos verdadera actividad. Sea cual fuere nuestra ignorancia sobre el modo con que son producidas en nosotros las sensaciones, lo cierto es que las experimentamos en presencia de los cuerpos, que están ligadas con estos por relaciones de espacio y tiempo en un órden fijo y constante, que nos autoriza para pronosticar con toda seguridad lo que debe suceder en nuestros sentidos, si tales ó cuales cuerpos son puestos en relacion con nuestros órganos. La idea de actividad nos ofrece la de un principio de mudanzas en otros seres; los cuerpos las están produciendo de continuo en nosotros, real ó aparentemente. El ejercicio de las facultades sensitivas, implica una comunicacion con los seres corpóreos; y en esta comunicacion el ser sensitivo recibe de los cuerpos una multitud de impresiones, que le hacen sufrir continuas mudanzas.
[157.] Se dice que la experiencia enseña que los cuerpos son indiferentes para el reposo ó el movimiento; y se asienta como cosa indudable en los preámbulos de algunas obras de física que un cuerpo puesto en quietud permaneceria en el mismo estado por toda la eternidad, y que puesto en movimiento se moveria tambien por toda la eternidad en línea recta y siempre con la misma velocidad que recibiera desde un principio. No sé cómo se han podido conocer por experiencia semejantes proposiciones; yo sostengo que no solo no se han podido conocer, sino que la experiencia parece indicar todo lo contrario.
[158.] ¿Dónde se ha encontrado jamás un cuerpo indiferente para el movimiento ó el reposo? En todos los terrestres hallamos una tendencia al movimiento, cuando nó de otra clase, de gravitacion hácia el centro de la tierra. Los celestes que hemos podido observar, están todos en movimiento; y el cálculo de acuerdo con la experiencia nos los manifiesta sometidos á la atraccion universal: ¿dónde está la indiferencia para el reposo ó el movimiento, atestiguada por la experiencia? Mas bien deberemos decir que la experiencia nos atestigua una inclinacion general de los cuerpos hácia el movimiento.
[159.] Se nos objetará tal vez que esta inclinacion no dimana de ninguna actividad de los cuerpos, sino que es un simple efecto de una ley del Criador. Sea en buen hora; pero al menos no se diga que la experiencia nos presenta los cuerpos como indiferentes para el movimiento y el reposo; si se quiere, explíquese el movimiento sin actividad, sosténgase que no hay actividad, no obstante las apariencias experimentales; pero no se diga que estas apariencias demuestran la falta de actividad.
[160.] Si pongo sobre mi bufete un cuerpo, permanece en reposo, y allí le encuentro al dia siguiente y le encontraré á la vuelta de muchos años. El cuerpo sin embargo, no está indiferente para el movimiento ó el reposo; allí se está quieto, pero va ejerciendo continuamente su actividad; así lo muestra su presion sobre el bufete que le sustenta. Este ejercicio es incesante, se le experimenta en todos los momentos, como lo prueba el que si se le quiere levantar ofrece resistencia, si se aparta el bufete se cae, si se le pone la mano debajo la comprime, y hace cambiar de forma los cuerpos blandos sobre que pesa.
[161.] El decir que la atraccion del centro de la tierra obra sobre el cuerpo, no prueba nada contra la actividad corpórea, antes bien la confirma; pues que este centro es otro cuerpo, y así quitando la actividad al uno la damos al otro. Además segun todas las observaciones, la atraccion es recíproca, y por consiguiente la actividad atraente se halla repartida entre todos los cuerpos.
[162.] El mundo corpóreo, lejos de ofrecernos una masa inerte, nos presenta mas bien la apariencia de una actividad que desplega fuerzas colosales. Colosal es la masa de los cuerpos que se mueven por los espacios; colosal es la órbita que describen; colosal la velocidad con que la recorren; colosal la influencia, al menos aparente, que ejercen los unos sobre los otros; colosal la distancia al través de la cual se ponen en comunicacion. ¿Donde está la falta de actividad atestiguada por la experiencia? Raudales de luz inundan los espacios produciendo en los seres sensitivos los admirables fenómenos de la vision; raudales de calórico se extienden en todas direcciones y llevan por todas partes el movimiento y la vida; ¿dónde está la falta de actividad atestiguada por la experiencia? La vegetación que cubre nuestro globo, los fenómenos de la vida que experimentamos en nosotros mismos y en esa muchedumbre de animales que nos rodean, ¿no han menester de un continuo movimiento de la materia, de un flujo y reflujo por decirlo así, de acciones y reacciones que los cuerpos ejercen los unos sobre los otros, en la realidad ó en la apariencia? Los fenómenos de la electricidad, del magnetismo, del galvanismo ¿no nos ofrecen mas bien principios de mucha actividad, orígen de movimiento donde quiera que se hallen, que no objetos indiferentes para el movimiento ó para el reposo? Las ideas de actividad, de fuerza, de impulso, nos han sido sugeridas no solo por nuestra actividad interna, sino tambien por la experiencia del mundo corpóreo que desplega á nuestros ojos bajo leyes constantes, una continua variedad de escenas magníficas, cuyo orígen parece indicar un fondo de actividad incalculable.
[163]. Véase pues cuán sin fundamento se apela á la experiencia para combatir la existencia de una causalidad corpórea, y cuánto mas acordes van con dicha experiencia los filósofos que otorgan á los mismos cuerpos una actividad verdadera. Al señalar los límites de nuestra intuicion en lo tocante á la causalidad y actividad en sí mismas (Cap.s XI y XIII) he dicho lo bastante para que no se crea que juzgo posible el demostrar metafísicamente la existencia de actividad en el mundo corpóreo; pero no puedo menos de insistir en que si algo vale en favor de la causalidad la relacion constante de los fenómenos en el espacio y en el tiempo, si algo vale la sucesion invariable de unas cosas despues de otras; es preciso inclinarse á la opinion de que hay en los cuerpos verdadera actividad: que en un órden secundario se halla en los unos la razon de las mudanzas en los otros; y que por consiguiente hay en el mundo corpóreo un encadenamiento de causas segundas hasta llegar á la primera donde está el orígen y la razon de todo.
CAPÍTULO XVI.
CAUSALIDAD INTERNA
[164.] La conciencia nos atestigua que hay en nosotros una verdadera facultad productiva de ciertos fenómenos internos. Es indudable que concentrando la atencion por medio de un acto libre de la voluntad, experimentamos una produccion de imágenes y de ideas. Las obras de imaginacion, son una muestra irrecusable de nuestra actividad interna. Las sensaciones nos suministran los materiales en bruto; pero con ellos levanta la fantasía edificios admirables. Aquella nueva forma ¿quién se la ha dado sino nosotros mismos? Preciso es confesar que si carecemos absolutamente de actividad, la naturaleza nos alucina completamente, haciéndonos creer que somos muy activos.
Los simples recuerdos nos ofrecen otra muestra de verdadera actividad. Nos proponemos pensar en un país que hemos visto detenidamente, y deseamos recordar sus pormenores: al imperio de la voluntad la imaginacion se excita y va desplegando á nuestra intuicion las escenas que viéramos en otro tiempo. Se dirá que estas imágenes ya existian y que solo ha sido necesario despertarlas, pero no se puede negar que no existian en acto pues que no teníamos de ellas conciencia actual; y que para lograr su reaparicion ha sino necesario y suficiente el imperio de nuestra voluntad. Esta presencia nueva algo añade á su estado habitual; pues bien, ese algo se ha producido dentro de nosotros, con solo quererlo.
Es verdad que no conocemos el modo de esta produccion; pero lo cierto es que la conciencia nos asegura de que sigue inmediatamente á un acto de nuestra voluntad: y que por tanto tenemos cuando menos un vehemente indicio, de que con respecto á esas imágenes, hay en nosotros una fuerza productiva del tránsito de su estado habitual al actual. Lo mismo se puede decir de todos los recuerdos; y si bien experimentamos con harta frecuencia que no podemos recordar todo lo que queremos, esto solo prueba que nuestras facultades activas son limitadas por ciertas condiciones de que no se pueden libertar.
[165.] Prescindiendo de los recuerdos ¿quién no ha experimentado la elaboracion de conceptos al meditar sobre una materia? ¿Nuestras ideas son las mismas cuando comenzamos á reflexionar sobre un objeto, que cuando hemos meditado sobre él durante largas horas? nó ciertamente. Á veces no hemos recogido ningun dato nuevo, no hemos leido ningun libro ni oido ninguna observacion que nos pudiera ilustrar, y sin embargo por sola la fuerza de la reflexion propia, nos hemos formado ideas claras y distintas, cuando antes solo las teníamos confusas. Con decir que las nuevas ideas son el resultado de otras que se hallaban ya en nuestro espíritu no se prueba que no haya en el entendimiento verdadera actividad; porque este resultado, sea cual fuere su orígen, es siempre una cosa nueva; produce en el alma un nuevo estado; porque ahora sabe perfectamente lo que antes ignoraba del todo, ó conocia muy en confuso. En una curva la relacion de la subsecante á la secante, y la de la subtangente á la tangente son ideas geométricas que se hallan al alcance de los entendimientos mas comunes; así como la semejanza de los triángulos que se pueden excogitar para comparar unas líneas con otras, y la aproximacion sucesiva con que la subsecante se acerca á la subtangente, y la secante á la tangente; pero de aquí á reducir todos estos elementos á un punto de donde brota con vivísima luz la admirable teoría del cálculo infinitesimal, hay una distancia inmensa; ¿se dirá que los genios que salvaron esta distancia, no pensaron nada nuevo, porque tenian en sí los elementos de cuya combinacion resulta la teoría?
[166.] Si en algunos fenómenos se ve con toda claridad la actividad productiva, es ciertamente en los actos de la voluntad libre: ¿á qué se reduce la libertad, si el alma no produce sus voliciones? Si estas no son mas que fenómenos producidos por otro ser, y en los cuales el alma no tiene otra parte que el ser sujeto de los mismos, la libertad no significa nada. Es hasta contradictorio el decir que el alma sea libre, y negarle al mismo tiempo que sea el principio de sus determinaciones.
[167.] La simple inteligencia, hasta la mera sensibilidad, y en general todo fenómeno que implica conciencia, parece ser el ejercicio de una actividad; y en este sentido llevo explicado (Cap. XII) que tenemos intuicion de la actividad interna. Si entender, si querer, si el tener conciencia de que se siente, no son acciones, no sé dónde podremos hallar el tipo de una verdadera accion. El percibir una cosa; el quererla; el acto imperativo de la voluntad para emplear los medios que puedan proporcionárnosla son indudablemente acciones: y la accion es el ejercicio de la actividad. La idea de la vida nos representa la actividad en su grado mas perfecto; y entre los fenómenos vitales, los mas perfectos son los que implican conciencia; si á estos no los llamamos acciones, es preciso decir que no tenemos ninguna idea de accion ni actividad.
Aunque no conozcamos el modo de la produccion, tenemos conciencia de esta produccion; tenemos intuicion de la accion en sí misma. Cuando vemos un movimiento corpóreo, vemos una modificacion pasiva; pero cuando experimentamos en nosotros los fenómenos de conciencia, vemos una accion, y por consiguiente tenemos intuicion del ejercicio de nuestra actividad.
[168.] Aquí se ofrece una objecion. Si los fenómenos internos, son verdaderamente acciones, ¿cómo es que con tanta frecuencia, son independientes de nuestra voluntad? Sufrimos dolores, á pesar nuestro; nos ocupan ideas que quisiéramos desechar; nos ocurren á veces pensamientos con una instantaneidad y espontaneidad, que mas bien parecen inspiraciones que fruto de nuestro trabajo; en casos semejantes, ¿dónde está la actividad? ¿No deberemos decir que estos fenómenos son puramente pasivos?
[169.] Esta objecion á primera vista tan concluyente, no prueba nada contra la actividad interna. En primer lugar, podria responderse que el estar el alma pasiva en algunos casos, no prueba que lo esté en todos; y que para afirmar la existencia de la actividad interna, nos basta que haya ciertos fenómenos producidos por ella. Pero ni siquiera es necesario conceder que la actividad no se encuentra en los casos que nos recuerda la objecion; pues que examinándolos á fondo se descubre que aun en ellos, el alma ejerce verdadera actividad.
El nervio de la dificultad consiste en que aparecen en nuestro interior algunos fenómenos sin el curso de nuestra voluntad, y á veces á pesar de ella; mas esto solo nos conduce á inferir que hay en nuestra alma funciones independientes del libre albedrío, sin obligarnos á creer que estas funciones no sean activas. Con esta observacion se desvanece la dificultad. Hay en nuestro interior fenómenos que nosotros no hemos querido, antes que apareciesen, ni despues; es verdad; luego hay en nuestro interior fenómenos en que el alma está puramente pasiva; lo niego. La consecuencia es ilegítima; lo único que se puede inferir es que hay en nuestra alma fenómenos para cuya aparicion ó conservacion no es necesario el concurso de nuestra voluntad.
Una cosa semejante experimentamos con respecto al cuerpo: hay funciones que se ejercen independientemente de nuestro libre albedrío, como la circulacion de la sangre, la respiracion, la digestion, la asimilacion de los alimentos, la transpiracion y otras semejantes; pero las hay tambien que no se ejercen sino por el imperio de la voluntad, como el comer, el andar, y en general todo lo que se refiere al movimiento y posiciones de los miembros. ¿Quién prohibe pues que suceda en el alma una cosa semejante, y que haya facultades activas que se desenvuelvan, y produzcan varios fenómenos sin el concurso de la voluntad.
No creo que se pueda replicar nada á esta solucion; sin embargo, todavía me propongo ampliarla con algunas observaciones sobre el carácter de los fenómenos en que se quiere suponer que nuestra alma está puramente pasiva.
[170.] Se habla en la objecion de sensaciones dolorosas, las cuales efectivamente presentan un caso en que al parecer la actividad no existe de ningun modo. ¿Quién podria afirmar que un hombre á quien se le aplica un hierro candente, y que experimenta dolores atroces, ejerce en aquello mismo la actividad de su alma? ¿no es mas conforme á razon, el decir que el alma se halla puramente pasiva, y en un estado muy semejante al de un cuerpo que se comprime por la presion de otro cuerpo? Actividad, si alguna se ejerce en semejantes casos, es mas bien de reaccion contra la sensacion dolorosa. Si bien se reflexiona, en estas observaciones no hay ninguna dificultad cuya solucion no se halle en lo que acabo de exponer en el párrafo anterior. Convengo en que la sensacion dolorosa no depende de la libre voluntad del que la sufre, y que la accion libre de este se ejerce contra la misma sensacion; pero esto no quita que haya en el alma una verdadera actividad en el mero hecho de sentir, y sí únicamente que el ejercicio de esta actividad se halla sometido á condiciones necesarias, las cuales cuando existen, son mas poderosas para el desarrollo de ella, que no lo es nuestra voluntad para impedirle. Nada mas cierto que el desarrollo de ciertas facultades activas, independientemente de nuestro libre albedrío: ¿qué cosa mas activa que las pasiones vehementes? y sin embargo, muchas veces nos es imposible dejar de sentirlas; y es necesario todo el imperio de la voluntad libre, para que no traspasen los límites de la razon.
[171.] La sensacion en sí misma, no puede ser toda pasiva; y los que sostienen esta opinion manifiestan haber meditado poco sobre los hechos de conciencia. Estos hechos son esencialmente individuales; y en cuanto hechos de conciencia, son absolutamente incomunicables. Otro puede experimentar un dolor muy parecido y aun igual al que yo siento; pero no puede experimentar el mismo dolor numéricamente considerado; porque mi dolor es tan esencialmente mio, que si no es mio no existe. Luego el dolor no puede serme comunicado como una entidad individual; y para producirle en mí, lo único que se puede hacer es excitar mi fuerza sensitiva para que lo experimente.
Esta observacion manifiesta que las sensaciones no pueden ser hechos meramente pasivos. La modificacion pasiva es recibida toda; el sujeto paciente no hace nada. Desde el momento que el sujeto tiene en sí algun principio de su modificacion, no es puramente pasivo. La sensacion no puede ser recibida toda; debe nacer en el sujeto sensitivo, por tal ó cual influencia, con tal ó cual ocasion; pero el ser que la experimenta ha de contener un principio de su propia experiencia, de lo contrario es un ser sin vida; no puede sentir.
[172.] En la objecion se habla de sensaciones dolorosas como si su necesidad fuera una excepcion de la regla general; pero es de notar que no hay aquí excepcion ninguna, y que todas las sensaciones, sean gratas ó ingratas, son necesarias igualmente, con tal que nuestras facultades sensitivas se hallen bajo condiciones en que pueden desplegarse. Tan necesario es el sentir dolor en la mano si me aplican á ella un carbon encendido, como la vista de un cuadro halagüeño, si me lo ponen delante de los ojos.
[173.] La espontaneidad de los fenómenos internos, en el órden intelectual puro, ó en el de la imaginacion ó sentimiento, confirma la existencia de una actividad independiente de nuestro libre albedrío, y de ningun modo indica que semejantes fenómenos sean puramente pasivos.
Aquí es de notar una circunstancia importante. El ejercicio de las funciones del alma está ligado con los fenómenos de la organizacion. La experiencia enseña que segun la disposicion del cuerpo, el espíritu se siente con mas ó menos actividad: es una verdad conocida de muy antiguo que ciertos licores generosos tienen su fuerza inspiradora. El estado de la digestion causa sueños pesados y abruma la fantasía con apariciones espantosas; la fiebre exalta la imaginacion ó la abate; á veces produce un aumento de fuerzas intelectuales, á veces causa un estupor en que la inteligencia se extingue. Estos fenómenos cuando se presentan en su grado mas alto, como sucede en una fuerte perturbacion de las funciones orgánicas, ofrecen mas cuerpo á la observacion: pero esto mismo indica que antes de llegar al extremo hay una extensa escala; de suerte que algunos fenómenos cuya aparicion espontánea nos parece inexplicable, dependerán quizás de ciertas condiciones desconocidas á que se hallara sometida nuestra organizacion. Sea cual fuere la opinion que se adopte sobre la igualdad ó desigualdad de las almas humanas, nadie duda de que las diferencias en la organizacion pueden influir en el talento y en la índole; y que ciertos espíritus de facultades extraordinarias, deben una parte de sus dotes á una organizacion privilegiada.
De estas consideraciones se infiere que lo que se llama, espontaneidad del alma, y que tanto llama la atencion de algunos filósofos modernos, es un fenómeno muy generalmente conocido, que ni destruye la actividad interna ni nos dice nada nuevo sobre el carácter de esta actividad.
Es cierto que hay en nuestra alma ciertos fenómenos independientes del libre albedrío; pero tambien es indudable que la presencia de ellos es á veces inesperada y repentina, porque nos son desconocidas las condiciones de organizacion con las cuales se encuentra ligada. Esto, si bien se considera, no es mas que extender á mayor número de casos, lo mismo que observamos frecuentemente en los hechos psicológicos, efectos de causas morbosas; y que además experimentamos constantemente en las sensaciones. ¿Qué es una sensacion, sino una aparicion repentina de un fenómeno en nuestra alma, por efecto de una alteracion del estado de los órganos?
[174.] No quiero decir con esto que todos los pensamientos espontáneos, y en general todos los fenómenos que aparecen repentinamente en nuestro interior sin preparacion conocida, nazcan de las afecciones de la organizacion; solo he querido recordar un hecho fisiológico y psicológico, cuyo olvido puede producir divagaciones inútiles, y hasta perjudiciales. Al leer las obras de algunos filósofos modernos que tratan de este punto, parece que se proponen allanar el camino para sostener luego que la razon individual no es mas que un fenómeno de la razon universal y absoluta; y que las inspiraciones, y en general todos los fenómenos espontáneos independientes de nuestro libre albedrío, son indicios de que la razon absoluta se aparece á sí misma en la razon humana; que lo que llamamos nuestro yo, es una modificacion del ser absoluto; y que la personalidad de nuestros seres no es mas que una fase de la razon absoluta é impersonal.
[175.] Lo que se llama la espontaneidad, la intuicion de los tiempos primitivos, no puede ser otra cosa á los ojos de la razon y de la crítica, que la primitiva enseñanza que recibió de Dios el linaje humano; todo cuanto dicen en contra algunos filósofos modernos, es una repeticion, bien que algo disfrazada, de los sofismas de los incrédulos de todas épocas, presentados bajo engañosas galas por hombres que abusan de su talento. Léanse con reflexion los escritos á que aludimos, despójeselos de algunas palabras altisonantes y enigmáticas, y no se encontrará en ellos nada que no dijeran á su modo Lucrecio y Voltaire.