Kitabı oku: «EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO», sayfa 2
TECMESA
Entonces ¿en qué más puedo servirte?
ÁYAX
Hablarle quiero y verle y remirarle.
TECMESA
Pues cerca está al cuidado de criadas
ÁYAX
Y ¿por qué tarda entonces en venirse?
TECMESA
Hijo, te llama el padre… Venga pronto
trayéndolo el sirviente que lo guía.
ÁYAX
¿Hablas a quien ya viene o a quien no oye?
TECMESA
Un criado lo trae, aquí a dos pasos.
Entra un sirviente con Eurísaces, niño de tres años.
ÁYAX
Álzalo aquí… álzalo ya, que miedo
no ha de sentir ante esta sangre fresca,
si con plena verdad es hijo mío.
A este potrito hay que domarle pronto
según las rudas leyes de su padre
y asemejarle a su carácter… Hijo,
sé más afortunado que tu padre,
y en lo demás, igual a él. Con eso
no serás un villano. Y sin embargo,
algo hay que tengo que envidiarte ahora:
el que no te des cuenta de estos males.
No sentir es la dicha de esta vida
y si es un mal, es mal que duele poco;
pero es sólo hasta el día en que se aprende
a distinguir los gustos de las penas.
Mas cuando a esto llegues, es preciso
que los verdugos de tu padre prueben
qué tal hijo saliste de tal padre.
Tú críate entre tanto, acariciada
tu tierna vida por las tenues brisas
para felicidad de esta tu madre.
Por lo demás no habrá entre los aqueos
quien se atreva a inferirte ultrajes viles
aunque te falte yo. De eso no hay duda.
Tal va a ser el guardián que en tu defensa
deje yo en pos de mí, Teucro, que todo
lo hará por ti sin perdonar fatigas,
aunque ahora en algaras esté ausente.
Y a vosotros, soldados, mis soldados,
gente de mar, encomendaros quiero
igual favor que a él, y recordadle
mi encargo de que a casa lleve al niño
y a Telamón lo entregue y a Euribea,
mi madre: que él les sea para siempre
sostén de su vejez, hasta que bajen
al mundo de los dioses de la muerte.
Y respecto a mis armas, no se metan
árbitros de certámenes, ni menos
el que labró mi ruina, a repartirlas
por premios a los griegos. No, hijo mío,
tú serás quien se lleve el ancho escudo
del que tu nombre se deriva, Eurísaces,
el irrompible, el de los siete cueros,
que aprenderás a manejar volteándolo
por su labrado correaje. El resto
de mi arnés a la tumba irá conmigo.
A Tecmesa
¡Ya! toma al niño, a toda prisa llévalo,
cierra la casa y no te quedes fuera
a dar gemidos. Para dar gemidos
no hay como la mujer. Cierra ya pronto.
No hay médico sensato que una llaga
a ensalmos cure, si reclama el hierro.
CORO
Providencias son estas que me asustan…
no me alegra esa lengua tan cortante…
TECMESA
¿Qué estás pensando hacer, Áyax, mi dueño...?
ÁYAX
No inquieras ni preguntes. Ser discreta
le viene bien a la mujer.
TECMESA
¡Qué espanto...!
Por tu hijo, por los dioses te conjuro,
no seas tú quien nos traicione…
ÁYAX
Basta,
ya es por demás. ¿No sabes que a los dioses
nada ya debo en que servirles pueda?
TECMESA
¡Modérate, por Dios!
ÁYAX
¡Dilo a quien te oiga!
TECMESA
¿Tú, pues, no cedes?
ÁYAX
¡Ya hablas demasiado!
Se dirige a la tienda.
TECMESA
¡Príncipe, me da miedo...!
ÁYAX, a los sirvientes
¡Cierren pronto!
TECMESA
¡Por los dioses, ablándate...!
ÁYAX
¡Qué loca
si ahora piensas educar mi genio...!
Entra Áyax en la tienda, Tecmesa y
Eurísaces se van hacia el gineceo.
ESTÁSIMO PRIMERO
CORO
¡Oh ilustre Salamina, erguida a solas,
feliz alzas tu gloria entre las olas
que estallan en tu playa, para encanto
de cuantos te contemplan! Sin ventura
aquí yazgo entretanto,
toda cuenta de meses ya perdida,
mi lecho en la pastura
de estos campos de Ida,
gastado por el tiempo, y no teniendo
más perspectiva que el hundirme un día
en el Hades horrendo,
oscuro fin de oscura travesía
Y, nuevo contendor, Áyax me espera,
triste enfermo sin cura,
pues del cielo le vino la locura,
su infausta compañera…
¡Ay! en días mejores tú le enviaste,
sin par en la batalla arrolladora…
pero se ha vuelo ahora
¡oh doliente contraste!
pastor de solitarios pensamientos,
que a sus tropas angustia… Sus alientos,
su audacia, sus hazañas atrevidas
valores son que el egoísmo ignora
de los ingratos míseros Atridas.
De seguro su madre, triste anciana
de luengos días y cabeza cana,
cuando oiga que está herido
de siniestra locura,
alzará el alarido,
no, cual de ruiseñor, mansa quejumbre,
sino el grito de su íntima tortura,
a tiempo que descargue sobre el pecho
los puños con sonora pesadumbre
y se arranque las canas de despecho…
¡Mejor muerto que loco! Quien domina
con tan alto linaje,
que no hay quien lo aventaje
entre los griegos que la guerra arruina,
perdida la cordura,
a tan ciego furor se descamina…
¡Para ti, qué amargura,
padre infeliz, cuando la angustia entiendas
de desdichas horrendas
que a solas tu hijo apura!
Salvo él, ningún Eácida, tan fuerte
sintió jamás el peso de la suerte…
EPISODIO SEGUNDO
Sale Áyax de su tienda, espada en mano.
Tecmesa, que ha estado a la mira, sale
también del gineceo con su hijo en los
brazos, pero se queda a distancia, en el
fondo de la escena, sin intervenir.
ÁYAX
El tiempo que se alarga sin medida
todo lo saca a luz, todo lo oculta;
nada hay que se sustraiga a la esperanza,
nada que al fin no muestre su flaqueza,
ni aun el más temeroso juramento,
ni aun la más recia voluntad. Yo mismo
que, hace un instante, como acero al temple,
tan formidable tozudez mantuve,
he sentido los filos embotárseme,
obra de esta mujer… pues me da lástima
dejarla viuda en manos de enemigos
y huérfano a mi hijo. Voyme entonces
por las dehesas junto al mar, al sitio
donde bañarme pueda, y de estas manchas
lavado ya, tratar de quedar libre
de las pesadas iras de la diosa.
Iré después en busca de un paraje
sin huellas donde esconda yo esta espada,
el arma más odiosa, y en el suelo
cavando un hoyo, la sepulte y deje
donde nadie la vea, sino solos
quienes la guardarán, la Noche y Hades.
Pues desde que en mis manos la he tenido,
regalo de Héctor, mi mayor contrario,
ningún bien me ha venido de los griegos.
Verdad es el refrán: «Del enemigo
no es don el don, y para nada sirve».
Así que ya sabré yo en adelante
a los dioses ceder, y a los Atridas
reverencia prestar. Sí pues… son jefes...
se les debe ceder... ¿por qué no hacerlo?
Pues hasta lo más fiero y más potente
cede a la autoridad. Cede el invierno,
el de nevadas sendas, al verano
que llega con sus frutos. El sombrío
firmamento nocturno cede el puesto
a la mañana y a sus blancos potros
a que brille la luz. También las ráfagas
de poderosos vientos adormecen
al ponto bramador. Y el mismo sueño,
que es todopoderoso, ata a sus víctimas,
mas no por siempre, pues al fin las suelta.
¿Cómo, pues, no aprender también nosotros
a ser juiciosos en ceder? Yo ahora,
sólo ahora, comprendo que en mis odios
nunca debo olvidar que el enemigo
me puede amar de nuevo; y al amigo
quiero prestar favores, pero sólo
como a quien no ha de serlo para siempre.
Para la mayor parte de los hombres
no ha sido la amistad puerto seguro.
A Tecmesa
Y en cuanto a nuestras cosas, todo luego
ha de ir bien. Tú, mujer, entra en la tienda,
y a los dioses suplica se me cumpla
todo hasta el fin tal como yo lo ansío.
Entra Tecmesa en la tienda
silenciosamente.
Al Coro
Vosotros, compañeros, mis deseos
como ella secundad, y recordadle
a Teucro, cuando llegue, mis encargos:
que de mí cuide y a vosotros quiera.
Yo voy ahora adonde tengo que irme.
Lo que os dije cumplid, y oiréis muy pronto
que tras tanta desgracia, estoy a salvo.
Sale Áyax en dirección al mar.
HIPORQUEMA o canto de danza
que reemplaza al estásimo segundo.
¡Me estremezco de júbilo, alzo el vuelo
en mi gozo, oh dios Pan, oh vivo anhelo!
¡Ven, Pan, ven revolando por las ondas
desde el peñón que azotan las ventiscas
en el Cilene, ven! ¡Ven tú que triscas
entre los dioses, jefe de sus danzas,
y pasos no aprendidos y mudanzas
conmigo ensaya, las de Nisia y Knoso!
¡Danzas ahora son mi afán gozoso!
¡Tú también el mar Ícaro cruzando,
Apolo ven de Delos,
manifiesto y sin velos,
y asísteme propicio, suave y blando!
¡Ya el dios de sangre alzó la nube horrible
que los ojos del amo ensombrecía!
¡Oh dicha, oh alegría!
Ahora, oh Zeus, ahora ya es posible
que la radiante luz de la ventura
vuelva en fin a las naves
de veloz singladura.
Áyax ya olvida sus angustias graves,
y a los dioses cumplidas oblaciones
ofrece con rendido acatamiento.
Grande es el tiempo y todo lo amortigua;
de él se puede esperar cualquier portento,
cuando Áyax —¡oh increíbles mutaciones!—
se ve trocado de su saña antigua,
y tras tantos furores,
a los Atridas mira sin rencores.
EPISODIO TERCERO
Entra precipitadamente un mensajero
procedente del campamento griego.
MENSAJERO
Mi primera noticia es esta, amigos:
Teucro se halla aquí ya, recién llegado
de los riscos de Misia. Mas viniendo
en medio de las tropas, con insultos
se vio acogido por los griegos todos.
En cuanto desde lejos conocieron
quién era él, al punto lo cercaron
y allí, de un lado y otro, a una, a gritos,
le cargaban de injurias, baldonándole
de pariente del loco que, rebelde,
tramó contra el ejército, y diciendo
que no se libraría de las piedras
que lo cardasen vivo hasta matarle.
A tal furia llegaron que salían
libres ya los aceros de las vainas;
y el alboroto, que iba ya al extremo,
sólo cesó merced a los ancianos.
Pero Áyax ¿donde está para decírselo?
que al amo importa referirlo todo.
CORO
Pues no está… No es ni un rato que ha salido,
para su nuevo plan con nuevo temple.
MENSAJERO
¡Qué horror! ¡qué horror! O tarde me ha mandado
el que me envió, o es el retraso mío…
CORO
¿Qué es, pues, lo que ha faltado en esta urgencia?
MENSAJERO
El encargo de Teucro es que no salga
Áyax de casa, hasta que él mismo llegue.
CORO
Bueno, pues, ya salió, con el propósito
el más sensato, de aplacar los dioses.
MENSAJERO
¡Estúpida respuesta! si es que Calcas
profetiza sabiendo lo que dice…
CORO
¿Qué dijo? ¿y del asunto qué has sabido?
MENSAJERO
Esto que presencié. Surgiendo Calcas
de su asiento en la junta de los próceres,
solo y dejando a un lado a los Atridas,
puso su mano en ademán benévolo
en la mano de Teucro, y diole aviso
con afán singular que a todo trance
durante el día de hoy —sólo este— de Áyax
contuviese los pasos, no dejándole
de la tienda salir, si es que quería
seguir viéndole vivo, pues tan sólo
por este día le acosaba —dijo—
la indignación de la divina Atena.
«Porque —añadió el vidente— cuando crece
en demasía el hombre y sin provecho,
lo derriban los dioses con fracasos,
si es que, simple mortal, yergue su espíritu
a orgullos que desdicen de mortales.
Pues Áyax, en la misma despedida
de su casa, dio muestras de insensato,
al tiempo que su padre con cordura
le amonestaba: ‘Busca triunfos, hijo,
lanza en mano, mas siempre con los dioses’.
Él con loca altivez dio por respuesta:
‘Padre, si un dios ayuda, aun el que es nada
puede alcanzar victoria. Yo confío
que, aun sin la ayuda de ellos, me la gano’.
Tan altanero fue su dicho. Luego
segunda vez, cuando la diosa Atena
un día le animaba a que las manos
bañase en sangre hostil, él a la cara
le lanzó esta respuesta inconcebible:
‘Reina, vete a asistir a otros argivos;
donde yo esté, la fila no se rompe’.
Con palabras como esas, tan impropias
de hombre con ser mortal, el agrio encono
se granjeó de la diosa. Mas si indemne
queda en el día de hoy, tal vez logremos
con la ayuda de un dios salvar su vida».
Esto dijo el vidente. Teucro al punto
me envía a que te encargue así cumplirlo:
de lo contrario, es Áyax hombre muerto,
si visión tiene Calcas de profeta…
CORO
Oh Tecmesa, oh viviente desventura,
ven y ve las noticias que nos traen…
Toca el filo a la piel, y es para llanto.
Sale de la tienda Tecmesa con su
hijo en los brazos.
TECMESA
¿Por qué, cuando empezaba algún alivio
en mi dolor sin término, de nuevo,
triste de mí, me hacéis salir?
CORO
Escucha
lo que este cuenta de la suerte de Áyax,
que a mí me hace temblar…
TECMESA
¡Hombre! ¿qué dices?
¡Ay de mí! ¿es que estamos ya perdidos?
MENSAJERO
De tu suerte no sé; mas de la de Áyax,
yo no respondo, si se encuentra fuera…
TECMESA
Fuera…sí, fuera está… ¡qué angustia entonces!
MENSAJERO
Manda Teucro que dentro de la tienda
quede encerrado y que no salga solo.
TECMESA
¿Y Teucro dónde está? ¿Por qué manda eso?
MENSAJERO
Acaba de llegar, y teme que Áyax,
si sale, halle la muerte en su salida.
TECMESA
¡Triste de mí! mas él ¿de quién lo sabe?
MENSAJERO
Pues del hijo de Téstor, el vidente…
«que el día de hoy le trae muerte o vida».
TECMESA
¡Ay! ¡defendedme, amigos, del amago
de esta suerte fatal! ¡Oh, daos prisa:
unos a Teucro, que en seguida venga,
otros por los ancones del poniente,
otros por los de oriente, a ver si asoma
por dónde va su senda sin ventura!
¡Ay! he sido engañada por mi dueño…
ya lo veo… y echada de su gracia,
la que un tiempo me tuvo… ¡Ay hijo mío!
¿qué haré? Quedarme aquí… no, no es posible…
Voy con vosotros hasta donde pueda…
¡Vamos, vamos aprisa, que no es hora
de estarnos quietos si salvar queremos
al que con tanto afán corre a la muerte!
CORO
Listo estoy. Lo harán ver, no mis palabras,
sino los pies que parten en su busca.
Salen el mensajero y unos criados por la
derecha hacia el campamento en busca de
Teucro. También parte del Coro los sigue.
La otra parte con Tecmesa sale por la izquierda
hacia el campo y el mar.
Cambio de escenario. Rincón solitario de
la playa, con unos arbustos y malezas. Áyax
se encuentra solo. Acaba de clavar por la
empuñadura, en el suelo entre las malezas,
la espada, cuya punta queda a la vista.
ÁYAX
Plantado queda el homicida acero
del modo que resulte más cortante,
… si es que hay tiempo y humor para pensarlo.
Regalo de Héctor fue —el de esa gente
para mí el más odiado y repulsivo…
Y está clavado en tierra hostil, en Troya,
bien afilado en mordedora muela.
Yo mismo fui quien lo enclavé, cuidando
que sea para mí lo más benévolo,
dándome muerte rápida. Ya todo
previsto está y a punto. Ahora, escucha,
oh Zeus, a ti te toca; es lo más justo,
ayudarme el primero. Mayor cosa
no es el favor que pido me concedas.
Haz por mí que no falte algún heraldo
que la mala noticia a Teucro lleve,
para que antes que nadie él me levante
cuando caído esté sobre la espada
que se empape en mi sangre, y que enemigo
no sea el que primero me descubra
y me tire por presa a perros y aves.
Esto, sólo esto, oh Zeus, es lo que pido.
Mi súplica segunda es para Hermes:
que a descansar me lleve bajo tierra
con suavidad, de un salto, sin espasmos
cuando esta punta el lado me desgarre.
En mi ayuda también llamo a las Furias,
las de gigantes pasos vengadores,
vírgenes venerandas, inmortales,
siempre a la mira de la humana angustia:
que vean que son ellos, los Atridas,
a cuyas manos miserable muero,
y que a esos perversos arrebaten
con el fin más horrendo, cual me miran
muerto por propias manos: que así mueran
por obra de sus seres más queridos.
¡Justicieras venid, Furias veloces,
no perdonéis a nadie en el ejército,
vuestras iras cebad, bebed su sangre!
Mas tú que por la altura del Olimpo
paseas tu carroza, cuando mires,
oh Sol, al paso el suelo de mi patria,
el rendaje contén chapeado de oro,
y cuenta mis desastres y mi muerte
a mi padre ya anciano y a la triste
que me crio… Tal vez la desdichada
cuando oiga la noticia, su alarido
paseará por la ciudad entera.
Mas no es del caso lamentar en vano
cuando es hora de obrar… y obrar de prisa.
Oh Muerte, Muerte, pon en mí tus ojos,
y vente ya, que allá también de cerca
conversaré contigo… Mas, oh lumbre
que viertes resplandores este día,
lumbre que miro aún… ¡oh Sol que pasas
en tu carro, a ti mando mi saludo
con mi postrer adiós, sí, ya el postrero!
Oh luz del sol, oh de mi Salamina
suelo sagrado, oh base inconmovible
de mi paterno hogar, oh noble Atenas
con tu raza parienta de la mía,
oh manantiales, ríos y llanuras
de Troya, me despido. ¡Adiós! vosotros,
vosotros me nutristeis… Su saludo
postrero Áyax os da… Ya para siempre
sólo hablará a los muertos en el Hades…
Se deja caer sobre su espada, y, muerto
instantáneamente, queda oculto en la maleza
EPIPÁRODO
Vuelve a entrar el Coro en dos grupos sucesivos.
SEMICORO PRIMERO
¡Trabajo, y más trabajo, y más trabajo!
¿Por dónde, sí, por dónde
no he caminado yo de arriba abajo...?
Ningún sitio responde
ni me ha visto encontrar lo que rebusco…
¿Qué es eso? ¿no me ofusco?
¿No estoy oyendo ruido?
SEMICORO SEGUNDO
Sí, de tus compañeros, de tu gente.
SEMICORO PRIMERO
¿Y cómo van las cosas?
SEMICORO SEGUNDO
Recorrido
tengo todo el costado del oriente.
SEMICORO PRIMERO
¿Y con algo has topado?
SEMICORO SEGUNDO
Con trabajo sobrado…
pero mis ojos nada han conseguido.
SEMICORO PRIMERO
Tampoco en dirección del sol naciente
al hombre se le ve por ningún lado.
Se juntan los dos semicoros en el
proscenio, y comienza un kommos
o diálogo lírico.
CORO
¡Oh, que no haya un pescador,
de los que hacendosos velan
insomnes sobre sus redes,
o alguna olímpica oréada,
o ninfa de los arroyos
que hacia el Bósforo serpean,
que me dé una voz al hombre
de las furiosas querellas,
si es que por acaso errante
lo han visto por estas sendas!
Pues triste es que yo anduve
rendido en pos de sus huellas
no logre en próspero curso
acercarme adonde cela
sus pasos el hombre enfermo
al que su dolor doblega.
En este momento asoma Tecmesa por
el fondo de la escena del lado izquierdo,
y es ella la primera en descubrir
entre la maleza el cadáver de Áyax.
TECMESA
¡Ay de mí! ¡Ay, ay!
CORO
Un grito
salió de entre las malezas
aquí cerca…
TECMESA, con muestras de desesperado dolor
¡Ay desdichada!
CORO
Su esposa ha sido, Tecmesa,
la que cautivó su lanza,
quien, sin ventura, lamenta
poseída de la angustia
que estalla en sus hondas quejas.
TECMESA
¡Perdida! ¡muerta! ¡acabada,
amigos!
CORO
¿Qué ha sido?
TECMESA
En tierra
está tendido nuestro Áyax,
recién muerto, y encubierta
está la espada en el cuerpo
que, sangriento, la rodea.
CORO, cercando espantado a Tecmesa
¡Ay! se acabó la esperanza
de una venturosa vuelta…
¡Mataste a tus compañeros:
tu muerte es la muerte nuestra!
¡Príncipe de tristes hados,
mujer de dolor deshecha!
TECMESA
Así son las cosas, sí…
Sólo duelo y llanto quedan…
CORO
Mas él ¿de alguien se valió
para su hazaña siniestra?
TECMESA
La cumplió por propia mano.
Y está bien claro: lo prueba
la espada en que está clavado
y que él mismo fijó en tierra.
CORO
¡Ay de mi ciega locura!
Conque en soledad sangrienta
caíste, sin que un amigo
te contuviese la diestra…
Y yo impróvido… insensato…
no estuve allí en tu defensa…
me descuidé… ¡dónde, dónde
está caído por tierra
Áyax el hosco, el del nombre
que auguraba estas tristezas!
TECMESA, con inmensa amargura
¡No, no lo has de mirar! Con este manto
lo he de envolver todo él, pues no hay quien sufra,
si es que le tuvo amor, ver cómo brota
sangre de las narices, cómo fluye
en negro chorro de la roja herida
abierta por su golpe voluntario.
¡Ay! ¿qué haré? ¿quién será de entre los tuyos
el que en sus brazos te levante y lleve?
¿Dónde está Teucro? ¡Oh, que viniese a tiempo,
si al fin ha de venir, a que amortaje
a su hermano caído! ¡Áyax, oh Áyax!
¡Oh malaventurado! ser el que eres
y estar ¡ay! como estás… que aun enemigos
no pudieran negarte unos lamentos…
CORO
¡En esto, en esto tenía
que parar ira tan recia…
—ay, corazón inconforme—
en que horrible fin le dieras
a tu doliente destino
de desventuras sin tregua!
Tales eran, día y noche.
las envenenadas quejas
con que tu odio a los Atridas
desfogaba su braveza.
Fuente de males sin cuento
fue el día de la contienda,
en que se hizo de las armas
premio al más bravo en la guerra.
TECMESA
¡Ay de mí! ¡Ay, ay!
CORO
Al alma
tan genuina angustia llega,
bien lo sé…
TECMESA
¡Ay, ay!
CORO
Muy justo
si una y otra vez lamentas,
cuando de un amor tan grande
lloras la reciente pérdida.
TECMESA
Mientras tú la conjeturas,
yo vivo mi horrible pena…
CORO
Es la verdad.
TECMESA
¡Ay mi niño!
¡qué esclavitud nos espera
con tales amos encima...!
CORO
¡No, qué horror! Con esta queja
has apuntado a un exceso
que a los Atridas hiciera
de una dureza inaudita…
¡Que los dioses los contengan...!
TECMESA
Como si, sin querer suyo,
todo esto no sucediera…
CORO
Carga por demás pesada
es la que encima nos echan…
TECMESA
Y pensar que esto lo amaña
la hija de Zeus, Atena,
la diosa terrible, en gracia
de Ulises…
CORO
Sí, y, alma negra,
estará regodeándose
el de las sabias paciencias.
Vierte sin duda sarcasmos
sobre estas rabiosas penas…
¡Miserable! y los Atridas
lo que le escuchan festejan…
TECMESA
Pues que se rían ellos y se huelguen
por el desastre de Áyax. Cuando vivo,
nada echaban de menos; muerto ahora,
cuando sientan la falta de su lanza,
tal vez empiecen a gemir. Los ruines
el bien no estiman que en las manos tienen
hasta que lo han perdido. Áyax ha muerto.
Más honda es mi amargura que el alivio
que ellos puedan sentir. Para él, es gozo,
pues logró lo que fue su ansia más viva:
la muerte cual la quiso. ¿De qué entonces
se tienen que burlar? Su muerte ha sido
asunto con los dioses, no con ellos.
Ya puede Ulises desmandarse. Necias
todas sus burlas son. Para ellos Áyax
no es nada ya. Mas para mí, se ha ido
dejándome en herencia duelo y llanto.
EPISODIO CUARTO
Se oye el lamento de Teucro que se acerca.
TEUCRO
¡Ay qué desdicha!
CORO
Calla, me parece
oír la voz de Teucro que alza a gritos
el treno que demanda esta desgracia.
TEUCRO
¡Oh Áyax queridísimo! ¡oh hermano
cuyo rostro era encanto de mis ojos!
¿de veras fue tu suerte la que dicen?
CORO
Sí, Teucro, muerto está: tenlo por cierto…
TEUCRO
¡Ay dura suerte mía… abrumadora...!
CORO
Las cosas así están…
TEUCRO
¡Ay triste, triste!
CORO
Como para gemir…
TEUCRO
¡Qué duro golpe...!
CORO
Sí, Teucro, por demás…
TEUCRO
¡Ay desdichado!
Pero su hijo… ¿qué es de él? En esta tierra
de Troya ¿dónde está?
CORO
Se encuentra solo
encerrado en la tienda.
TEUCRO, a Tecmesa
¡Cómo entonces
no lo estás ya trayendo a toda prisa!
que algún malvado de esos bien pudiera
robarlo como roban al cachorro
de una leona sin león… ¡Al vuelo!
¡corre, corre a salvarlo! Así hacen todos…
ensañarse en el muerto que ha caído…
Sale Tecmesa precipitadamente.
CORO
Por cierto, Teucro, que esto mismo que haces
fue el postrimer afán de Áyax en vida.
TEUCRO, acercándose al cadáver.
¡Oh espectáculo este… el más horrible,
ay de cuantos jamás vieron mis ojos!
¡oh camino, de cuantos en mi vida
he tenido que andar, el que más recio
hirió mi corazón, este que anduve
cuando supe tu suerte, Áyax querido,
desalada carrera en busca tuya!
Con tanta rapidez por el ejército
corrió la voz de tu fatal tragedia,
cual si un dios la regara, y al oírla,
aunque tan lejos, lancé yo un gemido,
y ahora al contemplarte estoy deshecho…
¡Ay de mí! Mas descúbrelo, que vea
todo mi mal…
Levanta el corifeo el manto que había
tendido Tecmesa sobre el cuerpo de Áyax.
¡Ah, qué horrible espectáculo!
obra de un arrebato de amargura…
¡Te fuiste, mas dejándome sembrada
qué triste mies de angustias! Pues ¿adónde
puedo acogerme yo, o entre qué gentes,
no habiéndote asistido en tu desgracia?
Sí, de seguro, Telamón tu padre,
padre mío también, va a recibirme
con rostro afable y corazón benévolo
cuando llegue sin ti… ¡Más que seguro!
Un hombre así ¡qué va a callar! ¿qué agravios
no ha de lanzarme al rosto...? de bastardo,
de hijo de la mujer que con su lanza
se conquistó en la guerra, de cobarde,
de ruin traidor que a ti, oh Áyax querido,
te abandonó por miedo o con malicia
para adueñarse, muerto tú, del mando
y de la casa tuya… Así ha de hablarme
ese hombre tan colérico y gravoso
en su hosca ancianidad, tan pendenciero
sin razón, por nonadas… Sí, y al cabo
me veré desterrado de mi tierra,
echado de mi casa, con dicterios
que no oyen hombres libres sino esclavos.
Esto en mi hogar… ¿Y en Troya? —enemistades
cuantas puedan soñarse, y poca ayuda.
¡Eso es lo que he sacado con tu muerte!
¡Ay de mí! ¿qué hacer ya? ¿cómo te arranco
de esa bárbara punta que rebrilla,
¡ay hermano infeliz!, hierro asesino
sobre el que se exhaló tu último soplo?
¡Ves cómo al cabo era Héctor quien, ya muerto,
te había de matar! Por Dios, las mientes
en el sino poned de estos dos hombres.
Pues Héctor, con el cinto que de Áyax
recibió por obsequio, viose uncido
al barandal del carro y desgarrado
sin tregua hasta expirar. Y Áyax de Héctor
tenía este regalo, en que la muerte
al golpe halló de su fatal caída.
¿No es de decir que ha sido alguna Furia
la que forjó esta espada, y que ese cinto
textura fue del Hades, fosco artífice?
Lo que es yo no me arredro en dar por cierto
que deben ser los dioses quienes urden
catástrofes como estas contra el hombre.
Y quien no esté de acuerdo, que se quede,
como yo con lo mío, él con lo suyo.
CORO
No prolongues tus retos, antes piensa
en cómo dar al muerto sepultura
y en lo que habrás de responder bien pronto,
pues veo allá llegar a un enemigo,
el que tal vez, como malvado, venga
a verter su sarcasmo en nuestros males.
TEUCRO
¿Y es alguien del ejército el que miras?
CORO
Aquel por quien estamos en campaña,
Menelao
TEUCRO
Ya veo: fácilmente
se le conoce cuando está ya cerca.
Llega Menelao con dos acompañantes.
MENELAO, gritando a Teucro
¡Tú, he!, que hablo contigo. No me toques
para nada a ese cuerpo. Allí le dejas
tal como está.
TEUCRO
Bueno. ¿Y podrá saberse
por qué te gastas altivez tan grande?
MENELAO
Porque le quiero yo, y que asimismo
lo quiere el que está al frente del ejército.
TEUCRO
¿Y se puede saber por qué razones?
MENELAO
Porque, cuando creíamos que ese Áyax
venía de su tierra al campo aqueo
en plan de aliado fiel, en plan de amigo,
hecha la prueba, hallamos que resulta
más funesto enemigo que los frigios.
Pues de todo el ejército amañando
la ruina universal, salió de noche
con el plan de acabarnos a lanzadas.
Y si no apaga un dios ese ardimiento,
nuestra fuera la suerte que le cupo,
y muertos estaríamos con toda
la ignominia del caso, y anduviera
él sano y vivo… Mas cambió las suertes
el dios, de modo que su arrojo fiero
fue a dar en los carneros y rebaños…
En consecuencia a él, a ese cadáver,
no ha de haber quien se ufane de que pudo
proporcionarle sepultura honrosa,
antes tirado por la rubia arena,
parto será de las marinas aves…
Contiene Menelao el ademán amenazador
de Teucro, y prosigue:
Y a esto, no me salgas con violencias.
Si no pudimos domeñarle vivo,
sabremos sujetarle, al menos muerto,
metiéndole en vereda, aunque te opongas,
pues, vivo, no hubo modo de que oyera.
Has de saber que es propio de hombres ruines
ser del montón y osar cerrarse en contra
de quienes mandan con derecho. Nunca
podrán en la ciudad medrar las leyes,
si el temor no la enfrena con firmeza;
ni nunca ha de haber orden en las tropas
sin respaldo de miedo y de respeto.
Y es preciso que el hombre, aunque se vea
con cuerpo de gigante, no se olvide
que puede desplomarlo un leve golpe.
El que junte temor y reverencia
seguro está; y en cambio ten por cierto
que ciudad que permita que su gente
se desmande y proceda por antojos,
aunque próspera bogue, se va a pique.
Temor, pues, a su tiempo y en su punto
no nos falte jamás; y no creamos
que vamos a lograr nuestros caprichos
sin que nos cueste caro. Alternativas