Kitabı oku: «EL TEATRO DE SÓFOCLES EN VERSO CASTELLANO», sayfa 3

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son estas de la vida. Él era el que antes

se calentaba y desmandaba; ahora

me toca a mí la vez de erguirme altivo.

De modo que te intimo no lo entierres,

no sea que, empeñado en enterrarle,

tú también necesites sepultura.

CORO

No está bien, Menelao, que, asentando

tan juiciosos principios, luego vengas

a desmandarte en ultrajar a muertos.

TEUCRO, hablando al Coro

¿Cómo admirarse, amigos, de que un hombre

que, por la sangre, es nadie, se desmande,

cuando los que se dan de noble alcurnia

se rebajan a dichos tan groseros?…

a Menelao

Oye… repite, a ver, desde el principio…

¿Conque pretendes fuiste tú quien trajo

a este hombre acá de aliado de los griegos?

¿No vino por sí mismo, en barco propio,

dueño y señor de sí? ¿De dónde nunca

tú señor de él? ¿de dónde mandarías

a la hueste que él trajo de su tierra?

Viniste acá de rey de Esparta sólo,

no de amo nuestro; ni hubo ley alguna

que en ti pusiese más poder sobre Áyax

que en Áyax sobre ti. Tú acá llegaste

de adalid subalterno, no de jefe

con mando universal ni con derecho

para imperar sobre Áyax. Da tus órdenes

a quienes puedas darlas, y castígalos

con tu verbo arrogante; que yo a este,

así te opongas tú o el otro al mando,

lo he de enterrar con los debidos ritos,

sin temor a tus retos impudentes.

Que no por tu mujer vino a campaña,

como esas agobiadas gentes tuyas,

sino por su palabra y juramento.

Tú no entrabas en eso para nada,

pues nunca tomó en cuenta a quien no es nadie.

Conque… si acaso vuelves, ven trayendo

más heraldos contigo, y aun, si quieres,

al mismo general, —que por tus fieros,

no pienso yo volver siquiera el rostro,

mientras seas el que eres.

CORO

No me gusta

tampoco este lenguaje en la desgracia:

durezas, aun muy justas, siempre hieren.

MENELAO

¡Los humos que se gasta el flecherito!…

TEUCRO

No es ningún arte vil el de mis flechas.

MENELAO

¡Y qué ancho te pondrías con escudo!

TEUCRO

Aun sin él, yo te puedo, armado y todo…

MENELAO

¡Qué denuedo el que tienes… en la lengua!

TEUCRO

Quien tiene de su parte la justicia

bien puede andar erguido.

MENELAO

¿Y será justo

que el que ya me mataba goce y triunfe?

TEUCRO

¡Ah! ¿te mató? ¡Qué raro! Muerto, vives…

MENELAO

Salvome un dios. Por él, ya habría muerto.

TEUCRO

Si te ha salvado el cielo, no le ofendas.

MENELAO

¿Violando estaré yo leyes divinas?

TEUCRO

Sí, por negarle a un muerto sepultura.

MENELAO

¡A mi enemigo! ¿y qué? ¿no será justo?

TEUCRO

¿Él enemigo tuyo? ¿dónde o cuándo?

MENELAO

Odiaba a quien le odiaba: no lo ignoras.

TEUCRO

Tú le falseaste y le robaste votos.

MENELAO

No le pospuse yo; fueron los jueces.

TEUCRO

Así puedes tapar cualquier torpeza…

MENELAO

Esto para alguien… va a parar en llanto…

TEUCRO

Nada en comparación del que te cause.

MENELAO

¡Tú a este —te lo digo— no lo entierras!

TEUCRO

¡Yo a este —te respondo— sí le entierro!

MENELAO

Yo sé de un bravucón que a unos marinos

animaba a embarcarse en tiempo de aguas,

y que quedó sin voz cuando asaltado

se vio de la galerna. Envuelta entonces

la cabeza en el manto, se encogía

pisoteado por todos en el barco.

Así también a ti y a tus bravatas

os ha de hacer callar, tras tanta grita,

ligera nube que en turbión estalle.

TEUCRO

Y yo vi un día a un loco rematado

que hacía fiestas del dolor del prójimo;

y uno al verle —uno a mí muy parecido

y de mi mismo temple— le decía:

«¡Hombre, no! no maltrates a los muertos;

si lo haces, ya verás lo que te viene…»

Así al desventurado aconsejaba

frente a frente; y ahora que te veo,

se me hace no era otro que tú mismo…

Dime ¿estaré yo hablando por enigmas?

MENELAO

¡Me voy! Feo sería si dijese

que castigo de boca a quien pudiera

reducir por la fuerza.

TEUCRO

Vete luego,

más feo es para mí seguir prestando

oído a las insanias de un demente.

Se va furioso Menelao.

CORO

Grave contienda es la que se echa encima…

Con cuanta prisa te es posible, oh Teucro,

trata de hallar cuanto antes una tumba,

húmeda tumba, con la que Áyax logre

memoria sin ocaso entre las gentes.

En este momento aparece Tecmesa

con Eurísaces en los brazos.

TEUCRO

Mas ved qué a tiempo están llegando el hijo

y la esposa del muerto, triste muerto,

a rendirle los últimos honores.

a Eurísaces

Oh niño, ven acá, vente bien cerca

y como suplicante pon las manos

sobre tu padre, el que te dio la vida;

y de rodillas, como quien implora,

sostén entre tus manos estos rizos,

el mío, el de tu madre, el tuyo propio,

prendas de nuestra súplica. Si alguno

del ejército osara con violencia

de este muerto arrancarte, que por malo

muera de mala muerte, y que insepulto

caiga en tierra extranjera, y que su estirpe

segada sea de raíz, al modo

como corto este rizo de mi frente.

Tómalo, niño, y guárdalo, y que nadie

te mueva de tu sitio. En él persiste

postrado de rodillas. Y vosotros

no os quedéis a su lado cual mujeres;

defendedle como hombres, hasta tanto

que vuelva yo de disponer la tumba

que, así se opongan todos, tendrá Áyax.

Se aleja Teucro.

ESTÁSIMO TERCERO

CORO

¿Cuándo, ay, oh cuándo se verá completa

la serie de estos años

tan fecundos en llanto y desengaños,

que al incesante agobio nos sujeta

de trabajos guerreros, aquí en torno

a esta anchurosa Troya que nos reta

para angustia de Grecia y su bochorno?

¡Que antes de tanto azar se hubiese hundido,

en las simas perdido

de éter o del Hades, paradero

que a todos nos espera, quien primero

enseñó a los helenos el reñido

común certamen de Ares! ¡Lastimero

manantial de mil males!

¡Cuánto por él sufrimos los mortales!

Ni el deleite de grata compañía,

con coronas y copas rebosantes,

me ha dado a mí, ni suave melodía

de flautas resonantes,

ni el nocturno placer de los amores…

dulces amores ¡ay! que él me ha frustrado…

Y en vez de eso, me miro abandonado,

bañado los cabellos de rocío,

sufriendo en esta Troya los rigores

con que me abruma este destierro mío…

Antes era siquiera Áyax bravío

mi escudo contra miedos nocturnales

y dardos de enemigos; mas ahora

ya es víctima infeliz de hados fatales.

¿Qué dicha halagadora,

sí, qué dicha me espera todavía?

¡Oh, que lograse verme donde avanza,

bastión que bate el mar, meseta umbría,

tu promontorio, oh Sunio, y al doblarte,

pudiese en lontananza

al paso, oh sacra Atenas, saludarte!

ÉXODO

o escenas finales

Vuelve Teucro corriendo, seguido

de cerca por Agamemnón.

TEUCRO

A toda prisa vuelvo al ver que viene

para acá el soberano del ejército

Agamemnón, quien va a soltar sin duda

sin freno y sensatez su lengua aviesa.

AGAMEMNÓN

¿Conque eres tú de quien me dicen que andas

contra nosotros vomitando injurias,

y sin pagar por ello todavía?

¡Vaya! de haber tenido madre noble,

¡cuál no fuera tu orgullo, con qué entono

no te empinaras, cuando, siendo nada,

te erguiste en pro de quien es como nada,

y juras que nosotros no vinimos

de jefes ni de huestes ni de barcos,

con derecho a mandar sobre los griegos

o sobre ti! ¡Y que Áyax, según dices,

se hizo a la mar de jefe y dueño propio!

¿No son estos alardes insufribles

para oírse de boca de un esclavo?

¿Y en defensa de quién alzas el grito

con tanta presunción? ¿Por dónde anduvo

o dónde estuvo él que no estuviera

también yo? ¿O es que no hay entre los griegos

más hombre que él? Bien caro, me parece,

nos resulta el concurso convocado

por las armas de Aquiles, si es que un Teucro

nos trata a todas horas de traidores

y si es que nunca habéis de resignaros,

vencidos, a ceder ante el dictamen

que dio la mayoría, y andáis siempre

con quejas, con agravios y embestidas

que insidiosos lanzáis los derrotados.

Con tan ruin proceder, no hay ley que pueda

hacer que la respeten, si ha de echarse

de su sitial al vencedor legítimo

y dar el primer puesto a los postreros.

Esto se ha de impedir. No los jayanes

de anchos hombros son siempre los que corren

menos peligro de caer; quien vence

es, sin falla, el más cuerdo y más sesudo.

A un corpulento buey pequeño látigo

basta para regirle en su camino;

pues tal es el remedio que estoy viendo

se te habrá de aplicar a ti bien pronto,

si es que no entras en juicio, tú que alardes

estás haciendo de insolencia libre,

cuando ese ya está muerto y sólo es sombra.

Anda, cálmate ya. Piensa en quién eres,

y ve si en tu lugar acá me mandas

a un hombre libre que tu causa exponga,

pues si eres tú quien hablas, yo no sigo

escuchando. No entiendo lenguas bárbaras.

CORO

¡Juicio y cordura...! Tal el bien más grande

que a entrambos puedo ahora desearos.

TEUCRO

¡Ay! ¡qué pronto se esfuma, pobres muertos,

toda la gratitud que os adeudaban

los hombres, y se torna traicionera,

pues ese no conserva ni memoria,

oh Áyax, de ti, ni para dos palabras…

ese hombre en cuyo amparo tantas veces

luchaste hasta cansarte, aun exponiendo

por él tu vida...! Lo ha olvidado todo…

como si fuera nada… —¡Oh tú, que tantas

y tan necias palabras has vertido!

¿no recuerdas, pues, ya, de cómo, el día

en que, dentro del campo bloqueados,

ya estabais sin aliento para nada,

y en abierta derrota, Áyax, él solo,

se lanzó y os salvó, cuando las llamas

ya invadían los puentes de las proas,

y sobre las trincheras de las naves

ya daba el salto Héctor? ¿Quién entonces

lo impidió? ¿No fue suya esa proeza,

suya, digo, de aquel de quien pretendes

que nunca estuvo donde no estuvieras?

¿Y entonces no aplaudisteis esta hazaña?

¿Y aquella vez que se enfrentó con Héctor

en duelo sin cuartel, solo con solo,

no obligado por nadie, antes por suerte,

ya que puso la suya entre las otras,

no huidizo terrón de húmeda arcilla,

sino tal que saltase la primera

fuera del casco empenachado? Y este,

este fue quien tal hizo, y yo a su lado,

yo el esclavo, yo el hijo de la bárbara.

¡Desgraciado! ¿en qué piensas cuando tomas

tal lenguaje en tu boca? ¿o es que olvidas

que el padre de tu padre, el viejo Pélope,

fue también él un bárbaro de Frigia?

¿y que el padre que a ti te dio la vida,

Atreo, fue impiísimo, a tal punto

que a su hermano brindó, banquete horrible,

la carne de sus hijos? ¿que la madre

de quien naciste tú fue una cretense,

a quien su propio padre, sorprendiéndola

con un amante, condenó a que fuera

pasto en el mar de los callados peces?

Y siendo tal, osas echarle en cara

a un hombre como yo su nacimiento?

¿a mí que a Telamón tengo por padre,

—el que por su valor en el ejército

descolló sobre todos, y que obtuvo

por esposa a mi madre, la princesa

de la sangre real Laomedonte?

Él, de manos de Heracles, recibiola

como flor del botín. Y así nacido

noble de padres nobles a porfía,

¿voy a afrentar la sangre de mi sangre,

al hombre que, caído en tal desgracia,

quieres ver insepulto, sin siquiera

abochornarte de decirlo? Escucha:

adondequiera que arrojéis a este hombre

arrojaréis tres cuerpos ¿lo has oído?

tres, que caerán a una con el suyo:

que más honroso me es perder la vida,

a la vista de todos, defendiendo

antes a él que no a tu esposa —digo

a la de ese tu hermano… Conque mira

no ya por mí sino por ti: si en algo

piensas hacerme mal, puede que un día

quisieras haber sido antes cobarde

que audaz en arrollarme con tu orgullo.

Antes que pueda responder

Agamemnón, se presenta Ulises.

CORO

Príncipe Ulises, cuán a punto llegas

si es, no para enredar este conflicto,

sino para ayudar a solventarlo.

ULISES

Amigos, ¿qué sucede? A la distancia

voces llegué a oír de los Atridas

en discusión sobre este noble muerto.

AGAMEMNÓN

Voces, claro que sí, príncipe Ulises;

pero ¿acaso no estábamos oyendo

los más viles insultos de este hombre?

ULISES

¿Cuáles pues? —que también tiene su excusa

quien a agravios responde con agravios…

AGAMEMNÓN

Crudezas en verdad tuvo que oírme:

pero así eran los males que él me hacía…

ULISES

¿Qué te hizo como daño positivo?

AGAMEMNÓN

Dice no ha de sufrir que sin sepulcro

quede ese muerto, y que ha de sepultarle

pasando sobre mí…

ULISES

¿Será hacedero

que como amigo la verdad te diga

y siga fiel al remo al lado tuyo?

AGAMEMNÓN

Habla: necio sería si no oyera

a mi mejor amigo entre los griegos.

ULISES

Oye, pues. Por los dioses no toleres

que tan sin compasión quede ese hombre

tirado allí sin sepultura. Cuida

que no a tal punto la pasión te venza,

que el odio a la justicia pisotee.

Pues para mí también era enemigo,

en la hueste el peor, desde que pude

con las armas de Aquiles ufanarme.

Mas con ser tan de veras su contrario,

no le puedo afrentar desconociendo

que fue entre los aqueos el más bravo

—él, de cuantos a Troya concurrimos,

excepto sólo Aquiles—. No es pues, justo

que sufra a manos tuyas tal deshonra:

no fuera contra él esa ignominia

sino contra las leyes de los dioses.

A un muerto nunca es justo hacer agravio,

y menos a un valiente, por violento

que sea el odio que contra él nos mueva.

AGAMEMNÓN

¡Tú decir esas cosas! ¡tú, Ulises,

defendiéndole a él en contra mía!

ULISES

Sí, yo. Pues si le odiaba fue tan sólo

mientras odiarle era pasión decente.

AGAMEMNÓN

¿Y no es legal que al enemigo muerto,

sobre odiarle, lo pises?

ULISES

Noble Atrida,

no te goces en triunfos que desdoran.

AGAMEMNÓN

No es fácil a los reyes ser piadosos…

ULISES

Pero sí enaltecer a los amigos

que los guían al bien con sus consejos.

AGAMEMNÓN

El súbdito leal rendirse debe

a quienes mandan.

ULISES, conciliador

Basta… ¿qué más mando

que dejarte vencer por quien te quiere?

AGAMEMNÓN

Pero piensa a quién haces tus favores…

ULISES

A un enemigo, es cierto, mas a un tiempo

a quien, mientras vivía, fue tan noble…

AGAMEMNÓN

¿En qué quedas? ¿así a un enemigo

vas a reverenciar?

ULISES

En mí más puede

lo que vale que el odio que me inspira.

AGAMEMNÓN

Hombres así son para dar sorpresas…

ULISES

Tantos, amigos hoy, luego enemigos…

AGAMEMNÓN

¿Y esos son los amigos que tú encomias?

ULISES

A uno encomiar no puedo: al que se obstina…

AGAMEMNÓN

Vas a hacer que hoy parezca yo un cobarde…

ULISES

Lo que parecerás es hombre justo

en concepto de todos.

AGAMEMNÓN

¿Tu consejo

es, pues, que admita que a ese muerto lo entierren?

ULISES

Ese mismo: que al fin también un día

en eso he de parar…

AGAMEMNÓN

Igual que todos…

cada cual sólo mira por sí mismo…

ULISES

¿Y por quién, pues, es justo que yo mire

antes que por mí mismo?

AGAMEMNÓN

Dese entonces

por tuyo lo que se haga, y no por mío.

ULISES

Como quieras que sea, será siempre

nobleza y bondad tuya.

AGAMEMNÓN

En todo caso

es a ti, no lo olvides, a quien quiero

hacer este favor, y otros mayores;

ese en cambio, entre vivos o en las sombras,

siempre estará sujeto al odio mío.

Lo que tengas que hacer, puedes hacerlo.

Se retira Agamemnón.

CORO

¡Hombre sin juicio el que te ha visto actuando,

y no confiesa, Ulises, tu cordura!

ULISES, a Teucro

Y ahora digo a Teucro que si he sido

antes un enemigo, tanto ahora

amigo suyo soy; que a este difunto

ayudar quiero a sepultar; que quiero

hacer todo por él sin dejar nada

de cuanto debe hacerse por un héroe.

TEUCRO

Nobilísimo Ulises, sólo tengo

palabras de alabanza por las tuyas.

Inesperadamente mis temores

tu bondad extremada desvanece;

pues siendo el enemigo más violento

que Áyax tenía entre los griegos todos,

solo tú valeroso le acudiste,

y, viéndole tendido, no aguantaste

que un vivo tan vilmente se cebara

en un muerto indefenso, cual lo hacían

ese atronado general y esotro

su hermano que acá vienen y pretenden

dejar tirado en tierra este cadáver

sin dejarlo enterrar… Que en justa pena

el Padre que domina en el Olimpo,

la Furia que no olvida y la Justicia

que ejecuta sus fallos, los destruyan

con mal fin, tal como ellos a este hombre

hundir quisieron con oprobio indigno.

Mas, hijo de Laertes el anciano,

me da recelo permitir que pongas

tu mano en estos ritos funerales,

no sea que el difunto se resienta.

Puedes en lo demás prestar tu ayuda

y traer del ejército al que quieras:

eso no ha de afectarnos. Pero sabe

que en ti un amigo vemos generoso.

ULISES

Bien hubiera querido; mas pues veo

que no os place que tome parte activa,

tu decisión acepto, y me retiro.

Vase Ulises.

TEUCRO

Basta ya, que la tardanza

se ha alargado por demás.

Unos id a abrir la fosa

aprisa; otros preparad

el caldero sobre el trípode

para la ablución ritual;

un grupo vaya a la tienda:

de allí cuantas armas hay

que cubre el escudo, traiga.

Tú, hijo mío, ven acá,

toca al cuerpo de tu padre

con amorosa piedad

y esfuérzate en darme ayuda

que lo podamos alzar,

pues aún caliente y negra

le brota sangre vital.

¡Ea, todos los que amamos

a este hombre, vamos ya!

¡vamos presto, en su servicio

poniendo el mayor afán,

pues no se habrá puesto nunca

por quien lo merezca más,

—más que Áyax el grande en todo,

antes de tan triste azar!

CORO

En muchas cosas la experiencia sola

enseña lo que son, y no hay mortal

que pueda presagiar, antes que pasen,

cómo en ellas le irá.

FILOCTETES

FILOCTETES

Lo que sabía el espectador ateniense antes de empezar la representación

Camino de Troya, los jefes griegos abandonaron al paso en la isla de Lemnos a Filoctetes, rey de Melia, por verlo inutilizado para la guerra. Había sido mordido en el pie por una serpiente, y se le había enconado terriblemente la herida.

Durante los diez años que duró la guerra de Troya, en Lemnos vivió Filoctetes en el mayor desamparo y horrenda miseria. Al cabo de este tiempo supieron los griegos por un oráculo que Troya no caería si no venía en persona Filoctetes a disparar contra ella el arco divino que había heredado de Heracles.

Ulises se comprometió ante el ejército a traer a Filoctetes y convencerle que ayudase al ejército griego a terminar con éxito el asedio de Troya. Empieza el drama en el momento en que desembarca en Lemnos en compañía de Neoptólemo, hijo de Aquiles, de quien pretende servirse para reducir a Filoctetes.

De conformidad con la leyenda, el drama termina con felicidad, pero después de trágicas vicisitudes.

PERSONAJES

FILOCTETES, rey de Melia, abandonado y enfermo

ULISES, rey de Ítaca

NEOPTÓLEMO, hijo de Aquiles

HERACLES, semidiós, protector de Filoctetes

Mercader fingido, agente de Ulises

CORO de marineros de Neoptólemo,

con su CORIFEO

La escena en la playa de Lemnos frente a la cueva de Filoctetes algo en alto entre las peñas, y a la que se llega por un caminito en cuesta.

FILOCTETES

PRÓLOGO

o escenas iniciales

El escenario representa una playa arenosa y

estrecha, sobre la que caen a pico las rocas de un

acantilado. En estas, a cierta altura, se abre la

boca de una cueva, delante de la cual se extiende

una pequeña plataforma. Entran por la izquierda

Ulises, Neoptólemo y un acompañante, marinero

de su tripulación.

ULISES

La playa es esta, sin pisada de hombres,

de la desierta Lemnos que el mar ciñe.

Vástago del más bravo entre los griegos,

hijo del gran Aquiles, oh Neoptólemo,

aquí fue donde al Melio, hijo de Poyas,

años atrás abandoné, por orden

que tuve para hacerlo de los príncipes.

Fuente de pus era su pie, comido

por úlcera voraz; no nos dejaba

atender con sosiego al sacro culto,

turbando el campamento de continuo

con sus llantos y gritos… Pero basta,

no es la ocasión para discursos: tiemblo

no se vaya a enterar de mi venida.

con que echaría a pique el plan que traigo

para adueñarme de él. Llegó la hora

en que es imprescindible tu concurso.

Averigua primero en los contornos

si hay una cueva con entrada doble,

tal que en invierno ofrezca en ambas bocas

cómodo asiento al sol, y en el verano

al sueño invite con la suave brisa

que corra por el túnel. Más abajo

debe haber una fuente, por la izquierda,

si es que no se ha secado. Cauteloso

acércate y por señas dame aviso

de si lo hallas así o si ha cambiado.

Podré decirte luego lo que falta

para coronar juntos esta empresa.

NEOPTÓLEMO, subiendo por un sendero

que serpea entre las rocas

Príncipe Ulises, cuatro pasos sobran

para cumplir tu encargo: me parece

que estoy viendo la cueva que has descrito.

ULISES

¿Dónde? ¿arriba o abajo? No la veo.

NEOPTÓLEMO

Acá arriba; y no hay ruido de pisadas.

ULISES

Cuidado no esté allí, tal vez dormido.

NEOPTÓLEMO

Vacía está la habitación, no hay nadie.

ULISES

¿Y señas de vivienda, o provisiones?

NEOPTÓLEMO

Por todo ajuar hay un montón de pajas,

tosco jergón en que se acuesta alguno.

ULISES

¿Ninguna cosa más?

NEOPTÓLEMO

Sólo este vaso,

mal vaciado tarugo, obra sin arte…

¡ah! y un rescoldo aquí…

ULISES

Todo eso es suyo,

sus tesoros…

NEOPTÓLEMO, que ha cruzado la cueva y vuelve

después de haberse asomado un instante

a la abertura de atrás

¡Qué horror! y ahí unos trapos

que se secan al sol, llenos de podre…

ULISES

Ya no hay duda, aquí vive y anda cerca:

pues correrse a distancia mal podría

quien ya por tanto tiempo enfermo arrastra

el ulcerado pie. Si es que ha salido,

será a buscar comida, o tal vez hierbas

que halle para su llaga en el contorno.

Quede ese paje tuyo allí a la mira,

no me sorprenda el Melio de improviso,

que, a fe, gustara de saciar su saña

más en mí que en los griegos todos juntos.

NEOPTÓLEMO, bajando a la playa al lado de Ulises

Bien, ya va el paje a vigilar la senda;

si quieres algo más, puedes decirlo.

ULISES

La empresa a que has venido, hijo de Aquiles,

pide tu apoyo leal; no bastaría

con tu presencia sola. Si algo nuevo,

algo que nunca oíste, oyes ahora,

disponte a dar tu ayuda: ese es tu oficio.

NEOPTÓLEMO

¿Y cuál es tu mandar?

ULISES

Que a Filoctetes

prendan mañosamente tus palabras.

Preguntará quién eres y de dónde;

contesta: Hijo de Aquiles (este punto

no hay para qué ocultar). Di que te vuelves

a tu isla, abandonando el campo griego,

de insanable rencor el alma herida:

pues los que a puros ruegos alcanzaron

traerte de tu reino, cuando a Troya

asaltar no podían sin tu ayuda,

al verte en medio de ellos se atrevieron

a negarte las armas de tu padre

que reclamabas como herencia justa,

dándoselas a Ulises —(Aquí sueltas

las más bravas injurias que a la boca

te vengan contra mí… ¡no han de dolerme!)

Antes dejar de hacerlo fuera causa

de la ruina común de los argivos:

pues si su arco no viene a nuestras manos,

no podrás nunca tú rendir a Troya.

Pero entiende primero a qué se debe

que puedas tú abordarle sin peligro

y no lo pueda yo. Tú no viniste

por palabra jurada, ni a la fuerza,

ni en la primera expedición; yo en cambio

nada puedo negar si eso me achacan.

Si él, pues, dueño de su arco, llega a verme,

soy hombre muerto; y por andar conmigo

perdido estás también. Nuestra maniobra

a esto debe tender, a que tú seas

quien le sustraiga las invictas armas.

Hijo mío, bien sé que no eres hombre

para decir ni para armar engaños.

Pero dulce ganancia es la victoria…

resuélvete! —que trances en la vida

sobrados hay para ostentar virtudes.

¡Un breve día sin pudor, una hora,

ponte en mis manos...! y la vida entera

te queda para oír que te apellidan

el más puro y piadoso de los hombres…

NEOPTÓLEMO

Lo que de sólo oírlo me repugna,

horror me diera hacerlo, Laertíada.

¡No nací yo para muñir bajezas,

ni yo, ni, según dicen, aquel héroe

a quien debo mi ser! Por dolo, nunca.

Si es a la fuerza, bien… mi ayuda puedo

prestar para prenderle. Contra tantos

él nada ha de poder con un pie solo.

Y yo, como hoy al fin vengo a tus órdenes,

no quisiera tampoco traicionarte.

Pero entiéndelo, príncipe, prefiero

limpia derrota a una victoria aleve.

ULISES

Hijo de noble padre, cuando joven,

era lo mismo yo: lengua dormida,

mano lista a la acción; pero en los lances

de la vida aprendí que en este mundo

quien gobierna es la lengua, y no las manos.

NEOPTÓLEMO

Mas ¿qué quieres de mí sino que mienta?

ULISES

A engaño has de prenderle, eso te digo.

NEOPTÓLEMO

¿A engaño? ¿y no es mejor con persuasiones?

ULISES

No querrá. Y a la fuerza, es imposible.

NEOPTÓLEMO

¿Qué tiene que le infunda tanta audacia?

ULISES

Flechas certeras, infalible muerte.

NEOPTÓLEMO

¿Ni acercársele entonces puede nadie?

ULISES

Nadie, si no es con dolo, como he dicho.

NEOPTÓLEMO

¿Pero el mentir no tienes tú por torpe?

ULISES

No, si puede salvarnos la mentira.

NEOPTÓLEMO

Mas ¿cómo he de mentir yo así de frente?

ULISES

Con ganancia a la vista, no se duda.

NEOPTÓLEMO

¿Y qué gano con que él a Troya venga?

ULISES

Pues que, sin su arco, no se rinde a Troya.

NEOPTÓLEMO

¿No la rindo, pues, yo, como dijisteis?

ULISES

Ni tú a solas sin él, ni él sin tu ayuda.

NEOPTÓLEMO

Si es así… ¡venga el arco a nuestras manos!

ULISES

Doble renombre con lograrlo ganas.

NEOPTÓLEMO

Me dices cuál, y a tu querer me rindo.

ULISES

Tendrás fama de sabio y de valiente.

NEOPTÓLEMO

Ea, se hará. ¡Toda vergüenza fuera!

ULISES

¿Recuerdas bien el plan que te he trazado?

NEOPTÓLEMO

No dudes, una vez que lo hice mío.

ULISES

Muy bien, quedas aquí y aquí le aguardas;

yo me voy, por temor de que me encuentre,

y a la nave me llevo al centinela.

Al mismo, si es que veo se prolonga

vuestra conversación en demasía,

lo volveré a mandar, mas disfrazado

de patrón de navío, pues importa

no sea conocido. Del embrollo

extraño que refiera, toma el vuelo

lo que entiendas ser útil, hijo mío.

Esto queda a tu cargo; yo a la nave

me vuelvo, y que nos guíen en la empresa

Hermes, dios del engaño, y la Victoria,

Atena Polias, que me salva siempre.

Se retira Ulises por la izquierda con el

paje; Neoptólemo vuelve a encaminarse

lentamente hacia la cueva. El Coro,

compuesto de quince marineros, servidores

suyos, hace su entrada, llenando la playa.

PÁRODO

o canto de entrada del Coro,

en forma de diálogo lírico,

CORO

Extraño en playa extraña, amo querido,

frente al hombre a quien roe la sospecha,

que me adiestres te pido

para callar y hablar lo que aprovecha.

Talento que descuelle en el consejo

¿a quién pedirlo, sino al hombre que alza

en sus manos el cetro, áureo reflejo

del divino poder que al rey ensalza?

Y este poder sublime

llega a ti por legítima ascendencia.

Abre los labios, hijo mío, dime

en qué deba prestarte mi obediencia.

NEOPTÓLEMO

Ahora que está ausente, su morada

querrás ver en la roca. Ven sin susto.

Mas cuando asome el caminante adusto,

dueño de este palacio, la mirada

fija siempre en las señas que te hiciere,

cumple sagaz lo que el deber requiere.

CORO

Viejo cuidado que jamás descuido

me recuerdas, oh rey: que vigilante

tenga puesto el sentido

en mirar por tu bien en todo instante.

Pero muéstrame ahora

la extraña cueva en que de asiento mora,

y, si sabes, el sitio adónde ha ido.

Preciso es que lo entienda,

no vaya a sorprenderme inadvertido,

volviendo de improviso a su vivienda.

¿Cómo es el sitio, pues? ¿se ven acaso,

dentro o fuera, las huellas de su paso?

NEOPTÓLEMO

Aquí ves su mansión de doble puerta,

la cueva que es alcoba de su sueño…

CORO

—pero ahora desierta:

¿adónde se ha marchado el triste dueño?

NEOPTÓLEMO

Seguro estoy que en busca de comida

aquí por los contornos va arrastrando

la dolorosa huella… Esa es su vida

de soledad y de infortunio infando.

Alguna presa logran derribarle,

según cuentan, sus dardos voladores;

pero no hay quien se llegue a visitarle

ni traiga algún remedio a sus dolores.

CORO

¡Quién insensible a tal miseria queda!

Nadie a su cabecera desolada…

nadie nunca a su mesa con quien pueda

cruzar una mirada…

Solo, solo por siempre con su herida,

fiera que no se amansa, el alma ansiosa,

perpleja, sin salida

en cada nuevo apremio que le acosa…

¿Cómo aguanta tan negra desventura?

¡Oh misteriosos hados!

¡Mortales desdichados

cuando excede el destino la mesura!

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Hacim:
202 s. 5 illüstrasyon
ISBN:
9789978774366
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