Kitabı oku: «Historia crítica de la literatura chilena», sayfa 11

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4. El caos quiteño y la problematicidad del mirador criollo

La publicación del Arauco domado, sin aprobación arzobispal y con algunas acusaciones al clero y a determinados personajes quiteños en relación con la rebelión de las alcabalas, motivó el proceso emprendido por el Arzobispo Toribio de Mogrovejo. La alcabala era el impuesto a las ventas, que en algunos lugares de España subía hasta el 10% de la transacción comercial de ciertos productos. En México se había implantado desde 1574 y en otras ciudades del Perú, pese a la actitud resistente de sus habitantes, se aceptó su imposición a partir de 1592. En el caso de las ciudades peruanas, incluyendo Quito, el impuesto alcanzaba solo el 2% de las transacciones. No obstante, en Quito se produjeron incidentes serios contra la Audiencia y hubo que enviar una fuerza expedicionaria que aplacara la rebelión. La asonada era liderada por criollos notables a través de una masa de soldados y mestizos descontentos (Lavallé, «La rebelión…» 153).

Las críticas explícitas del Arauco domado a los quiteños y varios sacerdotes, sumadas al proceso iniciado contra su autor, causaron que las autoridades mandaran recoger la primera edición de la obra, lo que evidentemente impactó sobre su difusión. Contradictoriamente, las varias composiciones que preceden el largo poema, provenientes de algunas de las más notables plumas del momento en el Perú, eran testimonio del ánimo celebratorio con que se esperaba la impresión del poema en Lima por parte de letrados y partidarios del virrey don García. Del mismo modo, las aprobaciones del propio virrey, del jesuita Esteban de Ávila y del licenciado Juan de Villela se referían a la «limpieza de verdad [en] los hechos señalados», a «los hechos […] heroicos en defensa de la religión cristiana y de su rey y patria» y a las virtudes literarias («un no imitado estilo») en el poema, respectivamente (Oña 29, 32-33).

Pero no todo el público estaba de acuerdo con tales afirmaciones. Aunque el proceso no pasó a mayores, produjo la pérdida de casi toda la primera edición. Al parecer, fuera de tal censura Oña no sufrió ningún percance, pudiendo embarcarse con su flamante esposa a su nuevo corregimiento en Jaén de Bracamoros (al norte del Perú) a mediados de 1596, luego de haber aclarado que muchas de las afirmaciones en su poema se basaban en los informes y documentos que el mismo virrey don García le había enseñado, y que todo lo relacionado con eventos supernaturales entre los araucanos era producto de la «ficción poética».

En el proceso, el representante del Arzobispado y cinco vecinos de Lima y Quito esgrimieron numerosos cargos, muchos destinados a proclamar la poca veracidad de la obra, pero no solo en lo que respecta a los sucesos de Quito. Las acusaciones lindaban también con aspectos teológicos, mucho más graves aún. La miopía de los acusadores con respecto a las libertades de la poesía épica servía de buena excusa para tender el tabladillo contra las perspectivas emitidas en el poema de Oña sobre los quiteños y contra el clero. Pero ¿cuáles eran específicamente esas perspectivas? Para responder cabalmente la pregunta, es necesario referirnos al problema del cotejo entre ejemplares de la edición de 1596. Ya Salvador Dinamarca había advertido que algunos ejemplares de dicha edición princeps aparecían con versos diferentes en determinados pasajes. En lo que al parecer fue un intento de Oña de evitar el problema de las acusaciones antes de que surgieran, fue introduciendo al texto base pequeñas correcciones que derivarían en una nueva versión. Victoria Pehl Smith, en su propia edición, que aquí manejamos, encontró además otras diferencias y las consignó debidamente en su introducción. Por el carácter de los cambios, puede verse que Oña trató de prevenir las iras de la Iglesia, aunque sin resultados, ya que la enemistad entre el arzobispo y el virrey don García tenía largos antecedentes e iba más allá del problema específico de la rebelión en Quito y el tratamiento dado a los quiteños.

Algunos de los primeros síntomas del patriotismo criollo llegaban a matices de frontal enfrentamiento a la autoridad virreinal. El autodenominarse «hidalgos para siempre jamás» y el hablar de «nuestros reinos» en un panfleto contra las alcabalas («Carta del Virrey a Felipe II» cit. en Lavallé, «La rebelión…» 144) revela ese afán de señorío y de pertenencia a la tierra que ya había caracterizado el discurso de muchos conquistadores rebeldes en décadas anteriores. Más aun, para la generación de criollos como Pedro de Oña, el tema se complicaba, ya que el nuevo impuesto de la alcabala venía dentro de una secuela de cobros anteriores, como la reestructuración del almojarifazgo, la venta de los oficios o cargos administrativos, el impuesto a los mestizos que querían regularizar su situación ilegítima, el impuesto general a la sal y los donativos para cubrir los gastos de la Armada Invencible (Lavallé, «La rebelión…» 146-147). Añadamos el cuantioso donativo y los préstamos recogidos por el virrey don García al llegar al Perú, los cuales ascendieron a 1.544.950 ducados (Suárez de Figueroa 99-100), conseguidos en nombre del rey y por insistencia de don García. Dada la precaria situación del fisco en la Metrópoli, la enorme ayuda enviada por los vecinos y habitantes de los virreinatos les parecía a estos de por sí excesiva. El nuevo impuesto de la alcabala resultaba, pues, un aparente abuso desde el punto de vista de muchos criollos y baqueanos, que no encontraban en las medidas tributarias ninguna verdadera justificación o, al menos, ningún beneficio para su tierra, aunque el pretexto era resguardarla de piratas (Lavallé, Quito y la crisis 11-21).

No obstante, debemos tener presente que en todo momento Oña condena dichas actitudes quejosas y acomoda la información histórica en su poema de la manera que hemos visto, es decir, disminuyendo la capacidad moral de los rebeldes de Quito y la legitimidad de sus reclamos. Así, al menos, es como la mayor parte de la crítica sobre el Arauco domado ha leído estos pasajes de explícita adulonería al poder real. Sin embargo, como se puede ver en el poema, el mirador criollo permite captar ángulos de la subjetividad que muy sutilmente descentran los paradigmas absolutos de identidad y de estabilidad ontológica, al posicionarse de manera empática con los castigados criollos en la rebelión:

Con esto ¡qué clamores, qué gemidos

lanzaban de dolor mujeres bellas!

Parece que punzaban las estrellas

sus penetrantes voces y alaridos;

las bien casadas, ya por sus maridos,

ya por sus caros padres las doncellas,

al aire trenzas de oro repartían

y bellas manos cándidas torcían

(XVI 95).

El caos subjetivo expresado veladamente en la focalización del poema se expresa a través de una simpatía oculta hacia algunos de los encomenderos «beneméritos» o antiguos y sus descendientes criollos, que se vieron afectados por la violenta e indiscriminada represión del general Arana, enviado especial de don García Hurtado de Mendoza a Quito.

5. Conclusiones sumarias

La creación de ancestros ilustres es uno de los ingredientes fundamentales de la incipiente nacionalidad étnica criolla, que pasa por el generalmente más aceptado concepto de patriotismo criollo, entendido como apego a la ciudad o región de nacimiento o habitación. Asimismo, la elaboración de un espacio de prestigio simbólico, que generalmente coincide con una ciudad, lleva al desarrollo de una abundante literatura corográfica, algunas de cuyas muestras tempranas pueden verse en los elogios de Lima y su río en el poema de Diego de Hojeda que exalta al Arauco domado en sus preliminares. El propio Oña haría una alabanza semejante en su «Canción real panegírica» que sigue al Temblor de Lima de 1609, bajo el elogio general dirigido al virrey marqués de Montesclaros. No es casual que Hojeda, Oña y muchos otros miembros de la Academia se preocuparan por afirmar la centralidad de su espacio americano, ya en exuberancia paisajística y mineralógica como en idoneidad para el desarrollo de la musa humanística, lo cual otorgaba rango cultural irrefutable al reino antártico.

Sin embargo, nunca sobra recordar que en Oña no siempre se siguen de manera cercana las convenciones genéricas del momento. El tipo de épica disonante, «impedida» y «hespérica» u occidental, como él denomina a su propia poesía, es manifestación de variantes discursivas aun mayores. A través del trastrocamiento del orden celestial y las unificaciones abruptas del ámbito terrenal con los astros salidos de sus órbitas –según se describe en los pasajes sobre la represión de los rebeldes quiteños–, criollos como Oña establecen sus pautas de autodefinición sin necesariamente incurrir en el enfrentamiento directo con los peninsulares. Según esta perspectiva, el caos no fue causado por los propios criollos, sino por la práctica política de determinadas autoridades, a las que, sin embargo, se rinde la mayor de las reverencias. Este registro de niveles subjetivos –a veces contradictorios, aunque no siempre evidentes– y su reordenamiento en el discurso motivará el desarrollo de una tradición de letras que se irá enriqueciendo y retorciendo al compás del paulatino fortalecimiento real y simbólico de los grupos criollos durante las primeras décadas del XVII.

El saber criollo desde el mirador privilegiado de la prolongada permanencia en Indias facilita la irrupción de escenas y descripciones de carácter local, que hábilmente guardan correspondencia con los modelos europeos más canónicos. Un cotejo textual que subrayara las múltiples filiaciones y la continuidad de tópicos propios de la épica quedaría incompleto sin la exploración de las bases experienciales y las perspectivas grupales del sujeto de escritura, en este caso criollo. Esa misma manifestación de la singularidad americana, acomodada en los registros de la épica y la historia, volvería cargada a sus fuentes peninsulares, en las que otros poetas como Luis de Góngora beberían para el desarrollo de su propia expresión barroca (Iglesias 343-350). Pero bástenos por ahora la focalización criolla, mérito innegable del largo poema.

Obras citadas

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Iglesias, Augusto. Pedro de Oña. Ensayo de crítica e historia. Santiago: Andrés Bello, 1971.

Lavallé, Bernard. «La rebelión de las alcabalas (Quito, julio de 1592-abril de 1593). Ensayo de interpretación». Revista de Indias. Vol. XLIV, n˚ 173. 1984, 141-201.

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Continuadores de La Araucana

José Leandro Urbina

1. Antecedentes

Cinco son los poemas que continúan y desarrollan el universo épico iniciado por Alonso de Ercilla en La Araucana: el Arauco domado de Pedro de Oña (Lima 1596); la Cuarta y quinta parte de La Araucana, del poeta leonés Diego de Santistevan Osorio (Salamanca, España 1597); el Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile, del capitán don Melchor Jufré del Águila (Lima 1630 y reimpreso en Chile 1887). A estos se sumaron en el siglo XIX, el Purén indómito de Diego Arias de Saavedra, rescatado en Madrid y hecho publicar en Leipzig en 1862 por Diego Barros Arana; y La Guerra de Chile, de autor anónimo, encontrado también por Barros Arana en la Biblioteca Nacional de Madrid y publicado en Santiago en 1888 por José Toribio Medina.

Reconociendo los valores poéticos de La Araucana y en un menor grado del Arauco domado, hay que señalar que algunos críticos consideran que debido a la estrecha relación con la historia inmediata, la posición de España como potencia mundial y el creciente espíritu nacionalista de los españoles, no se llegan a lograr poemas de un mayor vuelo literario. Lo que nosotros podemos afirmar es que, a partir de los nuevos modelos épicos, los españoles devuelven resueltamente al género tanto el motivo religioso como el vigoroso tema bélico histórico. Estos recuperan la centralidad que los italianos habían desplazado mayormente hacia las intrigas amorosas y las aventuras caballerescas renacentistas. Los españoles letrados del siglo XVI recuperan la tradición épica clásica –la de Homero, Virgilio, Lucano– y las obras de los poetas vinculados a la corte de Ferrara –Boiardo, Ariosto y Tasso– como el modelo formal de la nueva épica, revalorizado por las preceptivas y los debates sobre Orlando Furioso, que se publicó en la traducción al castellano de Jerónimo de Urrea en 1549.

Es importante recalcar que esta concentración en el tema bélico histórico fue posibilitada por el avance de la expansión militar europea encabezada por España y Portugal. El desarrollo de la conquista de América por los peninsulares, la percepción de superioridad cultural frente a los conquistados, y la singularidad de las hazañas llevadas adelante por sus huestes en el rápido avasallamiento de pueblos e imperios, demostraron el categórico respaldo divino y proporcionaron la materia adecuada que sirvió de base a la creación de la épica colonial.

2. El poema inaugural

La Araucana es considerado el producto más acabado de la literatura de este período y ha sido aclamado como el poema más importante de la épica novomundista española. Publicado en tres partes (1569, 1578 y 1589), también se considera como el poema fundacional de Chile. La guerra de Arauco, la tenazmente resistida ocupación de los territorios mapuche al sur del río Biobío, proveyó los episodios centrales que Ercilla trabajó por más de dos décadas.

Algunos comentaristas han criticado a don Alonso por apartarse de ciertas reglas del género, por tomar la historia inmediata como la materia del poema, por su decisión de desdeñar la figura del héroe en pro de un héroe colectivo, y por realzar la imagen del indio, creando así un cuadro de confusión moral. Pero es importante considerar también que el hecho de vulnerar las reglas tradicionales de la construcción épica más clásica, y la selectiva adquisición de técnicas italianas, terminaron por ser la expresión de la originalidad que alcanzó el poeta frente a las imposiciones de una poderosa materia experiencial que debía adquirir una forma literaria eficaz y, además, codificar una postura política acorde con la percepción de lo vivido, en las azarosas condiciones bajo las cuales dicha postura podía ser formulada.

Difícilmente podría haber sido de otra manera, cuando el poema se propone registrar la historia inmediata que, además, involucra a su autor como actor y testigo. Hay que considerar que el proceso de la conquista de Chile no fue para Ercilla del todo afortunado. En lo personal, un altercado con el capitán Juan de Pineda terminó con la intervención del gobernador García Hurtado de Mendoza, quien los condenó a muerte y posteriormente al destierro.

El malestar de Ercilla resulta evidente en el retrato falto de prominencia épica que hizo del gobernador. Se trata de un caso de selección de registro en que la historia afecta rotundamente la forma literaria. Cristóbal Suárez de Figueroa, uno de los tempranos críticos de Ercilla, escribió en su libro Hechos de Don García Hurtado de Mendoza: «El conveniente rigor con que don Alonso fue tratado, causó el silencio en que procuró sepultar las ínclitas hazañas de don García. Escribió en verso las guerras de Arauco, introduciendo siempre en ellas un cuerpo sin cabeza, esto es, un ejército sin memoria de General» (134). Cito a Suárez para ilustrar no solo su defensa de Hurtado de Mendoza, sino su denuncia de la vengativa eliminación del héroe épico.

También es criticada la postura que toma el cantor y su discutida reivindicación de los indígenas frente al trato que los conquistadores les daban. El valor de los españoles es contrastado con la valentía de los araucanos y su defensa irrestricta de la tierra, lo que revela, al menos, un sentir ambiguo respecto a la justicia de la guerra imperial.

El éxito y la admiración que produjo La Araucana en su época la convirtieron en el modelo que intentaron seguir otros poetas menos talentosos que Ercilla. El carácter de crónica en verso que se le asignaba, facilitó la forma inmejorable para el posterior registro de la historia de la conquista española. Aunque hay que consignar que las imitaciones sucesivas reflejaron tanto las diversas actitudes ante las reglas del género épico como los dispares propósitos políticos de sus intérpretes, con excepciones, la marca de malestar persistió en la obra de sus continuadores. Entre los puntos de conflicto podemos resaltar el de la restitución del héroe, que se evidencia en la elaboración de la figura de Hurtado de Mendoza hecha en el Arauco domado con el explícito propósito de contradecir la opción de héroe colectivo formulada por Ercilla.

Los textos principales de los continuadores de La Araucana constituyen un conjunto de obras escritas que intentan completar la narración histórica comenzada por Ercilla. Avalle-Arce considera que: «Los poemas que así se pueden agrupar alrededor de la epopeya de Ercilla forman parte del ciclo de las guerras de Arauco, o de Chile» (43). Hay que aclarar que no todos los autores participaron en el escenario histórico que es materia de estos poemas épico-cronísticos. Tal es el caso del joven imitador Diego Santistevan Osorio, quien nunca estuvo en Chile y se propuso finalizar la obra que Ercilla habría dejado inconclusa con una Cuarta y quinta parte de La Araucana.

Otros autores buscaron registrar momentos diversos de la guerra y proponer otras versiones de lo que fueron los alzamientos mapuche de 1553 y de 1598, que continuaron hasta el siglo XVII.

Para nuestros breves comentarios de los poemas utilizaremos la versión de La Guerra de Chile, publicada como Anónimo en la versión de la Biblioteca Antigua Chilena (BACH) de 1996; la del Purén indómito de Diego Arias Saavedra, en la BACH de 1984, y el Compendio historial del descubrimiento, conquista y guerra del reino de Chile del capitán don Melchor Jufré del Águila, reimpreso por la Universidad de Chile en 1887. Con dichas obras se completa el grupo que constituye la llamada historiografía en verso de la conquista de Chile.

El lector contemporáneo no puede dejar de percibir en estos textos –frutos sui generis de sus condiciones de producción– el aspecto propagandístico que en ellos subyace y la paralela búsqueda de prestigio de sus autores. El registro épico-cronístico de la campaña de invasión española del mundo americano es visto no solo como el legítimo canto a las hazañas y sufrimientos de los conquistadores –implicados en un mundo bárbaro y peligroso que recuerda el mundo de las caballerías–, sino también como el sostén fundamental de la construcción de una identidad de la clase conquistadora.

En este ingreso al universo cronístico-poético, el conquistador se equipara con las clases aristocráticas y heroicas de la tradición épica clásica, contribuyendo así a la formación de la identidad peninsular imperial y a lo que será su memoria cultural. Esta decisión formal será el factor constituyente del corpus que funda la literatura chilena de habla hispana.

Resumiendo, de los poemas épicos sobre la guerra de Arauco que continúan el poema de Ercilla, la crítica ha resaltado los siguientes aspectos generales:

1) Además de iniciar la épica hispanoamericana, Ercilla instaló un modelo que sus seguidores no pudieron superar. De hecho, se les niega el título de epopeyas y solo se les considera crónicas históricas en verso (J. T. Medina).

2) Todo el ciclo de poemas que le sigue a La Araucana es un ciclo de poemas de guerra (Avalle-Arce).

3) Si, técnicamente, parte de la escritura de La Araucana está marcada por los poemas italianos de Boiardo y sobre todo de Ariosto, Ercilla privilegia casi hasta el cansancio el tema de una guerra histórica, que es lo que sus seguidores replican. Realismo e historicidad son los dos pilares en que se apoyan los poemas de la guerra de Chile.

En la serie que compone el ciclo, los continuadores tomaron como modelo poético principal a Ercilla y posteriormente a Pedro de Oña, como es el caso del Purén indómito de Arias de Saavedra. Estos, como dijimos, potenciaron el tema de la fiera guerra contra los mapuche. Aun así, y como remedio contra la monotonía, no descartaron del todo la incorporación de estrategias tomadas del romance y las novelas de caballerías, explotando las posibilidades de hacer más atractiva la historia de los «esforzados» conquistadores y acomodarla al gusto de los lectores de la época.

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