Kitabı oku: «Psicoterapia Integrativa EIS», sayfa 38

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T: …

M: "¿Y, entonces?".

T: "Entonces, tú decides. Si quieres bajar de peso lo primero es pensar que te conviene hacerlo, y lo segundo es decididamente querer hacerlo. Los pasos concretos son la etapa siguiente".

A la hora de los aportes cognitivos a la psicoterapia, considero que los aportes no son tan menores. Destacaría especialmente la relevancia del procesar diferente los mismos datos, el rol de los aportes cognitivos al efecto placebo, y el rol de los aportes cognitivos a la meditación.

El novelista francés Marcel Proust (1871-1922) sostenía que el real viaje del descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras sino en mirar con nuevos ojos. Es así como, en psicoterapia, se puede progresar alcanzando nuevos logros; pero se puede progresar también reprocesando "lo que hay". Por la vía de la resignificación, la misma historia, las mismas características del paciente, el mismo ambiente, los mismos reforzamientos, y las mismas opciones de futuro, pueden ser atendidos, significados, valorizados, y "ecualizados" de un modo tal, que entreguen un balance global y un impacto emocional totalmente diferentes. Esto puede involucrar prestar atención a hechos de la historia personal que habían sido "bypaseados"; por ejemplo, al hecho que en el colegio el paciente fue elegido el mejor compañero. Puede involucrar valorar cualidades personales que habían sido desperfiladas; por ejemplo, simpatía y capacidad de contacto interpersonal. Puede involucrar rescatar aspectos del ambiente actual que habían sido desperfilados; por ejemplo, el tener un trabajo relevante y aportativo. Puede involucrar que ciertas consecuencias de la conducta del paciente sean más aquilatadas; por ejemplo, comentarios elogiosos de los compañeros en relación a la calidad de su trabajo. También las opciones de futuro pueden ser reevaluadas, sobre la base de nuevas miradas y de expectativas mejor fundamentadas; por ejemplo, opciones de ascensos o de cambios de trabajo. De este modo, por el expediente de la "resignificación", nutrientes potenciales pueden ser transformados en nutrientes efectivos.

La misma historia, el mismo ambiente, etc., golpean diferente según la atención que se les preste y según el significado que se les asigne. Por la vía de la reestructuración cognitiva, el mismo ambiente puede resultar más satisfactorio o menos, según a qué le prestemos atención preferencial, según qué valor le asignemos a la hora de la satisfacción de nuestras necesidades, y según qué significado le otorguemos a las consecuencias de nuestras conductas. No da lo mismo el cómo atendemos y el qué valoramos; el prestar atención al dolor, aumenta el dolor; el mantener autoscopía acerca del estado del cuerpo, aumenta la hipocondría. A "contrario sensu", el valorar algo que tengo o que conseguí, o el atender a aspectos positivos de mi entorno, puede ser muy aportativo en términos de satisfacción personal. Como ha sido señalado, la satisfacción es menos un asunto de obtener lo que uno quiere, que de querer lo que uno tiene (Myers y Diener, 1995).

Las "nuevas" cogniciones, sin embargo, requieren ser creídas y sentidas. Lo importante es que la "reevaluación" no constituya un proceso mecánico o periférico; se requiere de una cuota importante de convicción. En relación a las expectativas de autoeficacia, por ejemplo, Bandura ha enfatizado el rol de la fuerza de cada expectativa de eficacia personal; como lo veremos más adelante, una mera idea racional de autoeficacia sería insuficiente. Y el propio Burns, con todo su cognitivismo a ultranza, señala que las meras racionalizaciones nuevas no bastan: "Asegúrese de que sus respuestas racionales sean convincentes, afirmaciones válidas que desacrediten los pensamientos automáticos" (1999, p. 116).

En un sentido genérico, una "creencia nueva" puede ser a la vez discutible y funcional. Un paciente, que se incorpora a una Iglesia como podría ser la de los Testigo de Jehová, puede combatir muy eficientemente su propia drogadicción. Sin embargo, esa misma persona puede (o no) asumir un estilo religioso "fanático". De este modo, una cosa es la calidad del contenido de una creencia, y otra es la función psicológica de una creencia.

Hemos señalado que el efecto placebo involucra expectativas de cambio, confianza en la terapia y confianza en el tratamiento. Una persona puede atenuar su fobia a las olas, por ejemplo, por el expediente de la "regresión hipnótica" y de la reencarnación; si la persona es llevada a creer – con firmeza y convicción – que su temor surge del hecho que murió ahogada en una vida anterior… es incluso posible que supere su fobia. Algo análogo puede ocurrir con los sueños; un paciente podría progresar, por el mero hecho de creer en las interpretaciones de su terapeuta; aun cuando éstas pudieran estar poco relacionadas con lo que ocurre realmente en su inconsciente. Esto es de la mayor importancia metodológica; al constatar cambios derivados de la fuerza de una creencia falsa, pueden pasar a ser falsamente validados los contenidos de esa creencia; en estos casos, la reencarnación y la interpretación de los sueños.

En el efecto placebo, la cognición abre paso a la convicción; y es esta convicción la que aporta la fuerza energética movilizadora de cambios. Por lo tanto, todo apunta a la necesidad de que la terapia resulte convincente: por lo sólido que se muestre el enfoque, por la seguridad que irradie el terapeuta, por la seriedad que el paciente perciba en los procedimientos. Múltiples variables – usadas en esta línea – pueden aportar mucho a la evolución de la terapia.

Asimismo, los resultados documentados por la meditación tienden a ser impresionantes. En ese sentido la meditación puede aportar mucho al cambio: mayor "relax", mayor tolerancia, mejores estados de ánimo, mayor bienestar emocional, incluso mayor "sabiduría". Hemos visto que la meditación involucra – entre otros – importantes aspectos cognitivos. Dependiendo de la modalidad de meditación, variables cognitivas tales como el control de la estimulación perceptiva, de los procesos atencionales, de la concentración, de la autorreflexión, etc., pueden jugar un rol muy relevante. En la agitada y sobreestimulante sociedad contemporánea, la meditación – en sus diversas versiones – viene ameritando un espacio preferente.

A la hora de la prevención cognitiva, el rol de la actividad intelectual no parece ser menor: leer, estudiar, escribir, resolver crucigramas, jugar ajedrez… cada una de estas actividades contribuye a mantener las cogniciones vigentes. Recientemente, se ha establecido que el jugar bridge reduce el riesgo de demencia senil y contribuye a una "vejez lúcida". El Estudio 90 – así denominado – ha sido dirigido por la neuróloga Claudia Kawas desde 1981. El estudio incluye a 14 mil personas de más de 65 años y a más de mil sobre los 90. El estudio ha logrado pocas evidencias de que la dieta o el ejercicio disminuyan el riesgo de Alzheimer; pero sí han constatado que las personas de más de 90 años que pasan más de tres horas diarias en actividades mentales como jugar bridge tienen menor riesgo de desarrollar la enfermedad. Cabe destacar que el bridge involucra un gran esfuerzo intelectual, para memorizar las cartas y para ir estudiando las posibilidades matemáticas que tiene el compañero de ir completando una determinada ‘pinta’.

Y a la hora de preguntarnos acerca de las contribuciones del paradigma cognitivo al bienestar psicológico, es decir, a la "felicidad" de las personas, el tema pasa a centrarse en la así llamada psicología positiva. "La psicología positiva busca el equilibrio óptimo entre el pensamiento positivo y el negativo" (Seligman, 2003). En palabras de Carr, "el principal objetivo de la psicología positiva es comprender y facilitar la felicidad y el bienestar subjetivo" (2007, p. 66). No se trata de ver las cosas color de rosa; se trata de "obligarse" a ver las cosas positivas realmente existentes, porque se asume que es psicológicamente aportativo el hacerlo. La idea pretende inducir un cierto grado de "optimismo aprendido", de "esperanza aprendida"; pero sobre bases realistas. Y esta suerte de optimismo fundamentado – fuertemente ligado a la esperanza – será fuente de satisfacciones, de despliegue conductual y de mayores expectativas de vida. "Las personas optimistas, aquellas que tienden a estar de acuerdo con afirmaciones del tipo "cuando emprendo algo nuevo, espero tener éxito", tienden a ser más exitosas, más saludables y más felices que las personas pesimistas" (Myers y Diener, 1995, p. 491).

Adicionalmente, el adscribir con convicción a una creencia religiosa, puede contribuir también a enriquecer el bienestar emocional: "Los datos de los estudios muestran – en forma sistemática – que los creyentes son algo más felices y están más satisfechos con la vida que los no creyentes" (Seligman, 2003, p. 89). Resta por establecer, sin embargo, si el bienestar surge del creer religioso o es el creer el que surge del bienestar; y resta por establecer si el afecto positivo genera cogniciones "optimistas", o si son las cogniciones "optimistas" las que generan afecto positivo.

Las investigaciones que he venido mostrando, los análisis clínicos que he venido explicitando, muestran líneas de aporte etiológico y terapéutico provenientes del paradigma cognitivo. Las evidencias son suficientes como para ameritar la inclusión del paradigma cognitivo en el Supraparadigma Integrativo. A contrario sensu, no vacilaría en sostener que, tanto el conocimiento como la práctica clínica, se empobrecerían sustancialmente si se prescindiera del paradigma cognitivo.

A modo de epílogo: la "Ecuación Cognitiva"

A la hora de los balances, entonces, el aporte del paradigma cognitivo no es menor. Al respecto, se ha señalado que "probablemente la más segura predicción acerca de la terapia cognitiva, es que seguirá creciendo. Las terapias cognitivo-conductuales en general, y la terapia cognitiva de Beck en particular, son las que más rápido crecen y las más investigadas en el escenario de la psicoterapia contemporánea" (Prochaska y Norcross, 2007, p. 348). Lo anterior deriva del hecho que la terapia cognitiva aporta lo suyo: evidencias acerca del rol etiológico de las cogniciones, permanente búsqueda de precisiones, focalización en los problemas actuales de los pacientes, sistematización creciente del enfoque, búsqueda de abreviar los tratamientos, énfasis en los autorregistros y en la asignación de tareas, énfasis en la investigación, documentación del valor de algunas intervenciones cognitivas, búsqueda pragmática en la formación de terapeutas, operacionalización de la terapia vía manuales, etc. Sin duda, la terapia cognitiva calza muy bien con lo que la sociedad viene requiriendo hoy en día; es decir, aporta una actitud pragmática, que privilegia tiempo y eficiencia; que privilegia el bajo costo y el alto beneficio.

Sin embargo, y no obstante todos sus aportes, las limitaciones de la terapia cognitiva se perfilan como sustanciales. Por lo pronto, la teoría cognitiva es claramente reduccionista: "Las terapias cognitivas cometen el mismo error mental que muchos pacientes y muchos seguidores fundamentalistas – la sobregeneralización – " (Prochaska y Norcross, 2007, p. 343). Bajo el expediente del reduccionismo y de la sobregeneralización, lo que le pasa a algunos pacientes tiene que pasarle a todos. Adicionalmente, los adherentes al enfoque son muy permeables al "allegiance effect"; lo habitual es que los optimistas hallazgos de los cognitivistas requieran de una corrección "desde fuera". Por otra parte, a partir de una loable búsqueda de lo simple y funcional, el enfoque cognitivo ha evolucionado en una dirección que en ocasiones tiende a ser simplista, y a veces ingenua. Al respecto, resulta sugerente el título de uno de los últimos libros de David Burns: Autoestima en 10 días (2000).

Adicionalmente, y no obstante los ya explicitados aportes terapéuticos – relacionados con el reprocesar los mismos datos, con el efecto placebo y con la meditación – , la contribución de muchas otras estrategias cognitivas resulta discutible. De hecho, el rol específico que desempeñan muchas estrategias cognitivas dista de estar acreditado. En depresión, por ejemplo, el enfoque cognitivo y el enfoque conductual tienden a obtener resultados comparables (Dimidjian et al., 2006). En este contexto, el focalizarse en el impacto emocional – supuestamente generado por las distorsiones cognitivas – podría no aportar al resultado de la terapia (Castonguay et al., 1996). De ser esto así, trabajar con esquemas y creencias, generar autorregistros, modificar estilos atribucionales, modificar distorsiones cognitivas, combatir pensamientos automáticos, etc., podría muchas veces no agregar nada al cambio terapéutico. Esto es de la mayor importancia. De ratificarse esta línea de conclusiones, gran parte del enfoque cognitivo quedaría muy mal parado. Se confirmaría así la crítica conductista, que señala que es la activación conductual el componente realmente efectivo de la terapia cognitiva (Jacobson et al., 2001).

El que una terapia genere cambios cognitivos, entonces, no significa que esas cogniciones hayan sido causales. De hecho, prácticamente todas las terapias tienden a producir cambios cognitivos, sin siquiera proponerse esos cambios (Persons y Miranda, 1995).

En unas Jornadas Clínicas realizadas en Buenos Aires (Aiglé, 2007), me correspondió compartir un Simposio con el ya citado Keith Dobson, destacado terapeuta e investigador en el enfoque cognitivo; y presidente de la "International Association of Cognitive Therapy". En un pasaje de esas Jornadas le pregunté al Dr. Dobson: "¿Diría usted que la principal causa de la depresión es la cognición?". Dobson respondió aproximadamente así: "Al paciente le diría que sí; en un nivel más científico, diría que son múltiples los factores de riesgo que pueden facilitar el desarrollo de una depresión". La respuesta de Dobson fue honesta, y resulta muy consistente con nuestros propios planteamientos. El problema es que la respuesta deja en claro las limitaciones del paradigma, y nos obliga a ir más allá del paradigma cognitivo.

El Recuadro 14 sintetiza, en forma global, los significativos aportes que el paradigma cognitivo puede realizar en el ámbito de la salud mental de una persona:

RECUADRO 14: ECUACIÓN COGNITIVA


La Ecuación anterior permite enfatizar que un desarrollo satisfactorio del paradigma cognitivo, aumenta la probabilidad de salud mental en la persona; esto, sin embargo, no implica que pueda garantizar la salud mental de esa persona. Es así como cualquier persona puede padecer importantes disfunciones psicológicas e insatisfacciones, generadas en territorios diferentes del ocupado por el paradigma cognitivo. Todo lo cual nos obliga a seguir explorando.

EL PARADIGMA AFECTIVO en el Marco del Supraparadigma Integrativo

Era el 5 de febrero de 1949 y caía la tarde en el Regimiento Coraceros de Viña del Mar. En el jardín de saltos, caballo y jinete se desplazaban lentamente. En las tribunas, unas cinco mil personas contenían la respiración. No faltaban motivos: el binomio formado por el capitán Alberto Larraguibel y su caballo Huaso, hacían su último intento… para quebrar el récord mundial de Salto Alto.

Huaso aceleró su marcha. Por tercera vez el obstáculo les salía al encuentro; eran 2 metros y 47 centímetros. Caballo y jinete se elevaron; la gorra de Larraguibel cayó… pero el obstáculo no. La multitud estalló con una alegría incontenible. Eran las 5:59 de la tarde.

El récord alcanzado esa tarde se mantiene hasta hoy, sesenta años después. En todos estos años, este logro ha sido fuente de satisfacción para el Ejército, y fuente de orgullo para todo un país.

Por supuesto, la proeza de Larraguibel no surge por azar; es la consecuencia del esfuerzo, de la pasión y de mucho más. Constituye todo un himno al paradigma afectivo: motivación, esfuerzos, frustraciones, perseverancia, convicción, pasión, valentía, determinación, decisión, penas, alegrías. En las palabras del capitán: "Fue como lanzar el corazón por encima del obstáculo y partir a recogerlo al otro lado".

Es que nada grande se ha hecho sin pasión, sin convicción, sin fuerza afectiva. Larraguibel y Huaso nos aportan su testimonio.

En un sentido genérico, placer y dolor, amor y odio, eros y thanatos, admiración y envidia, generosidad y egoísmo, esperanzas y frustraciones, alegrías y tristezas, altruismo y ambición, han venido movilizando desde siempre la historia del hombre. Sin afectos poderosos, no habría habido un Hitler ni un Stalin; pero tampoco habría habido un Gandhi ni una Sor Teresa de Calcuta.

A la hora de los motivos relevantes, la relación felicidad-afecto ocupa un sitial importante. Al respecto, se ha sostenido que "en la esencia de la naturaleza humana, hay una necesidad de buscar felicidad" (Dalai Lama, 2002, p. 218). Los seres humanos buscan bienestar emocional y felicidad en medio del devenir fluctuante del experienciar. Y los buscan, más como sentimientos que como ideas.

En el día a día de cada cual, sentimientos y emociones aportan el condimento central de lo que es vivir. En una dimensión existencial, puede decirse que los afectos aportan vida a la vida. Y, paradojalmente, en los afectos mismos se nos puede ir la vida: la tristeza puede llevar al suicidio, el odio puede llevar a matar, el amor puede llevar a dar la vida por otros.

Esta dimensión esencial de la dinámica psicológica y de la vida humana – es decir, los afectos ligados a vivencias, motivaciones, emociones y sentimientos – constituirá la temática central del presente capítulo.

Delimitando el Paradigma Afectivo

El paradigma afectivo no ha sido delimitado, en su rol etiológico y psicoterapéutico, de la manera específica en que lo haremos aquí. En los hechos, sin embargo, sentimientos y emociones han ocupado un rol medular en el devenir de nuestros pacientes, y en la práctica clínica de los psicoterapeutas. Sea como síntomas, sea a nivel etiológico o bien al nivel del cambio psicoterapéutico, los afectos se perfilan como protagonistas centrales de nuestra práctica clínica.

Para contextualizar el concepto de respuesta afectiva, es necesario recordar la conexión del paradigma biológico con el área de los afectos.

Puede decirse que la corteza cerebral, en particular la corteza frontal, constituye una especie de modulador del mundo afectivo. La corteza está involucrada en la génesis de emociones, en la postergación de impulsos, en el recoger información, en el recordar, en el pensar, en la toma de decisiones, etc.

Es importante enfatizar el hecho que el cerebro de un ser humano demora algo más de 20 años en alcanzar su peso definitivo, 1400 gramos. Durante los primeros dos años de vida, se presenta el período de mayor crecimiento; desde unos 400 gramos a unos 1000 gramos a los 24 meses. En este período, los impactos emocionales podrían determinar en gran medida la cantidad y cualidad de los futuros desarrollos del cerebro; al menos, es lo que sostienen muchos investigadores y muchísimos psicoterapeutas.

En términos evolutivos, los seres humanos hemos venido desarrollando tres partes del cerebro. El primero en evolucionar fue el cerebro de reptil, el cual regula las funciones básicas de la vida: digestión, respiración, reproducción, metabolismo; y es responsable de la sexualidad primitiva, del instinto de conservación, etc. El segundo en evolucionar fue el sistema límbico, con la llegada de los primeros mamíferos; éste aportó la habilidad para experienciar emociones. Finalmente, evolucionó el neocórtex, el cual nos hace específicamente humanos; posibilita el pensar, la creatividad y el lenguaje simbólico. Nos permite observar nuestras emociones, modularlas y escoger nuestras respuestas; y nos ayuda a controlar nuestros impulsos; el córtex lateral prefrontal, por ejemplo, participa en el control y en la planificación de la conducta.

A medida que las porciones medias del córtex frontal se expanden y se extienden sus fibras hacia abajo – hacia el sistema límbico – los niños van incrementando su capacidad para regular sus emociones y para encontrar caminos para obtener lo que necesitan. Primero a través de otros, y eventualmente por sí mismos. El desarrollo cortical posibilita un mejor control de los impulsos y una mejor administración de los eventos afectivos. Es así como diversos autores plantean que la evolución nos ha venido transformando en menos impulsivos.

De este modo, en el ámbito afectivo, la corteza desempeña un rol relevante. A medida que va madurando, la corteza cerebral va posibilitando un aumento en la complejidad de cogniciones y emociones. Incluso algunas emociones presuponen un cierto desarrollo cognitivo: es el caso de la culpa, la vergüenza, el ridículo, etc.

En las últimas décadas, el estudio sistemático de los afectos ha venido pasando a primer plano: "La revolución cognitiva en psicología ha tenido un efecto predecible; ha traído a los procesos emocionales – que estaban relegados al dominio de lo subjetivo – al foco central de la investigación empírica y teórica" (Greenberg y Safran, 1989, p. 19). Esto no implica desperfilar la dimensión "interna" de los afectos; pero involucra una invitación a precisar conceptualmente en niveles de suyo subjetivos, esquivos y poco accesibles.

En términos conceptuales, lo esencial de un afecto es la energía. Una energía experienciada subjetivamente de una cierta manera, etiquetada y cualificada de una determinada manera; una energía que a su vez tiene un valor motivacional.

Así, la experiencia emocional es un proceso de múltiples componentes, que incluye cambios corporales, vivencias, significados y tendencias a la acción (Greenberg, Rice y Elliott, 1996). De este modo, los afectos integran, en un todo significativo, elementos autonómicos, vivenciales, cognitivos y motores. En la dimensión subjetiva, la persona vivencia los cambios fisiológicos, los interpreta cognitivamente, los asume en distintos niveles de consciencia, y los arraiga en distintos niveles de estabilidad y de profundidad; además, en mayor o menor medida, la persona se siente motivada a actuar. En la dimensión objetiva, se pueden precisar los estímulos desencadenantes, los cambios límbicos, las respuestas autonómicas, los cambios endocrinos, la expresión no verbal y las conductas motoras. En la dimensión temporal, se integra el tiempo de reacción o latencia, y la duración de la respuesta emocional (Opazo, 1984).

La dimensión subjetivaes decir, el experienciar, el interpretar y la tendencia a la acción – aparece como esencial para el concepto mismo de respuesta afectiva. Sin expresión no verbal y sin conducta motora, puede haber respuesta afectiva; sin experiencia subjetiva, no (sea esta experiencia más consciente o menos consciente).

A la hora de sintetizar, una aproximación conceptual a lo que sería una emoción "completa" cursaría así:

"Propongo conceptualizar la emoción como la experiencia subjetiva y consciente de activaciones energético-cognitivas específicas. El componente energético de la emoción emerge de cambios fisiológicos a nivel subcortical y autonómico. El componente cognitivo proviene del etiquetamiento que adquiere la energía en la consciencia. La especificidad de la emoción deriva de los cambios específicos a niveles límbico e hipotalámico, y de los etiquetamientos cognitivos. Así, la respuesta emocional constituye una totalidad integrada, en la que cualquier cambio en sus componentes fisiológicos o cognitivos modifica la emoción. La respuesta emocional – al involucrar energía fisiológica y direccionalidad cognitiva – tiene un valor motivacional" (Opazo, 1988, p. 239).

La respuesta afectiva puede involucrar también distintos grados de consciencia; y, como lo veremos, puede presentarse en un nivel totalmente inconsciente. A su vez, hay emociones tempranas que no requieren de mayor elaboración cognitiva; es el caso de la frustración de una guagua cuando no se le da de comer. Sin embargo, y como ya lo señalamos, emociones como culpa y vergüenza son más tardías y requieren de una mayor complejidad cognitiva (Tangney et al., 1996).

Cada emoción – pena, alegría, rabia, etc. – , es experienciada vivencialmente con una cualidad subjetiva diferente; esto, aun cuando las respuestas autonómicas de las distintas emociones puedan tener un perfil muy similar.

En el caso del estrés, la experiencia subjetiva suele tener un menor protagonismo, en comparación con las diversas connotaciones fisiológicas del estrés. El concepto de estrés hace referencia a un desbalance entre las exigencias del medio y/o las autoexigencias – por una parte – y los recursos de la persona para satisfacer esas demandas, por otra. La persona queda sobrepasada, lo cual genera a su vez consecuencias fisiológicas. Sin embargo, la expresión fisiológica que asume el estrés es diferente para cada persona; es así como el énfasis puede presentarse en el sistema digestivo, en el sistema circulatorio, a nivel neuromuscular, a nivel de las glándulas sudoríparas, etc. En dosis menores y proporcionales al estímulo, el estrés resulta sano, necesario, motivante, aportativo; en dosis excesivas, involucra un alto consumo energético, fuertes impactos en el organismo, y puede traer múltiples consecuencias no deseables.

Para seguir avanzando en nuestro análisis afectivo, pasamos a requerir de otras precisiones conceptuales y de la explicitación de otros conceptos básicos.

La cognición sin afecto es muy infrecuente y el afecto anónimo, sin cognición, es casi imposible; en los hechos, tendemos a dar significado a lo que nos pasa. Aun así, hemos visto que cognición y afecto pueden ser enfatizados de un modo diferencial, y que incluso pueden transitar por vías diferentes (LeDoux, 1986; 2000).

El vivenciar (Lersh, 1962; Remplein, 1968), involucra el darse cuenta, el percibir y el experienciar; todo lo cual puede presentarse con distintos grados de compromiso energético, y con distinto "eco emocional de la experiencia". Más que un sí o un no, más que un todo/nada, las respuestas afectivas tienden a presentarse vivencialmente en un continuo, con distintas gradientes de intensidad, de profundidad, de consciencia y de estabilidad.

Es así como se hace necesario distinguir entre emociones o eventos afectivos, y sentimientos o estructuras afectivas.

Las emociones o eventos afectivos suelen ser repentinos, intensos, pasajeros, y suelen estar muy ligados al estímulo o evento que los desencadena. Si el estímulo es significado como amenazante, es probable que genere miedo; y si es significado como rechazo por parte de otros, es probable que genere vergüenza. El miedo, la alegría, la rabia, la pena, el entusiasmo, la vergüenza, etc., son las emociones típicas. Las emociones suelen alterar disruptivamente la actividad psicológica previa; y suelen generar la necesidad de concentrarse en el evento emocional.

Un sentimiento, esquema afectivo o estructura afectiva, involucra un estado afectivo prolongado en el tiempo; se trata de un hecho psicológico estable, en ocasiones profundo, y menos ligado a estímulos presentes desencadenantes. Típicos sentimientos son el amor, la tristeza, el resentimiento, la envidia, el odio, la admiración, etc. Un concepto central en el paradigma afectivo será entonces el de estructura afectiva; esto debido a que una estructura afectiva activada "determina qué emociones, pensamientos y conductas serán accesibles" (Turk y Peers, 1984, p. 14).

De este modo, y al igual que los esquemas cognitivos, las estructuras afectivas han sido postuladas como centrales a la hora de procesar la experiencia. Y así como las estructuras cognitivas tienden a ser estructuras cognitivo-afectivas, las estructuras afectivas tienden a su vez a ser estructuras afectivo-cognitivas; se podría hablar entonces de una especie de continuo, en el cual la acentuación de los componentes cognitivos y afectivos de las estructuras van variando.

Adicionalmente, algunos autores tienden a hablar indistintamente de afectos o de emociones, sin hacer mayores diferencias conceptuales. Y una estructura afectiva puede estar integrada por diversos afectos o "subestructuras".

Lo más relevante es el rol y la importancia que se le asigna a los afectos. "Defendemos que las emociones son esenciales a la hora de aprehender la totalidad del funcionamiento humano, ya que son reacciones complejas, integradoras, con base organísmica. Aunque se trata de complejos modelos mentales de múltiples componentes, los llamamos esquemas emocionales porque estos modelos, que se forman alrededor de las respuestas emocionales, son los más influyentes a la hora de guiar el procesamiento automático de significados personales" (Greenberg, Rice y Elliot, 1996, p. 23).

En la búsqueda de precisiones conceptuales se van proponiendo algunos énfasis diferentes. Es así como recientemente Elliot et. al. (2004) han venido enfatizando el rol de los procesos – en desmedro de las estructuras – y el rol de las combinaciones emocionales, en desmedro de los esquemas. "Una combinación emocional es un proceso más que una cosa. Un proceso de combinaciones emocionales puede incluir componentes lingüísticos, pero a menudo consiste amplia o totalmente de elementos preverbales (incluyendo sensaciones corporales, imágenes visuales e incluso olores); son también activos y, en último término, están orientados a la acción. Las combinaciones emocionales no están disponibles directamente para el awareness; puede accederse indirectamente a ellas a través de las experiencias que producen" (Elliot, Watson, Goldman y Greenberg, 2004, p. 25).

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