Kitabı oku: «Manual del pensamiento crítico», sayfa 2

Yazı tipi:

Por las anteriores reflexiones posiblemente hoy día sea tan escaso el acto de escuchar, pues nos compromete, más que el monólogo, con la comprensión profunda de nosotros mismos y de los otros. En la escucha se tejen las primeras y más estructurales posibilidades de soledad, silencio, intimidad y atención a la diferencia. Si se quiere ver desde la perspectiva ética, la escucha procede a ser la primera condición para llegar al respeto y la convivencia.

5. Cuidar la intimidad: umbral del pensamiento crítico

Propensos a seguir de manera acrítica los mandatos de las redes sociales, hemos llegado a un punto ciego: nuestra intimidad se feria sin pudor en la internet. El mandato de hoy, siguiendo a Zygmunt Bauman y Leónidas Donskis (2015) es: «Me ven, luego existo». El vacío de sentido, el afán de novedades y la aplastante lógica del consumismo mediático, nos llevan por autopistas en donde estar en las redes es el criterio rector para «sentirnos vivos». Quien no figura en Facebook, Twitter o Instagram es arrojado a un anonimato punitivo. La ordalía de nuestros tiempos y la sociedad confesional de hoy reposan en tales medios de comunicación; en ellas se dictamina el nuevo gobierno de las emociones y el principio del discernimiento ético. ¿Y cuál es el precio a pagar por ser miembro de esta sociedad virtual? La intimidad.

Parece que la exposición de los más personales sentimientos, las experiencias, las ideas y los momentos de la vida personal deben ser publicados para tener «mil amigos». El necesario recato por los secretos es cosa del pasado pues el gran hermano exige la develación, la mostración. Ante una sociedad cada vez más voyerista, el espectáculo de la realidad — denominado reality show— pasa cuenta de cobro a quien se sustrae de sus tentaciones. Nuestra ausencia de las redes se equipara a asumir el destierro. La omnipresencia del yo muestro traza los valores de las nuevas formas de las relaciones humanas. El clásico precepto de Freud, según el cual la civilización es una forma de compensación creada por los individuos para obtener seguridad a cambio de la entrega de una parte sustantiva de su libertad, se mantiene en este escenario virtual. Por supuesto, no se trata de condenar, abolir o destruir estas formas de comunicación masiva, hecho que por demás sería imposible. Más bien, la idea radica en cuidar la intimidad, sopesar el uso de las redes y zanjar una adecuada distancia entre la vida más personal y la pantalla. La mesura, el recato y la privacidad deben ser los ejes de la vida personal más que el libre mercado de la cotidianidad. Por ello, bien vale la pena pulsar hasta dónde se llega, qué se dice y a quiénes. Algo así como volver por una educación de la intimidad, por darle supremacía a aquello que de fondo nos constituye, por cerrar las puertas de la habitación; establecer un claro orden jerárquico que diferencie lo aceptable de lo indebido, alimentar espacios de reflexión y soledad, nutrirse de relaciones más directas y presenciales —claro, estas son más complejas y retadoras— y pensar, con mucho recelo, lo que se va a publicar.

La vacuidad moral, las sofisticadas formas de control a la genuina libertad personal y el eslogan «nada personal, solo cuestión de negocios», nos han tornado progresivamente insensibles a los secretos, a la privacidad. Ante una sociedad cada vez más dirigida por las emociones irreflexivas, las «chivas» y el espectáculo, el pudor —palabra cada vez más extraña— se hace mercancía y trampolín de popularidad. Una subjetividad mal entendida —esto es, vista como mero placer y finalidad en sí misma— se entroniza en nuestra vida personal y colectiva y hace trasvase de lo más recóndito a lo más publicable.

Finalmente, y como el relato breve La rana que quería ser una rana auténtica, de Augusto Monterroso, del afán desmedido por ganarse la aceptación de los otros, solo queda la pérdida de sí mismo.

6. Condiciones del Cuidar la intimidad: umbral del pensamiento crítico

Dado que el pensamiento crítico es una habilidad consciente, sistemática y deliberada para saber qué decidir y hacer basándose en el análisis, la valoración y la proposición implican una educación o formación intencionada. Es decir, todos pensamos, desarrollamos ideas, conceptos y ciertos juicios, pero lo particular del pensamiento crítico es que lo hace sirviéndose de información suficiente, argumentos debidamente sopesados y juicios decantados. Esto parece no estar a la orden del día en la formación familiar, escolar o universitaria; se asume, más por el «sentido común», que puesto que somos humanos, ya pensamos claramente y lo hacemos críticamente; sin embargo, este supuesto es más un lugar común que una realidad, un deseo que una propuesta formalmente llevada a cabo por nuestra sociedad. Es más, podría ser que cuando pensamos repetimos lo que se desea que pensemos, es decir, lo que otros han pensado, lo que quieren que pensemos o lo hacemos sin mayor rigor analítico; empero, pensar críticamente comporta unas características particulares. Pasemos, pues, a definir y caracterizar algunas de esas condiciones de acuerdo con diferentes teóricos, perspectivas e investigaciones.

Sea Dewey, posiblemente, el filósofo y educador que inaugura en la modernidad las relaciones entre educación y pensamiento crítico como «el examen activo, persistente y cuidadoso de toda creencia o supuesta forma de conocimiento a la luz de los fundamentos que la sostienen y las conclusiones a las que tiende» (1989, p. 25). Tal definición, tan precisa y contundente, será enriquecida por la de Robert Ennis:

Pensar críticamente consiste en ofrecer razones a favor o en contra de una posición o una creencia; explicar con claridad y precisión algo que no resulta evidente para los no avezados en el tema. Pensar críticamente es decidir deliberadamente en qué creer o qué no creer, qué hacer o qué no hacer en circunstancias críticas (1987, p. 10)2

Por su parte, otro teórico norteamericano influyente, Richard Paul, agrega:

Pensamiento crítico es ese modo de pensar —sobre cualquier tema, contenido o problema— en el cual el pensante mejora la calidad de su pensamiento al apoderarse de las estructuras inherentes del acto de pensar y al someterlas a estándares intelectuales. (1992, p. 4)

Según lo anterior, las personas que cultivan el hábito del pensamiento crítico llevan una vida más racional, se basan en evidencias lo más objetivas posibles y tienen mayores elementos para pensar, decidir y actuar con criterio a diferencia de quienes no lo hacen así.

Baste recordar a pensadores críticos como Sócrates, Montaigne o Kant, desde la filosofía y el humanismo europeos; a John Dewey, Matthew Lipman, Paulo Freire o Henry Giroux, en lo concerniente a la educación; de organizaciones como Foundation for Critical Thinking o Clacso y, para el caso colombiano, de intelectuales de la talla de María Cano, Arturo Alape, Alfredo Molano, Estanislao Zuleta, Guillermo Hoyos, Mario Arrubla, Orlando Fals-Borda o Gabriel García Márquez, entre otros, de quienes podemos entrever que pensar críticamente es una actitud, un proceso y un compromiso. Actitud en cuanto demanda el deseo de hacerlo, de volver acción la racionalidad analítica y valorativa; proceso, dado que requiere unos pasos3 y compromiso, en términos de que pensar críticamente conlleva asumir posturas éticas e intelectuales claras e independientes.

Y aunque la gama de personas, definiciones y propuestas es amplia, es posible determinar ciertos rasgos comunes del pensador crítico. Según Beyer (1985), este individuo es de mente abierta y criterios amplios; identifica, evalúa y construye argumentos; deriva conclusiones desde evidencias claras; estudia diversos puntos de vista; hace preguntas; emite juicios sopesados; e identifica premisas. Schafersman (1991), por su parte, afirma que el pensador crítico formula preguntas pertinentes, evalúa información, analiza de manera imparcial evidencias, emite juicios basado en pruebas claras y suficientes, establece analogías y diferencias, identifica los problemas y erige soluciones, cuestiona sus propios puntos de vista y actúa desde criterios relevantes. De otra parte, Silverman y Smith (2003) consideran que se es crítico cuando se analizan asuntos complejos y se toman decisiones con sustento, cuando se evalúa la lógica y la intencionalidad de datos, se resuelven problemas desafiantes, se exploran diferentes perspectivas y soluciones, se cuestionan las premisas y se distingue entre opinión y razón y observación e inferencia.

A partir de un énfasis radicado en las habilidades intelectuales, Facione (1998), propone seis grandes: interpretación, que implica comprender y expresar el significado de hechos, eventos, datos, juicios e ideas; análisis, esto es, inferir problemas y propuestas de enunciados, preguntas, conceptos o descripciones; evaluación, que corresponde a valorar la credibilidad de fuentes, enunciados, argumentos y propuestas; inferencia, o la habilidad para identificar y asegurar elementos necesarios y suficientes y de ellos derivar conclusiones razonables; explicación, que comporta enunciar los resultados consecuencia del racionamiento personal, y finalmente, la autorregulación, que indica la capacidad para evaluar y direccionar permanentemente las propias actividades cognitivas. En similar condición, Robert Ennis (2002), considera las siguientes macrohabilidades críticas: centrarse en preguntas, analizar argumentos, clasificar información, juzgar la credibilidad de fuentes, observar, deducir, inducir criterios e hipótesis, juzgar y realizar juicios relevantes, definir términos, identificar premisas no enunciadas o implícitas, razonar a partir de premisas, proceder de manera ordenada o sistemática, tener en consideración la posición o el contexto de otras personas y apropiarse adecuadamente de estrategias retóricas. Estas y otras caracterizaciones del pensamiento crítico pueden conocerse con detalle en el libro: La formación del pensamiento crítico. Teoría y práctica, de Jacques Boisvert (2004).

Ahora bien, las anteriores posturas nos permiten vislumbrar que el pensamiento crítico requiere de, al menos, las siguientes condiciones:

1. Independencia. Un pensador crítico asume la autonomía como manera de pensar. No pretende estar afiliado a una cierta idea, comunidad o movimiento sino que se da a la tarea de analizar por la fuerza misma de los argumentos la validez de un asunto. Lejos del pensamiento crítico están la militancia inflexible, la pertenencia ciega a colectivos, la testarudez o el doblegarse a una ideología o doctrina sin el permanente análisis y la valoración aquilatada. Por ello, el pensador crítico observa con distancia e independencia, actúa sobre evidencias y asume una postura más cercana a la independencia y la soledad que al tribalismo. Así las cosas, pensar críticamente indica el trabajo con la vida interior, con creencias largamente maduradas, con opciones más cercanas a las ideas que a los prejuicios, a las evidencias que a las modas o las conveniencias. Tal rasgo de independencia o autonomía, por supuesto, no raya en la amargura o el ostracismo sino más bien en el sereno escepticismo y en una mente inquieta y abierta, por sobre todo, al juicio de los argumentos. Entre las preguntas que animan la independencia del pensador crítico destacamos: ¿desde qué intereses propios y de otros estoy analizando esta situación?, ¿son verdaderamente independientes los conceptos y juicios que estoy emitiendo?, ¿qué intereses personales o de grupo estoy defendiendo con esta postura? y ¿tienen estos argumentos evidencias suficientes que los avalan?

2. Flexibilidad. Muy al contrario de «cerrar la mente», el pensador crítico está abierto a analizar y valorar argumentos y razones y a validar aquellos que considere los más sólidos y relevantes, incluso aquellos que puedan contradecir sus propios juicios o conceptos. Aunque el pensamiento crítico es un proceso de maduración continúa, pese a que llegar a establecer una postura implica una decantación lenta, un pausado hervor, quien lo hace no asume «hechos concluidos» o «asuntos terminados»; bien al contrario, comprende que en la complejidad de la vida humana siempre se pueden generar nuevas ideas, conceptos, propuestas o juicios y que estos deben ser tenidos en cuenta y sometidos a deliberación regularmente. Entonces, si el pensamiento crítico requiere finas dosis de estudio riguroso de una cuestión, igualmente, incluye generosas pócimas de actitud abierta, de apertura y creatividad. Preguntas que pueden ayudar a concretar esta condición podrían ser: ¿es necesario considerar otros puntos de vista?, ¿cómo sería esta consideración desde otra óptica?, ¿qué se piensa al respecto desde la posición contraria? y ¿hay algo relevante que no haya sido tenido en cuenta en esta discusión?

3. Certeza. Campos (2015) la define como la capacidad indagadora para determinar la validez de una idea, experiencia o juicio con base en pruebas que sean claras y precisas. Es un trabajo intelectual dispendioso para diferenciar lo correcto o válido de lo que no lo es. Aquí se ha de subrayar que el pensador crítico busca ante todo llegar a certezas con base en evidencias y no a conclusiones apresuradas, sesgadas o convenientes. La certeza es una conquista fruto del análisis dispendioso de argumentos, de la contrastación de ángulos relevantes, de la relación y la diferenciación de conceptos y tendencias y de la adecuada comprensión acerca de lo que se está hablando y cómo se está hablando. Llama la atención en esta tercera condición, el hecho de que el pensador crítico debe, ante todo, entender con precisión de qué se está hablando y desde qué intereses se está haciendo. Sea posiblemente la certeza la «prueba de fuego» que permite determinar si se hace pensamiento crítico o no, pues solo con argumentos claros y consistentes, con evidencias que resisten las interpelaciones, con un discurso que evita la vaguedad, la ambigüedad o las generalizaciones, es como se logra ser certero. Interrogaciones para cincelar este aspecto: ¿cómo puedo verificar esto?, ¿estos argumentos tienen sesgos?, ¿el conjunto de evidencias es suficiente, claro y objetivo?, ¿esto vale para otras situaciones semejantes? y ¿puedo diferenciar con claridad la certeza de la conveniencia?

4. Uso adecuado del lenguaje. En consonancia con la anterior condición, el uso adecuado del lenguaje cristaliza, en términos de Herrero (2016), al pensamiento crítico. Lo primero será entender lo que se dice, de qué se está hablando, con claridad y precisión para delimitar el asunto pues «no es posible analizar o cuestionar un argumento si no se entiende» (Herrero, 2016, p. 55). Expresiones como «es evidente que», «como todos sabemos», «como bien se sabe», «estamos de acuerdo en que», «los estudios demuestran» o «las pruebas son concluyentes», aunque dan sensación de certeza, en realidad generan malentendidos y confusiones y llevan a perder certeza e independencia en el proceso crítico. Advierte el mismo Herrero (2016) que tres proposiciones suelen llevar a la vaguedad en el lenguaje: aquellas que incluyen terminología técnica o jergas inadecuadamente usadas, las que establecen comparaciones y las que se afirman en el sentido común. Un trabajo adicional consistirá en entender de qué se está hablando, darse a la tarea de examinar cómo se está hablando de determinado asunto. En esta misma línea, es primordial identificar preguntas retóricas, es decir, aquellas que contienen en sí mismas la respuesta o que son claramente sesgadas. Una alerta más en esto del uso del lenguaje: querer hacer pasar lo admitido como lo cierto y para ello la precisión léxica es determinante. Preguntas bajo este tenor podrían ser: ¿efectivamente de qué se está hablando?, ¿cuál es el asunto, tema o problema que nos convoca?, ¿qué generalizaciones se expresan aquí?, ¿cuáles son los intereses que se expresan? y ¿qué ambigüedades, vaguedades o preguntas retóricas están presentes?

5. Análisis. Definitivamente el pensamiento crítico es analítico: toma las partes de un todo y las divide, las estudia con profundidad, al detalle y con esmero. No da nada por sentado hasta no descomponer el mosaico, hasta tanto no separar las partes del reloj y entender cómo funciona el mecanismo generador. El pensador crítico pasa de la totalidad a las partes y de estas vuelve al conjunto para comprender en un movimiento en espiral y complejo los componentes, las relaciones, las dependencias y los vínculos. Si es en la lectura de un texto, por ejemplo, el pensamiento crítico conoce el contexto, el autor, los movimientos sociales o estéticos que están en juego —el título, los subtítulos, la portada, la contraportada— y luego pasa a cada párrafo hasta regresar a la generalidad. El análisis como movimiento envolvente, de flujos y reflujos, idas y venidas, para comprender las articulaciones de un discurso. Algunas preguntas directrices de esta condición indispensable son: ¿en qué contexto se da el discurso y a qué intereses puede servir?, ¿cómo se relaciona el conjunto con las partes y estas con aquel?, ¿cuáles con los detalles relevantes y qué aportan a la comprensión del texto?

6. Argumentación. No creo equivocarme al considerar que una de las piedras angulares del pensamiento crítico es la argumentación, el cuerpo retórico que se encarga de analizar, validar y elaborar conclusiones y premisas que respalden adecuadamente una postura o tesis. Para el caso que nos ocupa, los argumentos persiguen, ante todo, certeza y solidez más que persuasión, a manera de oraciones enunciativas —afirmativas o negativas— que establecen si una declaración es cierta o falsa. Lo que subyace en el piso de los argumentos es aquello que se quiere demostrar, las pruebas que respaldan una conclusión. Herrero (2016) estipulará como principales los argumentos sobre alternativas —planteamientos sobre disyuntivas para escoger: o esto o lo otro—, el condicional —circunstancias que se requieren para que una conclusión sea cierta—, el causal —causas que originan consecuencias o efectos-, el analógico - comparaciones de hechos, ideas o imágenes— y la generalización —también denominado de ejemplo, que permite generalizar un asunto—. Estos planteamientos se enmarcan en dos formas de razonamiento: la deducción, más encargada de demostrar, y la inducción, que persigue por sobre todo apoyar o respaldar. Igualmente, Herrero afirma que existen cuatro pasos para argumentar: reunir toda la información sobre el asunto, elegir los argumentos principales y de segundo orden, presentar y desarrollar las evidencias para cada argumento y, finalmente, determinar el orden de exposición. Desde otra perspectiva, Nussbaum sentencia que «para desenmascarar el prejuicio y para asegurar la justicia, necesitamos la argumentación, una herramienta esencial de la libertad cívica» (2016, p. 40). Aunque este es un terreno vasto y fértil, podemos cercar el adecuado uso de la argumentación con interrogantes como: ¿cuál es la cuestión sobre la que se argumenta?, ¿cuál es la conclusión que se pretende demostrar?, ¿cuáles son las evidencias que se demuestran y son suficientes, certeras y objetivas? y ¿las pruebas son suficientes y relevantes?

7. Coherencia y relevancia. Este aspecto no atañe exclusivamente al aspecto formal del lenguaje, sino a los contenidos de una enunciación. Me explico: lo comunicado o lo connotado, lo dicho y el mensaje expresado, deben guardar relación con el asunto tratado, corresponder al contexto hablado —coherencia— y arrojar información, argumentos o evidencias adecuadas y suficientes —relevancia—. El pensador crítico se refiere con claridad y certeza a un mismo asunto; evita saltos, generalidades o relaciones impropias; y los datos que arroja al respecto guardan relación con el asunto y son suficientes e importantes para este. Caer en particularidades, en detalles circunstanciales, establecer conexiones forzadas o saltar de un tema o argumento a otro oscurece la coherencia y la relevancia. Tan solo escuchar o leer de primera mano un enunciado nos permite entrever si se habla con claridad de un asunto, si siempre se hace de forma reiterativa y si las relaciones son consistentes e importantes. Un discurso crítico, por tanto, encadena el tema con el problema, las preguntas, los argumentos y las conclusiones de forma ordenada —coherencia crítica— y los contenidos que expresa son los adecuados, suficientes, y brindan información o pruebas aptas. Las preguntas a formular son: ¿el hilo conductor del enunciado es consistente?, ¿cómo se relaciona lo expresado con el asunto central?, ¿se corresponde lo planteado con lo argumentado? y ¿los datos, hechos o argumentos son los más indicados para el tema o el problema planteado?

8. Profundidad. Ajena al pensador crítico es la superficialidad, la reflexión que no parte de la seriedad de una cuestión y la penetra desde distintos matices. Esta condición implica darse el tiempo para establecer todos los matices de una temática y desarrollarlos más allá de los lugares comunes y de las primeras impresiones. Es avanzar, darle fondo o densidad a algo, dejar de merodear por las orillas y sumergirse aguas abajo. De hecho, decir profundidad en el pensamiento crítico, reseña el sentido de tomarse un asunto en serio y moverse de los comentarios o las opiniones a la información y los juicios. Aquí sale nuevamente a colación que el pensador crítico se toma un tiempo para sopesar y busca llegar a las bases o los cimientos de una cuestión; se traslada de una mirada de tonos blancos y negros a una de grises, de complejidades y fluctuaciones que siempre están en la trastienda de todo lo humano. Examinemos las preguntas: ¿qué otras perspectivas no se han abordado?, ¿la información y los juicios aportados están suficientemente desarrollados?, ¿a partir de qué ópticas se consideran los temas? y ¿he logrado ir más allá de las opiniones y los comentarios?

9. Valoración. Sea este uno de los asuntos nucleares del pensamiento crítico. Además de poseer la suficiente información, analizar con detalle las partes y el conjunto y argumentar con certeza y evidencias claras, la valoración constituye una toma de posición en la postura del pensador crítico. Este pensamiento no emerge sin que se llegue a elaborar con claridad un juicio respecto a si algo es válido o no, correcto o incorrecto, claro o confuso, sesgado u objetivo, pertinente o no, adecuado o inadecuado. El pensador crítico debe «cerrar» su ciclo de trabajo en un asunto, estimando, sentando postura clara, con base, por supuesto, en unos criterios que se consideren como los puntos guía para la apreciación. En cuanto al propósito formativo y de participación democrática, la valoración nos permite pasar de ser eco o masa informe a persona con voz propia, a ciudadano que se dice y afirma con criterios y principios. Valorar es tener un lugar propio para convivir de forma activa y propositiva. Entre otros interrogantes que contribuyen a fortalecer la valoración, podemos mencionar: ¿finalmente, cuál es mi posición o postura al respecto?, ¿tal postura o posición se deriva con claridad de unos criterios adecuados? y ¿cuáles razones permiten afirmar que lo expresado es correcto, válido, suficiente, objetivo claro y pertinente y por qué?

10. Proposición. Proponer se considera un último paso porque ser pensador crítico no es solo derrumbar estructuras, demoler imaginarios o muros, arrasar con creencias, sino, por el contrario, someter los asuntos a análisis, valoración y propuestas, con disposición de contribuir a hacer algo superior, vivir de mejor manera, acercarse a ciertos principios de democracia, equidad y tolerancia. Así, la proposición alimenta un pensamiento crítico-creativo que, luego de entrever los problemas, vislumbra las posibilidades y fomenta nuevas rutas o paisajes. Entonces el pensador crítico, luego de esmerarse en estudiar, argumentar y crear, tiende —sin visos caudillistas o proselitismos— a abrir diálogos, mirar desde otras perspectivas, plantear otras alternativas y proyectar otros posibles sentidos. Las interpelaciones para este entramado podrían enunciarse como: ¿qué otros escenarios son posibles?, ¿cómo podríamos considerar u observar este asunto de otra manera?, ¿qué nos enseña o a qué nos invita este proceso de análisis ya desarrollado? y ¿existen otros caminos para ensayar?

7. Descriptores del pensamiento crítico

A la par de las anteriores condiciones propias del pensador crítico, se detallan a continuación los descriptores generales que apoyan el proceso de la criticidad. Como todo, no son únicos ni infalibles aunque permiten soportar con mayor criterio el proceso del pensamiento crítico pues actúan a manera de rutas o derroteros que indican si el trayecto crítico se está dando o no y en qué condiciones. En tanto descriptores, pretenden determinar señales o pistas para que la actitud crítica no signifique un discurso etéreo. Propongo, más en orden de lo didáctico, cuatro clases de procesos y once descriptores que conjugados, superpuestos o escogidos algunos de ellos, allanan el camino de la criticidad. Veamos.

En el orden de lo analítico:

1. Analizar las características constitutivas de un discurso o texto. Corresponde a identificar aquellos aspectos temáticos, argumentativos y formales propios y distintivos de un texto o discurso. Es una fase descriptiva en donde el pensador crítico penetra e identifica aquello característico de su pesquisa. Quien alcanza este descriptor, podrá explicar la naturaleza particular de lo leído. Entre los utensilios de apoyo señalo: describir, subrayados, glosas y esquemas.

2. Identificar las relaciones de un discurso o texto con su contexto y con el contexto del lector. El pensamiento crítico es un proceso emocional y sensible de carácter sistémico más que mecánico, por tanto el pensador crítico va y viene, sale y retorna, otea el paisaje y recorre los senderos. Más que los blancos y los negros, se buscan los grises, los matices y las fisuras de diferentes discursos —del autor y su época, del lector y del contexto de este—. El pensador crítico lee de manera dialógica, acude a las diversas voces para comprender antes de juzgar. A la manera de Jano, tiene la capacidad para observar distintos marcos personales y sociales. Parafraseando a Jullien (2017), el método crítico es un «écart», esto es, un entre, una distancia creativa, una dinámica inacabada, una separación-conjunción que busca relaciones y descubre las tensiones de un hecho o discurso. El pensador crítico entiende que el texto emerge de una experiencia de vida personal puesta en un escenario social y que la lectura, a su vez e igualmente, significa una experiencia de vida personal que sucede en un ámbito histórico determinado. No es otra cosa que moverse entre esas líneas y entre telones. Los utensilios que alimentan este momento incluyen: indagar los momentos históricos de la obra y del propio momento con sus características, intereses e ideologías o imaginarios; explorar las motivaciones y las situaciones del autor y las propias.

3. Establecer semejanzas y diferencias de un hecho, problema o discurso con hechos, problemas o discursos semejantes. Se presenta como resultado del anterior descriptor y apunta a entender cercanías y distancias entre el hecho, el problema o el discurso con otros de su propia época u otras, bajo el entendido de crear escenarios más amplios de análisis, pues un hecho, problema o discurso no existe aislado de otros y las formas en que estos se encaran tienen pasados, hermandades y lejanías. Cuando un tema, un problema o un discurso se someten al pensamiento crítico, se atiende no solo a lo particular sino a las proximidades y las distancias de su propia existencia. Pueden servir a este descriptor unas llaves: cotejar semejanzas y diferencias con textos de contemporáneos y apartados, los esquemas que identifiquen afinidades y coincidencias y oposiciones y controversias. La idea es tener un mapa mental que permita establecer temas, problemas o discursos parecidos y contrarios para luego juzgar con mayor rigor y conocimiento. Al cerrar este aspecto, el pensador crítico puede, con elementos de juicio, localizar núcleos temáticos y problémicos comunes y opciones muy particulares.

4. Identificar la tesis y la postura ideológica del discurso o el texto. A manera de cierre de lo analítico, el pensador crítico ya posee un cierto capital cultural para inferir la postura del objeto de estudio —qué quiere defender— y erigir los intereses a los que hace eco. Entonces, sobre esta fase, el pensamiento crítico se torna agudo, punzante; descubre las motivaciones intrínsecas y las intenciones —las razones inherentes— de un discurso. Sabrá, por ejemplo, si una supuesta objetividad o neutralidad es un sesgo bien documentado o si una apología aparentemente a favor de un hecho «justo» realmente disfraza una tentativa acomodaticia de un cierto impacto social. Veamos algunos instrumentos para enriquecer este descriptor: las afirmaciones explícitas e implícitas y las formas de argumentación incluidas en el discurso; las insistencias o reiteraciones; y los lugares comunes asumidos como verdades claras y justas o ejemplos en los cuales sea evidente lo que de fondo se quiere demostrar o defender en el texto o el discurso.

En el orden de lo valorativo:

5. Caracterizar la validez y consistencia de los argumentos que sustentan la tesis o la postura ideológica de un discurso o texto. Este descriptor, muy en particular, le da mayor posicionamiento al pensador crítico e inaugura propiamente la fase valorativa: es el lapso para estipular si los argumentos de autoridad, causa-efecto, analogía —por vía del ejemplo—, deductivos, inductivos o testimonios, por citar algunos, son en realidad objetivos o certezas que no dependen de quién los enuncia, sino del hecho en sí mismo. Son pertinentes, adecuados a la tesis o postura ideológica y tan suficientes que con ellos basta para dejar firme una posición, o por el contrario, no cumplen con el rigor requerido para asumir posturas. Preguntas útiles en esta quinta subfase: ¿quién testimonia y desde qué intereses?, ¿qué fuentes de autoridad más allá de las querencias del autor son adecuadas?, ¿qué falacias o contradicciones? y ¿qué debilidades se hallan en el cuerpo demostrativo?