Kitabı oku: «Manual del pensamiento crítico», sayfa 3

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6. Esclarecer los sesgos, los intereses o las ideologías que subyacen en un discurso o texto. Paralelo al anterior, este descriptor lleva a configurar el cuerpo de tendencias y sesgos del discurso, el cual inicia en la tesis pero se extiende a todo el sistema estructural. Aquí se trata de identificar esos intereses particulares que mueven la tesis y las ideas; asuntos muy propios que defiende el autor o discurso o valores de un grupo o momento cultural que abierta o subrepticiamente promueven el texto, bajo el entendido de que todo texto posee un pretexto y toda postura representa, de cierta manera, una impostura. Para citar un ejemplo, el sesgo de ideal de justicia caballeresca se superpone al de justicia pragmática en los valores que mueven a Don Quijote o cómo la esfera de lo individual siempre está supeditada a lo social.

¿Cuáles son los apoyos, pues, con los que el pensador crítico puede contar? Citas de autoridad, datos ampliamente demostrados, estudios o estadísticas. También ideas, valores o hechos que se consideran como modelos en el texto.

7. Establecer los impactos sociales de un discurso o texto. Ya la lectura puede pasar en este descriptor de lo intensivo a lo extensivo. Dicho de otra manera, de ver las influencias del discurso en el momento histórico en el que se dio y a los posteriores, incluido el del propio pensador crítico, pues un discurso, si tiene impacto, trasciende, no se queda en su propia esfera discursiva, sino que algo toca de su época o de otros períodos. Avíos de los que puede servirse el pensador en este sentido: qué críticas o comentarios produjo el texto, quiénes lo imitaron y censuraron, cuáles de sus ideas o tesis pueden rastrearse —esto sí que es valioso— en otros espacios.

En el orden de lo propositivo:

8. Elaborar una postura personal argumentada y con criterios definidos frente al discurso o el texto. El pensador crítico educa su emocionalidad, refrena el afán discursivo y contiene las diatribas. Más bien y genuinamente, se ocupa de pensar y repensar, de cotejar, de escudriñar evidencias, certezas, pruebas desde las cuales emitir un concepto que va más allá de su subjetividad para evaluar y aportar a una idea, problema, debate o discurso. Este descriptor hace las veces de mayoría de edad del pensamiento crítico, pues aquí no es tanto quién habla, sino qué se juzga, qué se propone y bajo qué parámetros, que a su vez impelen a elaborar un listado de discernimientos y principios considerados como los más sólidos para pasar luego a los veredictos y las apuestas. Las herramientas que alimentan una postura personal argumentada se resumen en preguntas como: ¿qué principios son los más adecuados para elaborar un juicio?, ¿esos principios son pertinentes y suficientes?, ¿mi valoración del texto tiene evidencias claras y suficientes? o ¿qué puedo proponer en orden al marco de lo que estudié o leí?

9. Proponer, planear y ejecutar acciones razonadas y pertinentes para transformar o mejorar una situación problémica determinada. Considero que un pensador crítico no solo es un agudo analista de la cultura sino una persona sensible a todo aquello que atente contra la dignidad y el florecimiento de lo humano —término que retomo de Nussbaum, 2015—. El pensador crítico hace de su pensamiento un medio para conocer, examinar, tasar y proponer con sentido ético y de trascendencia. No se trata, entonces, de quedarse en los manifiestos —por lúcidos que sean— o en las pirotécnicas del lenguaje —por atractivas y conmovedoras que resulten—, sino de emplearse a fondo para evidenciar o sacar a flote una crisis de lo humano e indicar un posible camino, una ruta tentativa para erradicarlo o hacerlo menos indigno. De hecho —y es mi sesgo—, pensar críticamente viene a ser una postura que abre horizontes, que genera sentidos, abre expectativas y sugiere rutas. Todo el andamiaje de los ocho descriptores anteriores solo adquiere valor cuando se aporta algo, cuando se considera que ante un estado de cosas susceptibles de mejora es factible abrir posibilidades nuevas. Pensar críticamente es optar por un posible mejor vivir. De los pertrechos para esta punta de lanza señalemos: ¿cuál es el problema o la condición que empobrece nuestra humana condición y qué distintas alternativas podemos pensar y proponer para mejorarlas? y ¿qué ideas, programas o acciones podemos emprender o sugerir para darle un nuevo sentido a esto?

En el orden metacognitivo:

10. Examinar el propio razonamiento llevado a cabo en un proceso crítico concreto y determinar sus fortalezas y aspectos de mejoramiento.

Quien más se somete a juicio es el propio pensador. Más que evaluar un texto, idea o hecho, son estos lo que evalúan a aquel. Por lo mismo, resulta indispensable que el pensador se estime, que someta su propio razonamiento a una evaluación que estipule qué se hizo bien, qué es sólido y qué es débil; qué requiere mayor consistencia para la nueva empresa crítica. Aquí una lista de aciertos y desaciertos bien puede ayudar. En similar condición, son evidencias de precisiones y vaguedades.

11. Establecer y aplicar un proceso o ruta de pensamiento crítico que permita mejorar conflictos humanos del contexto local, nacional o mundial. Este descriptor alude a un hábito crítico, a una conducta rutinaria de empresa mayor pues se refiere a crear u optar por unas ciertas pautas comunes que funcionen para el pensamiento crítico. Considero que dicha conducta se logra, haciendo acopio de los aciertos y los errores y de la elaboración de una ruta que pueda funcionar para la mayoría de problemas, temáticas o discursos a abordar en un futuro. Este descriptor puede ser más la labor de un intelectual avezado, de un lector asiduo o de un docente dedicado y convencido de las bondades del pensamiento crítico.

8. Una caja de herramientas del pensador crítico

Al igual que las condiciones y los descriptores del pensador crítico —tratados en los dos ensayos anteriores— la caja de herramientas4 del pensador crítico puede ser variada, disímil y más o menos eficiente, pero se trata de que quien desarrolla criticidad conozca algunos de sus utensilios y elija los que más le convengan.

Observemos la siguiente caja de herramientas:


A continuación, presentamos la caja de herramientas en detalle.

Herramientas actitudinales

1. Tiempo. Se refiere a la condición inicial y transversal de todo pensador crítico: darse, proveerse de tiempo para pensar. En una época como la nuestra, marcada por el afán, la inmediatez, la novedad y el vértigo, el pensador crítico asume una resistencia activa: pensar, repensar, someter a examen detenido algo que merece la pena ser analizado, valorado y resignificado. El tiempo es el aliado de quien asume la postura ético-intelectual de la criticidad pues es un proceso de lectura crítica o de escritura argumentativa; por ejemplo, demanda tiempo para reflexionar, buscar fuentes, elaborar criterios de valoración, establecer perspectivas, decantar intereses y asumir con argumentos una postura determinada. Particularmente, en el ámbito educativo, se refiere a generar hábitos y estrategias que promuevan el pensamiento crítico a través de acciones puntuales y regulares de pensamiento en el aula misma; algo así como hacer del aula un espacio regular y permanente para analizar y valorar temas, sucesos, textos y problemas, lo cual lleva a proponer unidades didácticas y planeaciones de asignatura más centradas en rutinas de pensamiento5, en investigaciones y proyectos colaborativos que en el consumo rápido de temas.

2. Paciencia. Es la herramienta actitudinal cercana a la forja del carácter y que connota el dominio de la inmediatez y el fragor de dar resultados rápidos a cualquier precio6. La paciencia nos invita al reposo, la contemplación, la mesura y a postergar el impulso emocional; a canjear las invitaciones y las seducciones de lo rápido por el don de mirar con detenimiento, de observar con atención y de escuchar con inquietud, los cuales, especialmente en los primeros años de vida, no resultan atractivos, pero vienen a configurar el análisis y el criterio. La paciencia, dada en cuotas generosas de tiempo, se torna en nuestros días, en una virtud ineludible si de vivir mejor y de ser más tolerantes se trata. Para el caso de la educación formal, se puede ir desarrollando por medio de preguntas y proyectos que a manera de espiral ascendente vayan bordeando un asunto que sea de particular interés para los niños o jóvenes, recordando que la paciencia se enseña con paciencia.

3. Revisión continua. Se entiende como una persistencia, un examen asiduo que no se deja llevar por el derrotismo o el triunfalismo ingenuo sino como una cierta habilidad para someter las cosas a escrutinio continuo buscando evidencias que siempre serán susceptibles de ser revisadas; como la actividad propia de la criticidad para la cual las cosas no se dan en blancos y negros sino en matices que nos llevan progresivamente y con dedicación a comprender en mayor profundidad un cierto aspecto al que nos dedicamos. La revisión continua es una herramienta de la actitud para sospechar, preguntar, investigar, analizar y proponer de manera permanente y habitual. En el caso de la escuela o la universidad, viene a ser una condición que se modela desde el ejemplo del docente y promueve la inquietud por la sospecha, por las preguntas abiertas que demandan respuestas con evidencias, por la búsqueda de diferentes ópticas para leer un texto, observar un video, escuchar un discurso o entender ideas o hechos de una comunidad. Es algo así como que darle vueltas a un asunto desde distintos vértices para «no tragar entero».

4. Escuchar el otro lado de la versión. Y como de «no tragar entero» se trata, se entiende que cada versión se enuncia con un cierto interés, por tanto, el pensador crítico asume una actitud flexible: se da a la tarea de recoger, de escuchar la otra versión, las otras versiones; de mirar el otro lado de la luna para comprender los movimientos de la tierra. Quien tiene por costumbre escuchar con las dos orejas puede hacerse con mayor fortaleza a un criterio propio, lo cual precisa tomar cierta distancia, no dejarse afectar rápidamente por una sola versión, postergar el ímpetu de arrojar juicios cuando se tienen apenas prejuicios. En la vida escolar, al menos, se refiere a llevar al estudiante a leer otra perspectiva del mismo hecho, a consultar otros autores, a preguntarse: ¿qué punto de vista tienen otras personas?

5. El sano escepticismo puede ser, entre otras, una herramienta actitudinal de apoyo importante en la medida en que nos permite no asumir derrotismos o esperanzas sin mayores evidencias. Postergar el afán de perder o ganar el debate y entender mejor que las cosas poseen ritmos que las transforman y que nosotros mismos podemos tener nuevas evidencias mañana, o que lo que hoy se da como hecho incuestionable puede ser en otro momento revisado —como de hecho ha ocurrido con la historia misma de la vida social de la humanidad—. El sano escepticismo enseña a observar con sospecha, vigilar con recelo, no dar por cerradas y concluidas de manera apresurada las discusiones.

Herramientas medológicas

1. Diccionario etimológico e ideológico. Estos representan dos capitales culturales básicos del pensador crítico. El primero permite dirigirse a la raíz y las transformaciones de una palabra o concepto; entender de dónde surge, qué familias componen un término y cómo ha ido su desarrollo. Con un diccionario etimológico se adquiere acceso a la historia del pensamiento y, dado que de tener evidencias se trata, por ello, recorrer los sentidos y cambios de un término nos ayuda a comprender los matices de un tema, argumento o perspectiva. El diccionario ideológico, por su parte, nos permite entender espacios mayores de sentido pues indica las zonas ideológicas o concepciones en las cuales se mueve un concepto o locución. Este tipo de diccionario, en particular, es un museo dinámico para la suspicacia y las relaciones dado que nos lleva a situarnos ante imaginarios de un momento social. Uno y otro resultan, entonces, útiles para darle precisión al pensamiento y al lenguaje de la criticidad7.

2. Subrayados. Posiblemente, esta sea la herramienta de carácter metodológico más utilizada, pero, en muchos casos, es una de las menos cualificadas. Me explico: en más de una ocasión se subraya o se resalta información sin mayor criterio, porque la idea nos gusta, porque puede ser una «idea principal» —¿respecto a qué?—, porque es una crítica interesante, porque es una palabra desconocida, etc. El hecho cierto es que subrayar significa una técnica del pensamiento crítico que se aprende con el uso y, primordialmente, para diferenciar información: ideas eje, tesis, argumentos, información de apoyo o vacíos y, en lo posible, con dos o tres colores o códigos visuales distintos de manera tal que cuando se vuelve a lo leído el cerebro-ojo ya tiene discriminada la información plana en piso y con ello puede procesar con mayor claridad y criterio un texto. En la educación formal este debería ser un trabajo reiterado y permanente de todos los docentes y en todas las asignaturas en los ciclos básicos con la finalidad de incorporar o volverlo como una estrategia mecánica e indispensable del buen pensador.

3. Glosas. Proveniente del griego glôssa, traduce palabra que requiere explicación; en latín glossa alude a texto obscuro. Se refiere a aquellas palabras o comentarios breves que escribimos al margen o al final de una página y que pueden ser de síntesis o diálogo con el texto, bajo el cometido de aclarar, destacar o debatir algo de lo que se está leyendo. A la manera de los monjes medievales, un lector es un buen glosador de textos pues está en tensión y coloquio con la hoja o con la pantalla. Y aunque para algunos puede sonar irrespetuoso con el texto, lo considero un dispositivo de criticidad que obliga al lector a estar atento, a entablar debates con el párrafo o la hoja. En la escuela o la universidad, un buen repertorio de glosas, unido a los subrayados, nos abren la comprensión y el análisis y nos preparan para los momentos de las valoraciones y las propuestas.

4. Preguntas abiertas al texto e hipótesis progresivas. Un pensador crítico es un lector de oficio que asume, digamos, una idea, hecho o discurso como una escena del crimen, en donde todo se debe observar con lupa, detalle y escrúpulo. Valgan aquí las enseñanzas de Arthur Conan Doyle, Charles S. Peirce o Umberto Eco, quienes hicieron de la lectura abductiva un nuevo escenario pertinente y enriquecedor para todo aquel que indague con minucia un hecho social8. Posiblemente en las preguntas y las hipótesis radique el núcleo del asunto crítico: indagar, sospechar, inquirir, no darse por satisfecho con nada, buscar las fracturas de lo evidente, atreverse a rearmar los casos… En estas dos estrategias de la caja de herramientas se pueden tejer los hilos de quien pretende asumir criticidad y que resultan particularmente tan necesarias en docentes y estudiantes para que más que transmitir o reproducir contenidos e den a la tarea de distanciar, repensar e inquirir problemas y discursos.

5. Fichas de lectura crítica. Una ficha de lectura crítica es un instrumento de carácter metodológico y didáctico para guiar un proceso crítico. Aunque la aplicación de fichas de lectura no es novedosa en absoluto, de todas formas es posible agregarla a una caja de herramientas del pensador crítico y elaborarla en momentos puntuales, con una particularidad: que la ficha de lectura crítica ordena y dirige la intencionalidad formativa del proceso crítico. De hecho, la ficha de lectura crítica aplicada con regularidad genera una cierta actitud y predisposición analítica y valorativa hacia lo que se observa, escucha, lee y escribe. Por tanto y como todos los utensilios aquí referidos, corresponde más al criterio de quien la suministre para lograr su efectividad.

Dejo a manera de propuesta una ficha de lectura crítica para ser replicada o adaptada en el ámbito educativo. Los numerales 1 al 6 enfatizan el proceso analítico del texto o discurso; los numerales 7 al 9 el orden de lo valorativo y el 10 el aspecto metacognitivo. El numeral 11 cierra con las reflexiones, comentarios y valoración que hace el docente como guía.

Caja de herramientas del pensador crítico

Ejemplo de Ficha de lectura crítica

Nombre estudiante:

Semestre/curso:

Fecha de presentación:

Temática:

No. Ficha:


1. Datos de la obra/revista (título, editorial, ciudad, año, volumen, n.º de páginas)
2. Autor (biobibliografía y filiación)
3. Palabras clave (solo enunciadas)
4. Ejes temáticos (enunciar y describir cada uno)
5. Tesis (describir con brevedad y precisión la tesis o la postura del autor respecto a la temática central)
6. Estructura argumentativa o desarrollo formal del texto (explicar cómo está argumentado o escrito el texto).
7. Implicaciones de la tesis para el contexto histórico de la obra y para el actual
8. Valoración del texto (valoración argumentada del texto. Aciertos y limitaciones del texto explicados)
9. Postura crítica personal sobre el texto
10. Autoevaluación del proceso llevado a cabo:Fortalezas (con evidencias)Aspectos de mejoramiento
11. Observaciones al proceso de elaboración de la ficha por parte del docente:

6. Ordenadores gráficos. Este instrumento de la caja de herramientas puede servir de cierre del proceso metodológico en cuanto logra recoger los pasos anteriores y configurar, apoyándonos especialmente en los subrayados, glosas y fichas de lectura crítica, una visión de síntesis o panorámica de los aspectos centrales de lo que se analizó. Un ordenador gráfico apunta a representar los aspectos sustantivos de un texto o discurso en sus niveles temático —ideas centrales o ideas eje—, formal —manera como se armó el discurso—, ideológico —tesis, argumentos e intenciones— e impactos —en qué se afectó el momento social en el que se dio el texto o el discurso y las condiciones culturales del lector—. Aunque los ordenadores varían según lo que se solicita y el grado de complejidad exigido, lo cierto es que esquemas del tipo llaves, flechas, diagrama, desarrollo, mapa conceptual o cadena de secuencias9 pueden ser altamente efectivos para el objetivo de representar conceptos sustantivos de un proceso de análisis crítico.

7. Diálogo con otros lectores, como un instrumento metodológico de apoyo a los arriba descritos, este tipo de interacción permite que se abra la comprensión, se multiplique la perspectiva y se tengan en cuenta ideas, valoraciones o tendencias no vistas por un solo lector. A manera de comunidad de lectores, es posible propiciar diálogo y debate sobre lo que cada persona observó en su análisis. Inquietudes como qué aspectos centrales analicé, qué aspectos del texto o discurso son claros y cuáles no, a qué intenciones responde el texto o el discurso, cuál es su tesis y cómo la desarrolla o qué impactos propone, allanan el camino para la dialogicidad, que, en términos de Paulo Freire (1975), es la esencia de la educación como camino para la libertad y la autonomía, ambas metas indeclinables del pensador crítico.

8. Tesauro del pensamiento crítico. Recordemos: un tesauro es un conjunto ordenado de conceptos capitales de una temática o disciplina. Se refiere a un compendio de aquellas categorías básicas, necesarias, pertinentes o propias de un cierto campo del conocimiento. En tal sentido, términos como tesis, intencionalidad, argumentos, propósitos, implicaciones o efectos sociales, pueden ser entradas permanentes de un tesauro del pensamiento crítico, puesto que están presentes en la naturaleza propia de la criticidad. A estas entradas generales habrá que sumar otras específicas del texto o el discurso particular que se haya trabajado. Por ejemplo, en un tesauro del pensamiento crítico referente a una novela como El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez, podrían estar presentes y desarrollados críticamente términos como gallo, esposa, toque de queda, alcalde, espera, esperanza o guerra de los Mil Días, entre otros. Cierro este acápite precisando que un tesauro no es un resumen de palabras clave, sino la selección, la interpretación y la valoración de ciertos términos afines a la criticidad a los cuales el pensador crítico se dedica.

Herramientas conceptuales

1. Información sobre el autor y el contexto de la obra. Fortalecer el orden de lo conceptual, es decir, la organización de conceptos y categorías para comprender y analizar, requiere de la consecución de información de base, poseer un cierto capital cultural para valorar y proponer con mayor criterio. Así, se requerirá y es necesario estar informado sobre quién es el autor de la obra, sus ideas, valores y los hechos o las ideologías le dieron norte a su trabajo. Será imperativo llevar a cabo pesquisas relacionadas con su forma de vida, su pensamiento, los valores que determinaban las relaciones humanas, las instituciones imperantes en la época y lo que dice o propone el autor frente a ellas. En otros términos, es recomendable extraer etnografías del momento sociocultural para adquirir un horizonte de sentido más amplio sobre el texto o el discurso, pues este no es neutro y siempre responde, por resistencia o aceptación, a un cierto estado de cosas. Para el escenario educativo resulta bien necesario, en especial porque, al menos en Colombia, hemos ido perdiendo las perspectivas y las memorias históricas, en razón de que oficialmente impera una mirada de nuestros procesos y conflictos sociales y porque el pensador crítico no puede darse el lujo de ser un replicante ingenuo de una sola voz o mirada. Muy especialmente, desde la infancia, se trata de alimentar la idea, no tanto de la condición humana como de la del «devenir humano» (Jullien, 2017) —una categoría fuerte, dinámica, sistémica y propositiva— y erradicar esa tan peligrosa y hegemónica concepción de la verdad, la historia.

2. Tipologías discursivas. El término tipologías engendra ya discrepancias, tanto como el de géneros, pero aquí y para efectos comunicativos, por tipologías me refiero a aquellas formas discursivas estandarizadas propias de un cierto campo o disciplina y que poseen sus condiciones particulares. Es posible clasificarlas según disciplinas, intenciones o procesos; pero lo que me interesa resaltar de esta herramienta es que, más allá de las clasificaciones, lo básico es contar con un arsenal de tipos de discursos, al menos en cuanto a su intención —informativa, investigativa, argumentativa y estética— para entender desde qué punto de vista se habla, qué se pretende afirmar y la manera como se hace. El solo hecho de optar por una tipología y descartar otras ya es un juicio de valor, una acción premeditada, intencional, que busca responder a ciertos intereses. Para continuar con la taxonomía de tipologías, teniendo en cuenta su intencionalidad, habrá un campo de lectura crítica fértil si leemos el texto desde lo que se propone: informar, investigar, demostrar o recrear; claro, vendrá entonces el bisturí para identificar qué se quiere informar y por qué; qué investigar y con qué pretensión; qué argumentar y cómo y qué recrear; cómo y con qué efectos llevar a cabalidad dicho ejercicio. Para el caso de la educación, conjuntamente a enseñar las características de un tipo de texto o discurso —con un claro objetivo normativo y disciplinar—, habría que agregarle el de la intencionalidad, con un preciso interés crítico.

3. Tipos de argumentos. Esta sí que es una herramienta conceptual ineludible que un pensador crítico debe dominar: se refiere a las formas como se elabora un proceso de convencimiento mediante cierto tipo de evidencias. Al menos, requiere conocer y evaluar argumentos de autoridad —fuentes que son social o disciplinariamente reconocidas como fiables—; la causa-efecto; la analogía, por vía de ejemplos —deductivos, inductivos o testimonios, por citar unos—; así como determinar su nivel de certeza, pertinencia y suficiencia10. La argumentación viene a ser una herramienta de trabajo nuclear y transversal tanto para configurar de manera ordenada y suficiente una postura como para examinar qué se nos dice y si aquello posee nuestra aprobación o no.

Llegando a mayor detalle en esta división, tengamos presentes estas otras:

 Manejo de fuentes y fiabilidad de fuentes consultadas. Un pensador crítico toma ciertos procesos de la investigación y los hace suyos. Uno de estos es el acceso a fuentes de información y los criterios para su uso. Las fuentes son documentos que arrojan información de primera mano —actores o testimonios directos del momento o período— o secundarias —interpretaciones que se han hecho de esos actores o testimonios—; historias vivas, voces diversas que hablan desde distintas perspectivas, materias primas que sirven para «armar el sentido» de una determinada acción o suceso, que se clasifican en escritas, iconográficas y orales y están subdivididas en memorias, cartas, entrevistas, autobiografías, discursos, audios, documentales, películas, noticias, crónicas, obras literarias o pictóricas, revistas, libros o artículos, para citar las más usadas. Es necesario resaltar aquí dos aspectos:

(a) que el pensador crítico pueda en lo posible tener el mayor acervo de fuentes directas y

(b) que sopese cuáles de ellas ofrecen mayor certeza y suficiencia para comprender, analizar y valorar una cuestión.

 Enfoques culturales. Estos vienen a ser mapas mentales, brújulas que un pensador crítico va elaborando sobre una sociedad, proceso, texto o discurso a partir de los entramados ocultos que le dan origen y dirección. Los enfoques culturales hacen las veces de paradigmas o puntos de vista más aceptados por un grupo humano en un espacio-tiempo concreto. Por ejemplo, un enfoque cultural predominante en la época actual es el valor de la productividad y el trabajo; una perspectiva que nos rige mayoritariamente tanto en lo personal como en lo colectivo con un impecable acento en la rentabilidad, las ganancias financieras, el ahorro, la eficacia, la excelencia y la competitividad. A diferencia de otras épocas, como por ejemplo la medieval —preburguesa y preindustrial—, la nuestra vuelca su energía sobre el consumo y el endeudamiento11. Lograr identificar un enfoque cultural nos permite movernos con criterios más analíticos en los textos que leemos. En similar condición, un pensador crítico termina siendo un fino observador y analista de los fenómenos sociales y un agudo cuestionador de los enfoques culturales que vienen a ser esas fuerzas vivas en tensión sobre las que nos movemos.

Herramientas de valoración

1. Criterios de valoración claros y suficientes. Partamos de un principio: cada acto de valoración que se hace sucede desde un cierto punto de vista. Lo que se dice de algo se expresa desde un cierto lugar, el espacio de mira de quien juzga y, por lo tanto, se debe ante todo tener claridad acerca de la óptica desde la que se emitirá un juicio. Tal mirador se comprende como los criterios, las pautas o las normas que sirven de base para expresar calificaciones sobre un asunto. A guisa de ejemplo, quien concibe el arte como armonía de formas, posiblemente considerará que el arte abstracto no es arte o que es una manifestación estética menor, lo que nos permite entender que los criterios son los que determinan los juicios y que, por lo mismo, un pensador crítico exige hacer el balance con sus criterios o lugar de observación, buscando configurar con flexibilidad y evidencias apreciaciones que no estén tan atadas a su subjetividad. Bajo el precepto aristotélico del justo medio, la idea es lograr establecer juicios más allá de lo puramente personal o de lo socialmente aceptado, asumiendo, de todas formas, que valorar es interpretar desde un horizonte y que la valoración per se no puede ser totalmente objetiva. Un ejercicio pertinente para emitir juicios más ponderados es que con antelación logremos verbalizar lo que consideramos bueno o bello, tanto para nosotros como para nuestro imaginario social y, de esa manera, tomar cierta distancia y transitar con algún equilibrio entre los prejuicios y los juicios informados. Algo más para el cierre de este apartado: juzgar no necesariamente es ver todo positivo o negativo sino entender lo positivo y lo negativo en diálogo con nosotros y con los contextos en donde ocurren los sucesos.

2. Evidencias de la valoración. Una herramienta útil para valorar con cuidado y buen juicio es hacerse a evidencias que sean suficientes, certeras y pertinentes —ajustadas al caso—. Las evidencias son muestras recopiladas con esmero ya que su raíz latina evidentia aduce claridad y visibilidad; son acerbos de pruebas incontrovertibles y sin mayor sombra de duda. Así, tenemos evidencias físicas —materiales, mapas, fotos, videos—; documentales —textos—, testimoniales —lo que testigos de primera mano expresan—; de aptitud —formas de actuar o reaccionar—; de conocimiento —dominio de un campo determinado—; o de desempeño —idoneidad de ciertos productos o acciones frente a ciertos criterios—. Lo que podemos resaltar en este aspecto es que para fundar un juicio son imperativas las demostraciones que, más allá de quien lo dice, lo reafirmen y que lo mostrado hable por sí mismo.

3. Postura personal argumentada. Como consecuencia de las dos anteriores herramientas, esta cierra el ciclo de la valoración, al invitar al pensador crítico a elaborar un relato argumentativo que dé cuenta de sus criterios de valor, sus evidencias y sus posturas, de manera ahilada, suficiente y coherente. No es meramente decir qué se piensa de algo, sino desde dónde se piensa, con qué pruebas se hace y desarrollar en consecuencia las ideas expuestas. Ya sea de manera icónica, oral o escrita, lo que se subraya es la importancia de pasar de la opinión y la idea fragmentada al cuerpo expositivo cohesionado. Aquí es donde el pensador crítico debe demostrar su sapiencia: si su punto de vista es claro, demostrado y bien desarrollado, estará en el umbral de la criticidad; ya cosa diferente será si los demás comparten su perspectiva.

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