Kitabı oku: «América ocupada», sayfa 7
CAPÍTULO 2
Remember the Alamo: la colonización de Texas
El estereotipo del texano con botas de altos tacones, sombrero blanco y actitud bravucona simboliza para la mayoría de los mexicanos y otros latinoamericanos todo lo que era y sigue siendo malo en Angloamérica. Su traje, por ejemplo, representa el robo de la tierra y el patrimonio de los vaqueros (el cowboy mexicano). En realidad, el cowboy angloamericano aprendió su oficio e imitó el traje del vaquero mexicano. Además, el cowboy texano está estereotipado como un bravucón rudo y agresivo que odia a los mexicanos. En resumen, se ha convertido en el estereotipo no solo de la colonización de Texas y el suroeste, sino también de la colonización económica angloamericana de toda Latinoamérica. Los sentimientos individuales con respecto a los anglo-texanos son intensos y, muchas veces, se traducen en sentimientos de odio ciego. La expresión de esos sentimientos es a menudo bastante cruda, como, por ejemplo, en el dicho: “Viertes agua caliente sobre un anglo-texano y obtienes mierda instantánea”. Indudablemente, el legado de la conquista provocó esta actitud, pero el amargo conflicto entre los anglos y los mexicanos en el territorio ocupado ha aumentado la animosidad.
Como analizamos en el capítulo 1, las hostilidades texano-mexicanas no terminaron después de 1836. México se negó a reconocer la República de Texas. El problema de los prisioneros de guerra seguía candente. Según el historiador texano T. R. Fehrenbach: “El trato dado a estos soldados era vergonzoso según cualquier norma y generalmente ha sido ignorado por los historiadores norteamericanos. Cualesquiera que fuesen las indignidades de Santa Anna, no se debieron a Juan Nepomuceno Almonte, a su estado mayor o a los soldados rasos a las órdenes del presidente. Muchos murieron en cautividad y, eventualmente, todos fueron repatriados en malas condiciones”.1
La cuestión de las fronteras también seguía siendo un problema. Los texanos exigían que la república incluyera toda la tierra hasta el río Grande, mientras que los mexicanos decían que la frontera estaba en el río Nueces. En los años siguientes, el territorio entre estos dos ríos siguió siendo disputado. Mientras tanto, aumentaba la inmigración angloamericana a la República de Texas. Para escapar a la discriminación de los anglos, cuyo chauvinismo se había intensificado con la victoria y que seguían considerando a los mexicanos como enemigos, estos se vieron obligados a avanzar cada vez más hacia la porción intelectual de la nueva república. Un número importante de ellos se estableció en los territorios disputados.
En los años anteriores a la anexión por Estados Unidos, los texanos combatieron activamente a los indios y también lanzaron su ofensiva diplomática contra México. El presidente Mirabeau B. Lamar soñaba con expandir la república, y en 1839 y 1840 aprovechó los problemas de México con Francia. Presionó para llegar a un arreglo en la cuestión fronteriza, ofreciendo a México 5 millones de dólares si aceptaba el río Grande como frontera territorial. En 1841 intervino en los asuntos internos de México firmando un tratado con Yucatán, estado del sudeste de México, que pretendía independizarse de México. Aquel mismo año Lamar envió contra Nuevo México la desastrosa Expedición Santa Fe como parte de un plan para añadir esta zona a la república (véase el capítulo 3).
Durante los últimos años de la década de 1830, la tensión fue muy aguda a lo largo de la frontera. La situación se agravaba más aún por los esclavos negros texanos, que cruzaban la frontera buscando en México la libertad. Sus propietarios exigían su regreso y las autoridades mexicanas se negaban a entregarlos. Cuando las hostilidades se convirtieron en guerra abierta, el sur de Texas se convirtió en la puerta de entrada para la invasión del norte de México, encabezada por Zachary Taylor, y los mexicanos de esa zona de Texas sufrieron en gran medida la violencia angloamericana.
Técnicamente, después de la guerra mexicano-norteamericana, los mexicanos que permanecieron en Texas pasaron a ser ciudadanos de Estados Unidos. Sin embargo, en realidad, siguieron considerándose mexicanos. La cercanía de la frontera y la actitud de los colonizadores reforzaban este sentimiento nacionalista. Además, los angloamericanos creían haber adquirido derechos especiales sobre la tierra y sus productos, gracias a su conquista y a su superioridad racial y cultural. Los mexicanos eran tratados como un pueblo conquistado que debía pagar tributos. Su modo de vida fue sustituido por leyes, administración, lenguaje y valores anglos, todo lo cual era ajeno al pueblo conquistado. Aunque los mexicanos estaban en minoría global en el estado, representaban una mayoría en el sur de Texas; pero fue precisamente en esta zona donde la dominación tuvo una forma más repugnante. Esta mayoría representaba un reto para el nuevo orden, que tenía que ser sostenido por un ejército de ocupación. Cada vez que surgía un conflicto entre mexicanos y anglos, las tropas de Estados Unidos intervenían en apoyo de los invasores.
Se desarrolló un sistema de castas que relegaba a los mexicanos al estrato más bajo, debido a su raza y cultura. En otras palabras, se desarrolló una situación colonial entre anglos y mexicanos. T. R. Fehrenbach la comparó a la de Sudáfrica entre los Boers y la población nativa. El mexicano pasó a ser el sirviente, el trabajador de salario bajo, pero raramente el patrón. Fehrenbach escribe que las tensiones eran “naturales” y provenían del hecho de que dos pueblos radicalmente diferentes habían venido a encontrarse bajo un mismo gobierno. Y señala que el conflicto étnico surge “históricamente… solo en tres formas generales: conquista de una raza o cultura por otra, imposición de límites arbitrarios que combinan a grupos diferentes dentro de una misma unidad política, o la importación de mano de obra extranjera para trabajar en una sociedad de mayor nivel de organización”.2 El mexicano fue víctima de cada uno de estos procesos, los cuales corresponden al establecimiento de una sociedad colonial.
LOS APOLOGISTAS
Muchas de las obras sobre las relaciones entre mexicanos y anglos han sido parciales, escritas por angloamericanos apologistas del trato dado por el gringo al mexicano. Estos historiadores han intentado echar la responsabilidad del conflicto sobre los mexicanos. Ignoran los motivos económicos de los usurpadores angloamericanos.
La primera tarea del historiador chicano es desenmascarar a los apologistas que han influido en las opiniones sobre los mexicanos. No atribuimos mala fe a estos historiadores, pero sí sostenemos que representan la actitud de los westerners hacia los mexicanos. Uno de los principales historiadores texanos en lanzar el punto de vista apologético fue Walter Prescott Webb. Hasta su muerte, en marzo de 1963, fue considerado el decano de los historiadores de Texas. Siendo el profesor de historia más respetado de la facultad de la Universidad de Texas, en Austin, influía considerablemente sobre los especialistas y estudiantes graduados. Sus obras más importantes fueron The Texas Rangers (1935), The Great Plains (1931), Divided We Stand (1937) y The Great Frontier (1952): además, escribió innumerables artículos.3 Las obras de Webb tuvieron una repercusión considerable en la historiografía del Oeste. Sin embargo, recientemente algo ha empezado a resquebrajarse, y algunos investigadores comienzan a poner en tela de juicio muchas de sus conclusiones, alegando que son racistas. Entre estos estudiosos se encuentran Américo Paredes, Llerena B. Friend y Larry McMurtry. McMurtry escribe sobre The Texas Rangers de Webb: “La falla del libro es una falla de actitud. Webb admiraba excesivamente a los rangers, y como consecuencia el libro confunde el homenaje con la historia en una forma que solo podemos considerar turbia. Los datos que él mismo proporciona sobre los rangers contradicen una y otra vez la caracterización que hace de ellos como “hombres tranquilos, reflexivos y amables”.4 A continuación, McMurtry señala algunas de las inconsistencias. Critica la descripción que hace Webb del papel representado por los rangers en el sitio de la ciudad de México: “Un ladrón les robó un pañuelo. Fue fusilado”.5 Murió un Texas ranger y los rangers replicaron matando a 80 mexicanos.6 McMurtry concluye: “Tales acciones no son las de hombres a los que pudieran llamarse apropiadamente amables”.7 McMurtry también impugna la descripción que hace Webb del capitán ranger L. H. McNeely como “una llama de valor”8 McMurtry afirma de McNeely. “Hizo un trabajo bueno y brillante, y sus métodos eran absolutamente brutales”.9 McNeely torturó y fusiló mexicanos a sangre fría. En una ocasión cruzó la frontera con 30 hombres y atacó un rancho pensando que ahí se albergaban tropas mexicanas. Pero estaba equivocado, y asesinó a un grupo de inocentes trabajadores mexicanos. Cuando descubrió su error, simplemente se fue. La apología que hace Webb de los rangers es que “los asuntos de la frontera no pueden juzgarse por los patrones que rigen en otras partes”.10 McMurtry responde: “Por qué no pueden serlo es una cuestión que aún queda por responder a los apologistas de los rangers. La tortura es tortura, tanto si es aplicada en Alemania, Argelia o junto al río Nueces. Por supuesto, los rangers alegaban que su fin justificaba sus medios, pero los torturadores siempre han alegado eso mismo”.11
Webb dejó de ser historiador y se convirtió en un ranger por poder. A pesar de que indudablemente debió ver la brutalidad de aquellos hombres violentos, cerró los ojos ante ella. McMurtry arroja más luz sobre la situación cuando escribe: “El punto importante que se debe señalar acerca de The Texas Rangers, es que Webb no escribía como historiador de la frontera, sino como un hombre de la frontera simbólico. La tendencia a practicar una camaradería fronteriza simbólica puede decirse que caracteriza al texano del siglo XX, tanto si es intelectual, vaquero, hombre de negocios o político”.12
De hecho, la obra de McMurtry explora el efecto de esta solidaridad fronteriza. También es significativo que Webb fuese un hombre de letras que no tenía motivos malintencionados. No obstante, sus obras son racistas. Hacia el final de su larga carrera, Webb había cambiado su punto de vista sobre los chicanos.13 Cuando publicó un artículo en True West, en octubre de 1962, “Los bandidos de Las Cuevas”, recibió procedente de Alicer, Texas, una carta de Enrique Mendiola cuyo abuelo fue el propietario del rancho que los rangers atacaron equivocadamente por órdenes de McNeely, Mendiola afirmaba:
Muchos historiadores han clasificado a aquellos hombres como ladrones de ganado, bandidos, etc. Esto puede ser cierto respecto a algunos, pero la mayor parte, incluyendo al general Juan Flores, trataba de recuperar el ganado de su propiedad que les había sido arrebatado cuando los arrojaron de sus pequeños ranchos en el sur de Texas. Fueron despojados por hombres como Mifflin Kenedy, Richard King y los Armstrong.14
Walter Prescott Webb replicó en forma reveladora: “Para lograr una conclusión justa se necesitaría poseer informes del lado sur del río, y simplemente estos no son asequibles”. Afirmaba que hubo robos de uno y otro lado, pero que “[e]l hecho desafortunado es que los mexicanos no eran tan expertos en conservar información como la gente de este lado. A menudo he deseado que los mexicanos, o alguien de su confianza, hubiera podido estar entre ellos y recoger sus relatos de ataques y contraataques. Estoy seguro de que estas historias hubieran adquirido un tono y color distintos.15 De hecho, los mexicanos conservaron su historia en corridos, que glorificaban los hechos de los hombres que se alzaron ante los opresores. Estos corridos siguen cantándose en el Valle del río Grande y en otros lugares del suroeste. Los corridos a Juan Cortina fueron compuestos cuando este se enfrentó a los gringos en la década de 1850, y actualmente, líderes chicanos como César Chávez, Reies López Tijerina y Rubén Salazar tienen corridos compuestos en honor y recuerdo suyo. Uno de los más conocidos es El corrido de Gregorio Cortez, un hombre injustamente perseguido por los rangers y las autoridades texanas en 1901. En su libro, With His Pistol in His Hand (1958), Américo Paredes analiza este corrido, al tiempo que revisa la historia de los corridos. Estos comunican la actitud mexicana, desafiante, hacia los rinches, como llaman los mexicanos a los rangers:
Then said Gregorio Cortez With is pistol in his hand,
Ah, how many cowardly rangers,
Against one lone Mexican!16
Paredes escribió que “Los oficiales de los Texas Rangers son conocidos como los rinches de la Kineña, o rangers de King Ranch, de acuerdo con la creencia de los fronterizos de que los rangers eran el brazo fuerte de Richard King y Jos demás ‘barones ganaderos’”.17 ¿Cuál ha sido la imagen tradicional del Texas ranger, tal como aparece retratado en la historia de Estados Unidos? Rip Ford, ranger él mismo, escribió: “Un Texas ranger puede cabalgar como un mexicano, rastrear como un indio, disparar como uno de Tennessee ¡y luchar como el mismo demonio!”.18 T. R. Fehrenbach, en 1968, escribió en su Lone Star: A History of Texas and Texans:
Para combatir a indios mexicanos, los jefes rangers tenían que aprender a pensar como aquellos o, al menos, a comprender qué temían los mexicanos y los indios. El choque entre los angloamericanos y los mexicanos en la frontera meridional era inevitable, pero algunos de sus aspectos fueron infortunados. El contacto no benefició a ninguna de las dos razas; parecía fortalecer y resaltar los defectos de ambas. Los rangers llegaron con rectitud instintivamente teutónica, prefiriendo el honesto impacto de las balas a la astucia del cuchillo. Pero contra los mexicanos, la rudeza se convirtió en brutalidad, porque era casi imposible para el protestante anglo-celta comprender la mente hispánica. Impaciente ante la tortuosidad mexicana, el ranger reaccionó con la fuerza directa. Pero el mexicano, para ser fiel a los datos, pasó de la tortuosidad a la descarada traición; la historia atestigua que los mexicanos mataron a más texanos durante las treguas para parlamentar que en todos los campos de batalla. Cada uno de los bandos se sentía justificado a causa de las incomprensibles y despreciadas actitudes culturales de su enemigo. Los rangers parecían barbaros nórdicos, faltos de toda astucia o maña caballeresca; ellos veían a los mexicanos como traicioneros, gente mentirosa, que nunca querían hacer lo obvio, que consistía en declarar su juego y luchar.19
Walter Prescott Webb, que era aún menos objetivo en su análisis de las diferencias culturales entre los rangers y los mexicanos, escribió del ranger: “Cuando lo vemos en su tarea cotidiana de mantener la ley, restaurar el orden y promover la paz –aun cuando sus métodos sean vigorosos– lo vemos en la posición correcta, un hombre solo entre una sociedad y sus enemigos”. Y a la inversa, escribió del mexicano: “Puede decirse sin calumniar que hay una vena de crueldad en la naturaleza del mexicano, o al menos así lo hace pensar la historia de Texas. Esta crueldad puede ser herencia de los españoles de la Inquisición; también puede, e indudablemente debe ser atribuida parcialmente a la sangre india”.20 Este tipo de razonamiento justificaba la violencia de los rangers para muchos angloamericanos; los “métodos vigorosos” eran necesarios para lidiar con “salvajes adversarios”.
Américo Paredes da otra opinión acerca de los rangers. Los considera como representantes de los hacendados y comerciantes que controlaban el Valle del río Grande. Su tarea consistía en mantener el orden para la oligarquía. Reclutaban pistoleros que odiaban ardientemente a los mexicanos, disparando primero y haciendo las preguntas después. Paredes escribe: “El que los rangers creaban más problemas de los que resolvían es una opinión expresada por fuentes menos parciales”.21 Paredes fue uno de los primeros estudiosos chicanos en atacar a los rangers y, en consecuencia, a Webb. Expresaba los sentimientos de los mexicanos, que se basaban, en su mayor parte, en las tradiciones orales mexicanas y en sus experiencias. Sus datos refutaban los de Webb. Un ejemplo de ello es la diferente interpretación que uno y otro hacen de los hechos que rodearon el asesinato de los Cerda, prominente familia de las cercanías de Brownsville. Paredes escribe:
Los Cerda eran prósperos rancheros de las cercanías de Brownsville, pero tuvieron la desgracia de vivir cerca de uno de los “barones ganaderos” que todavía no se había expandido. Un día llegaron de Austin tres Texas Rangers y “ejecutaron” a Cerda padre y a uno de sus hijos acusándolos de ser ladrones de ganado. El hijo más joven huyo cruzando el río, y así el rancho Cerda quedó vacío. Cinco meses más tarde el hijo que quedaba, Alfredo Cerda fue a Brownsville. Murió ese mismo día, de un balazo disparado por un ranger.22
El relato de Paredes no se apoya en fuentes secundarias, sino en narraciones de testigos presenciales. Marcelo Garza, de Brownsville, hombre de negocios respetado, le relató a Paredes que un ranger disparó sobre Alfredo, quien estaba desarmado, cazándolo “como a un animal salvaje”.23
La versión de Webb está basada en fuentes de los rangers, que son semejantes a algunos informes policiacos contemporáneos. Según Webb, el ranger sorprendió a un mexicano marcando ganado perteneciente al Rancho King. El mexicano, Ramón Cerda, disparó contra el ranger, y este último disparó a su vez, matando a Ramón en defensa propia. El ranger fue exculpado en la investigación, pero los mexicanos no aceptaron el veredicto y desenterraron el cuerpo de Cerda y realizaron su propia encuesta. Encontraron que había: “‘evidencia’ [las comillas son de Webb] de que Cerda había sido arrastrado y maltratado de otras maneras. El sentimiento público estaba sumamente dividido. Los descubrimientos de la encuesta secreta, agregados a los rumores incontrolados que nacieron de ella, solo sirvieron para inflamar los ánimos de los seguidores de Cerda”.24
Nuevamente, las fuentes de Webb fueron secundarias, y basó su conclusión de que la gente había sido enardecida, en informes de los rangers. Webb admitió que operaba un sistema de justicia doble respecto a los mexicanos y los anglos. Por lo tanto, era natural que impugnaran los resultados de la investigación, especialmente los hechos referentes a esta muerte. La familia Cerda era muy conocida y respetada, y sus tierras codiciadas por los King. Más reveladora es la información de Webb acerca de quién dio la fianza para Baker, el ranger que disparó sobre Cerda: “El capitán Brooks informó que Baker depositó una fianza por la suma de diez mil dólares, y que le apoyaban personas como los King, el mayor John Armstrong –lugarteniente de McNeely– y los hermanos Lyman”.25 El historiador se pregunta por qué Webb no analiza el apoyo de los King. No nos asombremos de que los mexicanos estuvieran enardecidos. Poco después, Baker mató igualmente al hermano menor de Ramón; Alfredo.
La importancia del caso Cerda, es que revela el uso de la violencia para apoderarse de tierras y luego legalizar el asesinato mediante el sistema judicial. No fue un caso aislado; simplemente reflejaba la actividad de los rangers a lo largo de todo el siglo. Durante el levantamiento de Cortina, cientos, si no miles, de mexicanos fueron asesinados por ser parientes de guerrilleros o sospechosos de estar asociados con los revolucionarios. Los rangers, que operaban independientemente de los representantes de la ley tradicionales, estaban orgullosos de su eficacia para tratar con los mexicanos. El odio a los rinches ardía entre los mexicanos durante el siglo XIX. En el corrido quedaba constancia de los sentimientos populares:
Los “rinches” son muy valientes
no se les puede negar;
nos cazan como venados
para podernos matar.26
Una explicación parcial del terrorismo de los rangers era el número muy superior de mexicanos comparado con el de los gringos habitantes del valle; estos últimos vivían en el terror de un levantamiento de masas. En 1915, cuando una banda de cuarenta mexicanos, dirigidos por Aniceto Pizaña, arrasó la ciudad de Norias en el Rancho King, la revuelta fue prontamente sofocada, pero no antes de que un reinado de terror se desatara en el sur de Texas.27 Los angloamericanos pensaban que se trataba de una conspiración, achacándola a los alemanes, a la IWW (Internacional Workers of the World), o a los japoneses. Entre 1915 y 1920, según un cálculo de Walter Prescott Webb, entre 500 y 5000 mexicanos fueron asesinados por alguaciles locales, jueces de paz y Texas Rangers. Webb escribió: “La situación puede resumirse diciendo que después de que los problemas se desarrollaron, los norteamericanos instituyeron un reinado de terror contra los mexicanos y que muchos mexicanos inocentes tuvieron que padecerlo”.28
Paredes da el testimonio de Josefina Flores D. Garza, que fue una de las víctimas del odio de los rangers. Los rinches invadieron su casa durante la carnicería de 1915. Asesinaron a su padre y a sus hermanos adolescentes, Josefina, con su madre y varios niños, fue testigo de los asesinatos. La familia se quedó después junto a los cadáveres durante varios días, por temor a abandonar la casa. Más tarde, soldados norteamericanos se llevaron a los muertos. Josefina quedó mentalmente trastornada durante un tiempo.
Incluso hoy día los rangers exhiben su arrogancia insultando brutalmente a los mexicanos. Uno de los rangers más odiados era el capitán A. Y. Allee, que se retiró a fines de 1970. El relato de un periódico lo describía así:
Barrigón, bronco, con una cara como una papa quemada, Alfred Allee es el policía más controvertido del sur de Texas. El hijo de un ex-senador de Nuevo México –Dennis Chávez, Jr.– atestiguó ante un subcomité del departamento de agricultura que Allee es “un matón conocido, un enemigo profesional de los mexicanos cuyo lema es ‘primero dispara y luego pregunta”.29
Allee llevaba una pistola plateada y siempre estaba dispuesto a usar los puños. En una ocasión en que golpeó a un sospechoso, declaró que creyó que el hombre tenía un arma escondida y que, después de todo “solo lo golpeé una vez”. En 1967 Allee acabó con lo que él consideró una rebelión. Los seguidores de César Chávez organizaron una huelga contra los agricultores del valle en petición de mejores condiciones y salarios. Los rangers de Allee hostigaron y maltrataron físicamente a los huelguistas. El Consejo de Iglesias publicó una acusación en su contra, pero esto no lo detuvo; se jactó de haber sido acusado en repetidas ocasiones, pero sin haber sido nunca reprendido.30 Probablemente esto es cierto. Su trabajo consistía en proteger los privilegios políticos y económicos de los colonizadores. Con el uso de la violencia organizada mediante fuerzas como las de los rangers, los mexicanos eran mantenidos en su lugar.
Los sucesos de 1967 muestran con gran claridad que los rangers habían cambiado muy poco sus reacciones hacia los mexicanos. McMurtry, un no chicano, informa acerca de la reacción de los anglo-texanos a la huelga:
No se hace uno popular aquí [en el sur de Texas] sugiriendo que los mexicanos tienen derecho a algo más que aire, frijoles y leche de cabra. Las disputas con la mano de obra agrícola en 1967 –disputas en las que los Texas Rangers representaron un sospechoso papel– lo demuestran claramente. Conozco a un granjero, un hombre que emigró recientemente desde el Valle a la Meseta, que estaba sinceramente asombrado por el hecho de que los mexicanos estuviesen comenzando a querer casas en las que vivir. Las tiendas de campaña y los remolques, cincuenta centavos por hora y una cabra gratis cada una o dos semanas ya no les satisfacían. Habían empezado a considerarse seres humanos, actitud que llenaba al patrón de asombro y vago desasosiego. Cuando los mexicanos llegan a tales aberraciones en Texas, es hora de llamar a los rangers.31
LOS BARONES LADRONES DE TEXAS
Los Texas Rangers facilitaban el continuado sometimiento de los mexicanos a través de un puñado de hombres brutales y sin escrúpulos que corrompían a las autoridades locales y estatales, convirtiendo la democracia en una burla. Para lograr sus fines, asesinaban a sus opositores, robaban sus casas y se apropiaban de su ganado. Para comprender cómo sucedía esto debemos considerar la vida del mexicano en Texas antes de la llegada del gringo. Américo Paredes describe esta vida en el Valle del río Grande:
En los días anteriores a los proyectos de irrigación de la zona de río arriba, el bajo río Grande era un cinturón verde y fértil, limitado al norte y al sur, por áridas planicies, situado a lo largo de un río que, como el Nilo, irrigaba y fertilizaba la tierra próxima a sus riberas y periódicamente llenaba incontables lagunas, conocidas como resacas y esteros.32
Antes de 1848, esa zona alimentaba muchos miles de cabezas de ganado. Poseía ciudades, tales como Laredo, Guerrero, Mier, Camargo y Reynosa que habían sido fundadas antes de 1755. Paredes describe la vida del mexicano de la frontera:
La sencilla vida pastoral que llevaba gran parte de la gente de la frontera propiciaba una igualdad natural entre los hombres. Se ha escrito mucho acerca de la influencia democratizadora de una cultura del caballo. Más importante era el hecho de que en la frontera el propietario de la tierra vivía y trabajaba en ella. Casi no había división entre el propietario y el vaquero, que a menudo, además, estaba emparentado con él. La sencillez de la vida que llevaban, tanto el patrón, como el empleado también ayudaba a que sintieran que no eran dos clases distintas de hombres, aun cuando uno fuera más rico que el otro.33
El valle daba sustento a comunidades autosuficientes que cultivaban maíz, frijoles, melones y verduras. También tenían ovejas y cabras. El comercio entre los pueblos de ambos lados del río ayudaba a unirlos. No se trataba de empresas altamente organizadas ni de grandes utilidades a las que los anglos estaban acostumbrados y consideraban productivas. Si empleamos los patrones tecnológicos de Estados Unidos, la economía del valle era subdesarrollada.
Si bien la vida entre los mexicanos de las demás secciones de Texas no reflejaba exactamente el estilo de vida de los pueblos del río Grande, sí se le parecía mucho. La vida estaba más próxima de un ritmo comunitario que del estilo individualista de la civilización angloamericana. La destrucción de esta cultura y esta civilización se convirtió en un fetiche para el colonizador. El mexicano en Texas tenía una cultura establecida y un estilo de vida que llenaba sus necesidades, y estaba apoyado y complementado por su sistema político y económico. La ocupación anglo estaba proyectada para sustituir, tanto su estilo de vida como estos pilares económicos y políticos. Irónicamente, aunque los pilares fueron destruidos por los angloamericanos en forma muy similar a como destruyeron los bosques, los mexicanos se aferraron tenazmente a sus tradiciones, que estaban literalmente arraigadas al suelo. La destrucción del sistema político y económico mexicano le arrebató el control de su movilidad económica y determinó su papel y su estatus social. La forma en que los angloamericanos conquistaron su posición de dominio es impresionantemente similar a todo lo largo del suroeste. En el Valle del río Grande, el prototipo del “barón ladrón” era Charles Stillman.
Stillman llegó al valle en 1846 e inició un centro comercial en un campo de algodón al otro lado del río y frente a la ciudad mexicana de Matamoros. En solo cuatro años la ciudad de Brownsville se desarrolló. Esta ciudad estaba llena de almacenes, embarcaderos y un floreciente comercio con México. Este florecimiento elevó los precios de la tierra y atrajo a más angloamericanos, que llegaron sin sus familias y estaban dispuestos a capitalizar la prosperidad.
Un número importante de los recién llegados eran veteranos de guerra que aún recordaban el pasado y veían a los mexicanos como a una raza conquistada. Sentían que los mexicanos no habían hecho nada para mejorar la tierra, y que se beneficiaban de la ocupación angloamericana. Estos hombres no reconocían los títulos de propiedad de los mexicanos y sentían pocos escrúpulos en despojarlos. Argumentos raciales y de origen justificaban sus argucias. Al principio, Stillman y otros temían que el estado de Texas pudiera proteger los derechos mexicanos a las tierras, de modo que trataron de separar el valle del resto de Texas, con el fin de crear su propio estado. Jugaron con los sentimientos regionalistas de los mexicanos y lograron que estos apoyaran su proyecto. Este grupo contaba con poderosos aliados en el Congreso, como Henry Clay y William Seward. Los separatistas estaban dirigidos por Richard King, James O’Donnell, Charles Stillman, el capitán Mifflin Kenedy y Sam Belden, todos ellos miembros prominentes de la élite privilegiada. Sus planes de separación demostraron ser innecesarios porque pronto resultó evidente que el estado de Texas apoyaba las usurpaciones angloamericanas.
Charles Stillman era de Nueva Inglaterra, descendiente de comerciantes puritanos. Las condiciones en el valle y la confiada naturaleza de los mexicanos resultaron un paraíso para él. Empleó medios nada escrupulosos para lograr ganancias anuales de 50 000 dólares. Su negocio estaba situado en una tierra que no le pertenecía; las tierras en torno a Brownsville eran propiedad de los descendientes de Francisco Cavazos. Después de 1848, el título de la familia Cavazos era conocido como Concesión del Espíritu Santo. Stillman quería esa tierra, pero no quería pagar por ella. Premeditadamente creó confusión en tomo al derecho de propiedad. Colonos sin tierras se instalaron en la posesión de los Cavazos y reclamaron su propiedad. Basaron su acción en sus derechos de veteranos, así como por ser colonos sin tierra. Estos actos violaban el Tratado de Guadalupe Hidalgo y su Declaración de Protocolo; sin embargo, esto no tenía importancia para Stillman. Compró los derechos de los invasores, así como otros títulos dudosos, pero se negó a tratar con la familia Cavazos a sabiendas de que contaba con el apoyo de las tropas del Fuerte Brown.