Kitabı oku: «Volarás a través del corazón», sayfa 2
No puedo evitar desear sentir el calor de su mano sobre mi piel. Sé que es ineludible que ansíe ese contacto al tenerme solo para él. El fuego que desprenden sus dedos me calienta y alienta a su vez mi lujuria. Su mano se mantiene quieta por encima de mi rodilla mientras su brazo derecho sigue rodeando mi cintura, pero en pocos segundos la fuerza de su mirada hace que me retraiga y que mi corazón y mi respiración se aceleren… Aparto mis ojos de los suyos tratando de recomponerme. Sé que le encanta verme así: inquieta, sofocada…, sedienta por un beso suyo.
—Aún no puedo creer que te esté viendo aquí y no a través de la pantalla del ordenador. Una imagen animada da muy poco juego comparado con tenerte en carne y hueso. Tocarte es una locura, Volvoreta.
Mi mirada cambia de objetivo al escuchar su argumento. Los anhelantes ojos de Carlos son de nuevo el centro de mi atención.
—Sí, es muy diferente la perspectiva.
¡Dios mío, la boca se me seca al mirarle! Lo auténtico, lo real, supera cualquier emoción que se pueda expresar a través de una pantalla.
—He llegado a pensar que eras un sueño, una ilusión…, que ya no eras real.
La humedad y el brillo de sus ojos delata la tristeza que le envuelve.
—Como ves…, soy real, existo y me puedes sentir —le contesto mientras se quiebra mi voz al pronunciar la última palabra.
Carlos me mira inquieto lentamente de arriba abajo a la vez que con sus dedos trata de estirar las pocas arrugas de mi vestido. Se palpa la tensión sexual que los dos callamos. No es lugar ni momento para…, pero parece ser que Carlos no está dispuesto a no probar un pedacito de su realidad. Sus ojos siguen el lento movimiento de su mano, de ese descenso pausado e intranquilo hacia el borde de mi vestido. No se atreve a rebasar la línea que delimita y que le da de nuevo acceso a mi piel. Ver como se retiene ante la posibilidad de intimar con mi cuerpo, con mi deseo, me está volviendo loca. Los dos podemos escuchar perfectamente nuestras respiraciones en el censurado silencio que compartimos con Andrea. Ansío encontrarme de nuevo con su mirada, sí, esos ojos negros que tanto avivan mi pasión y que me confunden con facilidad, esa mirada que pide y que es paciente ante la respuesta que espera.
Decididamente, Carlos no está dispuesto a perdonar.
Se pega aún más a mí, haciendo que mis piernas se doblen un poco más y nuestros cuerpos tengan un mayor contacto. Sí, sí, sí… Nos devoramos literalmente con la mirada. Decidimos…, mejor dicho, decide traspasar la frontera y tocar y deleitarse con mi piel.
Resuelto. Conduce su instinto y su ambición a través de sus manos a la vez que en su boca se hace latente el deseo de rozar mis labios. Ni en un millón de años alejada de él se me olvidaría jugar a su juego, ese que me muero por jugar.
El silencio alberga todo tipo de emociones, sentimientos y anhelos por conjugar. Sus manos deciden comenzar a intercambiar deseo por sensaciones, un juego ardiente que provoca que me estremezca entre sus manos, sí. Comienzan esas caricias esperadas y anheladas por los dos. Mis piernas son el refugio de su deseo, confidentes de sus pretensiones al deslizarse con suma ternura por ellas, despertando uno a uno todos mis instintos. Sabe que hay algo más bajo ese tejido rosa que cubre la mitad de mis muslos, sabe que encontrará esa parte sensible y delicada que abre paso al “infinito”. Decidido, lo llamaré así porque ahí, en ese lugar, confluyen una infinidad de sensaciones difíciles de controlar y que deseo disfrutar con intensidad.
No, Carlos no pierde el tiempo.
Sabe que pronto llegaremos a casa y está dispuesto a desafiar al tiempo y robarle lo que haga falta para sentir algo más de mí. Pero el tiempo no se puede robar, no se puede parar y él tampoco puede echar freno a sus pretensiones. Ya está decidido.
Pese a que los dos somos conscientes de que no estamos solos y de que yo me muero de vergüenza si Andrea se da cuenta de que las caricias de Carlos son, como poco, carnales, él no se detiene y me envuelve en su magia, esa magia poco inocente y persuasiva que me arrastra a “pecar”. Esa mano que antes era capaz de respetar la línea fronteriza entre lo inocente y lo libidinoso ahora ya no atiende a razones. Lentamente, desaparece bajo la falda de mi vestido conquistando cada sensación y cada deseo encendido que mi cuerpo le va descubriendo a su paso. Roza con la punta de sus dedos la parte baja de mis glúteos activando nuevas sensaciones. Me ofrece su boca, esa boca jugosa que todavía no ha entrado en juego. Dirijo un instante la mirada a la traviesa mano y de ahí, de nuevo a sus ardientes ojos. Es una locura seguirle el juego, pero… me muero por seguir jugando. Me muerdo los labios, deseosa de probar uno de sus morbosos y carnosos besos. Tensión, mucha tensión sexual se respira en el ambiente y más cuando él no aguanta más y me aborda con su melosa y provocativa boca, esa boca que hace mil maravillas con mi voluntad y me aísla de la realidad. Pero esa mano decide descender de nuevo hacia mis rodillas mientras seguimos entregándonos a ese beso. Trata de separar mis piernas. Me temo que no podré soportar más asedio, así que aprieto todo lo que puedo la una contra la otra para no dejar ni una fisura por la que pueda avanzar. Mi mano atrapa su muñeca intentando detenerle.
—Por favor —susurra en mi boca cuando comprueba que me niego a ceder.
Casi me derrito al escuchar su ruego. Abro lentamente mis ojos para ver los suyos sin abandonar su boca. Todavía los tiene cerrados e insiste con sus caricias. Quiere debilitarme.
—Solo un poco —vuelve a susurrar.
Intento separarme lentamente de su boca, pero esta tampoco me permite abandonar. Si no cedo, él se las apaña para no dejarme ir. Al final, sucumbe ante la imposibilidad de no poder seguir besándome por culpa del cinturón. Apoyo la cabeza contra el respaldo mientras le miro y recobro a su vez el aliento.
—No estamos solos —murmuro sin soltar su muñeca.
Carlos parpadea varias veces antes de hablar.
—Estás preciosa bajo esta luz, Volvoreta —dice mientras me acaricia de arriba abajo con la mirada—. Solo quiero tocar tu piel, sentir su suavidad… —Cierra por un momento los ojos—. Déjame sentir, Volvoreta.
¡Madre mía! No sé si tengo ante mí a un ángel o a un demonio, pero me encanta en sus dos versiones. Abre los ojos por fin y volvemos a encontrarnos en la oscuridad.
—Por el brillo de tus ojos, me atrevería a decir que deseas tanto como yo que te acaricie.
Su mano, en dos intentos, abandona mis rodillas para acariciar con la yema de sus dedos mis labios y a continuación rozar mi óvalo facial. Decido seguirle y le acaricio también mientras leo en sus ojos su súplica.
—¿No dices nada, Volvoreta?
No contesto.
Mis piernas hablan por sí solas al separarse ligeramente, dando respuesta a su pregunta. Veo asomar una seductora sonrisa en su boca al notar que ya no hay resistencia alguna por mi parte.
Observo la fascinación en sus ojos cuando retira la mano de mi mejilla y la coloca sobre mis rodillas. Sigo acariciando su mano e intentando retener, postergar… lo inevitable. Casi puedo escuchar el latido de mi corazón en el silencio que nos envuelve. Hace tanto tiempo que no he estado con él... Mi pulso se acelera y se pone a mil por hora.
Entregada sin remedio, me rindo en su boca y permito que su ambición dé paso a esas caricias que ambos esperamos gozar perdiendo así la cordura, la razón —o la sinrazón, ya no lo sé—, y esas caricias vuelven a despertar, a alimentar, el fuego que hay en mí.
Síííí… Sentir como su mano avanza lentamente entre mis muslos… me provoca. Su boca persigue y devora la mía con una pasión contenida mientras mis piernas, tímidamente, se separan un poco más anhelando y suplicando que esas caricias sean más profundas y ardientes. El calor de su mano traspasa mi piel calentando mi sangre más de lo que soy capaz de soportar. El roce de sus dedos me vuelve loca, y más cuando rozan una y otra vez mi braguita comprometiéndome con su juego, un juego peligroso al que he cedido en jugar llevada por la acuciante necesidad de sentirle. Mis caderas comienzan a participar, se mueven lentamente. La respiración de los dos se vuelve lenta y ahogada al saber que estamos haciendo algo…, todo hay que decirlo, poco apropiado en esos momentos. ¡Pero sus caricias son tan ricas…!
Los dos sentimos el temor de que Andrea se dé cuenta de lo que estamos haciendo cuando los dedos de Carlos perciben la humedad de mi braguita y yo noto que la cosa se pone complicada. Él detiene su mano sin apartarse de mi humedad. Nuestras bocas se paralizan y nuestras miradas se encuentran en la oscuridad. Definitivamente debemos parar, pero ya es tarde y Andrea se ha percatado de lo que estamos haciendo.
—¡Pero bueno! ¡¿Se puede saber que estáis haciendo?!
¡Oh, Dios mío! Me quiero morir.
Los dos abandonamos nuestra posición apremiados por mi nerviosismo al ser descubierta. Realmente, ella no ha visto nada. La mano de Carlos estaba oculta bajo la falda de mi vestido. Andrea no tiene un pelo de tonta y ya imaginaba lo que iba a suceder en cuanto ella cerrase los ojos y se pusiera a escuchar música.
—Andrea…
—No, Marian. No vayas de mosquita muerta que no me lo trago. No cuela.
Carlos ríe mientras se recuesta contra la ventanilla del coche observándonos a las dos.
—Mira, Andrea, no tengo que justificarme. Y por favor, habla más bajo que Bryan puede oírnos.
—Ya, muy bien. Y no te preocupa que yo pueda veros…
—Andrea, no ha pasado nada. ¿Qué ha pasado? —le pregunto.
Ella no deja de hacer aspavientos con las manos.
—No, si encima me vas a decir que tengo alucinaciones.
—Andrea…, sabes de sobra que no ha pasado nada de lo que te puedas estar imaginando —le digo sofocada.
—Entonces, ¿por qué estás tan colorada? Menudo sofoco tienes, guapa.
—Vale… ¡Ya está bien! —digo elevando la voz.
—Tranquila, Marian —dice Andrea riéndose—. Solo estoy bromeando. Me gusta ver cómo te alteras cuando se trata de sexo. Entiendo que los dos os dejéis llevar… —Coloca su mano sobre la mía que descansa sobre mi regazo—. Tranquila, tú no harías nada que se excediera de lo normal delante de nadie y Carlos tampoco. Es muy cuidadoso para eso.
Miro a Carlos un instante. Me fastidia que se muestre impasible ante el ataque de Andrea. Ella siempre intentando sacarme de mis casillas y él pasando del tema.
—Eres un pasota, Carlos —le recrimino.
—Vamos, Marian —dice incorporándose para abrazarme—. Ya la conoces. No va a cambiar. Le encanta picarte.
—Claro que sí, tonta —dice ella también uniéndose al abrazo—. Sabes que me gusta chincharte. Carlos porque es comedido, pero si yo fuera él…, con lo buena que estás no te dejaría ni respirar.
—¡Joder, Andrea! —dice Carlos sin poder evitar sonreír.
Los tres acabamos riéndonos. Mi querida amiga no cambia.
Las risas no dejan de sucederse durante el resto del camino. Carlos sigue igual de pasota, Andrea igual de desquiciante y yo igual de suspicaz… Los tres, sin remedio alguno, disfrutamos del cuarto de hora que nos separa aún de mi apartamento.
Por fin llegamos y Bryan entra en el garaje. En cuanto detiene el vehículo, bajamos del coche y cogemos el equipaje del maletero. Él insiste en subir las maletas y por supuesto los tres nos negamos rotundamente.
—Es muy tarde y todavía tienes que llegar a casa, Bryan. Muchas gracias por acompañarme y por traernos a casa. Descansa, que el día ha sido largo. Buenas noches.
Él acepta, nos despedimos y, como era de esperar, Andrea le vuelve a manchar las mejillas de carmín. Con un gesto le digo que se las limpie. Él sonríe mientras comprueba que mi querida amiga ha vuelto a marcarle.
Ya en el ascensor, Andrea no deja de rememorar lo guapo y atractivo que le parece el chófer y a largar lo que más le fastidia: que va a tener que pasar la noche sola mientras que yo…
¡Qué cruz de mujer! Ya no recordaba lo pesada que es cuando está falta de sexo.
CAPÍTULO 2
Por fin entramos en casa y dejamos el equipaje en el salón mientras les enseño orgullosa el apartamento. Los dos se quedan fascinados.
—Es muy grande —dice Andrea.
—Ya lo creo —añade Carlos.
—¡Es una pasada! ¿Este pedazo de apartamento solo para ti? ¡Qué suerte tienes, amiga!
—Bueno… Ya veis que vivo cómodamente y que no me falta de nada.
—Ya lo creo. ¿Y el sueldo aquí? —pregunta la indiscreta de mi amiga mientras lo inspecciona todo.
—Ya os lo dije. Es bastante cuantioso. Merece la pena.
—¡Vaya, vaya!… —apunta ella.
—Este edificio pertenece a la compañía. Estas viviendas por lo visto son de alquiler y en el ático de enfrente vive Alex.
—¿El vecino gay? —pregunta Andrea.
—Sí —contesto riéndome—. Él trabaja también para una empresa del grupo. —Omito decir que es íntimo de Alan.
—Es bueno que entables amistad con alguien que esté próximo a ti —dice Carlos con poco ánimo.
—Por lo menos tienes con quién contar —añade Andrea.
—Ya os lo dije. Cuento con los Carson e incluso con Bryan. Es cierto que es bueno que haya alguien cerca y… —centro mi mirada en Carlos—lamento que sea un chico y no una chica. A ti no te hace ninguna gracia.
Carlos hace un gesto de desaprobación.
—¡Pero si es gay! —dice riendo Andrea.
—Eso no quiere decir nada, Andrea. Tiene lo que tiene entre las piernas y mientras tenga lo mismo que yo… permíteme que me preocupe —dice todo serio.
—¡Ey…! —Me acerco a él y le rodeo el cuello con mi brazo—. Tranquilo.
Él rodea mi cintura acercándome a su cuerpo.
—No me fío.
—No tienes de qué preocuparte. De todos modos, nada tendría que hacer conmigo. Mi corazón ya está ocupado.
Carlos sube una de sus manos al escuchar mis palabras y la coloca en mi cabeza llevándola hacia su hombro mientras me dedica tiernos besos en el pelo. Yo me dejo llevar y mecer entre sus fuertes brazos.
—Eres un dulce caramelo, preciosa.
—Soy dulce en tus manos, no en otras. No lo olvides.
—¡Eh, eh, eh…! Iros a la habitación de una vez… No quiero más escenitas, ¿vale?, que yo esta noche voy a estar a palo seco. No quiero sentir más envidia de la que ya estoy sintiendo. Menos mal que he traído mi vibrador. ¡Vamos! Cada mochuelo a su olivo.
Carlos y yo nos partimos de risa y más cuando escuchamos que se ha traído el vibrador.
—Andad, mochuelos, a vuestra habitación. Y no quiero oír ni ruidos, ni gritos, ni gemidos… que estoy muy sensible después de ver a Bryan…
—Pero ¿sigues con eso? —le pregunto con mofa.
—¡No te fastidia…! Tú crees que me puedes presentar a un tipo tan estupendo… ¡Ay madre mía! Si solo le faltaba la gorra. ¡Qué fuerte…! No quiero ni imaginar lo que haría con él y con su gorra.
—Estás desvariando, Andrea —le digo preocupada.
—Tranquila. Es el viaje que me ha trastornado.
—Bueno, sí es solo eso… Ya comenzaba a pensar que Bryan te había impactado.
—Hay que reconocer que está estupendo y todo eso. Ya sabes…, al final soy toda mecha y poca dinamita. Me gusta bromear. —Los tres reímos y como siempre Carlos se mantiene impasible ante los delirios de mi amiga—. Vamos, que tenéis todavía cosas que contaros antes de dormir —acaba diciendo en tono jocoso.
—Mañana tengo que trabajar.
—Entonces, no perdáis el tiempo —nos recomienda.
Carlos tira de mi mano, no quiere perder más tiempo. Necesita tenerme a solas.
Cogidos por la cintura caminamos por el pasillo en dirección a mi habitación. Suelto el bolsito sobre la cama y me giro para mirarle. Él cierra la puerta que da al pasillo y a continuación la que da al vestidor para que Andrea no nos escuche.
Se queda apoyado en la puerta mientras observa en silencio como enciendo una pequeña lamparita. La tenue luz caldea el ambiente sin pretenderlo. Las oscuras pupilas del que me mira desprenden extrañas y excitantes miradas. Tibios escalofríos comienzan a sembrar mi piel de incertidumbre y soy consciente de lo que entre estas cuatro paredes va a suceder.
—Te tengo delante y se me hace duro recordar, ver y reconocer lo estúpido que he sido al dejarte marchar sin darnos la oportunidad de hablar.
—No pienses en ello ahora, Carlos. Ya estás aquí, estamos juntos y eso es lo que importa. Ya curaremos mutuamente nuestras heridas.
—Te veo tan… cambiada.
—Soy la misma, ya lo ves. Sigo sintiendo lo mismo por ti —le digo llevando mis manos al pecho—. Sigo igual de enamorada o más.
—Al mirarte intuyo algo diferente…, Marian.
Me apresuro a hablar.
—Son tus miedos, la inseguridad que sientes. Ya lo has visto en el coche. Soy la misma, la que teme tus caricias, la que desea que tumbes mis miedos para dejarse llevar por tus deseos. Tenemos que hablar, sí, pero no ahora.
—Existe otro lenguaje con el que negociar —dice en tono susurrante y provocador.
—Negociemos, entonces —digo mientras avanzo unos pasos hacia el hombre que deseo con cierto aire incitador.
—Te estás volviendo peligrosa, Volvoreta.
Sonrío convencida de lo que quiero, de lo que necesito…
—No lo suficiente.
Me detengo ante él esperándole en el umbral de la prudencia. No se hace esperar. Esa mirada suya, perturbadora, se ensaña conmigo. Me desnuda por completo y me envuelve en el delicioso temor de lo impredecible. Un simple paso nos separa de esa negociación que ambos deseamos.
Espero ardiente la llegada acuciante de ese primer abrazo sin censuras, ese que me transporte a las profundidades de la pasión y de la entrega. Él sabe muy bien hacerse esperar, hacerse desear. Cuanto más nerviosa me ve, más disfruta. Lo noto en su mirada y en su mal disimulada sonrisa.
Como un peligroso animal, tienta y calcula la medida de mis emociones arrebatándome la voluntad. No sé cómo, pero cuando quiero darme cuenta, sus brazos y sus labios ya son dueños de mi cuerpo. Se apresura a saciar su sed en mi piel. Envueltos en ardientes abrazos la negociación comienza a consumarse. Sin tregua, sus dedos avanzan hacia la cremallera del vestido para deslizarla con premura hasta el final. Mis manos buscan desesperadas la cálida piel del hombre que asedia con provocativos movimientos de caderas mi cuerpo. La sensualidad de sus movimientos y el roce de sus dedos sobre mi piel me impulsan hacia las más altas cotas del deseo, de la necesidad…
—Te necesito —murmuro.
—Vamos por buen camino —me susurra al oído—. Sigamos negociando. ¿Qué necesitas?
—Te necesito a ti. Necesito que me des lo que me has negado.
Supongo que la negociación también pasa por arrancarle literalmente la camiseta.
Su torso desnudo provoca una intensa ausencia de oxígeno en mi sangre, en mi cuerpo. Le gusta, sííí… Los dos nos miramos sonrientes, entrelazados en la necesidad de calmar el ansia de nuestros cuerpos. El abandono de mi inocente vestidura da paso a la escasez de ropa. Liberadora sensación es la que siento. El conjunto de suave encaje color champán da rienda suelta a la traviesa mirada de Carlos. Pego ansiosa mi cuerpo al suyo apoderándome del cinturón y del botón que sujeta el pantalón a sus caderas. Los mimos y las caricias se suceden con ansia. Mis temblorosos dedos desgarran lentamente esa cremallera. Saber que su caliente virilidad se esconde tras aquel tejido…
Los suspiros se suceden uno tras otro arrancando cada necesidad, cada súplica. Sus manos recorren el contorno de mi cuerpo, el contorno de mis emociones, respetando por poco tiempo la ligereza de la ropa que oculta y que esconde adrede el tesoro más valioso que un hombre puede desear poseer, aquello que nos hace poderosamente femeninas entre las manos del hombre deseado.
Un ligero brote de culpabilidad me hace un triste guiño. Me recuerda que no es el único hombre que desea mi cuerpo. Por un instante reparo en que deseo dos mundos diferentes, a dos hombres.
Un velo helador recorre mi rostro, recordándome que no debo iniciar un doble juego. No debo permitir que lo prohibido me atormente y me persiga. Tengo que apartar de mi mente y de mi vida ese sentimiento tentador. El sabor de lo prohibido es más intenso y adictivo de lo que jamás podría llegar a pensar. Lo desconocía, pero es difícil rechazar esa tentación cuando está tan cerca de mí todos los días, casi sin descanso.
No más tormento. No más pensamientos ajenos a nosotros dos. Ahora estoy con el hombre que he anhelado durante todo este tiempo.
Un arrebatado impulso de Carlos, a través de sus exigentes caricias y de sus incandescentes labios, evita que siga perdida en esos recuerdos. Su boca recorre mi cuello a la vez que sus manos hacen contundente posesión de mis glúteos provocando que mi cuerpo se arquee hacia atrás y que mi pelvis se apreté contra su duro y transgresor sexo. Toda la inflexión de mi espalda es recorrida por una de sus manos despertando cada poro de mi piel. Un rápido y conciso movimiento de sus dedos desabrocha mi delicado y sugerente sujetador. Mis manos resbalan por todo su cuerpo para que mis dedos rodeen la cinturilla de su pantalón y pueda arrastrarlo hacia mí. Carlos aprovecha a sacarse las deportivas y a continuación se deshace de los vaqueros y de mi sujetador.
El hambre es una necesidad muy poderosa y ambos lo sabemos muy bien.
No cede. No permite que continúe con mi objetivo. No me deja acariciar su erección.
—Chica mala —me dice con voz ronca debido a su excitación.
Yo rio morbosa. Quiero participar activamente y él no me deja, no permite que avance. Quiero tocarle ahí, donde mueren todos los suspiros. Quiero acariciar esa zona prohibida, que sin aún tocarla ni sentirla ya le está dando vida a mi cuerpo.
Largos suspiros se escapan de mi garganta al sentir el roce de sus dedos sobre uno de mis pezones mientras me come la boca con deliciosa lujuria. Mis manos son un no parar de recorrer su espalda hasta enredar mis dedos en su corto cabello. Tiro despacio de él imitando lo que él solía hacerme. Al sentir la tirantez de su pelo entre mis dedos me hace girar y me empuja contra la puerta del vestidor. Todo un alocado juego de manos se inicia cuando trato de conseguir mi objetivo. Está juguetón y no me consiente. Atrapa mis manos con las suyas mientras su cadera me bloquea contra la puerta.
—No vas a tocar nada hasta que yo no haya probado tu humedad ¯dice desafiándome con sus palabras y su penetrante mirada.
¡Madre mía!
Mirar su rostro, contemplar esa mirada penetrante y única que ya casi no recordaba, propicia y enciende la llama candente de la excitación.
Mi cuerpo se encuentra semidesnudo pegado a la fría puerta, el torso de su cuerpo unido a mi espalda y su boca que me vuelve del revés cada vez que la disfruto, que la miro…
—Me vas a volver loca —protesto.
—No tan loco como estoy yo ahora mismo, Marian. Tú no sabes… de mi locura. No sabes de mis noches en vela.
—No, no lo sé.
Esas palabras suyas y la forma en que me las dice al oído hacen que me haga una ligera idea de lo que ha estado sintiendo todo ese tiempo que ha estado sin mí.
—No sabes de mi dolor. No sabes la de veces que me he preguntado si no era suficiente para ti y por ello no te podía retener a mi lado.
No era consciente. Ahora comienzo a serlo…
Me vienen a la mente numerosas razones y muchos momentos por los que haría lo que estuviera en mi mano para recuperar el tiempo perdido, recobrar esos instantes en los que su dulzura y sus sentimientos me han hecho sentir y vivir.
Aparta con cuidado el pelo de mi rostro colocando un estratégico mechón entre sus dedos para jugar con él. El lento roce de sus labios en mi cara, en mi boca, y la cálida fricción de sus dedos paseándose por mi cintura hasta llegar a la curvatura de mi espalda, justo ahí, donde pierde su nombre… me exasperan.
Su mirada me quema. El roce de su cuerpo, ese contoneo arrogante que su figura realiza llenándome de caricias, me excita locamente.
—¡¡Quiero tocarte!!
—No, Marian.
—¿Por qué? —le pregunto casi suplicando.
—No voy a dejar que lo hagas, al igual que tú has hecho conmigo. Aun teniéndote… me has despojado de ti. Me has privado de tu cuerpo, de la mujer que amo.
—No, Carlos. No era esa mi intención… —le digo extenuada por la excitación.
—¿Recuerdas lo que te dije?… —murmura a media voz junto a mi boca—. ¿Que me quedan muchos momentos por hacerte sentir y que uno a uno los he guardado en mi memoria?
—Síííí… —Mi voz es un leve suspiro que se escapa de mi garganta cargado de un deseo irrefrenable.
—Ten por seguro que te los voy a hacer disfrutar todos y cada uno de ellos… —dice con voz sugerente y sensual.
Al terminar sus sugestivas palabras y sin más dilación, comienza a acosar mi tembloroso cuerpo. Siento escalofríos de excitación provocados por sus palabras y por esas caricias latentes que me regala. Insatisfecho todavía y sin darme opción a poder acariciar su cuerpo con mis manos, marca el rumbo y el ritmo que deben llevar nuestros cuerpos.
Ya no hay freno que nos detenga, y menos a él.
Eleva mis brazos para acariciarlos y colocar la palma de mis manos en la puerta, luego rodea mi cintura con suavidad con uno de sus brazos para arquear todo mi cuerpo mientras ronronea en mi oreja:
—No te muevas, Volvoreta.
—No lo haré.
—Déjate llevar… —sugiere mientras sus manos se apoderan con delicadeza de mis pechos y su erecto miembro presiona entre mis glúteos.
Tan solo el tejido de nuestra ropa interior nos separa de un contacto más carnal.
Notar como sus manos juegan con mi deseo, con mis ganas de sentir, provoca que mi cuerpo tiemble.
¡Cómo juega…!
Juega con mis pezones entre sus dedos, tira de ellos con suavidad para acabar acariciándolos con mimo. El contorno de mi cuerpo es su siguiente objetivo. Sus manos me acarician haciendo que se tense. La humedad de mi sexo me recuerda el momento que estoy disfrutando. Pasea su lengua y sus labios, sin ningún tipo de recato, por mis hombros otorgándome algún que otro mordisquito que incentiva más el fuego que propaga por cada poro de mi piel. La sensualidad de sus movimientos, su respiración agitada… me calientan aún más. Necesito que sus caricias sean más profundas, necesito palpitar de deseo, necesito sentirle dentro de mis entrañas.
¡Sentirle! ¡Sentirle! ¡Sentirle!
Parece haber escuchado mis pensamientos cuando, con total impunidad, una de sus manos se desliza por mi vientre hasta cruzar la barrera de mi ropa interior. Sus dedos acarician mi sexo, juega con mi clítoris, mientras yo, entre jadeos y suspiros, me debato ante un inminente orgasmo.
—Tocarte hace que mi mente se convierta en una continua corriente delirante de sensaciones, Volvoreta —dice con la voz contenida por la excitación.
Sin pensárselo dos veces, su otra mano se desliza por mi espalda hasta acariciar por fuera mis glúteos. No puedo evitar mover mis caderas lenta, pero incesantemente. Esas caricias que al sentirlas se multiplican por mil… hacen que pierda la cabeza.
He maldecido una y otra vez no poder sentirlas y ahora estoy decidida a no dejar ni una sola por disfrutar.
Sus manos deslizan mi ropa interior hasta quitármela, a la vez que sitúan mi cadera un poco más atrás. Me invita a que separe las piernas. Lo hago. Estoy desnuda, expuesta y decidida a someterme a sus deseos más ardientes y profundos, sin poner condiciones.
Espero sin moverme, impaciente y ardiente su próximo movimiento, sin dejar de pensar lo que mi cuerpo va a disfrutar.