Kitabı oku: «Volarás a través del corazón», sayfa 4
CAPÍTULO 4
Suena el despertador y lo apago de un manotazo.
Los brazos que rodean mi cuerpo me hacen recordar una realidad. Él está aquí, conmigo. Por fin juntos.
Realmente, no he podido dormir nada. Mi cuerpo no ha sido capaz de serenarse, aún está activo y más al ser consciente de que Carlos me rodea. Noto como mi espalda arde al estar en contacto con su pecho. Sin más remedio le despertaré, despacio. Trato de retirar con pena su abrazo. Se remueve y vuelve a agarrarme con contundencia, apretando más su cuerpo contra el mío, como si le fuese la vida en ello. Percibo y siento toda su erección y mi cuerpo se altera ante semejante tentación. Pero no, no puedo caer en ella, tengo que ir a trabajar. Necesito una ducha tonificante y un buen desayuno. Estoy muerta de hambre y necesito recuperarme. La noche ha sido muy productiva en cuanto a orgasmos, con lo que… el apetito…
¡Caramba! ¡Ja, ja, ja! ¡Quién me ha visto y quién me ve…!
No son pensamientos impropios, son muy propios. Toda una realidad. Impresionante sentirle y sentir todo lo que su voluntad proponía, un descarado “yo juego y tú eres mi baza y hago lo quiero contigo”. Está claro que estaba dispuesto a dominar la situación y a controlar mis ganas y mi deseo.
Ya no puedo demorarme más, tengo que levantarme.
En cuanto noto que afloja la presión que ejerce alrededor de mi cuerpo, aprovecho para zafarme con sumo cuidado de entre sus brazos.
Cuando estoy de pie y totalmente desnuda junto a la cama, giro la cabeza para mirarle. Verle tranquilo, con la serenidad que siempre le caracteriza después de una larga noche… resulta gratificante. Verle por fin y tenerle junto a mí me resulta increíble. Casi no me lo creo. No puedo dejar de contemplarle. ¡Dios! Todavía noto latir en mi cuerpo sus besos y sus caricias.
No me queda otra. Una buena ducha y al trabajo. Hoy me espera una jornada larga y, no sé por qué, me temo que complicada.
Cojo algo de ropa interior de la cómoda y me dirijo al baño. Vuelvo de nuevo a mirar hacia la cama. Sigue quieto e inalterable entre las sábanas impregnadas de dulce deseo.
Me miro al espejo. Contemplo mi cuerpo en él mientras me viene a la mente...
Un suspiro casi ahogado se escapa de mi garganta al recordar. Se me altera el pulso y me pongo nerviosa. Él ha visto mi cuerpo y lo ha tocado. Ha sentido el tacto de mi piel. A cambio, yo he sentido sus labios, su lengua, sus manos que navegaban y abrasaban mi piel a su paso, encendiendo el lado oculto y prohibido del deseo. “¡Qué fuerte!”, pienso.
Hoy hay una reunión importante en la empresa y tengo que asistir a Alan. “No sé qué voy a hacer, no sé cómo voy a reaccionar. Después de lo sucedido entre nosotros y la llegada de Carlos… ¡Uf!”, cavilo mientras me dirijo a la ducha.
Comienza a entrarme una zozobra por el cuerpo. Abro el grifo de la ducha y me preparo para entrar en ella. Dejo que resbale el agua por mi cuerpo, entregándome a su delicado encanto, sin dejar de pensar que voy a tener que enfrentarme a él, que le voy a tener delante, y ahora… Carlos está aquí.
La angustia me invade solo de pensar que… “¡¡Dios!! ¡¡¡Deja de pensar, Marian!!!”, me regaño a mí misma agarrándome la cabeza con fuerza entre ambas manos.
Es inútil… Sé lo que sentí cuando Alan me tuvo entre sus brazos y besé sus labios. Vi el oscuro brillo de su mirada cuando trataba de hacerme suya. Mi cuerpo todavía arde al recordar aquel momento, al rememorar el rico sabor de lo prohibido y mi necesidad de rendirme ante la esencia clandestina de esa sensación nueva y diferente. Aún no sé cómo pude sacar la fuerza necesaria para detener lo que parecía inevitable, detenerle cuando estaba a punto de hacerme suya… Si se hubiese consumado el acto con Alan, dudo que anoche hubiese reaccionado con Carlos de igual manera.
Tengo tantas cosas que poner en orden en mi cabeza… He de hablar con Carlos y contarle los rumores infundados, he de hacerlo antes de que se entere por casualidad y eso le haga daño.
Me sobresalto al sentir unas manos en mi cintura. Por supuesto…, Carlos. Quiero darme la vuelta, pero me lo impide.
—Volvoreta —susurra a mi oído apretándose contra mi cuerpo.
—Buenos días, Carlos.
—¿Conseguiste dormir? —ronronea.
—¿Acaso… podía? —le digo con una bobalicona sonrisa en los labios.
—¿Acaso… no te he dejado?
—¿Acaso diste tregua?
—Un par de horas no son suficientes…
Sus brazos me rodean hábilmente entregándose por completo a la incesante lluvia de agua que cae sobre nosotros. Sus labios comienzan a besar mi nuca, pasando por el cuello y llegando por el mentón a mi boca. Nuestras bocas se fusionan obligándome a girar el cuerpo para quedar frente a él. Candentes besos vuelven a encender la hoguera de la pasión. Su boca succiona mi lengua con hambre, con necesidad…
Me lleva contra la pared de la ducha. Allí encuentra el dosificador de jabón. Llena su mano con el envolvente producto. Comienza a esparcirlo por mi cuello, por mis hombros y seguidamente por mis brazos…, masajeando a la vez que se deleita con mi predisposición a ser pulcramente lavada por sus manos. La espuma comienza a ser generosa. Sigue cogiendo más jabón y cubre con él mis pechos, bajando por mi vientre lentamente hasta llegar a…
Sin palabras…
Me hace dar la vuelta para seguir enjabonándome a placer. Sigue caldeando mi cuerpo, mi voluntad. Vuelve a avivar los rescoldos de la pasada noche. Comienzo a ambicionar tenerle de nuevo dentro de mí, sentir su fogosidad latiendo a fuego lento en mis entrañas. Noto que sus manos abandonan mi cuerpo para coger más jabón. Me doy cuenta de que ese jabón ya no es para mí, sino para él. Me doy la vuelta y veo como se enjabona el cuerpo mientras me hace un guiño.
—Yo que tú terminaría de ducharme o llegarás tarde al trabajo.
De mi garganta se escapa un jadeo de decepción.
—¡¡¿Me vas a dejar así?!!
—Dolorida, te refieres… Sí.
—No me lo puedo creer.
—Termina con la ducha tranquilamente. Mientras, voy a preparar el desayuno —dice tras terminar de quitarse la espuma bajo el agua. Cuando acaba, se enrolla una toalla a la cintura y desaparece del baño.
Me quedo como una boba mirando hacia la puerta. “¡Joder, no me lo puedo creer! Está decidido a no ponérmelo fácil. Quiere seguir con el castigo…”, me digo.
Con la frustración recorriéndome el cuerpo, me coloco bajo el agua de la ducha para terminar de quitarme el jabón. “¿Cómo puede hacerme esto? ¿Y quiere que sellemos la paz? ¿Así? ¡Joder, está jugando conmigo!”, pienso.
Ya vestida y con el maletín en la mano, me dirijo a la cocina.
Es curioso verle desenvolverse con soltura en ella. Hace que recuerde aquella mañana en su casa. La noche anterior intentábamos arreglar la pelea que tuvimos por mi decisión de venir a trabajar aquí. Pretendía quedarme sola en su cama, pero terminé en el sofá con él. A la mañana siguiente, me preparó un desayuno… memorable.
Casualmente, parece repetirse aquella situación, pero sin discusión de por medio.
¡Guau! Solo de recordarlo se me eriza la piel.
—Vaya desayuno me estás preparando.
Sus sagaces ojos negros se detienen en mí.
—Quiero que te alimentes bien. La noche ha sido intensa y has dormido poco. Te vendrá bien reponer fuerzas —dice mientras me da un vaso de zumo.
—Está delicioso.
—Siéntate… Ya lo tengo todo listo.
—Has hecho tortitas…
—Sí. Aprendí a hacerlas antes de venir. Está todo controlado. Y los huevos revueltos, también.
—¡No me lo puedo creer! —le digo mientras me río—. Muchas gracias, pero yo… Sabes que no desayuno todo esto.
—Tú prueba y después me dices si no es lo que necesitas después de una noche como la de ayer —dice con una sonrisa picarona.
—Ya. Está bien, probaré —le digo con una mueca.
—Así me gusta. Después de una noche intensa el cuerpo necesita reponerse.
Me siento en un taburete mientras él me sirve el generoso desayuno.
Tras probar el primer bocado, me doy cuenta de que estoy hambrienta y de que sí lo necesitaba.
Carlos se sienta a mi lado para desayunar también.
—Está delicioso, Carlos. Tenías razón, es lo que necesito.
—Claro que la tengo —me dice pasando sus dedos por mi mejilla. Sus negros ojos me miran con una expresión tan dulce… que me estremezco—. Deseo lo mejor para ti, Marian. —Su mirada se detiene en mis ojos—. No puedo creer que estemos de nuevo juntos, que hayamos pasado una noche… —Intenta llenar sus pulmones de aire, inspira casi con ansia ante el aturdido pensamiento que le recorre la mente—. Necesitaba sentirte, Marian. Necesitaba saber que me echas de menos, que me necesitas.
—Es evidente que te necesito, Carlos. Hay momentos que me vuelvo loca con todo esto… —le digo sin poder evitar que se me salten las lágrimas.
—Tenemos que aclarar todo lo pasado, nuestra situación. Pero no te preocupes, Marian, habrá tiempo suficiente para hablar —dice mientras detiene con la yema de su dedo pulgar una de mis lágrimas—. Estás preciosa y se te va a estropear el maquillaje. No llores.
Con especial ternura se acerca a mi mejilla para depositar en ella un tierno beso seguido de pequeños roces de sus labios hasta llegar a mi boca, donde se detiene a disfrutar con su lengua del sabor de mis labios.
—Me encanta el sabor del café en tus labios. Tu boca le da un toque tan especial… —dice sin apartarse de ella, acariciando con sus labios los míos a cada palabra.
¡Uf! Que me caliento de nuevo…
—No sigas…
“No sigas” no está dentro de su vocabulario.
El beso se vuelve tan prolongado y denso que no soy capaz de renunciar a él.
En cuanto me deja recobrar el aliento, le comento que tengo reserva para esta noche en un restaurante de moda de la ciudad y que, si después les apetece tanto a él como a Andrea, podríamos ir a una fiesta que Allison me ha sugerido y para la que me ha proporcionado entradas. Estoy segura de que a Andrea le apetecerá darle un poco de movimiento al cuerpo. Noche de viernes a tope.
—Lo que tú quieras, Marian. Ya sabes que Andrea está impaciente por conocer la ciudad y, sobre todo, la noche.
—Síííí. Ya lo sé. Por eso no he querido perder el tiempo y me he dejado aconsejar.
—Perfecto. Ahora termina el desayuno o llegarás tarde.
—Tienes razón.
—En cuanto Andrea sea persona y esté preparada iremos a patear la ciudad.
—Muy bien. En cuanto pueda os llamaré para saber que tal estáis. Si tenéis algún problema no dudéis en llamarme, ¿vale?
—No te preocupes. Todo estará bien.
—Perfecto. He reservado mesa para las nueve. Espero que hoy no se alargue la jornada.
—Tranquila, lo primero es el trabajo.
—Sí, pero ya estoy ansiosa por volver y eso que aún no me he ido ¯digo poniendo cara de fastidio—. Estoy deseando estar con vosotros. Os añoro tanto…
—Vamos anda…, no lo pienses. Hazte a la idea de que aún no estamos aquí.
—Después de lo de anoche creo que eso va a ser imposible.
Ante el gesto que pongo y la expresión de Carlos, los dos echamos a reír.
CAPÍTULO 5
Ha sido montar en el coche y comenzar a transformarse mi carácter, mi pesar…
Volver al trabajo hoy no me está resultando fácil. Cierro un instante los ojos para abrirlos llenos de tristeza… y no entiendo el porqué…
Conduzco por las calles de la ciudad por inercia…
Quizá es por todo lo que llevo dentro. Todo lo vivido en el tiempo que llevo aquí. El distanciamiento con Carlos. Noches y días preguntándome que sucedería finalmente entre los dos. Si seríamos capaces de superar la distancia… ¡Uf! ¡¡Dios!! Me trago las lágrimas una tras otra. Me cuesta hasta respirar.
A pesar de todo sigo pensando en Alan. No puedo borrarle de mi mente.
Comienzo a sentir un fuerte dolor de cabeza. No tengo paz. No me encuentro bien. Pensar que estoy traicionando a Carlos con mis pensamientos, con mi actitud…
Río amargamente al recordar que Alan Carson es…
“¡No! No puedo reconocerlo, no puedo decirme a mí misma lo que siento por él. No, no puedo involucrarme con él. No puedo pensar… Pensar… ¡Ja…! ¡Ni que eso fuese posible! Hay una realidad y lo sabes, Marian. Ese hombre ha encendido tu cuerpo, ha encendido tu mente, ha encendido tu corazón y tu razonamiento. ¡¡Ya está en ti!! ¿Y ahora qué hago?”, me repito una y otra vez completamente confundida.
Suspiro angustiada ante mi propia pregunta.
“¿Cómo voy a afrontar el día de hoy? ¡Dios! ¡No puedo con esto! Tengo tantas explicaciones que dar a Carlos…”, me digo finalmente.
Ya tengo todo listo para la reunión.
Agrupo las carpetas cuando Marcia hace acto de presencia en mi despacho. Con su enorme sonrisa me da los buenos días.
—Buenos días, Marian. ¿Estás preparada?
—Sí. Buenos días. Ya lo tengo todo.
—Bien. Te ayudo a prepararlo todo en la sala de reuniones.
—Perfecto. Gracias —le digo con una sonrisa cómplice.
Mientras caminamos hacia la sala de juntas mi cuerpo comienza a hervir como una olla a presión. Tengo que asistir a Alan.
El recuerdo de lo que pasó en el apartamento… Cierro un instante los ojos y recuerdo su cuerpo desnudo. Casi se me escapa un fuerte suspiro al abrirlos. Recordar su boca recorrer mi cuerpo…
¡¡Santo Dios bendito!!
Me ha tenido entre sus brazos, entre sus besos, entre sus caricias. No quiero verlo, no quiero aceptarlo, pero quiera o no ya ha dejado huella.
Entre lo excitada e inquieta que aún estoy por el reencuentro, la pasada noche en los brazos de Carlos y el recuerdo latente y vivo de lo prohibido… estoy como una moto.
Entramos en la sala de juntas y comenzamos a repartir los dosieres por la mesa cuando Alan hace acto de presencia por mi espalda. Inmediatamente, Marcia se da cuenta y sale de la sala sin decir nada. Me pongo recta, ya que me encontraba inclinada sobre la mesa repartiendo parte del material. No me atrevo ni a mirar. Al ver que no dice nada, doy media vuelta y le saludo con la voz quebrada por la inquietud.
—Buenos días, señor Carson.
Le miro con cautela, pero con la sensación de que me ahogo en mis propias palabras, en mi propia respiración.
—Buenos días, señorita Álvarez —dice mientras cierra la puerta tras él.
En un principio, tratamos de no mirarnos a los ojos. Con el resto de carpetas en las manos y ante el evidente temblor que me recorre el cuerpo, decido darme la vuelta y dejar sobre la mesa el resto de dosieres.
—¿Llegaron bien su novio y su amiga?
Lógicamente, mantiene las distancias tratándome de usted.
Vuelvo a girarme para dirigirme a él.
—Sí, gracias —le digo mientras con una fugaz mirada observo sus oscuros ojos.
No sé hacia dónde mirar ni qué hacer. Se muestra tan serio y firme que me da miedo.
—Me imagino que se dedicarán a conocer la ciudad.
—Sí, claro —le digo con timidez.
—Tenerlos aquí debe de ser una inyección de felicidad.
—Sí.
Sí, sí, sí… Monosílabos salidos de la vergüenza que siento al tenerle delante.
Mi nerviosismo es perfectamente visible desde el edificio de enfrente y él está claro que lo percibe.
Mirándole bien, sus facciones y su forma de mirarme se han suavizado. No sé qué hacer. Estoy paralizada.
—Hoy hay trabajo que hacer —dice.
—Ya. La reunión puede alargarse.
—Conseguir que el consejo respalde esta iniciativa no va a ser fácil.
—Supongo que, aun así, la decisión en este caso es solo suya.
—Cierto… —dice acercándose peligrosamente a mí—, pero prefiero contar con el respaldo del consejo. Es esencial escuchar opiniones. No cierro las puertas a un cambio de iniciativa. Tengo que valorar.
Sus palabras se detienen al pararse a escasos centímetros de mí. Provocándome, incitándome.
—Valoro mucho lo que quiero —sentencia con voz firme y mirada desafiante.
Trato de ganar espacio entre los dos tropezando con la mesa al retroceder.
—No me cabe duda, señor.
—Bien… Quiero que sea usted la que esta vez convenza al consejo. Ha estudiado a conciencia la inversión. Quién mejor que usted para exponer y vender este producto.
—Es una responsabilidad muy importante. No sé si seré capaz de convencerles. Son muy estrictos y concienzudos.
—No se infravalore. Está cualificada para culminar cualquier proyecto. Esta es otra oportunidad de demostrarse a sí misma que vale para esto.
Poco a poco dejo de pensar en él y también en mí y me centro en el trabajo. Consigo aislar lo personal pese a que me siento muy cerca del peligro. No dejo de sentir su amenaza.
—Es cierto. No tengo que asustarme ante la responsabilidad.
—Exacto. Conoce muy bien en qué consiste la evaluación de esta adquisición. Se han calculado al milímetro los pros y los contras. Sabemos el rendimiento de la inversión y lo que eso beneficiará y aportará a la empresa en un futuro.
—He analizado y comprobado todos los pormenores como unas cincuenta veces.
—Lo tengo claro si usted también lo tiene claro.
—Por supuesto, señor.
Sin darme cuenta, mientras me hacía a la idea de presentar el proyecto de inversión, Alan me ha ido ganando terreno hasta llegar a acariciar mi brazo con el dorso de su mano.
Su mirada busca lentamente la mía a la vez que un suspiro se escapa inconscientemente de mi garganta.
—Son todo tuyos. Quiero participar en el desarrollo y distribución de la energía cinética. Es un recurso inagotable. Quiero estar ahí. Necesito sentir el respaldo y la aprobación del consejo.
Esa leve caricia me ha puesto la piel de gallina y ha hecho que por un instante mi mente se traslade al momento en que… él y yo nos tuvimos el uno al otro ardiendo en puro deseo.
La forma en que nos miramos durante un segundo me corta la respiración. Mientras se aleja de mí, observo su mirada. Entiendo perfectamente su lenguaje. Me mira y sabe que Carlos ha obtenido lo que él ansía tener… o al menos ansiaba, porque la frialdad se ha instalado en su mirada de repente. Se detiene en un extremo de la mesa de reuniones mientras golpetea con la yema de los dedos sobre su superficie. Mira a través de la vidriera, distrayendo así sus pensamientos para evitar un nuevo contacto visual entre nosotros.
Como era de suponer, la reunión se ha prolongado más de lo esperado. El consejo ha resultado duro de pelar, pero pese a que ha costado no les ha quedado más remedio que rendirse a nuestros pies y aceptar cada argumento y cada cifra debidamente justificada. Los números han hablado por sí solos. Se han hecho los duros, aunque al final se han rendido ante la evidencia.
Como evidente ha resultado el apoyo de Alan a todo lo que con meticulosa prudencia he ido exponiendo a los allí presentes. He observado en él miradas de satisfacción y de cuando en cuando hemos compartido alguna que otra sonrisa. La conexión entre ambos ha resultado perfecta. Parecía conocer cada uno de mis pensamientos y la respuesta que iba a dar en cada momento. Es cierto que alguna vez ha dicho que es un paciente observador con una habilidad sorprendente a la hora de encauzar y llevar el tema hacia donde él quiere. No te das cuenta de que te está manipulando. Es inteligente y tiene un poder de convicción inconmensurable.
En algunos momentos, he sentido sobre mí esa mirada que le caracteriza y que hace que me ponga algo inquieta y nerviosa. He notado como se elevaba la temperatura de mi cuerpo al tenerle sentado tan cerca. Su fragancia, sus elegantes movimientos, refinados y templados, han hecho subir los registros de mi casi perceptible ansiedad. Creo que nuestras miradas se encontraban adrede entre pausa y pausa, atraídas como dos imanes imposibles de separar. Mi respiración se hacía profunda y lenta al sentirme especialmente atraída por él. Quizá… peligrosamente vencida. Vencida por el recuerdo de sus labios. El recuerdo del deseo instalado en sus verdes pupilas, el tacto de sus manos sobre mi cuerpo…
“¡¡Uf!! La braguita mojada… Mejor será que recoja mis cosas y me vaya a casa”, cavilo.
Carlos y Andrea me estarán esperando ansiosos por contarme cómo han pasado el día. No he podido hablar con ellos. Se complicó la reunión y tan solo les pude mandar un par de mensajes que contestaron con prontitud.
Todavía está el coche de Alan en el aparcamiento.
Monto en mi BMW y me voy a casa.
—¡Hola chicos! —digo al abrir la puerta mientras doy buena cuenta de lo humedecida que está mi braguita.
A simple vista parece que no están, pero enseguida aparecen los dos por el pasillo que conduce a las habitaciones.
—¡Ey! ¡Ya estás aquí! ¡Ja, ja, ja! —dice Andrea al verme.
—Sí… —sonrío—. Ya soy toda vuestra.
Andrea me da un fuerte abrazo dejando enseguida paso a Carlos.
Él me agarra por la cintura e inmediatamente acabo abrazada y devorada por sus labios.
—Te he echado de menos, Volvoreta.
—Y yo a ti, Carlos.
—Andrea y yo lo hemos pasado genial.
—Ya veo… —le digo embobada ante una de sus más seductoras sonrisas.
—Hubiera estado mejor si nos hubieras acompañado.
—Lo sé, pero no podía ser. He tenido una reunión de vital importancia para los intereses de la compañía. Era imprescindible mi presencia.
—¿Tan indispensable eres para ellos? —Me mira expectante ante mi respuesta mientras rodea mi cintura con sus brazos.
—No se trata de eso, Carlos. Consiste en que me he currado como una loca posesa ese proyecto. Conozco todos los pormenores, las cifras, todo. La compañía cuenta con un consejo un tanto escéptico y había que convencerles con precisos argumentos para que aceptaran la inversión.
—Eres una mujer inteligente y con mucho talento. Entiendo que les guste tu forma de trabajar.
—¿Sabes una cosa? Estoy aprendiendo más de lo que nunca imaginé. Es una fantástica oportunidad la que estoy teniendo.
—Te veo muy contenta.
—No lo voy a negar. Lo estoy por varios motivos, pero principalmente por uno.
En ese momento un pensamiento pasa fugazmente por mi mente: “uno de ellos es por mi empapada braguita”. Me ruborizo.
—¿Cuál?
—Vosotros. Necesitaba teneros aquí, conmigo. Que vierais que estoy bien, que esto es lo que me gusta y lo que quiero en mi vida. También quiero que sepas que te necesito a ti, Carlos, más que todo lo que me rodea en este momento. Sin ti, todo esto no tiene sentido para mí. Ya sé que muchas veces he hablado como si quisiese tirar la toalla y regresar a casa. Sé que es cuestión de tiempo que termine adaptándome a todo esto.
—Marian… —dice con tristeza alejándose de mí.
Andrea se retira a su habitación al ver que la cosa se pone un poco difícil.
—Ahora no es el momento. Mañana hablaremos sobre lo nuestro.
Se vuelve para mirarme.
—Tienes razón… Ahora no es momento de hablar. Lo haremos mañana. Vamos a disfrutar de la velada que nos tienes preparada —dice con una escueta sonrisa.
Estamos dispuestos a vivir la noche. Andrea se ha enfundado un bonito y ajustado vestido de corte asimétrico en color verde esmeralda, dejando suelta su abundante melena pelirroja. Una preciosidad de mujer. Carlos lleva unos vaqueros ajustados y una bonita camisa blanca, rematando el conjunto con una americana negra. Y yo me he puesto un bonito vestido ajustado en color negro con una especie de corpiño bien ceñido al cuerpo que realza mis pechos. Las cintas cruzadas de la parte delantera le dan un aire sexi al look. Y cómo no, unos preciosos zapatos que acentúan mi estilizada y algo más delgada figura. Remato el conjunto con una larga trenza despeinada cayendo sobre mi hombro. Voy totalmente diferente a lo que acostumbro. Algo llamativa para mi gusto, pero Tania fue la artífice de este look que por otro lado me resulta algo gótico y me gusta. Mis labios llaman poderosamente la atención por el toque de rojo rubí aterciopelado.
Esta vez, mi maquillaje es un poco más atrevido que otras veces, pero me apetece. Quiero sorprender a Carlos y creo que lo he conseguido al acentuar mi sonrisa.
—Estás muy sexi —me dice al oído al mismo tiempo que su juguetona mano resbala por la curvatura de mi trasero—. No te pienso perder de vista en toda la noche. Eres pura tentación, Volvoreta. Me vas a tener toda la velada babeando.
Le miro un instante con una sonrisa boba hasta que suena el timbre de la casa.
“¡Qué raro!”, pienso.
Abandono los brazos de Carlos para ir a abrir la puerta. Miro por la mirilla y veo a mi querido vecino Alex delante de mi puerta.
“¿Qué querrá?”, me pregunto un tanto extrañada.
Al abrir, me veo sorprendida por su arrolladora entrada y más sorprendida aún cuando veo que mueve las caderas de forma exagerada a cada paso internándose en mi salón y haciéndose dueño de la situación.
—¡¡Hooooola, chicos!! ¡Ja, ja, ja! Soy el vecino de Marian. Me llamo Alex —dice proclamando como un loco.
“¡¡Madre de mi alma!! ¡¡Se ha vuelto loco!! ¡¡Dios!! ¡Parece haberse comido toda la producción anual de plumas! Menudo exagerado…”, digo para mis adentros.
Alex se va directo hacia Carlos intimidándole con su forma de expresarse y sus ademanes afeminados. Él intenta guardar las distancias, pero Alex no está dispuesto a ceder. Pretende tocarle el trasero a mi chico. ¡Ja, ja, ja! Y Carlos pone una cara de mosqueo de aquí te espero.
—Alex… —intento llamar su atención—. Estos son Carlos y Andrea.
—Sí, sí, sí. Ya lo creo, vecinita… ¡Ja, ja, ja! Menos mal que se me ha ocurrido presentarme sin más, sino ya veo que no me hubieras presentado a este diamante en bruto… —dice acariciando el brazo de Carlos y poniendo cara de viciosillo.
¡¡Señor!! ¡Ja, ja, ja! ¡¡Se ha vuelto loco!!
Veo como Andrea disfruta con la situación y como Carlos intenta en todo momento alejarse de las garras de aquel personaje. Porque lo tengo clarísimo, Alex está actuando de esa forma para que Carlos no se moleste porque yo tenga un vecino como amigo. Sabe muy bien que todos los hombres piensan igual: mientras él tenga entre las piernas lo mismo que ellos no se pueden fiar de él. Me parto de risa al verles. Todo un espectáculo… A Carlos comienzan a entrarle los sudores y yo no sé qué hacer con Alex para que le deje tranquilo.
—Alex, por favor. Te quiero presentar a mi mejor amiga, mi hermana, mi todo. Esta es Andrea.
Gira la cabeza para mirarla sin soltar a Carlos que lo tiene sujeto por los antebrazos. Se la está jugando. Va a terminar con su paciencia y no quiero ni imaginar cómo puede terminar el asunto. ¡Ja, ja, ja!
Opto por separarles. Cojo a Alex por el brazo y me lo llevo con Andrea que disfruta del momento con mofa. Él cede ante mi imposición, pero eso sí, sin dejar de lanzar besos y lengüetazos al aire, dedicados exclusivamente a mi chico.
No puedo contener la risa. Le presento a Andrea y Alex le propina un beso en cada mejilla.
—Vaya…, pelirroja. Uf… No me gustan las pelirrojas. De morena estarías más mona —dice sin dejar de aletear sus manos por delante de su cara.
Andrea no deja de reír, aunque parece estar mordiéndose la lengua para no soltar alguna burrada que yo más tarde pueda recriminarle.
—Encantada, Alex —dice mi amiga apenas sin fuerzas por culpa de la risa.
—Vamos, Alex. Tenemos que irnos. Tenemos mesa reservada. Ya te veremos y tomaremos algo juntos antes de que regresen a España.
—Eso espero, mona —dice aleteando de nuevo sus manos esta vez por delante de mi cara.
Yo estoy que me muero por reír a mis anchas. Si lo hago… estoy segura de que Carlos se molestará.
—Hmmm… Diamante en bruto… Te pulía a base de lametazos y de… ¡Guapetón! Vaya fichaje que ha hecho mi queridísima amiga —remata cogiendo mi mano entre las suyas para darme un beso en el dorso mientras me guiña un ojo—. Ya me voy. Dejo que os divirtáis. Pasadlo bien, pero devolvedme a mi amiga en perfecto estado. Es la mejor amiga que tengo.
Es un loco. Se la estaba jugando con Carlos. No sé ni cómo ha podido aguantar sin darle un puñetazo. Con lo mal que lleva que un gay le diga algo.
Mi vecino decide irse no sin antes volver a provocar al pobre. Tras marcharse, por fin reina la paz.
—¡Dios! ¿Cómo puedes aguantar a un personaje así? —profiere Carlos con cierta pincelada de desagrado en el tono de su voz.
—¡Ja, ja, ja! No siempre se alborota de esta manera. Le has gustado, eso es todo. Ya le dije que eras guapíííííísimo y que seguro que le gustarías a él también.
—¡¿Cómo?! —dice un tanto irritado por mi confesión.
—Vale, vale… Vamos, déjalo ya. No creo que te vuelva a molestar de esa manera. Ya sabes… estaba emocionado.
—¡Sííí, claro! ¡O emocionada! Vaya plumaje que se gasta el pieza ¯dice Andrea—. Anda… que a este le quitaba yo la pluma con lo bueno que está.
¡Ja, ja, ja! —reímos los tres.
Parece que mi vecino ha conseguido su objetivo. Los dos piensan que es una loca. Para mí es un alivio. El pobre Alex se ha empleado a fondo. Seguramente, ha pensado que cuanto más inoportuno fuera y más plumas hubiera comido, más convencidos quedarían ambos del poco peligro que representa.
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