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2. Lo principal es que te consideren útil
Francisca Reyes

Francisca Reyes subió rápidamente al ascensor de vidrio y bajó del cuarto piso al hall El Pensador. Estaba contrariada. En su mano llevaba el celular, en cuya pantalla releyó por tercera vez: «Un tercio de los diputados enfrenta demandas por no pago de cotizaciones laborales. El Presidente de la Cámara, Ignacio Cruz, es uno de la lista». El diario electrónico El Mirador había subido la noticia hacía diez minutos.

Miró hacia el hall. Estaba, como de costumbre al mediodía, repleto de periodistas, fotógrafos y camarógrafos, que en ese momento cubrían las declaraciones de tres diputados, detrás de los cuales otros cinco esperaban su turno. Cruzó por el costado, evitando a la gente. Estaba apurada. Y enojada. Pasó delante de la Sala Inés Enríquez, dobló a la izquierda por el pasillo que conducía a la entrada de la Sala de Sesiones y se detuvo en la puerta. Le preguntó al funcionario de guardia si podía pedirle al Presidente que saliera, porque debía comunicarle algo urgente. Él le pidió usar el procedimiento regular: el papelito con la solicitud escrita.

–No puedo interrumpirlo, señorita Francisca. Perdóneme.

Respiró hondo y continuó por el pasillo hacia la puerta que conducía a la cafetería, tras la cual había un escritorio con una pila de papeles cortados. Tomó uno y anotó: «Debe salir. Tengo algo que mostrarle. Urgente». Volvió sobre sus pasos, le entregó el papel al funcionario y se sentó a esperar en el sillón del pasillo.

Francisca había llegado a la Cámara hacía siete años a reemplazar a una amiga que se iba de viaje. Desde hace tiempo quería entrar al Congreso. Sabía que los sueldos eran buenos, las jornadas cortas y que trabajar allí tenía un cierto glamour. Y Francisca quería tanto el dinero como el glamour. Como contadora trabajaba mucho y ganaba poco, y no se libraba de las recriminaciones de sus padres, que pensaban que la única forma que tenía de alcanzar un buen pasar era casándose con un hombre adinerado. Se lo venían repitiendo desde que estaba en la escuela. Por eso nunca entendieron que quisiera estudiar contabilidad ni menos que después consiguiera un trabajo y se fuera a vivir sola. Pero ella estaba acostumbrada a que no la entendieran. Desde chica soñaba con ser exitosa, tener dinero, un departamento con todas las comodidades, auto, ropa de marca y vacaciones en el extranjero. Pasarlo bien, lejos del ambiente mediocre, amargado y sin horizonte de donde provenía.

Por eso, cuando Carla le habló de la posibilidad de reemplazarla como secretaria de su diputado, no dudó. Sabía que si lograba entrar al Congreso, con el tiempo se haría un espacio propio. Así es que se compró un vestido nuevo y leyó sobre el funcionamiento de la Cámara un par de días antes de la entrevista.

–¿Por qué quieres trabajar aquí? –le preguntó el parlamentario cuando la recibió en su oficina.

–Porque Carla me ha hablado de su trabajo y me parece interesante. Se está cerca de temas importantes.

–¿Y sabes algo de política?

–No, no mucho.

–¿De qué tendencia es tu familia?

–Bueno… de derecha. Pero yo no –agregó.

–Pero tú sabes cómo funciona acá, ¿cierto? Yo necesito alguien de confianza.

–Por supuesto. Si Carla no pensara que soy de confianza, no me habría recomendado.

Causó buena impresión en el diputado. Seguramente más por sus piernas que por su destreza. Pero daba lo mismo, porque entró a trabajar cuatro días después.

Terminados los tres meses, el diputado le pidió que se quedara de manera permanente, lo que significó el término de su amistad con Carla. Pero así es la vida, pensó Francisca. Aprendió rápido a redactar memorándums, a coordinar audiencias, a responder correos electrónicos formales, informar las citaciones a comisiones, manejar la agenda, armar su propia red de contactos, acceder a información y hacerse cargo de situaciones delicadas. Cuando el diputado no fue reelecto, el jefe de bancada del PPD le pidió que asumiera como secretaria de todo el grupo. Ella aceptó, negoció mejores condiciones laborales que su antecesora y confirmó que iba por el camino correcto. En dos años se había hecho un espacio: su nombre ya era conocido entre varios diputados y asesores, y también entre los trabajadores y funcionarios de la Cámara.

Francisca se llevaba bien con todos. Sobre todo con los funcionarios. Sabía que los necesitaba para hacer bien su trabajo. Ellos se percibían a sí mismos como una categoría superior entre los trabajadores de la Cámara. Estaban al servicio de los diputados, igual que los empleados de los parlamentarios, pero no dependían de los vaivenes de la política ni de la reelección de sus jefes para mantener el trabajo. Sostenían que daban continuidad, estabilidad y permanencia al trabajo legislativo, y decían que los trabajadores de los diputados eran «aves de paso», al igual que sus jefes. Por eso consideraban natural tener mejores sueldos, horarios más cortos, vacaciones más largas, derecho a pago por horas extras, gratificaciones tres veces al año, regalos y un listado de prebendas a las que los trabajadores parlamentarios no accedían. A Francisca esto le parecía una injusticia, pero había aprendido a callarse y a soportarlo. Además, algunas mejoras habían conseguido a lo largo de los años.

Fue así como conoció al Secretario, cuando lo fue a ver junto a otros dos colegas con quienes organizaba el sindicato Catalán. Los hizo esperar una hora y media antes de recibirlos. Y eso molestó a Francisca.

–Disculpen la demora, pero estoy en medio de un tema –les dijo cuando finalmente los recibió–. No tengo mucho tiempo, así es que díganme en qué los puedo ayudar. Ah sí, ahora recuerdo: el sindicato de trabajadores parlamentarios.

–Bueno, Secretario, como usted sabe, estamos hace meses intentado conformar este sindicato… –dijo Alberto, uno de los compañeros de Francisca.

–Por supuesto que lo sé. Seguramente lo supe antes que ustedes mismos. Pero la verdad es que no tengo claro el propósito. Ya existe un sindicato que ha logrado varias cosas, como que los inviten a la fiesta de aniversario de la Cámara, que les den uniformes de trabajo a las chiquillas, para que también se vean ordenaditas, y que los incluyan en el almuerzo del casino. Más que armar algo nuevo, tenemos que fortalecer lo que ya existe, para que estos beneficios lleguen a todos… ¿no les parece?

Francisca miraba a sus compañeros, pero ninguno decía nada.

–Deben entender que mi labor acá es ver que las cosas funcionen –¬continuó Catalán–. Y para eso debo estar atento a los intereses de todos, principalmente de los diputados, para quienes trabajamos. Pero también tengo que responder a los funcionarios, sin los cuales esta corporación no se movería, y a ustedes, que tienen un rol importante. Pero no se puede hacer todo. Por eso les hice una propuesta seria y realista, que incluye obviamente un acápite especial para ustedes tres, para que me ayuden a manejar esta situación y velar porque todos nos mantengamos tranquilos y contentos. ¿Me entienden?

–Entendemos. Pero no nos parece –respondió Francisca.

La oficina quedó en silencio.

–Nosotros queremos que la Cámara nos contrate –continuó–. Que nos pague las imposiciones y todo lo que corresponde según el Código del Trabajo. Es lo mínimo.

Catalán se volvió hacia ella.

–Y tú eres….? Ah sí, Francisca, la secretaria de la bancada PPD, que llevas tres años en la Cámara y llegaste como reemplazante, ¿no es cierto? Sí, yo conocía a Carlita, tu antecesora… a quien no le fue tan bien como a ti, veo.

Francisca sintió el calor subir por las mejillas.

–Lo que Francisca quiere decir, don Augusto –dijo Alberto–, es que queremos ver si es posible que los trabajadores parlamentarios avancemos en tener contratos acordes a la legislación vigente… claro, a través de un proceso gradual y consensuado con usted, por supuesto…

Francisca no se llevó una buena impresión de Catalán en ese primer encuentro, y le quedó claro que nunca llegarían a ser amigos. Pero también supo que tenía todo el poder y que llevarse mal con él le traería problemas.

Volvió al artículo de El Mirador: «La revisión arroja que casi el 20% de los diputados enfrenta procesos por incumplir el pago de cotizaciones previsionales o seguros de cesantía de sus empleados. Incluso el presidente de la Cámara, diputado Ignacio Cruz, figura en el listado de morosos».

¿Quien había entregado los antecedentes a El Mirador? Desde el año pasado se sabía que había problemas con el pago de las imposiciones. Pero la Dirección de Finanzas nunca había aclarado nada. Catalán le había asegurado al presidente del sindicato que solo era «un problema de flujos» que se arreglaría pronto. Ella sabía que algo andaba mal, porque se trataba de dineros que estaban en el presupuesto anual de la Cámara y no podían desaparecer. Pero el problema no se arregló y ahora aparecía en la prensa, con su jefe encabezando la lista de responsables. Increíble. Era la Dirección de Finanzas quien debía pagar las cotizaciones, y que sabía que estaban impagas. Esto era una operación en contra de su jefe. Pero, ¿por qué Catalán quería perjudicarlo?

Francisca llevaba tres años trabajando exclusivamente para el diputado Cruz. Cuando él se lo pidió, ella no dudó en aceptar. Porque le hizo una buena oferta, pero también porque sentía especial cariño por él. Sus amigas le habían preguntado si le gustaba, pero ella lo negaba. Aunque no estaba segura, para el caso daba lo mismo. Jamás se le pasaría por la mente involucrarse con un diputado. Tenía claro que eso era un camino rápido y expedito a ninguna parte. Y ella quería llegar lejos. Tenía fama de ambiciosa, pero no le molestaba. Primero, porque era verdad, y segundo, porque era algo que aplicaba prácticamente a todos en la Cámara, desde los abogados hasta los garzones. La diferencia era que a algunos les resultaba y a otros no. Ella siempre tuvo claro que en el Congreso no bastaba con hacer bien la pega. Ni siquiera era lo fundamental. Lo principal era que quienes ejercían poder la consideraran útil para su desempeño. Y ella era imprescindible para el diputado Cruz. Nadie lo conocía como ella. Ni siquiera su mujer. Con su personalidad de hijo único y mimado, con sus excentricidades de gringo y sus manías de político grandilocuente. Por su parte, él la conocía y la respetaba. Como ningún hombre la había respetado. Y, a su manera, la necesitaba. Eso era suficiente para lo que ella quería y sentía. Por lo mismo, no se dejaría confundir por este año en Presidencia, donde abundarían los amigos, los piropos, las invitaciones, los regalos. Sabía que todo eso era mentira. Y pasajero.

¿Cómo había llegado esta información a El Mirador? Francisca lo sabía. Y decidió devolver el golpe a Catalán. Esto requería una respuesta institucional. Señalar, desde la Presidencia, a nombre de la Corporación, quiénes eran responsables. A ver qué les parecía probar su misma medicina.

Llamó a Marisol, la secretaria de la Presidencia, y le dijo:

– Comunícate con la Directora de Comunicaciones por favor. Dile que quiero conversar con ella en media hora, en mi oficina.

3. Lo correcto no es prioridad
Javiera Koch

–Pasa, pasa, Javiera –dijo Augusto Catalán desde su escritorio. Carmen, su secretaria, hizo un gesto afirmativo con la cabeza, como validando que efectivamente podía entrar a la oficina. Finalmente se concretaba esta reunión, que yo venía intentando gestionar desde que llegué. Tenía muchas expectativas. Y preguntas. Hasta ahora, mi arribo a la Cámara, una institución tan formal, me había parecido bastante informal. Como si nadie supiera a ciencia cierta a qué venía o pudiera darme una orientación sobre el punto. Y el Secretario, mi jefe directo, se demoró un mes en recibirme.

Me habían presentado al equipo, a mi secretaria y a las otras jefaturas; me habían entregado mi oficina y mostrado el edificio con todas sus dependencias. Tenía correo electrónico institucional, tarjetas de visita y estacionamiento con mi nombre. Y dejaron en mi escritorio una lapicera en una caja de madera, un block de notas, un pendrive y una minilinterna, todo con el logo de la Cámara.

Pero no sabía cuáles eran mis funciones ni atribuciones administrativas y operativas como Directora de Comunicaciones. Nadie me lo había informado. Ni querían hacerlo, al parecer. Tampoco había contrato, solo una «resolución» –RES. Nº 679 (P) 2014–, comunicación del Secretario General al Contralor General de la República, que decía: «Cúmpleme informar a US. que por acuerdo de la Comisión de Régimen Interno, Administración y Reglamento, se ha resuelto contratar a la señora Javiera Koch Bastidas, Rut 8.443.132–4, a contar del 1 de marzo de 2015 y mientras sean necesarios sus servicios, asimilada a la categoría «D», de la Escala de Remuneraciones del Acuerdo Complementario de la ley 19.297». Y terminaba con un «Dios guarde a US».

Todo me parecía muy extraño. ¿Cómo podía ser, después de un proceso tan largo y quisquilloso de selección?

Catalán no me miró ni se puso de pie cuando entré.

–Pasa, Javiera, que te quiero mostrar algo –dijo desde su computador.

Su despacho era grande. Dos sillones Chesterfield, de tres cuerpos, forrados en cuero café oscuro, ocupaban la mitad de la habitación en una especie de salón. Al medio había una enorme mesa de centro de madera con patas de león, sobre la cual descansaban libros con tapas de cuero, una antigua campanilla de bronce con mango de madera y los típicos regalos corporativos: figuras de cristal, medallas en cajas forradas en terciopelo, galvanos de madera y metal. Me quedé en la mitad de la habitación sin saber si debía ir a su escritorio o sentarme en los sillones.

–Acércate, te voy a mostrar un regalo que me hicieron hoy –dijo sin levantar la vista.

Estaba sentado detrás de una enorme mesa de trabajo, de más de dos metros y medio de largo por uno y medio de ancho, sobre cuya cubierta yacían altos de papeles y carpetas, una estatuilla de una mujer con túnica, los ojos vendados y una balanza sobre sus hombros, además de libros, objetos y lápices. Al centro, una enorme pantalla a la que él no le despegaba la vista.

–Mira esto –me dijo apuntando una tabla con información en el computador –. Es un regalo del Departamento de Informática. ¿Quieres saber cuántos rollos de papel higiénico se compraron el mes pasado? Acá está: cinco mil quinientos.

No supe qué decir. ¿Rollos de papel higiénico?

–Es un programa hecho solo para mí. O sea, soy la única persona en toda esta institución, es más, en todo el país, que lo tiene instalado. ¿Sabes lo que hace?

–No, no sé…

–Integra la información de todo lo que ocurre en la Cámara. Yo la tenía, pero dispersa, en distintas aplicaciones y archivos. Ahora la tengo toda aquí: a un click… ¿Quieres saber cómo votaron los diputados en el proyecto de ley de tenencia de mascotas? Acá está…

Miré la pantalla, donde se desplegó VOTACIONES:

• Diputado Enrique Mancilla – Afirmativo

• Diputada Antonia Moreno – Afirmativo

• Diputado Carlos Lorenz – Negativo

–¿Y quieres saber qué funcionarios se quedaron a trabajar hasta tarde la semana pasada? Acá: nombre, departamento al que pertenece, profesión, grado, y la hora en que se fue… y puedo acceder al video que muestra cuando salió del edificio. ¿Bueno no?

–Impresionante.

Lo miré: seguía pendiente de la pantalla. Recordé las cámaras fuera de los ascensores, en los pasillos, en las escaleras interiores y exteriores. En todos los pisos.

–Bueno, pero tú no vienes acá a aburrirte con esto. Por favor, sentémonos –dijo finalmente, apuntando a los sillones–. ¿Quieres tomar algo? Carmen, por favor que le ofrezcan algo a Javiera.

Era el jefe. Se movía, manejaba los espacios, pronunciaba las palabras como jefe. Según cámara.cl, había asumido el cargo hace diez años, reemplazando al anterior Secretario, Vicente Hidalgo. El texto explicaba que era abogado de la Universidad de Chile, que había ingresado a la Cámara en 1990, y que había ejercido como abogado de comisiones, Oficial de Actas, Oficial Mayor de Secretaría, Secretario de la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento, Secretario Jefe de Comisiones y Prosecretario. Es decir, había hecho todo el camino y conocía la institución al dedillo.

Un mozo entró y dejó dos tazas de café y un plato con galletas en la mesa.

–Bueno, Javiera, te pedí que nos juntáramos porque quiero que tu gestión sea exitosa –dijo–. Quiero que hagamos todo lo que sea necesario en la Cámara y que te vaya bien, porque si te va bien a ti, quiere decir que le irá bien a la Cámara. Y eso es lo que todos queremos. Y para eso, me parece que siempre es mejor conversar y concordar la mejor forma de hacer las cosas. Porque esta institución es muy especial, la gente es complicada, los diputados y los funcionarios son mañosos, se quejan mucho… en fin. Y yo quiero ayudarte… Pero Javiera…, ¿estás contenta de estar acá con nosotros?

Me demoré un par de segundos en responder:

–Muy contenta –respondí–. Le agradezco esta reunión…

–¡Por favor! No me trates de «usted», me vas a hacer sentir viejo –interrumpió.

–Bueno. Te agradezco la reunión y estoy de acuerdo en que hay que conversar y ponerse de acuerdo. Sobre todo cuando hay una labor tan importante que desarrollar… a fin de cuentas, los diputados toman las decisiones que norman prácticamente cada momento de nuestras vidas. Yo soy una convencida de que….

–Ah sí. Muy bien –interrumpió de nuevo–. Claro, yo sé que vienes con muchas ideas y ganas. También el Presidente tiene muchas expectativas con tu llegada a la Corporación. Me parece bien. Yo también las tengo. Pero quiero que sepas algo, Javiera: acá llega mucha gente creyendo que va a cambiar cómo se hacen las cosas. Pero eso nunca ocurre, ocurre muy poco u ocurre muy lento, de manera muy, muy gradual. Por la simple razón de que la Cámara tiene sus formas, que las viene consolidando a lo largo de décadas, y que ni siquiera se modificaron durante los 17 años que estuvo cerrada, en el gobierno militar. Y quienes sabemos cómo funcionan las cosas en la Cámara somos nosotros, los funcionarios, los que trabajamos acá de manera permanente. No los diputados ni sus asesores. Ni siquiera el Presidente, tu jefe. Y mi jefe. Que ahora, por ejemplo, ha dicho en todas las entrevistas que viene a dar un golpe de timón en materia de probidad. ¿Qué sabe él de probidad en la Cámara? Yo no me lo tomo en serio porque estoy acostumbrado a estas cuñas que dan los honorables para hacerse los interesantes con la prensa. Pero es arriesgado lo que está haciendo porque le puede salir el tiro por la culata… ¿me entiendes?

Me miró fijamente. Quería saber el efecto de sus palabras.

–A eso es a lo que me refiero –contesté–. La gente no sabe cómo funcionan las cosas acá, muchos creen que no se trabaja, que todos son flojos y solo andan preocupados de sus sueldos y sus privilegios. Por eso digo que hay que mostrar el trabajo de los diputados, de la Cámara, acercarla a la ciudadanía…

–No puedo estar más de acuerdo contigo, Javiera, y me parecen muy loables tus intenciones. Por eso te reitero que los únicos que saben cómo funcionan las cosas acá somos los funcionarios. Nosotros movemos los engranajes de esta gran máquina que es la Cámara de Diputados de Chile. Y de los funcionarios, yo soy el que más sabe…

Esperé que continuara.

–Mira, llevo diez años como Secretario y, antes de eso, quince ocupando todos los cargos a los que pueden acceder los abogados en esta Corporación. He sorteado con éxito los cambios de Mesa, de jefes de comités, de correlación política, de alianzas y mayorías parlamentarias, de izquierda y derecha. Conozco bien a todos los diputados, salvo a los que ingresaron el año pasado, pero a esos los estoy conociendo… Y, créeme, yo sé mejor que nadie lo que quieren Y lo que no quieren. Y créeme también que todos son más o menos iguales. Más allá de lo que digan o declaren cuando recién llegan. Así, para que las cosas salgan bien, especialmente cuando se trata de hacer cambios, y más aún cuando son cambios en la forma de nuestro funcionamiento interno, hay que coordinarse con todos los involucrados. Y por supuesto, conmigo. ¿Está claro?

Estaba claro: cualquier cambio que quisiera hacer debía contar con su aprobación. Se puso de pie y continuó:

–Supe que fuiste a hablar con Ramiro por las finanzas del Canal…¿cómo te fue?

Me pilló desprevenida.

–Bien… él fue muy atento.

–O sea que eso se arregló.

–Sí… o sea, más o menos. Me envió la información, pero a mi juicio sigue estando incompleta: no se entienden los gastos del Canal.

–Ya veo. Déjame verlo con él. Le voy a pedir que te ayude en lo que pueda. Pero déjame verlo yo. Acá la gente se pone muy quisquillosa cuando se empieza a pedir información. No están acostumbrados. Y menos si se la pide alguien que no conocen, como tú. He sabido que estás haciendo una revisión acuciosa de información en la Dirección de Comunicaciones. Me parece muy bien, pero probablemente habrá cosas que no entiendas o que creas que hay que mejorar, o incluso cambiar…

–Bueno, he estado revisando papeles….

– Mmm… ¿Me pregunto si será necesario hacer todo eso de inmediato? Puede ser percibido como un poco agresivo… como una suerte de investigación. Y generarte malos ratos. Te sugeriría que vayas de a poco, conozcas a la gente primero, sobre todo que los diputados te conozcan… y luego lleves adelante tus planes.

Tanto Bernardo como el Prosecretario me habían dicho que debía hacerme conocida entre los diputados. Presentarme, ponerme «a su disposición». Preguntarles si necesitaban ayuda en algo especifico. Y, en lo posible, lograr que me dieran un encargo lo suficientemente simple como para cumplirlo de manera rápida, y lo suficientemente importante para ellos como para que se sintieran agradecidos. Como eran 120, la sugerencia era priorizar a aquellos honorables con influencia y que podían hacer la diferencia a la hora de necesitar apoyo. Yo no entendía esta necesidad de buscar «apoyos». Me sonaba como una lógica electoral. En mi óptica, el apoyo a mi gestión debía ser el resultado de los logros de la misma, que yo presentaría cada tres meses ante la Comisión de Comunicaciones.

–¿Tú crees que debo esperar para proponer cambios? –pregunté–. Porque eso fue lo que pedían en el proceso de selección…

–Javiera… debes entender que acá no todo es tan absoluto. Por ejemplo, una cosa es lo que algunos diputados dicen que se debe hacer, porque es de sentido común, como por ejemplo, mejorar las comunicaciones. Pero otra es lo que se hace. Y no siempre coincide. Porque lo correcto no siempre es prioridad. Algo así trató de decirte el diputado Dalmazzo cuando te fue a ver a tu oficina.

Lo quedé mirando, incrédula.

–¿Tú sabías que fue a mi oficina?

–Por supuesto que lo sé. Pero no te lo tomes a pecho. El diputado puede ser bastante impetuoso, eso todos lo sabemos, pero no es una mala persona. Él solo está preocupado porque hay gente dentro de Comunicaciones, de la que él es amigo, que a su vez está preocupada por la forma en que estás entrevistando a todos y pidiendo información. Y él, seguramente no de la mejor manera, quiere ayudarlos.

–¿Ayudarlos? ¿A qué? Pero si solo quiero interiorizarme de cómo funciona todo. Entre otras cosas porque hay muchos temas que no entiendo, algunos de los cuales tienen que ver con mi gestión. No entiendo que alguien se preocupe por eso.

–Ya lo entenderás. Esto es política… Yo coincido en que hay cierto desorden. Pero te pido que antes de sacar conclusiones, lo veas conmigo primero. No te quepa duda de que solucionaremos todo. Pero juntos. Y de a poco. Y quiero que sepas que cuentas con todo mi apoyo, Javiera, porque es muy importante que tengas éxito en tu labor. Mi oficina está siempre abierta: ven cuando quieras. Sé que harás una gran labor; leí tu currículum y de verdad es un honor para nosotros contar con una profesional de tu nivel. Serás un gran aporte. Ahora te pido que me disculpes porque me esperan en la Sala.

Volvió a su escritorio mientras llamaba a su secretaria. Comenzó a sonar el timbre que anunciaba el inicio de la sesión.

–Tenía varios puntos que quería ver contigo –contesté–. Aspectos técnicos de mi contrato y otros de funcionamiento.

–Velos con el Fiscal, o con Carmen, o con Bernardo… ¿no le dije a Bernardo que te contara cómo funciona todo? No me digas que no lo ha hecho, porque lo llamo de inmediato. Ése es muy bueno para sacar la vuelta y no hacer nada.

–No, no Bernardo ha sido de gran ayuda…

–Bueno, lo otro velo con el Fiscal, o con Carmen. Ella te dirá con quién debes resolver cualquier duda. Y por supuesto, si necesitas conversar conmigo de nuevo, por favor, estoy a tu disposición. Pero tenme paciencia, porque los honorables siempre me mantienen muy ocupado.

Me quedé de pie unos segundos. Luego pregunté:

–¿Y tú sabes lo que me dijo el diputado Dalmazzo? ¿Y cómo lo dijo?

–Supongo que lo sé. O me lo imagino. Mira, te reitero, no lo tomes a pecho. Él es así. Algunos te podrán haber dicho que es una situación de maltrato, que hay que llevarlo a la Comisión de Ética y esas cosas, pero no te lo recomiendo. Porque vienes recién llegando y los diputados pueden hacerse la idea de que eres una persona problemática. Y eso no es bueno. Además, para eso necesitas tener testigos.

–Bernardo es testigo. Estaba en mi oficina.

Se puso serio. Muy serio. Diría que se molestó.

–Bernardo no es testigo de nada. Tiene una larga historia de descrédito en la Cámara, entre los diputados y entre sus propios compañeros. No te lo recomiendo como aliado. Debes acercarte a gente que te convenga, que te pueda abrir puertas. Ya aprenderás.

Se puso de pie, tomó unos papeles y me dio un beso en la mejilla. La reunión había terminado.

Salí al pasillo.

Abajo, en el hall El Pensador, se comenzaba a juntar la gente de la prensa en torno a lo que serían las pautas del día.

No supe si me había ido bien o mal. Pero pensé que efectivamente tenía que comenzar a generar alianzas. Y conseguir apoyos. Hacer una lista con los diputados a los que debía hacer una visita. Quizás Bernardo me podía ayudar.

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