Kitabı oku: «Paso a la juventud», sayfa 2
2. LOS JÓVENES EN UN MUNDO EN CRISIS
En todos los países, entre aquellos que eran demasiado jóvenes para luchar [en la Primera Guerra Mundial] (…) existe hoy en día el sentimiento de que la generación mayor ha fracasado una vez más.1
2.1. LA JUVENTUD EN LA EUROPA DE ENTREGUERRAS
Todo el mundo se arroga el derecho de hablar en nombre de la juventud, (…) se la disputa (…) Parece que es de su asentimiento, de su participación, de lo que depende hoy el éxito decisivo, para un partido, para una idea o para una formación social.2
El desarrollo de los movimientos juveniles como organizaciones autónomas o, al menos, con un programa y una política claramente dirigidos a los jóvenes está determinado por el proceso de conformación de la juventud como grupo social, un proceso histórico que estuvo condicionado no solo por los cambios económicos asociados a la llamada modernización, sino también por la formación y consolidación del Estado liberal y la creación por parte de éste de instituciones y leyes que delimitaron el periodo de la vida que comprendía este grupo de edad –el desarrollo de la educación primaria y secundaria, el establecimiento del servicio militar obligatorio, la regulación de la participación en la política a través del sufragio, establecido en función de la edad, o la limitación del trabajo de niños y jóvenes–, y los cambios sociales y culturales que todos estos procesos produjeron. Estas transformaciones llevaron al desarrollo de programas concretos dirigidos hacia la juventud por parte de diferentes instituciones sociales y políticas y al surgimiento de organizaciones juveniles, en muchos casos, como simples apéndices de las organizaciones de adultos. Con el fin de crear una juventud respetable, las diferentes confesiones religiosas, especialmente la Iglesia Católica, potenciaron la creación de asociaciones juveniles desde principios del siglo XIX, al mismo tiempo que surgían los primeros movimientos juveniles autónomos en el ámbito de la enseñanza universitaria. Las organizaciones juveniles obreras, por su parte, se crearon a partir del último cuarto del siglo XIX, principalmente como resultado del agrupamiento de los propios jóvenes por sus derechos, no por decisión de sus respectivas organizaciones de adultos.3
Sin embargo, el proceso de modernización y, por tanto, el proceso de desarrollo de la juventud como grupo social independiente y la formación de organizaciones juveniles, tuvo una cronología diferente en los distintos países de Europa. Ya en 1914 el asociacionismo juvenil había alcanzado un desarrollo considerable en gran parte de Europa occidental, pero las consecuencias de la Primera Guerra Mundial implicaron cambios cuantitativos y cualitativos en las condiciones de la juventud europea y en la evolución de su organización. Es un lugar común decir que la Gran Guerra creó una nueva generación en Europa. Las reacciones fueron distintas en función de las diferencias nacionales, de clase, y hasta personales, pero las vidas de muchos europeos quedaron tremendamente influidas por el impacto de la conflagración mundial, que tuvo una mayor importancia entre los jóvenes. La guerra bloqueó o debilitó los elementos principales de socialización de los jóvenes: las familias se desintegraron, el grupo de edad adulto desapareció o quedó seriamente debilitado, y muchos niños y jóvenes se quedaron huérfanos y asumieron responsabilidades que antes no tenían, al igual que los jóvenes cuyos padres estaban en el frente. Se produjo, además, la desaparición de los restos de las sociedades tradicionales, principalmente en las zonas rurales, mientras se desorganizó el sistema educativo de muchos países. También las crisis económicas, tanto la de la posguerra como, especialmente, la Gran Depresión de 1929 afectaron principalmente a los jóvenes, no sólo porque el desempleo fue más importante entre ellos, sino porque las respuestas a éste y a la crisis económica les afectaron también directamente: las familias retiraron a sus hijos de los centros de enseñanza, los gobiernos recortaron sus presupuestos educativos y cientos de jóvenes de clase media y de la entonces llamada aristocracia obrera vieron peligrar su futuro profesional o sus posibilidades de ascenso social,4 a pesar de que tras el conflicto bélico, la extensión de la educación secundaria había crecido considerablemente, aunque todavía fuera escasa la proporción de jóvenes que tenía acceso a ésta.
Las acampadas y las excursiones –puestas de moda por los Wandervögel alemanes a principios del siglo XX–5 se volvieron formas de ocio habituales de la juventud. Y aunque los jóvenes tampoco habían sido ajenos a la participación política, especialmente en la etapa previa a la primera conflagración mundial,6 esta participación alcanzó el carácter propio de la nueva sociedad de masas tras la Gran Guerra. Algunas de las organizaciones juveniles más importantes en el periodo de entreguerras existían con anterioridad al conflicto bélico –es el caso de los Boy-Scouts, pero también de organizaciones políticas como las juventudes socialistas–, pero alcanzarían en ese momento su mayor desarrollo, y en el caso de las últimas citadas, sus mayores cotas de independencia. En casi toda Europa, las organizaciones juveniles socialistas fueron las principales exponentes del rechazo a las posiciones nacionalistas adoptadas por muchos de los partidos socialistas ante la Primera Guerra Mundial y reclamaron una participación más activa en las decisiones políticas. Fueron también, en casi todos los países y como consecuencia de la crisis de la Internacional Obrera Socialista (IOS) o Segunda Internacional y del impacto de la revolución de octubre de 1917 en Rusia, el origen de los partidos comunistas.7
No menos importante fue el sentimiento de fracaso que provocaron los estragos de la Gran Guerra en todos los países europeos –incluso en aquellos que no la habían sufrido, como España– que dio lugar a nuevas actitudes de y hacia los jóvenes. Por una parte, se desarrollo una legislación que les consideraba personas con problemas a las que había que proteger, pero, por otra, fueron vistos como la base del futuro, los transformadores de la sociedad. La imagen de los jóvenes como fuerza para la renovación y la regeneración cobró una gran importancia durante el breve periodo de entusiasmo por la reconstrucción que siguió al armisticio de 1918. Por ejemplo, la Ley de Bienestar de la Juventud de la República de Weimar, de 1922, consideraba que los jóvenes iban a empezar «el proceso de curación y renacimiento físico, mental y ético» de Alemania. Ya en los años treinta, los llamamientos a la juventud como fuerza de cambio se hicieron generales en prácticamente todo el espectro político europeo: en el caso francés, se ha destacado que en todas las organizaciones «había una esperanza común de que el mañana no sería como el ayer y que la juventud proporcionaría el ímpetu para los cambios, revolucionarios o no, que Francia necesitaba».8
Los jóvenes mantuvieron sus organizaciones recreativas tradicionales, que lograron un gran crecimiento, pero también renacieron o se crearon organizaciones políticas juveniles que vivieron un doble proceso: por una parte, un gran crecimiento y la búsqueda de mayor autonomía frente a las organizaciones de adultos y, por otra, una mayor participación en la política y de una forma más radicalizada, opción favorecida por la crisis económica, social, política e ideológica de la época: el desempleo, la ruptura de las lealtades políticas tradicionales, las mayores dificultades en las condiciones de vida de los jóvenes, una cultura que apoyaba valores violentos y agresivos y que consideraba a la juventud como agente del cambio social, el abandono de los valores sociales tradicionales por parte de los jóvenes, que creían que las fórmulas de los adultos habían fracasado, o el desarrollo de nuevas ideologías, como el fascismo y el comunismo, que daban un papel muy activo a la juventud. Este doble proceso de autonomía y radicalización se ha destacado en toda la Europa de entreguerras y para todos los ámbitos ideológicos, incluyendo desde países como Checoslovaquia y Polonia a organizaciones como las juventudes del Partido Radical Francés.9 Una característica común a esta movilización juvenil, especialmente en los años treinta, fue la paramilitarización: grupos de jóvenes uniformados y armados marchaban por las calles de las principales ciudades europeas, produciéndose numerosos enfrentamientos entre grupos política e ideológicamente opuestos, como muestran los ejemplos de Alemania o Austria.10 Los jóvenes adoptaron una actitud poco respetuosa hacia los adultos que les habían fallado –como parecía haber demostrado la Primera Guerra Mundial y la evolución política del periodo y la crisis económica de 1929 parecían confirmar–, como se refleja en la frase con que comienza este capítulo, y la juventud jugó un papel destacado, e incluso protagonista, en la conflictividad social y política: la actividad social y política de los jóvenes se extendió a buena parte de la juventud de la clase media y de la clase obrera urbana y rural.11
Esta movilización juvenil de escala continental fue claramente percibida por los jóvenes españoles. Así, la Federación de Juventudes Socialistas (FJS), la organización juvenil del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), planteó en 1934 que «el eje alrededor del cual vivieron los países occidentales durante los cuatro años sangrientos [la Primera Guerra Mundial] fue sólo éste: la juventud» y «al firmarse el armisticio, las grandes masas supervivientes inundaron las ciudades, los partidos políticos, las organizaciones sindicales», rompiendo «el ritmo normal de vida de sus respectivos países». La organización juvenil socialista consideraba que el fascismo y el bolchevismo habían tenido como base la juventud, «que les abrió camino, que los alienta, que los estudia y que tiene fe en ellos», y concluía que «hoy, las Juventudes Socialistas no son la cola del león, la retaguardia del Partido» sino que tenían que ocupar «el primer puesto de la lucha». También los organizadores del primer fascismo español tenían muy claro el papel que estaban jugando los jóvenes en Europa. El fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalistas (JONS), Ramiro Ledesma, dijo en 1935 que «el paso al frente de las juventudes es una orden del día (sic) incluso mundial. Están siendo por ello en todas partes el sujeto histórico de las subversiones victoriosas».12
Y es que el retraso español en la modernización socioeconómica y en el establecimiento de un verdadero sistema democrático tuvo su correlato en un más tardío desarrollo de las políticas dirigidas hacia la juventud y de las organizaciones juveniles. Sin embargo, a pesar de que España había permanecido neutral en la Primera Guerra Mundial, la sociedad española no iba a escapar a lo que se puede considerar la primera oleada de movilización juvenil europea.13 Aunque algunas organizaciones juveniles surgieron con anterioridad al periodo de entreguerras, su movilización y la participación de los jóvenes en la política no cobrarían importancia hasta el final de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) y prácticamente alcanzarían el carácter que tenían en el continente europeo en los años treinta. Como han destacado los escasos estudios previos existentes, sólo a partir de finales de los años veinte y principios de los años treinta se puede hablar en España de «organizaciones juveniles propiamente dichas».14
Esta movilización juvenil se reflejó en el papel de los jóvenes en la caída de la dictadura de Primo de Rivera, principalmente de los estudiantes agrupados en la conocida como Federación Universitaria Escolar (FUE), aunque oficialmente se llamaba Unión Federal de Estudiantes Hispanos (UFEH):15 las Asociaciones Profesionales de Estudiantes existentes (APEs) se coordinaban en cada distrito universitario en las FUEs, la primera de las cuales se formó en Madrid, según José López-Rey, en enero de 1927. Esta movilización estudiantil contra Primo de Rivera, como ha estudiado Isaura Varela, era muy diferente a la de principios de siglo, centrada en temas exclusivamente académicos y definida por el adjetivo troyano con el significado que se le dio en los años treinta: un tipo de estudiante «amigo de algaradas, poco amante del estudio y escasamente comprometido con su entorno cultural y social». La acción de la FUE estuvo influida por las dificultades para la estabilización profesional de los jóvenes universitarios, se inició como oposición a la reforma educativa que permitía a los colegios religiosos dar grados universitarios y dio paso a una clara politización de la organización, que recibió el apoyo de destacados profesores liberales y se convirtió en un movimiento contra la dictadura.16 La organización estudiantil no pudo celebrar su primer congreso hasta después de la caída de aquella, en abril de 1930, cuando contaba ya con 127 asociaciones y se definió como una organización «sin carácter confesional ni político», centrada en la acción social, económica y cultural.17
El papel destacado de la juventud fue reconocido y alentado por destacados intelectuales del momento: Gregorio Marañón escribió en 1928 que el «deber fundamental» de la juventud era «la rebeldía»; y Luis de Zulueta, que se estaba en «una época de juventud», y que lo que se le pedía a ésta no era «un programa, sino una dirección».18 Renovación, el órgano de prensa de las juventudes socialistas, planteó que la creciente movilización de la juventud era consecuencia de la «vieja política» y del caciquismo que nunca dio a los jóvenes «intervención en las contiendas públicas». Pero la misma publicación había reconocido anteriormente que entre 1917 y 1929 las Juventudes Socialistas habían realizado «una labor mínima, reducidísima (…); que más la desacredita que dice en su favor» y en el IV Congreso de la organización, celebrado en febrero de 1932, se dijo que «no hemos tenido relación alguna» con los movimientos estudiantiles habidos durante la dictadura de Primo de Rivera y que su influencia «en los medios escolares ha sido relativamente escasa».19
Y es que aunque las juventudes socialistas surgieron en septiembre de 1903, cuando se creó la primera sección juvenil en Bilbao, no alcanzaron un desarrollo importante hasta los años republicanos. También en Bilbao celebró la FJS su primer congreso nacional el 25 de marzo de 1906, cuando estaba formada por 20 secciones, con 1.109 afiliados, la mayoría de ellos en el País Vasco. En 1910, la dirección nacional de la federación se trasladó a Madrid. La conjugación de los conflictos en Marruecos con la Primera Guerra Mundial y la campaña desarrollada por la FJS para democratizar las levas permitió un crecimiento de la organización juvenil, que alcanzó a tener, en octubre de 1915, 108 secciones y 3.779 afiliados. Las regiones en que contaba con más militantes eran el País Vasco y Asturias, aunque la única en que no había organizaciones juveniles socialistas era Canarias. Destacaba la escasa implantación de la organización en Extremadura, donde sólo contaba con una sección, y no sorprende la falta de secciones juveniles en Cataluña, por la fuerte presencia anarcosindicalista.20
Durante los primeros años de su existencia, la acción de la juventud socialista se centró en la realización de actividades educativas, la lucha antimilitarista y la colaboración con el PSOE en campañas de propaganda, lo que se vinculaba con el papel fundamentalmente educativo y subordinado que se dio a las organizaciones juveniles socialistas en toda Europa, y al rechazo a su participación en la política por parte de las respectivas organizaciones de adultos.21 Al igual que sus homólogas europeas, la FJS no surgió por una decisión del partido socialista, sino por la iniciativa de los jóvenes vascos frente a la «reticencia y [el] recelo» de los líderes del partido –recordados por el mismo Indalecio Prieto bastantes años después– que no veían la necesidad de una organización juvenil independiente, concepción que se reflejó en la expresión «organismo auxiliar» que el PSOE utilizó para referirse a ella.22
Desde la Primera Guerra Mundial la organización juvenil prácticamente vegetó hasta los años 30. En el congreso celebrado por la FJS en 1915 se dijo que la crisis provocada por la guerra y que había diezmado a las Agrupaciones Socialistas había hecho que éstas pensasen «en fusionarse con las juventudes, lo que reputamos un tremendo error», y que, según la dirección juvenil, había tenido como consecuencia que, en los lugares en que la unificación se había producido, «no haya hoy ni agrupación ni juventud socialista». El escaso carácter juvenil que tenía en estas fechas la organización socialista y su concentración en su estructuración y en la propaganda se reflejó en que la mayor parte de las proposiciones presentadas a dicho congreso se centraban en asuntos internos –organización y relaciones con el partido– o en cómo desarrollar la propaganda y las formas que debía adoptar ésta. Las proposiciones referidas a cuestiones socio-políticas y culturales fueron escasas aunque se empezó a pedir la reducción de la edad a partir de la cual se tenía derecho a voto, reivindicación que se convertiría en una constante del movimiento juvenil en todo el periodo que analizamos.23
La FJS, además, prácticamente desapareció en 1920, cuando fue la punta de lanza de la tendencia pro-bolchevique en el seno del PSOE. En su congreso de diciembre de 1919 decidió adherirse a la Internacional Comunista (IC), Tercera Internacional o Comintern y, en abril de 1920, los jóvenes socialistas –los llamados despectivamente «cien niños»– formaron el Partido Comunista Español. Éste publicó el 21 de julio una resolución en la que manifestaba su voluntad de crear una organización juvenil con las siglas UJC, que sería independiente pero debía servir de correa de transmisión de las ideas del partido.24 La política del PSOE de colaboración con la dictadura de Primo de Rivera no permitió la recuperación de su organización juvenil,25 que se dividió entre partidarios y detractores de dicha colaboración. En 1928 se produjo una larga polémica en Renovación sobre «socialismo reformista» y «socialismo revolucionario» entre el dirigente estudiantil socialista Graco Marsá y Ricardo Alba, que había sido elegido presidente de la FJS en su Segundo Congreso, celebrado en 1927.26 También muestra que hubo grandes tensiones en la organización juvenil en este periodo la memoria del congreso de 1929, en la que el Comité Nacional decía haber pasado «momentos de amargura» ante los «ataques, a nuestro juicio, injustificados, que se nos han dirigido». En ese mismo congreso se produjeron enfrentamientos que llevaron a la anulación de la primera votación de los miembros del Comité Nacional, tras aprobarse una reforma de los estatutos para que este órgano quedara formado por una comisión ejecutiva elegida por el congreso y un delegado de cada una de las federaciones regionales, frente a las normas anteriores en que los cargos, excepto el de presidente y vicepresidente, eran elegidos por la Juventud Socialista Madrileña, por ser la capital del Estado la sede del comité.27 Si a esto se suman las dificultades económicas que la misma memoria del congreso recogía en diferentes páginas no puede extrañar que el trabajo fuera escaso.
Mientras tanto, tampoco el nuevo movimiento comunista consiguió desarrollar una organización juvenil importante. Aunque se habla de dos organizaciones juveniles comunistas, la del Partido Comunista Español y la del Partido Comunista Obrero Español (formado por exafiliados del PSOE en abril de 1921) debían ser ambas casi testimoniales cuando su conferencia nacional de unidad, celebrada en 1922, formó lo que sería la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE), cuyo límite de edad se fijó en los 25 años. El Partido Comunista de España (PCE) fue una fuerza meramente testimonial hasta los años treinta y durante la dictadura de Primo de Rivera su organización juvenil no pasó de unos centenares de afiliados, caracterizados por su radicalismo y por los métodos sindicalistas que utilizaban.28 Influyeron en este fracaso, frente a otras experiencias europeas, la cooptación de los jóvenes procedentes de la juventud socialista para un PCE escaso en militantes y sin cuadros destacados y la coincidencia del periodo de estructuración y organización con la dictadura de Primo de Rivera, que la hizo pasar a la clandestinidad prácticamente sin estar acabada de conformar. Sin embargo, ya el 1 de mayo de 1927, El Joven Obrero, órgano de la UJCE, publicó un llamamiento a la juventud que contenía reivindicaciones que la afectaban muy directamente como la prohibición del trabajo de los menores de 16 años; la prohibición del trabajo nocturno para los menores de 18 y del trabajo en las industrias insalubres a los menores de 21; mayores posibilidades de aprendizaje; jornada de seis horas para los menores de 18 años sin reducción del salario; vacaciones anuales pagadas; higienización de los talleres; creación de grupos deportivos; y plenitud de derechos políticos desde los 18 años,29 en lo que se puede considerar un programa juvenil que, por ejemplo, la FJS no empezó a elaborar hasta su congreso de 1929, y en el que esta última incluyó, junto a reivindicaciones generales, como el restablecimiento de la constitución, algunas muy alejadas de la juventud, como la rebaja de la edad para la percepción del retiro obrero, y otras puramente juveniles, como la enseñanza secundaria gratuita y obligatoria de los catorce a los dieciocho años, dar posibilidad de acceso a la enseñanza superior a los jóvenes sin recursos económicos, o que la enseñanza en todos sus grados tuviera «un carácter ajeno a toda confesión religiosa o política». Significativamente, entre las peticiones más detalladas en este momento por la Federación de Juventudes Socialistas estaban las relacionadas con las mujeres, lo que muestra el papel fundamental que se daba a la juventud en la organización y concienciación de la mujer, como veremos más adelante.30
La incorporación de los jóvenes a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), formada en 1910, se anticipó muchos años a la creación de una organización juvenil propia, ya que todo parece indicar una preponderancia importante de la juventud en el movimiento anarcosindicalista. Por ejemplo, en 1920, los miembros más importantes del grupo de acción «Los Solidarios» eran varones solteros de 19 a 25 años de edad, con trabajos no cualificados y eventuales y, en una de las ciudades más desarrolladas de España y feudo confederal como Barcelona, muchas de las pandillas callejeras de jóvenes obreros estaban en la órbita de los sindicatos de la CNT.31 Algunos dirigentes anarquistas, como Manuel Buenacasa, identificaron al sector más radical de la CNT de los años treinta (los faístas) con la juventud, mientras que el sector más moderado y sindicalista (los treintistas) serían de mayor edad. Susanna Tavera ha demostrado que esta diferencia existía, al menos entre los dirigentes, mientras que Chris Ealham ha destacado la escasa edad de los expropiadores relacionados con la CNT que actuaban en la Barcelona republicana y de los participantes en el ciclo insurrección anarquista de 1932-1933, en su mayoría «obreros jóvenes, solteros y no cualificados», lo que relaciona no solo con que a los jóvenes les resultaba más fácil aceptar el coste potencial de un enfrentamiento frontal con las fuerzas estatales por sus menores responsabilidades familiares, sino también con la falta de oportunidades para los jóvenes obreros.32 Sin embargo, la presencia continuada de jóvenes en el movimiento anarcosindicalista no fue acompañada de un discurso referido a la juventud, como grupo específico, con objetivos, problemas y características propias, hasta bien entrada la Segunda República.
Con la proclamación de ésta, su correlato de modernización social y democratización política se sumó al creciente peso demográfico de los jóvenes para hacer que destacase la presencia en la vida política de organizaciones específicamente juveniles vinculadas a los distintos partidos y asociaciones estudiantiles con diferentes simpatías político-ideológicas y que tuvieron distinto grado de éxito. Los partidos políticos mantuvieron a menudo una relación conflictiva con sus organizaciones juveniles, ya que buscaron alentar su activismo sin otorgarles una participación real en la toma de decisiones políticas, temiendo que se escaparan de su control. Casi todas las organizaciones juveniles sufrieron también durante la Segunda República un proceso de radicalización que las llevó a tener planteamientos más extremistas que los de sus respectivos partidos y a intentar ampliar su autonomía con respecto a éstos.33
Los partidos republicanos, que conservaban el carácter de partidos de notables, fracasaron en sus intentos de crear un fuerte movimiento juvenil, como reflejan los intentos de formar una Federación de Juventudes Republicanas por parte del cada vez más conservador Partido Republicano Radical. Las organizaciones juveniles de los partidos republicanos de izquierda, la Juventud de Acción Republicana, las Juventudes Federales y la Radical Socialista independiente, por su parte, mantuvieron posiciones más radicales que las de sus partidos: ya el 16 de septiembre de 1933 protestaron contra «los parlamentarios que se han dejado arrebatar la República»; y el 4 de noviembre del mismo año la Juventud de Acción Republicana y la Radical Socialista independiente se quejaron, en un manifiesto conjunto, de «la labor antirrepublicana y antipatriótica» del gobierno de Lerroux, y expresaron su voluntad de lanzarse a la calle «unidos a los proletarios» porque «antes que Alemania preferimos para nuestro país un régimen análogo al de Rusia». A partir de 1934, las Juventudes de Izquierda Republicana (JIR) unificaron a la organización juvenil de Acción Republicana con la de los radical-socialistas y desde ese momento, y especialmente durante la guerra civil, se buscaría, como veremos, la creación de unas juventudes republicanas unificadas. Y aunque las organizaciones juveniles radical socialista y de Acción Republicana situaban los límites de edad entre los 18 y los 23 años al constituirse Izquierda Republicana (IR), su organización juvenil optaría por el tope de los 30 años, mientras que al escindirse Unión Republicana (UR) del Partido Radical, también en 1934, su organización juvenil, la JUR –probablemente casi testimonial– estableció los límites de edad entre los 15 y los 35 años.34
Las organizaciones políticas de las derechas partieron de cero en la formación de sus organizaciones juveniles, con la excepción de las juventudes tradicionalistas, que cobraron un gran impulso e intensificaron sus actividades políticas ante el programa republicano de separación de la Iglesia y el Estado. Mucho más importante fue la Juventud de Acción Popular (JAP), la sección juvenil primero de Acción Nacional, con el nombre de Juventud de Acción Nacional (JAN) y, después, de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), la gran organización de masas de la derecha conservadora católica durante la República. Su militancia, que debía tener más de 16 años y menos de 35, era de extracción interclasista: profesionales liberales, obreros, comerciantes y empleados. Su cantera fueron las organizaciones juveniles confesionales, como la Juventud de Acción Católica de España, congregaciones religiosas o asociaciones estudiantiles católicas. La JAP también vivió un proceso de radicalización y tras la victoria electoral radical-cedista de noviembre de 1933, incrementó su radicalismo verbal antidemocrático y antisocialista, mientras que la actitud de los líderes de la confederación y, concretamente, de José María Gil Robles, ante esta posición de sus jóvenes fue más que ambigua. A la altura de las elecciones de febrero de 1936, era la formación juvenil derechista más numerosa y decía contar con unos 225.000 afiliados.35
El fascismo español apareció desde sus orígenes como una opción claramente juvenil, opuesta tanto a la elite política gobernante como a los movimientos juveniles influidos por ideologías consideradas «foráneas», como el marxismo en sus distintas variantes, pero también los nacionalismos periféricos o la misma JAP. La formación de Falange Española y de las JONS, el 14 de febrero de 1934, fue producto de la convergencia de grupos eminentemente juveniles en torno a Falange Española, fundada, en 1933, por José Antonio Primo de Rivera. Según éste, la «misión» de la juventud era «llevar a cabo por sí misma la edificación de la España entera, armoniosa (…); sin intermediarios ni administradores». Sin embargo, en competencia con la JAP, Falange sólo logró atraer a un grupo bastante reducido de intelectuales de clase media y media-alta cuya edad oscilaba entre los 25 y los 30 años. Su principal cantera fue el Sindicato Español Universitario (SEU, creado en 1933), al que se sumaron los estudiantes de enseñanza secundaria. El fracaso electoral de la CEDA en 1936 favoreció una defección en masa de los elementos más radicalizados de la JAP hacia Falange aunque ésta, prácticamente en la clandestinidad desde mediados de marzo de 1936, probablemente no fuera capaz de organizarlos.36
Durante la Segunda República cobraron fuerza las organizaciones estudiantiles que reflejaban diferentes tendencias políticas, como la Asociación de Estudiantes Tradicionalistas (AET), creada en la primavera de 1930, o el SEU. En el primer bienio republicano la FUE siguió extendiéndose por el ámbito universitario y en la enseñanza secundaria. En el congreso que celebró en 1934, la organización estudiantil se declaró antifascista.37 A lo largo del periodo republicano cobraron más importancia en ella los estudiantes socialistas y comunistas, aunque también perdió a un sector de su organización, al formarse la FNEC (Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya), que consideraba a la FUE demasiado centralista y «castellanizada».38