Kitabı oku: «Las profecías y revelaciones de santa Brígida», sayfa 4
La amable pregunta de la Madre a la esposa, humilde respuesta de la esposa a la Madre, la útil réplica de la madre a la esposa y sobre el progreso de las buenas personas entre los malvados.
Capítulo 22
La madre habló a la esposa de su Hijo diciéndole: “Tú eres la esposa de mi Hijo. Dime, ¿qué es lo que hay en tu mente y qué es lo que desearías?” La esposa respondió: “Señora mía, tú lo sabes, porque tú lo sabes todo”. La bendita Virgen agregó: “Aunque yo lo sepa todo, me gustaría que me lo dijeras en presencia de estas personas que te escuchan”. La novia dijo: “Señora mía, temo dos cosas. Primero –dijo— temo no lamentarme ni enmendarme por mis pecados tanto como desearía. Segundo, estoy triste porque tu Hijo tiene muchos enemigos”.
La Virgen María contestó: “Te daré tres remedios para la primera preocupación. En primer lugar, piensa en cómo todos los seres que tienen espíritu, como las ranas o cualquier otro animal, de vez en cuando tienen problemas, incluso cuando sus espíritus no son eternos sino que mueren con sus cuerpos. Sin embargo, tu espíritu y toda alma humana vive para siempre. Segundo, piensa en la misericordia de Dios, porque no hay nadie que, por muchos pecados que tenga, no sea perdonado si tan sólo reza con contrición y con la intención de mejorar. Tercero, piensa cuánta gloria consigue el alma cuando vive con Dios y en Dios eternamente.
Te voy a dar también tres remedios para tu segunda preocupación sobre lo abundantes que son los enemigos de Dios. Primero, considera que tu Dios y Creador y el de ellos es también su Juez, y que ellos nunca le volverán a sentenciar, aunque soportó pacientemente su maldad durante un tiempo. Segundo, recuerda que ellos son los hijos de la infamia, y piensa en lo duro e insoportable que será para ellos arder eternamente. Son siervos tan pésimos que se quedarán sin herencia, mientras que los buenos hijos sí la recibirán. Pero tal vez te preguntes: ‘¿Nadie, entonces, ha de predicar para ellos?’ ¡Claro que sí!
Recuerda que, muy a menudo, las buenas personas se mezclan con los perversos y que los hijos adoptivos a veces se alejan de los buenos, como el hijo pródigo que se marchó a una tierra lejana y llevó una vida de perdición. Pero, a veces lo predicado revierte su conciencia y ellos vuelven al Padre, y yo les acepto como antes de pecar. Así que se debe predicar especialmente para ellos porque, aunque un predicador pueda encontrar sólo gente perversa a su alrededor, debe pensar en sus adentros: ‘Tal vez haya algunos entre ellos que se volverán hijos de mi Señor. Por ello, predicaré para ellos’. Ese predicador será muy premiado.
En tercer lugar, considera que a los malvados se les permite continuar viviendo como prueba para los malos, para que ellos, exasperados por lo hábitos de los perversos, puedan conseguir su remuneración como fruto de su paciencia. Esto lo podrás entender mejor por medio de un ejemplo. Una rosa desprende un agradable aroma, es bella para la vista y suave para el tacto, pero crece entre espinas que pinchan si las tocas, son feas a la vista y no desprenden ningún buen olor. Igualmente, las personas buenas y rectas, pese a que pueden ser agradables por su paciencia, bellas por su carácter y suaves por su buen ejemplo, aún no pueden progresar ni ser puestas a prueba a menos que estén entre los malvados.
La espina es, a veces, la protección de la rosa, de forma que nadie la arranque en plena floración. Igualmente, los malvados ofrecen a los buenos la ocasión de no seguirles en el pecado cuando, debido a la maldad de otros, los justos se reprimen ante la ruina a que les llevaría una inmoderada alegría o cualquier otro pecado. El vino no mantiene su calidad excepto entre excrementos y tampoco las personas buenas y Justas pueden mantenerse firmes en el avance hacia la virtud sin ser puestas a prueba mediante tribulaciones y siendo perseguidas por los injustos. Por ello, soporta con alegría a los enemigos de mi Hijo. Recuerda que Él es su Juez y, si la justicia demandara que Él los destruyera por completo, acabaría con ellos en un instante. ¡Toléralos, pues, tanto como Él los toleró!”.
Palabras de Cristo a su esposa describiendo a un hombre que no es sincero, sino enemigo de Dios, y especialmente sobre su hipocresía y sus características.
Capítulo 23
La gente lo ve como a un hombre bien vestido, fuerte y digno, activo en la batalla del Señor. Sin embargo, cuando se quita el casco, es repugnante de mirar e inútil para cualquier trabajo. Aparece su cerebro desnudo, tiene las orejas en la frente y los ojos en la parte trasera de su cabeza. Su nariz está cortada. Sus mejillas están hundidas, como las de un hombre muerto. En su lado derecho, su pómulo y la mitad de sus labios han caído por completo, o sea, que no queda nada en la derecha excepto su garganta descubierta. Su pecho está plagado de gusanos; sus brazos son como un par de serpientes.
Un maligno escorpión se sienta en su corazón; su espalda parece carbón quemado. Sus intestinos apestan a podrido, como la carne llena de pus, sus pies están muertos y son inútiles para caminar. Ahora te diré lo que todo esto significa. Por fuera es el tipo de hombre que parece ataviado de buenos hábitos y de sabiduría, y activo en mi servicio, pero no es así realmente. Porque si se le quita el casco de la cabeza, es decir, si la gente lo viera como es, sería el hombre más feo de todos. Su cerebro está desnudo, tanto que la fatuidad y frivolidad de sus maneras son signos suficientemente evidentes, para los hombres buenos, de que éste es indigno de tanto honor.
Si se conociera mi sabiduría, se darían cuenta de que cuanto más se eleva él en su honor sobre los demás, mucho más que los demás debiera él cubrirse de austeros modales. Sus orejas están en su frente porque, en lugar de la humildad que debiera tener por su alto rango y que debiera dejar brillar para otros, él tan solo quiere recibir halagos y gloria. En su lugar, él pone el orgullo y es por esto que quiere que todos le llamen grande y bueno. Tiene ojos en el cogote, porque todo su pensamiento está en el presente, y no en la eternidad. Él piensa en cómo complacer a los hombres y en sobre lo que se requiere para las necesidades del cuerpo, pero no en cómo complacerme a mí, ni en lo que es bueno para las almas.
Su nariz está cortada, tanto que ha perdido la discreción mediante la cuál podría distinguir entre pecado y virtud, entre la gloria temporal y eterna, entre las riquezas mundanas y eternas, entre los placeres breves y los eternos. Sus mejillas están hundidas, o sea, todo su sentido de vergüenza en mi presencia, junto con la belleza de las virtudes por las cuales podría complacerme, han muerto por completo al menos en lo que a mí respecta. Tiene miedo de pecar por miedo de la vergüenza humana, pero no por miedo de mí. Parte de su pómulo y labios han caído, sin que le quede nada salvo la garganta, porque la imitación de mis trabajos y la predicación de mis palabras, junto con la oración sentida desde el corazón, se han derrumbado en él, por lo que no le queda nada salvo su garganta glotona. Pero él encuentra, en la imitación de lo depravado y en el involucrarse en asuntos mundanos, algo a la vez saludable y atractivo.
Su pecho está plagado de gusanos porque, en él, donde debiera estar el recuerdo de mi pasión y la memoria de mis obras y mandamientos, tan solo hay preocupación por asuntos temporales y deseos mundanos. Los gusanos han corroído su conciencia, de forma que ya no piensa en cosas espirituales. En su corazón, donde a mí me gustaría morar y donde debería residir mi amor, reside un maligno escorpión de cola venenosa y rostro insinuante. Esto es porque de su boca salen palabras seductoras y aparentemente sensibles, pero su corazón está lleno de injusticia y falsedad, porque no le importa si la Iglesia a la que representa se destruye, mientras él pueda seguir adelante con su voluntad egoísta.
Sus brazos son como serpientes porque, en su perversidad, alcanza a los simples y los atrae hacia sí con simplicidad, pero, cuando se acomodan a sus propósitos, los desahucia como a pobres desgraciados. Lo mismo que una serpiente, se enrosca sobre sí escondiendo su malicia e iniquidad, de tal forma que difícilmente se pueda detectar su artificio. A mi vista él es como una vil serpiente porque, igual que la serpiente es más odiosa que cualquier otro animal, él también es para mí el más deforme de todos, en la medida en que reduce a nada mi justicia y me considera como alguien reacio a infligir castigos.
Su espalda es como el carbón negro, aunque debiera ser como el marfil, pues sus obras deberían ser más valientes y puras que las de otros, para apoyar a los débiles con su paciencia y ejemplo de buena vida. Sin embargo, es como el carbón porque, también él, es débil para resistir una sola palabra que me glorifique, a menos que le beneficie a él. Aún así se cree valiente con respecto al mundo. En consecuencia, aunque él crea que se mantiene recto caerá en la misma medida de su deformidad y privado de vida, como el carbón, ante mí y mis santos.
Sus intestinos apestan porque, ante mí, sus pensamientos y afectos huelen a carne podrida, cuyo hedor nadie puede soportar. Ninguno de los santos lo puede soportar. Al contrario, todos alejan su cara de él y exigen que se le aplique una sentencia. Sus pies están muertos, porque sus dos pies son sus dos disposiciones en relación conmigo, o sea, el deseo de enmienda por sus pecados y el deseo de hacer el bien. Sin embargo, estos pies están muertos en él porque la médula del amor se ha consumido en él y no le queda nada más que los huesos endurecidos. Es en esta condición que está ante mí. Sin embargo, mientras su alma permanezca en su cuerpo podrá obtener mi misericordia.
EXPLICACIÓN
San Lorenzo se apareció diciendo: “Cuando yo estuve en el mundo tenía tres cosas: continencia conmigo mismo, misericordia con mi prójimo, caridad con Dios. Por esto, prediqué la palabra de Dios celosamente, distribuí los bienes de la Iglesia con prudencia, y soporté azotes, fuego y muerte con alegría. Pero este obispo resiste y camufla la incontinencia del clero, gasta liberalmente los bienes de la Iglesia en los ricos, y muestra la caridad hacia sí y hacia lo suyo. Por lo tanto, declaro para él que una nube luminosa ha ascendido al Cielo, ensombrecida por llamas oscuras, de tal forma que muchos no la pueden ver.
Esta nube es el ruego de la Madre de Dios para la Iglesia. Las llamas de la avaricia y de la ausencia de piedad y de justicia la ensombrecen, de tal manera que la amable misericordia de la Madre de Dios no puede entrar en los corazones de los oprimidos. Por ello, que el arzobispo vuelva rápidamente a la caridad divina corrigiéndose, aconsejando a sus subordinados de palabra y de obra, y animándolos a mejorar. Si no lo hace sentirá la mano del Juez, y su Iglesia diocesana será purgada a fuego y espada, y afligida por la rapiña y la tribulación, tanto que pasará mucho tiempo sin que nadie la pueda consolar”.
Palabras de Dios Padre a la Corte Celestial, y la respuesta del Hijo y la Madre al Padre, solicitando gracia para su Hija, la Iglesia.
Capítulo 24
Habló el Padre, mientras atendía toda la Corte Celestial, y dijo: “Ante vosotros expongo mi queja porque he desposado a mi Hija con un hombre que la atormenta terriblemente, ha atado sus pies a una estaca de madera y toda la médula se le sale por abajo”. El Hijo le respondió: “Padre, Yo la redimí con mi sangre y la acepté por Esposa, pero ahora me ha sido arrebatada a la fuerza”. Entonces habló la Madre, diciendo: “Eres mi Dios y Señor. Mi cuerpo portó los miembros de tu bendito Hijo, que es el verdadero Hijo tuyo y el verdadero Hijo mío. No le negué nada en la tierra. Por mis súplicas, ¡ten misericordia de tu Hija!”. Después de esto, hablaron los ángeles, diciendo: “Tú eres nuestro Señor.
En ti poseemos todo lo bueno y no necesitamos nada más que tú. Cuando tu Esposa salió de ti, todos nos alegramos. Pero ahora tenemos razones para estar tristes, porque ha sido arrojada en manos del peor de los hombres, quien la ofende con todo tipo de insultos y abusos. Por ello, apiádate de ella por tu gran misericordia, pues se encuentra en una extrema miseria, y no hay nadie que pueda consolarla ni liberarla excepto tú, Señor, Dios todopoderoso”. Entonces, el Padre respondió al Hijo, diciendo: “Hijo, tu angustia es la mía, tu palabra es la mía y tus obras son las mías. Tú estás en mí y Yo estoy en ti, inseparablemente. ¡Hágase tu voluntad!”. Después, le dijo a la Madre del Hijo: “Por no haberme negado nada en la tierra, tampoco yo te niego nada en el Cielo. Tu deseo debe ser satisfecho”. A los ángeles les dijo: “Sois mis amigos y la llama de vuestro amor arde en mi corazón. Por vuestras plegarias, tendré misericordia de mi Hija”.
Palabras del Creador a la esposa sobre cómo su justicia mantiene a los malvados en la existencia por una triple razón.
Capítulo 25
Yo soy el Creador del Cielo y la tierra. Te preguntabas, esposa mía, por qué soy tan paciente con los malvados. Esto se debe a que soy misericordioso. Mi justicia los aguanta por una razón triple y también por una razón triple mi misericordia los mantiene. En primer lugar, mi justicia los aguanta de forma que su tiempo se complete hasta el final. Podrías preguntar a un rey justo por qué tiene a algunos prisioneros a quienes no condena a muerte, y su respuesta sería: ‘Porque aún no ha llegado el tiempo de la asamblea general de la corte, en la que pueden ser oídos, y donde aquellos que los oyen pueden tomar mayor conciencia’.
De forma parecida, Yo tolero a los malvados hasta que llega su tiempo, de manera que su maldad pueda ser conocida por otros también ¿No previne ya la condena de Saúl mucho antes de que se diera a conocer a los hombres? Lo toleré durante largo tiempo para que su maldad pudiera ser mostrada a otros. La segunda razón es que los malvados hacen algunos buenos trabajos, por los cuales han de ser compensados hasta el último céntimo. De esta forma, ni el mínimo bien que hayan hecho por mí quedará sin recompensa y, consiguientemente, recibirán su salario en la tierra. En tercer lugar, los aguanto para que se manifieste así la gloria y la paciencia de Dios. Es por esto que toleré a Pilatos, Herodes y Judas, pese a que iban a ser condenados. Y si alguien preguntara por qué tolero a tal o cual persona, que se acuerde de Judas y de Pilatos.
Mi misericordia mantiene a los malvados también por una triple razón. Primero, porque mi amor es enorme y el castigo es eterno y muy largo. Por eso, debido a mi gran amor, los tolero hasta el último momento para que se retrase su castigo lo más posible en la extensa prolongación del tiempo. En segundo lugar, es para permitir que su naturaleza sea consumida por los vicios, pues experimentarían una muerte temporal más amarga si tuvieran una constitución joven. La juventud padece una mayor y más amarga agonía en la hora de la muerte. En tercer lugar, por la mejora de las buenas personas y la conversión de algunos de los malvados. Cuando las personas buenas y rectas son atormentadas por los perversos, esto beneficia a los buenos y justos, pues les permite resistirse a pecar o conseguir un mayor mérito.
Igualmente, los malvados a veces tienen un efecto positivo en otras personas perversas. Cuando éstos últimos reflexionan sobre la caída y maldad de los primeros, se dicen a sí mismos: ‘¿De qué nos sirve seguir sus pasos?’ Y: ‘Si el Señor es tan paciente será mejor que nos arrepintamos’. De esta forma, a veces vuelven a mí porque se atemorizan de hacer lo que hacen los otros y, además, su conciencia les dice que no deben hacer ese tipo de cosas. Se dice que, si una persona ha sido picada por un escorpión, se puede curar cuando se le unte aceite en el que haya muerto otro alacrán. De forma parecida, a veces una persona malvada que ve a otro caer puede verse aguijoneado por el remordimiento, y curado, al reflexionar sobre la maldad y vanidad del otro.
Palabras de alabanza a Dios de la Corte Celestial; sobre cómo habrían nacido los niños si nuestros primeros padres no hubieran pecado; sobre cómo Dios mostró sus milagros a través de Moisés y, después, por sí mismo a nosotros con su propia venida; sobre la perversión del matrimonio corporal en estos tiempos y sobre las condiciones del matrimonio espiritual.
Capítulo 26
La Corte Celestial fue vista ante Dios. Toda la Corte dijo: “¡Alabado y honrado seas, Señor Dios, tú que eres, eras y serás sin fin! Somos tus servidores y te ofrecemos una triple alabanza y honor. Primero, porque nos creaste para que gozásemos contigo y nos diste una luz indescriptible en la que regocijarnos eternamente. Segundo, porque todas las cosas han sido creadas y son mantenidas en tu bondad y constancia, y todas las cosas permanecen a tu conveniencia y se someten a su palabra. Tercero, porque creaste a la humanidad y adoptaste una naturaleza humana por su bien.
Nos regocijamos grandemente por esa razón, y también por tu castísima Madre, que fue hallada digna de engendrarte a ti, a quien los Cielos no pueden contener ni limitar. Por ello, por medio del rango angélico que tú has exaltado en honor, ¡que tu gloria y bendiciones se viertan sobre todas las cosas! ¡Que tu inagotable eternidad y constancia sea sobre todo lo que pueda ser y permanecer constante! Sólo tú, Señor, has de ser temido por tu gran poder, sólo tú has de ser deseado por tu gran caridad, sólo tú has de ser amado por tu constancia. ¡Alabado seas sin fin, incesantemente y para siempre!”. Amén.
El Señor respondió: “Me honráis dignamente por toda la creación. Pero, decidme, ¿por qué me alabáis por la raza humana, que me ha provocado más indignación que ninguna criatura? La hice superior a las criaturas menores y por ninguna he sufrido tanta indignidad como por la humanidad, ni he redimido a ninguna a tan alto precio. ¿Qué criatura, aparte del ser humano, no se conduce por su orden natural? Me causa más problemas que las demás criaturas. Igual que os creé a vosotros, para alabarme y glorificarme, hice a Adán para que me honrara. Le di un cuerpo para que fuera su templo espiritual, y coloqué en él un alma como la de un bello ángel, porque el alma humana es de virtud y fuerza angélica. En ese templo, Yo, su Dios y Creador, era el tercer acompañante, para que él disfrutara y se deleitara en mí. Después le hice un templo similar de su costilla.
Ahora, esposa mía, para quien hemos ordenado todo esto, puedes preguntar: ‘¿Cómo hubieran tenido hijos si no hubieran pecado?’ Te diré: La sangre del amor hubiera sembrado su semilla en el cuerpo de la mujer sin ninguna lujuria vergonzosa, mediante el amor divino, el afecto mutuo y el intercambio sexual, en el que ambos habrían ardido, uno por el otro, y así la mujer fecundaría. Una vez concebido el hijo, sin pecado ni placer lujurioso, Yo habría enviado un alma de mi divinidad dentro de él y ella habría engendrado al hijo y lo habría parido sin dolor. El niño habría nacido inmediatamente perfecto, como Adán. Pero él despreció este privilegio al consentir al demonio y codiciar una mayor gloria de la que yo le hubiera proporcionado.
Tras su acto de desobediencia, mi ángel vino a ellos y ellos se avergonzaron de su desnudez. En ese momento, experimentaron la concupiscencia de la carne y sufrieron hambre y sed. También me perdieron. Antes me tenían, no sentían hambre, ni deseo carnal, ni vergüenza, y sólo Yo era todo su bien, su placer y perfecto deleite. Cuando el demonio se alegró por su perdición y caída, me conmoví de ellos con dolor y no los abandoné sino que les mostré una triple misericordia. Vestí su desnudez, les di pan de la tierra y, a cambio de la sensualidad que el demonio generó en ellos tras su acto de desobediencia, infundí almas en su semilla a través de mi divino poder.
También convertí todo lo que el demonio les sugirió en algo para su bien. Después les mostré cómo vivir y cómo hacerse dignos de mí. Les di permiso para tener relaciones lícitas y lo hubiera hecho antes, pero ellos estaban paralizados de miedo y temerosos de unirse sexualmente. Igualmente, cuando Abel fue muerto, y estuvieron condolidos largo tiempo manteniendo abstinencia, fui movido a compasión y los conforté. Cuando se les hizo saber mi voluntad, comenzaron de nuevo a tener relaciones y a procrear hijos. Les prometí que Yo, el Creador, nacería de entre su descendencia.
A medida que creció la maldad de los hijos de Adán, mostré la justicia a los pecadores y la misericordia a mis elegidos. Así me complací, los preservé de la perdición y los crié, porque mantuvieron mis mandamientos y creyeron en mis promesas. Cuando se acercó el momento de mi misericordia, permití que mis poderosas obras fueran conocidas a través de Moisés y salvé a mi pueblo, según mi promesa. Los alimenté con maná y caminé frente a ellos en una columna de nube y fuego. Les di mi Ley y les revelé mis misterios y el futuro mediante mis profetas.
Después de esto, Yo, Creador de todas las cosas, elegí para mí a una Virgen nacida de un padre y una madre. Con ella tomé carne humana y acepté nacer de ella sin coito ni pecado. Lo mismo que aquellos primeros hijos habrían nacido en el paraíso a través del misterio del amor divino y del amor y afecto mutuo de sus padres, sin ninguna lujuria vergonzosa, así mi divinidad adoptó una naturaleza humana de una Virgen, engendrado sin coito ni daño a su virginidad. Al venir en carne Yo, verdadero Dios y hombre, cumplí la Ley y todas las escrituras, tal como antes se había profetizado sobre mí.
Introduje una nueva Ley, porque la antigua había sido estricta y difícil de cumplir, y no fue más que un molde de lo que había de hacerse en el futuro. En la vieja Ley había sido lícito para un hombre el tener varias mujeres, de forma que las generaciones venideras no se quedaran sin niños o tuvieran que unirse a los gentiles. En mi nueva Ley se ordena al marido que tan sólo tenga una esposa y se le prohíbe, durante el tiempo que ella viva, el tener varias mujeres. Aquellos que se unen sexualmente mediante el amor y temor divino, por el bien de la procreación, son un templo espiritual donde deseo morar como tercer compañero.
Sin embargo, la gente de estos tiempos se une en matrimonio por siete razones. Primero, por la belleza facial; segundo por la riqueza; tercero, por el placer grosero y gozo indecente que experimenta en el coito; cuarto, por las festividades y glotonería descontrolada; quinto, por que aflora el orgullo en el vestir, en el comer, en las distracciones y en otras vanidades; sexto, para tener retoños, pero no para Dios ni para las buenas obras sino para el enriquecimiento y el honor; séptimo, se une por la lujuria y el lujurioso apetito de las bestias.[1]
Estas personas se unen ante la puerta de mi Iglesia con acuerdo y armonía, pero sus sentimientos y pensamientos internos son completamente opuestos a mí. En lugar de mi voluntad, prefieren su propia voluntad, que se inclina por complacer al mundo. Si todos sus pensamientos se dirigiesen a mí, y si confiaran su voluntad en mis manos y se casaran en temor divino, entonces les daría mi aprobación y Yo sería un tercer compañero con ellos. Pero ahora, pese a que Yo debería de estar a su cabeza, no consiguen mi aprobación porque tienen más lujuria que amor por mí en su corazón. Suben al altar y allí oyen que deberían ser un solo corazón y una sola mente, pero mi corazón se aparta de ellos porque ellos no poseen el calor de mi corazón y no conocen el sabor de mi cuerpo.
Ellos buscan un calor perecedero y una carne que será roída por los gusanos. Así, estas personas se unen en matrimonio sin el lazo y unión de Dios Padre, sin el amor del Hijo y sin el consuelo del Espíritu Santo. Cuando la pareja llega a la cama, mi Espíritu les abandona, al tiempo que se les acerca el espíritu de la impureza, porque tan sólo se unen en la lujuria y no argumentan ni piensan en nada más. Pero aún mi misericordia puede estar con ellos, si se convierten, porque Yo amorosamente coloco un alma viviente, creada por mi poder, en su semilla. A veces, permito que los malos padres tengan buenos hijos, pero es más frecuente que nazcan malos hijos de los malos padres, pues estos hijos imitan la iniquidad de sus padres tanto como pueden, y les imitarían aún más si mi paciencia se lo permitiera. Una pareja así nunca verá mi rostro, a menos que se arrepientan, porque no hay pecado tan grave que no pueda ser limpiado por la penitencia.
Hablaré ahora del matrimonio espiritual, del que es apropiado que contraiga Dios con un cuerpo casto y un alma casta. En él hay siete beneficios, que son los opuestos de los males mencionados arriba. En él no hay deseo de belleza de formas o hermosura corporal ni de vistas placenteras, sino tan solo de la vista y el amor de Dios. Tampoco hay –en segundo lugar—ningún deseo de poseer nada ni por encima ni más allá de lo necesario que se requiere para vivir sin exceso. Tercero, los esposos evitan las conversaciones frívolas y ociosas. Cuarto, no les preocupa el reunirse con amigos o parientes sino que Yo soy lo único que ellos aman y desean.
Quinto, mantienen una humildad interior en su conciencia y también externamente en su forma de vestir. Sexto, nunca tienen voluntad alguna de conducirse por la lujuria. Séptimo, engendran hijos e hijas para Dios, por medio de su buen comportamiento y buen ejemplo, y mediante la prédica de palabras espirituales. Así, al preservar su fe intacta, se unen ante la puerta de mi Iglesia, donde me dan su aprobación y Yo les doy la mía. Suben a mi altar y disfrutan del deleite espiritual de mi cuerpo y de mi sangre. Deleitándose en ello, desean ser un corazón, un cuerpo y una voluntad y Yo, verdadero Dios y hombre, poderoso sobre el Cielo y la tierra, seré su tercer compañero y llenaré su corazón.
Aquellas parejas mundanas dejan que su apetito por el matrimonio se base en la lujuria de las bestias, ¡y peor que las bestias! Estos esposos espirituales fundamentan su unión en el amor y temor de Dios, y no desean complacer a nadie más que a mí. El espíritu del mal llena a los primeros y les incita al deleite carnal, donde no hay nada más que podredumbre apestosa. Los últimos se llenan de mi Espíritu y se inflaman con el fuego de mi Espíritu que nunca les fallará. Yo soy un Dios en tres personas. Yo soy una sustancia con el Padre y el Espíritu Santo.
Así como es imposible para el Padre estar separado del Hijo, y para el Espíritu Santo estar separado de ambos, así como es imposible que el calor esté separado del fuego, igual de imposible es para estos esposos espirituales estar separados de mí. Yo estoy con ellos como su tercer compañero. Mi cuerpo fue herido una vez y murió en la pasión, pero nunca más será herido ni morirá. De igual forma, aquellos que se incorporen a mí a través de una fe recta y una voluntad perfecta, nunca morirán a mí. Donde quiera que estén, se sienten o caminen, estaré con ellos como su tercer compañero”.
[1] La Planificación Familiar Natural es una forma pecaminosa para el control de la natalidad (PFN)
San César de Arles: “TANTAS VECES COMO CONOZCA A SU ESPOSA SIN EL DESEO DE TENER HIJOS... SIN DUDA ALGUNA COMETE PECADO”. (W.A. Jurgens, La Fe de los Primeros Padres, Vol. 3:2233)
El Papa Pío XI, en su Casti Connubii (#’s 53-56), del 31 de diciembre, 1930: “Pero ninguna razón sin importar cuán grave sea, pueda anteponerse para que cualquier cosa intrínsicamente en contra de la naturaleza se vuelva acorde a la naturaleza y sea moralmente buena. Debido a que el acto conyugal, por lo tanto, está destinado por la naturaleza principalmente para engendrar hijos, aquellos que ejerciéndolo deliberadamente frustran sus poderes y propósito naturales pecan en contra de la naturaleza y cometen un acto que es vergonzoso e intrínsicamente vicioso.
“No es de extrañarse, por lo tanto, que la Sagrada Escritura atestigüe que la Majestad Divina considera con el mayor aborrecimiento este crimen horrible y, a veces, lo ha castigado con la muerte. Tal como lo denota San Agustín, ‘El acto conyugal, aún con la legítima esposa de uno, es ilegal y malvado cuando se previene la concepción de la progenie.’ Onán, el hijo de Judá, hizo esto y el Señor lo mató por lo mismo (Génesis 38:8-10).”
En la realidad, el argumento en contra de la Planificación Familiar Natural puede resumirse muy sencillamente. El dogma católico nos enseña que el propósito principal del matrimonio (y del acto conyugal) es la procreación y la educación de los hijos.
El Papa Pío XI en su Casti Connubii (#17), del 31 de diciembre, 1930: “El fin principal del matrimonio es la procreación y la educación de los hijos.”
El Papa Pío XI en su Casti Connubii (#54) del 31 de diciembre, 1930: “Debido a que el acto conyugal, por lo tanto, está destinado por la naturaleza principalmente para engendrar hijos, aquellos que ejerciéndolo deliberadamente frustran sus poderes y propósito naturales pecan en contra de la naturaleza y cometen un acto que es vergonzoso e intrínsicamente vicioso.”
“Debido a que, por lo tanto, el apartarse abiertamente de la tradición cristiana no interrumpida, algunos recientemente han juzgado que es posible declarar solemnemente a otra doctrina en relación a este asunto, la Iglesia Católica, a quien Dios le ha confiado la defensa de la integridad y la pureza de la moral, manteniéndose erguida en medio de la ruina moral que la rodea, para que ella puede evitar que la castidad de la unión nupcial sea mancillada por esta mancha inmunda, eleva su voz a favor de su divino embajador y a través de Nuestra boca proclama nuevamente: cualquier uso del matrimonio ejercido de tal manera que el acto sea frustrado deliberadamente en su poder natural para generar la vida es una ofensa en contra de la ley de Dios y de la naturaleza y quienes se complacen en eso quedan marcados con la culpa de un pecado grave.”