Kitabı oku: «Biodiversidad y propiedad intelectual en disputa», sayfa 5

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PROPIEDAD INTELECTUAL ¿O MONOPOLIOS DE LA MENTE?: BIOPOLÍTICA, BIOPIRATERÍA Y GEOPOLÍTICAS DEL CONOCIMIENTO EN AMÉRICA LATINA

ERICK PAJARES G.

Las revoluciones científicas más importantes, todas, incluyen, como única característica en común, el destronamiento de la arrogancia humana —de un pedestal tras otro— basada en las convicciones previas sobre nuestro lugar en el centro del Cosmos.

STEPHEN JAY GOULD

El presente ensayo se propone como un aporte para la comprehensión de las formas como se estructuran las políticas internacionales sobre biodiversidad y el papel que cumplen los regímenes de protección de propiedad intelectual asociados al patrimonio biogenético en los procesos de reconfiguración y recentralización de los poderes político y económico, a escala global.

La propiedad intelectual relacionada con la manipulación sofisticada de la biodiversidad involucra importantes cuestiones científicas y aspectos financieros de alcance transnacional, a la vez que incluye la utilización —con fines comerciales— de los conocimientos ancestrales de los pueblos indígenas, lindando muchas veces con la biopiratería, que exacerba inevitablemente el empobrecimiento biológico, cultural y económico de los países y grupos sociales poseedores de tal patrimonio biocultural, lo que a la larga deriva en conflictos diversos, por las formas en que se produce el acceso a esos saberes.

Pero a la par que ponderamos los derechos de propiedad intelectual, desde el acceso, resulta fundamental dimensionarlos también desde el enfoque de las «geopolíticas del conocimiento». Precisamente, en su obra Historias locales/diseños globales: ensayos sobre los legados coloniales, los conocimientos subalternos y el pensamiento de frontera, Walter Mignolo (2002) aborda la noción de las geopolíticas del saber en tanto eje crucial para alcanzar una comprensión crítica en la formación y transformación del sistema-mundo moderno/ colonial en regiones periféricas como América Latina. De esta forma se devela la relación entre historias locales y construcción de conocimientos, al tiempo que se expone otra epistemología para el estudio desde/sobre América Latina y sus dinámicas de inserción actual en la sociedad globalizada.

Uno de los objetivos de las geopolíticas del conocimiento es evitar que el pensamiento se genere formalmente en otras visiones, que se aproxime a otros orígenes, que intuya cosmovisiones abstrusas, que atisbe en mundos-otros. Así, un aspecto sustancial para la comprensión de los monopolios de la mente es que —bajo este paradigma— el conocimiento funciona como la economía, y es funcional a ella, aun cuando se persevere en la idea de que en el mundo global no existe ya ni centro ni periferia.

Las economías latinoamericanas, con excepción de México y Brasil, no influyen centralmente en el mercado mundial, por lo que sus fluctuaciones no tienen mayor repercusión en otras regiones del planeta. Con el conocimiento ocurre algo similar, con la diferencia de que, para la región de América Latina, en la producción de saberes existen mayores posibilidades de producir cambios que no necesariamente se presentan en la dimensión económica.

En este punto, debemos subrayar que, a partir de la década de 1980, diversos sectores —pueblos indígenas, académicos, políticos y conglomerados empresariales transnacionales— han mostrado un interés creciente por los conocimientos tradicionales1 como aspecto sustancial en el mantenimiento de la biodiversidad, en diversas regiones del mundo. Aunque las motivaciones de los actores concernidos varían, todos coinciden en destacar la aplicabilidad y las potencialidades —para el uso comercial y no comercial— de estos sistemas de saberes cuando se asocian con los recursos biogenéticos.

Sin embargo, al igual que en otras cuestiones relacionadas con la sustentabilidad (ecológica, ambiental y social), en las que se involucra la economía, la relación entre recursos biogenéticos y los derechos de los pueblos indígenas no es una cuestión«neutra», por lo que un análisis descriptivo o político aséptico significaría una mirada ciertamente sesgada, por incompleta. Es este un asunto que diversos sujetos construyen, perciben y enfrentan en un contexto socioeconómico y político definido por la historia y la especificidad, mientras que no resulta menos cierto afirmar que los actores involucrados (pueblos indígenas, Estado, academia, trasnacionales y organizaciones de la sociedad civil) no conforman «bloques monolíticos» u homogéneos. Muy por el contrario, exponen distintas visiones, intereses y posiciones en torno al qué, por qué, y cómo internalizar y gestionar un tema altamente sensible.

En este escenario, entonces, emerge la bioprospección moderna —es decir, la investigación sobre los recursos biogenéticos, bioquímicos y los conocimientos tradicionales de los pueblos indígenas con potencial valor comercial— como una actividad impulsada por empresas especializadas en la utilización de tales recursos, a partir de aplicaciones biotecnológicas. A pesar de las utilidades que se obtienen y los problemas sociales que surgen como consecuencia de las asimetrías en el acceso, uso y control de la biodiversidad en América Latina, es notoria la deficiencia, o más precisamente la carencia, de políticas públicas sobre estos aspectos relevantes para la sustentabilidad de los países de la región.

Mientras tanto, es pertinente enfatizar que la biopiratería —o la apropiación y monopolización, por parte de individuos y organizaciones, de conocimiento y recursos genéticos de indígenas y agricultores2— no es algo nuevo, se remonta incluso a la Colonia (Crosby, 1988). En efecto, lo que ha cambiado son el contexto y los mecanismos regulatorios mediante los cuales se concretan tales formas de apropiación, entre los que destacan, como no, los tratados de libre comercio3.

Al respecto, un caso ilustrativo es el de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), que fue debilitada como mecanismo de concertación subregional a partir de las negociaciones de los acuerdos de promoción comercial que llevaron adelante unilateralmente el Perú y Colombia, con los Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión Europea (UE), propiciando de esta forma la crisis de los procesos de integración regional, y la profundización del modelo extractivo y privatizador de bienes públicos: recursos minero-energéticos, bosques, agua, biodiversidad, entre los más importantes. Tales dinámicas han agudizado la exclusión social, particularmente de los pueblos indígenas y las comunidades locales de los Andes y la Amazonía de Sudamérica (ver Pajares, 2009).

La propiedad intelectual nos permite, pues, observar nítidamente las tensiones entre el corporativismo transnacional y los pueblos indígenas. Y es que las concepciones dominantes sobre derechos intelectuales vinculan estrechamente, por un lado, la creencia en la superioridad del episteme tecno-científico occidental sobre toda otra forma de conocimiento, y por el otro, las nociones liberales del individualismo y de la propiedad privada. Partiendo del supuesto de que la condición universal para la maximización de la innovación y creatividad humana es la existencia de la rentabilidad económica, se propone un régimen jurídico orientado a regular la protección, como propiedad privada, del producto resultante de dicha creatividad.

¿De qué forma los derechos de propiedad intelectual constituyen monopolios de la mente bajo las consideraciones de la geopolítica del saber?, ¿cuáles son las relaciones entre la economía del conocimiento y las geopolíticas del saber?, ¿cómo el sistema global de propiedad intelectual es funcional a un sistema global de biopiratería?, ¿cómo los sistemas de conocimiento tradicional asociados a los recursos biológicos son erosionados por la biopiratería?, ¿cuál es el impacto de la biopiratería en las economías nacionales de países que dependen sustancialmente de su patrimonio biogenético?

Para América Latina, tales interrogantes son críticas frente a la necesidad de revertir las tendencias de los impactos del cambio global en sus territorios (causado por la translimitación de los ecosistemas, a partir del consumo irracional de materia y energía), considerando que en países megadiversos, como México, Brasil, Perú, Colombia, Ecuador y Bolivia, estos aspectos no han sido adecuadamente integrados ni priorizados en el análisis de los estudios socioculturales, de las humanidades, de las ciencias políticas, ni se encuentran suficientemente articulados con los debates y consensos que se requieren para transitar hacia la construcción de políticas públicas para alcanzar la sustentabilidad y una gobernabilidad de signo positivo.

1. Apuntes para un marco conceptual sobre geopolítica de la biodiversidad

1.1. Geopolítica de la biodiversidad y biopolítica

En su ensayo El siglo de la biotecnología: el comercio genético y el nacimiento de un mundo feliz, Jeremy Rifkin postula que la humanidad no ha alcanzado aún plena conciencia de estar experimentando los inicios de una nueva era en su historia, signada por el surgimiento y desarrollo de la algenia. En esta etapa del proceso civilizatorio, la ingeniería genética habría empezado a transformar la relación del ser humano con la naturaleza, al tiempo que provocaría las más profundas modificaciones jamás conocidas en lo que se refiere a la forma de pensar el mundo y de estar en el mundo (1999, pp. 46-47). En el citado texto, Rifkin contrasta la algenia y la alquimia, exponiendo las mutaciones profundas a partir de una revolución tecnocientífica, pero también filosófica y cultural. A decir del autor, lo que está en debate es la reinvención de la propia definición de la vida y aquello que consideramos esencial (o no) en la autorrepresentación de lo humano4.

Aun cuando hay quienes consideran excesivo denominar esta época como el siglo de la biotecnología, lo cierto es que estamos hablando de mucho más que un nuevo sector tecnológico o industrial, pues la biopolítica5 resulta siendo tributaria, en lo esencial, de estrategias de poder que pretenden un control exhaustivo sobre la vida y que se vienen desplegando desde los inicios de la sociedad moderna (Sorrentino, 2008, pp. 90 y ss.). Al respecto, Francis Fukuyama refiere que la biotecnología representa una amenaza para la integridad de la propia naturaleza humana, y a menos que sea rigurosamente regulada, podría expandir un nuevo tipo de tiranía, a través del mejoramiento genético como medio para monopolizar los recursos y el poder político (Fukuyama, 2002).

La biopolítica explica, entonces, por qué la biodiversidad se convierte en un factor estratégico —en el ámbito geopolítico y geoeconómico— que redimensiona las agendas de poder en el escenario mundial. En efecto, como antesala de las tecnologías del siglo XXI— en especial, de la biotecnología—, la biodiversidad adquiere relevancia geoestratégica en tanto constituye un factor nuevo para la generación de valor (riqueza), en disputa con los países desarrollados y sus corporaciones biotecnológicas, por lo que las zonas que concentran los recursos biogenéticos del planeta, conocidas como regiones de megadiversidad, biorregiones o hot spots, son consideradas como las más importantes para el desarrollo deproyectos de bioprospección.

Así pues, el problema de la biopiratería y su impacto en la gestión de la biodiversidad, en los estilos tradicionales de vida de los pueblos indígenas y en sus conocimientos, innovaciones, prácticas y tecnologías ancestrales, guarda relación directa con el creciente desarrollo de la biotecnología6, que posibilita que las corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas utilicen y se beneficien del patrimonio biocultural7 de dichos pueblos y del conocimiento colectivo indígena o «saberes relacionales tradicionales asociados a la biodiversidad» (Pajares, 2004), incluyendo la agrobiodiversidad8, sin una retribución equitativa por haber contribuido —inter- y transgeneracionalmente— al mantenimiento de la diversidad biogenética del planeta.

Los saberes tradicionales, en tanto sistema, se crean y re-crean permanentemente, por lo que el término tradicional no debe asumirse como«fuera de uso» (outdated), mientras que el término innovación tradicional no resulta, tampoco, una contradicción. En efecto, lo que se caracteriza como tradicional respecto de los saberes indígenas no es su antigüedad en sí, sino la forma en que se va construyendo, el modo en que se adquiere y cómo se utiliza; es decir, el proceso social de aprendizaje y distribución del conocimiento, el cual es inherente a cada cultura indígena, y que se sustenta en su tradicionalidad. Mucho de este conocimiento es realmente nuevo, en tanto contiene un significado social y un carácter legal completamente distintos, frente a la ciencia objetiva de las sociedades industrializadas y colonizadoras de la naturaleza (Graham, 2000).

En ese sentido, a partir del desarrollo de la biotecnología, los países industrializados han desplegado una estrategia para acceder a los recursos biogenéticos del Sur global, sin considerar los derechos (registrados o no, reconocidos o no) de los pueblos indígenas, a la vez que se resisten a aceptar una negociación que implique la distribución equitativa de las utilidades provenientes de la utilización de los recursos biogenéticos. En la mayoría de los casos, solo las corporaciones transnacionales biotecnológicas perciben las regalías cuando generan nuevas variedades de plantas (derechos de obtentores) o logran patentes por productos farmacéuticos con base en la biodiversidad, mientras que las comunidades tradicionales no reciben ninguna compensación por el aporte de sus conocimientos.

El Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) establece que los beneficios derivados del uso de la diversidad biológica, genética y de la diversidad cultural asociada (conocimientos tradicionales)9 deben compartirse equitativamente. Este acuerdo multilateral no ha sido ratificado por Estados Unidos —uno de los países que lidera la industria biotecnológica—, que, como es sabido, sostiene una política para su mercado interno y otra para el mercado externo, lo que limita la posibilidad de que se puedan conciliar intereses al respecto.

Actualmente, la aplicación de las leyes biológicas de la herencia, conjuntamente con el develamiento de la vigencia de los sistemas de conocimiento ancestral, están redefiniendo en forma progresiva el dogma de la evolución de la sociedad contemporánea, a la vez que introducen nuevos paradigmas sociales, económicos, jurídicos, culturales, éticos y ecológicos en la orientación/transición del pensamiento y práctica universal del presente siglo.

Mientras tanto, la visión de la vida compartimentada parece eternizarse:

… la biología reduccionista se caracteriza cada vez más por un reduccionismo de segundo orden —el genético— que restringe el comportamiento de los organismos biológicos, incluyendo los seres humanos, a genes. Pero el reduccionismo biológico supone además un reduccionismo cultural, en la medida [en] que devalúa otras formas de saber y otras éticas de la vida; tal es el caso de la agricultura y medicina no occidentales, incluyendo todas las disciplinas de la biología occidental que no se prestan al reduccionismo genético y molecular, pero que son necesarias para relacionarse de manera sostenible con el mundo vivo (Shiva, 2001, pp. 47-48).

Se pretende, así, validar —como en otras etapas de la historia mundial— el proceso dialéctico de colonización del Norte «rico» respecto del Sur «pobre». Una vez más, la periferia poseedora de materias primas termina sosteniendo el desarrollo industrial-económico de los Estados centrales.

1.2. Geopolítica y geoeconomía en el siglo XXI

La valorización del espacio —considerando la existencia de los «bancos de genes»— implica la emergencia de un paradigma geoeconómico que rentabiliza las biorregiones del planeta en forma heterogénea. En las regiones terrestres, la biodiversidad se acumula en las zonas boscosas, principalmente en los bosques y selvas húmedo-tropicales, en las regiones de transición (biomas terrestres, marinos y manglares), en las praderas marinas y en los bancos o arrecifes de coral10.

En consecuencia, la biodiversidad de la Tierra se concentra en América Latina, el centro de África, el Sudeste Asiático, Oceanía y el segmento de islas que forman Filipinas, Micronesia y Polinesia. Este verdadero cinturón emplazado alrededor del planeta concentra cerca del 80% de la biodiversidad, sobresaliendo América Latina como el epicentro de la biodiversidad mundial.

La Amazonía es considerada la zona de mayor biodiversidad; sobre todo, sus selvas y bosques inundados. En el otro extremo del planeta, el sur de Asia (Indo-Pacífico), que abarca Nepal, Bangladesh, Myanmar (Birmania), Laos, Tailandia, Camboya, Vietnam, Filipinas, Malasia, Sumatra, Borneo, Java y las más de siete mil islas que componen la faja de Coral y Célebes, constituye no solo la segunda reserva terrestre —caracterizada por su alto grado de endemismos y su diversidad de especies—, sino, además, la primera reserva de biodiversidad marina del mundo.

En medio de este escenario, la prospección de la biodiversidad o bioprospección —que consiste en analizar los recursos genéticos en busca de compuestos activos para uso farmacológico, alimenticio, industrial o de defensa— se intensifica en las referidas biorregiones, buscando, sobre todo, plantas medicinales y sustancias naturales con actividad biológica, por cuanto el diseño artificial de fármacos mediante la bioquímica y las computadoras ha resultado más complejo de lo previsto.

Las nuevas herramientas biotecnológicas, diseñadas en los laboratorios y las universidades de los países que controlan la tecnología, han permitido a las empresas monitorear plantas, animales y microorganismos a una velocidad sin precedentes, para obtener de ellos información genética útil. Los genes potencialmente comerciales,en la actualidad pueden ser transferidos de un organismo a otro, igual o diferente, y hasta de diferente reino, a través de la ingeniería genética, que ha logrado resignificar la biodiversidad como un poderoso recurso económico11, empresarial y político, además de genético.

Al respecto, un dato revelador en relación con la farmacología es que más del 60% de la población mundial depende en forma directa de las plantas para la elaboración de sus medicamentos. Los chinos, por ejemplo, utilizan con fines medicinales más de 5,000 de las 30,000 especies de plantas que, según se calcula, existen en su país.

Además, la mayoría de los medicamentos occidentales deben su existencia a la investigación de los productos naturales, pero menos del 10% de las 250,000 especies floríferas que —se calcula— existen en el mundo han sido científicamente examinadas para detectar en ellas posibles propiedades medicinales. De manera paradójica, se estima que, hacia el año 2050, una de cada cuatro de las plantas más evolucionadas se habrá extinguido antes de haberse explorado en forma adecuada sus potencialidades.

Los complejos moleculares biodiversos que produce la naturaleza no pueden replicarse a partir de invenciones científicas, pero cuando se descubre su principio activo natural pueden efectuarse modificaciones sintéticas para alterarlos. La bioprospección, con ayuda de la cibernética, permite ahora investigar estructuras de potencial interés para la elaboración de fármacos. La instrumentación de la biodiversidad para su uso en biotecnología permite alterar los sistemas alimentarios, la medicina, la industria, las armas, además del sistema jurídico internacional y el propio equilibrio ecológico.

Todo esto convierte a la biodiversidad en una ventaja comparativa para los países que la poseen, aunque solo en la medida en que estos la sepan valorar, mantener y aprovechar mediante políticas y estrategias que garanticen un adecuado planeamiento para su utilización sostenible.

Mientras que la economía clásica y neoclásica clasificó a los países en productores y consumidores, la economía del conocimiento12 los divide en países productores, consumidores y de reserva (de biodiversidad y otros recursos estratégicos, como petróleo, gas, agua dulce, minerales, madera, alimentos). En el grupo de países de reserva se ubicarían China, Estados Unidos, Brasil, Australia, la India, Congo, México, Indonesia, el Perú, Sudáfrica, Colombia, Venezuela, Madagascar, Nueva Guinea, Malasia, Filipinas y Ecuador, entre los más importantes. Por ello, una de las formas de analizar las relaciones entre los países del hemisferio sur y del hemisferio norte es mediante el estudio de la diversidad biológica y cultural.

Así, los países del Sur se constituyen en verdaderos «inventarios de información» sobre la naturaleza y, por lo tanto, son reservorios biogenéticos con potencial de mercado, mientras que los países del Norte asumen el rol de extractores, procesadores y redistribuidores de los recursos biogenéticos mediante productos de consumo protegidos por el sistema internacional de patentes. Diversos investigadores y analistas consideran que tal situación configura una nueva forma de colonialismo: el recurso genético —la materia prima— se obtiene en el Sur, mientras que el valor agregado —el procesamiento— se incorpora en el Norte (incluyendo el registro de las patentes).

2. Propiedad intelectual, biopolítica y geopolíticas del conocimiento

A partir de los fundamentos expuestos en la primera parte de este trabajo, emerge un aspecto cuyo abordaje resulta sustancial para la comprensión cabal de lo que implican la biopolítica y las geopolíticas del conocimiento que subyacen a las estrategias de biopiratería que se despliegan en países que, como el Perú (y otros de América Latina), son megadiversos: el control (hegemónico) de los recursos biogenéticos por parte de los países centrales (en relación con los países de la periferia), dada su rentabilidad económica y su importancia en el contexto de la crisis de la biosfera.

2.1. Control hegemónico y bioprospección

El análisis sobre las geopolíticas del conocimiento asociadas al patrimonio biogenético y biocultural de los países de América Latina implica, necesariamente, la revisión de aquellos mecanismos que conducen a la apropiación privada de la naturaleza mediante derechos de propiedad intelectual, en medio de las tensiones por la afirmación del poder y la hegemonía mundiales.

Precisamente, un estudio de caso que nos permite aproximarnos al modus operandi de la geopolítica de la biodiversidad es el proyecto International Cooperative Biodiversity Group (ICBG), por los alcances de sus objetivos de investigación y por la elocuencia con que nos permite mostrar tanto la lógica de apropiación relacionada con la dinámica de construcción de la hegemonía como el riesgo vital en que este proceso coloca al proyecto de humanidad. Entonces, para comprender las perspectivas de la biopolítica, la importancia de la biodiversidad y su lugar dentro del sistema general de reproducción y hegemonía del conocimiento, así como su relación con los procesos de resistencia social en la actualidad, es necesario exponer algunas premisas básicas.

Los soportes de la hegemonía

a) La sociedad de mercado, como forma de organización social, se rige por la competencia y, por lo tanto, deviene en un sistema piramidal en construcción y deconstrucción constantes. El funcionamiento de ese sistema no puede entenderse sin indagar sobre las relaciones de dominación que se despliegan en la disputa por la concentración de riqueza, poder y hegemonía.

b) La hegemonía se configura a partir de la convergencia de liderazgos empresariales, fortalezas tecnocientíficas, recursos productivos, pensamiento estratégico, capacidades políticas y coercitivas, así como por la explicación —a partir de esa confluencia— de un modelo del mundo susceptible de globalizarse. El hegemón está conformado, entonces, por un complejo militar-empresarial-tecnológico-estatal, que surge como un consorcio a partir de un conjunto de intereses comunes que se estiman vitales o estratégicos (Ceceña, 2000a).

c) Cuando un país como Estados Unidos se configura como hegemón, lo hace en representación del núcleo que agrupa las mayores capacidades productivas, tecnológicas, comerciales, financieras, militares e ideológicas.

d) Una de las características centrales de la disputa por la hegemonía se expresa en la reconfiguración de la territorialidad. En este proceso de concentración territorial por despojo (reterritorialización), se ponen en juego las concepciones y usos de los territorios, la relación con la naturaleza, la historia, las culturas originarias, incluyendo los derechos de los pueblos que habitan tales espacios (Ceceña, 2000b; Porto Gonçalves, 2001b).

e) La biodiversidad y, consecuentemente, los territorios con alta densidad endémica, constituyen factores estratégicos para la competencia y la definición de la hegemonía, en virtud de su importancia para el desarrollo de la industria tecnológica de vanguardia (Ceceña, 2000b).

Hegemonía y competencia

En las últimas décadas se observa una profunda transformación de los modos y contenidos de la hegemonía, como consecuencia de los cambios acontecidos en los ámbitos científico y tecnológico, pero también por las resistencias de diferente tipo que surgen en diferentes partes del mundo. La hegemonía es, en realidad, la constatación práctica de la dominación, la expresión de la conflictividad a través de las relaciones cotidianas en todos los campos de la vida social; es resultado y, a la vez, sustento de la concentración del poder en todas sus formas: económica, militar, política, cultural, ideológica y territorial (Ceceña, 2000b).

En medio del debate sobre las maneras13 en que opera la hegemonía y del cambio en sus protagonistas en el último siglo, lo cierto es que Estados Unidos se ha consolidado como líder mundial en todos los campos importantes, pero en un escenario en el que proliferan relaciones interestatales, interempresariales e interclases profundamente transformadas (Ornelas Bernal, 2001; Ceceña, 1995).

Este poder, que se reinventa en la afirmación de la sociedad de mercado, se consolida con la privación y el acaparamiento. Se trata de la apropiación privada con tendencia monopólica y el desconocimiento de derechos, en tanto no sean los patrimoniales, para lo cual aquel núcleo de poder concentrado despliega mecanismos que responden a una estrategia global, sustentada en los siguientes principios:

a) Principio de invulnerabilidad. Construcción de una situación de invulnerabilidad y autosuficiencia —siempre relativas—, que posibilite las condiciones para enfrentar la competencia desde el privilegio y la supremacía (Ceceña & Porras, 1995). Este principio general es acompañado por su opuesto, es decir, la inducción de una situación relativa de vulnerabilidad en determinadas regiones del planeta. Se pueden observar, por ejemplo, las distintas maniobras realizadas para asegurar la autosuficiencia alimentaria de Estados Unidos, frente a la insuficiencia provocada en zonas o países anteriormente autosuficientes.

b) Principio de monopolización. Considerando el principio de invulnerabilidad y la concepción del mundo como escenario de conflictos, la hegemonía tiene como soporte una estrategia de monopolización o control de todo aquello que se considera esencial para la reproducción social y la reproducción del sistema de poder. Así, lo que se pretende no es disponer solo de lo que es necesario, sino, esencialmente, acaparar lo que es necesario para el contrario. En esta perspectiva, pueden entenderse mejor los conflictos para controlar las regiones petroleras del planeta y las maniobras militares de Estados Unidos para posicionar sus bases de acuerdo con una estructura de control territorial que le da acceso inmediato a los recursos básicos o, por lo menos, le permite restringir el acceso de los competidores (o potenciales hegemones alternativos).

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