Kitabı oku: «Bienvenidos a Dietland», sayfa 5
Dos días después de encontrar Aventuras en Dietland en la oficina de Kitty, casi me lo había acabado de leer. Debería haber estado en la cafetería contestando a los mensajes, pero había dejado de trabajar para poder leer. Me metí en la bañera mientras lo hojeaba, con cuidado para no dañar las páginas color crema.
Habían pasado doce años desde que me había convertido en baptista. En ese tiempo apenas había pensado en aquella época, pero mientras leía, los recuerdos del Plan Baptista se volvían cada vez más nítidos. Tenía el regusto de la comida en la boca: el aguachirle metálico del tomate en la pizza y en la pasta, los estofados que sabían a limpiador de suelos. Recordé los batidos, su textura de tiza, la sensación de medicina después de beberlos. Cuando la empresa cerró, solo me enteré de los detalles más superficiales: Verena Baptist heredó el negocio y al ser la única propietaria, tenía potestad para clausurarla, y eso fue lo que hizo días después del accidente de coche de sus padres. Había odiado a la hija de Eulayla Baptist en aquel momento, pero no sabía su nombre. Ahora, gracias a la chica, sostenía sus palabras en mis manos.
Verena escribió que después de cerrar la compañía se encontró con «miles de litros de batidos baptistas, tanques de estofado y camiones llenos de pechugas de pollo recubiertas de una salsa misteriosa», todo lo cual fue llevado a comedores para pobres y casas de acogida, «para gente que estaba pasando hambre sin habérselo propuesto». Verena lo describía como un acto de caridad, y yo supuse que las comidas baptistas eran mejor que nada.
No pude evitar sentirme enfadada y traicionada al leer acerca de Eulayla Baptist. Como todas las baptistas, yo había estado destinada al fracaso, pero cuando eso sucedió, me eché la culpa a mí misma. Puede que hubiera odiado a la hija de Eulayla en ese momento, pero a medida que iba leyendo el libro me alegré de que hubiera delatado a su madre. Supe que mi derrota como baptista no había sido por mis errores.
Me pregunté por qué Verena acusaba a su madre de manera tan pública. Verena no salía en la mayor parte del libro, pero en el primer párrafo estaba presente de manera palpable: «Antes de que yo naciera, mamá era joven y delgada. Papá y ella se establecieron en Atlanta y durante un año glorioso las cosas no hubieran podido ir mejor. Entonces, una noche tonta y llena de martinis en el patio con sus vecinos, los Amberson, papá inseminó a mamá con una bomba que tardó nueve meses en explotar, dejándola gorda y llena de cicatrices, con estrías y una cintura que parecía un neumático».
La bomba era Verena. Había arruinado la figura de su madre, lo que la llevó a su obsesión por las dietas, que dio como resultado el horror del Plan Baptista para la Pérdida de Peso siendo predicado por todo el mundo. Me pregunté si era esta la razón por la que Verena había decidido traicionar a su madre muerta en un libro, revelando todos sus secretos: la habían hecho sentir culpable solo por haber nacido.
El libro no iba solo del Plan Baptista para la Pérdida de Peso. Verena intentaba destruir toda la industria del adelgazamiento. Escribió acerca de los numerosos autores y gurús de las dietas, de las medicinas para suprimir la grasa, incluso de la cirugía que me iba a hacer yo. Dedicaba un capítulo entero a que uno se liberara de lo que ella llamaba: «el País de las Dietas». «El País de las Dietas trata de cómo empequeñecer a las mujeres», decía Verena. Pensé que a mi madre le gustaría el libro. Estaba segura de que si hubiera sabido de su existencia, ya me habría enviado un ejemplar.
Dentro del libro aparecían fotografías de Eulayla, una de su época de reina de la belleza y otra de los años en los que estaba gorda, así como la famosa imagen de Eulayla delgada sosteniendo sus vaqueros de gorda. En una de ellas, su cara aparecía angulosa y sus piernas moldeadas, pero todavía tenía las caderas anchas. Miré la foto y pensé que al morirse, Eulayla había conseguido finalmente lo que la vida le había negado. Al convertirse en cadáver, por fin estaba todo lo flaca que se podía esperar. Piel y huesos, suponía.
Había una pequeña biografía de la autora en la contraportada del libro: «Verena Baptist vive en Nueva York, donde dirige Calliope House, una organización feminista». Eso era todo. No había ninguna fotografía, ni manera de ponerle cara al nombre de la mujer a la que una vez había odiado tanto por arruinarme la vida.
Cerré el libro y lo dejé en el suelo del baño. No me apetecía seguir pensando en mi época baptista. Después de que nos echaran del Plan, me pasé el último año de instituto comiendo. No podía parar. En el restaurante de Delia me convertí en la ayudante de la repostera y me atiborraba de bizcochos, galletas y tartas. Para cuando empecé la universidad, había recuperado todos los kilos que había perdido y me había echado encima bastantes más. Me uní a Waist Watchers, porque tenían un despacho en el campus. Cuando su programa también me decepcionó, seguí las dietas que marcaban los libros y las revistas. Tomé píldoras para adelgazar, incluidas unas que después fueron retiradas por la Agencia de Medicamentos porque murieron varias personas. Ingerí un suplemento alimenticio proveniente de México, pero tuve que dejarlo después de sufrir dolores de estómago. Durante todo un año, bebí un batido dietético con sabor a chocolate para desayunar y para comer, lo que hizo que mis heces se convirtieran en piedras, provocándome hemorroides, y que sabía peor todavía que los batidos baptistas. Era demasiado remilgada para la bulimia y no me atraía el masoquismo necesario para la anorexia, así que una vez hube probado todas las dietas existentes, volví a Waist Watchers.
En los años que habían pasado desde que me uní al Plan Baptista, había engordado unos cuarenta y cinco kilos. Después de leerme Aventuras en Dietland, me di cuenta de que la cirugía era la única opción para mí. A Verena le hubiera horrorizado esta reacción, puesto que estaba en contra de reducirse el estómago excepto en casos de vida o muerte, pero no me importaba la intención que hubiera tenido al escribir el libro. Me había demostrado que las dietas no funcionaban. Me sentía agradecida por eso.
Me sentí agotada de tanto recordar y me relajé un rato en la bañera, aunque el agua estaba ya tibia pero agradable. No pensaba ya que la chica hubiera querido reírse de mí al darme el libro de Verena, pero todavía no sabía lo que pretendía. Cuando el teléfono empezó a sonar, no me apetecía nada salir del agua. Quien quiera que fuese no dejó ningún mensaje, pero unos minutos después empezó a repicar otra vez. Fastidiada, salí del baño y fui desnuda hasta la entrada, dejando un reguero de agua tras de mí en el suelo.
—¿Señorita Kettle?
—Sí.
—¿Hablo con Plum?
—¿Quién es?
—Soy Erica, del departamento de Recursos Humanos de Austen. Necesitamos que vaya a las oficinas el lunes que viene, a las diez, para firmar un documento.
—¿Qué documento?
—Uno que precisa su firma. Hay problemas con su seguro médico.
—Está bien —dije, irritada ante la idea de otro viaje a Manhattan.
—Por favor, diríjase a Recursos Humanos, planta veintisiete. Gracias y adiós.
En lo que menos estaba pensando era en Austen Media. Desde que había empezado a leer el libro de Verena había ignorado a las chicas de Kitty. Estaban atrapadas en mi portátil, una caja de Pandora que me negaba a abrir.
***
Salí del ascensor en el piso veintisiete de la Torre Austen y caminé por un pasillo largo y recubierto de moqueta. Al final había unos ventanales de suelo a techo, revelando una gran parte del centro de Manhattan iluminada por el sol. El pasillo era como un trampolín en medio de un mar de edificios. Posé la frente contra el cristal y miré las calles debajo de mí.
Erica, la mujer que me había llamado por teléfono, me saludó en la oficina de Recursos Humanos. Sacó una carpeta con un folio que tenía el logo de los servicios de salud en la parte superior.
—Por favor, léelo y fírmalo —me dijo, sentándose a mi lado en el sofá de la sala de espera. El documento no tenía mucho misterio, solo me pedían que confirmara el seguro de salud que había escogido cuando empecé a trabajar para Kitty.
—Genial —dijo Erica cuando le devolví la carpeta—. Te acompaño al ascensor.
—¿Eso es todo? He venido desde Brooklyn.
—No querrás que se te caduque el seguro médico, ¿no?
Quise responderle en el mismo tono insolente, pero no merecía la pena. Recogí mis cosas mientras me escoltaba fuera de la oficina, lo que me pareció innecesario.
Mientras esperábamos el ascensor, miré por el ventanal y volví a pensar en la imagen del trampolín. La idea de saltar, de sumergirme en la ciudad, me absorbió por completo hasta que escuché un crujido. El reflejo de la luz del sol era tan fuerte que tuve que guiñar los ojos para ver que Erica había sacado el documento del seguro médico de la carpeta y lo estaba metiendo en una papelera.
—Eh, eso es lo que he firmado.
—Ve al sótano dos —me susurró—. S-2. Tienes que cambiarte de ascensor en la recepción.
—¿Qué está pasando?
Sostuvo su brazo entre las puertas del ascensor, para que no se cerraran.
—Venga, date prisa. Tengo que volver al trabajo.
Ya estaba bajando en el ascensor y todavía veía borroso por el contraste de la luz, cuando se me ocurrió lo único que podía ser: la chica.
Estuve dudando en el vestíbulo, pero no me pude resistir a averiguar qué pasaría si seguía las instrucciones de Erica. Busqué el ascensor que me llevaría al S-2. Cuando llegué al sótano, dos pisos por debajo de la Torre Austen, me encontré frente a una doble puerta de color plata envejecida, con un cartel que señalaba: ARMARIO DE LA BELLEZA. Había un teclado numérico a la derecha y un timbre.
Las puertas del ascensor se cerraron tras de mí. Me acerqué a la puerta y llamé al timbre. Pasaron unos segundos, pero no se oyó nada, ni había señal alguna de que alguien se encontrara al otro lado.
Estaba a punto de volver a llamar cuando escuché un ruido muy leve. Acerqué la oreja a la puerta para oír mejor. Clap, clap, clap. El sonido cada vez era más alto. Clap, clap, clap, como un caballo en una película del Oeste. Clap, clap. Lo escuché un minuto más y comprendí que era el sonido de unos tacones aproximándose desde la distancia. Clap, clap.
—Voy —dijo una voz, una de las puertas se abrió ligeramente y una cabeza se asomó—. Soy Julia Cole, jefa del Armario. ¿En qué te puedo ayudar?
—Soy Plum. No sé por qué estoy aquí.
La mujer abrió la puerta y me permitió pasar, pero no dijo nada. Entré y lo que vi me hizo resoplar de asombro. El Armario de la Belleza no era un armario. Perfectamente podría haber cabido un avión allí dentro, quizás dos. Hasta donde se extendía mi vista había estanterías metálicas que llegaban hasta el techo, iluminadas con fluorescentes; como si fuera un hipermercado construido bajo el modelo de un templo de Babilonia. En cada hilera había una escalera con ruedas, cada una de ellas tan alta que su final quedaba cegado por las luces, como si llegaran hasta el cielo. Había carteles al principio de cada fila, LABIOS, OJOS, PESTAÑAS, PELO y más de este estilo, y todos los estantes estaban repletos de bandejas negras llenas de productos.
—¿Esto es un armario?
La mujer se paró frente a mí. Vestía una blusa de seda malva, pantalones color crema que terminaban justo en sus tobillos, tacones altos. En torno a su esbelta cintura llevaba un cinturón portaherramientas lleno de brochas y pintalabios.
—Para ti —me dijo, pasándome un tubo metálico. En él se veía escrito Juicy Plum.
Julia me hizo una seña para que la siguiera. Caminamos por la fila de LABIOS, que estaba subdividida en secciones de brillo, perfilador, pintalabios y cacao; cada una de esas secciones estaba a su vez organizada por colores, con muestras del producto sobre papel, como si fuera una tienda especializada en pinturas. Pegado a una de las estanterías había un folio en el que ponía LABIOS: MENORES Y MAYORES, con una ilustración muy explícita de una vulva.
—Un poco de humor —dijo Julia cuando me vio mirando.
En mitad de la hilera por la que estábamos caminando había dos taburetes con ruedas, y ahí fue donde Julia y yo nos sentamos.
—Respondiendo a tu pregunta, le llamamos el Armario de la Belleza por los viejos tiempos. Cuando Austen Corporation fue fundada aquí mismo, en 1928, la hija de Cornelius Austen fue la encargada de organizar los cosméticos en un armario para las dos revistas de moda que Austen publicaba en aquella época. Era una manera de mantenerla entretenida hasta que encontrara un marido. Era muy amable y a la gente le caía bien, siempre ofrecía té a todo aquel que viniera a verla. Así que el Armario de la Belleza se convirtió en una tradición de Austen.
Julia se ajustó el cinturón para que no se le cayeran las brochas. Sobre su cabeza había un estante etiquetado PINTALABIOS/MATE/BORGOÑA 003LMB. Me pregunté si era Julia quien había organizado todo esto como una biblioteca.
—¿Para qué es todo este maquillaje?
—Encima de nosotros hay cincuenta y dos plantas. Publicamos nueve revistas cuyo tema principal es la moda, conocidas colectivamente como las Nueve Musas, como ya sabes, y también producimos muchos programas de televisión y un montón de otras cosas. Salen muchas mujeres en nuestras páginas y en nuestras retransmisiones, y todas ellas necesitan maquillaje. Y eso es lo que les damos aquí.
Miré a mi alrededor, intentando asimilarlo todo, con un leve escalofrío.
—Hace frío para que el maquillaje no se derrita. Yo ya me he acostumbrado —me dijo—. Antes de que sigamos, tienes que prometerme que todo lo que te voy a contar será confidencial.
Asentí.
Julia metió la mano en el cinturón y sacó un papel doblado.
—El once de mayo, con un nombre inventado, mandé un mail a Querida Kitty a través de la página de Daisy Chain: «Querida Kitty, considero que eres uno de los grandes intelectos de nuestro tiempo, así que me gustaría hacerte una pregunta: ¿Quién está más oprimida: la mujer cubierta de arriba abajo con un burka o una de las modelos que salen en bikini en tu revista?».
Pensé por un momento, y el recuerdo de aquella carta salió a la superficie.
—Me acuerdo. No es el tipo de mensaje que suelo recibir.
Julia continuó:
—Tres días más tarde, recibí esta respuesta: «Me alegra que pienses en ese tipo de temas. ¡Normalmente no recibo mensajes de chicas como tú! Me haces una pregunta muy interesante, una que ni estoy segura de poder responder. Una mujer cubre su cuerpo y la otra lo expone por completo. Se puede pensar en ello como las dos caras de la misma moneda. ¡Gracias por escribir!».
Julia dobló el papel y se lo volvió a meter en el cinturón. Escuchar las palabras que yo había escrito como Kitty me hizo sentir muy cohibida.
—Sabía que este mensaje no lo había escrito Kitty. No pensaba que me fuera a responder ella personalmente, por supuesto, pero me quedó muy claro que tampoco lo había redactado la típica chica que Kitty suele contratar, uno de los clones de los que se compone su personal. Quería saber quién había escrito este correo, y no me resultó muy difícil. Llamé a su asistente, Eladio, quien me lo contó en cuestión de minutos. Una vez supe quién eras, y que trabajabas desde casa, mandé a Leeta a averiguar más cosas de ti. Es mi becaria. Se la arrebaté a Novia Glamurosa el pasado otoño.
Leeta. Por fin tenía un nombre.
—No parece la típica becaria de Novia Glamurosa —respondí, recordando las botas militares y el maquillaje oscuro.
—Te puedo asegurar que no tiene interés alguno por las bodas o por el glamour. Su beca solo era una manera de conseguir lo que quería.
—¿Está por aquí? —Esperaba que no. Sabía demasiado acerca de mí. Me había visto.
—Leeta ha tenido que salir de la ciudad repentinamente. Y ahora, deja que aproveche esta oportunidad para disculparme por su comportamiento. Sí, yo le mandé que te siguiera, pero debes entender que el trabajo que hago aquí es muy delicado. Quería que Leeta te investigara, que se hiciera una idea de tu rutina diaria, para ver si podíamos adivinar qué tipo de persona eras. No me puedo fiar de casi nadie, y quería que Leeta me dijera si verías nuestra causa con buenos ojos.
—¿Qué causa?
—Lo que quiero decir es que después de hablar con Leeta y leer los apuntes que tomó, pensé que a lo mejor se había comportado de forma inapropiada, que se había entrometido en tu vida y que… te había disgustado. —Julia rebuscó en su cinturón de herramientas y sacó el cuaderno rojo en el que Leeta escribía mientras me estaba siguiendo.
—Déjame verlo —le pedí, intentando agarrar la libreta, pero Julia la volvió a meter en el cinturón.
Ante ese desplante, le dije:
—Podría haber llamado a la policía.
—¿Y por qué no lo hiciste?
No tenía respuesta para eso.
—De todos modos, siento lo que pasó —me contestó—. Se suponía que no deberías haber reparado en Leeta.
—¿Y mandarla a espiarme estuvo bien?
—No te estaba espiando. Estaba empezando a conocerte.
—¿Sin que yo lo supiera?
—Al principio, sí.
Me pregunté si todos me estaban gastando una broma. Porque si era así, a Julia se le daba genial fingir.
—¿Por qué me dio el libro de Verena Baptist?
—A Leeta se le ocurrió que podría ser buena idea. Te había cogido cariño y quería demostrártelo. Pensó que apreciarías el mensaje del libro.
—¿Conoces a Verena?
Sonó el timbre. Julia se sobresaltó y se levantó rápidamente del taburete, golpeando sin querer la estantería que tenía detrás; los pintalabios comenzaron a caerse sobre su cabeza, aterrizando en el suelo.
—Mierda —dijo—. Ven conmigo. —Julia corrió hacia la entrada, tan rápido como podía con esos tacones. Alguien estaba golpeando la puerta.
—Soy Tamryn Suarez-O’Brien —gritó una mujer—. ¿Hay alguien? ¡Abrid la puerta!
—Es una productora de Lencería en Directo —me susurró Julia.
Tamryn Suarez-O’Brien entró vacilante sobre unos tacones de aguja violetas de piel de serpiente, tamborileando los dedos de su mano derecha en su gigantesca barriga de embarazada.
—¿Por qué has tardado tanto? Sabes que no puedo estar de pie durante mucho tiempo —le dijo a Julia, pero me estaba mirando a mí—. ¿Quién eres? —Tamryn me miró con desprecio.
—Trabaja para Kitty —contestó Julia—. Ha venido para que le dé unos pintalabios.
—Ya, bueno, no me gusta pasar por delante de nadie, pero necesito una colonia y no puedo esperar. Me lleva oliendo a algo asqueroso toda la mañana. Ya sabes, a sudor. Me preguntaba quién olía tan mal, y después resulta que era yo.
Julia condujo a Tamryn hacia los perfumes y me dejó sola. Me puse a leer la carpeta que pendía al final de la hilera de LABIOS.
[Nuevas entradas.- Semana del 4 de junio, 2012] Actriz joven. 00380 Adicta a los rubíes. 00381 Adicta al café. 00382 Afeminado. 00383 Afganistán. 00384 Aguafiestas. 00385 Aguardiente de ciruelas. 00386 Aguardiente de manzana. 00387 Algodón de azúcar. 00388 Amaretto. 00389 Amarronado. 00390 Ámbar rosa. 00391 Amorosa. 00392 Ángel. 00393 Ángel con curvas. 00394 Arándano. 00395 Arañazo. 00996 Areola. 00397 Azúcar rosa. 00398 Azúcar y mantequilla. 00399 Baya aplastada. 00400 Bella de día. 00401 Bella durmiente. 00402 Belleza beige. 00403 Bésame. 00404 Beso de guayaba. 00405 Beso de mora. 00406 Beso de rubí 00407 Besos de fresa. 00408 Borracha. 00409 Brandy. 00410 Brillo meloso. 00411 Brillo plateado. 00412 Bronce bohemio. 00413 Bronceada. 00414 Buscona. 00415 Buscona violeta. 00416 Cadáver. 00417 Café con leche. 00418 Calientapollas. 00419 Canela. 00420 Carne. 00421 Casi rojo. 00422 Cazafortunas. 00423 Cereza. 00424 Cereza alegre. 00425 Champán rosado. 00426 Chica blanca. 00427 Chica traviesa. 00428 Chicle. 00429 Chili. 00430 Ciruela desnuda. 00431 Ciruela dulce. 00432 Ciruela perfecta. 00433 Cítrico. 00434 Clávamela. 00435 Coca cola. 00436 Coche de bomberos. 00437 Coco. 00438 Cómeme 00439 Como una señora. 00440 Coñazo. 00441 Coqueta. 00442 Coral oscuro. 00443 Corazón rosa 00444 Cosmopolitan. 00445 Cosquillas. 00446 Crema catalana. 00447 Cuervo. 00448 Culito de bebé. 00449 Cultivando rosas. 00450 De nenas. 00451 Delgada. 00452 Delicias turcas. 00453 Desmayo. 00454 Desnuda. 00455 Diabla. 00456 Diablo rojo. 00457 Diosa violeta. 00458 Diva. 00459 Diva escarlata. 00460 Diva oscura. 00461 Dolce vita. 00462 Dominatrix. 00463 Doncella 00464 Dulce violeta. 00465 El beso de la muerte. 00466 El lado oscuro. 00467 El más rojo. 00468 Empoderada. 00469 Eso es amor. 00470 Estallido de rosas. 00471 Estrella del porno. 00472 Excitada. 00473 Flechazo. 00474 Fóllame. 00475 Gatita. 00476 Golfa. 00477 Granada. 00478 Házmelo. 00479 Herida. 00480 Incomprendida. 00481 Indecente. 00482 India. 0083 Ingenua. 00484 Jengibre picante. 00485 Jerez. 00486 Juego previo. 00487 Jugosa. 00488 La chica de rosa. 00489 La más bonita del reino. 00490 La niña de papá. 00491 Lagarta. 00492 Lámeme. 00493 Lascivia rosa. 00494 Legal. 00495 Limaduras de cobre. 00496 Limonada rosa. 00497 Lirio. 00498 Llamarada. 00499 Lo veo todo rojo. 00500 Lolita. 00501 Lujuriosa. 00502 Luna de plata. 00503 Luz del sol. 00504 Madera de cerezo. 00505 Magullada. 00506 Malvada. 00507 Mamá moca. 00508 Mamá vudú. 00509 Manzana de caramelo. 00510 Manzana picante. 00511 Manzana roja. 00512 Marilyn. 00513 Marruecos. 00514 Más rosa. 00515 Me han dejado plantada. 00516 Menor de edad. 00517 Menstrual. 00518 Merlot. 00519 Mexicana y picante. 00520 Miel de flores. 00521 Miel oscura. 00522 Miel rubia. 00523 Miel y moca. 00524 Mocalicioso. 00525 Moneda de cobre. 00526 Moulin Rouge. 00527 Muñequita. 00528 Nena borgoña. 00529 No más virgen. 00530 Noche árabe. 00531 Noche de bodas. 00532 Novia de mafioso. 00533 Orgasmo. 00534 Oro en polvo. 00535 Partes rosadas. 00536 Pasas con chocolate. 00537 Pasión de ciruela. 00538 Pecas. 00539 Pégame. 00540 Pelea de gatas. 00541 Peróxido. 00542 Pervertida. 00543 Petardo. 00544 Pezón. 00545 Picante. 00546 Pigalle. 00547 Platino. 00548 Poséeme. 00549 Presa. 00550 Princesa. 00551 Princesa rosa. 00552 Problemas de chicas. 00453 Prohibido. 00454 Punk. 00555 Pussy Galore. 00556 Puticienta. 00557 Putilla. 00558 Putrefacción. 00559 Que le den a esa zorra. 00560 Que vienen los rojos. 00561 Rabia. 00562 Ramera escarlata. 00563 Ramo de rosas. 00564 Reina de la belleza. 00565 Reina del vudú. 00566 Reina roja. 00567 Resplandor. 00568 Rojo apache. 00569 Rojo arrebatador. 00570 Rojo cereza. 00571 Rojo jungla. 00572 Rojo menor de edad. 00573 Rojo rosa. 00574 Rojo sangre. 00575 Ron miel. 00576 Rosa cachondo. 00577 Rosa ciruela. 00578 Rosa comestible. 00579 Rosa coral. 00580 Rosa de té. 00581 Rosa empolvada. 00582 Rosa flamenco. 00583 Rosa floreciente. 00584 Rosa fruta del bosque. 00585 Rosa pálido. 00586 Rosa rosada. 00587 Rosa ruborizada. 00588 Rosa silvestre. 00589 Rosáceo. 00590 Rosapalooza. 00591 Rosas rojas. 00592 Rouge. 00593 Rubí. 00594 Rubíes rojos. 00595 Rubor. 00596 Salvaje. 00597 Sandía. 00598 Sangrante. 00599 Sangría. 00600 Semáforo. 00601 Señorita moca. 00602 Sexy. 00603 Sherezade. 00604 Sirope de arce. 00605 Solo para adultos. 00606 Solo rojo. 00607 Solo rosa. 00608 Sonrojo. 00609 Soy fácil. 00610 Spiderwoman. 00611 Stilettos. 00612 Sueño de melocotón. 00613 Telaraña. 00614 Tentadora. 00615 Tequila. 00616 Terciopelo rojo. 00617 Tierra cocida. 00618 Tímida. 00619 Toda la noche. 00620 Todo melocotón. 00621 Tómame. 00622 Uva. 00623 Uva escarchada. 00624 Uva roja. 00625 Vacaciones en Roma. 00626 Vampira. 00627 Venus rubia. 00628 Vino tinto. 00629 Violada. 00630 Violador. 00631 Violando la condicional. 00631 Violeta volcánico. 00632 Virgen terrorífica. 00633 Whisky rosa. 00644 Zarzamora. 00635 Zombi. 00636 Zorrita 00637
Tamryn salió con el anhelado frasco de perfume.
—Estar embarazada es un asco —dijo mientras Julia la acompañaba a la salida.
Cuando Tamryn se hubo ido, Julia apoyó la frente en la puerta, cerró los ojos y dijo:
—Zorra. —Se dio la vuelta y se dirigió a mí—. Hace dos años, me saqué un doctorado en Estudios de la Mujer. A nadie de este lugar le importa que sea una doctora reconocida por una prestigiosa universidad, y ahora organizo pintalabios y rímel en un almacén sin ventanas todo el día. Mírame —dijo Julia—. Esta ropa, estos zapatos, el tinte de mi pelo. Por favor, entiende que yo jamás me vestiría así.
Julia estaba acalorada y sudorosa a pesar del frío que hacía. Se secó la frente y se abanicó con la mano, después volvió a ajustarse el cinturón de herramientas. Estaba pálida y con sombras oscuras bajo los ojos, probablemente de pasarse el día en un almacén subterráneo, lejos de la luz del sol. Parecía alguien que se dedicara a cavar en las minas de la moda.
—¿Qué tiene que ver con todo esto Verena Baptist? —volví a preguntar.
—Nada —respondió, quitándome la carpeta y volviéndola a colocar en su sitio—. No hay más preguntas. —Se me acercó—. Ponte al lado de la pared —me susurró, insistiendo hasta que mi espalda estuvo contra el cemento frío. Teníamos la misma altura y nuestras miradas se cruzaron. El pelo de Julia era castaño con mechas caramelo y le caía sobre los hombros. Me puso la mano en la barbilla y me giró la cabeza.
—Abre la boca —dijo.
—¿Qué?
—Hazlo. —Con la mano derecha, rebuscó en el cinturón de herramientas. De repente sentí un lápiz dibujando el contorno de mi boca; al principio firme, después más delicado. Podía sentir el aliento de Julia en mi cuello mientras terminaba de aplicarme pintalabios.
—Este color te favorece. Tienes la piel tan blanca como la porcelana. —Me ruboricé—. ¿Nadie te ha dicho nunca lo guapa que eres? —Intenté mirar a otro lado, pero la mano de Julia en mi barbilla me lo impidió—. ¿De qué color son tus pezones? —me preguntó.
—¿Perdón?
—Los pezones. ¿De qué color son?
Nadie me había preguntado eso nunca.
—Rosa.
Julia sacó un neceser del cinturón y lo abrió. Miré la paleta de coloretes rosas que sostenía en su mano.
—Un poco más claro. —Julia sacó otra, de la gama de rosas más pálidos—. Como ese.
Me espolvoreó las mejillas con una brocha. Se le cayó al suelo y se agachó para recogerla. Por el escote de la blusa, pude ver que tenía todo el pecho tatuado con rosas y espinas.
—Y ahora cierra los ojos —me ordenó. Algo tan suave como una pluma me acarició los párpados. Cuando terminó, abrí los ojos. Julia dio un paso atrás para observarme mejor.
—Todo maquillaje es un disfraz —comentó, y se cruzó de brazos.
—¿Por qué estoy aquí?
Julia paseaba nerviosa con sus tacones, mordisqueando el mango de madera de la brocha.
—Podrías ir donde Kitty ahora mismo y contarle lo que te he dicho y mi vida se habría acabado.
—¿Contarle qué? Si no sé nada.
Julia se lo estuvo pensando.
—Leeta cree que podemos confiar en ti. Quiero que hagas una cosa.
***
Para Shonda
Los hombres estaban vivos cuando los metieron en los sacos marrones. Dos hombres, dos sacos. Durante la noche, dejaron caer las bolsas desde el paso a nivel de Harbor Freeway, el más alto en el sur de California. Los cuerpos cayeron hasta chocarse con la autopista Century. El golpe era la causa más probable de la muerte, dijeron más tarde las autoridades.
En las horas que siguieron, los sacos fueron arrollados y arrastrados por diferentes coches y furgonetas. Un policía motorizado vio uno y llamó para avisar de que había un animal muerto en la cuneta de la autopista. Algo marrón y grande, dijo. Detenerse por eso no era parte de su trabajo.
Una hora más tarde llegó una patrulla de mantenimiento de caminos, dos veteranos y una joven estrella de rap llamada Jayson Fox, que estaba trabajando en servicios a la comunidad. Una noche, en su casa de Hollywood, Jayson Fox le había dado una paliza a su novia, una famosa modelo. Las fotos de la ficha policial del amoratado rostro de la modelo se habían filtrado por Internet. El castigo que recibió Jayson Fox fue una breve estancia en la comisaría de Los Ángeles además de esto: tener que vestir un mono caqui mientras iba en una furgoneta sucia del ayuntamiento de Los Ángeles, sentado entre dos fornidos hombres con problemas de próstata y recoger animales muertos de las carreteras. Dos meses seguidos y ya no volvería a pegar a su novia. O por lo menos, aprendería a no dejar rastro alguno.
—Te toca, Fox —le dijo el conductor mientras paraban para recoger uno de los objetos marrones. Jayson Fox, acostumbrado a conducir un Bugatti, se alegró de poder salir de la furgoneta maloliente. Los dos hombres, comiéndose sus sándwiches de huevo, le observaron mientras se alejaba. Un coche lleno de chicas había aparcado detrás de ellos. Les seguían a todas partes. Una de ellas sacó un cartel por la ventanilla en el que se leía: ¡ME PUEDES PEGAR CUANDO QUIERAS, JAYSON!
—No parece un animal —dijo uno de los hombres mientras miraba a Jayson Fox acercarse al objeto marrón con una pala.
—Pues no —contestó el otro.
A medida que se acercaba, Jayson Fox vio que era un saco, no un animal atropellado. Miró hacia la furgoneta, confuso. Uno de los hombres, con el sándwich en la mano, le hizo un gesto para que abriera la bolsa, que estaba empapada de lo que parecía ser sangre. Jayson Fox contuvo el aliento y la abrió. Los hombres de la furgoneta le contemplaron mientras miraba dentro y vieron cómo se ponía pálido de repente. Corrió hacia la cuneta y empezó a vomitar. Las chicas le grabaron con sus teléfonos móviles. En cuestión de horas, la grabación circulaba por Internet.
Más tarde, se encontró la segunda bolsa, que había sido arrastrada once kilómetros por un camión. Cerraron temporalmente la autopista en ambas direcciones, lo que provocó un atasco en el tráfico.
El doctor Orson Brown estaba viendo las noticias en su casa de Texas y se preguntó si la policía vendría pronto a su casa. Tenía un presentimiento acerca de quién estaba en esos dos sacos, y si estaba en lo correcto, él era responsable, de alguna manera, de sus muertes. O de sus linchamientos, más bien. Su mujer y él habían subido las fotos y los nombres de Simmons y Green a su página web, después de que tanto la policía como el ejército hubiesen rehusado hacer nada. Y ahora alguien les había matado. Esto hizo que el doctor Brown pensara en su hija. Pensó en ella hasta que se puso a llorar.
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