Kitabı oku: «Ambiente de aprendizaje», sayfa 4

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Promotores del desarrollo emocional

Ken Robinson (2015) afirma que los grandes profesores son la esencia de las grandes escuelas, y que tienen tres funciones principales en ellas:


Figura 4

 Motivar a los estudiantes gracias a la pasión que tienen por sus disciplinas y a la habilidad para animarlos a dar lo mejor de sí mismos.

 Inspirar confianza en que pueden convertirse en estudiantes seguros, independientes, y seguir desarrollándose.

 Estimular la creatividad, invitándolos a investigar, a hacer preguntas, y a ser curiosos y pensar de forma original.

A lo largo de este libro intentamos comprender qué implica cada una de estas funciones porque, finalmente, son las que marcarán a los estudiantes para siempre. ¿Qué es lo que más recuerdas de tus maestros? Seguramente tus recuerdos privilegiados no estarán ligados a los conceptos que enseñaron sino las actitudes de aquellos.

Sonia Williams (2014) sintetiza cuatro etapas de acompañamiento para el desarrollo emocional de los estudiantes:

1 Reconocer las emociones y darles nombre.

2 Aceptar las emociones.

3 Expresar las emociones de manera positiva.

4 Regular las emociones.

1. Reconocer las EMOCIONES y darles nombre

Se evitarían problemas frecuentes con tan solo saber identificar qué se siente o cómo se siente el otro ante un suceso. Hay niños que golpean a sus compañeros simplemente porque no encuentran otra forma de manifestar su incomodidad, o tristeza.

Enseñar a los niños desde pequeños a reconocer y verbalizar lo que les pasa es una manera sencilla de darle un escape a la tensión que les produce sentirse extraños y no saber cómo manejarlo. Es notable que muchos adolescentes tampoco saben darle nombre a lo que sienten.

 Estos son ejemplos de preguntas que pueden dar lugar al diálogo acerca de cómo se llama eso que sentimos. ¿Cómo saber si estoy tenso, enojado o triste? ¿Late más rápido el corazón? ¿Transpiro? ¿Siento un nudo en la garganta? ¿Siento hormigueos en el estómago? ¿Tengo ganas de salir corriendo? ¿Quiero saltar y gritar?

 Una estrategia un poco más distante pero útil para el ejercicio de reconocer y darles nombre a las emociones es mostrar recortes de videos que muestren personas manifestando distinto tipo de emociones para que verbalicen o escriban las emociones que observan. Es interesante ver las acciones sin sonido. “El hombre de camiseta roja camina nervioso. Aprieta los puños. Sacude la cabeza. Se ve tenso. Parece enojado”. “La niña mira sin entender lo que pasa. Tiene los ojos vidriosos. No quiere llorar, pero se nota que está frustrada. Puede ser que esté triste, pero también un poco molesta”.

 Hacer una ronda una vez por semana y permitirles hablar por turnos de una emoción que elijan. Por ejemplo: la alegría. Narra una breve anécdota de cuando estuviste muy alegre. ¿Qué te produce alegría? ¿Qué es la felicidad? ¿Cómo podemos alegrar y hacer felices a otros?

 Llevar un registro personal de emociones por un tiempo determinado. Ya sea en una breve descripción escrita o con un dibujo, los niños pueden dejar registro en un cuaderno acerca de cómo se sintieron en el día. Es una actividad calma y de reflexión personal que se puede hacer al final del día.

2. Aceptar las emociones

Se trata de entender que las emociones expresan lo que sentimos, por lo tanto, tenemos que aprender a aceptarlas, a manejarlas y a respetar las emociones de los demás. Esto significa también que debemos regular esas emociones si van a lastimar a otros.

Por ejemplo, el enojo es una emoción que todos experimentamos algunas veces. Pero la manifestación de esta emoción con agresiones le hace daño a quien agrede y al agredido. “Hoy estoy enojado y sé que tengo motivos para estar así. No está bien que se burlen de mi nariz. Pero no voy a responder como ellos esperan que lo haga”.

Podemos estar tristes por muchas razones y no es bueno guardarse la tristeza porque deriva en otros sentimientos peores. “Estoy muy triste desde que murió mi abuelo. Era mi mejor amigo. La mayor parte del tiempo tengo ganas de llorar. Sé que el dolor irá pasando, pero por el momento siento mucha tristeza”.

Hay que aprender a aceptar que la tristeza se alivia de diversas maneras. A veces compartiendo con otros lo que nos sucede, llorando, escribiendo lo que sentimos, hablando con las personas que nos hicieron daño o pidiendo perdón a alguien a quien dañamos. La tristeza también se alivia haciendo actividades que nos gustan y nos distraen. No es vergonzoso estar tristes. Hay que aceptar que todos estamos tristes de vez en cuando y ayudarnos unos a otros para poder expresar de manera saludable esa emoción, y salir de ella.

3. Expresar las emociones de manera positiva

No necesitamos estimular demasiado la expresión de emociones en niños pequeños. Más bien la tarea de la primera infancia es enseñarles a nombrar lo que sienten y controlarlo. Cuando trabajamos con escolares y adolescentes, en cambio, nos encontramos muchas veces con volcanes en actividad interna, que estallarán provocando un desastre ecológico en el aula a menos que puedan ir desagotando algo de la presión. Y aquí radica el mayor esfuerzo de la educación emocional: enseñar a expresar las emociones de manera que se reduzcan las frustraciones personales y los riesgos de daños a los demás.

 El docente tiene que desarrollar primero su propia habilidad; de esta manera será un modelo de cómo expresar lo que siente. También puede emplear los emergentes de problemas en el aula para enseñar cómo expresar las emociones en forma positiva.

 Ofrecer vías de expresión positivas evitará explosiones no deseadas. Expresar el enojo, la tristeza o el miedo por medio del arte realmente ayuda a la catarsis necesaria. La pintura, la música, la expresión corporal, la escultura, la poesía y otras formas de expresión escrita darán espacio para expresar ya sea en forma personal y privada o pública, lo que muchas veces está guardado y produciendo daño.

 Un debate que se puede plantear en la clase relacionado con la expresión de emociones, es si es necesario participar a los demás de absolutamente todo lo que sentimos. ¿Debo contar a todos lo que me pasa y así encontraré alivio/complicidad/empatía? ¿Es la única manera de expresar las emociones? ¿Qué gano y qué pierdo develando a todos lo que me pasa? ¿Cuándo compartir y cuándo expresarlo de maneras más privadas? ¿Qué ventajas y desventajas tiene el publicar en las redes sociales cómo me siento cada día?

 Enseña, sugiere y muestra cómo iniciar un diario personal para registrar las emociones, sueños y desafíos. Es una manera muy saludable de expresión y una alternativa para desarrollar la inteligencia intrapersonal.

4. Regular las emociones

Es una etapa compleja de la educación emocional porque se trata de enseñar a tener el control de las emociones. Es el ajuste de lo que se siente en un nivel muy primario y lo que racionalmente se puede moderar. Dejar que las emociones corran sin freno posiblemente dejará un tendal de consecuencias negativas en el camino. Todos nos enojamos alguna vez, pero los demás no pueden ser víctimas de nuestro enojo. O queremos festejar la felicidad justo cuando otro está sufriendo y no somos empáticos al saltar de alegría en su presencia. La educación emocional tiene como propósito enseñar a los estudiantes a ser dueños de sus emociones y no marionetas de ellas.

Entre los aprendizajes más valiosos en esta etapa se encuentra el saber detenerse, respirar profundo, pensar unos instantes –los que hagan falta-, encontrar serenidad y emitir una respuesta adecuada a la circunstancia. Esta sencilla fórmula, aplicada a emociones positivas y a las que requieren más control, se puede enseñar desde el Nivel Inicial.

Aprender a esperar, a escuchar, a relajarse, a detenerse un instante y controlar de esa manera los impulsos es un largo camino que se puede iniciar desde que los niños son muy pequeños, enseñándoles a postergar por breves minutos sus deseos; por ejemplo, no dándoles lo que piden en el mismo instante.

Es indispensable comunicar a la familia el propósito que tiene el autocontrol en la construcción de la personalidad. En la niñez temprana, saber auto-controlarse significa saber guardar el caramelo para la merienda, pero en la adolescencia puede significar resistir la tentación de probar una droga adictiva. Las personas que logran el autocontrol de sus vidas consiguen sus metas con mayor eficacia y manifiestan un nivel más alto de bienestar y realización personal.

Sugiero buscar ideas, juegos y actividades para trabajar cada una de las etapas en el libro Las emociones en la escuela, de Sonia Williams de Fox.

Ambientes de paz

Pasamos gran parte de nuestras vidas en los lugares en que trabajamos o estudiamos. Esos ambientes nos construyen o destruyen. Nos elevan o aplastan. Son nidos tapizados de pelusas o de espinas. Es verdad que el ser humano puede sobreponerse a casi todo y crecer aún rodeado de adversidades. Pero cuando el ambiente es propicio, puede florecer en todo su esplendor. Si pudiéramos elegir siempre, nos quedaríamos con los nidos de paz. Esos que podemos construir entre todos aportando la suavidad y la flexibilidad que estimula al crecimiento. Ambientes que se adaptan y se transforman a lo que las personas necesitan.


No importa la edad que tengamos o los roles que cumplamos en una institución, todos necesitamos:

 Sentirnos queridos, apreciados.

 Saber que nos necesitan, que somos útiles.

 Palabras de reconocimiento por pequeños o grandes logros.

 Que nos escuchen y nos entiendan.

 Saber que, a pesar de las turbulencias externas, en la institución encontraremos estabilidad.

 Soñar, poder decirlo y que sueñen con nosotros.

 Ayuda para lograr algunas metas.

 Ejemplos de vida o de profesionalidad.

 La mirada franca y empática de nuestro interlocutor.

 Sentir el respeto de la comunidad.

 Saber que alguien ora por nosotros.

 Recibir de vez en cuando un presente material.

 Escuchar palabras de elogio sincero.

 Poder decir que “no” y que no se nos condene.

 Sentir pasión por lo que hacemos.

 Saltar de alegría o llorar en un rincón.

Esta lista es interminable; por favor, escribe lo que tú necesitas para tener un ambiente de paz.

Si observas la lista con cuidado, encontrarás que el ambiente de paz depende de las decisiones de PERSONAS, de las cuales tú eres parte muy importante. El ambiente de paz depende de nuestras acciones dirigidas por las emociones y las metas. Depende del autocontrol y de la dirección de Dios de nuestra vida. ¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que confían en ti, a todos los que concentran en ti sus pensamientos!” (Isaías 26:3, NTV).


Actividad 4: La paz se contagiaEste cuento de Enrique Mariscal (2002) es una metáfora de nuestra influencia en las emociones y las reacciones de los demás. Luego de leerlo, dialoga con tus colegas acerca de lo que has aprendido.En un lejano pueblo había una casa abandonada. Cierto día un cachorro logró meterse por un agujero al interior de la residencia. Subió lentamente las viejas escaleras de madera hasta que se topó con una puerta semi abierta y entró en uno de los cuartos.Con gran sorpresa se dio cuenta de que dentro de esa habitación había mil perritos más observándolo fijamente. Vio que comenzaron a mover la cola, exactamente en el mismo momento que él manifestó su alegría.Luego ladró festivamente a uno de ellos y el conjunto de mil perritos le respondió de manera orquestada, idéntica. Todos sonreían y latían como él. Cuando se retiró del cuarto se quedó pensando en lo agradable que le había resultado el lugar y se dijo: “Volveré frecuentemente a esta casa”.Pasado el tiempo, otro perro callejero entró en la misma vivienda. A diferencia del primer visitante, al ver a los mil perros en el cuarto, se sintió amenazado ya que lo miraban de manera agresiva, con desconfianza. Empezó a gruñir y vio, asustado, cómo los otros mil perros hacían lo mismo con él. Comenzó a ladrarles y los otros también hicieron lo mismo. Cuando salió del cuarto pensó: “¡Qué lugar tan horrible es éste! Nunca volveré”.Ninguno de los perros exploradores reparó en el letrero instalado al frente de la misteriosa mansión: La Casa de los Mil Espejos.


Las emociones en el aula: Banco de ideas

A continuación, se presentan algunas propuestas de trabajo sencillas y concretas para integrar en un currículum, con el propósito de reconocer las emociones, aceptarlas, expresarlas y controlarlas.

Hay actividades que son más apropiadas para niños y otras que se pueden adaptar para adolescentes y jóvenes. Depende en gran medida de la habilidad del docente para provocar el deseo de participar.

1, 2, 3 ¡abrazo!

Cambia el clima de la clase en dos minutos, pidiendo que se pongan en parejas, espalda contra espalda. Tú contarás hasta tres y deberán girar la cabeza hacia un lado o hacia el otro. Si ambos giraron la cabeza hacia el mismo lado, deberán abrazarse. Si no, vuelven a la posición neutral y esperan a que se cuente otra vez hasta tres. Repetir dos o tres veces más, o hasta que todos hayan podido darse un abrazo.

Scanner emocional

Cuelga una cinta ancha al lado de la puerta, a la que estarán pegados cuatro platos desechables o círculos de cartón de colores diferentes. En el centro del plato se escribirá el estado emocional: alegre, triste, nervioso, molesto/enojado. Cada alumno tiene un broche de ropa con su nombre escrito en él y cuando entra al aula puede colocarlo en el sitio que mejor describa su estado de ánimo.

El profesor puede testear rápidamente cómo está su clase ese día, escuchar lo que les sucede, e intervenir para ayudarles a manejar sus emociones.

Es importante recordar que no se trata de negar lo que sienten sino de colaborar con el bienestar. Básicamente se trata de escuchar con empatía.


El trueque de un secreto

(Velazco, 2017). Cada estudiante escribe, voluntariamente, un secreto personal en un post-it. Se recogen todos los secretos doblados y se colocan en un frasco. Después se toma uno y se lo lee en voz alta, sin saber quién lo escribió. Todos los que deseen pueden dar un consejo para sobrellevar el problema, o a dónde buscarían ayuda, a quién deberían contárselo, etc. o expresar lo que sienten (por ejemplo, que les ha pasado lo mismo, o que quisieran acompañar a quien lo sufre). El que escribió el secreto recibe estas palabras y no necesita decir que lo escribió; pero también puede decir “yo escribí el secreto” y recibir otro tipo de acompañamiento.

Círculo de atención

(Maurín, 2017). Es una actividad para reforzar la capacidad de escuchar a los demás. Se sientan o quedan parados en un círculo. Comienza la coordinadora de la actividad diciendo: “Yo soy Rita y me pica aquí” (se rasca la nariz). El que está a la derecha dice: “Ella es Rita y le pica aquí (se rasca la nariz). Yo soy Gustavo y me pica aquí” (se rasca la rodilla). El que sigue comienza introduciendo a Gustavo y luego agrega lo que le pasa a él. Terminada la rueda, cambia la consigna. Esta primera actividad tiene el propósito de ayudar a prestar atención a otros. En la segunda rueda, la coordinadora dice: “Yo soy Rita y mi mayor deseo es terminar mi carrera”. El que está a la derecha dice “Ella es Rita y su mayor deseo es terminar su carrera. Yo soy Gustavo y mi mayor deseo es que mi mamá supere su enfermedad”. El tercero dice “Él es Gustavo, y su mayor deseo es que su mamá supere su enfermedad. Yo soy Diego y mi mayor deseo es encontrar un buen trabajo”. Y sigue la rueda. Es una oportunidad para conocerse y generar empatía.

Practicar el diálogo con uno mismo o self talk

(Williams de Fox, 2014). Cada día sostenemos diálogos internos que nos ayudan a autorregularnos (positivos) o a veces se tornan en pensamientos rumiantes (negativos), no muy saludables para el bienestar. Pensamos: “¡Qué tonto soy, por qué lo hice!”, “Nunca me sale nada bien”. Estos son los diálogos que deberíamos desechar porque, lejos de ayudarnos a cambiar, nos empujan al desánimo. En cambio, estos otros diálogos: “Ya falta poco”, “¡Vamos, sí se puede!”, “Si practico todos los días un poco más, me va a salir”, “Paciencia, ya me toca el turno”, son ideas auto-reguladoras que construyen.

Anima a tus estudiantes a pensar qué frases les pueden ayudar a autorregularse de acuerdo a las necesidades de cada uno. Pueden construir listas en forma grupal y cada uno se apropiará de las frases que les sean más adecuadas. Algunos ejemplos:

Soy muy tímido: “Yo puedo saludar cortésmente”, “Esta vez levantaré la mano y diré lo que pienso”, “Voy a aceptar el papel, puedo hacerlo”.

Hablo sin pensar y me meto en problemas: “Puedo guardarme lo que pienso”, “No necesito decir todo lo que pasa por mi mente”, “Qué bueno es escuchar lo que tienen para decir otros”, “¡Bien, pude quedarme callado esta vez!”, “Sonríe, solo sonríe”.

Bibliografía del capítulo 2

Bona, C. La nueva educación. Buenos Aires: Paidós, 2017.

Bona, C. Las escuelas que cambian el mundo. Buenos Aires: Paidós, 2017b.

Galli, A. Conferencia “Ambientes educacionales” en Facultad de Ciencias de la Salud, en la Universidad Adventista del Plata, Entre Ríos, Argentina, 2014.

Immordino-Yang, M. H. “We Feel, Therefore we Learn: The Relevance of Affective and Social Neurocience to Education”. Mind, Brain and Education, 1(1) (2007).

Jensen, E. Enriching the Brain. How to Maximize every Learner’s Potential. United States of America: Jossey-Bass, 2006.

Mariscal, E. Cuentos para regalar exclusivamente a dioses. Buenos Aires: Serendipidad, 2002.

Maurín, S. La práctica de la educación emocional y social en las aulas. Taller en el VII Congreso Internacional de Educación “Aprendizajes en contexto. Emociones y convivencia humana”, en la UCSF, Santa Fe, Argentina, 2017.

McCourt, F. El profesor. Colombia: Verticales de bolsillo, 2008.

Robinson, K. Escuelas creativas. Buenos Aires: Grijalbo, 2015.

Torralba, F. Inteligencia espiritual en los niños. Barcelona: Plataforma, 2016.

Velazco, M. Las otras TIC (ternura, interés, cariño). Taller en el VII Congreso Internacional de Educación “Aprendizajes en contexto. Emociones y convivencia humana”, en la UCSF, Santa Fe, Argentina, 2017.

Williams de Fox, S. Las emociones en la escuela. Buenos Aires: Aique, 2014.

Capítulo 3
Escuelas que respiran: el ambiente físico

“No tengo sino estas dos criaturas que tienen confianza en mí; solamente a ellas puedo leerles, entre un bombardeo y otro, las dulces poesías de Novaro. Y Remo, sentado en la pradera, aprende las primeras divisiones aritméticas; Jorge mirando las rocas estratificadas de la isla, se remonta en el tiempo, en busca de edades geológicas. Puesto que las escuelas están cerradas, nosotros aprovechamos todo tiempo, toda luz, todo silencio, para cultivar nuestra inteligencia y elevar nuestro espíritu, mientras en el refugio, la sarna, el vicio y el terror cunden”.

Adriana Henriquet Stalli

El párrafo que encabeza este capítulo nos lleva a un aula improvisada pero efectiva. No tiene pizarrones, ni siquiera techo. Todo se conjuga, sin embargo, para que los niños aprendan. Es parte de la historia de una madre educando a sus hijos en la casa, en el campo, en el mar… o donde la guerra se lo permita.


La antítesis de este exquisito relato está en el cartel que alguien posteó en una red social, como se lee en la figura que sigue.

¿Qué influencia tiene el entorno físico en el aprendizaje? Estamos convencidos del impacto de las emociones y las relaciones entre las personas para mejorar las posibilidades de aprender, pero ¿qué influencia tienen los factores físicos? ¿Cuánto poder tienen para condicionar el éxito o el fracaso de la educación?

Aún hoy existen “escuelas” que cuentan únicamente con un voluntario que enseña a un grupo. Sin sillas, sin pizarras, sin libros. Escuelas que funcionan en zonas de guerra o en otros ambientes con todas las carencias imaginables. Hay voluntad para enseñar y hay voluntades para aprender. Eso es todo. Conocemos la historia de Ana Frank, aquella adolescente judía escondida durante el exterminio nazi, que continuó desarrollando su creatividad y todo el aprendizaje posible en su oscuro altillo. Y como esta historia, sobreviven tantos ecos de personas que aprendieron en ambientes hostiles, estrechos y fríos.

Sin embargo, el espacio que nos rodea es mucho más importante para aprender de lo que intuimos. Los ambientes físicos amigables, estimulantes y enriquecidos favorecen la creatividad y el desarrollo de habilidades y conceptos, como lo veremos en el desarrollo de este capítulo.


Figura 1. Francesco Tonucci - El peligro de ocho horas de mala escuela

La arquitectura no es un detalle. Estamos acostumbrados a ver jardines de infantes y escuela primarias, especialmente, instalados en viejas casonas a veces remodeladas. Edificios que no fueron pensados para educar se transforman de pronto en “viveros” de niños. María Acaso (2015) cree que la arquitectura no debe ser entendida nada más como una ciencia que levanta edificios, sino como “la estructura sobre la que construiremos nuestra forma de acometer el aprendizaje”. Entonces, la arquitectura es de vital importancia para decidir si queremos “mantener una educación industrial o pasar a una educación artesana”. El entorno muchas veces nos determina. Aun así, como veremos en el desarrollo de esta obra, el docente puede generar pequeños cambios para lograr grandes diferencias.


Actividad 1: Piensa y escribeRecuerda tu pasaje por la escuela. Escribe palabras que describan el ambiente físico escolar de tu infancia (aulas, patio, galerías, pasillos, gimnasios, biblioteca, etc.).

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