Kitabı oku: «101 cuentos sanadores», sayfa 5
EL PAPEL DE LAS METÁFORAS EN EL PENSAMIENTO LATERAL
El hecho de elegir las metáforas es una manera de abrir más la mente, lo cual requiere jugar con ideas que salgan de lo común. Te sugiero, por lo tanto, que con las pautas sugeridas anteriormente hagas listas o mapas mentales —las también llamadas “lluvia de ideas”—; te van a ayudar a plasmar en el papel muchas ideas, así que ¡empieza a JUGAR! Te sorprenderá ver cuántas ideas cobran vida propia y cómo establecen las conexiones imaginativas entre sí.
Un psicólogo de Nairobi, en Kenia (al que llamaré “Mganga”), siguió estas indicaciones y escribió un cuento para una niña de siete años que había estado manifestando en el colegio un comportamiento sexual propio de los adultos. Ahora bien, es preciso aclarar que la madre de la niña era prostituta; vivían en un piso de una sola habitación y, consecuentemente, la niña veía a su madre “trabajando” y al hombre que después le dejaba dinero; como la madre utilizaba el dinero para comprar comida, la niña decidió que ella podría ganar dinero si imitaba el comportamiento de su madre.
La elección de la protagonista de la historia fue tarea fácil para Mganga: la niña solía presentarse a la sesión de terapia con su único juguete, un oso de peluche viejo y harapiento, por lo cual en el taller decidió que este cuento trataría sobre una mamá osa y su osita; así lo plasmó en el papel al escribir “osas”. Ya tenía el comienzo: “Había una vez una mamá osa que vivía con su osita en una casita del bosque”, pero ¿qué metáfora podía utilizar para la actividad sexual? Se hizo una lista con muchos animales africanos como punto de partida y, entonces, Mganga, en un momento de brillante inspiración, eligió el cocodrilo.
Obviamente, si hay cocodrilos, se necesita un río en la historia: “Había una vez una mamá osa que vivía con su osita en una casita del bosque cerca de un río”. La mamá osa necesitaba coger peces para alimentar a su osita, de modo que se veía obligada a saltar al río, lleno de cocodrilos feroces, para atrapar los peces. A continuación “apareció” el siguiente animal, el hipopótamo que, después de todo, también vive en los ríos de África. Mganga quería usar el hipopótamo como “ayudante”, pero le preocupaba que la niña se pudiera asustar; entonces se le ocurrió una idea mejor: una “roca mágica que pareciera el lomo de un hipopótamo”. Este era el ayudante perfecto que necesitaba para rescatar a la osita cuando también intentó saltar al río. La roca mágica sacó a la osita del mundo del trabajo de la mamá (el río lleno de cocodrilos feroces), la ayudó a volver a la orilla del río sana y salva, y le indicó qué rumbo tomar para llegar al bosque, donde la miel y los frutos (alimentos que les gustan a los niños) la estaban esperando para que los recolectara.
Nunca olvidaré la emoción tan grande que se sentía en este taller cada vez que Mganga compartía sus ideas. Entonces el grupo entero se agrupaba y se les ocurría la secuencia de esas ideas, que podría ser útil cuando la niña fuera algo mayor: la roca mágica podría ayudar a la osita a hacer una canoa, para que así pudiera cruzar el río con seguridad y coger peces desde un lugar protegido (el grupo estaba dividido en cuanto al significado de la canoa: algunos pensaban que era la metáfora de un condón, otros pensaban que era la metáfora de la protección en un sentido más amplio, esto es, saber decir “¡No!”).
A Mganga no le dio tiempo de enviarme una copia del cuento terminado para poder incluirlo en este libro, pero me comunicó por teléfono que pensaba que había ayudado a la niña a captar el gran mensaje de que todavía seguía siendo una “niña”. Esto era todo lo que había pretendido, además de que el resultado mereciera realmente la pena.
Otro ejemplo de pensamiento lateral surgió en un debate en grupo sobre un cuento para un niño de seis años que seguía haciéndose caca en los pantalones y era reacio a sentarse en el inodoro. Al niño le encantaba el océano, de modo que, siguiendo esta línea de pensamiento, al grupo se le ocurrieron las siguientes metáforas: por un lado, un “pez cubierto de percebes” (para los pantalones sucios) y, por otro, una cueva (para el cuarto de baño). El pez de este cuento no quería entrar en la cueva que se encontraba al borde de la laguna para aprender la danza del “frota-frota”; sin embargo, poco después una simpática langosta le enseña a liberarse, con esta danza, de los percebes que seguían creciendo en su piel de pez y le impedían nadar con libertad en la laguna y con sus amigos (“El pez cubierto de percebes”, página 264).
PRECAUCIÓN EN LA ELECCIÓN DE LAS METÁFORAS
En un taller que tuvo lugar en Beijing (después de que se publicara mi libro en China), un padre confesó ante el grupo que, en su afán de motivar a su hijo de tres años y medio a lavarse los dientes, había escrito un cuento en el que describía unos gusanitos (gérmenes) que, si no se los llevaba el cepillo de dientes, podían salir de noche a comerse los dientes. No es de extrañar que el cuento asustara a su hijo; el padre se dio cuenta de que debería haber utilizado unas metáforas y una resolución más transformadoras (¿podría ser, por ejemplo, que a los gusanos les gustara nadar y necesitaran que los recogieran todas las noches con el cepillo de dientes para darse un baño al bajar por el lavabo?). Tal vez, dado que su hijo era muy pequeño aún, debería haber asumido su papel de padre como modelo a imitar de manera más activa, conjuntamente con otro tipo de estrategia creativa más apropiada para esta situación (¿una canción para la hora de cepillarse los dientes?).
No cabe la menor duda de que el cuento no es apropiado si existe la posibilidad de que el niño se asuste. Los cuentos deberían servir para que nuestros niños se fortalezcan y logren el valor y la comprensión necesarios para enfrentarse al futuro, ¡pero sin asustarse!
La confesión de ese padre originó un revuelo, pues todos comenzaron a opinar al respecto. Una madre se animó a compartir un cuento que había escrito para su hijo, que se hurgaba continuamente los oídos para limpiarse el cerumen (su madre ya lo había llevado al médico para asegurarse de que el oído estaba sano). Su cuento trataba sobre un conejo de cera que vivía en el oído y que necesitaba dormir un rato para poder salir fuera de un salto cuando estuviera preparado. Después de habérselo contado (solo una vez), se dio cuenta de que le había provocado pesadillas a su hijo: ¡Hay un conejo viviendo en mi oído!; por consiguiente, no volvió a contárselo. Debatimos algunas metáforas alternativas y, posteriormente, nos decidimos por un cuento sobre una hoja del tamaño de un hada que en un momento determinado se caía del “árbol del oído” (inspirados por las hojas otoñales que veíamos caer por la ventana de la sala donde celebrábamos el taller). La madre comentó más adelante que ese enfoque había sido bastante efectivo: ¡el niño había dejado de hurgarse el oído!
Otra madre compartió el cuento que había escrito para que su hija se animara a tocar el piano y practicara. En este cuento había un hada de la música que vivía dentro del piano y le gustaba bailar cuando alguien tocaba el piano. Sin embargo, la elección de esta metáfora resultó contraproducente, pues, a cada momento, la niña dejaba de tocar para abrir el piano e intentar ver cómo bailaba el hada. Tras haber reflexionado al respecto, se consideró que hubiera sido más efectiva otra metáfora; por ejemplo, un hada de la música “invisible” (haciendo hincapié en “invisible”) a la que le encantara bailar por la habitación siempre que escuchara música. Naturalmente, es necesario tener en cuenta la edad y la fase de desarrollo de los niños antes de intentar fomentar ese tipo de comportamiento mediante los cuentos creativos (la disciplina que exige tocar el piano sería más apropiada para un niño más grande o para un adolescente; véase el apartado “Una cuestión de principios”, página 54).
LA TENSIÓN DEL CUENTO: EL DESARROLLO O VIAJE
Igual que, antes de disparar la flecha, hay que tirar de la cuerda del arco hacia atrás, cuanta más tensión lleve el cuento (viaje o desarrollo), más directa llegará la flecha (resolución/resultado positivo) al corazón del oyente.
El viaje o desarrollo es lo que conforma la estructura del cuento terapéutico; el hecho de plantearlo lleno de acontecimientos es una manera de crear “tensión” en la evolución del cuento; asimismo, puede dirigir el argumento dentro del comportamiento de “desequilibrio”, a través de él e incluso fuera del mismo, hasta lograr una resolución integral. Los cuentos para niños pequeños9, por lo general, solo requieren acontecimientos sencillos y pequeñas cantidades de tensión en el desarrollo, mientras que, normalmente, aquellos destinados a niños algo mayores son más detallados o complejos y en ellos se crea una tensión mayor a medida que se va desarrollando el viaje.
Por otra parte, la utilización de las metáforas de “obstáculo” y de “ayuda” está intrínsecamente conectada con el desarrollo, pues la tensión o conflicto (tirar de la cuerda del arco hacia atrás) se construye normalmente con los primeros obstaculos, mientras que las segundas ayudas contribuyen a lograr la resolución.
Una vez que hayas elegido las metáforas y te dispongas a organizar el viaje de un cuento sanador, te pueden servir de utilidad los siguientes pasos:
1. Decide qué tipo de “movimiento” quieres en tu cuento:
• Un cuento con un movimiento lineal es aquel donde al principio el comportamiento se encuentra en desequilibrio y luego recupera el equilibrio. Por ejemplo, en el cuento “Al loro rosella le gustan las fresas” (página 114), la rosella carece de confianza e independencia; luego, por medio de una secuencia de acontecimientos, gana confianza e independencia.
• Un cuento con un movimiento circular es aquel en el que al inicio el comportamiento está en equilibrio, se desequilibra y, al final, vuelve otra vez al equilibrio. Por ejemplo, en “Pitón canta y la osa danza” (página 253), al comenzar el cuento la serpiente canta con una voz maravillosa; luego se produce un cambio en ella y utiliza las groserías para divertir al público del circo; finalmente, mediante una secuencia transformadora de acontecimientos, se reencuentra con su bella voz.
2. Toma notas sobre el “esqueleto” (un resumen) o las principales secuencias del cuento; después añade la “sustancia”, los detalles. Este enfoque te permitirá jugar con las ideas y, en caso de que sea necesario, cambiar el rumbo y reescribir el argumento de tu cuento. Si empiezas escribiéndolo todo directamente, habrá menos probabilidades de que te permitas deshacerte de las ideas iniciales (incluso si no funcionan), puesto que habrás invertido mucho tiempo en la narración detallada. En otro apartado de este libro, encontrarás una serie de ejercicios que podrás realizar con los “esqueletos de los cuentos” (véase página 66).
Sin embargo, debo reconocer que ha habido ocasiones en las que yo misma he ignorado los dos pasos anteriores.
En algunos casos, se me presenta una imagen clara (o varias) en mi imaginación, asociada de antemano con las metáforas de obstáculo y de ayuda para el desarrollo del cuento; entonces, lo único que tengo que hacer es trabajar para que fluyan las palabras y “dar cuerpo” al argumento. Esto me ocurrió poco después de mantener una conversación con unos amigos noruegos sobre los trágicos incidentes que acaecieron en su país en el año 2011, donde muchos jóvenes perdieron la vida en un tiroteo cuando estaban de campamento en una isla; recordaron el homenaje especial que se celebró posteriormente en memoria de las víctimas (la “Marcha de las rosas”), cuando, en las ciudades noruegas, se congregaron miles de ciudadanos, cada uno con una rosa. En mi mente veía la imagen de una espina larga y afilada que había crecido en el lugar equivocado de un rosal; esta espina había atravesado el corazón de una hermosa rosa y la había matado, pero muchas rosas nuevas ya estaban creciendo en el lugar donde habían caído los pétalos de la rosa agonizante. No sentí ninguna necesidad de ahondar en el argumento; me senté sencillamente a escribir el cuento “La rosa y la espina” (página 104) para el colegio de los niños de mis amigos de Arendal, en Noruega.
¡No existen normas estrictas para escribir cuentos, en ninguno de sus aspectos!
DESARROLLOS DIFERENTES PARA EDADES DIFERENTES
Los cuentos terapéuticos, al igual que los cuentos populares y los cuentos de hadas, se pueden dividir en “categorías según su complejidad”. En general, cuanto más delicado es el tema o desarrollo, más apropiado es el cuento para niños más pequeños; mientras que, para niños algo mayores, las dificultades o el desarrollo son más grandes o complejos.
En los cuentos dirigidos a niños de tres a cuatro años, la tensión en el desarrollo se consigue sencillamente mediante las repeticiones a lo largo del cuento: o bien de la misma experiencia, o bien de una canción o versos. En el cuento “El amigo Abrazos” (página 86), los niños “refunfuñones” aprenden unas palabras mágicas para deshacerse del hechizo de enfados que se repiten varias veces en el cuento para crear tensión, así como para animar a los interesados oyentes (los niños “refunfuñones”) a utilizar esas palabras y el movimiento de “pisotear con fuerza y darse la vuelta” en la vida real:
¡Tras, tras! ¡Plaf, plaf!
¡Pisotea con fuerza y date la vuelta!
¡Tras, tras! ¡Plaf, plaf!
En el caso de “La hormiga Siafu y su tambor” (página 273), la hormiga safari se cansa de formar parte del grupo:
Estoy harta de andar en fila,
es siempre lo mismo;
estoy harta de llevar el ritmo,
es siempre el mismo.
Lo único que quiero es sentarme al sol,
sentarme al sol y ¡tocar el tambor!
Intenta encontrar nuevos amigos, pero no encuentra ninguno que le parezca el indicado, de modo que su insatisfacción se repite una y otra vez mediante unos versos, que son los que crean la tensión del viaje:
Por favor, vete y déjame en paz.
¡Qué ESCANDALOSO! ¡Basta ya!
Después de escucharlo cuatro veces, los niños ya están desesperados para que haya una solución positiva y desean que la pequeña Siafu encuentre a los compañeros ideales con los que jugar que no sean ni ESCANDALOSOS ni LENTOS ni RÁPIDOS ni GRANDES. Al final, la pequeña Siafu se da cuenta de que quiere volver a estar entre sus amigas las hormigas y empieza a cantar una melodía diferente:
¡Ojalá estuviera en fila con mis hormigas!
¡Ojalá llevara el ritmo de mis amigas!
¡No, no quiero sentarme al sol!
¡Deseo andar con mis amigas queridas
y junto a ellas tocar el tambor!
Otra manera de lograr la tensión es combinando la repetición junto a una secuencia de personajes adicionales (lo que con frecuencia se llama “cuentos acumulativos”). La repetición se convierte, por lo tanto, en el mecanismo clave para la estructura del cuento al desarrollar la acción a través de una imagen sencilla, pero ampliable. El cuento “Panya el ratón” (página 158) sirve de ejemplo al respecto: un ratón encuentra un viejo sombrero que después transforma en su hogar; a continuación, llega Chura la rana, que se muda a vivir con él; uno a uno, van llegando los demás animales, que también se mudarán al viejo sombrero. Esta acumulación de personajes consigue que el final (la trampa que se le tiende a la hiena) tenga más fuerza e impacto; de hecho, hay diferentes versiones de este cuento en las diferentes culturas del mundo, por ejemplo, ¿Queda sitio para mí? y La manopla, entre otros. Sin embargo, si no se produjera esta acumulación de personajes, el cuento tan solo sería el relato de un hecho bastante insignificante: “Un ratón encontró un viejo sombrero y se mudó a vivir dentro de él”.
En los cuentos para niños algo más grandes, es necesario que el “desarrollo” sea más complejo, que por el camino haya una búsqueda de algún tipo y varios momentos cruciales, contratiempos o tareas que realizar. En “El caballo alado” (página 216), los giros y vueltas que se producen en el desarrollo sumergen al fascinado oyente en lo más profundo del tema del cuento. Si la anciana del bosque le hubiera concedido el deseo al niño en su primera visita, apenas habría habido desarrollo, es decir, el cuento habría terminado demasiado pronto, habría sido demasiado fácil, prácticamente no habría habido cuento (reflejo de algunas situaciones actuales en las que a los niños se les satisfacen los deseos casi al instante). En lugar de eso, la anciana le da al niño tres cosas: un cuchillo de metal afilado, una flauta de madera y un mechón de su larga cabellera de plata; con la ayuda de estos tres regalos el niño emprende su búsqueda y se las arregla para escalar los escarpados acantilados, domar al dragón y ponerle la brida al caballo alado para cabalgar con él por el cielo nocturno.
Actualmente, para formentar la resiliencia y fortalecer el carácter, los niños necesitan escuchar este tipo de narraciones con sus complicaciones (y viajar por ellas); de lo contrario, la vida les parecería demasiado fácil y se nutrirían muy poco del poder de la resistencia.
Se pueden encontrar ejemplos de viajes más complejos en muchos de los cuentos de hadas más célebres, como, por ejemplo, en “Cenicienta”, “Blancanieves”, “Blancanieve y Rojaflor”. En este libro se incluyen ejemplos de este tipo: “El árbol de las reverencias”, “Los caballos arcoíris” y “El camaleón inteligente”.
Generalmente, el viaje del cuento es la parte más difícil, pero si ya sabes cuál va a ser el argumento —“algo en desequilibrio recupera su equilibrio”— y se te han ocurrido algunas ideas para una o más metáforas, entonces tendrás, al menos, un punto de partida.
Para que puedas sentir lo que significa la tensión y el desarrollo en diferentes cuentos (simples y complicados), te recomiendo que leas muchos cuentos infantiles; intenta pedir prestado o comprar colecciones de cuentos populares de diferentes culturas; asimismo, en internet hay muchas páginas donde puedes encontrar una gama maravillosa de cuentos.
EL VALOR DE LOS ACCESORIOS
Algunos cuentos sanadores ganan una fuerza adicional cuando se utilizan conjuntamente con el “accesorio” correspondiente o con un juguete. En algunas ocasiones, es el cuento terapéutico el que impone esta estrategia, pero no siempre es así, ya que, en la mayoría de los casos, el mensaje se transmite realmente a través del propio argumento. Sin embargo, algunos cuentos y situaciones “piden” claramente que se utilicen accesorios o muñecos en el relato; después de escuchar el cuento, según se considere, se les podría dejar a los niños para que los utilicen como juguete, vestimenta o joya.
Mi colega Silviah Njagi escribió “Los gnomos y las coronas doradas” (página 219) tras el robo que se produjo una mañana temprano en su colegio, en Nairobi. Lo escribió realmente para su clase con el objetivo de transmitir a las familias, a los niños y a los maestros el mensaje de las posibilidades del trabajo conjunto en la reconstrucción del jardín de infancia, proporcionándoles valor y confianza para enfrentarse al futuro, independientemente de los obstáculos que pudieran aparecer. A cada niño de la clase se le ofreció un accesorio evidente (extraído directamente del argumento del cuento): una sencilla corona dorada tejida con los dedos con hilo de lana amarillo dorado. El poder llevar estas coronas en el colegio y en casa (incluso dormir con ellas, en caso necesario) fue una idea perfecta para reforzar el cuento mediante un accesorio; asimismo, es muy posible que el hecho de haber ayudado a los niños a confeccionarlas haya sido terapéutico también para las familias y los maestros.
En el cuento “La familia wombat” (página 146), la madre que lo escribió decía que, para ayudar a su hijo de tres años y medio en el proceso de destete, primero le había contado el cuento y, posteriormente, utilizó pequeños peluches de wombat (un bebé y dos más grandes como si fueran el papá y la mamá) para representarlo. El niño siguió jugando con los wombats y la madre comentaba que en diferentes momentos el niño planteaba preguntas relacionadas con la historia, como, por ejemplo: “Cuando el bebé wombat crezca, no tomará más tetita, ¿verdad?”. El accesorio visual, por lo tanto, contribuyó a que “interiorizara” el cuento. De manera similar, también sería efectivo utilizar algunos accesorios visuales durante la narración del cuento “La trompa del elefante” (página 97) —tanto si se cuenta en casa como en el colegio— con el fin de enseñar cómo un elefante es capaz de levantar peso con su trompa; además, si mediante esta estrategia uno o varios niños logran captar el uso positivo de la fuerte trompa de la abuela elefanta para poner al elefantito a salvo, entonces se estará ayudando igualmente a la interiorización del cuento.
Por otro lado, después de haber contado “El pez cubierto de percebes” —concebido especialmente para un niño de seis años que con frecuencia se hacía caca en los pantalones—, se le sugirió a la familia que le hiciera al niño un pececito de fieltro, nuevo y limpio, igual que el pececito del cuento; de hecho, se le podría poner un cordón para colgárselo al cuello o trabarlo con un lazo para que lo lleve en el bolsillo de la chaqueta; un delicado recordatorio del pez limpio y feliz (libre de percebes).
Natalie, que contribuyó con el cuento “El eucalipto” (página 265), me envió un correo electrónico donde me describía cómo había prolongado el argumento del cuento al utilizar una casita de madera en un árbol de juguete y algunas bolitas de eucalipto. En cuanto a los efectos en su hijo de tres años, me comentó lo siguiente: “… le encantan estos juguetitos con los que jugamos. Ahora soy capaz de modelar cualquier cuento o comportamiento para él; ha sido mágico observar cómo libera sus miedos o inquietudes por medio de un sencillo cuento y los accesorios adicionales”.