Kitabı oku: «101 cuentos sanadores», sayfa 6
EJEMPLO
A continuación, comparto un ejemplo sobre cómo utilizaba Natalie los accesorios, tras el éxito obtenido con el cuento “El eucalipto”:
“La hora del baño se estaba convirtiendo en un desafío para mi niño, pues no le gustaba el agua ni mojarse la cara; de modo que, en estos momentos, en el cuento de la noche aparecen las bolitas de eucalipto que regresan del bosque a su casita del árbol, donde les espera la mamá bolita de eucalipto; luego se meten en la rutina de volver a casa: subir al cuarto de baño, darse un baño agradable y divertido, subir unos escalones más y acostarse a dormir. La canción que cantan las bolitas de eucalipto en la bañera es la siguiente:
¡Frota, frota! Pompas en la bañera. ¡Salpica, salpica! El baño nos espera. Aquí y allá… ¡Y ahora, la cabeza!
Poco después de haber añadido esta parte en el cuento, mi hijo dejó de armar un alboroto a la hora del baño y empezó a gustarle esta rutina; incluso, días más tarde, le escuché cantar mientras se bañaba y oí el sonido del agua cayendo: había cogido una taza y se estaba lavando él mismo la cabeza mientras se echaba agua por toda la cara. ¡Ahora el baño dura una eternidad!”.
Los accesorios pueden utilizarse en un cuento de diferentes maneras:
• Ofrecérselos al niño como un regalo que acompaña el cuento.
• Utilizarlos para jugar con tu hijo mientras le relatas el cuento.
• Utilizarlos para contar el cuento a un grupo de niños (en un teatrillo de mesa con muñecos de pie).
Ninguno de estos enfoques implica que se deban comprar en una juguetería. Al contrario, se produce magia y cobra mucho sentido cuando en el cuento se utilizan objetos hechos en casa: un sombrero de fieltro para un elfo o duende “ayudantes”; un escudo de madera pintado como “protección” para un niño que ha sido intimidado; un colgante con forma de estrellita para ayudar a vencer el miedo a la oscuridad.
Asimismo, al utilizar esos objetos sencillos que encontramos en la naturaleza, se llenan de magia, de sentido: una caracola color perla para ayudar a escuchar al niño que no para de hacer ruido; algunos frutos de eucaliptos, semillas y vainas de semillas para utilizarlos como enanitos en los teatrillos; un cristal reluciente como amuleto de la buena suerte. Te animo a que recojas lo que la propia naturaleza te ofrece, tanto para inspirarte a la hora de escribir el cuento como para utilizarlos en tu relato: barcos de hojas, conchas, nueces, bellotas, plumas, trozos de madera que deja el mar en la playa; incluso una viruta de madera en bucle serviría. Los diseños, formas y texturas que se encuentran en la naturaleza ofrecen ideas ilimitadas tanto para elegir los temas de los cuentos como para utilizarlos como accesorios de los mismos.
UNA CUESTIÓN DE PRINCIPIOS
Cuando estaba escribiendo este libro, me plantearon una pregunta inquisitiva: “¿Cómo podemos saber si un cuento es sanador o manipulador?”. En aquel momento estaba impartiendo un taller en Beijing y la madre que planteó la pregunta se armó de valor para compartir que se sentía culpable debido a un cuento que se había inventado recientemente. Nos contó que, como deseaba disfrutar de una comida tranquila a solas con su marido, le pidió a su hija de cuatro años que se fuera a ver la televisión a la habitación de al lado; al ratito, la niña se quejó porque uno de los personajes del dibujo animado le daba miedo. La madre, inspirándose en la vaca que tenía la niña en la camiseta, se inventó un cuento sobre una vaca que protegía a una niña de sus miedos y la envió de vuelta a ver la televisión, pero, diez minutos después, la niña volvió y dijo a sus padres: “¡La vaca no me está ayudando!” y, entonces (¡afortunadamente!), apagaron la tele y la niña se sumó a la comida de sus padres.
Este ejemplo plantea cuestiones éticas y exige que examinemos las razones que nos mueven a escribir cuentos para nuestros hijos.
El diccionario de la lengua inglesa Oxford English Dictionary, al igual que otros diccionarios en otras lenguas, define la palabra “manipulador” (adjetivo) en relación a otras personas: “que ejerce, sin escrúpulos, control o influencia sobre una persona o situación”. Aquí se acentúa el contraste con la definición de “sanador” que se presenta al comienzo de este capítulo: “devolver la salud, recuperar el equilibrio, volver a recuperar completamente el estado saludable”.
Si mantenemos nuestra premisa de que los cuentos terapéuticos “ayudan en el proceso de devolver el equilibrio a un comportamiento o situación en desequilibrio”, esto nos da la clave para la primera pregunta que debemos hacernos antes de empezar a escribir nuestros cuentos, es decir: “Para empezar, ¿hay algo fuera de equilibrio?”. Si no es así, entonces lo más probable es que estemos intentando manipular un comportamiento o situación en vez de ayudar a sanarlo. En el ejemplo anterior, la niña no presentaba ningún desequilibro, puesto que es natural que un niño se asuste con las imágenes terroríficas de la televisión; el desequilibrio se encontraba en las intenciones de su madre, que, por suerte, tal como compartió en el grupo, se dio cuenta y aprendió de la experiencia.
Del mismo modo, un cuento escrito con la intención de incitar a un niño a que “alcance de un salto” su propia fase de desarrollo podría entrar en la categoría de “manipulación”: sería el caso, por ejemplo, de un cuento que abordara el tema de orinarse en la cama por la noche y que estuviera dirigido a niños de dos años y medio; también se hablaría de manipulación si se utiliza el cuento para alentar el estudio o la práctica intensa de un instrumento musical o de un deporte para niños demasiado pequeños para soportarlo. Por lo general, no surten ningún efecto porque, desde el punto de vista de su desarrollo, el niño no está preparado para “cambiar”. Te sugiero, por consiguiente, que antes de sentarte a escribir cuentos “sanadores” investigues sobre las edades y las fases de desarrollo de los niños (físicas, emocionales, sociales, intelectuales).
Sin embargo, muchos cuentos infantiles, entre los que se encuentran los mitos y leyendas tradicionales pertenecientes a la cultura y los cuentos de hadas, están escritos de manera generalizada, no para un niño específico cuyo comportamiento se encuentra en desequilibrio. Los valores esenciales de esos cuentos —normalmente, algún tipo de cambio de un comportamiento o situación indeseable a uno más deseable— tienen el propósito de “formar el carácter”; constituyen, por lo tanto, una fuente de valores y principios éticos que nos sirven de guía, a padres y maestros, para “educar” a nuestros niños.
Por la misma razón, los cuentos de este libro, aunque están escritos para situaciones específicas, pueden igualmente tener un uso general, puesto que las resoluciones son transformadoras y apelan al propio deseo de cambiar del propio niño; por otro lado, han podido transformar el comportamiento indeseable más variado en uno más adecuado, y, además, el apasionado oyente puede aprender lecciones valiosas para la formación del carácter al seguir el desarrollo imaginativo de estos cuentos.
Si estás interesado en escribir cuentos para niños, ahí está, en mi opinión, la clave para la segunda pregunta que debes plantearte antes de planificar el argumento: “¿Fomenta los valores esenciales?”. Si la respuesta es afirmativa, sabremos que no se trata de un cuento manipulador, sino que va a servir para guiar el desarrollo del niño hacia una dirección positiva y beneficiarlo.
LA ADAPTACIÓN DE LOS CUENTOS A LAS DIFERENTES SITUACIONES
Como creadora de cuentos, me gusta mantener vivos aquellos cuentos especiales que me voy encontrando y los que yo misma escribo, y es por esta razón que disfruto compartiéndolos con los demás. Reconozco que, dependiendo de la situación específica que se esté abordando, algunos cuentos necesitarán posiblemente una ligera adaptación.
Si en este libro encuentras algún ejemplo que encaja con la situación que estás abordando, pero necesita algunos cambios, no dudes en recurrir a la “licencia poética”, pero procurando siempre mantener la integridad del cuento. (Nota: en mi primer libro, Cuentos sanadores. Una ayuda…, he reflejado detenidamente la importancia de salvaguardar la integridad del cuento, especialmente cuando se trata de los cuentos de hadas).
En lo que respecta a mis cuentos, en este libro presento algunos que he adaptado de cuentos clásicos: “El hipopótamo acalorado” (página 126), “El árbol de las reverencias” (página 149) y “Las gorras del vendedor ambulante” (página 175). A continuación, muestro otros ejemplos de cuentos modificados.
MODIFICACIONES EN EL CUENTO DEL WOMBAT
Hace poco una señora me envió un correo electrónico sobre un cuento que animó a su hijo a dormir en su propia cama. Había asistido al taller que impartí en Singapur, donde una amiga suya había inventado un cuento sobre “wombats” y, aunque ese cuento fue escrito con otra intención (para destetar a un niño de tres años y medio —véase “La familia wombat”, página 146—), la madre pensó que también podría ayudarle en su situación (desapegar a un niño de casi tres años de la cama de sus padres para que durmiera en la suya). De este modo, hizo unas pequeñas modificaciones, se lo contó a su hijo y me escribió para decirme que “¡Había obrado maravillas en su hijo!”.
Otra madre quería un cuento para destetar a su hija de tres años, así que cambió el protagonista del cuento: un canguro en vez de un wombat. Me escribió un correo electrónico donde me contaba que su hija no sabía qué era un wombat, pero que precisamente hacía poco que había empezado a jugar a que ella era la “bebé canguro” que saltaba al regazo de la madre para mamar, a la que incluso llamaba “mamá canguro”. Como los canguros también tienen unos marsupios o bolsas como los wombats, fue la elección perfecta para esta situación familiar.
Uno de mis propios ejemplos de cuentos modificados para adaptarlos a situaciones diferentes es el cuento de “una muñeca” que escribí por primera vez para una niña huérfana, Silviah, de la aldea infantil SOS de Nairobi. Desde entonces he trabajado y cambiado este cuento para adaptarlo a otras dos situaciones: cuando una maestra murió de repente y necesitábamos un cuento para sus alumnos (“Una muñeca del cielo”, página 134), y para una niña huérfana con incontinencia nocturna (“Una muñeca llamada Arcoíris”, página 269).
El hecho de cambiar cuentos escritos por otros para adaptarlos a diferentes situaciones tiene dos grandes ventajas. Por un lado, facilita la posibilidad de tener la experiencia positiva de lograr un cuento sanador y, por otro, sirve de motivación para probar otras ideas. En efecto, la experiencia de modificar un cuento escrito por otro autor es un paso importante en la creación de tus propios cuentos.
EL FINAL DE LOS CUENTOS SE PUEDE CAMBIAR
Una madre compartió en un taller una experiencia que disgustó mucho a su hija de ocho años debido a la cual estaba teniendo pesadillas: sus amigas del colegio le contaron una historia que trataba de un payaso que había raptado a un bebé de la cuna mientras su canguro dormía. Se lo comenté a mi marido y me dijo que tal vez lo habían sacado de una película de suspense en la que salía un payaso. Me puse en contacto con la madre para sugerirle que reescribiera la historia con un final positivo o feliz, pues me pareció que esto podría ayudarle a que desaparecieran las pesadillas; ¡yo misma tuve que inventarme un final para poder dormir bien esa noche!
Una semana después recibí el siguiente correo electrónico:
Gracias por tu idea de buscarle un final al cuento del payaso de mi hija Mali. Me inventé un final donde el payaso era tío del bebé y trabajaba como médico-payaso en el hospital de la zona. Al volver a casa, entró por la puerta trasera; cuando oyó a la niña llorar, la cogió para calmarla. Luego se quedaron los dos dormidos en la habitación contigua. Cuando los padres llegaron a casa, se aclaró lo que había ocurrido; fue un final muy feliz. Le dije a Mali que sus amigas solo le habían contado la mitad de la historia y que yo me había enterado del final. Me hizo algunas preguntas para probarme y se aseguró de que encajaba con lo que había oído ella, pero, en general, se quedó encantada con ese final. Definitivamente su mente se quedó tranquila y liberada del terror inicial.
¡Fue una experiencia tan interesante el hecho de reescribir el final de una historia de miedo!; no tiene nada que ver con lo que significa escribir un cuento partiendo de cero (más fácil incluso). Creo que podría ayudar a muchos padres.
Es necesario contextualizar el ejemplo anterior: en realidad, la niña de ocho años solo había escuchado a medias una historia basada en una película de suspense cuyo argumento era inadecuado para su edad. La madre le hizo a su hija un gran favor al cambiar el final.
Esa situación es muy diferente a cuando el niño escucha un cuento de hadas o un cuento sanador diseñado con un desarrollo sano y una resolución positiva; es muy probable que en el camino haya obstáculos (incluso pasajes de miedo), pero, al final, siempre se superan. Si se eliminaran por completo, al no tener que vencer ningún obstáculo, no habría un progreso positivo en el cuento.
Al investigar sobre los cuentos infantiles a lo largo de la historia y las diferentes culturas, en todos los cuentos clásicos encontramos que, o bien hay un simple problema que resolver, como el del vendedor ambulante que intenta que los monos le devuelvan sus gorras (“Las gorras del vendedor ambulante”, página 175), o bien hay una confrontación con el mal que puede adoptar muchas formas, como, por ejemplo, la hiena en la versión keniana de “Los cerditos y la hiena” (página 222) o la “bruja” del cuento tanzano “Los niños y la mariposa” (página 184).
En general, podríamos decir que cuanto más leve es el problema que se plantea, más adecuado es el cuento para niños más pequeños; cuanto más grandes son las dificultades o mayor es la “maldad”, más se adapta el cuento a niños más grandes. Sin embargo, en todos los cuentos hay cierto grado de tensión como parte integral e imprescindible en cualquier desarrollo, cuyos diferentes tipos de ambientación y desafíos ofrecen una especie de “entrenamiento del alma” necesario para el desarrollo de niños sanos. Los cuentos “tiernos” o sensibleros de hoy en día carecen de esta cualidad presente en el desafío. En un esfuerzo por proteger a nuestros hijos puede que sea tentador evitar cuentos más duros (en los que al final el bien triunfa sobre el mal), pero esto puede conllevar el riesgo de que no desarrollen las capacidades indispensables para, más adelante, superar el miedo y afrontar la realidad de la vida tal como se presenta.
La regla de oro es el “final feliz”. Estoy convencida de que tenemos la responsabilidad de encontrar (o escribir) cuentos para niños (sobre todo para los más pequeños) con desarrollos donde haya obstáculos que superar, pero siempre con un final positivo, justo y feliz.
EL CAMINO DE LA SENCILLEZ
TAN SENCILLO COMO UN CONEJO
En Nairobi conocí a una señora procedente de la India, madre de una hija y divorciada, pero con la ilusión de volver a casarse pronto. Quería contarle a su hija que un hombre le había propuesto matrimonio, de modo que eligió darle la noticia a través de un sencillo cuento sobre conejos (el animal favorito de su hija). Se lo contó por la noche, antes de dormir, en forma de un teatrillo en el que utilizó los conejos de juguete sobre un escenario improvisado con las mantas de la cama. El cuento trataba de una mamá coneja y su conejita que le tenían que decir adiós al papá conejo y encontrar otro lugar donde vivir. Durante el viaje se encontraron con un nuevo papá conejo que les invitó a su casa; entonces, la madre le preguntó a su hija: “¿Crees que aceptarán y le dirán ‘Sí, claro, nos venimos a vivir contigo’?”.
La elección de la madre fue muy simple y bastante directa; a un paso prácticamente de la situación real, pero, afortunadamente, consiguió el resultado que esperaba: la hija, por lo visto, empezó a saltar gritando “Sí” y quiso que le contara el cuento muchas veces a partir de ese día. Es posible que pienses que la madre se arriesgó; ¿y si la hija hubiera dicho que no? Seguramente habría encontrado una forma de superarlo; ¿a través de otro cuento tal vez?
A veces yo también utilizo argumentos sencillos cuando la situación y la edad del niño implicado no parece que exijan nada más complejo, por ejemplo, en el cuento de “La Niña Canoa”: “La Niña Canoa […] [estaba] buscando algún amigo, alguna amiga —alguien que jugara con ella y la cuidara…—, pero ¿dónde podría encontrar una amistad así?” (página 207). Este cuento corto fue escrito para ayudar a los niños de piel negra que vivían en una comunidad predominantemente blanca a desarrollar la conexión con su identidad cultural a través de un muñeco o muñeca de piel oscura también. (En una comunidad predominantemente negra, el mismo cuento se podría utilizar para los niños de piel blanca, invirtiendo el color de la piel). Saqué la idea del cuento de uno que había escrito anteriormente para mi propio hijo, “El Niño Nube” (véase Cuentos sanadores. Una ayuda…); aunque bastante sencillo, tuvo un efecto profundamente positivo en mi hijo y en nuestra situación familiar.
Otros ejemplos de cuentos sencillos de este libro, en los que ignoré casi por completo la estructura que yo misma propongo, son “La estrella brillante” (página 224), “Los colores del arcoíris” (página 121) y “El petirrojo solitario” (página 247); lo que verdaderamente cuenta es que los tres cuentos lograron su efecto terapéutico.
Solo sabremos si un cuento es terapéutico cuando, después de haberlo contado, se produce un cambio en el comportamiento.
Una mera presentación directa no siempre funciona, ya que solo proporciona un breve desarrollo imaginativo al maravillado oyente; pero, a veces, sí puede ser efectiva. ¡Nunca desestimes el poder de la sencillez!
TAN SENCILLO COMO EL “POEMA DE LA FRESA”
Una vez llegó una madre a un taller con un desafío para mí: ¿cómo hacer que su hijo de cuatro años dejara de comerse las fresas verdes del fresal? Como la tarea de escribir un cuento se le hacía muy dura, la animé a escribir un poema. Logró escribirlo; es más, según me comentó más tarde, había funcionado bastante bien (¡las fresas verdes seguían allí, intactas!); de hecho, el poema se convirtió en la canción que cantaba la familia cada vez que salían al jardín:
Fresa, fresa, roja será tu capa.
Te ayudaré a hacer la cama
con paja tibia y seca
como, en el bosque, la tierra,
y, enterrar tus pies en la dulce tierra.
Fresa, fresa, pronto será primavera,
¡pronto comeremos tus fresas!
Siguiendo el espíritu de la simplicidad, he incluido varios poemas “terapéuticos” en este libro (además de los 101 cuentos) esparcidos como margaritas en la alfombra de hierba de los cuentos; por ejemplo, “El palo cantarín” (página 84), “Un día en la vida de mi sombrero” (página 141), “El osito polar” (página 249) y “Estaciones” (página 206).
¡A veces un poema lo dice todo!
CUENTOS SANADORES PARA TODAS LAS EDADES
ORUGAS, CONEJOS, GACELAS, DELFINES Y BALAS OCULTAS
A los cuentos no les gusta que los encasillen por edades. A veces sucede que un cuento escrito para un niño determinado puede tener un efecto transformador en un adulto; por lo general, esto no se planifica de antemano y puede ser sutil en unos casos o más intenso, en otros.
Una vez escribí un cuento sencillo ambientado en la naturaleza sobre una pequeña cebra que, al igual que todas las crías de cebras, era marrón y blanca; pero esta cebra quería crecer muy rápido y ser blanca y negra como las mayores. La pequeña cebra intentó cambiar sus rayas marrones por negras de varias maneras (se revolcó por el barro negro; se restregó contra un tronco ennegrecido; incluso se quedó bajo la sombra de los árboles) y al final cejó en su empeño. Fue en ese momento cuando se reunió con sus amigas para jugar y comer con ellas por las llanuras verdes; empezó, sencillamente, a disfrutar con el mero hecho de ser una pequeña cebra. Publiqué este cuento en el boletín informativo electrónico del colegio de Nairobi donde trabajaba en aquel momento. Unos días después, una madre, de las que había asistido a mis charlas de formación para las familias, al verme en el aparcamiento del colegio, se me acercó corriendo y me dijo llena de emoción: “Me acabo de leer tu cuento ‘La Pequeña Cebra Marrón”, me dijo. “Ahora lo entiendo; nuestros hijos necesitan tener tiempo para disfrutar de su infancia”.
En el libro hay otros ejemplos cuyos efectos son bastante intensos y que se explican en las notas introductorias de algunos cuentos, entre los que se incluyen “Los tres cántaros” (página 156) y “Tan perfecta no era la casa” (página 116).