Kitabı oku: «No eres tú, soy yo…», sayfa 5
—La has visto, ¿no? —dice Bree, llevándome de vuelta al tema del que hablábamos—. Si vas a hacerte pasar por mí, al menos tendrás que poder citar Bajo el mar —añade.
No contesto enseguida. Ahora mismo le estoy haciendo un corte de mangas al universo. Me he pasado veintinueve años evitando esa absurda película. Y durante ocho, a petición de la mismísima duquesa.
—Claro que sí —asiento—. ¿Me la dejas para refrescarme la memoria?
Opto por echarme un farol y darle a entender que la vi hace mucho. (Si Palabras de Amor debe enfrentarse a una denuncia y Clifford se ve obligado a cambiarle el nombre a la empresa otra vez, le voy a sugerir Faroles de Amor).
—¿La versión original o el montaje del director? ¿La edición especial o…?
—Lo dejo en tus manos. La versión de la que te cueste menos desprenderte.
Intercambiamos nuestros números para que no tenga que llamar a la centralita cuando quiera hablar conmigo. Le digo que me apetece mucho conocerla y verla vestida con una camiseta vintage de Bajo el mar.
En algún lugar de California, Mary levanta una copa en mi dirección y se echa a reír.
[2]. Juego de palabras entre Fuck, Marry, Kill (el juego en que alguien debe decidir con quién se acostaría, con quién se casaría y a quién mataría) y el nombre de Mary, la propietaria. (N. del T.)
CAPÍTULO 5
De: Leanne Tseng
Para: Todos los trabajadores de Habla el Corazón
Asunto: Inteligentísimos
Equipo:
Os voy a decir algo: todos sois unos genios creativos y por culpa de circunstancias que escapan a nuestro control no necesariamente recibís la compensación económica que merecéis. Y os voy a decir otra cosa: creo que podemos aprovechar vuestra inteligencia y creatividad para intentar cambiar esa situación.
¿Se os ha ocurrido una campaña de publicidad buenísima? ¿Un acuerdo comercial excepcional? ¿Un anuncio pegadizo (sin música)? Me encantaría escucharlo. Las propuestas extrañas y originales también serán bienvenidas, pero, a menudo, la sencillez se lleva el gato al agua. Una idea tan simple y al mismo tiempo tan asombrosamente brillante como las tarjetas regalo —se me acaba de ocurrir a bote pronto— podría hacernos pasar de empresa en apuros a ser los número uno del mercado. No es ningún secreto que quiero que seamos la mejor, y espero que tampoco sea ningún secreto que quiero llevaros conmigo hasta la cima.
Ah, y además de gloria y ascensos, que sepáis que cualquier propuesta viable llevará consigo una bonificación de quinientos dólares.
Saludos cordiales,
Leanne
Miles
En las últimas seis semanas no he estado al 100 %. No me he sentido lo bastante motivado para mantenerme en forma, ni para que me dé el aire, y tampoco he tratado mi cuerpo como un templo, sino más bien como un mausoleo de cosas muertas, como mis emociones o mi autoestima. He dado alguna vuelta por Morningside Park, que se encuentra a unas manzanas del piso de Dylan y Charles, pero solo cuando la actitud agresiva del novio de mi amigo me ha empujado a salir de casa para correr, y no con la intención de mejorar la salud.
No sé por qué me he animado a ir hoy hasta Riverside Park. A lo mejor ha sido porque me he descargado en el móvil la canción principal de la banda sonora de Bajo el mar, y me he sentido inevitablemente empujado a escuchar la BSO completa en bucle. Y es una BSO que no se merece una irrisoria carrera de kilómetro y medio. Se merece una larga panorámica del maravilloso río Hudson, pasar cerca de lápidas de mármol dedicadas a generales del ejército legendarios y por debajo de majestuosas ramas de cerezos floridos que han perdido casi todas, pero no todas, sus flores. Y solo me he entretenido un ratito muy muy muy corto soñando con Mary Clarkson vestida de sirena. Y un rato aún más corto preguntándome si la ladrona de biscotti la conocerá de verdad. Esa chica es un misterio envuelto en un enigma revestido de calentadores de brazos deshilachados.
Cuando vuelvo a casa de Dylan y Charles; estoy sin aliento y hecho un desastre sudoroso. El reloj me dice que he corrido siete kilómetros. Yo solía correr regularmente por Prospect Park, pero ya hace mucho que no lo hago, concretamente desde que mi antigua compañera de deporte tuvo un «virus estomacal», que le duró un mes entero, justo antes de dejarme. (Visto en retrospectiva, mira que llego a ser poco perspicaz).
Llamo al interfono del piso. Por lo visto, Dylan y Charles han estado demasiado atareados —y yo, demasiado deprimido— para hacerme una copia de la llave. Además, seguro que hacerme una copia le daría a mi estancia un halo demasiado definitivo a ojos de Charles (y quizá también a los de Dylan).
—Madre mía —dice Charles cuando me abre la puerta—. ¿Estás llorando?
—Es sudor —respondo.
Me mira más de cerca para intentar confirmar que las gotas provienen, en efecto, de mi frente.
—Mmm. Ya veo —murmura al fin—. Cuidado con la alfombra. Es de Kermanshah. —Señala la tela oscura que cubre parte del recibidor, y que él pisa con sumo cuidado con sus pantuflas de pana.
—Juraría que la compramos en Zara Home. O a lo mejor en Amazon. —me susurra Dylan con complicidad mientras me quito las zapatillas de correr.
Le sonrío y, entonces, una gota de sudor me resbala por la nariz y cae sobre su oscuro suelo de parquet. Dylan coge un pañuelo de la caja de cartón que hay en la mesa del recibidor y la seca enseguida.
Dylan fue mi compañero de piso en la universidad, y fue un compañero fantástico. Era simpático y limpio; y nunca le daba demasiada importancia a si tú lo eras o no. Sigue siendo igual que antes, aunque ahora está con Charles. Y creo que eso solo es posible porque lo que más le atrae de él no es precisamente que sea agradable.
Tal vez esa afirmación sea injusta. Tal vez Charles sea superagradable con alguien que no lleva seis semanas invadiendo su espacio personal, arrojando sudor a una alfombra que quizá es de Kermanshah y que le llena la nevera con cajas de cartón de fideos chinos medio vacías. (Me gustan recién hechos y, si no me los termino, como no quiero tirar comida, las sobras terminan acumulándose. Es el nuevo dilema del milenio: tener conciencia medioambiental y, al mismo tiempo, pedirlo todo a domicilio).
—Me odia —le digo mientras dejo con cuidado las zapatillas junto a la puerta.
—No te odia —se apresura a responder Dylan, tan rápido que cuesta creerlo.
Bueno, a ver. Para serte sincero, no sé si a Charles le he caído bien alguna vez. A lo mejor no supe esconder la expresión de pasmo cuando Dylan me lo presentó. En cuanto Dylan, el paradigma de tío alto, moreno y guapo —el compañero perfecto, porque competíamos en ligas distintas—, entró en el bar, rojo como un tomate y radiante de felicidad al lado de Charles, automáticamente deduje que un señor mayor, medio calvo y con gafas se había interpuesto entre él y el novio que me iba a presentar. Alargué el cuello en busca del joven buenorro al que esperaba ver.
Hasta que Dylan cogió a Charles del brazo y me sonrió de oreja a oreja.
—Te presento a Charles.
Seguro que tardé demasiado en ocultar mi sorpresa, y Charles se dio cuenta. Charles se da cuenta de todo.
Como anoche, cuando me puse a pensar qué iba a pedir para cenar. Charles le echó un vistazo a la app que había abierto y soltó:
—Déjame adivinar. Fideos chinos.
Pedí sushi, solo para tocarle los huevos. (Y, ahora, en la nevera también hay media bandeja de sushi de aguacate y atún).
La semana pasada, debió de ver en la pantalla de mi portátil tres partidas de sudoku, una de KenKen y un crucigrama, porque cuando volví del lavabo me preguntó, como quien no quiere la cosa, qué tal me iba el trabajo.
—Estoy a tope —mentí ipso facto.
—¿En serio? —me dijo—. Por cierto, la segunda columna está mal.
Y hoy, nada más quitarme la camiseta para meterme en la ducha, se apoya en la pared y me dice:
—Así que hoy por fin has ido a correr de verdad, ¿eh?
Me muerdo la lengua para no espetarle que qué sabrá él lo que es correr de verdad, si tenemos en cuenta que el único ejercicio que hace es hablar por los codos. «Soy un invitado en su piso», me recuerdo. «En su piso de un solo dormitorio».
—Sí —decido responder—. Por Riverside.
Asiente.
—¿La joyita que descubriste en Tienes un e-mail? —Y me sonríe con maldad.
Cuando me da la espalda, le hago la peineta con el dedo. Vamos a ver: ¿cómo iba a saber él que Riverside Park es un elemento crucial de Tienes un e-mail si no hubiera visto también la película? ¿Cómo?
No se gira de nuevo, pero sí que me informa de algo:
—Fíjate en las ventanas. Te reflejan. —Y me mira a los ojos a través de una de ellas. Con cuidado, doblo el dedo corazón para que se una con los demás.
Para cuando salgo de la ducha, Charles y Dylan se han ido a una cena de negocios del bufete de abogados de Dylan. «Come algo de la nevera», me ha dejado escrito Charles en la pizarrita magnética del frigorífico. «Va en serio. Que te comas algo».
Abro la nevera y cuento seis cajas de cartón blancas y una bandeja de plástico de sushi. Aparte de una hilera de salsas, mermelada de frambuesa y una botella de kétchup en la puerta, es todo lo que hay. Ni Charles ni Dylan cocinan. Yo antes sí, si pedir que me traigan en una cajita todos los ingredientes y recetas una vez por semana cuenta como cocinar. Pero como ya no tengo una casa en la que recibir esa caja, pues es algo que ya no sucede.
Odio admitirlo, pero Charles tiene razón. Debería comerme las sobras. Tendría que calentarlas y comérmelas…, pero ¿verdad que ahora un bol de fideos con verduritas fantástico y recién hecho suena la mar de bien?
Gracias por recomendarme al bombón. Me siento como en un reportaje para Vanity Fair. Es un mensaje de Aisha. Como suponía, era superfácil que Jude aceptara sus servicios después de nuestra primera reunión.
Pero necesita tu ayuda, no te creas, le respondo. Las fotos que tiene no le hacen justicia.
He hablado un poco por teléfono con él, me escribe Aisha. Habla igual que Jamie Fraser.
Me estrujo el cerebro para adivinar a quién se refiere. Como no le respondo de inmediato, Aisha me resuelve las dudas.
El de Outlander, me informa.
Ah, vale, le digo. Hace tiempo que me desconecté de las series, y esa no la he visto.
¿Me recuerdas otra vez por qué ese tío necesita tu ayuda?, me escribe Aisha.
Nada más recibir ese mensaje, mi móvil anuncia la llegada de otro. Es Jude.
Hola. Oye, me ha mandado un mensaje una chica que me interesa. ¿Qué tengo que hacer ahora?
Le respondo rápido a Aisha. Creo que en breve lo vamos a descubrir. Te dejo. Me toca hacer de Cyrano.
Y entonces abro la conversación con Jude. Buenas. Perfecto. ¿Puedes hacer una videollamada? Será más fácil si esta primera conversación la llevamos entre los dos.
Al instante, me suena el móvil.
—Hola —dice Jude, cuyo rostro llena la pantalla.
—Hola. ¿En qué página estás?
—En A por Todas —me dice.
—Genial —respondo. De todas las apps y webs de citas con las que he trabajado, A por Todas es una de mis preferidas. La interfaz es bastante sencilla e intuitiva. Y los matches se agrupan en tres categorías: Juegos (revolcones), Partidos (un cajón de sastre para los que no saben qué diablos quieren) y Prórrogas (relaciones estables)—. ¿Te parece bien que entre en tu ordenador?
—Todo tuyo, jefe —contesta.
Hago clic en el programa de acceso remoto que ya le pedí a Jude que se instalara en el ordenador, espero que le dé a «aceptar» y entonces, voilà, en mi pantalla aparece la suya. Ya ha abierto la web de A por Todas en el navegador y veo la notificación de que tiene un mensaje nuevo. Lo abro.
Lo envía una tal RayaJack55, cuya foto de perfil muestra la enorme cruz que por lo visto lleva en el cuello, aunque, de hecho, lo que más se le ve es el escote.
RayaJack55: Hola. Creo que a lo mejor encajamos y quería decirte hola.
Veo que está en la categoría de Partidos. Bueno, mejor que en la de Juegos, porque Jude y yo ya hemos decidido que lo que él busca es algo más que eso.
—Vale —le digo a Jude—. Básicamente, está dejando la pelota en tu tejado. Que es bastante común. —A veces, la gente suelta un rollo de buenas a primeras, para que así el otro sepa todo lo que ellos quieren que sepa con un mensaje enrevesado y denso que, la mayoría de las veces, solo muestra desesperación. Lo único peor que eso es el «hola» simple y completamente exasperante. Raya por lo menos ha dicho algo más.
—¿Le tendría que responder… «hola»? —me pregunta Jude.
—Mmm, no —digo—. Piénsalo bien. ¿Qué estarías expresando exactamente con un «hola»?
—No sé. —Jude se encoge de hombros.
—Exacto —respondo—. Míralo así: todas las interacciones deben tener un objetivo, aunque sea pequeño. Ya sea querer conocer más a la persona, hacerla reír, ligar, contarle más sobre ti, etcétera. Todo el mundo está ocupado, ¿no? ¿Por qué ibas a perder el tiempo, o hacérselo perder a alguien, con algo que es obvio que no va a salir bien? Sé eficiente, haz las preguntas adecuadas y así te lo evitarás.
—Es lo más neoyorquino que le he oído decir a nadie —se ríe Jude.
—A lo mejor sí. —Me encojo de hombros—. Pero funciona.
Veo que Jude vuelve a mirar el mensaje de Raya antes de fijarse de nuevo en mí.
—Muy bien. Entonces, ¿qué le digo?
—Te lo escribo yo y, si te gusta, le das a «enviar», ¿vale? —Siempre se me ha dado mejor poner mis pensamientos por escrito.
—Hecho —me contesta.
—Dame un minuto para que estudie su perfil —le digo.
Jude asiente y hago clic en el perfil de Raya. Tiene veintitrés años, es ayudante de pastelería y, por lo visto, le gusta algo llamado «Cristiano Terror». (¿Se referirá a «terror cristiano», a pelis de miedo sobre curas y exorcistas? Me ha picado la curiosidad). Ah, y hace un par de meses que se ha mudado a la ciudad.
—Veamos, algo así… —digo antes de empezar a escribir.
DeEsc0: Muy buenas. Veo que eres nueva en Nueva York. Yo llegué hace dos años. ¿Ya has decidido si te gusta o si odias la ciudad?
—¿Qué te parece? —le pregunto a Jude.
—Estupendo —dice—. Me gusta.
—Genial —respondo—. La aprobación final es tuya con el botón de «enviar».
—Aprobado —dice antes de mandarle el mensaje a Raya—. Vale, ¿y ahora…? Ay. Está conectada.
Sí que lo está. Veo el icono que informa de que está escribiendo al momento. Esperamos su respuesta. No tarda en llegar.
RayaJack55: Todavía no lo he decidido.
Espero, por si Raya opta por dar un paso más y preguntarle algo a Jude. Pero rien de rien. Por lo visto, tampoco ha ido nunca a una clase de improvisación teatral.
DeEsc0: Tengo la teoría de que depende del lugar en el que te comes tu primera pizza. Si está buena, Nueva York y tú encajaréis. Si no está buena…, solo os vais a soportar.
El mensaje se queda flotando en el limbo y veo que Jude frunce un poco el ceño.
—¿No te gusta? —le pregunto.
—No, está bien —dice—. Es que… no como pizza. Llevo dos años con la dieta paleo.
—Ah, vale —digo mientras borro el mensaje, antes de reparar en lo que me acaba de soltar—. O sea…, ¡¿nunca has comido una pizza en Nueva York?!
Menea la cabeza de un lado a otro.
—¿Y sigues viviendo aquí? —le pregunto, incrédulo—. ¿Cómo coño vas a saber si te gusta la ciudad?
—Los perritos calientes no estaban mal. —Jude me sonríe—. Una vez me comí uno.
—Supongo que no, pero… un momento. ¿A que te lo comiste sin el pan?
—Sí —me responde, avergonzado.
Sacudo la cabeza.
—Hacerme pasar por ti va a ser más chungo de lo que pensaba. A ver, qué tal algo así…
DeEsc0: Tengo la teoría de que depende del lugar en el que corres por primera vez. Si eliges un buen escenario, como un día precioso de otoño o de primavera, Nueva York y tú encajaréis. Si resulta que acabas corriendo por el centro en pleno mes de febrero, solo os vais a soportar. Y esto con suerte.
—Mucho mejor —dice Jude, y le da a «enviar».
RayaJack55: Salir a correr mola.
Dios. Esta tía necesita nuestra ayuda todavía más que Jude.
—Venga, ahora en serio —le digo a Jude—. Basándote en su perfil y en esta breve interacción, ¿cuánto te gusta esta chica?
—Eh… —murmura Jude—. No lo sé. No hay mucho a lo que agarrarse.
—Exacto —digo—. ¿Recuerdas lo que te he dicho de ser eficiente? Si ves que hay algo en ella que te atrae mucho, una especie de química que te asalta de pronto, pues seguimos adelante. Pero si no es así… Te propongo que le demos una última oportunidad para que nos sorprenda o lo dejamos ahí. ¿Qué me dices?
Veo que Jude vuelve a visitar el perfil de la chica.
—Lo segundo —decide al final.
Gracias a Dios. Ya me he enfrentado más de una vez a la necesidad de conducir la conversación con matches reticentes, pero con esta tengo la sensación de no ir a ningún lado.
—Pero vamos a ponerle un tema en bandeja —digo—. Hablemos de algo que en teoría le interesa, ¿vale?
—Venga —accede Jude.
—¿Has visto El exorcismo de Emily Rose?
—Mmm… Sí, diría que sí —dice Jude.
Bien. Me sirve.
DeEsc0: Oye, seguro que has visto El exorcismo de Emily Rose, ¿verdad? ¿Sabías que al principio iban a utilizar a una muñeca para las contorsiones de la protagonista, pero que la actriz era tan flexible que al final es ella con unos pocos efectos especiales? Qué pasada, ¿no?
Jude envía el mensaje. Esperamos.
Esperamos un rato. Podría ser una buena señal. A lo mejor, por fin Raya tiene algo que decir.
—¿Es verdad? —me pregunta Jude.
—Sí —le contesto—. Creo que por eso le dieron el papel.
—Increíble —dice.
—Ya le daremos ocasión de explayarse con una pregunta más abierta —le aseguro—. Ahora es para que sepa que tienes nociones de algo que le gusta.
Por fin oímos el pitido.
RayaJack55: No la he visto.
Mmm…, vale. Se lo tengo que preguntar.
DeEsc0: ¿En serio? Como en tu perfil pone que te gusta el terror cristiano, me he imaginado que era un ejemplo perfecto del género.
Parece que Jude siente la misma curiosidad que yo, porque envía el mensaje de inmediato.
RayaJack55: Cristiano Terror. www.cincuenta-sombras-de-terror.net
Pincho en el enlace y de pronto mi mirada se encuentra con una página web negra con letras de un rosa fosforito. Entorno un poco los ojos para leerla.
Capítulo 1
Cristiano Terror era muchas cosas. Un CEO millonario. Un dios del BDSM. Un vampiro.
Y yo, Anastasia Plata, iba a ser su cruz. A lo mejor su cruz… de plata. O un diente de ajo.
Dejo de leer. Madre del amor hermoso, ¿es el fanfic de un fanfic? ¿Y regresa a los orígenes del género con el tema de los vampiros? Por cierto, ¡¿qué cojones pasa esta semana con las Cincuenta sombras de Grey?!
—Pues… creo que ya hemos visto lo suficiente para tomar una decisión sobre Raya, ¿no te parece? —Vuelvo a prestar atención a mi encargo e intento no mostrar ningún rastro de censura en la voz. Al fin y al cabo, no me dedico a comentar o criticar los gustos de nuestros clientes, sino a ayudarlos a encontrar lo que están buscando.
—Creo que he visto demasiado, tío —dice Jude con cara de absoluta confusión—. No creo que sea un buen match.
Así me gusta.
—Entendido. Pero hagámoslo bien, ¿vale? Nada de dejarla sin respuesta.
DeEsc0: Ah, vale. No lo había interpretado bien. Oye, me tengo que ir. Pero te deseo mucha suerte en la web. Me ha gustado charlar contigo.
No hay una buena manera de hacerlo. Un rechazo es un rechazo. Pero más vale uno que sea evidente que algo así: «¿Hablamos en otro momento?». Porque no. No vamos a hablar más.
RayaJack55 no responde, tan solo se desconecta.
—Siento que no haya salido bien —le digo a Jude—, pero a veces se tarda un poco en encontrar a alguien con quien valga la pena hablar.
—No pasa nada, hombre. Te lo agradezco —responde—. Eso de ser eficiente… Lo has dicho así, ¿no? —Se echa a reír—. Bueno, pues tenías razón. Me ha evitado perder el tiempo.
—Te sugiero que eches un vistazo a tus matches —le digo—. A ver si hay alguien que te llame la atención. Y así ya luego empezaremos la conversación con buen pie.
—Vale —dice—. Los miraré.
—Si puedes, concéntrate en la categoría de Partidos —le recomiendo.
—Vale. Ya te diré si encuentro a alguien.
—Genial —respondo. Nos despedimos y colgamos. A continuación utilizo de inmediato el móvil para pedirme los fideos.
Por lo visto, el repartidor llega al edificio al mismo tiempo que Dylan y Charles, porque, de hecho, es Charles quien me entrega la comida.
Durante unos instantes valoro la posibilidad de darle propina, pero en la app de comida a domicilio no hay una opción para darle propina al hombre agresivo cuya casa estás ocupando. Además, como cualquier neoyorquino de bien, no llevo dinero encima.