Kitabı oku: «Sin miedo al fracaso», sayfa 8

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20 de febrero - Biblia

Abraham y Sara

“Por fe, Abraham, cuando Dios lo llamó, obedeció y salió para ir al lugar que él le iba a dar como herencia. Salió de su tierra sin saber a dónde iba” (Heb. 11:8).

Abraham: un hombre de Dios, justo, valiente, fiel y sincero; dispuesto a hacer lo que Dios le pidiera, incluso sacrificar a su hijo. Un verdadero modelo de virtud. Esta es la imagen romántica que se nos enseña de él. Lamentablemente, no es tan real como nos gustaría.

Imaginamos a Abraham sentado en la iglesia cuando Dios lo llama. Seguidamente, él y Sara hacen las maletas y se van a Canaán. Sara se pone ansiosa porque Dios le prometió un bebé que no llega, así que le pide a Abraham que procree con su sierva. Cuando Dios se presenta personalmente para anunciar que Sara, ya anciana, puede comenzar a tejer ropa de bebé, ella se ríe. Al año nace Isaac, y todos viven felices para siempre.

De alguna manera, hemos pintado a Abraham como el Sr. Fiel y a Sara como la Sra. Escéptica, y hemos perdido de vista a las personas reales cuyas vidas quedaron registradas en la Biblia. La realidad es que Abraham ni siquiera fue criado en un hogar en el que se adoraba a Dios (Josué 24:2 dice que el padre de Abraham adoraba a dioses falsos). Cuando Dios se le apareció para cambiarle la vida (y la historia del mundo), se le estaba apareciendo un Dios que él no conocía, cuya religión le era extraña. Y ese Dios le dijo: “Sigue mi ejemplo y confía en que yo cumpliré lo que te estoy prometiendo”.

Dios le pidió que dejara todo lo que conocía (tan fácil como besar a tu hermana, ¿eh?). Cuando dejaron a su familia en Harán, estaban renunciando a sus derechos ancestrales, a sus tierras y a su herencia. Si sobrevivían, esperaban que Jehová cumpliera su palabra. ¡Qué difícil!

La verdad es que, al viejo Abram (que significa “padre exaltado”), rebautizado por Dios Abraham (“padre de muchas naciones”) no se le hizo fácil aferrarse a la fe (como nos sucede a cualquiera de nosotros). Abraham tenía preguntas y dudas, y cometió errores que lo dejaron mal parado. Afortunadamente, Dios tenía más fe en Abraham que la que Abraham tenía en Dios. Sabía que, aunque era un hombre nervioso y asustadizo, también podía ser valiente y leal. Sabía que, aunque Sara era algo escéptica e impetuosa, si perseveraba, reiría de alegría en lugar de lamentarse.

21 de febrero - Ciencia

Tu mente + tu cuerpo = tú

“Dios el Señor formó al hombre de la tierra misma, y sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gén. 2:7).

Cuerpos que cambian de forma. Intercambio de poderes. A la ciencia ficción le encanta explorar la naturaleza humana a través de situaciones absurdas. Es muy poca la ciencia que hay en la ficción.

Muchas religiones creen que el “espíritu” de una persona puede sobrevivir separado del cuerpo. Los hindúes creen que el espíritu pasa de un cuerpo a otro cuando morimos, reencarnándose hasta que arreglamos las cosas. La gente teme a los fantasmas; incluso la mayoría de los cristianos creen que cuando morimos, el alma va al cielo o al infierno. Sin embargo, la Biblia y la ciencia están de acuerdo: la mente y el cuerpo son inseparables. Si muere el cerebro o el cuerpo, dejas de existir por completo.

Aunque no he visto muchos programas de televisión donde aparezcan médiums que supuestamente “hablen” con los muertos, jamás he escuchado a ninguno decir: “Estoy hablando con tu abuelo, pero él no se acuerda de ti. La demencia senil, ya sabes…”. De alguna manera, a pesar de sus habilidades de comunicación bastante difusas (“Siento que está diciéndome algo relacionado con el color amarillo y el número siete”), estos supuestos espíritus llegan al ámbito espiritual con sus cerebros restaurados.

Muchos confunden la palabra “alma” en la Biblia, pero la Escritura es clara: no es que tenemos un alma; sino que somos un alma. La palabra hebrea traducida como “alma”, nefesh, simplemente significa “persona”, e incluso se usa para describir animales (ver Lev. 24:18, Isa. 19:10).

Nuestros recuerdos, nuestras emociones y nuestra conciencia tienen una sede física. Todo está almacenado en la red de neuronas del cerebro. Las sustancias químicas del cerebro regulan nuestras emociones, que se ven afectadas por todo tipo de estímulos, desde la comida hasta la luz, el tacto o las drogas. Las distorsiones en la composición y la química cerebral causan enfermedades mentales. Nuestro cuerpo es una creación increíblemente compleja. Cuando nuestra conciencia se ve afectada, dejamos de ser nosotros.

El adventismo hace hincapié en la conexión mente-cuerpo, lo que la convierte en una de las religiones que más se preocupa por la buena salud. Elena de White escribió: “Los nervios del cerebro que relacionan todo el organismo entre sí son el único medio por el cual el cielo puede comunicarse con el hombre, y afectan su vida más íntima” (Testimonios para la iglesia, t. 2. p. 312).

22 de febrero - Espiritualidad

Como en los días de Noé

“Habrá tanta maldad, que la mayoría dejará de tener amor hacia los demás. […] Como sucedió en tiempos de Noé, así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre. […] Hasta el día en que Noé entró en la barca, la gente comía y bebía y se casaba. […] Así sucederá también cuando regrese el Hijo del hombre” (Mat. 24:12, 38, 39).

A la gente le encanta hablar de lo buena que era antes la vida y de lo malo que se ha vuelto todo. Crimen, violencia, falta de respeto, amor al dinero, matrimonios destruidos, inmoralidad... Todo solía ser mucho mejor, ¿verdad? Las tasas de divorcio y las estadísticas de delincuencia, guerras, promiscuidad, problemas juveniles, corrupción y consumo de drogas son peores que nunca, ¿cierto? ¿Y no es todo esto una señal del fin del mundo?

¿Realmente está la sociedad peor que nunca? Piénsalo. En la década de 1850, el divorcio era raro, pero la esperanza de vida era mucho menor de lo que es hoy. Si un matrimonio no funcionaba, lo más probable era que alguna de las partes tuviera otra oportunidad en poco tiempo. Cien años después, los prejuicios raciales y de género seguían a la orden del día. ¿Es la vida mejor hoy que hace cincuenta o ciento cincuenta años? En muchos sentidos, sí.

Hoy el mundo ofrece más oportunidades que nunca y la gente vive vidas más largas, prósperas, saludables y pacíficas. Delitos como el abuso infantil y doméstico, la agresión sexual y los prejuicios raciales ya no se quedan en la oscuridad, como ocurría durante la mayor parte de la historia. Para millones de personas, la “buena vida” es esta y, a pesar de todas las tragedias que no podemos ignorar, la vida es más segura (si no más simple) que nunca. No es precisamente el cuadro que muchos nos han presentado del mundo en sus últimos estertores.

Pero si te fijas bien, esa es la imagen que pintó Jesús: un mundo en el que la gente está tan satisfecha con su autosuficiencia, que apenas piensa en los asuntos eternos. Comparó el fin del mundo con los tiempos de Noé, cuando “la gente comía y bebía y se casaba” como si todo estuviera perfectamente bien y nada fuera a cambiar. Nos recuerda que, aunque la vida luzca hermosa, el sol brille y las flores florezcan, esta vida va mucho más allá de la mera búsqueda de la felicidad temporal. Hay una eternidad que debemos comenzar a vivir hoy.

23 de febrero - Vida

El crecimiento espiritual – parte 1

“Hijos míos, otra vez sufro dolores de parto, hasta que Cristo se forme en ustedes. ¡Ojalá estuviera yo ahí ahora mismo para hablarles de otra manera, pues no sé qué pensar de ustedes!” (Gál. 4:19, 20).

Uno de los mejores cristianos que conozco es alguien a quien rara vez veo cara a cara. Lo llamaré señor Juan.

El señor Juan es dedicado y motivado, y le encanta trabajar para Dios y servir a otros. Sin embargo, aunque se ha vuelto más tolerante y humilde con el paso de los años, su personalidad tiene un lado oscuro. Ve el cristianismo como una lista de lo que se debe y no se debe hacer. Algunos dicen que se apresura en juzgar a los demás por la apariencia o por otras debilidades que pueda percibir. Sin embargo, lo curioso del señor Juan es que antes era un pecador público. Se emborrachaba e insultaba a los demás. Era todo aquello que condena hoy, pero ahora que es cristiano, ha tomado una actitud intolerante y legalista.

Un amigo al que llamaré Beto me llamó la otra noche para preguntarme:

–¿Tú crees que en la iglesia le lavan el cerebro a la gente?

–Bueno –le respondí–, lo que científicamente se conoce como lavado de cerebro, lo cual es muy discutible, es generalmente algo muy intenso en una situación muy controlada y aislada, lo cual es bastante difícil de llevar a cabo a gran escala. ¿Por qué lo preguntas?

–Es que –respondió–, cuando somos niños, nos enseñan canciones simplistas como: “Cristo me ama”. Canciones como esa, y la enseñanza constante de que debemos confiar en Jesús como nuestro salvador, ¿no te parece un lavado de cerebro?

–Me parece que enseñan una visión del mundo de una manera apropiada para la edad –le dije–. Y creo que la mayoría de la gente no tiene problemas en escoger su propio camino cuando crece.

–Tal vez –dijo Beto–. Pero no sé, todo me parece muy calculado.

–Bueno, cuando se cree firmemente en algo, se tiende a querer transmitirlo a los hijos, ya sea la religión, el valor del dinero o el trabajo duro. Lo que no quiere decir que la gente no pueda usar eso como manipulación. La mamá de una amiga se sentaba junto a su cama en la noche y la manipulaba diciéndole que el resto de la familia iría al cielo y que ella esperaba que su hija también fuera con ellos. Actitudes como esa sí me parece que pueden hacer daño psicológico.

Continuará.

24 de febrero - Vida

El crecimiento espiritual - parte 2

“Cuando yo era niño, hablaba, pensaba y razonaba como un niño; pero al hacerme hombre, dejé atrás lo que era propio de un niño” (1 Cor. 13:11).

Beto continuó:

–En serio. ¡Mi exnovia se volvió loca! Perdió la cordura. Ella fumaba como una chimenea y era súper divertida, pero ahora solo usa faldas hasta los tobillos y se la pasa contándome un montón de teorías conspiratorias absurdas. Sé que esto puede pasar con cualquier religión, ¡pero es inaudito!

–Bueno –le dije–. Yo conozco gente así, con una visión del mundo muy en blanco y negro, sin matices. Pero la religión saludable se centra en las relaciones, no en las reglas.

Lo cierto es que pasar de un extremo a otro es algo normal de la naturaleza humana. E incluso bastante saludable, hasta cierto punto. Alguien que no tiene raíces espirituales, que simplemente hace lo que se siente bien y vive el momento, podría necesitar un respiro y disfrutar de cierta mesura temporal.

Los psicólogos identifican cuatro etapas del crecimiento espiritual que todos pueden experimentar potencialmente, aunque se puede permanecer en una etapa durante muchos años o el resto de la vida. Estamos diseñados para pasar por estas etapas y, mientras no nos estanquemos, es un proceso saludable.

Los niños pequeños están en la primera etapa: son egocéntricos y caóticos. Piensan que el mundo gira en torno a sus deseos inmediatos de placer y gratificación. Algunas personas nunca abandonan esta etapa. La mayoría regresamos a ella más a menudo de lo que nos gustaría admitir.

La segunda podría llamarse etapa de la fe ciega. En ella, el individuo ya actúa según las reglas y sabe vivir en comunidad. Piensa en un niño de siete años. Puedes contarle cualquier historia increíble y a menos que sepa que lo han engañado varias veces, la creerá. Es un mundo en blanco y negro en el que las personas siguen a la autoridad y rara vez cuestionan sus creencias. Para muchos, es el mejor lugar de todos.

La tercera etapa es de escepticismo y curiosidad. Los preadolescentes y los adolescentes por lo general experimentan esta etapa para formar sus propias creencias religiosas, y no sencillamente aceptar las de sus padres.

En la cuarta etapa, las personas reconocen su ambigüedad espiritual. Al igual que Job al final del libro que lleva su nombre en el Antiguo Testamento, reconocen que no tienen todas las respuestas, pero confían en un Dios que sí las tiene. Están dispuestos a poner su vida en sus manos.

25 de febrero - Innovación

La calidad es importante

“Mira, de la tribu de Judá he escogido a Bezaleel, hijo de Uri y nieto de Hur, y lo he llenado del espíritu de Dios, y de sabiduría, entendimiento, conocimientos y capacidad creativa, para hacer diseños y trabajos en oro, plata y bronce” (Éxo. 31:2-4).

Un sábado en la noche, Lisa, nuestro amigo Josué y yo, decidimos ir a la tienda de videos en busca de una película para ver. Mientras examinábamos los estantes en busca de una portada que nos atrajera a todos, noté una que me pareció patética. La cursi ilustración y el terrible diseño gráfico gritaban: “No pierdas tu tiempo. ¡Solo me hicieron para darle empleo a algunos actores de segunda!”

Señalé la caja del video, me incliné hacia Lisa y le dije: “Esta parece una película cristiana”. Y ¿a que no adivinas? ¡Era una película cristiana!

Lisa y yo nos reímos a carcajadas, pero con pesar, reflexionando sobre por qué tantas películas hechas por cristianos parecen pertenecer, en cuanto a calidad, al grupo de películas del tipo: “Zombis mutantes 4: la venganza”. Mientras tanto, Josué, que es judío y, por lo tanto, ignoraba gran parte de lo que los herederos más exitosos de su religión han hecho últimamente, nos miró como si estuviéramos locos.

Pero, ¿qué es todo esto del “arte cristiano”? No es fácil precisar qué significado tiene la palabra “cristiano” en este sentido, e incluso si debería usarse como adjetivo. Hablar de “película cristiana” o de “música cristiana” es como hablar de un “automóvil cristiano”. El problema surge cuando los cristianos tapan con un “Cristo te ama” su mediocridad intelectual y artística. Peor aún, el arte y la literatura cristianos muchas veces pintan un cuadro poco sincero de lo que realmente significa la vida de un cristiano. A diferencia de la cruda honestidad de la Biblia, nos muestran un mundo feliz poblado de cristianos bondadosos insípidos que ni pecan ni se esfuerzan y que, una vez que aceptan a Jesús, jamás sufren o pasan necesidades. Son lindas historias, pero no dicen la verdad y fallan en conectar con una audiencia atrapada en el mundo real.

La Biblia es una obra maestra que, a través de sus historias clásicas, su hermosa poesía, sus interesantes biografías y su sabiduría profunda, ha definido e inspirado el arte durante siglos. Y aunque haya un elitismo espiritual que va en contra de todo lo que representa el evangelio, creo que una de las mejores maneras de testificar del Creador es siendo verdaderamente creativos.

26 de febrero - Adventismo

El camino al cielo

“También sobre siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días” (Joel 2:29).

Los milleritas continuaron reuniéndose en la ciudad natal de Elena Harmon, a menudo en la casa de sus padres. Seguían haciéndose la pregunta: ¿Dónde está Dios en medio de todo esto? Y la respuesta llegó de donde menos lo esperaban.

Mientras pasaba el día en la casa de una amiga en diciembre de 1844, Elena, que para ese momento tenía diecisiete años, todavía se estaba recuperando de la tuberculosis. Apenas podía respirar acostada, pero había aceptado la invitación de su amiga a salir un rato de su casa. Cuando ella y otras cuatro jóvenes se arrodillaron para hacer el culto matutino, de repente entró en visión.

Durante la visión vio al grupo que había creído que Jesús pronto regresaría. Estaban ascendiendo por un camino de montaña, con una luz brillante resplandeciendo detrás de ellos, guiándolos. Un ángel le dijo que la luz era el mensaje del “clamor de medianoche” que Miller había predicado. El camino era peligroso, pero estarían a salvo mientras mantuvieran sus ojos en Jesús.

“Ya deberíamos haber llegado”, dijo alguien. Entonces los saludó a la distancia Jesús, de quien salía brillo, y todos comenzaron a decir a viva voz: “¡Aleluya!” Sin embargo, algunos dijeron: “Todo esto ha sido un error. Esto no es de Dios”, y comenzaron a tropezar y a caer del camino hacia la oscuridad del abismo. Los fieles siguieron adelante, sin siquiera detenerse cuando eran atacados por sus oponentes. Entonces, Elena vio lo que tanto habían esperado: la segunda venida de Jesús y la Nueva Jerusalén, con el árbol de la vida, y a sus seres queridos resucitados.

Las amigas de Elena observaban asombradas mientras ella recibía la visión. Sus ojos miraban a la distancia, y no respondía a los intentos que hacían de hablar con ella. Cuando salió de la visión, estaba muy emocionada por lo que había visto, pero abatida de haber regresado a este triste mundo después de haber vislumbrado el cielo. Se sentía también atemorizada por la responsabilidad que tenía de compartir ese mensaje de Dios.

Elena le rogó a Dios que le diera esa responsabilidad a otro, alguien más fuerte, alguien más optimista. Una semana después tuvo otra visión sobre las pruebas que le esperaban. Cuando en una tercera visión le dijo a un ángel que temía que su ego se viera afectado, el ángel le dijo que si alguna vez sentía que había algo especial en ella, su frágil salud la mantendría humilde.

27 de febrero - Biblia

Agar e Ismael – parte 1

“Sarai no podía darle hijos a su esposo Abram, pero tenía una esclava egipcia que se llamaba Agar. Entonces le dijo a Abram: ‘Mira, el Señor no me ha permitido tener hijos, pero te ruego que te unas a mi esclava Agar, pues tal vez tendré hijos por medio de ella’ ” (Gén. 16:1, 2).

La trama es digna de una telenovela. Ella hizo todo lo que le pidieron como sierva y, cuando ya no la necesitaba, su rencorosa jefa la despidió, dejándola abandonada en el desierto.

Todo comenzó cuando la esposa de Abraham no pudo seguir soportando la vergüenza de no poder tener hijos, así que le sugirió al viejo Abraham que, ya que Dios se estaba tomando su tiempo para dejarla embarazada, tuviera un hijo con su sierva Agar. Como todo lo que su sirvienta poseía era legalmente suyo, Sara pensó que un hijo de la sirvienta no representaría ningún problema.

Naturalmente, las cosas no salieron tan bien como esperaba.

Sara se sintió resentida con el embarazo de Agar, como seguramente lo estuvo con el hecho de que hubiera tenido relaciones sexuales con su esposo, el gran patriarca. Víctima de la repentina crueldad de Sara, Agar huyó al desierto, al igual que tuvieron que hacerlo muchos otros hijos de Dios en la Biblia.

Dios la encontró junto a un manantial. Y como lo hizo en muchas otras ocasiones en la Biblia cuando encontró a sus hijos huyendo por la vergüenza, Dios le hizo una pregunta afectuosa:

–¿De dónde vienes y a dónde vas?

–Estoy huyendo de mi señora Sarai –respondió la esclava embarazada.

–Regresa con tu señora –le dijo Dios–, y obedécela.

Y luego Dios hizo lo inesperado: le dio a Agar la misma bendición que le había dado a Abraham: “Aumentaré tanto tus descendientes, que nadie los podrá contar”.

Y Agar también hizo lo inesperado. Se convirtió en la única persona del Antiguo Testamento que le dio un nombre a Dios. “Eres El-Roi”, le dijo, porque, “Dios me ha visto y todavía estoy viva” (Gén. 16:8-13).

Al igual que nosotros, Agar nació en la esclavitud. Al igual que nosotros, Agar intentó hacer lo que le habían dicho que haría felices a todos, y solo recibió sufrimiento por ello. Y al igual que todos deberíamos estarlo, Agar se sintió abrumada por el increíble amor de Dios.

Continuará.

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