Kitabı oku: «La mirada neandertal», sayfa 4

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Y de nuevo, si valoramos el total de las figuras humanas representadas durante el paleolítico europeo, es curioso observar que mientras que son extrañas las figuras femeninas con el detalle de los ojos, la mayoría de las representaciones masculinas sí que dan cuenta de esta parte del rostro, lo que permite constatar la distinta forma de representar los dos sexos en el arte paleolítico, algo que no puede explicarse más que como resultado de un planteamiento cultural.

En cualquier caso, no debemos olvidar que lo esencial de estas representaciones es dar cuenta de los atributos sexuales, y que, en general y en comparación con la representación femenina, la figura masculina apenas está documentada en el Paleolítico superior inicial.

Al considerar esta baja atención por la cara y su detalle, resulta difícil valorar las primeras representaciones antropomorfas paleolíticas bajo el prisma de la representación de la belleza facial. Y no es que la cosa cambie cuando se considera la totalidad del arte del Magdaleniense, etapa que abarca del 24.600 al 15.000. Durante este periodo, en el que son más numerosas las representaciones humanas, resultan habituales los rostros de rasgos animalizados y las proporciones corporales se alejan del canon de normalidad y simetría bilateral, por lo que de nuevo resultan difíciles de asociar al concepto de belleza corporal. Sea cual fuere la intención de estas figuras, es seguro afirmar que no responden a la plasmación gráfica de un concepto de belleza.

Vista la práctica ausencia de detalles en las caras femeninas y la mínima documentación de las masculinas durante esas fechas, solo queda por analizar la importancia del criterio de neotenia en la ejecución de esas figuras. Y por no alargar excesivamente este apartado, nos limitaremos a las figurillas esculpidas del Gravetiense, pues permiten una rápida conclusión. Comenzaremos, sin embargo, por señalar que la unidad temática de las representaciones femeninas gravetienses encierra una elevada variación de formas, proporciones y detalles (Delporte, 1979). En la mayoría, al menos si nos centramos en las piezas del núcleo centroeuropeo y de la zonas francesa e italiana, concurren rasgos fisiológicos que traducen la representación de mujeres en avanzado estado de gestación y registran la huella de varios episodios previos de parto (Duhard, 1993). Lo que de nuevo nos lleva a la misma conclusión, fueran cuales fueran las razones que estuviesen detrás de la realización de las figurillas femeninas de esas fechas, la forma no responde a la idea de representación de un canon de belleza corporal en el que se resalte la nubilidad, pues también se alejan del prototipo que cabría esperar de estar reflejando la idea de juventud que sustentaría la neotenia. Otra cosa es que valoremos la atención prestada a los atributos sexuales, que parecen constituir el punto de atención de una buena parte de las figuras de cuerpo completo documentadas, hasta el punto de aprovechar en ocasiones los relieves naturales de las paredes de cuevas y abrigos para dar cuenta de falos, o de las hendiduras verticales para representar vulvas. Mientras que la representación del acto sexual está prácticamente ausente del arte paleolítico, los atributos sexuales sí que están presentes en todo tipo de soportes, y testimonian la importancia atribuida a la representación, incluso aislada, de los órganos sexuales en esas sociedades.

De acuerdo con lo señalado, no parece que en el arte paleolítico el ideal de belleza haya desempeñado un papel importante en relación con las representaciones humanas o antropomorfas, lo que incita a pensar que estas representaciones respondieron a otra intención que la de resaltar los atributos sexuales apropiados para la elección de pareja. Llegados a este punto, no está de más recordar que en todas las sociedades conocidas los aspectos sociales desempeñan un papel de primer orden tanto en la forma de percibir la belleza como en el comportamiento humano en general, de manera que en la elección de pareja no solo interviene la belleza física, sino otros atributos sociales y culturales asociados a las personas con las que nos vinculamos (Davies, 2012). Y tampoco podemos olvidar la importancia que adquiere la propia sensación de enamoramiento, un sentimiento que genera un vínculo emotivo que se ha registrado en la inmensa mayoría de las sociedades estudiadas. A nadie se le escapa la importante repercusión de este sentimiento en la cooperación de larga duración entre sexos e individuos y, de nuevo, su trascendental repercusión social y reproductiva en el proceso evolutivo humano, con independencia de la variedad de normas culturales o sociales a las que este sentimiento se pueda asociar (Buss, 2007).

Por lo que respecta a los colores, la importancia de la pintura roja no acaba de ser concluyente en las primeras etapas del arte parietal figurativo. En el arte paleolítico de Chauvet, uno de los conjuntos rupestres de mayor antigüedad, el color negro es especialmente visible en las zonas profundas de la cavidad, donde se encuentran los paneles que no solo concentran un número importante de animales, sino donde la fuerza expresiva de las composiciones tiene un fuerte impacto escénico (Tosello y Fritz, 2005). Ningún signo, sin embargo, ha sido realizado en negro, hecho que resulta especialmente importante a la hora de constatar la falta de unidad en el color empleado en lo figurativo y lo no figurativo en esta cavidad.

A decir verdad, la constatación de que rojo y negro aparecen indistintamente documentados en el arte auriñaciense, conviviendo en ocasiones en una misma figura, como es el caso de un bloque pintado de Blanchard en el que se conserva parte de un cuadrúpedo de contorno negro y relleno corporal rojo, nos indican que la preferencia por el color rojo no fue generalizada. Lo que probablemente nos sitúa ante una explicación más prosaica, relacionada tanto con la disponibilidad de materias primas colorantes, como con las preferencias culturales de los distintos grupos que fueron responsables de unas representaciones que, no lo olvidemos, remiten a un periodo de más de seis milenios, solo refiriéndonos al Auriñaciense.

Si tuviéramos que caracterizar el procedimiento gráfico del Auriñaciense, lo más sobresaliente resulta el contraste entre la silueta dibujada y la pared, resultado que se obtiene tanto mediante la aplicación del silueteado en negro o en rojo, como del raspado, técnica que generó la supresión de la pátina rocosa y favoreció un marcado contraste blanquecino de indudable efecto colorista que todavía resulta visible en algunas figuras.

En definitiva, algunos de los aspectos formales predichos por la psicología de la percepción no acaban de confirmarse en el arte del Paleolítico superior antiguo, que presenta ejemplos significativos de la importancia de la cultura no solo en la selección del color, sino en el tratamiento de la cara o la forma de representar el cuerpo, es decir, en el contenido semántico que se asocia a las imágenes representadas. Y esta constatación no resulta en modo alguno sorprendente, pues no hace más que reiterar algo a lo que también se ha llegado a través de diversos estudios centrados en la valoración de los componentes universales que algunos autores han querido ver en la apreciación estética, o de la belleza: la importancia del factor cultural o del contexto no solo en la presencia, sino en la forma en que estos rasgos se concretan en determinadas sociedades. Volveremos sobre la importancia de la cultura en la valoración del arte visual, ya que su discusión resulta fundamental ya sea desde la antropología o desde la arqueología.

Para seguir el hilo de la discusión precedente, parece razonable retroceder a los albores de los estudios psicológicos dedicados a la apreciación de la belleza para darse cuenta de los problemas y limitaciones que han acompañado las distintas propuestas de universalidad o de innatismo en su percepción. Los trabajos efectuados desde mediados del siglo pasado por autores como Eysenck, McElroy, Lawlor, Child o el propio Berlyne participan de un enfoque común, la confirmación de que los juicios estéticos se asientan sobre una estructura psicológica universal, con independencia del componente cultural. Con todo, estos trabajos experimentales, aplicados a poblaciones de distintas partes del mundo, presentan con frecuencia las mismas limitaciones metodológicas: el reducido número de individuos incluidos en los estudios y la reiterada presencia de un componente etnocéntrico, claramente basculado hacia las poblaciones universitarias de Estados Unidos e Inglaterra, donde se ubican los departamentos que han albergado este tipo de investigaciones (Henrich et al., 2010).

Los estudios de carácter transcultural basados en la experimentación proporcionan evidencia de que la preferencia estética está influenciada por un conjunto de características visuales, como la complejidad, la simetría, la proporción, la curvatura y otras variables formales colativas propuestas por Berlyne. Especialmente si tenemos en cuenta que otras especies animales, incluyendo distintos primates, muestran preferencias similares a la hora de fijar la atención visual en determinadas formas, lo que indefectiblemente remite a la existencia de procesos básicos de percepción a la hora de extraer y asignar valor a las características informativas del entorno. Sin embargo, la naturaleza precisa de la influencia de estos procesos perceptivos está lejos de haberse establecido (Che et al., 2018).

El caso de la simetría resulta especialmente ilustrativo. Es difícil sustraerse a la lógica que subyace a la relación entre la simetría corporal bilateral que impera en la mayoría de los vertebrados y el sentimiento de conformidad con el reconocimiento visual de dicho patrón por parte de nuestro sistema visual y cognitivo. Son varios los ejemplos de simetría espacial o de balance observados en los dibujos realizados por chimpancés en cautividad, tal y como da cuenta el temprano trabajo de D. Morris sobre este tema. Sin embargo, la capacidad artística de los chimpancés constituye un tema ampliamente debatido, según se contemple desde la perspectiva de la llamada estética evolutiva o desde la historia del arte, y la diferencia fundamental de las pinturas realizadas por los chimpancés con respecto a las actividades artísticas humanas no solo radica en que se trata de una conducta «inducida» en cautividad, sino en que no se realizan dibujos de carácter representativo, que simbolicen el mundo real, ni tienen valor en términos sociales o valor de refuerzo (Watanabe, 2013). En la medida en que limita el alcance de la capacidad de reconocimiento de las representaciones por parte de los chimpancés, es adecuado citar aquí la conclusión a la que llega Takanaka (2007) tras mostrar varios dibujos realistas a diversos individuos adultos y jóvenes y comprobar la falta de reconocimiento de los temas por parte de los animales que no han tenido entrenamiento previo.

Probablemente uno de los autores que mejor sintetiza esta cuestión, abordándola desde el campo de la cognición comparativa, es Watanabe, para quien en el campo de la estética es posible separar tres aspectos fundamentales: la propiedad de refuerzo, que hace referencia al aspecto sensorial; la propiedad discriminatoria, que permite categorizar y valorar; y la habilidad motriz, que permite la realización o creación. Y de acuerdo con sus trabajos experimentales, ciertos animales tienen habilidad motriz y capacidad de discriminar, pero no de disfrutar de sus productos, por lo que carecen de la propiedad de refuerzo tanto para ellos mismos como para los individuos de su propia especie.

En relación con los aspectos cognitivos de la percepción visual aplicados a la estética humana, Ramachandran5 propone la existencia de ocho leyes universales: la del agrupamiento (a partir de las formas y los colores); la del cambio máximo (vinculada a la forma en la que se reacciona a los estímulos exagerados); la del contraste (también a partir del color o la luminosidad); la del aislamiento (a partir del color, la forma y el movimiento, y la localización de la atención en un único rasgo formal, con la exclusión de lecturas alternativas); la de resolución de problemas de percepción (en la que la incertidumbre estimula la atención y genera la satisfacción de la recompensa); la de aversión a las coincidencias en formas improbables; la del orden; y la de la simetría.

Las ocho leyes tendrían un fundamento evolutivo, porque permiten al sistema visual y al cognitivo ofrecer una imagen adecuada del mundo exterior, y facilitan la identificación de recursos o peligros potenciales en el complejo entorno medioambiental en el que evolucionamos. Y puesto que facilitan nuestra supervivencia, estas leyes resultan estéticamente atractivas para nuestro cerebro, lo que explica, según este autor, su presencia en la producción artística visual. El listado, por otra parte, resulta próximo al de los principios de la percepción propuestos por la Gestalt a los que nos referimos páginas atrás, especialmente en lo que respecta a la integración y finalización de contornos y la organización de las figuras (Wagemans et al., 2012).

Estamos ante una lista de rasgos vinculados con el procesado visual perceptivo, que facilitan el proceso cognitivo de interpretación de las imágenes, que tienen un largo recorrido evolutivo que sobrepasa al de nuestra especie y que, en su conjunto, responden a las mismas reglas y propiedades que aprovechan la visión y el cerebro para procesar cualquier imagen visual, sea o no artística, y en gran medida se vinculan a los circuitos de recompensa y placer que están presentes en cualquier estímulo visual.

No resultaría extraño, por tanto, que estas leyes estuviesen presentes en las primeras imágenes visuales documentadas en el proceso evolutivo humano, aunque resulta obligado puntualizar. Y no solo porque las primeras imágenes visuales documentadas, tal y como veremos en el capítulo 3, no fueron representaciones figurativas, sino porque la presencia de esas leyes resulta desigual en las primeras representaciones figurativas documentadas.

En lo que se refiere al primer arte visual no figurativo, en un reciente trabajo centrado en la evaluación de dos piezas del Paleolítico medio de Quneitra al que nos referiremos en el capítulo 4, se ha llamado la atención sobre la presencia de los principios de similitud, proximidad, convexidad, continuidad, cierre y simetría de la Gestalt, lo que provoca una «ilusión perceptiva» consistente fundamentalmente en atribuir una forma circular acabada y simétrica a una forma que se ajusta estrictamente a esas características (Shaham et al., 2019). Si bien la identificación de esos principios no resulta tan clara en otras piezas que se tratarán con detalle en el capítulo 4, lo cierto es que no extraña que algunos de estos principios perceptivos puedan estar presentes en las primeras obras de arte visual, puesto que la apreciación de las formas visuales está estrechamente relacionada con la manera en que el sistema perceptual y cognitivo procesa las imágenes. E incluso podríamos añadir, en el caso concreto de la producción de arte visual, en la manera que captan la atención y añaden emoción a la percepción visual y su procesado.

Por lo que respecta al arte figurativo del Paleolítico superior antiguo, mientras que la ley del agrupamiento de Ramachandran no es fácil de identificar en un conjunto parietal como Chauvet, uno de los yacimientos que se relaciona con el primer arte figurativo en Europa, en paneles en los que las figuras de diversas especies se amontonan literalmente en determinados espacios, o se desarrollan sin solución de continuidad a lo largo de distintas paredes, las leyes del cambio máximo y del contraste sí que resultan habituales y especialmente significativas en las primeras etapas del arte paleolítico, en las que la figura animal es objeto de una importante exageración en determinados rasgos físicos (fig. 1).

Fig. 1. Representaciones zoomorfas sujetas al principio de exageración, con marcada desproporción anatómica. Núm. 1 y 2, Caballos 2 y 3 de la Cova de les Meravelles; núm. 3, caballo parietal de la Cova del Parpalló; núm. 4, caballo de Pech Merle; núm. 5, cabra de la Cova de les Meravelles; núm. 6, cabra de la plaqueta 16113 A de la Cova del Parpalló. Núms. 1, 2, 3, 5 y 6 según Villaverde, Cardona y Martínez-Valle (2009). Núm. 4, a partir Lorblanchet (2010).

No obstante, en determinados enclaves, donde se agrupan y en cierto modo se confunden, mezclan e integran diversas representaciones, como el «Colgante del Hechicero» de la Sala del Fondo de la cavidad, la ley del agrupamiento sirve precisamente para configurar la enigmática representación femenina que allí aparece representada. Más difícil resulta evaluar el alcance de las leyes del orden y la simetría, ya que no son formas de agrupación que estén especialmente presentes en esos mismos paneles de Chauvet, aunque sí hacen su aparición en determinadas composiciones del arte auriñaciense y gravetiense, o pueden tener ejemplos más remotos en la forma de determinados objetos del Paleolítico inferior, como los bifaces. Estaríamos, por tanto, ante la temprana aplicación de unos principios de representación que no solo favorecen la visualización, sino también las respuestas cognitivas de carácter emotivo que otorgan fuerza al arte visual.

Un caso particular, especialmente útil a la hora de dirimir si en el arte paleolítico tienen importancia los valores estéticos universales, vinculados a las reglas de percepción, lo constituye el estudio de las formas geométricas. Entre la amplia categoría de representaciones no figurativas totalmente formalizadas, conocidas como signos, el rectángulo constituye un tema cuya distribución espacial y temporal es bastante acotada. Ya sean pintadas o grabadas, las formas rectangulares aparecen documentadas en el arte parietal y mueble de las regiones cantábrica y mediterránea de la península ibérica y de Francia, lo que sugiere que se trata de una forma cargada de significación, capaz por su sola presencia de testimoniar la existencia de fuertes tradiciones culturales. Omnipresente el rectángulo como forma geométrica en numerosas decoraciones documentadas por la antropología, desde fechas muy tempranas se ha planteado la idea de que la forma y proporciones de estas figuras geométricas pudieran reflejar la llamada proporción áurea. De ser así, sería una prueba inequívoca de la universalidad del concepto de proporción, sustentada en las características de nuestro sistema visual y cognitivo. Sin embargo, los estudios antropológicos, lejos de constatar la preeminencia de esa proporción en las formas rectangulares, han mostrado una tremenda variabilidad en las proporciones de las figuras representadas, incluso por un mismo grupo étnico (Lowie, 1921). Así se explica el criticismo de van Damme (1996: 65-68) cuando repasa la bibliografía existente sobre este tema y constata la falta de confirmación en el arte visual de esa preferencia universal por ciertas proporciones.

Puesto que el conjunto de rectángulos documentados en la colección de arte mueble de la Cova del Parpalló asciende a un total de 44 ejemplares, me ha parecido oportuno averiguar qué información se podía extraer del estudio de sus proporciones, establecer el grado de variación de estos motivos y comprobar si las proporciones favorecen la idea de que estas figuras se han ajustado a un concepto universal de proporcionalidad, ajustado a la proporción áurea, o por el contrario se pueden correlacionar con la ley de la exageración. El interés de la muestra está en que su datación viene dada por la posición estratigráfica de las piezas, lo que permite situar la vigencia de los rectángulos entre hace 24.000 y 20.500 años, con una elevada concentración de piezas entre hace 23.000 y 21.000 años. Los datos obtenidos no dejan lugar a dudas. Las proporciones de los que conservan dos lados completos se alejan claramente de la que se asocia a la proporción áurea, en la que el lado menor supone un 61,8 % del mayor. De hecho, en la mayoría de los rectángulos de Parpalló la proporción entre el lado menor y el mayor se sitúa entre el 40 y 50 %, lo que indica que estamos ante piezas en las que la «rectangularidad» se acentúa mediante el alargamiento del lado mayor (fig. 2). Además, el grado de variación de las proporciones de las piezas estudiadas vuelve a ser indicativo de la inexistencia de una ley universal estética en lo que se refiere a las proporciones de las formas geométricas. Estos resultados coinciden, por otra parte, con los que pueden observar en los rectángulos representados en otros conjuntos parietales, como Altamira, Chimeneas, Castillo, Candamo, La Pileta o Cosquer.


Fig. 2. Comparación de algunos rectángulos grabados de la colección de arte mueble de Parpalló núm. 1-6 y rectángulo con la proporción áurea. Las piezas se han escalado a partir del lado mayor. Los dibujos corresponden a las plaquetas 16728 A (1), 17418 B (2), 18164 (3), 17413 A (4), 17993 (5) y 16730 A (6). A partir de Villaverde (1994).

La misma variabilidad que Lowie señala para las formas rectangulares producidas por los Shoshoni y los Crow se puede observar en el arte paleolítico parietal y mueble del suroeste de Europa, e incluso el alargamiento del lado mayor se acrecienta con respecto al que se observa en los dos grupos americanos citados. Se impone la sensación de que la ley de exageración guía, especialmente en las etapas anteriores al arte magdaleniense, las proporciones de las figuras geométricas y afecta incluso a los animales representados.

R. Latto (1995) propuso hace años el concepto de «estética primitiva», en el sentido de primaria, definido como «un estímulo o propiedad de un estímulo que es intrínsecamente interesante, incluso en ausencia de significado narrativo, porque resuena con los mecanismos del sistema visual que lo procesa». Un concepto al que también han recurrido E. Munar, G. Gómez-Puerto y A. Gomila (2014) en un trabajo dedicado a las raíces evolutivas de la estética, en este caso incluyendo aquellos estímulos concretos a los que nuestro sistema perceptivo responde de inmediato, produciendo una respuesta estética primaria. Se trata de una serie de estímulos moldeados por la evolución que constituirían a modo de «universales» estéticos en la percepción visual, y entre los cuales, además de la preferencia por la curvatura, se podrían incluir la simetría, el contraste, la preferencia por determinados colores y la complejidad.

Desde que a mediados de los años sesenta del pasado siglo I. L. Child y L. Siroto (1965) publicaran un trabajo seminal orientado a probar la universalidad de determinadas preferencias estéticas humanas a partir de la comparación de las respuestas estéticas de poblaciones de distintas tradiciones culturales, han sido numerosos los investigadores de la psicología de la percepción que han centrado su estudio en determinar qué características básicas de los estímulos visuales podrían contribuir a generar una respuesta estética compartida por la humanidad. Las líneas, los colores, la orientación y el diseño o los patrones de representación han sido analizados bajo este prisma y se ha propuesto que existen preferencias por determinadas características especiales, como la curva frente al ángulo, la regularidad frente a la irregularidad, o el contorno definido frente al ambiguo. Se trata de preferencias que no son específicas de un único dominio, término que en la psicología cognitiva se emplea para denominar las distintas categorías de problemas que un individuo debe afrontar lo largo de su vida, y por lo tanto tienen un mayor interés en relación con las preferencias estéticas universales. Desde la «teoría del procesado eficiente», que en realidad agrupa las teorías del procesado fluido de la información visual y de su codificación eficiente, se ha propuesto que aquellos rasgos que facilitan la identificación, simplificando los problemas perceptivos, poseen un componente hedónico, ya que el cerebro se ve recompensado por el placer de una percepción sencilla, y por lo mismo generan un comportamiento positivo con respecto al estímulo. Desde ese planteamiento, la estética sería un subproducto de adaptaciones en el cerebro del perceptor para procesar ciertos estímulos visuales o auditivos, y generar atracción por ellos (Renoult, 2016).

Aunque no son especialmente numerosos los trabajos que se hayan planteado evaluar el grado de aplicación a estos «universales» estéticos al conjunto del reino animal, lo cierto es que algunos experimentos con primates u otros animales parecen confirmar que tanto la preferencia por las curvas, la delimitación de los contornos y la simetría, por precisar algunos ejemplos, confirman la ubicuidad de la atracción por esos componentes de la imagen visual. Lo que, en definitiva, enlaza con la idea de que tienen un fundamento en las características del sistema perceptivo y cognitivo y que en muchos casos probablemente la explicación esté en su carácter facilitador de un procesado fluido de las imágenes visuales. En el campo de la estética humana, esta forma de entender los universales enlaza bastante bien con la propuesta de Ramachadran vista con anterioridad, cuando relaciona la apreciación estética con un conjunto de leyes que rigen la percepción visual. De todo ello podemos deducir que el principio de exageración prima, como ley universal de percepción, sobre el de determinada proporcionalidad, todo ello adecuadamente aderezado por el papel desempeñado por la experiencia acumulada, tanto individual como cultural, que es la que a fin de cuentas guía la elaboración del arte visual.

Al igual que pasó al valorar el grado de cumplimiento de los principios propuestos por la psicología evolutiva en las primeras representaciones del arte visual del paleolítico, cuando se comparan algunas de las preferencias estéticas propuestas que se han enunciado líneas arriba los resultados no son concluyentes, al menos en lo que respecta al grado de correlación entre las preferencias y el tipo de imágenes que se realizaron. Bastará con poner un par de ejemplos: la preferencia por las curvas y la simetría.

Las primeras representaciones documentadas en el Paleolítico no fueron figurativas y en ellas predominan los componentes lineales rectilíneos. En el cómputo global de temas documentados en distintos tipos de soportes, en torno a algo más de una cincuentena de piezas, apenas algunos casos ofrecen temas curvilíneos u ondulados. Los estrictamente curvos se limitan a dos piezas de Quneitra, un yacimiento de Oriente Próximo ya citado líneas arriba y al que nos referiremos con mayor detalle en el capítulo 3. Los haces de líneas rectas, paralelas o entrecruzadas, y los reticulados constituyen los temas hegemónicos en las primeras manifestaciones gráficas del arte visual.

En cuanto a la simetría, del inventario de representaciones que preceden al Paleolítico superior, el número de temas que se ajustan a un eje de simetría son también contados. En todo caso, al estar muchas piezas fracturadas, se trata de una característica que resulta muy difícil de determinar, pero en las formas completas, sea cual sea la manera de ver la pieza que se elija, no es fácil observar la existencia de un eje de simetría definido. La sensación que se desprende es la contraria, la de que este aspecto no fue buscado en las representaciones no figurativas que preceden al Paleolítico superior.

Incluso en el Paleolítico superior, si prescindimos del tratamiento de las formas humanas y animales, el mundo de los signos presenta tal variedad de líneas, patrones y composiciones que resulta imposible de juzgar de acuerdo con esos dos parámetros estéticos o perceptivos. Atendiendo tan solo a la angulosidad frente a la curvatura del contorno, de los treinta y dos tipos de signos geométricos que von Petzinger (2017) ha establecido en el arte paleolítico de Europa suboccidental, solo doce pueden calificarse como estrictamente curvilíneos. En otros sistemas de clasificación, con mayor número de variantes y tipos, el predominio de las formas lineales y angulares es también evidente. Así, en la clasificación de Leroi-Gourhan (1971), incluso en los temas que este autor consideró inicialmente como signos de carácter femenino y, por tanto, aquellos en los que cabría esperar una mayor incidencia de la curva, solo responden a esta forma once de las veintiséis variantes establecidas. En el caso de los signos que consideró masculinos, en las doce variantes el predominio de la linealidad es absoluto, con muy pocas subvariantes dotadas de cierta curvatura en alguna parte del tema.

Que el atractivo por la curva o la simetría no se corroboren en el arte paleolítico no figurativo es algo que no contradice la existencia de estos factores universales en relación con la facilidad de percepción. Y a nadie puede extrañar que las mismas poblaciones que se sujetan a experimentación de la percepción estética y muestran preferencia por la curva vivan en mundos en los que el arte o la arquitectura ofrecen innumerables ejemplos de angulosidad. Bien podríamos decir que la angulosidad constituye un elemento visual dominante en nuestro mundo urbano occidental.

Una cosa es plantear que el procesado de las formas curvas o simétricas sea más sencillo en términos perceptivos y cognitivos y otra atribuir un carácter estético a esta característica. Si en términos culturales, la función de las imágenes visuales es la de transmitir información, resulta forzado pensar que esta deba guiarse exclusivamente por criterios de facilidad de procesado. El planeamiento subyacente a la expresión gráfica puede ser mucho más complejo, y el recurso a formas angulares o no simétricas puede constituir, además de un estímulo intelectual de descifrado, un fin vinculado al propio componente del mensaje (atención, prescripción, temor, rechazo, dificultad de percepción, etc.). No parece tampoco posible reducir el predominio de la angulosidad a patrones de construcción decorativa carentes de valor artístico, por circunscritos al mundo de la artesanía, pues esos mismos patrones no están desprovistos de contenido semántico y están fuertemente enraizados en las tradiciones culturales de las que forman parte. Todo ello sin olvidar el carácter artificioso de tal distinción. Por ejemplo, en algunas piezas óseas y de asta del armamento magdaleniense, las decoraciones curvilíneas y rectilíneas alternan en distintos periodos y zonas, lo que demuestra el componente cultural de la elección.

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