Kitabı oku: «Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988)», sayfa 3
30 Sheryll Cashin, The Failures of Integration: How Race and Class Are Undermining the American Dream (New York: PublicAffairs, 2004). Gary Orfield y Susan E. Eaton, Dismantling Desegregation: The Quiet Reversal of Brown v. Board of Education (New York: The Civil Rights Project at Harvard University, 1996). James T. Patterson, Brown v. Board of Education: A Civil Rights Milestone and Its Troubled Legacy (New York: Oxford University Press, 2001). Gary Orfield y Chungmei Lee, Racial Transformation and the Changing Nature of Segregation (Cambridge, MA: The Civil Rights Project at Harvard University, 2006). Erica Frankenberg, The Segregation of American Teachers (Cambridge, MA: The Civil Rights Project at Harvard University, 2006).
31 Atacadas en numerosas ocasiones en Cortes Federales y en el Congreso por “discriminar a la mayoría blanca”, estas leyes pretendían asegurar a grupos minoritarios un trato igualitario amén de su raza, religión, sexo o nacionalidad a través del establecimiento de cuotas para contrataciones laborales y admisiones universitarias. Estas políticas fueron muy criticadas e incluso cuestionadas en el ámbito jurídico, a nivel estadual y federal. Sus grandes críticos se ampararon en lo que denominaron “discriminación inversa” y “preferencias injustificadas”. Según ellos, la obligación de cumplir con una cuota para favorecer a las minorías en su proceso de movilidad social actúa en detrimento de candidatos blancos más calificados.
32 Francis Fox Piven y Richard A. Cloward, op. cit., X.
33 Singh, por su parte, refiere a la Long Civil Rights Era como el “extended period of struggle over the place of Black Americans in national life between 1930s and 1970s”, Nikhil Pal Singh, op. cit., 2.
34 John Dittmer, Local People: The Struggle for Civil Rights in Mississippi (Urbana: University of Illinois Press, 1994). La importancia de la obra de Dittmer es destacada por Jeanne Theoharis y Komozi Woodard, quienes afirman que “Dittmer’s book did much more than simply add new characters to the story; it rewrote the story, changing the timing of the beginnings and endings, the gender and class composition of the social forces, the power dynamics, the aims of the struggle, and finally shifting the center of action from Washington, D.C., to the grassroots”; Jeanne Theoharis y Komozi Woodard (eds.), Groundwork: Local Black Freedom Movements in America (New York: New York University Press, 2005), 5.
35 Timothy Tyson, “Robert Williams: ’Black Power,’ and the Roots of the African American Freedom Struggle”, Journal of American History, 85.2 (1998), 541. Sundiata Keita Cha-Jua y Clarence Lang critican esta corriente del largo movimiento al considerar que sus premisas derrumban esquemas de periodización, borran diferencias conceptuales entre tendencias dentro del movimiento negro y desdibujan distinciones regionales. Sundiata Keita Cha-Jua y Clarence Lang, “The ‘Long Movement’ as Vampire: Temporal and Spatial Fallacies in Recent Black Freedom Studies”, The Journal of African American History (92), n° 2 (2007), 265. Por nuestra parte, no consideramos esta crítica como enteramente válida. Las diferencias entre las tendencias del movimiento no desaparecen, sino que se ponen en perspectiva dentro de un proceso histórico más amplio, destacando y encontrando puntos de diferencia y contacto entre los distintos procesos regionales que la experiencia de lucha afro-estadounidense desarrolló.
36 Jacqueline Dowd-Hall, op. cit., 1239.
37 Algunos destacados trabajos en este campo son los de William H. Chafe, Civilities and Civil Rights: Greensboro, North Carolina, and the Black Struggle for Freedom (New York: Oxford University Press, 1981). Michael K. Honey, Black Workers Remember (California: University of California Press, 1999). Matthew J. Countryman, Up South: Civil Rights and Black Power in Philadelphia (Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 2006). Paul D. Moreno, Black Americans and Organized Labor: A New History (Baton Rouge: Louisiana State University Press, 2006). Jeanne Theoharis, “From the stone the builders rejected: towards a new civil rights historiography”, Left History (12.1) (Spring-Summer 2007).
38 David Danzing, “El movimiento por los derechos civiles”; en Seymur Melman, et. al, Estados Unidos ante su crisis (México: Siglo XXI Editores, 1967).
39 Con la asunción del nuevo Congreso en enero de 2019, el porcentaje de representantes afro-estadounidenses ascendió de 8.9% a 10%, con respecto a la composición previa. El número total de representantes negros, de cualquier afilación partidaria es de 55-57. Amanda Shendruk, “Our calculator will tell you how much of Congress looks like you”, Quartz, 8 de noviembre de 2018, https://qz.com/1450214/how-the-2018-midterms-shaped-the-demographics-of-the-116th-congress/ (consultado en 26 Dic. 2018).
40 Matt Bai, “Is Obama the end of Black Politics?”, The New York Times, 10 Ago 2008, http://www.nytimes.com/2008/08/10/magazine/10politics-t.html?pagewanted=all (consultado en 14 Jul. 2010).
41 Robert C. Smith, “Politics is not enough: The Institutionalization of the African-American Freedom Movement”; en Ralph Gomes y Linda Faye Williams (ed.), From Exclusion to Inclusion, The Long Struggle for African-American Political Power (Westport: CT: Praeger, 1992), 119.
42 Stephen Tuck, “We are taking up where the Movement of the 1960s left off: The proliferation and Power of African American Protest during the 1970s”, Journal of Contemporary History (43) N° 4 (Sage Publications, 2008), 640.
43 Manning Marable, Race, Reform and..., op. cit., 126.
44 Francis Fox Piven y Richard A. Cloward, op. cit., 253.
45 “By the mid-1970s (…) Radicalism and militancy were defeated. There was no longer a need to march in the streets against the policies of big-city mayors, because blacks were now in virtually every municipal administration across the nation. (…) Black freedom would become a reality through gradual yet meaningful reforms within the existing system”; Manning Marable, Race, Reform and Rebellion…, op. cit., 149-150.
46 Creemos importante aclarar que si bien reconocemos la relevancia de las organizaciones políticas afroestadounidenses de envergadura en el período (iglesias negras, la NAACP, la NUL, el CORE, la SCLC, la Rainbow/Push Coalition, el Congressional Black Caucus), no nos enfocaremos en su labor y accionar más que en forma tangencial y en función de la lucha y activismo de los movimientos de base considerados.
Racismo y raza
¿el motor de la historia de los Estados Unidos?
Aproximación a la interrelación
entre los conceptos de racismo, raza y clase en el devenir histórico estadounidense (siglos XVII-XX)
La raza – que por otra parte nadie sabe bien en que consiste – no explica absolutamente nada.
Milcíades Peña, 19701
Mi viejo estaba tan lleno de odio [hacia los negros] que no se daba cuenta que lo que lo estaba matando era ser pobre.
Mississippi Burning, 19882
Partiendo de la premisa de que sin una teoría orientadora difícilmente se podrá explicar la historia, en el presente capítulo desarrollaremos un análisis del surgimiento, evolución y reconfiguraciones del racismo y de la noción de raza en el devenir histórico estadounidense, como parámetro para el desarrollo de relaciones de dominación (política, económica, social, e ideológico-cultural). Se analizará tanto la centralidad de las elaboraciones discursivas e institucionales de la noción de “raza” en la historia estadounidense, como el rol central que adquirió la ideología de supremacía blanca en la conformación de los Estados Unidos como república independiente. Se definirán las características del racismo institucional estadounidense desde la revolución de independencia hasta mediados del siglo XX, para dilucidar qué tan intrincados se encuentran los conceptos de racismo, raza y clase en la historia de los Estados Unidos, y cómo delimitaron e influenciaron el accionar de la comunidad negra a la hora de esbozar sus estrategias de lucha de base colectiva. Por último, se esbozará una breve historia del movimiento por los derechos civiles que ubique el análisis del proceso histórico y de los estudios de caso propuestos en esta obra en un contexto general.
Raza como construcción
Corría el año 1977. Susie Guillory Phipps, ante la necesidad de tramitar su pasaporte, solicitó al registro civil de Louisiana una copia de su partida de nacimiento. Fue cuando descubrió, consternada, que según la Oficina estadual del Censo para el estado ella era una persona negra. Descendiente de un plantador francés (John Gregoire Guillory) y de una de sus esclavas (Margarita), se le asignó más de 200 años después la categoría de “persona de color” de acuerdo a una ley de 1970 (cuando el movimiento negro por los derechos civiles se perfilaba ya como una supuesta “victoria ideológica” sobre el racismo de la sociedad estadounidense) que reforzó la noción de que aquel que tuviese al menos 1/32 de sangre negra (“una gota”) sería considerado “de color”.
Phipps inició una demanda judicial para que se modificara su clasificación racial. En el juicio, un genealogista contratado por el gobierno de Louisiana determinó que Phipps tenía 3/32 de sangre negra, por lo que debía ser considerada como tal. En 1982 la Corte Suprema estadual, en un resonante fallo, convalidó la ley de 1970 y sentenció que la clasificación racial en base a la “gota de color” era constitucional. Habiéndose creído blanca durante toda su vida3, Phipps se convirtió, sentencia judicial mediante, en una persona de raza negra.
Ya fuese desde el ámbito legal, científico, filosófico o religioso, históricamente se trataron de establecer definiciones de raza y caracterizarlas de manera tal que se pudiera clasificar a las personas en categorías estancas. La historia de Phipps sugiere que los seres humanos no pertenecemos a una raza determinada, sino que se nos asigna una categoría prescrita que, en el caso estadounidense, está dada por el color de la piel y la ascendencia. Sólo eso podría explicar cómo los que son considerados “negros” en los Estados Unidos (todos aquellos que tengan “una gota” de sangre negra), no lo sean en otros países como Brasil, dónde – dado el alto índice de mestizaje de la población y la existencia de categorías raciales auto-identificativas – la mayoría de la población es “blanca” o “morena”, y “negros” pueden ser todo o ninguno4. En definitiva, se trataría de una cuestión de percepción acorde a un contexto dado. Como diría el politólogo brasilero Fábio Reis “pensar que cualquier persona con una gota de sangre negra es negro, es lo mismo que considerar a cualquier persona con una gota de sangre blanca, blanco”5.
Desde el primer censo poblacional realizado en 1790, las categorizaciones raciales han cambiado incontables veces en los Estados Unidos. Antes del moderno movimiento por los derechos civiles, las categorías raciales predominantes eran principalmente dos (blanco/negro), sólo con algunas excepciones. “Blanco” refiere a aquel de “ascendencia europea, del Norte de África o Medio Oriente… tales como irlandeses, alemanes, italianos, libaneses, árabes, marroquíes, o caucásicos;” y “negro” designa a los descendientes de “cualquiera de los grupos raciales negros de África”.6 Y entre ellos, una serie de variantes ubicadas entre ambos polos (mulattos, quadroon, octoroon, melungeons) que desaparecieron hacia 1900 cuando se estableció el binomio clasificatorio W/B (White/Black). En 1977, el gobierno federal implementó la Office of Management Budget (O.M.B) Directive 15, un modelo para recopilar datos censales que consideró cuatro “razas”: amerindia, asiática o de las islas del Pacífico, negra y blanca, a las que se agregaron dos “grupos étnicos”: hispanos y no-hispanos, los que podían tener cualquier identidad racial.7 Estos dos “grupos étnicos” contaban con una característica particular: los “hispanos” sin “evidente” ascendencia indígena o negra eran “blancos en algún sentido, pero aún podían ser considerados como un ‘otro’”8. En 1994, tres estados establecieron la polémica categoría “multirracial” en formularios públicos y educativos para los descendientes de matrimonios “mixtos”. Para el censo del año 2000, se definieron no cuatro sino siete categorías mutuamente excluyentes: blanco, negro o afro-estadounidense9, amerindio o nativo de Alaska, asiático, nativo de Hawái u otras islas del Pacífico, “alguna otra raza, y dos o más razas. La categoría “dos o más razas” representa a todos los encuestados que declaran pertenecer a más de una raza”10. Fue ese año que la Oficina del Censo de los Estados Unidos reconoció que las categorías raciales “generalmente reflejan una definición social de raza reconocida en este país que no se ajusta a criterios biológicos, antropológicos o genéticos”11.
Si estas categorías raciales no responden a criterios biológicos, antropológicos o genéticos, hemos de interrogarnos a qué responde su surgimiento, evolución y pervivencia. Objeto de continua impugnación sobre su definición y significado, estas categorías raciales se fueron transformando y haciéndose cada vez más específicas y taxativas. Esto demuestra que “raza” como categoría explicativa, no define o por sí sola explica determinados procesos históricos, sino que es un concepto que, al decir de Barbara J. Fields, debe ser “explicado”12.
Entendemos raza como una construcción histórica, producto de una estructura dada por relaciones socio-económicas y de poder político, de dominación y explotación, establecidas en un momento histórico determinado y sustentada por una ideología racial. La noción de raza se encuentra intrínsecamente ligada a la de clase social, por lo que la idea de lucha de clases resulta esencial para entender la centralidad del racismo y de la raza en el devenir histórico estadounidense. Mientras que raza se utilizó como categoría para referir a la existencia de diferencias “innatas” que naturalmente distinguen y separan a los seres humanos en distintivos grupos “raciales”, en los Estados Unidos la raza negra se presentó como una construcción convertida en consenso hegemónico basada en la idea de que negro es todo aquel con algún rastro de ascendencia negra africana. Determinada según la “regla de una gota”, se trata de una categoría social y culturalmente construida que otorga y determina un status definitivo en la sociedad.
Esta regla de la “gota de color” como factor determinante de la raza, y esta última como determinante de la posición social, sufrió alteraciones a lo largo del tiempo. Y fue a través del sistema jurídico-legal que se racionalizó en una ideología racial de supremacía de la raza blanca que prescribió que grupos y según qué características serían portadores de beneficios o castigos en función de esas mismas características distintivas13.
En 1662, la colonia de Virginia, en aras de reforzar la institución de la esclavitud a través de la subyugación de la población de una determinada ascendencia y/u origen, y preservar la pureza racial de la otra, estableció lo que llamaron one-drope rule al instituir que cualquier persona con sangre “mixta” heredaría la condición racial de la madre. Esta ley fue pensada estrictamente para definir la situación legal de los hijos de plantadores blancos y esclavas negras, usualmente producto de violaciones y relaciones sexuales forzadas14. Con este precedente, en 1664 la colonia de Maryland aprobó una ley que determinó la condición de “esclavo de por vida”, igualmente siguiendo la línea materna. Dos décadas después, una ley de 1682 convirtió en esclavos a todos los sirvientes nocristianos importados. Dado que solo indígenas y africanos encajaban en esta descripción, y que en 1667 se había establecido ya que la conversión al cristianismo no modificaba la condición de esclavo, esta ley permitió el desarrollo de la esclavitud sobre un fundamento “racial” (en este caso, religioso)15. Fue debido a esta legislación que indígenas y negros pasaron a ser considerados como parte de una misma “clase” de personas. Posteriormente, en 1691 se ilegalizó la liberación o emancipación de los esclavos, y simultáneamente se autorizó la captura y venta en calidad de esclavo de todos los negros, mulatos e indios emancipados. Hacia comienzos del siglo XVIII, la colonia de Virginia definió a cualquier “hijo, nieto o bisnieto de un negro” como mulato (1705), categoría que hacia mediados del siglo XIX cayó en desuso. Ese mismo año, una ley no sólo prohibió a los esclavos poseer bienes personales, sino que transformó a los negros esclavizados en “propiedad heredable”, equiparable a otros bienes muebles e inmuebles. A los negros libres se les vedó legalmente el ejercicio del poder político, de adquirir propiedades o de servir en la milicia. Así, mientras los negros libres perdían derechos adquiridos y la negritud se asociaba cada vez más a la esclavitud y a las condiciones (socio-económicas, políticas y culturales) que aparejaba, los blancos adquirieron ciertos “privilegios” que claramente comenzaron a asociar con su “condición de ser blancos”. En 1866 se decretó que “toda persona con una cuarta parte o más de sangre negra sería considerada persona de color. En 1910 el porcentaje cambió a 1/16 de sangre negra, y en 1924, con la sanción de la ley de Pureza Racial de Virginia, se definió que una persona negra era aquella con cualquier rastro de ascendencia africana. La “regla de una gota” surgió como una regla inventada para determinar quién era negro y quien no lo era. Según estas modificaciones, una misma persona podía automáticamente cambiar de raza. Siguiendo a la jurista Dorothy Roberts,
soy afro-estadounidense bajo una regla, soy blanco bajo la otra. ¿Mis genes cambiaron? No. Sólo la regla. Es una regla inventada. (...) la ciencia está redefiniendo la noción de raza… “raza” es una categoría política o social, pero redefinida como categoría biológica inscripta en nuestros genes. (…) “Raza” como una categoría política que realmente tiene un impacto social... pero no porque esté inscripto en nuestros genes, sino por las desigualdades sociales creadas por estas divisiones raciales. (...) “Raza” tiene un significado cuando nos referimos a ella a nivel social e implica una división política inventada para mantener un orden racial desigual.16
Si bien la raza humana es una sola y biológicamente no está dividida en razas distinguibles, la raza como sistema de clasificación apela a diversas distinciones biológicas / físicas para diferenciar socialmente quien pertenece a una u otra “raza” con objetivos meramente políticos17. Pero históricamente también se recurrió a otros indicadores para ayudar a determinarla, tales como el comportamiento, el lugar de residencia, el origen nacional, la religión y las tradiciones culturales. Así, un conjunto de indicios biológicos, físicos, sociales y culturales son los que ayudan a decidir quién pertenece a qué raza.18 Sin embargo, el hecho de que los seres humanos se encuentren divididos en razas en un sentido político (y no biológico), no significa que las razas no sean reales: existen en tanto sistema de agrupación de los seres humanos.19
De la colonia a la independencia
Como referimos previamente, en el caso estadounidense hemos de remontarnos a la época de la colonia para ubicar el surgimiento de la raza como elemento central en una cosmovisión del mundo que permitió explicar por qué algunos hombres eran libres (blancos) y otros no lo eran (negros). Para los sociólogos Michael Omi y Howard Winant, en esta cosmovisión, raza se presenta como una construcción socio-cultural dada por relaciones sociales de poder específicas en un contexto histórico dado que evolucionó en función de cambios históricos determinados. Los procesos históricos “forman, transforman, destruyen y reforman” las nociones de raza y las categorías raciales que llevan aparejadas. En continua transformación, la raza no es una entidad fija sino un conglomerado de significados que confiere un significado racial a las identidades, las prácticas y las instituciones, y aparece como principio organizativo fundamental de las relaciones sociales20.
Al momento en que empieza a configurarse la noción de raza el sistema de producción esclavista en los Estados Unidos se encontraba afianzado y en pleno funcionamiento, sin necesariamente una justificación que lo sustentara. Para Fields, esto responde a que raza, más que una mera justificación para un naturalizado sistema de producción esclavista, surgió como una invención, una ideología, que nació en un momento histórico discernible, creada social e históricamente por un grupo particular que sustentaba el poder, y con ello una visión de la realidad, de las relaciones socio-económicas y del ejercicio del poder político. Una vez más, eso no quiere decir que la raza sea irreal: todas las ideologías son reales en el sentido de que son la personificación de reales relaciones sociales.21
Este “grupo particular”, una clase dominante de propietarios de esclavos (encarnada en los Padres Fundadores) estaba compuesta por una minoría blanca aristocrática de plantadores que impuso el tono social al resto de la sociedad blanca (pequeños propietarios, campesinos, trabajadores agrícolas y blancos pobres, al igual que a la burguesía financiera ligada a los plantadores). Esta minoría blanca aristocrática era portadora “de valores y de actitudes sociales propias y distintas… que les daba un nivel de autoconciencia que los convirtió en partidarios de un sistema social de tipo distinto”22. Ahora bien ¿cómo logró la ideología de esta minoría – una ideología de supremacía de la raza blanca – transferirse y ser adoptada como propia por los blancos pobres, no propietarios e incluso por la burguesía? ¿Cómo fue posible que determinadas solidaridades raciales superaran a la conciencia de clase que podían compartir grupos raciales diferentes, enmascarando la lucha de clases en los Estados Unidos?
Tomamos la idea de solidaridad racial (en contraposición a la de solidaridad de clase) del historiador afro-estadounidense Manning Marable, quien la utilizó para referir a los grupos de diversos orígenes étnicos, que hablan distintos idiomas y tienen distintas culturas pero que “comparten la experiencia de la desigualdad”, es decir, que pertenecen a la misma clase social, a pesar de lo cual no hay unidad entre ellos. La retórica de la solidaridad racial en tanto “representación simbólica” puede usarse para enmascarar contradicciones y divisiones de clase en comunidades raciales y étnicas, y puede ser manipulada para apoyar los intereses de los grupos de poder. De la misma manera, la lucha de clases tiende a quebrar la solidaridad racial.23 En este sentido, fue el racismo lo que permitió una “coalición de intereses” entre la elite blanca y los blancos pobres, contribuyendo a suprimir conflictos de clase y desalentar alianzas y acciones de resistencia colectiva. Es por ello que, atinadamente, el historiador Eugene Genovese supo obvervar que “si no se comprende la legitimidad de su ideología, no será posible realizar una estimación de la fuerza de su sistema y sus formas peculiares de dominio de clase”24.
Edmund Morgan, en su clásica obra Esclavitud y Libertad en los Estados Unidos, se remontó a fines del siglo XVII para establecer una relación dialéctica entre esclavitud, libertad y racismo.25 El autor entiende que el racismo (en tanto justificación del sistema de relaciones de dominación que la esclavitud como sistema de explotación implicaba) fue el que permitió nivelar y equiparar las relaciones socio-políticas entre “libres” de distintas clases sociales – léase pequeños agricultores blancos pobres y grandes plantadores blancos ricos – y evitar la lucha de clases entre ellos. A partir del estudio de las relaciones sociales, de dominación política y explotación económica en la colonia de Virginia, Morgan afirma que entre 1580 y 1680 siervos escriturados blancos (primigenia y principal mano de obra en las primeras décadas de historia colonial) y esclavos (quienes constituyeron una pequeña proporción de la fuerza laboral hasta 1680) trabajaron codo a codo e interactuaron en situación de igualdad socio-política y económica.
En las colonias inglesas de América del Norte existieron dos formas de subordinación y dominación de la mano de obra: servidumbre por contrato y esclavitud. Los “siervos escriturados” estaban atados por contratos de una determinada cantidad de años – que podían prolongarse si el siervo cometía, a juicio de su patrón, algún “delito” – que estipulaban que, durante la duración del mismo, éstos últimos se quedaban con todo lo que los siervos producían y sólo debían proveerles comida, ropa y techo. Solían cumplir períodos de trabajo más largos que sus pares en Inglaterra, y disfrutaban de menor dignidad y protección en términos legales y consuetudinarios. “Se los podía comprar y vender como ganado, raptarlos, robarlos, apostarlos en juegos de cartas o darlos como indemnización – incluso antes de su arribo a los Estados Unidos-… Se los golpeaba, mutilaba y asesinaba con impunidad”26.
Morgan destaca que a fines del siglo XVI y principios del XVII, era difícil distinguir entre siervos y esclavos no sólo por el tipo de trabajo que realizaban, sino por el trato que se les dispensaba. Ni la piel blanca ni su posible origen británico o europeo protegieron a los siervos de las formas más brutales de explotación. Mientras perdurase el contrato, el siervo se transformaba en una cosa: una mercancía que tenía precio, de la que se abusaba con intolerable opresión y duro uso. En un comienzo, las condiciones en las que vivían los siervos fueron extendidas a los esclavos negros, para luego convertirse en más represivas para estos últimos. La gradual y posteriormente masiva sustitución de siervos por esclavos hacia fines del siglo XVII y comienzos del XVIII fue aliviando la amenaza que representaban los libertos (pobres, sin propiedades o capital), y eventualmente le puso fin: la cantidad de hombres que recuperaban su libertad fue disminuyendo a medida que descendía el número anual de sirvientes importados.27 Sin embargo, hay indicios de que los dos grupos en un principio consideraron que compartían los mismos problemas, y dado que sus condiciones de vida y trabajo eran bastante parecidas, que pertenecían al mismo estrato social. “Los criados negros y blancos huían juntos, dormían juntos y cuando hacía falta se unían en contra de los poderosos campeones de la autoridad establecida”28.
Durante el siglo XVII y las primeras décadas del XVIII, el poder se ejerció a través de relaciones de dominación de clase sobre blancos y negros por igual, y eran los derechos de propiedad los que otorgaron poder y acceso al sistema político. En un principio, siervos, esclavos y libertos gozaron de derechos que en el siglo XIX les serían negados incluso a los negros libres. Las relaciones se nivelaron a posteriori recurriendo al racismo como ese instrumento ideológico que permitió hacer desaparecer las diferencias de clase. En palabras de Morgan, “los pequeños agricultores tenían una razón para considerarse iguales a los grandes (…) la pequeña porción de propiedad humana [esclavos] del pequeño agricultor lo colocaba del mismo lado de la cerca que el gran plantador, a quien regularmente elegía como protector de sus intereses… percibían cierta identidad común con los grandes plantadores porque la tenían… Ninguno era esclavo. Y ambos eran iguales en no serlo”.29
Durante el siglo XVII, la posibilidad de que blancos pobres y descontentos se unieran a los negros para derrocar el orden establecido fue más temida que la de una posible rebelión esclava. Antecedido por una serie de levantamientos populares (la “conspiración de los sirvientes” de 1661 en protesta por las insuficientes raciones de comida, fue seguida de al menos diez revueltas en las que participaron tanto esclavos como sirvientes), ese temor a la lucha de clases pareció verdaderamente fundado cuando se sucedió la rebelión liderada por Nathaniel Bacon. En 1676, Bacon, un freeholder (propietario) de la frontera indígena y funcionario gubernamental de Virginia (era consejero real del gobernador William Berkeley), lideró un levantamiento de colonos de clase baja (blancos pobres y negros libres, sin tierras, disconformes y armados)30 en contra del gobierno colonial y su política de reparto de tierras, comercial y diplomática hacia los indios.31 En este contexto, el rechazo a la política de la elite se transformó en odio racial: el racismo, dirigido en un principio hacia los indígenas debido a la lucha por la distribución de los recursos (principalmente la tierra) fue utilizado como herramienta para separar a los blancos libres de los negros (libres y esclavos) con quienes podían hacer causa común, absorbiendo el miedo y desprecio que la clase gobernante sentía por las clases bajas. Así, fue de un “muro de desprecio racial” compuesto de la arrogancia y auto-impuesta superioridad racial de los ingleses, que emergió una ideología unificadora de la elite y blancos pobres que permitió garantizar la paz social y superar la lucha de clases.32
Pero además de quebrar la solidaridad de clase entre blancos y negros pobres, la clase dominante debió asegurarse que los negros libres nunca llegasen a ser socialmente iguales a los blancos. Ser negro tenía que ser sinónimo de esclavo, más allá del estatus de libre o no libre de los afro-descendientes. Otorgarles mayor libertad a los hombres blancos requirió quitársela a los negros porque era inconcebible que ambos pudiesen encontrarse en condiciones de igualdad.33 A través del racismo se buscó fortalecer un orden social que alivió las cargas sobre un grupo de trabajadores (los blancos pobres) y exponencialmente aumentó las de otros (los negros). Para ello, la clase dirigente de Virginia proclamó que todos los hombres blancos eran superiores a los negros y ofreció a sus “inferiores sociales” blancos ciertos beneficios que antes les habían negado. La elite englobó a indios, mulatos y negros (esclavos y libres) en una única clase paria, y en una única clase dominante a grandes y pequeños plantadores blancos34 para generar un sentimiento de identificación y solidaridad racial. La libertad e igualdad de los blancos (independientemente de su clase social) pasó a reposar sobre la subyugación de los negros: lo que igualaba a los primeros era el poder, privilegio y posición que tenían sobre los segundos (libres y/o esclavos), la clase social más explotada, desposeída y pobre de la colonia.35