Kitabı oku: «Una historia del movimiento negro estadounidense en la era post derechos civiles (1968-1988)», sayfa 4

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“Libertad” (política y cívica) y “ciudadanía” pasaron a ser nociones altamente dependientes de leyes que, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, buscaron proteger el privilegio de la población blanca masculina. Dividieron a la clase trabajadora (compuesta por afro-descendientes libres y esclavos, indígenas y blancos pobres) según el color de la piel y la ascendencia. En The Invention of the White Race, Theodore Allen plantea que se necesitó crear una forma de control social para que los blancos libres fuesen separados de los trabajadores negros, velar por la seguridad y hegemonía de la agricultura capitalista y crear un contexto de estabilidad social. Destacando también a la rebelión de Bacon como el momento clave en el que el racismo pasó a ser el elemento central para mitigar la lucha de clases, el autor identifica una marcada tendencia a promover “un orgullo de la raza entre los miembros de cada clase de la población blanca. Ser blanco otorgaba la distinción del color, incluso a los siervos agrícolas euro-estadounidenses, cuya condición, en algunos aspectos, no distaba mucho de la verdadera esclavitud”36.

El control social se convirtió en un instrumento central para entender el surgimiento del concepto de whiteness o de la “condición de ser blanco” como elemento que otorga un cierto status social o privilegio dentro del conjunto social. Richard Dyer afirmó que la “condición de ser blanco” ha sido terriblemente eficaz para la formación de coaliciones de grupos con intereses dispares. Mucho más efectiva que la clase social, el ser blanco permitió que – a pesar de las diferencias culturales y/o nacionales – distintos grupos actuaran en contra de sus intereses clasistas.37 Dado que ser blanco conlleva ciertas recompensas y privilegios, y determina una posición en la jerarquía social, disfrutar de sus atributos generó ciertas dinámicas para preservar o determinar quiénes serían los portadores de esos privilegios. Por ello, dadas las ventajas de ser blanco en términos de poder, privilegio y bienestar material, “vale la pena luchar por quien es considerado blanco y quien no – luchar para excluir a algunos y estratégicamente incluir a otros”38.

Por su parte, la historiadora Barbara J. Fields rastrea el surgimiento de las nociones de raza e ideología racial en una época posterior y bajo premisas diferentes a las postuladas por Morgan. Para la autora, el racismo no surgió como consecuencia de un rechazo o “desprecio racial” de un grupo (blancos) hacia otro/s (indígenas o negros), sino como una justificación necesaria de la idea de que los colonos ingleses blancos gozaban de una “libertad natural e inalienable” que era negada a aquellos de ascendencia africana. Esta ideología racial “propiamente estadounidense” surge en un momento fundacional para la nación, la revolución de independencia:

la “libertad” no llegó a ser posible para los estadounidenses de ascendencia europea hasta que se instituyó la esclavitud para los estadounidenses afrodescendientes, se definió a estos últimos como una “raza” y se identificó su inferioridad innata como justificación o racionalización de su esclavitud. Fue durante la Revolución Norteamericana que esta ideología surgió en el debate entre opositores y defensores de la esclavitud, por lo que fue en aquella época en la que nacieron lo que denomino los “gemelos siameses”: la democracia y el racismo estadounidense. No digo que la ideología racial se desarrolló como justificación de la esclavitud. La idea de que la esclavitud es un sistema moralmente erróneo y que practicarla requiere una elaborada justificación es una visión muy moderna, porque la esclavitud ha sido una forma característica de organización social durante gran parte de la historia de la humanidad. Sólo en tiempos relativamente modernos los seres humanos vieron la necesidad de encontrarle una justificación. En cambio, durante mucho tiempo la dieron por sentada (…) A mi juicio, fueron circunstancias excepcionales las que condujeron a que se creyera necesario justificar la esclavitud más allá del sentido común. Así, la preeminencia de la libertad, y no la esclavitud, fue lo que creó la extraordinaria situación que demandó la increíble invención que representa la ideología racial estadounidense. (…) Los portadores naturales de esa libertad inalienable, al mismo tiempo que mantenían negros como esclavos, vieron a la “raza” como una verdad evidente en sí misma.39

Fields refiere a una paradoja histórica: la condición necesaria para el surgimiento del racismo que dio origen a la noción de raza, fue la idea de “igualdad de todos los hombres”. En las sociedades basadas en la presunción de desigualdad se genera una estructura jerárquica aceptada como natural que ni siquiera los miembros de los estratos inferiores ponen en entredicho. Así, no se plantea la necesidad de justificar la posición de los subordinados en función de alguna característica específica que los haga menos meritorios que el resto. Sin embargo, al asumir la sociedad una aceptación de principios “radicales” de libertad e igualdad como derechos naturales e inalienables del hombre, se hizo “necesario” atribuir a determinados grupos – aquellos a los que sistemáticamente se les negaban esos “derechos inalienables a todos los hombres” – diferencias que los hacían inferiores. Es decir, el racismo surgió como resultado de la contradicción entre los principios igualitarios y el trato excluyente de determinados grupos, y de la necesidad de justificar su sometimiento a condiciones de servidumbre, separación forzada o marginación. En palabras de la autora, “cuando existen leyes obvias de la naturaleza que garantizan la libertad, solo leyes igualmente obvias de naturaleza igualmente obvia pueden justificar negarla”.40

En el contexto al que Fields refiere, además de debatirse cuestiones apremiantes como la forma de gobierno de la naciente república, se planteó la espinosa cuestión de la abolición de la esclavitud, qué hacer con los negros libres, cómo integrarlos (de hacerlo) a la vida socio-económica y cívica, qué derechos otorgarles, cómo considerarlos jurídicamente y cómo regular las relaciones entre las razas. Fue en este marco que “los principios democráticos colapsaron y la supremacía blanca se hizo presente”.41 Incluso, aquellos que se manifestaban a favor de la emancipación, o referían a la conveniencia de una gradual liberación de los esclavos, lejos estaban de pensar en integrarlos a la vida socio-política de la nueva república.

La filosofía más expandida hablaba de emanciparlos y “devolverlos a su tierra”. Thomas Jefferson y sus escritos sobre la raza constituyen un ejemplo perfecto de dicha racionalización de una ideología racial a fines del siglo XVIII. Jefferson, poseedor de más de 600 esclavos y padre biológico de algunos de ellos,42 estaba convencido tanto de los beneficios económicos de la esclavitud como sistema de producción43 como de su conveniencia moral dada la inferioridad innata de los afro-descendientes. Jefferson no creía en la posibilidad de una sociedad racialmente integrada en la que los negros fuesen sujetos libres de pleno derecho, sino que consideraba que – de liberarlos – debían vivir en una sociedad separada. Desde su perspectiva, las diferencias naturales y los recelos generados por 400 años de relaciones de opresión producirían divisiones y conflictos que sólo conducirían al exterminio de una u otra raza. En Notes on the State of Virginia (1787), menciona numerosas razones (políticas, físicas y morales) por las que los negros no podían ser incorporados a la sociedad como ciudadanos de pleno (o restringido) derecho: “los negros, ya de por sí una raza distinta, son – en cuerpo y mente – inferiores a los blancos (...) Esta desafortunada diferencia en el color de la piel, y tal vez en las facultades mentales, es un poderoso obstáculo para su emancipación (...) Cuando sean libres, deberán ser removidos y alejados de la posibilidad de mestizaje o integración”.44

Las consideraciones de Jefferson no eran más que el reflejo de la visión de la elite de la época. Hacia 1790, se popularizó la idea de que el Congreso debía adquirir una colonia en África y disponer el traslado de los negros que quisieran obtener su libertad, demostrando que el sentimiento anti-esclavista era una cosa y la integración racial, otra. Hasta el gran emancipador de los esclavos, Abraham Lincoln, fue un ferviente creyente en la ideología de la supremacía de la raza blanca, rechazó la idea de la igualdad social de las razas45, compartió la convicción de la mayoría de sus contemporáneos de que los negros no podían ser asimilados a la sociedad blanca46, y apoyó proyectos de emigración de negros libres a otros territorios47. Cuando asumió como presidente en 1861 declaró en su discurso inaugural no tener intención alguna de interferir con la institución de la esclavitud y se comprometió a apoyar y hacer cumplir la legislación vigente sobre la captura y restitución de esclavos fugitivos48. Aún después de firmar la Proclama de Emancipación (1863) – una estrategia política pensada más en términos militares que raciales49 – para Lincoln seguía siendo inconcebible pensar a los negros como política y socialmente iguales a los blancos. Los negros nunca estarían en condiciones de igualdad ante sus superiores raciales, por lo que una vez liberados debían ser “enviados a su tierra natal” y evitar así toda posibilidad de integración o amalgama social. Esto evidencia, como afirmara Theodore Draper, que “de Jefferson a Lincoln, la colonización fue la solución favorita del hombre blanco para el problema negro”50.

A partir de lo planteado, vemos como el concepto de raza representa una racionalización de un sistema de opresión, explotación y dominación elaborado en contextos particulares, fuertemente enraizado en las estructuras de poder de la clase dominante blanca y determinado por el color de la piel y la ascendencia. Ser “negro” en los Estados Unidos se determinó según un conjunto de estructuras sociales y económicas de subordinación, racionalizadas y justificadas por una ideología de supremacía de la raza blanca. Históricamente, el significado y la realidad concreta de la raza fueron un producto de la dominación de clase: al mismo tiempo que se inventa la raza blanca dominante, se inventa la raza negra dominada. Una no puede existir sin la otra. Pero al mismo tiempo, como destacó Manning Marable, para los afro-estadounidenses la raza pasó a ser un lugar de resistencia51.

Nos interesa particularmente la idea de “raza como lugar de resistencia” ya que a partir de ella podemos entender la historia afro-estadounidense como una de lucha por los espacios de poder político y económico, contra la subordinación y subyugación de un grupo sobre otro. La historia de los negros en los Estados Unidos es una historia de resistencia (política, económica, cultural, de acción directa, de rebeliones y violentos levantamientos armados) contra las formas retóricas, estructurales e institucionales del racismo blanco.

Racismo, ideología racial y raza

Como venimos vislumbrando, raza no es lo mismo que racismo, y la distinción entre ambos no es menor. A pesar de ser en ocasiones tomados como sinónimos, no refieren ni pretenden explicar lo mismo. Barbara Fields entiende racismo (en tanto sistema de creencias y actitudes que otorgan especial importancia a las diferencias “raciales”) como la asignación de personas a una categoría inferior, y la determinación de su condición social, económica, cívica y humana sobre la base de que una raza es superior a otra y debe dominarla. El racismo, primero y principal una práctica social52, adquiere poder en cuanto adopta la forma (teórica y práctica) de disposiciones institucionales, legales y sociales que perpetúan la subordinación y explotación del grupo dominante sobre el grupo dominado.

Dado que la esclavitud permitió definir una concepción racialmente excluyente de la libertad, para Fields (poniendo en juego los mismos conceptos que Morgan) es en la necesidad de resolver la contradicción entre ambos (esclavitud y libertad, ésta última como derecho natural e inalienable del hombre blanco53) que el racismo de los colonos ingleses dio lugar a la noción de raza: la esclavitud de los negros fue interpretada como consecuencia de su inferioridad innata. En la cosmovisión de los colonos, la población negra era esclava porque era naturalmente inferior, y son percibidos como inferiores aquellos que de por sí son vistos como oprimidos54. Si hubiese sido a la inversa, y la raza se hubiese entendida como racismo, la esclavitud, en lugar de algo que los esclavos eran, se hubiese evidenciado como algo que los esclavistas hacían. En pocas palabras, el racismo de la elite colonial (blanca) dio lugar a una ideología racial que creó una categoría (raza) para explicar/justificar la situación política y socio-económica de un determinado grupo que experimentaba una opresión y explotación sistémica (los negros).

La ideología racial y la raza pasaron a ocupar un lugar central en la legitimación del poder de la clase dominante blanca. Gracias a su funcionalidad para racionalizar intereses colectivos de clase, el racismo, la ideología racial y la raza otorgaron la justificación necesaria en las coaliciones de clase que gobernaron los Estados Unidos, permitiendo fragmentar a los sectores dominados (incluyendo a los blancos pobres) según criterios raciales55, distrayéndolos para reconocer las estructuras de poder, privilegio, explotación y desigualdad. Así, las solidaridades raciales históricamente atentaron contra las solidaridades de clase. La raza se afianzó como una construcción ideológica que justificó y legitimó la dominación de un grupo sobre otro, demarcando la famosa línea de color que separó a blancos de ascendencia europea, anglosajona y protestante (los “blancos puros”) de otras razas “inferiores”. El racismo, por caso, se presenta como el fenómeno histórico que marca la construcción, reconstrucción, reproducción y evolución de la ideología racial.

En esta ideología, el privilegio que otorga la condición de ser blanco dependió de la exclusión de un otro no-blanco cuya definición estuvo sujeta a constantes transformaciones. Como retomaremos más adelante, celtas, eslavos, judíos, ibéricos, nórdicos, italianos, irlandeses pasaron de ser considerados “no-blancos” a incorporarse a la raza blanca y adoptar los privilegios que ésta otorga. Ello evidenció a la raza como un símbolo de la desigualdad que fue evolucionando para convertirse en una noción cada vez más restringida y taxativa. Al tiempo que, en contextos determinados, distintos grupos se incorporaban a la raza blanca, las sub-categorías que existían dentro de la raza negra (black, mulatto, quadroon, octoroon) fueron lentamente desapareciendo en favor de la categorización “negro” según la regla de una gota. Y como lo demostró el caso Phipps, aun a fines del siglo XX, fue necesario reforzar la idea de que basta una gota de sangre negra para quedar en el bando de los excluidos, reafirmando la noción de que en los Estados Unidos “un solo bisabuelo negro es suficiente para definir a una persona como negra, mientras que siete bisabuelos blancos son insuficientes para clasificarla como blanca”56.

La discusión sobre cómo, por qué y en qué medida distintos grupos inmigrantes y de trabajadores fueron considerados blancos o “se convirtieron” en blancos, ha ocupado un papel destacado en el debate entre historiadores de los estudios del trabajo y de la raza. Robert H. Zieger señala que, aunque el tema generó intensas polémicas, el punto en el que todos coinciden es que fue la negritud (blackness o la condición de ser negro) lo que definió por la negativa a la condición de blancos: “la premisa básica de que los afroestadounidenses han sido considerados como un ‘otro’ no-blanco en toda la historia estadounidense”57. Antes de seguir adelante, creemos necesario aclarar que no pretendemos ignorar las experiencias y trayectorias históricas de otros grupos raciales o étnicos en los Estados Unidos (indígenas, latinos, asiáticos, etc.) y nos centramos en la comunidad negra porque entendemos que la experiencia de los afro-descendientes definió y continúa definiendo los contornos fundamentales del racismo y de la raza en los Estados Unidos58.

Institucionalización y evolución del racismo en los Estados Unidos

En esta instancia, es importante clarificar qué entendemos por “racismo institucional” y como se convirtió en parte inherente del estado y sociedad estadounidenses. Stokely Carmichael y Charles Hamilton, destacados líderes del Student Non-Violent Coordinatting Committee (SNCC) y referentes del Poder Negro, acuñaron el término en 1967 para referir a “los actos de toda la comunidad blanca contra la comunidad negra” que se originan en el predominio y activa pervivencia de actitudes, prácticas y políticas originadas “en el funcionamiento de fuerzas establecidas y respetadas de la sociedad” que perpetúan la subordinación de los negros.59

Por “racismo institucional” referimos a la capacidad de las clases dominantes de, en distintos momentos históricos, utilizar todas las herramientas del poder local y nacional para llevar a la práctica y perpetuar una ideología racial que les permita mantener a los grupos “racialmente inferiores” en situación de opresión, manteniendo y preservando la dominación, privilegio y acceso a los recursos de los sectores dominantes60. Cuando la ideología racial se convierte en parte integral de las estructuras económicas, políticas y sociales del estado, y domina las prácticas sistemáticas de instituciones públicas y privadas, empresas y del mercado de trabajo, hablamos de racismo institucional.

El caso estadounidense representó un estadio superior en la institucionalización del racismo. Marable afirmó que los Estados Unidos evolucionaron históricamente hasta devenir en un Estado Racista-Capitalista: un estado cuya estructura socio-económica y política se caracteriza por ser eminentemente racista, capitalista y comprometida con una forma de democracia burguesa limitada.61 En este tipo particular de estado, el racismo se “institucionaliza” con el objeto no sólo de preservar y perpetuar el privilegio y poder de la clase dominante, blanca por antonomasia, sino de asegurar la acumulación de capital. El racismo, una construcción con lógica propia, es parte inherente y se encuentra profundamente enraizada en la estructura política, socio-económica y cultural estadounidense:

Los límites de nuestra propia piel se convierten en el crudo punto de partida para negociar el acceso al poder y a los recursos en una sociedad construida en base a jerarquías raciales. A lo largo de varios siglos, se construyó una montaña de desventajas acumuladas, un gran monumento a la búsqueda de la desigualdad y la injusticia que para la mayoría de los negros estadounidenses es el sello característico de nuestra “democracia”.62

Este estado racista-capitalista perpetúa y continuamente reproduce el racismo, la ideología racial y diferentes nociones de raza (incluso creando nuevas categorías) convirtiéndolo en estructural, sistémico y manifestándolo a través de sus instituciones. En esta misma línea interpretativa, Michael Omi refiere a esta institucionalización del poder en términos raciales como un poder racializado y a la importancia de discernir entre la relación entre raza y racismo, estando atentos a las transformaciones en la naturaleza del “poder de la raza”. Según Omi, la distribución del poder y su expresión en las estructuras, ideologías y prácticas en distintos niveles institucionales, se encuentra “significativamente racializado” en la sociedad estadounidense. “Así, los cambios en lo que a raza implica son indicativos de las reconfiguraciones en el carácter del poder racializado y hacen hincapié en la necesidad de cuestionar conceptos específicos del racismo”63.

Marable refiere a cómo la institucionalización de este “poder racializado” se da a través de la sanción de leyes que determinaron las categorías raciales en la sociedad estadounidense. En lo que se nos presenta como una interesante conjunción entre los postulados de Morgan y Fields, Marable sostiene que antes de la revolución de independencia las leyes coloniales buscaron perpetuar la supremacía de la clase dominante. Su propósito ulterior era el de suprimir a la clase baja de trabajadores y pequeños agricultores, tanto blancos como negros, y preservar el poder de la élite local de plantadores y comerciantes. Dado que en el proceso la mayoría blanca también fue privada de sus derechos políticos por no cumplir con los mínimos requisitos de propiedad, “blancos y negros pobres a veces cooperaron entre sí para desafiar al statu quo político conservador. La Revolución dividió profundamente a la élite colonial blanca y desató un movimiento popular y democrático entre las clases bajas”.64

En este contexto de lucha de clases, la institucionalización del racismo se produjo rápidamente. En la Convención Constituyente de 1787 se determinó, en lo que fue el Compromiso de los 3/5, que por cuestiones impositivas y de representación política, un esclavo sería considerado “como 3/5 de un hombre libre”.65 La Constitución se encargó luego de proteger los derechos de la clase esclavista, condonando y legalizando tanto la esclavitud como el comercio de esclavos: en su artículo 1, sección 9, estipuló que “la migración o importación de personas que cada estado considere apropiado admitir no será prohibida antes del año 1808, aunque se podrá imponer un impuesto a esta importación, que no excederá los 10 dólares por persona”. La esclavitud no solo quedó legalizada sino que se la reforzó, al fomentar el incremento del comercio de esclavos antes 1808 cuando se abría la puerta a su posible prohibición. Por su parte, el artículo 4 allanó el camino para la sanción de las leyes de esclavos fugitivos de 1783, al exigir la devolución a su dueño de todo esclavo recapturado, y prometió asistencia federal a los estados en los que se sucedieran rebeliones de esclavos.

Seguidamente, en 1790, una ley limitó el derecho de naturalización sólo a “personas blancas libres” de “buen carácter moral”, excluyendo a libertos, esclavos, y más adelante, inmigrantes de origen asiático66, y en 1792 se sancionaron las primeras leyes segregacionistas específicamente dirigidas a negros libres. Gradualmente la mayoría de los estados limitaron o vedaron los derechos electorales de los negros libres que aún gozaban de esa prerrogativa, e incluso se les prohibió ejercer ciertas actividades económicas, oficios y profesiones: se les negó el derecho a adquirir tierras, se les prohibió hospedarse en hoteles y comer en restaurantes. Se impusieron requisitos de propiedad y alfabetización para dificultarles el ejercicio de sus derechos políticos, y en algunos estados como Pensilvania e Indiana directamente se les prohibió votar. En 1805, Maryland inhibió a los negros libres de vender trigo, maíz o tabaco sin una licencia estadual, atentando contra su fuente de trabajo y progreso económico. En 1807, Ohio aprobó una ley obligando al empadronamiento de los negros previo pago de 500 dólares, lo que condujo a que muchos abandonaran el estado. Solo podían contraer matrimonio con autorización previa, se les prohibió demandar a, o testificar contra, personas blancas, se determinó legalmente que las mujeres esclavas “no podían ser violadas” (avalando situaciones de violencia de género y criminalizando posibles denuncias o acciones legales). Algunos estados como Alabama aprobaron leyes que ordenaban dar 100 latigazos a cualquier esclavo que supiera leer o escribir, e impusieron restricciones para imposibilitar el derecho al voto y la afiliación sindical.

Si bien la tendencia no podía ser más clara, el sistema se reforzó con un fallo de la Suprema Corte Federal de Justicia que, a mediados del siglo XIX, sentó precedente e implicó un verdadero hito en la racionalización y legitimación de la teoría de inferioridad racial de los negros. En 1857, en Dred Scott vs Sandford, directamente se negó el derecho de ciudadanía a los negros, fueran o no esclavos. Este caso es históricamente emblemático porque ofreció una definición restrictiva de ciudadanía67, determinó la condición cívica de los negros libres (negándosela) y – en consonancia con ello – clarificó y legalizó las premisas básicas de la ideología racial estadounidense, estableciendo jurídicamente la inferioridad de los negros68.

Dred Scott, un esclavo que infructuosamente había tratado de comprar su libertad, inició en 1846 una demanda judicial para obtenerla, alegando que su traslado y permanencia en territorios “libres” (en Illinois primero y Wisconsin después) lo habían emancipado a él y a su familia, convirtiéndolos legalmente en personas libres incluso después de regresar al estado esclavista de Missouri.69 Cuando el caso llegó a instancias de la Corte Suprema, ésta resolvió negarle la libertad aduciendo una simple premisa: Scott era negro, condición que por sí sola le negaba la libertad y el derecho de reclamarla.70 Por un lado, la Corte catalogó jurídicamente a los esclavos como “bienes muebles heredables”. Por otro, calificó a los negros (libres o no) como ineptos para la ciudadanía en tanto “seres de un orden inferior y, en conjunto, no aptos para asociarse con la raza blanca, ya sea en las relaciones sociales o políticas, y en tanto inferiores, carentes de derechos que deban ser cumplidos o respetados por el hombre blanco”.71

A pesar de todo esto – y como lo demuestra la iniciativa de Scott –, los negros se resistieron y lucharon contra todo este sistema de dominación, opresión y racismo institucional. Lo hicieron cotidianamente en sus lugares de trabajo y residencia (recurriendo al sabotaje y al boicot de tareas, disminuyendo ritmos de producción, destruyendo herramientas de trabajo, aduciendo enfermedades e inclusive apelando a la automutilación y al suicido), huyendo y convirtiéndose en fugitivos, refugiándose en comunidades cimarronas (maroon o runaway slave communities), luchando por ejercer sus derechos electorales donde legalmente podían hacerlo, protagonizando rebeliones y levantamientos armados, y a través de otras incontables formas de resistencia política, cultural, social, religiosa e institucional. Herbert Aptheker, en su clásica e importante obra American Negro Slave Revolts (1943) le dio su lugar en la historia a las aproximadamente 250 formas de resistencia protagonizadas por esclavos entre 1526 y 1860, incluyendo las revueltas armadas de Cato (1739), Gabriel Prosser (1800), Denmark Vessey (1822), Nat Turner (1831) y Cinque (1840)72.

Siguiendo a Marable, estas formas de resistencia fueron – a grandes rasgos – expresiones de dos enfoques políticos o estrategias distintivas, pero aun así superpuestas, a la dominación blanca y la opresión negra: ‘inclusión’ o integración, y ‘autonomía’ o nacionalismo negro.73 La primera, encarnada en la figura de Federick Douglass, la segunda en Martin Delany. Douglass, un esclavo que obtuvo su libertad al escapar al norte, se convirtió en líder abolicionista y luchó por la eliminación de las barreras legales, ideológicas, políticas y económicas que impedían el progreso de los negros. Abogó por la integración racial en escuelas, instituciones y espacios públicos, y por la educación de los negros. Ello no implicó – a pesar de lo que ciertos autores han referido – que la propuesta de Douglass sugiriese necesariamente la aculturación afro-estadounidense, sino que apuntó a la incorporación de los negros como ciudadanos de pleno derecho. Para Douglass, era a través de canales políticos que los negros podrían obtener el poder para convertirse en parte del sistema institucional, la cultura política y la sociedad civil estadounidense. En su visión, la integración racial era sólo una estrategia para la consecución de un objetivo mayor.

Por su parte, Delany, un negro libre que entre muchos de sus logros fue médico, periodista, militar y político, abogó por la emigración de los negros a otros territorios de Centroamérica y el Caribe o África. Contrario al integracionismo de Douglass, Delany propuso una estrategia de resistencia colectiva basada en la identidad y solidaridad racial: crear organizaciones e instituciones políticas negras, desarrollar una economía autosuficiente “de los negros para los negros”, y adoptar el modelo de la revolución y república de Haití como ejemplos de autodeterminación.74 Amén de las posturas contrapuestas en relación a tácticas y estrategias de lucha, Douglass y Delany estuvieron en estrecho contacto y trabajaron en forma conjunta, incluso en la consecución de sus debates y polémicas, en torno a dilucidar cuál era la mejor forma de resistencia para el movimiento negro estadounidense.

El fin de la esclavitud y la reconfiguración del racismo institucional

La Guerra Civil (1861-1865) fue uno de esos momentos de crisis para las relaciones raciales que condujo a transformaciones en las formas y prácticas de la ideología racial, y a una reconfiguración de esas relaciones conducente a la preservación del statu quo y a la preeminencia de la ideología de supremacía blanca y subordinación negra. Si bien la guerra buscó más preservar a la Unión que poner fin a la esclavitud, fue durante el conflicto bélico que Lincoln firmó la Proclama de Emancipación (1863), un hito que dio lugar a numerosas controversias y debates sobre la situación política y socio-económica de los esclavos.

Pero no sólo la guerra sino el período de la Reconstrucción (1863-1877) significaron un punto de inflexión para la ideología racial. La historiografía toma como válida la periodización propuesta por el historiador Eric Foner, cuya historia de la Reconstrucción no comienza en 1865 con el fin de la guerra, sino con la Emancipación, enfatizando su relevancia a la hora de unir dos aspectos importantes, el activismo de base de los negros y el nuevo poder del estado nacional, para indicar que la Reconstrucción no fue sólo un período de tiempo determinado, sino “el comienzo de un extenso proceso histórico: el de la adaptación de la sociedad norteamericana al fin de la esclavitud”.75 El autor toma como hitos la proclama de emancipación de los esclavos en 1863 y el Compromiso de 1877, que estableció el retiro de las tropas unionistas de los estados sureños encargadas de imponer y hacer cumplir las medidas del gobierno federal durante la posguerra. En conjunto, inauguraron el período en el cual los Estados Unidos debieron reajustarse a la abolición de la esclavitud como sistema de producción económica y organización socio-política: descifrar qué lugar ocuparían y qué significaba la adquirida libertad de los ex esclavos y sus descendientes en una sociedad organizada y pensada en términos y jerarquías raciales.

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723 s. 6 illüstrasyon
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9788491345848
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