Kitabı oku: «Discursos de España en el siglo XX», sayfa 3

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O conduce a la sinceridad del ya anciano Largo Caballero cuando al ser liberado en 1945 del campo de concentración de Orianenburg, escribe su «Carta a los trabajadores españoles» y considera necesario dedicar un apartado al «orgullo de ser español»: «cuando se está fuera de España se comprende su grandeza (...), cuanto más lejos y más tiempo me encontraba fuera de ella con mayor fuerza se afirmaba en mi espíritu el sentimiento patriótico (...), cuando más comparaba otros pueblos con el que yo nací, más se agradaba mi orgullo de ser español; la grandeza de España la comprendemos mejor fuera que dentro», anunciando y prefigurando otro tema, que puede quedar para otra ocasión, como es el de la intensificación de los sentimientos nacionalistas en el largo exilio subsiguiente a 1939. Unos años antes, al redactar en 1941 su testamento y hacer balance de su vida, aquel temible Lenin español declaraba que no había tenido nunca otra religión «que el ser buen socialista, buen esposo, buen padre y buen español»: «quiero volver a España aunque sea muerto, adonde he nacido y he desarrollado todas mis actividades para hacerla grande moral y materialmente (...). Realmente, hasta que se vive en la emigración forzada, no se comprende bien lo grande y hermosa que es España».[27]

La identidad nacional, política y cultural, siempre estuvo más presente en la realidad de votantes y militantes socialistas que en los programas de los dirigentes y de las organizaciones. Pero la Guerra Civil alimentó y estimuló extraordinariamente el discurso nacionalista entre todos los actores de la contienda, incluidas las fuerzas del Frente Popular y las organizaciones socialistas, necesitadas de construir un discurso fuertemente movilizador. Los estudios más recientes subrayan cómo ambos bandos compartían una fe similar en la existencia de un ente colectivo, España, de antecedentes milenarios. Los dos estados contendientes, así como sus ejércitos, merecían sobradamente el calificativo de nacional. «Los españoles, eran, para ambos, un pueblo de existencia immemorial cuyo rasgo más notable era haber luchado una y otra vez a lo largo de la historia para afirmar su identidad e independencia contra diversos y constantes intentos de dominación extranjera», un relato y un mitologema compartidos por todos y reforzados por la necesidad adoctrinadora y movilizadora de los contendientes.[28]

El editorial del primer número del ABC madrileño y republicano de 26 de Julio de 1936 titulaba y calificaba el conflicto desatado por la insurrección de «Segunda Guerra de la Independencia». El discurso nacionalista republicano se acentuó manifiestamente a lo largo de la guerra, sobre todo en los momentos en los que la situación militar de la República se hacía más angustiosa. Los verdaderos españoles eran los defensores de la legalidad republicana, que se enfrentaban a extranjeros, antinacionales y traidores a la patria. Incluso en ámbitos catalanes se luchaba «por la independencia de España, por la República y por Cataluña», lema habitual en la propaganda del PSUC.

Hasta los anarquistas cayeron en la tentación de presentarse como la parte más pura y gloriosa de la tradición ibérica, un potente movimiento revolucionario netamente español, netamente ibérico, para diferenciarse también de los comunistas prosoviéticos o de los liberales francobritánicos; utilizaron también la retórica sobre la Guerra de la Independencia y decían de sí mismos que no eran nacionalistas pero se reconocían como «antifascistas dispuestos a reconquistar la España Nueva» (Federica Montseny).

Las guerras, como había sucedido en Europa veinte años antes y pronto se iba a repetir, operaban como situaciones que simplificaban brutalmente las complejidades identitarias reduciéndolas a formas elementales y comunes. El discurso nacionalista es simplificador por definición y resultó adecuado para la persuasión, la movilización y la propaganda. En este sentido se desplegó una fuerte veta nacionalista en la propaganda republicana, socialista, obrera, también comunista, durante la Guerra Civil, aunque el discurso movilizador nacionalista iba acompañado de la insistencia en otros valores o símbolos, los de progreso, libertad, democracia, igualdad, revolución, etc., compartidos por las izquierdas republicanas y profusamente utilizados por los gobiernos y las organizaciones socialistas.

Durante la Guerra Civil ambos bandos recurrieron «a la retórica y al discurso nacionalista como vehículo de movilización, y como una estrategia racional, no sólo para agrupar y cohesionar a sus seguidores alrededor de principios comunes con alta carga emocional, sino también para enmascarar sus contradicciones y divisiones políticas y sociales internas» (Núñez Seixas). La apelación al patriotismo como argumento movilizador y legitimador también tenía que ver con la incorporación a filas de soldados procedentes de levas obligatorias con un adoctrinamiento político precario, cuando no inexistente, y a quienes, como hoy a los norteamericanos en Irak, lo más cómodo era explicarles que luchaban por la patria y por la nación. No hay que olvidar que en la zona republicana, en la que se intensificaba el discurso patriótico de alto contenido emocional dirigido a reclutas ajenos, en su mayoría, a cualquier formación o encuadramiento sindical o político, los gobiernos de guerra estaban dirigidos por el Partido Socialista. El presidente Negrín reforzó, por convicción y por estrategia, el mensaje nacionalista y patriótico, hasta el extremo, como testimonia Zugazagoitia, de afirmar que «no estoy haciendo la Guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la Guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza...». La Guerra tuvo un efecto (re)nacionalizador indudable en el conjunto de la sociedad.[29]

Esta insistencia propagandística en el tema patriótico revela un grado de nacionalización popular superior al que han creído detectar algunos historiadores. Los dirigentes consideraban que el discurso nacionalista y la retórica patriótica eran adecuados a las circunstancias. Quizá los franquistas se supieron aprovechar todavía mejor del fervor nacionalista propio de la Europa de la época, pero también fue la oportunidad para que la izquierda obrera y socialista completara su proceso nacionalizador. Lo mismo habían hecho los partidos socialistas europeos de los países beligerantes durante la Primera Guerra Mundial. La diferencia era que el icono de alteridad, entre nosotros, era un connacional, cuando no un conocido, vecino o pariente.

Como es sabido, son los historiadores los que mejor han acertado siempre a codificar y difundir los códigos nacionalistas vigentes a partir de una reconstrucción del pasado imaginario de las naciones, de modo que un historiador socialista español de los años treinta o cuarenta puede constituir una buena vía de aproximación a esa «nación de los socialistas» difundida y compartida en la cultura de las organizaciones socialistas y sus áreas de influencia. Ese historiador se llama Antonio Ramos Oliveira (1907-1975), militante socialista y ugetista, escritor, joven periodista corresponsal de El Socialista en el Berlín de los últimos días de Weimar, quien, a finales de los años cuarenta trabajaba en la preparación de su conocida Historia de España, tres volúmenes publicados en México en 1952, de los cuales el tercero se ocupa de la España contemporánea.[30]

Su consulta nos proporciona la primera sorpresa al comprobar que el primer epígrafe de la introducción al conjunto de la obra lleva precisamente el rótulo de «Nación e historia», en cuyo contenido subyace una concepción esencialista de España y de su historia: «en España inician cartagineses y romanos la segunda Guerra Púnica (...). Sobre España descarga el islam toda la energía de su expansión...», hasta tal punto de que, «en rigor, la Historia de España no la han hecho los españoles más que en una mínima parte»..., una visión en cuyo trasfondo estaba la experiencia de la internacionalización de la Guerra Civil y el traspaso de las responsabilidades de la derrota, por acción o por omisión, a las potencias europeas; «el rumbo peculiar que la ocupación musulmana impuso a España la quebrantó y descompuso como nación, e hizo imposible para lo futuro, quizá para siempre, la reaparición de una nación regularmente constituida», prosigue, respirando por la herida de la derrota y del pesimismo del exilio. En el contexto de los primeros años cuarenta, preparando y escribiendo su Historia de España, Ramos Oliveira sostenía que al general Franco lo habían elevado al poder las potencias extranjeras, como en 1823 auparon a Fernando VII, cuando toca reforzar la condena y el aislamiento del régimen en la primera posguerra europea. Según el historiador y militante socialista lo que mejor podía haber fundido la identidad nacional y la identidad socialista hubiera sido esa revolución española que nunca llegó a comparecer en el pasado: «al pueblo español se le ha negado el derecho a la revolución, es decir, el derecho a cambiar la clase directora».

El nacionalismo historiográfico de Ramos Oliveira recogía la tradición liberal y republicana y no se diferenciaba sustancialmente del que reflejaban, por esta misma época, Claudio Sánchez Albornoz o Menéndez Pidal. Si acaso era más comprensivo hacia el reconocimiento de identidades territoriales en los estatutos de autonomía aprobados por la II República, e incluso contemplaba la identidad catalana desde la afirmación de dos axiomas: la existencia de una nación catalana y la inevitabilidad de su destino histórico español.

Ésta es la tradición con la que han contado el Partido y los gobiernos socialistas, desde 1975, para emprender y desplegar la relegitimación democrática del nacionalismo español de raíz liberal, progresista y laica que naufragó en la derrota del 39, sustentada ahora en la democratización, modernización y europeización del estado y de la sociedad, en una concepción de España como «nación de naciones», o bien como «nación de ciudadanos», propugnando alguna especie de patriotismo cívico posnacional, aunque compatible con el énfasis en potentes marcadores culturales, con la lengua castellana al frente... «No cabe duda de que en los últimos treinta años la izquierda ha reinventado la nación española en la mente de millones de españoles». [31]

[1] «Obgleich nicht dem Inhalt, ist der Form nach der Kampf des Proletariats gegen die Burgeoisie zunächts ein nationaler».

[2] A. Elorza y M. Ralle, La formación del PSOE, Ed. Crítica, Barcelona, 1989; M. Pérez Ledesma, El obrero consciente, Alianza Ed., Madrid, 1987; S. Juliá, Los socialistas en la política española, Taurus, Madrid, 1997; revista Ayer, 54 (2004), dosier «A los 125 años de la fundación del PSOE. Las primeras políticas y organizaciones socialistas»; S. Juliá (coord.), El socialismo en las nacionalidades y regiones, Ed. P. Iglesias, Madrid, 1988.

[3] Simbología y lenguaje de ambas fiestas en L. Rivas, Historia del 1.º de mayo en España desde 1900 hasta la II República, UNED, Madrid, 1987 y C. Demange, El dos de mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), Ed. M. Pons, Madrid, 2004.

[4] Artículo de Francisco Nuñez, El Socialista, 1 de mayo de 1908, véase C. Demange, op. cit., pp. 198 y 234.

[5] F. Largo Caballero, Mis recuerdos, Ed. Unidas, México, 1976; J. F. Fuentes, Largo Caballero, el Lenin español, Ed. Síntesis, Madrid, 2005; tampoco atiende a estos temas y testimonios el buen estudio de P. Ruiz Torres sobre Rafael García Ormaechea que precede a la edición de su Superviviencias feudales en España: estudio de legislación y jurisprudencia sobre señoríos, Ed. Urgoiti, Pamplona, 2002, pp. I-LXXVI.

[6] G. Haupt, M. Lowy y C. Weill, Les marxistes et la question nationale (1848-1914), François Masperó, París, 1974; R. Gallissot, «Nación y nacionalidad en los debates del movimiento obrero», en Historia del marxismo, vol. 6, «El marxismo en la época de la II Internacional», Ed. Bruguera, Barcelona, 1981; J. L. Robert, Les Ouvriers, la Patrie et la Revolucion. Paris 1914-1919, Les Annales Litteraires, Beçanson, 1995. Véase también Mouvements ouvriers espagnols et questions nationales 1868-1936, n.º 128 de Le Mouvement Social, dirigido por A. Elorza, M. Ralle y C. Serrano, París, 1984.

[7] Para la función de los intelectuales en el primer socialismo véase todavía, E. Hobsbawm, «La difusión del marxismo 1890-1905», en revista Estudios de Historia social, 8-9 (1986), pp. 11-29. Una útil caracterización de la cultura política de los socialistas españoles hasta el fin del siglo XIX en Santos Juliá, Los socialistas en la política española, Ed. Taurus, Madrid, 1997, subrayando sus fuertes componentes antiestatistas y antipolíticos, p. 38.

[8] G. Haupt, Le congrés manqué. L’Internationale à la veille de la premiére guerre mondiale, Ed. François Masperó, París, 1965. También: Les internationales et le problème de la guerre au XX siècle, Ed. École française de Roma, 1987.

[9] A. Elorza, «Centros y periferia: el movimiento obrero español y la entrada en la sociedad de masas», en E. Acton e I. Saz (eds.), La transición a la política de masas, PUV, Valencia, 2001, pp. 59 y ss.; S. Balfour, «War, nationalism and the masses in Spain 18981936», en el mismo libro, pp. 75 y ss. M. Pérez Ledesma, «La sociedad española, la guerra y la derrota», en J. Pan Montojo (coord.), Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Alianza Ed., Madrid, 1998, pp. 91 y ss. La cita de J. J. Morato en su libro El Partido Socialista Obrero, Biblioteca Nueva, Madrid, 1918, p. 229.

[10] P. Iglesias, «Los causantes de la Guerra», El Socialista, 22 de mayo de 1898.

[11] Discurso en el Parlamento de Pablo Iglesias, reproducido en El socialista, 27 de mayo de 1913.

[12] Las citas en El Socialista, 14 y 22 de junio y 25 de julio de 1913.

[13] Como ha observado Pere Gabriel en una de las escasas reflexiones existentes sobre el tema: «Actitudes de Pablo Iglesias ante los nacionalismos y el nacionalismo español», en E. Moral Sandoval, Construyendo la modernidad. Obra y pensamiento de Pablo Iglesias, Ed. P. Iglesias, Madrid, 2002, pp. 205 y ss. La cuestión de la actitud de Iglesias ante la nación también pasa desapercibida en la reciente y extensa biografía de J. Serrallonga (a pesar de su título): Pablo Iglesias. Socialista, obrero y español, Barcelona, Edhasa, 2007.

[14] Para las diferencias entre España y el Imperio Austrohúngaro véase F. Sosa Wagner e I. Sosa Mayor, El estado fragmentado. Modelo austrohúngaro y brote de naciones en España, Ed. Trotta, Madrid, 2006, pp. 56 y ss.

[15] Un análisis de la revista La Nueva Era en M. Perez Ledesma, Pensamiento socialista español a principios de siglo, Ed. del Centro, Madrid, 1974. La cita de Bebel en La Revista Socialista, 1903, pp. 487-489.

[16] Vida Socialista fue un semanario promovido y dirigido por Tomás Álvarez Angulo y Juan Almela Meliá, hijastro de P. Iglesias, quienes ya habían impulsado con anterioridad la quincenal Revista Socialista, publicada entre 1903 y 1906 (91 números); disponemos de una edición facsimilar de Vida socialista en ocho volúmenes, con introducción de E. Moral Sandoval y con útiles índices onomásticos y temáticos a cargo de A. Martín Nájera.

[17] El Socialista, 22 de enero de 1912, véase también P. Gabriel, op. cit., p. 212.

[18] Para la evolución de las organizaciones socialistas en la segunda década de siglo, véase también A. Robles Egea, «La Conjunción Republicano-Socialista: una síntesis de liberalismo y socialismo», Ayer, 54 (2004), pp. 97-127. H. Fesefeldt, «Del mundo de los oficios a la lucha de intereses: la UGT, 1888-1923», Ayer, 54 (2004), pp. 71 y ss. También su tesis doctoral, Vom Netzwerk zum Zentralband.

[19] Manifiesto suscrito por UGT y CNT el 27 de marzo de 1917; el texto de Besteiro en «Partido Socialista Obrero. Comité Nacional. A la opinión y a todas las organizaciones», El Socialista, 24 de mayo de 1917.

[20] Die Entstehung der sozialistischen Gewerkschaftsbewegung in Spanien 1888-1923, Dietz, Bonn, 2002.

[21] A. Nin, Justicia Social, 27 de diciembre de 1913.

[22] Leviatán, septiembre de 1934, pp. 39-47. Nin sistematizará al poco tiempo su posición en el libro Els moviments d’emancipació nacional, Ed. Proa, Badalona, 1935.

[23] Justicia Social, 14 de febrero 1914.

[24] A. Nin, «Con los nacionalistas, no, con el nacionalismo, sí», Justicia Social, 28 de febrero de 1914.

[25] El tema cuenta hoy con una extensa bibliografía: J. L. Martín Ramos y R. Alcaraz, La Unió Socialista de Catalunya, Eds. La Magrana, Barcelona, 1987; los mismos autores, junto con otros, han editado un libro sobre el 75 aniversari. Unió Socialista de Catalunya, Ed. Mediterrània, Barcelona, 1999. Los testimonios de Recasens en J. Recasens y Mercadé, Vida inquieta. Combat per un socialisme catalá, edición y notas a cargo de P. Anguera y A. Arnavat, Ed. Empúries, Barcelona, 1985.

[26] O. Cabezas, Indalecio Prieto, socialista y español, Ed. Algaba, Madrid, 2005, p. 307.

[27] La biografía de Largo Caballero en J. F. Fuentes, Largo Caballero, el Lenin español, op. cit., p. 403.

[28] J. Álvarez Junco, «Mitos de la nación en guerra», en República y Guerra Civil, vol. XL de la Historia de España de Menéndez Pidal, p. 639; X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera einvasor! Nacionalismo y movilización en la Guerra Civil española (1936-39), Ed. Marcial Pons, Madrid, 2006.

[29] Citado por X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!..., op. cit., p. 121.

[30] A. Ramos Oliveira, Historia de España, 3 vols., Compañía General de Ediciones, México, 1952 y ss. El tercer tomo está compuesto básicamente sobre el texto que se publicó traducido al inglés en 1946, el brillante e influyente libro Politics, economics, and men of modern Spain 1808-1946 (Victor Gollancz, Ltd.), sobre cuya edición crítica para la Editorial Urgoti estoy trabajando, contrastando añadidos, supresiones y modificaciones entre ambos textos. También, del mismo autor: La unidad nacional y los nacionalismos españoles, Ed. Grijalbo, México, 1970.

[31] S. Balfour y A. Quiroga, España reinventada. Nación e identidad desde la transición, Ed. Península, Barcelona, 2007, especialmente capítulo 4: «España, la visión de la izquierda», pp. 136 y ss.

REPUBLICANISMO E IDENTIDAD NACIONAL ESPAÑOLA: LA REPÚBLICA COMO IDEAL INTEGRADOR Y SALVÍFICO DE LA NACIÓN

M.ª Pilar Salomón Chéliz

Universidad de Zaragoza

* La autora participa en el proyecto de investigación HUM 2005-03741 financiado por el MEC.

¡Resurrección! España, que se creía muerta, respira con Electra. España, que parecía no responder a ningún llamamiento del deber después de la derrota, vive y alienta cuando se toca su libertad. España, a quien se señalaba en Europa como a manera de vertedero donde van a parar las aguas pútridas que expulsa la comunidad civilizada, se dispone a obrar por sí misma la labor de higienizar y sanear su alma y su cuerpo. España, que languidecía anémica, se recobra y se levanta y enseña sus puños a la reacción clerical. España aún tiene tribuna parlamentaria, aún tiene teatro, aún tiene novela, aún tiene Arte, aún tiene prensa.

Y todo, incluso la batalla por la fuerza, que siempre condenaremos, y a la cual ojalá Dios no lleguemos nunca, es preferible al marasmo, al desmayo, a la asfixia en la que parecía vivir la patria, y que merecía, ¡oh, tristeza!, que nos dijeran en el extranjero que nos tomábamos muy filosóficamente el desastre. No, no se toma con filosofía, ni con resignación, ni con mansedumbre el pueblo hispano el agravio de sus infortunios. Lo que les faltaba es una bandera, un ideal, es un lema de batalla para contarse, para sumarse todos los elementos de renovación y de progreso de la España nueva. Y ya lo tiene; se lo han dado hecho reaccionarios clericales, ultramontanos, que ni siquiera han tenido el instinto de esconderse después de la catástrofe, y se ciernen sobre el cuerpo palpitante de la nación sin ventura.

Y no hay, no, otra salvación para España que el que no se encierra en ese espíritu liberal que resucita. Si España debe culminar siendo nación, no puede eliminarse del derecho y de la vida de los pueblos de Europa, extendiendo hasta los Pirineos una prolongación del Magreb. Si España, dentro de sus condiciones modestas, honradas, de un mediano pasar, a modo de Bélgica o Suiza, debe merecer el respeto de los poderosos, lo logrará a condición de que para su existencia se sienten aquí las ideas y las costumbres de tolerancia y de libertad de la comunidad europea civilizada...[1]

Las vinculaciones entre el republicanismo y la cuestión nacional en la España contemporánea son muy variadas y presentan múltiples ángulos y perspectivas. Desde la historiografía, se han abordado, por ejemplo, los distintos modelos que aquél planteó para articular políticamente el Estado bajo forma federal o unitaria, los discursos republicanos sobre la Nación y el Estado, el desarrollo de los nacionalismos periféricos y sus repercusiones sobre el republicanismo, la contribución de éste a la configuración de la ciudadanía, etc.[2] Como en otros asuntos relacionados con la cuestión nacional, también se ha analizado más el republicanismo en relación con los nacionalismos subestatales que con el español, carencia ésta que está siendo subsanada desde los años noventa por la creciente atención que merece por parte de los historiadores el proceso de construcción de la nación española contemporánea. Los estudios sobre el particular, muchos de ellos realizados desde la historia social y la cultural, tienen un enfoque fundamentalmente constructivista; abordan la construcción nacional de España analizando su plasmación en tradiciones, mitos, representaciones, símbolos, lugares de memoria y visiones imaginadas de la Historia de la nación.[3]

En la mayoría de ellos, el republicanismo no es el principal objeto de estudio, pero sí se ofrecen datos e indicios sobre la contribución de éste a la configuración de la identidad nacional española, objeto principal de este artículo. Con ser importante, no nos interesa tanto ahora el análisis político de partidos republicanos, sus postulados teóricos o el papel de sus líderes, como las prácticas sociales del republicanismo generadoras de identidad nacional, o los discursos, interpretaciones del pasado histórico, símbolos y materiales culturales que se difundían en ellas y que configuraron formas de entender España específicas de la cultura política republicana.

Los estudios sobre los procesos de nacionalización y de construcción de identidades nacionales han remarcado reiteradamente la importancia que para el desarrollo de los mismos han tenido los mecanismos no necesariamente dependientes del Estado. Es decir, más allá de la eficiencia y extensión de los niveles de escolarización, del servicio militar y de los medios de transporte y comunicación, resulta crucial para la creación y difusión de identidades nacionales el papel de instancias políticas y cívicas ajenas al poder establecido, así como el de los mecanismos no formalizados que en torno a ellas se activan.[4]Ésta es una idea fundamental que hay que tener muy en cuenta a la hora de analizar el papel del republicanismo en la construcción de la identidad nacional española, dado que sólo en dos ocasiones, y por muy corto periodo de tiempo, accedió al ejercicio del poder en la España contemporánea. Ojear cualquier órgano periodístico del republicanismo basta para percatarse de que el nacionalismo español –lo que los republicanos denominaban patriotismo– constituía una parte esencial de la cultura política republicana. Una simple ojeada, como decía, permite presentir que el republicanismo desempeñó un papel relevante en ese proceso, dados su arraigo y su capacidad de movilización entre amplios sectores de población.

La crisis de conciencia nacional que se extendió por España tras la derrota del 98 provocó, como se ha señalado en diversas ocasiones, una acentuación del nacionalismo español, algo que también afectó al republicanismo.[5]Éste tendría que adaptarse al nuevo contexto político y sociocultural marcado tanto por dicha crisis de conciencia como por el desarrollo de los nacionalismos periféricos. Y lo haría con un discurso fundamentalmente regenerador, preocupado por sacar al país del estado de postración en el que a su juicio se encontraba. La solución pasaba por conseguir el final de la Monarquía y establecer la República. De forma que el discurso nacionalista y regenerador de los republicanos se puso al servicio de la movilización política del electorado y con ello se acentuó la capacidad de difusión de los componentes nacionalizadores de la cultura política republicana.

Desde la oposición, y a pesar de estar marginado del sistema político de la Restauración, el republicanismo desarrolló una intensa labor nacionalizadora al concurrir junto con otras culturas políticas en la esfera pública. Su acción en esa dirección fue mucho más allá del debate político que se podía suscitar en los ateneos y círculos republicanos, y que la prensa republicana se encargaba de difundir en la plaza pública, en tabernas y cafés. La movilización política y social, el recurso al anticlericalismo, la promoción de unas determinadas manifestaciones culturales, la difusión de imaginarios simbólicos, mitos y lugares de memoria, las interpretaciones de la Historia, la exaltación de lo local/regional como símbolo de lo nacional, etc., son otros tantos aspectos igualmente importantes que cabe analizar a la hora de abordar la contribución republicana a la nacionalización de los españoles. Por ello nos centraremos en dos cuestiones fundamentales: en primer lugar, el discurso y los planteamientos generales que el republicanismo difundió sobre la nación, entre los que destaca el componente anticlerical por su importancia en el nacionalismo español de tradición republicana; en segundo lugar, los mecanismos de socialización de la identidad nacional española en clave republicana. Las primeras décadas del siglo XX, hasta la proclamación de la República, serán el marco temporal privilegiado de este análisis, un periodo en el que los republicanos no tenían acceso al poder estatal y, en consecuencia, tampoco a los mecanismos convencionales de nacionalización en manos del Estado. Quedaban, sin embargo, a su alcance las posibilidades abiertas por una creciente politización de la vida pública, en la que competía con otras culturas políticas por atraer el apoyo de las masas que se estaban incorporando a la política.

EL DISCURSO NACIONALISTA REPUBLICANO: HISTORIA, POPULISMO Y ANTICLERICALISMO

Desde el siglo XIX se habían ido configurando al menos dos formas diferentes y contrapuestas de concebir la nación española: la católica y la liberal progresista. Muchos de los planteamientos de esta última, potenciados en una dirección democratizadora, fueron asumidos por la visión republicana de España. Los republicanos no compartían una única imagen de ella, como se puso de manifiesto durante la I República con las tensiones entre federales y unitarios. A pesar de estas diferencias, España aparecía en todos ellos como algo dado, incluso entre los federales. Como ha recordado Ángel Duarte, el republicanismo «asumió como propia la tarea de participar en la construcción del moderno Estado nacional español» y se decantó desde el Sexenio a los años de la II República por planteamientos claramente anticentralistas, alternativos al modelo centralizado de construcción de la nación liberal. Con objeto de que el Estado fuera realmente participativo, proponía dotar de autonomía a los marcos locales y regionales[6]La posibilidad de penetración de los presupuestos republicanos se multiplicó desde los años noventa del siglo XIX, y sobre todo desde la crisis finisecular, con la expansión de centros de tendencia republicana tras la aprobación de la ley de asociaciones de 1887. Los nuevos espacios de sociabilidad favorecieron la conexión con las clases populares, sobre todo las urbanas –aunque el mundo rural no quedó totalmente al margen–, y se intensificó el proceso de configuración y difusión de la cultura política republicana.[7]

Las apelaciones al pueblo, entendido éste como un conglomerado interclasista formado por la no oligarquía, por todos los excluidos del sistema político de la Restauración, habían sido una constante de la cultura política republicana desde el siglo XIX. Al potenciarse el nacionalismo español republicano tras el 98, se reforzaron las apelaciones a ese Pueblo identificado con el conjunto de la Nación. Del descontento y la crítica con la realidad política y social existente surgía una afirmación colectiva a favor de la regeneración nacional. Crear una entidad nacional fuerte pasaba para los republicanos por implantar la República, única salida política a la crisis de la Restauración. El diagnóstico de los males de España estaba claro desde la perspectiva republicana, y gozó de una importante repercusión pública. De acuerdo con él, la responsabilidad de la decadencia nacional recaía, no sobre el pueblo, sino sobre la Monarquía autocrática. A este respecto, los republicanos insistían en que la Monarquía borbónica, continuadora de la establecida por la también extranjera dinastía de los Austrias, «era ajena al alma nacional»; y, en el siglo XIX, había mantenido a la sociedad española en una situación de atraso que contrastaba duramente con el progreso alcanzado en el entorno europeo. La Monarquía, pues, no respondía a las necesidades de la patria, que era víctima de los malos gobiernos; sólo la República, encarnación del pueblo y conocedora de sus problemas, garantizaría el resurgimiento de España y la salida de la crisis en la que la había sumido la Monarquía. La República era mucho más que una forma de gobierno; era también el régimen ideal, el que mejor se adecuaba a «la nobleza, dignidad e independencia del pueblo español», según había escrito décadas antes Fernando Garrido.[8] La fuerza y la capacidad de movilización de las formulaciones regeneracionistas republicanas residían en las apelaciones constantes al Pueblo, en sus llamamientos a los sectores populares como parte de la Nación, para luchar por ese ideal integrador y salvífico que simbolizaba la República. Con la crisis finisecular, el momento parecía más oportuno que nunca para tratar de movilizar la conciencia nacional de los españoles en favor de un cambio de régimen.[9]

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