Kitabı oku: «Francisco, pastor y teólogo», sayfa 4

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Francisco pide que entremos en el dinamismo del amor de Dios Trinidad y nos libremos del «yo», que nos pongamos en disposición de dejarnos amar y de amar. Quien tiene un corazón tocado por el amor tiene un corazón misericordioso. Un corazón que sale para socorrer las miserias y las heridas del otro (samaritano), un corazón que se «mueve», mejor dicho, que se «conmueve», un corazón compasivo, un corazón que sufre con el dolor ajeno, un corazón que no es indiferente ante la miseria y el dolor de la humanidad. Así debe ser «el corazón de la Iglesia».

– Paciencia de Dios y perdón. En su primer Ángelus como pontífice, haciendo referencia al evangelio de la mujer sorprendida en adulterio, el papa habla con fuerza de la misericordia, de la paciencia de Dios, del perdón:

Conmueve la actitud de Jesús: no oímos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino solamente palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más» (v. 11). Y, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un Padre misericordioso que siempre tiene paciencia. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Esa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros; nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón contrito. «Grande es la misericordia del Señor», dice el salmo. [...] No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonar. Nunca. [...] Él jamás se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. No nos cansemos nunca [...]. Él es Padre amoroso que siempre perdona, que tiene ese corazón misericordioso con todos nosotros. Y aprendamos también nosotros a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Virgen, que tuvo en sus brazos la Misericordia de Dios hecha hombre 23.

Francisco no se cansa de recordar que, «ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón. La misericordia siempre será más grande que cualquier pecado, y nadie podrá poner un límite al amor de Dios, que perdona» 24.

Y la carta apostólica de cierre del Año jubilar extraordinario de la misericordia, Misericordia et misera, recuerda que

la celebración de la misericordia tiene lugar de modo especial en el sacramento de la reconciliación. [...] En el sacramento del perdón, Dios muestra la vía de la conversión hacia él, y nos invita a experimentar de nuevo su cercanía. Es un perdón que se obtiene, ante todo, empezando por vivir la caridad 25.

– Iglesia casa paterna, no aduana. El papa Francisco nos advierte y afirma: «A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» 26.

– Misericordia, fe, oración y Decálogo («Lumen fidei»). En su primera encíclica, Lumen fidei, el papa Francisco cita la misericordia en el marco de la fe, la oración y el Decálogo:

El Decálogo no es un conjunto de preceptos negativos, sino indicaciones concretas para salir del desierto del «yo» autorreferencial, cerrado en sí mismo, y entrar en diálogo con Dios, dejándose abrazar por su misericordia para ser portador de su misericordia. Así, la fe confiesa el amor de Dios, origen y fundamento de todo, se deja llevar por este amor para caminar hacia la plenitud de la comunión con Dios 27.

– Jubileo extraordinario de la misericordia. El 13 de marzo de 2015, en el contexto de una jornada penitencial, el papa anunció la convocatoria de un Jubileo extraordinario de la misericordia:

Queridos hermanos y hermanas, he pensado con frecuencia de qué forma la Iglesia puede hacer más evidente su misión de ser testigo de la misericordia. Es un camino que se inicia con una conversión espiritual; y tenemos que recorrer este camino. Por eso he decidido convocar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año santo de la misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la Palabra del Señor: «Sed misericordiosos como el Padre» (cf. Lc 6,36). Esto especialmente para los confesores: ¡mucha misericordia! 28

Este año jubilar es una buena muestra de cómo la misericordia es eje central del pontificado de Francisco. Con la bula Misericordiae vultus convoca el Jubileo extraordinario:

En la fiesta de la Inmaculada Concepción tendré la alegría de abrir la Puerta Santa. En esta ocasión será una Puerta de la Misericordia, a través de la cual cualquiera que entre podrá experimentar el amor de Dios, que consuela, que perdona y ofrece esperanza. [...] Abriré la Puerta Santa en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio ecuménico Vaticano II. La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. [...] Vuelven a la mente las palabras cargadas de significado que san Juan XXIII pronunció en la apertura del Concilio para indicar el camino a seguir: «En nuestro tiempo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empuñar las armas de la severidad» [...] «Misericordiosos como el Padre» es el lema del Año santo. En la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. [...] En este Año santo podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. [...] Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. [...] En este Año jubilar la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios, que resuena fuerte y decidida como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor. Nunca se canse de ofrecer misericordia y sea siempre paciente en el confortar y perdonar 29.

Durante el Año de la misericordia, el papa nombró a misioneros de la misericordia para hacer fructificar la gracia del perdón y ser testigos del Dios cercano y de su modo de amar.

Pido que sean confesores según el corazón de Cristo, que cubran al pecador con el manto de la misericordia para que puedan recuperar la alegría de su dignidad filial. Un misionero de la misericordia lleva siempre a hombros al pecador. Les recuerdo que están llamados a expresar en este ministerio la maternidad de la Iglesia y a ofrecerse humildemente como «canales» de la misericordia de Dios 30.

Con la carta apostólica Misericordia et misera cierra el Jubileo extraordinario de la misericordia:

Han pasado más de dos mil años y, sin embargo, las obras de misericordia siguen haciendo visible la bondad de Dios. [...] La cultura de la misericordia se va plasmando con la oración asidua, con la dócil apertura a la acción del Espíritu Santo, la familiaridad con la vida de los santos y la cercanía concreta a los pobres. [...] Este es el tiempo de la misericordia 31.

– Iglesia «en salida» («Evangelii gaudium»). Dejemos que hable Francisco:

En la Palabra de Dios aparece permanentemente este dinamismo de «salida» que Dios quiere provocar en los creyentes. (...) Todos somos invitados a aceptar este llamado: salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio 32.

La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. [...] Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva 33.

La Iglesia «en salida» es una Iglesia con las puertas abiertas 34.

Salgamos, salgamos a ofrecer a todos la vida de Jesucristo. Repito aquí para toda la Iglesia lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. [...] Más que el temor a equivocarnos espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37)» 35.

c) Pastoral de misericordia

Francisco pide una pastoral eclesial que lleve a la conversión. Nos invita a huir de condenas que pidan la muerte del pecador. Un padre quiere la vida de todos sus hijos, y Dios es Padre, algo que debe traducirse en la práctica pastoral de la Iglesia, en todos sus ámbitos. Es una pastoral de la misericordia.

Sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas, que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas, sino el lugar de la misericordia del Señor, que nos estimula a hacer el bien posible 36.

– «Amoris laetitia». En la Exhortación apostólica Amoris laetitia, Francisco habla de la lógica de la misericordia pastoral, repitiendo en buena parte lo que ya había expresado en Evangelii gaudium y en Misericordiae vultus. Encontramos una teología del matrimonio desde una perspectiva misericordiosa 37, con unas implicaciones pastorales concretas.

Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad. [...] Los pastores, que proponen a los fieles el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia, deben ayudarles también a asumir la lógica de la compasión con los frágiles y a evitar persecuciones o juicios demasiado duros o impacientes. El mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos (cf. Mt 7,1; Lc 6,37) 38.

A veces nos cuesta mucho dar lugar en la pastoral al amor incondicional de Dios. Ponemos tantas condiciones a la misericordia que la vaciamos de sentido concreto y de significación real, y esa es la peor manera de licuar el Evangelio 39.

Invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia 40.

– Justicia y misericordia. En una de las meditaciones diarias de la misa matutina en Santa Marta, también sobre el pasaje evangélico de la adúltera perdonada, el papa explica que la misericordia va más allá de la Ley. La misericordia no humilla ni maltrata, sino que «Dios perdona con una caricia», «lo hace “acariciando nuestras heridas de pecado, porque él está implicado en el perdón, está involucrado en nuestra salvación”» 41.

Esto nos recuerda también la tradición profética. El Señor dice: «No me complazco en la muerte del malvado, sino en que el malvado se convierta de su conducta y viva» (Ez 33,11). No hay conflicto entre justicia y misericordia. La misericordia siempre es justa, porque devuelve a la persona al plan original de Dios.

La misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios 42.

– Iglesia «hospital de campaña», en salida. La Iglesia de Jesucristo, la Iglesia pastoreada por Francisco, es una Iglesia de puertas abiertas, una Iglesia «en salida» 43, una Iglesia «hospital de campaña».

Algunas veces hablé de la Iglesia como de un hospital de campaña: ¡es verdad! ¡Cuántos heridos hay, cuántos heridos! ¡Cuánta gente necesita que sus heridas sean curadas! [...] Esta es la misión de la Iglesia: curar las heridas del corazón, abrir puertas, liberar, decir que Dios es bueno, que Dios perdona todo, que Dios es Padre, que Dios es afectuoso, que Dios nos espera siempre 44.

d) Misericordia y creación («Laudato si’»)

El papa Francisco añade a las obras de misericordia, corporales y espirituales, el cuidado de la casa común. Misericordia y creación están unidas para alabar al Creador.

Nada une más con Dios que un acto de misericordia, bien sea que se trate de la misericordia con que el Señor nos perdona nuestros pecados, o bien de la gracia que nos da para practicar las obras de misericordia en su nombre. [...] Parafraseando a Santiago, «la misericordia sin las obras está muerta en sí misma». [...] A causa de los cambios de nuestro mundo globalizado, algunas pobrezas materiales y espirituales se han multiplicado: por lo tanto, dejemos espacio a la fantasía de la caridad para encontrar nuevas modalidades de acción. De este modo, la vía de la misericordia se hará cada vez más concreta. [...] La vida cristiana incluye la práctica de las tradicionales obras de misericordia corporales y espirituales. [...] Solemos pensar en las obras de misericordia de una en una, y en cuanto ligadas a una obra. [...] Pero, si las miramos en conjunto, el mensaje es que el objeto de la misericordia es la vida humana misma y en su totalidad. [...] Obviamente, la misma vida humana en su totalidad incluye el cuidado de la casa común. Por lo tanto, me permito proponer un complemento a las dos listas tradicionales de siete obras de misericordia, añadiendo a cada una el cuidado de la casa común. [...] Como obra de misericordia espiritual, el cuidado de la casa común precisa de «la contemplación agradecida del mundo» (LS 214), que «nos permite descubrir a través de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir» (LS 85). Como obra de misericordia corporal, el cuidado de la casa común necesita simples gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del aprovechamiento, del egoísmo [...] y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor 45.

Francisco dedica la encíclica Laudato si’ al cuidado de la casa común, nueva obra de misericordia.

e) Misericordia y discernimiento

La espiritualidad ignaciana lleva a Francisco a discernir de manera particular los signos de los tiempos para conocer los modos y acentos de la misericordia vivida en y desde el corazón de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II, especialmente la Constitución Gaudium et spes, va tomando forma y se va abriendo paso a través del discernimiento propuesto por el papa. Uno de los profesores más influyentes de Bergoglio, el jesuita argentino y teólogo Juan Carlos Scannone, indica:

Lo que le caracteriza es la práctica del discernimiento del espíritu, en particular de la presencia y la acción del Espíritu Santo, que nos hace reconocer en Cristo la voluntad del Padre. Estoy convencido de que este discernimiento ayudará a Francisco a guiar y gobernar la Iglesia del siglo XXI 46.

El hilo de oro de la misericordia hilvana la ética social del papa Francisco, su poner a los pobres en el centro del camino tanto de la Iglesia como de la humanidad global, y su modo de proceder para discernir la acción salvadora de Cristo y del Espíritu –las dos manos del Padre– en la historia y la acción histórica 47.

Francisco pide la práctica del discernimiento a toda la Iglesia. En la Exhortación apostólica Amoris laetitia dedica el capítulo VIII a «acompañar, discernir e integrar la fragilidad», donde trata el tema del discernimiento de las situaciones llamadas «irregulares» (AL 296-300), las circunstancias atenuantes en el discernimiento pastoral (AL 300-303) y normas para el discernimiento (AL 304-306).

El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites 48.

Es verdad, por ejemplo, que la misericordia no excluye la justicia y la verdad, pero ante todo tenemos que decir que la misericordia es la plenitud de la justicia y la manifestación más luminosa de la verdad de Dios. Por ello, siempre conviene considerar «inadecuada cualquier concepción teológica que en último término ponga en duda la omnipotencia de Dios y, en especial, su misericordia» 49.

Esto nos otorga un marco y un clima que nos impide desarrollar una fría moral de escritorio al hablar sobre los temas más delicados, y nos sitúa más bien en el contexto de un discernimiento pastoral cargado de amor misericordioso, que siempre se inclina a comprender, a perdonar, a acompañar, a esperar y, sobre todo, a integrar. Esa es la lógica que debe predominar en la Iglesia, para «realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales» 50.

f) La alegría de la misericordia

La alegría acompaña la vida, el pensamiento, la pastoral y muchas expresiones de Francisco: «La alegría del Evangelio», «Alegraos y regocijaos», «La alegría del amor», etc. Y es que «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. [...] La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida» 51.

La misericordia es fuente de alegría y, al mismo tiempo, nace de un corazón alegre. «Dios ama al que da con alegría» (2 Cor 9,7). La alegría es lo que podríamos llamar la «prueba de verificación» de un corazón misericordioso. Es un fruto del Espíritu.

Jesús mismo dice en el evangelio de Juan: «Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn 5,11-13).

Francisco se hace eco de la maestría de Jesús indicando el camino que lleva a la felicidad y a la alegría, que tanto anhela la humanidad, y que no es otro que el camino de la misericordia, del amor, de la entrega de la vida. «Sed misericordiosos como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6,36). Es un programa de vida tan comprometedor como rico de alegría y de paz 52.

UNA IGLESIA POBRE PARA LOS POBRES.
LOS POBRES COMO DATO TEOLÓGICO

ARMAND PUIG I TÀRRECH

Barcelona

1. Una Iglesia pobre y de los pobres

El papa Francisco, con su pontificado, ha culminado un itinerario que arranca con el Concilio Vaticano II. El 11 de septiembre de 1962, el papa Roncalli pronunció un radiomensaje que venía a ser el prólogo del Concilio, que empezaría un mes después. San Juan XXIII decía: «La Iglesia se presenta como es y quiere ser, como la Iglesia de todos, y especialmente la Iglesia de los pobres» 1. Apenas empezó el Concilio, el 20 de octubre, los padres conciliares asumían el tema de la Iglesia y los pobres. Aquellos, en un mensaje ad universos homines, expresaban su preocupación «por los más humildes, los más pobres, los más débiles» 2. Paulatinamente, los pobres pasaban a ocupar un lugar central en la vida de la Iglesia. El 6 de diciembre de aquel mismo año, el cardenal Lercaro subrayaba ante los padres conciliares la perspectiva cristológica con una frase que complementa la del papa Juan citada anteriormente: «El misterio de Cristo en la Iglesia siempre ha sido y es, pero hoy en especial, el misterio de Cristo en los pobres» 3. Quedaban asentados los fundamentos eclesiológico y cristológico de la relación privilegiada entre la comunidad cristiana y los pobres, sus amigos.

Estos fundamentos se retomaron en el n. 8 de la Constitución Lumen gentium, del Vaticano II. El comportamiento de Cristo constituye el referente fundamental para una Iglesia que quiere ser pobre y madre de los pobres y desamparados. Jesús quiso despojarse de sí mismo y vivió en la humildad de un siervo, entre «la pobreza y la persecución». Igualmente, la Iglesia debe predicar con «la humildad y la abnegación», sin confiar en ninguna gloria humana, es decir, renunciando a buscar la afirmación de sí misma mediante la connivencia con los poderes de este mundo, y viviendo de manera pobre y austera. Más aún, sabiéndose pecadora, la Iglesia debe mantener un espíritu de «penitencia y renovación», es decir, debe convertirse constantemente al Evangelio, planteándose una y otra vez en qué se debe reformar. En palabras del papa Francisco, solo una Iglesia en estado de conversión pastoral y de salida misionera (cf. EG 25-27) estará a punto para ser sierva de los pobres y «servir en ellos a Cristo». Una Iglesia que se despoje podrá ocuparse de los despojados y necesitados. Una Iglesia que no sea mundana acogerá a los pobres con alegría. Una Iglesia que reconozca a Jesús en los pobres amará a «todos los que sufren» 4.

El punto de llegada del itinerario que empezó Juan XXIII será la Exhortación Evangelii gaudium, del papa Francisco (EG 186-216). El papa realiza una afirmación de tono intenso y muy personal, que ya había manifestado al empezar su pontificado: «Quiero una Iglesia pobre para los pobres» (EG 198). Este deseo, que brota del corazón de un pastor del pueblo de Dios, pone de manifiesto uno de los puntos de fuerza del discurso teológico-pastoral de Francisco: la proximidad y la amistad con los pobres. La Iglesia y los pobres son dos realidades íntimamente emparentadas por la figura de Jesús, que nace, vive y muere pobre, y que se convierte en el Salvador del mundo enviado a llevar a los pobres la buena noticia del Evangelio (Lc 4,18; EG 186). Por eso, como dice el papa Bergoglio, «todo el camino de nuestra redención», todo el camino que Jesús hizo para que lo reconociéramos y nos reconociéramos en los más pequeños, «está signado por los pobres» (EG 197) 5.

2. La escucha del clamor de los pobres

Los pobres son, en muchos casos, anónimos e invisibles. No tienen nombre y quedan como diluidos en la multitud de paisajes urbanos que forman nuestras ciudades. No tienen ni voz ni medios para que les escuchen en una sociedad que alardea de ser la sociedad de la comunicación. No son conocidos, sino más bien juzgados en un mundo donde el que más tiene menos debe justificar sus decisiones. No son valorados, sino más bien ignorados y apartados como algo incómodo. Provocan incomodidad y rechazo, incluso a menudo se les niega una limosna con argumentos que no se aplican a otras personas, que, puntualmente, se encuentran en situación de necesidad. Por eso, con una expresión que el papa Francisco utiliza a menudo, los pobres son un «descarte» (scarto), personas que no cuentan, ciudadanos de las periferias sociales municipales o en otras instituciones, la más conocida de las cuales es Cáritas, la gran institución de la Iglesia destinada a la solidaridad y la atención a los más necesitados.

Muchas personas sufren una situación de profunda carencia, no solo las que viven en países afectados por una pobreza estructural continuada, sino también los que viven en países que muestran indicadores económicos solventes, pero donde hay un porcentaje elevado de población en riesgo de pobreza –un 21,3 % en Cataluña, según datos de 2018–. Eso significa que hay que escuchar el clamor de los pobres, un clamor que a menudo es silencioso en las formas, pero que resuena en el corazón de Dios y que debe tocar a quienes confiesan su nombre. La Escritura narra la liberación de los israelitas de Egipto en términos de un grito que Dios ha escuchado: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado el clamor ante sus opresores» (Ex 3,7). Gracias a esta escucha, el pueblo de pobres en el que se había convertido Israel se hace visible. Dios lo salvará de la esclavitud y lo llevará a la fertilidad de la tierra de Canaán. La mirada y la escucha de Dios sobre su pueblo son los detonantes que suscitan la esperanza: habrá un éxodo, una salida de la miseria, pero también de la resignación. Todo puede cambiar. Se puede hacer realidad la primera bienaventuranza: «Bienaventurados los pobres» (Lc 6,20). Con Jesús se empieza a tener en cuenta a los pobres y poco a poco pasan a ser centrales en la historia religiosa de la humanidad. Podríamos decir que este grito, el grito de las bienaventuranzas, es la respuesta divina al grito de los pobres, que se eleva a Dios desde la tierra.

Así pues, tal como se pone de manifiesto en Evangelii gaudium, hay un principio existencial que deriva directamente del libro del Éxodo (3,7): hay que «ver» a los pobres y «escuchar» lo que dicen, porque de lo contrario son invisibles y su clamor es ignorado. Una existencia encarada hacia los pobres es una existencia vigilante a favor de ellos. La vigilancia del corazón es uno de los principios que sustentan la espiritualidad cristiana, según las enseñanzas de los Padres del desierto. Pues bien, hay otro principio, la vigilancia del pobre, que actúa a nivel del corazón y que pertenece igualmente a la vida espiritual. La vigilancia de quienes viven en la necesidad por parte de los discípulos del Señor es una actitud estrictamente espiritual.

El segundo texto de referencia es la primera carta de Juan (3,17), en la que también se habla de «ver» al hermano necesitado y se asocia este ver con el «amor de Dios». En efecto, el amor misericordioso de Dios por los pobres es el fundamento teologal y teológico del cariño por ellos, que debe ser el motor del corazón y de la vida de toda la Iglesia, no solo de algunos de sus miembros. Escribe el papa Francisco: «La exigencia de escuchar este clamor brota de la misma obra liberadora de la gracia en cada uno de nosotros, por lo cual no se trata de una misión reservada solo a algunos» (EG 188). No hay especialistas de los pobres ni en cuanto a personas ni en cuanto a instituciones, pues, en la tarea de promover su bien, «cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios» (EG 187). Se podría decir, desde el punto de vista teológico, que el cuidado de los pobres, el cariño y la amistad con ellos revisten un carácter bautismal, es decir, tienen una raíz sacramental, entroncan con la comunión trinitaria, que se manifiesta en el sacramento del bautismo.

Los gritos de los pobres no dejan indiferente a quien ha sido tocado por la misericordia que brota del Evangelio de Jesús. Y no solo eso: a menudo este grito suscita la misericordia en quienes lo escuchan de verdad, porque suaviza el corazón y le quita la dureza. Sucede lo mismo con los discípulos, que, al ver a la gente que corre hacia Jesús, el buen pastor, por de pronto se muestran distantes de aquella muchedumbre y le recomiendan a Jesús que no se preocupe por ellos: «Despídelos para que vayan a las aldeas y pueblos del contorno a comprarse de comer» (Mc 6,36). Los discípulos no saben escuchar el grito de los pobres, aquella muchedumbre hambrienta que está en un lugar deshabitado. Pero Jesús es el hombre de la compasión, el hombre que ha comprendido la necesidad de aquella gente que ha recibido el pan de la palabra y ahora necesita el pan material. Jesús quiere que sus discípulos participen directamente de su lógica de misericordia. Él, que había sentido «compasión» por la gente (v. 34), ahora hace esta petición a sus discípulos: «Dadles vosotros de comer» (v. 37). Sus seguidores no se pueden inhibir ante las necesidades de los pobres, la misericordia hacia ellos pasa por hacer posible lo que parece imposible: ¡dar de comer a cinco mil hombres (v. 44)! El grito de los pobres debe ser escuchado activamente, sin excusas ni inhibiciones.

En palabras del papa, esta escucha activa implica, por una parte, «resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres», y, por otra, realizar «gestos simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos» (EG 188) 6. Francisco integra en un solo diseño las dos líneas de actuación en relación con los pobres –la estructural y la personal– y las coloca bajo el signo de la solidaridad y del destino universal de los bienes. La escucha de los pobres no se hará desde un corazón que codicia los bienes de este mundo y al mismo tiempo, como contrapeso de esta actitud, lleva a cabo «algunos actos esporádicos de generosidad». Por el contrario, escuchará a los necesitados quien haya entrado en una «nueva mentalidad que piense en términos de comunidad» (EG 188).

La nueva mentalidad implica que la vida de todos vale más que el bienestar de algunos, y este «todos» debe incluir necesariamente a los pobres. Los pobres no pueden ser unos extraños en el núcleo central de la Iglesia, no hay que situarlos en los márgenes de la vida social. Más bien pertenecen de pleno derecho a la comunidad eclesial y su lugar es el primer banco de la asamblea cristiana, no el último. Además, como subraya Juan Crisóstomo en sus siete Discursos sobre el pobre Lázaro (cf. Patrologia Graeca 48), el cariño por los pobres es un factor primario de transformación de la ciudad. Los pobres deben formar parte del «todos» y del «nosotros», que deben caracterizar tanto la ciudad como la Iglesia: «El planeta es de toda la humanidad y para toda la humanidad» (EG 190). El discurso sobre los pobres, tanto personas como pueblos, invalida una mentalidad que excluye a los excluidos y, por tanto, promueve su condena, no su integración. La ciudad que no escucha el grito de los pobres, los que están lejos y los que están cerca, los autóctonos y los extranjeros, los nativos y los refugiados, y les cierra las puertas, diluirá su razón última de ser: un ámbito abierto al «todos» global, capaz de integrar a los excluidos 7.

Las imágenes del papa Francisco en la isla de Lampedusa o en el campo de refugiados de Lesbos, en la catedral de Bangui o en el centro DREAM de Maputo, ponen de manifiesto la escucha activa del grito de los pobres como modo de «devolverle al pobre lo que le corresponde» (EG 189). Existe una deuda hacia los pobres que hay que satisfacer devolviéndoles el Evangelio a ellos, sus herederos naturales, los primeros del Reino. Lo que recibimos de los pobres se lo tenemos que devolver, sobre todo la liberación del «yo» que ellos personifican de tantas maneras. Así pues, si escuchamos el grito de los pobres, emerge una deuda de amor hacia ellos que se manifiesta en primer lugar en un cambio personal –fundamento de todo cambio estructural–. Quien se acerca a los pobres con amor trabajará para devolverles su dignidad de hijos del Padre del cielo que tienen los mismos derechos que cualquier otro ser humano –hijo, como ellos, del mismo Dios– 8.