Kitabı oku: «Que todo el territorio se vuelva feminista. Las protagonistas de las tomas universitarias del 2018», sayfa 3

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Este movimiento reabre la discusión sobre los contenidos mismos de cómo estamos siendo educados

En el 2011 yo era estudiante universitaria, eso no fue hace tanto tiempo, pero no había whatsapp. Esto cambió radicalmente la forma de organización, lo que es algo increíble. Creo que desde el 2001 al 2011 el movimiento estudiantil ha venido cobrando relevancia en un continuo de movilizaciones, donde ya en el 2011 fue una explosión mucho más grande, principalmente porque se logró instalar como conversación en las once de cada casa cuestiones como el fin al lucro o la necesidad de una educación pública gratuita y de calidad. Me parece que este movimiento reabre un poco esa posibilidad. Me acuerdo de que post-2011 discutíamos mucho que estábamos centrándonos demasiado en acceso, en financiamiento, que son cuestiones muy importantes, pero también teníamos que centrarnos en qué es la educación, cuál es la educación que van a recibir esas compañeras y compañeros que entren a la educación superior, así como a la educación inicial. Este movimiento reabre la discusión sobre los contenidos mismos de cómo estamos siendo educados, y esto porque nos hemos dado cuenta de que hay una alianza muy profunda entre el sexismo y el mercado de la educación.

Nosotras en la Universidad de Chile, al redactar el petitorio, vimos lo que pasa con las facultades que son mucho más precarizadas. Allí te dicen «pero es que no tenemos ni siquiera para una encuesta docente, entonces cómo quieres que cambie mis mallas curriculares si ni siquiera hay financiamiento para poder implementar un departamento de sicología para que puedan ir las compañeras que denuncian». Y esto también tiene que ver con que hay carreras que son menos «rentables para el mercado»; ellas son, en general, las más feminizadas. Es decir, esta es la situación para todas las formaciones de los Centros de Formación Técnica y los Institutos Profesionales, así como para las carreras que son artísticas y ligadas con el mundo de la educación. Esa es la profundidad de esto, y la apuesta es cómo reabrimos esa reforma que pareció ser cerrada desde arriba con una derrota del movimiento social; claro, con la posibilidad de que ciertos dirigentes entraran en la institucionalidad, pero con poca posibilidad de decir cuál es el sur que tenemos que seguir; me parece que eso se perdió.

Recuerdo que los años post-2011 fueron como correr constantemente en círculo: nos preguntábamos hacia dónde ir, «nos vamos para el medio ambiente, nos vamos para la cuestión del trabajo, nos vamos para las cuestiones de la salud». De hecho, en diferentes universidades empezaron a surgir las vocalías y secretarías de territorio, de trabajo de salud, de medioambiente, como una especie de sectorialización de los conflictos, y en ese momento género entraba en esa sectorialización. Era como poner por un lado el problema del medio ambiente y por otro el problema de las mujeres, o sea era algo que estaba completamente disociado. Pienso que este movimiento tiene la potencialidad de dar cuenta de que las mujeres no somos un sector, somos parte de los movimientos sociales, somos parte central y periférica de la lucha. Ayer se creó la comisión de mujer y equidad de género en el Congreso y está bien que se haga, pero tenemos que dar cuenta de que no somos un sector de la sociedad, como si fuéramos una minoría, por así decirlo, sino que estamos insertas, somos estudiantes, somos trabajadoras, somos madres, somos jubiladas, no somos solo mujeres, como un sujeto en abstracto. Es decir, cuando hablamos de pensiones, cuando hablamos de salud, también estamos hablando de mujeres.

Se ha tendido a homologar el hecho de ser mujer al hecho de ser feminista, como si fuera lo mismo o fuera algo automático. Si nosotras hemos devenido en feministas ha sido luego de un largo proceso de reflexiones sobre qué significa ser mujer, qué significa estar situada en ese lugar, qué significa poder construir nuevas formas de relaciones sociales que no son un decreto, como tampoco puedo decretarme desconstruida. Estamos en constante contradicción y siento que es importante esa contradicción como mujeres feministas: por un lado, reivindicamos la situación de opresión en la que estamos para poder subvertirla, y por otro lado queremos deshacernos de ese ser mujer, de ese lugar en el cual se nos ha situado de forma secundaria. Aquí sigo un poco El Segundo Sexo de Beauvoir : nos damos cuenta de que siempre hemos sido construidas desde esa alteridad. Entonces desde ella es complejo poder «desituarse».

Se hace necesario resolver esa contradicción; sin embargo, eso no se resuelve solo por el hecho de que se decrete «entran más mujeres, la universidad será más feminista», sino que es algo más profundo y complejo la forma en que se reproducen estas relaciones sociales dentro del mismo espacio educativo; la educación, la forma cómo están estructuradas las mallas curriculares. Eso es lo que hay que comprender, no es cosa de decir «Hay cuota, se acabó».

El feminismo nos ayuda a mirar la totalidad
de las opresiones que vivimos

Pienso que es necesario entender el feminismo como una herramienta de lucha y no como una ética. No es una moral, como si fuéramos a cambiar la moral cristiana por la moral feminista, sino más bien cómo esta herramienta nos ayuda a comprender la forma en que nos relacionamos, la forma en que vivimos, cuestiones que siempre habían sido relegadas a un segundo plano, incluso la mayoría de las veces eran invisibles.

Siempre digo que en el 2011 éramos muy miopes con respecto a que veíamos estas situaciones sólo como diferencias socioeconómicas, pero no veíamos que esa situación de diferencias también tenía rostro de mujer. Entonces, en realidad, el feminismo nos ayuda a mirar de manera más concreta y amplia la totalidad de las opresiones que vivimos, por lo que se requiere que cada una y cada uno comprendamos cuál es nuestra posibilidad de ser aliado de la lucha. El punto no es que los hombres deban callar o no puedan participar, sino que ellos deben tomar conciencia sobre cuáles han sido sus privilegios, también en la participación política, que nosotras no hemos tenido y, en ese sentido, es interesante ver cómo subvertimos esos roles que han sido históricamente determinados. Por ejemplo, siempre digo que me encanta que en la toma haya sido tan importante comprender la necesidad de espacios para mujeres, espacios en que las compañeras pudieran manifestarse sin tener que ser nosotras las que fuéramos a hacer la comida, las que fuéramos a estar en la seguridad, las que fuéramos a hacer los baños mientras ellos decidían los grandes problemas de la república. Esta subversión de los roles que está pasando, no es porque sí, sino que es la única forma que tenemos de reconocer hoy esas opresiones.

El otro día me tocó ir a un foro en el Campus Oriente de la Universidad Católica, en donde la asamblea definió que ellos iban a ser todos intersex, que no eran ni hombres ni mujeres, y esto lo decretaron en una asamblea para poder entrar en la toma de la Casa Central, porque parece que los espacios de discusión eran separatistas. Entonces ellos decretaron que no tenían género, pero luego no entendían por qué las compañeras y los compañeros de disidencias sexuales se habían enojado tanto por esa situación. No lo comprendían, les costaba mucho entenderlo, hasta que se fueron dando cuenta. O sea, hay una historia de opresión, por lo que no puedes negarla. En el fondo, no se puede negar que la historia de las mujeres y de disidencias se las ha determinado en un cierto rol que es necesario reconocer para poder subvertir, porque si no lo reconocemos, tampoco hay posibilidad de encuentro, no hay posibilidad de diálogo. Ese es el punto. De hecho, hay una compañera de mi generación de Derecho que sacó un estado de Facebook, muy millenial, pero muy bueno porque decía así: «yo también fui de esas mujeres que cuestionaban a las feministas en su momento, les decía histéricas y locas. Yo también fui una compañera que le decía a la otra “por qué te estay mostrando tanto”», nosotras también cargamos con esas contradicciones, nosotras también tuvimos esas actitudes y esas prácticas. Entonces esto ha sido, para todas y todos, un proceso de pegarse el alcachofazo.

Creo que el feminismo es la única herramienta de lucha capaz de trascender hoy a nivel internacional, de poder tener esa conectividad y esa forma de expresión, y pienso que hay que fortalecer esos canales y la forma en que se articulan de manera internacional. Las feministas hemos funcionado en pequeñas redes, de forma a veces muy clandestina; entonces volver a posicionar el feminismo como un movimiento más transversal es algo necesario y es lo que está pasando durante estos últimos años; esto requiere de un trabajo de masas, un trabajo mucho más amplio del que hasta ahora se había dado desde del «madrinaje», es decir: mi madrina feminista fue tal persona. Pero ahora en esta especie de catarsis, el tema se ha ampliado mucho más, comienza a ser un asunto de mayorías lo que tiene una potencia muy fuerte, y muy radical en ese sentido.

Pienso que debemos avanzar sin suplantar, considerando que hay luchas que son más urgentes que otras. Entendiendo que las mujeres somos todo y las disidencias sexuales somos todo, menos un universal. No hay algo así como la mujer en abstracto, ni el cola en abstracto, si no que estamos trascendidas por nuestra materialidad misma, por el hecho de ser estudiante o ser trabajadora o ser migrante o afrodescendiente, entonces me parece que la homogeneización nos ha nublado un poco. Creo, en tal sentido, que debemos articularnos, pero sin suplantarnos, sin considerar que hay una lucha más relevante que otra.

Hay que desafiar el mito de que la lucha estudiantil
y feminista es de élite

Nosotras estamos diciendo que necesitamos un movimiento que le hable a la mayoría de las mujeres trabajadoras, a la mayoría de las mujeres que, por ejemplo, no tiene contrato laboral, que no tiene Isapres, que no tiene una pensión digna. En este sentido en cuanto estudiantes estamos diciendo que la agenda mujer es insuficiente. Esto confronta también el mito que han forjado respecto de que nuestra lucha es de élite, como los dichos de Gumucio «que son de élite, que están llorando porque les tocaron el pelo». Sin embargo, en los espacios educativos también se da la precarización que viven las mujeres fuera del campus, porque si quedamos embarazadas tenemos que irnos. Si en la familia una persona se enferma, quienes tienen que dejar de estudiar son las mujeres. La precarización tiene diferentes manifestaciones, y es bien macabro ese ejercicio de medir quién es la precarizada más precarizada, es algo muy perverso.

Debemos dar cuenta de la forma en que vivimos la precarización y la necesidad de articularla sin suplantarla, porque acá en la Universidad, y en los espacios educativos en general, también las mujeres son las que sustentan esas labores de cuidados y son las que tienen dobles o triples jornadas laborales porque deben llegar a hacer el trabajo doméstico a sus casas; o sea, cómo sustentamos también el cuerpo de la sociedad en su conjunto sin ningún tipo de remuneración, sin ningún tipo de reconocimiento a eso; es decir, lo asumimos como algo muy natural, como algo de nuestras tareas esenciales y sin dar cuenta de que en el fondo esas son cuestiones que podrían ser socializadas. De hecho, yo trabajo hace tiempo como asesora sindical y me ha tocado mucho conversar en asambleas de sindicatos y te das cuenta de que siempre sale el viejo sindicalista a decir «sí, porque esto es culpa del capitalismo», y sale una compañera a decir «sí, es culpa del capitalismo, pero todo sería más fácil si tú me ayudaras en la casa». O sea, si tuviéramos socializadas las labores de cuidado, evidentemente también la posibilidad de que las mujeres ingresemos a la lucha y seamos actoras protagonistas sería mucho más simple, porque no tendríamos que ser nosotras las que estamos siempre cargando con esas labores.

Evidentemente la configuración del ser estudiante te da la posibilidad de detener tu tarea sin ningún costo en términos de que puedes seguir viviendo sin dejar de estudiar, y eso nos permite llevar adelante las tomas y paros. Pero también somos muchas compañeras que trabajamos, además de estudiar; venimos a la toma, volvemos a trabajar, venimos a la toma de vuelta y así. Hay que desafiar ese mito y decir ¡basta, ha sido mucho!

Es necesario que los compañeros puedan repensar
la forma en que han vivido la masculinidad

Con Emilia Schneider, compartimos la posición de que el feminismo es para todo el mundo, un tema que forma parte de la discusión, y comprendemos que es necesario también que los compañeros se articulen en base a poder repensar la forma en que han vivido la masculinidad y se deshagan de esa masculinidad que siempre los ha interpelado desde la posesión, desde la propiedad sobre el cuerpo de las mujeres, además de todas las cuestiones que vivimos con respecto a la violencia; así como la situación en que nos ponen cuando militamos con ellos, cuando trabajamos y estudiamos con ellos, etcétera. Nosotras no podemos decirles qué es lo que tienen que hacer; ellos deben tomar una iniciativa. Como decía, tenemos dobles jornadas laborales, pero muchas veces también tenemos dobles jornadas en el activismo militante, por el hecho de ser feministas. Es importante que se planteen cómo pueden desprenderse de estos roles históricos de protagonismo, lo que no es sencillo, obviamente, pero es necesario que lo vayan trabajando.

Rescato y comparto aquí una experiencia bien bonita que se ha dado en las últimas marchas, sobre todo en la marcha del 8 de marzo que se hizo por la tarde. Nuestros compañeros se quedaron haciendo una guardería para que las compañeras que son madres pudieran ir a marchar, fueron ellos los que se quedaron cuidando a les niñes en la librería Proyección, que queda acá cerca de Santa Lucía. Eso se ha hecho harto. O también en la marcha de ayer vi a muchos padres jóvenes llevando el coche de la guagua mientras sus compañeras, digamos las madres, iban entremedio de la marcha con su espacio, gritando tras los lienzos, qué sé yo. Esas son prácticas interesantes.

Acá hubo un círculo de hombres que se creó durante la primera semana de la toma y lo primero que hicieron los cabros fue sacarse una selfie y subirla a facebook que decía «acá nosotros deconstruyéndonos»…, es como para decirles, pucha, amigo, la idea es que no tenga que anunciarlo todo, pero son aprendizajes. Queda un largo camino por delante.

Un movimiento feminista amplio socialmente

Emilia Schneider Videla, 21 años Cuarto año de Derecho, Universidad de Chile, Santiago, junio de 2018.

Partimos la movilización el 27 de abril; ahora estamos cumpliendo seis semanas. Ayer nuevamente se revalidó la toma por votación electrónica; esa es una reforma que hicimos aquí en Derecho y creo que es buena. Estuvimos un buen tiempo un poco entrampadas en esta movilización, ya que el feminismo interrogaba las maneras actuales de organizarse. Hubo debates históricos dentro del feminismo, no sé, entre las «autónomas» de la institucionalidad versus las «políticas», pienso que ese era un clivaje que, de alguna manera, renacía. Ahora pienso que estamos en un escenario en que nada está dado, viene una etapa más concreta con la posibilidad de ganar y de poder perspectivar este conflicto, más que cerrarlo este año y decir «bueno, acabamos con el sexismo». Tenemos que ver de qué manera esto, efectivamente, abre un nuevo ciclo político, de reformas y de transformación en el país. Creo que ese es el escenario que tenemos por delante, la posibilidad es esa; o bien, la de un cierre del conflicto y la desarticulación de todo este auge feminista.

El feminismo es para transformar a toda la sociedad

Sabemos que las condiciones de esta movilización no comenzaron a construirse hoy, aunque la visibilidad del movimiento feminista ahora sí toma una fuerza muy distinta. Desde hace tiempo venían instalándose algunas cuestiones: se venían haciendo manifestaciones y poniendo ciertos temas en el debate, como, por ejemplo, la violencia como una situación ya no natural, ya no casual, sino como un problema estructural, parte de toda nuestra relación social. En ese sentido, creo que hace tiempo también viene manifestándose una contrarreacción, y es algo con lo que el movimiento va a tener que lidiar.

Sin embargo, pienso que la más peligrosa es esa reacción que parece abrazar tus demandas pero las distorsiona; como por ejemplo, los protocolos son insuficientes, pero aún así hoy desde muchos sectores nos están diciendo que ese es el máximo horizonte de esta movilización. Creo entonces que ahí está la posibilidad de que hoy le hagamos frente a esa reacción, que busca darte un espacio dentro del orden pero no para transformar ese orden, es decir esto no se va a solucionar acá. Y en esa proyección me parece que se juega la continuidad de esta pugna que va a seguir entre la reacción y el movimiento. Podemos decir que ya hemos visto varios gestos; por ejemplo, a principio de año cuando se crea el Ministerio de la Familia a nivel gubernamental y se empieza a entender las políticas de desarrollo social desde la familia, es una respuesta a lo que viene diciendo el feminismo bien fuerte. Ahora también cuando omiten la educación no sexista como demanda es la posición más recalcitrante que solo te niega, solo te violenta, infantiliza y distorsiona el movimiento. Esto siempre va a estar y habrá que ir haciéndole frente políticamente.

Dejando en claro que el feminismo no es solamente para las mujeres, para las disidencias sexuales, sino que es para transformar a toda la sociedad, hay que avanzar hacia una emancipación, hacia la redistribución del poder y de la riqueza, como también hacia la transformación de nuestras relaciones sociales. Creo que desde el movimiento feminista estudiantil eso es lo que hay que ofrecerle a Chile, a la sociedad. Tenemos que decir que queremos una educación no sexista, no solamente para nosotras, sino que para transformar este país tan violento.

El feminismo no era relevante en el debate

Ahora, cómo sacamos esta reflexión hacia afuera. Debemos reconocer que hay un cuestionamiento a la organización –en todos lados–, a las instituciones propias del movimiento, lo que también ha dificultado la autorrepresentación del mismo movimiento social, lo que ha hecho más complejo instalar temas. En esta pasada se instaló la idea de una educación no sexista, por lo menos así combatimos ese sentido punitivo con que se presentaba al movimiento, y se puede ver además una diferencia programática entre el movimiento y lo que ofrece la autoridad, el Gobierno. Pero claro, para ir más allá de lo que logramos dentro de nuestras instituciones y poder proyectarlo hacia afuera, debemos tener claras dos cuestiones: primero, no entender esto como algo desanclado de todas las luchas sociales anteriores, creo que eso es clave, porque para algunos pareciera que esta movilización surgió solo hace seis semanas y que las feministas no estábamos en el movimiento estudiantil, y esa es la segunda cuestión, no hay que olvidar que el feminismo no era relevante en el debate, nosotras no ocupábamos posiciones protagónicas, pero ahí estábamos, ahí estuvimos siempre.

Durante estas semanas hemos ido logrando hacer un vínculo histórico entre las luchas por financiamiento, por educación pública gratuita, con lo que está pasando. Decíamos en una asamblea que, sin reabrir la discusión de financiamiento basal, sin reabrir la discusión de fin al lucro, no vamos a combatir de manera efectiva la precarización en que vivimos las mujeres y disidencias sexuales. No vamos a poder implementar políticas más sustantivas que los protocolos, los que no requieren ni un peso, pero sí todo lo demás. Esta es una cuestión que, para que salga de acá y que efectivamente pueda abrir un nuevo ciclo, hay que pujar, porque son discusiones que estamos dando para reabrir el debate en torno a la reforma de la educación superior, a la reforma al modelo educacional en general. Pienso que por ahí va un poco la posibilidad de sacar el debate de lo que ocurre aquí adentro y hablarle más a la sociedad.