Kitabı oku: «La llamada (de la) Nueva Era», sayfa 4
No es cuestión de pasar revista a los temas desplegados por Pastor, quien ha insistido, por otra parte, en que no era su propósito ofrecer una “nueva” enseñanza ni una gran revelación, sino transmitir una llama y una confianza, una esperanza y una fuerza anímica, que realmente se despiertan al vibrar con una conciencia tan luminosa y sabia. Digamos tan sólo que se parte de la realidad del momento crucial en que se encuentra la humanidad. Se va a producir un “impasse,” una “pausa” –decía Pastor en la última grabación que conservamos de OMnia– sobre todo en los campos de la Economía, las Finanzas y la Política (áreas relacionadas con el 7° rayo, relacionado a su vez con el planeta-arquetipo Urano-Prometeo, regente del signo zodiacal de Acuario, y por tanto en estrecha relación con la Nueva Era de Acuario), pues para pasar a otra civilización hay que esperar a que se derrumben los viejos y gastados edificios, corroídos por la corrupción y la mentira, o mejor dicho, no hay que esperar, sino que al mismo tiempo que tales áreas dejan de recibir energía y atención por parte de la Jerarquía, otras áreas, otros proyectos, un nuevo suelo sobre el que edificar la nueva humanidad, están ya en preparación y recibiendo la atención de los Maestros que conocen el Plan y lo sirven, ayudando de mil modos a la humanidad, sobre todo enviando telepáticamente las ondas que contienen las semillas del futuro, la nueva vibración que ha de implantarse.
Cuántas veces me ha dado la impresión de estar escuchando al mismo Tibetano, al Maestro D.K. (no me extrañaría que fuera él). Por la terminología, por los temas, por las referencias, por las preocupaciones. Pero, al mismo tiempo, de un modo tan nuevo y fresco, tan actualizado, tan variado. Desde temas cosmogónicos, como el papel de los Grandes Devas, Arcángeles y Elohim en su elaboración de los mundos, hasta cuestiones concretas y candentes como las raíces ocultas de enfermedades como el cáncer y el sida, o en su momento la crisis del Golfo Pérsico. Pero lo característico es la amplitud de la visión, la referencia constante a los Maestros de Sabiduría que forman parte de Shamballa y la Jerarquía de nuestro planeta, sin faltar referencias a Jerarquías extraplanetarias, sea en las Pléyades o en Sirio, aunque este “esoterismo galáctico” (como me gusta llamarlo) que recientemente abunda sigue estando en un segundo plano. Es el trabajo interno, la actitud que hay que adoptar ante los problemas cotidianos, la clarificación del sentido de la meditación y el modo de practicarla, la llamada a trascender nuestras ataduras, nuestros conflictos y traumas psicológicos apelando a la fuerza de nuestra alma, lo que abunda en sus conferencias.
En fin, una vez más, desde el fondo de mi corazón y de mi alma, brota con fuerza y reconocimiento un enorme agradecimiento hacia Pastor por todo lo que ha vivificado en mi alma, todo lo que ha clarificado en mi mente, todo lo que ha llenado mi alma, con esa renovada y fortalecida confianza en la existencia del Gran Sentido, por una parte, y de los Maestros de Sabiduría, por otra, pero también y sobre todo en la presencia y luminosidad de nuestra propia alma, como ser de luz que trata de hacerse cada vez más presente en nuestras vidas, pese a las dificultades y crisis de la personalidad que irremisiblemente nos es necesario vivir.
* Darshan: momento en que el Maestro se hace presente entre sus discípulos. (N. del A.)
1. INTRODUCCIÓN:
NUEVOS MOVIMIENTOS RELIGIOSOS
CUESTIONES CONCEPTUALES
E INTENTOS DE CLASIFICACIÓN
Vamos a intentar aproximarnos a lo que se ha llamado “nuevos movimientos religiosos” o “nuevas religiones” y que yo preferiría denominar “nuevos movimientos espirituales”. Comencemos analizando qué significa en ellos decir que son “nuevos,” por qué llamarlos “movimientos” y denominarlos “religiosos” o “espirituales” y a continuación presentaremos algunos modos de clasificarlos.
J. Martín Velasco (1977) aclara bien nuestra cuestión al apuntar que “nuevos” no significa sólo recientes o actuales, sino que implica una cierta ruptura con las formas religiosas representadas por las religiones ya establecidas. En este sentido no se incluirían movimientos surgidos en el interior de una religión tradicional y que se mantienen en ella aunque la intenten renovar o reformar. Es el caso, en el cristianismo, de los movimientos de renovación carismática, el movimiento neo-catecumenal, etc. Por el contrario, los nuevos movimientos religiosos reivindican una identidad diferente y exigen de sus miembros algún tipo de conversión.
En este sentido, F. Díez de Velasco afirma: «El término nuevas religiones no se puede aplicar a cualquier grupo religioso por el mero hecho de que su fundación se haya producido en los dos últimos siglos, es necesario que el corpus de creencias presente diferencias sustanciales con el de las religiones tradicionales» (Díez de Velasco, 2000:21-22). Por ejemplo, no serían nuevas religiones los Testigos de Jehová (con un mensaje que intenta ahondar en una interpretación literal y exacta de la Biblia), pero sí podría considerarse así La Iglesia de los Santos de los Últimos Días [mormones] que genera una literatura sagrada nueva, adaptada al papel de los Estados Unidos en el marco de la modernidad.
“Movimientos” tiene un sentido amplio, válido para cualquier colectivo incluso si carece de los elementos organizativos, institucionales, dogmáticos o culturales que suelen caracterizar a las formas tradicionales de organización religiosa. Se elimina así la restricción que supondrían términos como “Iglesia,” “secta,” “denominación” o “culto”. Además, algunos de estos, sobre todo “secta”1 y “culto” (este último designa en general una forma de religión privada, personal, con un cultivo mayor de la experiencia personal y el misticismo), tienen connotaciones fuertemente negativas hoy en día.2
“Religiosos”. También este término cobra una nueva significación, ya que dadas las dificultades de delimitar el significado de la palabra “religión,” hablar de movimientos religiosos hace referencia a un campo de significación, más que a una significación precisa. De ahí que, a nosotros, nos parezca más adecuada la calificación de “nuevos movimientos espirituales”.
Generalmente, la expresión “nuevos movimientos religiosos” se emplea para designar las nuevas manifestaciones de religiosidad surgidas a partir de la II Guerra Mundial, por tanto aproximadamente la segunda mitad del siglo XX, si bien en un sentido más amplio se refiere también a las surgidas en los dos últimos siglos, como recordaba F. Díez de Velasco. De este modo se incluyen movimientos como la Sociedad Teosófica en Estados Unidos, el Movimiento Antroposófico en Alemania, la Fe Bahai en Irán o el Konkokyo en Japón, todos ellos fundados en el siglo XIX.
Tenemos, pues, tres círculos concéntricos en los que la expresión cobra sentido. El círculo más amplio abarca los dos últimos siglos, XIX y XX; el círculo intermedio abarca tan sólo la segunda mitad del siglo XX, a partir, aproximadamente, del final de la II Guerra Mundial. Y el círculo más estrecho, y el que nos interesa de manera especial, comenzaría a finales de los sesenta y principios de los 70 del siglo XX; si se nos fuerza, la última cuarta parte del siglo XX, momento en que tanto la ola fundamentalista e integrista como la ola Nueva Era cobran una extraordinaria fuerza, pese a las predicciones que anunciaban, después de la muerte de Dios, el eclipse de lo religioso.
Hacia una clasificación de los Nuevos movimientos religiosos (NMR)
Se han ofrecido muchas clasificaciones diferentes. Generalmente desde un enfoque sociológico y teniendo en cuenta la relación con la sociedad en la que nacen. Así, por ejemplo, J. Milton Yinger distingue entre sectas agresivas o revolucionarias que rechazan el mundo; gnósticas o de aceptación del mundo, e introvertidas que lo evitan. No muy distinta es la del Roy Wallis al distinguir entre NMR que rechazan el mundo, otros que lo afirman y otros que se adaptan a él. Por su parte, T. Robbins y D. Anthony distinguen entre: a) “movimientos dualistas” que protestan violentamente contra la cultura y la moral permisiva y relativista, suelen ser grupos rigoristas, neofundamentalistas que interpretan literalmente la Escritura y son de tendencia fuertemente apocalíptica, y b) “movimientos monistas,” orientales, que se proponen la obtención de una conciencia universal por la experiencia mística de fusión con el Todo.
J. Martín Velasco (1997), después de pasar revista a dichas distintas clasificaciones, propone una tipología que resulta clarificadora:
a: NMR surgidos en las religiones autóctonas de pueblos del Tercer Mundo, como reacción a la cultura y religión de los colonizadores, sobre todo cristianismo e islam. A ellos pertenecen los cultos cargo de la Melanesia y Nueva Guinea, el kimbanguismo del actual Zaire, el movimiento kitawala, el maumau, el nkrumahismo (que toma su nombre del antiguo presidente de Ghana, Kwame Nkrumah) y una larga serie que abarca hasta 6.000 movimientos censados sólo en África. Se han designado de modos muy diversos: cultos de crisis, movimientos de acomodación, revivalismos, etc., lo cual no hace sino poner de manifiesto la dificultad de interpretar tales movimientos, incluso de caracterizarlos.
b: Movimientos de renovación y reforma surgidos en el interior de las grandes tradiciones religiosas, como consecuencia del contacto con las nuevas condiciones socioculturales de la época moderna.
Hinduismo: Desde el Brahmo Samaj o el Arya Samaj, en el siglo XIX, hasta los más recientes que analizaremos posteriormente.
Budismo: La efervescencia de NMR parece especialmente aguda en Japón, donde podrían distinguirse tres familias: a) las influidas por el budismo, como los grupos de Nichiren Soshu y Rissho Kosei Kai; b) las influidas por el shintoismo, como el movimiento Tenrikyo y Konkokyo, y c) los grupos neoesotéricos occidentales como Seicho No Te, que une rasgos budistas con elementos de psicología profunda, tendencias ocultas, etc.
Islam: Aquí se encuentran las dos religiones independizadas de la matriz musulmana: el bab o babismo, fundada por un profeta que se llamó a sí mismo Bab, “la puerta,” cuyos adeptos sufrieron terribles persecuciones por parte de las autoridades iranias y de los países musulmanes de Oriente Medio, y el bahaísmo, emparentado con la anterior, fundada por Mirza Husaym Ali Nuri (Bahaullah), que hoy se presenta como una religión universal que proclama la unidad de todas las religiones.
Cristianismo: Asistimos a un florecimiento de grupos desarrollados con una relación más o menos estrecha con la Iglesia de origen. Por una parte están los movimientos desgajados de las Iglesias de la Reforma en Europa y sobre todo en América. Cabe señalar entre ellos: la familia pietista-metodista; la familia pentecostalista; las Free Churches europeas y americanas: menonitas y cuáqueros; la familia bautista; la adventista, la Iglesia de Jesucristo y de los Santos de los Últimos Días (mormones); la Christian Science; los Testigos de Jehová, etc. Éstos son los grupos a los que más propiamente se aplica el término de “sectas”. Otros grupos de origen cristiano son más claramente sincretistas y se asemejan más a la noción de NMR. Son ejemplos de estos, Jesus People, los Niños de Dios o la Familia del Amor y la Iglesia de la Unificación (Moon).
c: NMR con raíces emparentadas con las corrientes gnósticas, esotéricas y ocultistas. Ciencia, psicología, curación, potencial humano, llevados más allá de sus enfoques académicos y culturalmente reconocidos suelen mezclarse en ellos. Cabe situar ahí a Nueva Acrópolis, La Gnosis de Carf, la Iglesia de la Cienciología, las Sociedades Teosóficas, los rosacrucianos, etc. Se caracterizan por su filiación con la Gnosis, el esoterismo y la transformación de éste en ocultismo en el siglo XIX. Se ha hablado, en este sentido, de la “nebulosa” o “galaxia” místico-esotérica, así como de “movimientos sincrético-holistas,” que pueden hacerse coincidir aproximadamente con la ambigua y abigarrada noción de “espiritualidad Nueva Era,” en la que fundamentalmente nos centraremos aquí.
Una clasificación más sencilla y útil en el estudio de los NMR es la que propone Mardones, con tres categorías principales: movimientos fundamentalistas, movimientos de raíz oriental y movimientos sincrético-holistas (Mardones, 1994).
Es preciso comenzar llamando la atención tanto sobre la amplitud como sobre el doble rostro de los movimientos de matriz oriental, ya que unos miran de manera predominante o hasta exclusiva hacia el pasado tradicional y sus fuentes “reveladas,” compartiendo en ocasiones los rasgos del fundamentalismo, mientras que otros forman parte más o menos claramente de la “espiritualidad Nueva Era”. Aquí nos centraremos sobre todo en estos últimos.
Respecto a la terminología debemos comenzar haciendo dos aclaraciones. Si, por una parte, los movimientos fundamentalistas siguen conservando, junto a la tradición, la noción de “religión,” la sensibilidad new age suele identificarse más con la noción de espiritualidad que con la de religión y religiosidad. Esto, ciertamente, forma parte del proceso de des-tradicionalización y des-institucionalización que caracteriza al movimiento Nueva Era (aunque no sólo a él, como es bien sabido). Efectivamente, la sensibilidad Nueva Era se caracteriza por un rechazo más o menos abierto y explícito de las autoridades externas, las instituciones religiosas y las tradiciones cerradas y dogmáticas.
Por otra parte, tal como se va aceptando entre los investigadores del tema (Díez de Velasco, 2000; Estruch, 2004), no emplearemos el término “secta,” para evitar así la carga fuertemente peyorativa que ha llegado a tener, constituida ya no en categoría clarificadora, sino en arma arrojadiza y automáticamente descalificadora, y tendremos en cuenta la conveniencia de no distinguir a priori entre religiones y movimientos religiosos, como si estos últimos no alcanzasen el alto estatus de que gozan las primeras. De todos modos, aunque resulte legítimo hablar de “religión Nueva Era”,3 preferiremos la expresión “espiritualidad Nueva Era” o “movimiento Nueva Era”.4
1. «Los grupos sectarios –recuerda Martín Velasco– se distinguen por algunos rasgos psicológicos: conciencia de ser los puros y elegidos, seguridad y dogmatismo en sus convicciones, rechazo de todo lo externo al propio grupo y gran espíritu de cuerpo; generalmente también por una utilización fundamentalista de la Escritura confundida con una revelación literal de Dios al propio grupo». O en caracterización clásica que sigue los pasos de M.Weber y E. Troeltsch: «La secta se distingue, en contraposición a los rasgos de la Iglesia, por significar una unidad sociológica, disidente de un grupo mayor, compuesta por un número relativamente pequeño de adeptos voluntarios, pertenecientes generalmente a las capas más desfavorecidas de la sociedad, con un grado grande de dependencia de un líder carismático, lazos interpersonales muy estrechos entre sus miembros dentro de un plano de igualdad, escasa importancia de las doctrinas como medio de identificación y de definición de la pertenencia y un culto en el que predomina lo emocional y que concede gran importancia al fervor afectivo» (Díez de Velasco, 2000:62).
2. Podemos encontrar ejemplos de obras sobre sectas en: Pepe Rodríguez (1989) y Roger Pascual (2003), aunque falta en ellos el rigor y la reflexivi-dad de la obra sobre este tema de Joan Prat (1997).
3. Véase el título mismo de una de las obras imprescindibles para esta cuestión, tanto por su planteamiento riguroso y respetuoso –algo extremadamente raro de reunir en este ámbito impregnado de prejuicios “religionistas” a favor o en contra–, como por la riqueza de fuentes manejadas, W.J. Hanegraaff, New Age Religion and Western Culture, Nueva York, SUNY, 1998.
4. Esta última denominación, frecuente, halla una tematización importante en la obra de Paul Heelas, The New Age Movement, Cambridge, Blackwell, 1996, contextualizando la Nueva Era en el marco de la Modernidad y considerándola justamente la continuación del movimiento romántico contra-ilustrado.
2. LA OBSESIÓN POR LA ORTODOXIA O EN LAS ANTÍPODAS DE LA NUEVA ERA:
FUNDAMENTALISMOS, INTEGRISMOS, TRADICIONALISMOS
De entre los Nuevos Movimientos Religiosos, el primero de los bloques que debería tenerse en cuenta es aquel que recibe la denominación genérica de “fundamentalismo,” incluyendo en éste aquello que más propiamente deberíamos llamar “integrismo” o “tradicionalismo”. No obstante, dado que vamos a centrarnos en la Nueva Era, no podremos dedicarle más que unas cuantas páginas. La decisión de incluirlo, aunque sea brevemente, se debe a la coincidencia significativa en lo que respecta a las fechas de su desarrollo y auge. En realidad, tal como reza el título, estamos en las antípodas de la Nueva Era y en ocasiones con una verdadera obsesión por la ortodoxia. En lugar de una llamada del futuro, nos hallamos ante una vuelta al pasado, a la tradición, a los fundamentos de la religión, con duras críticas a todo lo moderno.
Juan José Tamayo resume bien esta problemática en el siguiente texto: «El término “fundamentalista” se aplica a personas creyentes de las distintas religiones, sobre todo a judíos ultra-ortodoxos, a musulmanes integristas y a cristianos tradi-cionalistas. El fenómeno fundamentalista suele darse –aunque no exclusivamente– en sistemas rígidos de creencias religiosas que se sustentan, a su vez, en textos revelados, definiciones dogmáticas y magisterios infalibles. Con todo, no puede decirse que sea consustancial a ellos. Constituye, más bien, una de sus más graves patologías» (Tamayo, 2005:74).
No obstante, la distinción más aceptada es la que reserva el término “fundamentalista” para el marco protestante y el término “integrismo” para el catolicismo. Lo vemos señalado en José Manuel Sánchez Caro: «Mientras que el fundamentalismo es un fenómeno típicamente protestante, el integrismo es un fenómeno específicamente del catolicismo. El fundamentalismo apela a la Biblia contra el peligro de racionalización de la fe y propone un tipo de interpretación directa e inmediata de ella, considerándola como única fuente de revelación y como palabra de Dios inmediata que tiene la solución para cualquier problema sin necesidad de otras mediaciones, como pueden ser las instituciones de la Iglesia y concretamente, en el caso de la Iglesia católica, su magisterio. […] El integrismo, por su parte, es la aceptación de la tradición de la Iglesia tal como se entiende en un momento determinado, con el fin de defender a esa misma Iglesia de lo que se consideran doctrinas nuevas, generalmente calificadas de racionalistas, que pueden apartarla de su verdadero origen e identidad tradicional» (Sánchez Caro, en Mardones, 1999:61-62).
Distintos analistas coinciden en indicar que sería a mediados de los años setenta del siglo pasado cuando las raíces plantadas hace tiempo en las distintas religiones dejan ver sus frutos. Efectivamente, como mostró bien G. Kepel (1991), a partir de la II Guerra Mundial daba la impresión de que la religión se había retirado del dominio público y dejaba de inspirar el orden de la sociedad, limitándose al ámbito de la vida privada o familiar. A lo largo de los años sesenta el vínculo entre la religión y el orden de la ciudad pareció aflojarse hasta extremos que los religiosos consideraron preocupante. La atracción hacia el laicismo hizo que muchas instituciones religiosas se volvieran hacia los valores “modernos”. El ejemplo más claro fue el aggiornamento o puesta al día de la Iglesia católica en el Concilio Ecuménico Vaticano II. También en el islam se hablaba de “modernizar el islam”. Los años setenta fueron una década bisagra para las relaciones entre religión y política, con transformaciones inesperadas. Puede decirse que hacia 1975 este proceso comienza a revertirse. Ya no se trata de ponerse al día y modernizarse, sino de una “segunda evangelización de Europa”. Ya no de “modernizar el islam,” sino de “islamizar la modernidad”. Desde entonces, “la revancha de Dios” a través del fundamentalismo ha adquirido proporciones universales, y aunque se ha estudiado el fenómeno especialmente en las tres religiones abrahámicas, monoteístas, es bien sabido que el hinduismo ha sufrido un proceso similar en la India contemporánea y algo parecido puede decirse del shinto en China.
Generalmente, estos movimientos religiosos se oponen o disienten del discurso dominante de la “religión oficial”. A los ojos de los nuevos militantes religiosos, esa crisis revela la vacuidad de las utopías seculares –liberales o marxistas–, cuya traducción concreta en Occidente es el egoísmo consumista, y en los países socialistas y el Tercer Mundo, la gestión represiva de la penuria (Kepel, 1991:13-19).
Veamos más detenidamente algunas de las fechas y los acontecimientos más significativos. Comencemos por el protestantismo y el evangelismo norteamericano, remontándonos a comienzos del siglo XX.