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Ciudad y metrópolis, local y global

Las ciudades no son islas ni realidades sociales endógenas. Las ciudades siempre han estado en estrecha relación con su hinterland y con el mundo mediante diversas relaciones multidimensionales, que cada vez con mayor intensidad son facilitadas por las tecnologías de los transportes y las comunicaciones. Sin embargo, en las tres últimas décadas el desmantelamiento de las barreras nacionales a los flujos de capitales internacionales ha colocado y expuesto a las ciudades a relaciones más intensas en el ámbito económico, social, cultural, etcétera. Así, grandes flujos de capital financiero trasnacional se invierten en mercados inmobiliarios de distintas ciudades con la lógica de incrementar la acumulación de capitales, sin importar los efectos locales que éstos tienen. Asimismo, los flujos de inmigrantes establecen múltiples relaciones entre periferias urbanas de las ciudades del norte y del sur, y tejen múltiples conexiones trasnacionales en las ciudades del mundo mediante flujos económicos, comunicaciones, reproducción de prácticas culturales y procesos de hibridación cultural.17 En efecto, una ciudad nunca ha sido una unidad social endógena. Además, en el siglo XXI los procesos sociales que ocurren en las ciudades y las urbanizaciones están cada vez más interconectados con procesos multidimensionales en escala inter y trasnacional.

Reivindicar la ciudad

Pese a reconocer que en los tiempos actuales ya no se construye «ciudad», varios académicos, organizaciones civiles y sociales de distintos lugares del planeta continúan hablando y reivindicando «la ciudad» en el siglo XXI por dos razones: 1) porque hay aún partes de nuestras ciudades (por lo general, los centros y los barrios históricos) que, al igual que la «ciudad clásica», poseen todavía un conjunto de atributos colectivos, públicos y sociales que es preciso defender y difundir en el resto de las urbes y 2) porque bajo el eslogan de «El derecho a la ciudad» reivindicamos los atributos y los valores de «la ciudad para todos»: residentes y usuarios. Es decir, una ciudad que integre y acoja a los diversos, a los diferentes, que garantice la cohesión y la coexistencia colectiva ante los conflictos cotidianos derivados de los intereses particulares de los actores sociales, económicos y políticos. Una ciudad, en fin, que permita la mezcla y el encuentro social, donde el suelo tenga una función social y los servicios urbanos sean para todos y todas.

Somos conscientes de que muchos de estos atributos asignados a «la ciudad» tal vez nunca hayan estado presentes en la Ciudad de México ni en otras ciudades latinoamericanas. En este sentido, junto con Mauricio Merino,18 reivindicamos un espacio público (la ciudad) que ha sido secuestrado por intereses mercantilistas y monopolios, y defendemos la construcción de un espacio público y de una(s) ciudad(es) que nunca hemos tenido. Aquí coincidimos también con autores que han guiado parte de nuestra formación académica, como Lefebvre, Harvey, Ortiz19 y otros autores,20 para quienes el derecho a la ciudad no consiste sólo en la conquista de una ley, sino en una utopía a construir y en un eslogan de batalla para la construcción de otras ciudades y sociedades, bien diferentes a las que tenemos ahora.

Un mundo irremediablemente urbano

En 2015 la mayor parte de la población en el mundo vive en «ciudades» (54%) y se espera que esta cifra se incremente en 2050 a 66%.1 La urbanización del mundo parece un hecho irreversible: no sólo no hay utopías que promuevan el retorno al campo o la creación de comunidades rurales autosustentables2 en un momento en que las tecnologías del transporte y las comunicaciones permitirían facilitarlo, sino que la población del campo se sigue trasladando a las ciudades en las regiones menos urbanizadas (Asia y África). Así, la población urbana se incrementó de 2 300 millones de habitantes en 1990 a 3 900 millones en 2014, y se prevé que se incrementará hasta 6 300 millones en 2050.3 En este contexto, el número de megaciudades de más de 10 millones de habitantes en el mundo se ha incrementado de 10, en 1990, a 28 en 2014. Estas megaciudades alojan en conjunto a 453 millones de habitantes o 12% de la población urbana mundial: 16 megaciudades se encuentran en Asia, cuatro en América Latina (una de ellas es la Ciudad de México), tres en África, tres en Europa y dos en América del norte. Para 2030 el Programa Hábitat de la ONU prevé que habrá 41 ciudades con más de 10 millones de habitantes, todas ellas emergerán en el sur global, antes llamado tercer mundo.4

La migración del campo a la ciudad, que en el siglo XX definió la urbanización latinoamericana, es cosa del pasado. En el siglo XXI las migraciones de población son internacionales y se dirigen de países del sur a países del norte: mexicanos y centroamericanos arriesgan la vida al cruzar fronteras para trabajar en Estados Unidos, mientras que los africanos atraviesan por conductos clandestinos el mar Mediterráneo para llegar a Europa. Así, en 2010 más de 30 millones de latinoamericanos y caribeños residían fuera de su lugar de origen, fundamentalmente en Estados Unidos, Canadá y España,5 mientras que 10% de la población mexicana vivía fuera de su país, en gran parte en Estados Unidos. En cambio, en Brasil apenas 0.4% de su población total había emigrado.6 Ecuador es un país que ha perdido entre 10 y 15% de su población desde la década de 1990: en 2013 se tenía un registro de 428 000 y de 456 000 ecuatorianos residentes en Estados Unidos y en España, respectivamente.7

América Latina es la región más urbanizada del mundo, con casi 80% de su población viviendo en ciudades.8 Esta tasa es mayor que la de Europa, que alcanza 73% de su población viviendo en ciudades.9 Sin embargo, en algunos países este porcentaje se incrementa en torno a 90% (Argentina y Uruguay) y a 85% (Chile y Brasil), mientras que en América Central la tasa de urbanización ronda 55% (lo que significa que hay una gran cantidad de población potencialmente emigrante). En México la tasa de urbanización en 2010 era de 77.8% y se preveía su incremento a 80.6% para 2020.10 Es decir, que cuatro de cada cinco mexicanos vive en ciudades.

Además, la mayoría de las ciudades grandes y medianas en México, como en el resto de América Latina, son metropolitanas. Es decir, son ciudades que físicamente se extienden en más de una entidad político-administrativa. Se trata de una realidad urbana que constituye un enorme desafío para las democracias locales y la gobernabilidad urbana, pues día a día miles de personas, que tienen sus derechos políticos y pagan sus impuestos en el lugar donde duermen o tienen su domicilio, se trasladan a otras partes de la ciudad para trabajar, consumir, estudiar o visitar. En 2010 en México se habían definido de manera oficial 59 zonas metropolitanas que se extendían en 367 municipios y delegaciones de 29 entidades federativas. Aquí vivían 63.8 millones de habitantes, equivalentes a 56.8% de la población nacional.11

Además, el crecimiento demográfico en América Latina se ha reducido. Entre 1950 y 2010 la tasa de fecundidad bajó de 5.8 a 2.09 hijos por mujer y la esperanza de vida se incrementó de 51.4 a 74.5 años en promedio. Asimismo, en nuestra región la estructura etaria presenta un «bono demográfico», donde la población económicamente activa es mayor que la población no activa (situación que no durará más de 30 años): en 2010 la población menor de 14 años era de 28%, la de 15-64 años, de 65%, y la de más de 65 años, de 7 por ciento.12

Este grado de urbanización, acompañado de una considerable reducción de las tasas de crecimiento demográfico, ha llevado a algunos autores a considerar que en América Latina la «explosión urbana es asunto del pasado»13 y que la región ha transitado de la «urbanización sin fin, al fin de la urbanización».14 Es decir, que arribamos a una fase en donde la expansión de nuestras ciudades ya no sería necesaria, como en el pasado, porque la inmigración del campo a la ciudad prácticamente culminó; mientras que el incremento de la población actual de las urbes es por crecimiento demográfico natural. Sin embargo, a pesar de la desaceleración del crecimiento demográfico, aún persiste una lógica de crecimiento urbano expansivo, promovido por el mercado inmobiliario, como se comentará adelante, en esta fase de capitalismo neoliberal.

En este contexto, la agenda pública, los problemas sociales, la pobreza y las políticas públicas se han urbanizado. Además de ello, un tema que contribuye a colocar a las ciudades y a su futuro como un tema central es la Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos, Hábitat III, que se realizará en Quito, Ecuador, en octubre de 2016.

¿Sirve de algo la Cumbre Mundial de la ONU sobre los Asentamientos Humanos?

La tercera Cumbre Mundial sobre los Asentamientos Humanos, Hábitat III, a realizarse en 2016, tendrá lugar en un momento en que más de la mitad de la población del mundo vive en ciudades; las desigualdades socioeconómicas se han exacerbado y crece la pobreza social, y las formas de urbanización neoliberales muestran de manera brutal sus consecuencias. Así, por ejemplo, en México alrededor de cinco millones de viviendas (en su mayoría nuevas) se encuentran vacías. Se trata de conjuntos de «artefactos» urbanos con miles de viviendas de dimensiones miserables que fueron construidos desde el año 2000 en lugares distantes de las ciudades y, en ocasiones, prácticamente en medio de la nada, condenando a la población «beneficiada» a invertir mucho tiempo y recursos en sus traslados diarios. Esta urbanización salvaje implicó un enorme crecimiento urbano en escala metropolitana, que a nombre del déficit habitacional promovió enormes ganancias para las empresas constructoras, llamadas en México vivienderas.15

Otro de los peores ejemplos de la urbanización capitalista neoliberal es España, país que tienen alrededor de 3.4 millones de nuevas viviendas vacías, a las cuales se suma una enorme cantidad de megaproyectos inconclusos (aeropuertos, centros vacacionales, complejos turísticos de playa o montaña, etcétera) y alrededor de 800 000 desahuciados de su vivienda por el no pago de los créditos hipotecarios contraídos. Algunas muestras de los excesos de la «economía del ladrillo» y de la «burbuja inmobiliaria» han sido recogidos en publicaciones con diversos enfoques. Así, por ejemplo:

Ruinas modernas, una topografía de lucro16 es el catálogo de una exposición fotográfica y planimétrica del mismo nombre que muestra los absurdos del lucro y la especula ción, permitidos por una generalizada corrupción: la construcción inconclusa, que semeja ruinas, de megaproyectos habitacionales, turísticos y de diverso tipo en medio prácticamente de la nada.

• Por su parte, Fin de ciclo17 es un libro que, desde la perspectiva de la economía política, pretende explicar, en un enfoque de largo plazo, la estupidez de la lógica de lucro —financiada por las poderosas economías de la Unión Europea— que exprimió los ahorros a las clases medias y medias bajas de España mediante créditos hipotecarios para la compra de vivienda.

En otros países las consecuencias son similares. A ello podemos sumar la reproducción de la pobreza ahora urbana, los miles de asentamientos humanos irregulares en América Latina y en México (de los que casi nadie habla), así como un desarrollo urbano exclusivo y excluyente que se conduce con políticas que mejoran de manera selectiva el espacio urbano y/o rehabilitan un selectivo patrimonio urbano, constituido por partes de centros y barrios históricos.

Volviendo a Hábitat III, en sí mismas las cumbres de la ONU constituyen actos diplomáticos a los que asisten jefes de Estado y ministros encargados del desarrollo urbano y del ordenamiento territorial de los diferentes países, quienes firman protocolos y compromisos políticos (en apariencia neutros y despolitizados, que a menudo se incumplen) para atender rezagos, problemas y desafíos sociales urbanos. Sin embargo, las cumbres de la ONU imponen una agenda internacional que coloca esos temas en el escenario y en el debate público nacional y local. Así, por ejemplo:

• En México, en 1975 grupos feministas de las llamadas Organizaciones No Gubernamentales (ONG) pudieron colocar temas fundamentales en la agenda nacional durante el Año Internacional de la Mujer.

• En 1976, en el marco de la Cumbre de la ONU sobre los Asentamientos Humanos, Hábitat I, el gobierno federal decretó en escala nacional la Ley General de Asentamientos Humanos (primera en el ámbito nacional en México), y en escala internacional se creó la Coalición Internacional para el Hábitat, integrada por ONG y organizaciones y movimientos sociales defensores de los derechos a la vivienda y a la ciudad, de muchos países, que en un trabajo articulado han podido evitar varios desalojos forzosos en algunas ciudades y fortalecer su lucha en escala local mediante campañas políticas y múltiples intercambios.

El Centro Hábitat de la ONU, entidad responsable de la realización de Hábitat III, promueve una agenda urbana internacional en apariencia despolitizada y neutra que es legitimada por su carácter internacional. Esta institución promueve un desarrollo urbano «sustentable», que aminore la pobreza, los problemas urbanos y el cambio climático, pero también un desarrollo urbano «competitivo» capaz de retener o de atraer inversiones privadas que generen riqueza económica y empleos. En este discurso, al parecer neutro, la ONU premia las «mejores prácticas» para demostrar que, en el mundo hegemónicamente neoliberal, los pobres —con ayuda de ONG, organizaciones filantrópicas y curas comprometidos— cuentan con las suficientes capacidades para mejorar su entorno construido (vivienda y barrio) así como la calidad de su vida, incluso en condiciones adversas.

Las críticas a las cumbres de la ONU son muchas, pero las oportunidades que Hábitat III abre para discutir la agenda urbana de los gobiernos y las políticas públicas de cara a los medios de comunicación y la sociedad son innegables. Por ello estas páginas pretenden sumarse a los debates en torno a las políticas urbanas que se impulsan en distintas ciudades y, en general, a la necesaria reflexión en torno al futuro urbano y las ciudades del mañana.

La urbanización de África, Asia y América Latina. ¿Un atentado para el medio ambiente mundial y la gobernabilidad local?

La urbanización de Asia, África y América Latina alarma a nuestros colegas anglosajones y europeos. Atónitos, ellos observan la emergencia de nuevas megaciudades, lo que según ellos pondrá en riesgo la «sustentabilidad» del planeta. Así, por ejemplo, Richard Rogers denuncia en Ciudades para un pequeño planeta que «las ciudades» consumen «tres cuartas partes de la energía global y generan tres cuartas partes de la contaminación total».18 Se trata de una versión naif o extremadamente sospechosa que omite cualquier referencia a, por ejemplo, cuánto consumo energético y de barriles de petróleo per cápita hay en Londres, Nueva York o Calcuta, como para poder valorar si todas «las ciudades se han convertido en parásitos dentro del paisaje, […] consumidoras incansables, contaminantes incansables», y si el crecimiento urbano mundial provocará un «crecimiento exponencial del volumen de recursos consumidos y de la contaminación».19 Este arquitecto inglés, cuyo libro en comento se ha traducido a varios idiomas, afirma que la Ciudad de México es la ciudad que ejemplifica «la doble amenaza al planeta», pues nuestra ciudad tiene una capa de esmog cuatro veces más espesa que la de Los Ángeles y seis veces más tóxica que los estándares de la Organización Mundial de la Salud. A este arquitecto se le olvida mencionar que la mayor contaminación del planeta proviene de Estados Unidos, Europa y Japón, y que hay otras ciudades (Los Ángeles y San Diego) que producen más contaminación per cápita y mayores gases de efecto invernadero, que reducen la capa de ozono del planeta, que la capital mexicana. Aquí, la enorme diferencia es la situación geográfica del valle de México, que impide la disolución de la contaminación, a diferencia de ciudades planas como Los Ángeles, la cual permite que la enorme polución se disperse en un área geográfica muy extensa. No queremos eludir aquí la responsabilidad en cuanto a los problemas medioambientales que los ciudadanos tenemos en la Ciudad de México, pero tampoco queremos dejar pasar este tipo de análisis «científicos» de nuestros colegas anglo o eurocentristas, que fácil, sospechosa o hábilmente descargan su (ir)responsabilidad en la urbanización del tercer mundo o del ahora llamado sur global.

Mike Davis, un colega de Los Ángeles que cuenta con una amplia difusión en diversas lenguas, ve a las ciudades latinoamericanas y al incremento de la población urbana en las ciudades africanas y asiáticas como una amenaza para el orden mundial. Para este autor, tal vez por residir en Los Ángeles (una «anticiudad» para varios académicos que entendemos la ciudad en vectores y atributos que no se reducen a la acumulación de construcciones individuales), las formas urbanas de América Latina, de Asia y de África constituyen un planeta de «ciudades miseria».20 Este autor habla con cierto desprecio de ciudades híperdegradadas, de un «nuevo monstruo» urbano (la Región Metropolitana Río de Janeiro-São Paulo) y de una «ameba gigante», la Ciudad de México, que en esta visión catastrófica se ha «tragado» a Toluca (sic).21 La imagen de la capital mexicana como protozoario gigante que come ciudades ya es un exceso, pero lo es más la visión fantasiosa de que otra ciudad, Toluca, situada a más de 65 kilómetros de distancia, dividida por enormes áreas de bosques, ya es parte de un enorme continuo urbano. ¿Sabrá este «científico» angelino que en el año 2000 su urbe, Los Ángeles, era 3.77 veces más grande en términos de superficie, y que consume más energía productora de dióxido de carbono que la Ciudad de México?

Jenks y Burguess se preocupan también por el crecimiento de la población en una «escala inimaginable» en las ciudades de los países en desarrollo, que hará consumir suelo, agua, energía y medio ambiente.22 Por curioso que parezca, estos autores europeos tampoco parecen diferenciar entre las sociedades de bajos ingresos y las sociedades consumistas del primer mundo, que, con un alto poder adquisitivo, consumen con voracidad suelo y energía no renovable, y son los responsables directos y mayoritarios del calentamiento del planeta. Así, por ejemplo:

• Reconocen que 16.7% de la población mundial (Japón, Australia, Estados Unidos y la Unión Europea) producen 53.6% de las emisiones de dióxido de carbono en escala mundial.23

• Van Susteren hace en su Atlas metropolitano mundial una clara diferenciación entre las megaurbanizaciones (muy extensas urbes que consumen suelo, infraestructura y energéticos) y las megaciudades, definidas de esta manera en función de la cantidad de habitantes.24 En esta investigación, por ejemplo, Los Ángeles y Nueva York, con 9.3 y 20.2 millones de habitantes, respectivamente, consumen casi dos y ocho veces más territorio que la Ciudad de México, que en 2000 tenía 17.2 millones de residentes y consumía 1 476 km2 de suelo (véase cuadro 1). Se hacía evidente aquí que la Ciudad de México (antes de la urbanización salvaje realizada desde 2000 con la política viviendista federal, que extendió de manera brutal las periferias urbanas) era una ciudad que ahorraba suelo consumiendo una extensión física apenas mayor que Berlín, pero con 4.5 veces más población que la capital alemana. Que la Ciudad de México era una urbe ahorradora de suelo e infraestructura era ya algo plenamente reconocido por autores como Eckhart Ribbeck.25

CUADRO 1. DIMENSIÓN DEMOGRÁFICA Y FÍSICA DE ALGUNAS METRÓPOLIS EN 2000


Fuente: Elaboración propia con base en datos de Van Susteren, op. cit.

• Por su parte, Sassen expone las consecuencias brutales del modelo de desarrollo económico neoliberal seguido hegemónicamente en el mundo, pero principalmente por las principales potencias económicas, que han producido tierra muerta y agua muerta, y son los principales productores del calentamiento global: sólo una nación, Estados Unidos, produce 50% de los gases con efecto invernadero.26

Colegas residentes en países de habla inglesa critican también duramente esta visión apocalíptica en torno a las formas de urbanización de otras regiones del mundo que son consideradas anómalas. Así, por ejemplo, Ananya Roy se queja de que gran parte de la teoría urbana y regional se continúa reproduciendo basándose en la experiencia urbana de Estados Unidos y Europa, cuando el futuro urbano (con la mayor parte de la población urbana en el mundo) está ya en otra parte. Esas teorías anglo y eurocéntricas mantienen su enfoque de la urbanización del tercer mundo o del sur global como ciudades subdesarrolladas o anómalas, concentración de pobres, violencia y contaminación; en una palabra, un mundo de tugurios, etcétera.27

Jennifer Robinson desafía las relaciones del poder colonial y neoimperial, cuyos supuestos se mantienen profundamente incrustados en la teoría urbana contemporánea, que concibe a «las ciudades del tercer mundo» con categorías residuales (megaciudades de desesperanza, declive, pobreza, etcétera), mientras que las ciudades de los países del «primer mundo» son creativas, inventivas, innovadoras o globales. La autora denuncia que Occidente (Europa y América del norte) asume como modernidad sus propios productos: religión, formas de Estado, sistemas democráticos de partidos políticos, sociedad consumista, prácticas culturales y formas urbanas, que son exportados a lugares concebidos como premodernos.28 Aquí, la supuesta dicotomía entre modernidad y tradición es una falsa disyuntiva, pues, como lo ha demostrado Eric Hobsbawm, la Europa moderna está cimentada en tradiciones inventadas en la época moderna.29

El mundo es urbano —y, al parecer, lo seguirá siendo sin remedio—, sólo que la mayor parte de la población urbana mundial y su futuro se encuentran en América Latina, Asia y África.

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9786078692323
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