Kitabı oku: «Daniel. Una guía para el estudioso», sayfa 3
Por lo tanto, las narraciones de la sección aramea e histórica del libro de Daniel pueden alinearse en pares temáticos bajo el siguiente bosquejo:
A. Daniel 2: profecía sobre el levantamiento y la caída de reinos.
B. Daniel 3: narración acerca de la persecución de los amigos de Daniel.
C. Daniel 4: profecía sobre la caída y el levantamiento del rey Nabucodonosor.
C. Daniel 5: profecía sobre la caída del rey Belsasar.
B. Daniel 6: narración acerca de la persecución de Daniel.
A. Daniel 7: profecía sobre el levantamiento y la caída de reinos.
Tal bosquejo es como una escalera con escalones por ambos lados, en la cual uno asciende en el mismo orden en que desciende los escalones por el otro lado, A: B: C: C: B: A. El nombre técnico para este orden de escritura es quiasmo. Esta palabra proviene del nombre de la letra griega chi, que se parece a una X. La idea es que el bosquejo procede hacia arriba por una pierna de esta X y luego desciende en el orden inverso por el otro lado. Es una organización basada en la inversión o en una imagen de espejo. Lo que tenemos aquí en el libro de Daniel es un quiasmo relativamente simple basado en enlaces temáticos entre dos historias de naturaleza similar. Una mirada al bosquejo “quiástico” de arriba muestra que los capítulos 2 y 7 están temáticamente enlazados, como están los capítulos 3 y 6, y los capítulos 4 y 5. Esta clase de arreglo es relativamente común en el Antiguo Testamento, especialmente en los salmos, de modo que es evidente que la gente del tiempo de Daniel estaba plenamente consciente de este tipo de escritura.
¿Con qué propósito les servía, y qué valor tiene para nosotros hoy? Servía para varias funciones. Primero, era un recurso para facilitar la memorización. Tener que memorizar el contenido de estos seis capítulos de Daniel sería una tarea difícil. Sin embargo, es mucho más fácil recordar lo que cada capítulo trata una vez que se reconoce este orden inverso.
Segundo, esta clase de organización hace posible que se vean vínculos explicativos entre las narrativas enlazadas. Por ejemplo, muchos comentadores han reconocido que la profecía del capítulo 7 es una explicación adicional y más detallada de la profecía dada en el capítulo 2. Las dos profecías están relacionadas; no se refieren a periodos históricos distintos. La estructura literaria, entonces, se convierte simplemente en otra forma de reforzar ese vínculo.
Tercero, hay una cuestión estética. Es bueno reconocer que la Biblia nos habla de muchas maneras y culturas diferentes. Pero es bueno también darse cuenta de que hay una belleza literaria en estas expresiones. Reconocemos la belleza literaria de algunos salmos. ¿Por qué no reconocer la belleza literaria de algunas porciones bíblicas de prosa, tales como estos capítulos en Daniel? Daniel no es la obra pequeña e insignificante de un editor cualquiera; es la obra, bajo la dirección de Dios, de un artista literario, y necesitamos reconocer esa habilidad.
Finalmente, esta estructura literaria enfatiza la unidad de esta sección de Daniel y de todo el libro. Estas narrativas han sido colocadas juntas precisamente en un orden específico, como los ladrillos que se usan para construir una chimenea. No se puede quitar ninguno de esos ladrillos sin que toda la estructura se derrumbe. Cada uno es vital para el orden y la relación. Los críticos literarios de Daniel han pasado este punto por alto. Han intentado separar el capítulo 7 del resto de los capítulos históricos. Para ellos, la profecía del capítulo 7 fue escrita alrededor del año 165 a.C., en el tiempo de Antíoco Epífanes, pero los capítulos históricos anteriores fueron escritos antes, dicen ellos, quizás en los siglos cuarto o tercero a.C. Pero estas narraciones, incrustadas como están en la arquitectura literaria, no pueden desmembrarse tan fácilmente. El capítulo 7 va con el capítulo 2; los dos forman un par. Y ese par constituye un marco alrededor de los otros cuatro capítulos que también forman parejas entre sí. De esta manera, los capítulos históricos forman una unidad, un paquete, y el hecho de que también todos fueron escritos en lengua aramea destaca ese punto. Hace un siglo y medio, los estudiosos que critican las fuentes del libro de Daniel lo han estado partiendo en piezas cada vez más pequeñas. Finalmente, una apreciación del arte y estructura literarios del libro ha demostrado cuán erróneo ha sido este enfoque. El libro de Daniel es una unidad literaria y, además, una pieza estéticamente atractiva.
Debido a esta estructura literaria única de la sección histórica de Daniel, estudiaremos estos capítulos según los pares a los que pertenecen.
1 La versión Reina-Valera 1960 dice en Jeremías 46:2 que era el cuarto año de Joacim.
Capítulo 2
Exiliado
Con excepción de una pequeña parte del primer capítulo, todo el libro de Daniel ocurre en Babilonia. Esto es así porque Daniel vivió allí la mayor parte de su vida adulta, y su vida fue bastante larga. La primera fecha en el libro, al comienzo del capítulo 1, es equivalente al año 605 a.C. de nuestro calendario. La última fecha, la fecha que acompaña la última profecía del libro (Dan. 10:1), equivale al año 536 a.C. Esto nos da un periodo de tiempo de casi setenta años que Daniel pasó en Babilonia. Durante la mayoría de este tiempo vivió bajo reyes neobabilónicos, pero sus últimos años los pasó bajo los reyes persas que conquistaron a Babilonia. Daniel probablemente murió después de recibir la última profecía registrada en su libro. De hecho, cuando el ángel Gabriel le dio esa profecía, pareciera haberle indicado a Daniel que pronto moriría.
Daniel estaba probablemente iniciando la vida adulta cuando fue llevado a Babilonia. Algunos han sugerido que tenía alrededor de 18 años de edad, una edad que sentaba bien con la política babilónica para escoger cautivos. Así, de los casi noventa años de vida de Daniel, aproximadamente los primero veinte los pasó en Judá y los últimos setenta en Babilonia. Vivir por tanto tiempo en Babilonia significó que Daniel estuvo muy bien relacionado con la ciudad y la nación, sus gobernantes y procedimientos en la corte. Daniel entró a la corte de Nabucodonosor poco después de su exilio y probablemente sirvió allí por mucho tiempo, dado que Nabucodonosor disfrutó de un extenso gobierno de cuarenta y tres años, y Daniel pareciera haber sostenido cargos importantes en el servicio público, por lo menos durante el periodo de vida de Nabucodonosor. Después de la muerte de Nabucodonosor, sin embargo, Daniel parece haber perdido el favor de los siguientes gobernantes de Babilonia. No fue sino hasta el último de éstos, Belsasar, que Daniel fue rehabilitado a su lugar original de prominencia, y eso por un breve tiempo. Pero su popularidad continuó incluso en el periodo persa, cuando también logró cierta prominencia, aunque al precio de dificultades considerables.
En tiempos buenos o malos, Daniel era un modelo de fidelidad y perseverancia. También era un modelo en su vida devocional constante y consagrada, si bien esto también representó un precio considerable para sí mismo. Daniel es, por lo tanto, un brillante ejemplo para nosotros de alguien que tuvo valor, lealtad a su Dios, perseverancia y una comunión viva con ese Dios. Dado que varias de sus profecías terminan con el tiempo del fin en el que ahora vivimos, el ejemplo de Daniel en estas áreas es un recordatorio excelente de que también nosotros debemos vivir para Dios a pesar de las circunstancias, buenas o malas, que podamos encontrar.
Como alguien que vivió en Babilonia por muchos años y que también trabajó en el centro del poder, Daniel obviamente la conocía muy bien. Los profetas de Dios pueden referirse al futuro distante en algunas ocasiones, como lo hiciera Daniel. Pero también hablaban a su propio tiempo y pueblo. Para Daniel, eso significó la Babilonia del siglo sexto a.C., y el pueblo de Dios que vivía en exilio allí. Es natural, por lo tanto, que Babilonia y su historia jugarían una parte prominente en las profecías que Dios le daría. Babilonia aparece en no menos de cuatro de las profecías que Dios le dio a Daniel, en los capítulos 2, 4, 5 y 7 del libro. Tener un conocimiento de Babilonia y su historia en los siglos sexto y séptimo a.C. debiera sernos de mucha utilidad, entonces, a fin de entender al profeta en el contexto del tiempo y lugar en los que vivió. Tal entendimiento sirve como un punto de partida para los pasos sucesivos en las profecías que Dios nos ha revelado a través de Daniel.
LOS TIEMPOS DE DANIEL
Una forma de evaluar a Daniel es sugerir que fue un simple peón que quedó atrapado por las circunstancias de la política internacional de su tiempo. Tal evaluación se fundamenta en las condiciones políticas fluctuantes de finales del siglo séptimo a.C.
Era un tiempo de transición. Judá existía en una estrecha franja de tierra entre el Mar Mediterráneo y el desierto oriental. Ese estrecho corredor de tierra se atravesaba en el camino de conquista tanto de los egipcios al sur como de los poderes mesopotámicos de Asiria y Babilonia al norte. Repetidamente, las poderosas fuerzas militares del norte y del sur cruzaban a través de Palestina. En rápida sucesión, el pequeño reino de Judá cayó bajo el control de tres naciones diferentes al final del siglo séptimo a.C.
Primero, estaba Asiria. Arurbanipal, el último gran rey del Imperio Asirio, murió en el año 626 a.C., dos o tres años antes que naciera Daniel. Con su muerte, ocurrieron cambios mayores en el Cercano Oriente. El Imperio Asirio se rompió en muchos pedazos y por algún tiempo el pueblo de Judá disfrutó de un respiro al debilitarse el control asirio. El rey Josías aprovechó la oportunidad de ese intervalo para comenzar una reforma religiosa en el país (ver 2 Rey. 22:8-23:25). Según indicó el profeta Jeremías, sin embargo, la reforma de Josías no penetró ni duró lo suficiente (ver Jer. 3:10).
En ese vacío de poder, los agresivos faraones de la dinastía vigésima sexta en Egipto pronto se colocaron en posición de tomar el control del Asia Occidental hasta el mismo río Éufrates, donde retuvieron el dominio por una década aproximadamente. Mientras tanto, un nuevo poder surgía en el oriente. Los babilonios, en combinación con los medos de las montañas del norte de Irán, atacaron con éxito los grandes centros poblacionales de Asiria: Nimrod y Nínive. Conquistaron estas ciudades y luego las destruyeron. Al avanzar por el afluente oriental del Éufrates, sus actividades los llevaron a una confrontación con los egipcios en la región superior del río.
Después de una escaramuza inicial en el 611 a.C., los babilonios y los egipcios combatieron en gran batalla en el 605 a.C. Jeremías menciona esta batalla en Jeremías 46:1-12, donde provee una descripción de la derrota desastrosa de los egipcios. También tenemos las palabras de los propios anales reales de Nabucodonosor respecto a estos eventos. Allí, su escriba registró:
Nabucodonosor, su hijo mayor [de Nabopolasar], el príncipe heredero, reunió [al ejército babilónico] y tomó el control de sus tropas; marchó a Carquemis, la cual está en las orillas del Éufrates, y cruzó el río [para ir] en contra del ejército egipcio, el cual acampaba en Carquemis… pelearon el uno con el otro y el ejército egipcio se retiró delante de él. Nabucodonosor consumó su derrota y los batió hasta hacerlos desaparecer.
Estos decisivos eventos pusieron de cabeza todo el panorama político del antiguo Cercano Oriente. Lo que anteriormente estaba bajo el control egipcio, ahora cayó bajo el control de Babilonia, incluyendo todo el territorio al sur de la frontera con Egipto. Muy naturalmente, eso incluyó al reino de Judá. Los registros reales de Babilonia —los textos de las Crónicas de Babilonia— ilustran esta situación. Estos textos, escritos en cuneiforme, que quiere decir escritura con forma de cuña sobre tablillas de arcilla, eran relatos año con año de los eventos mayores durante el reinado del rey. No dan detalles de esta conquista en particular pero afirman en términos generales: “Cuando Nabucodonosor conquistó toda el área del país de Hatti”. La designación de “país de Hatti” era un residuo de los días cuando los hititas gobernaban Siria y Palestina. Los hititas habían dejado de existir desde hacía mucho, pero la designación aún permanecía. Incluía todos los reinos desde Siria en el norte hasta Judá en el sur.
Uno puede preguntarse por qué los registros de Nabucodonosor no mencionan específicamente a Jerusalén como una de las ciudades que conquistó. La razón probable fue que Joacim, el rey de Judá durante ese tiempo, pudo ver que resistirse a Nabucodonosor era inútil, por lo cual se rindió. Así, no fue necesario que los babilonios montaran una guerra en toda su dimensión contra la ciudad. Los textos de la Crónica de Babilonia mencionan solo aquellas ciudades que se resistieron hasta que las tropas babilónicas las dominaron. Las ciudades que se rindieron antes de ese punto, como Jerusalén, no se mencionan por nombre.
Un observador de la escena histórica en el Cercano Oriente en el 605 a.C. podría haber pensado que todo esto era el resultado de cambios en las lealtades y poder humanos. Pero había más que eso. Daniel indica esta dimensión adicional al mismo principio de su libro. Joaquín se rindió y cayó en manos de Nabucodonosor no solo porque era un rey malo, que lo era, sino porque Dios lo permitió y dirigió los eventos de esta manera. Había un factor invisible involucrado en el curso de estos eventos, y era un factor divino. Daniel 1:2 dice: “El Señor entregó en sus manos a Joacim, rey de Judá”. Si bien ésta no era la intención original de Dios para su pueblo, su apostasía —dirigida por el rey Joacim— trajo como consecuencia este triste curso de eventos. Puesto que el pueblo de Dios había renunciado a su fe en Dios y había dejado de participar en su pacto, también habían perdido el derecho a la protección divina de enemigos como Babilonia (véase Deut. 28:1; 30:20).
LA EXPERIENCIA PERSONAL DE DANIEL
Aunque en ese momento Judá no tenía una vigorosa fe en Dios, había algunos que eran fieles a Dios. Daniel y sus amigos se hallaban entre aquellos que retuvieron su fe a pesar de la apostasía general. Esto no previno que fueran llevados al exilio, pero les dio la oportunidad de testificar acerca de su fe durante dicho exilio. De hecho, la fidelidad de estos siervos de Dios inclusive en los momentos más difíciles es uno de los puntos destacados en el libro de Daniel. Entonces, se nos hace la pregunta: ¿Enfrentamos nosotros en nuestras vidas pruebas semejantes o aun menores con una medida semejante de fe? Con un ejemplo de fe y valor tan enérgico como el que Daniel y sus amigos nos han dejado, ¿no deberíamos nosotros ejercitar la misma devoción y confianza en Dios al enfrentar las pruebas que nos sobrevengan?
Imagínese usted mismo en la situación de Daniel. Usted es joven, a punto de dar inicio a la vida adulta. Toda oportunidad pareciera extenderse delante de usted. Pero entonces una curva súbita en el camino de la experiencia aparece ante usted. En vez de echar mano de las oportunidades disponibles en su ciudad o país, ahora usted es arrastrado a una tierra extraña y remota. Además, no se le concede ningún privilegio durante su recorrido y tiene que caminar seiscientos cincuenta kilómetros a través del desierto para poder llegar a su destino. No tiene ninguna garantía de que volverá a ver a su familia u hogar otra vez. De hecho, lo más seguro es que no lo hará. ¿Cuál habría sido su actitud? ¿El desaliento? ¿La depresión? ¿Se habría usted preguntado cómo es que Dios le hizo todo esto? Ahora que ninguno de sus compatriotas lo podría observar, ¿habría usted decidido que bien podría vivir de la forma que le pareciera con tal de llevársela bien en la tierra de sus captores?
Algunas de estas ideas bien pudieron haber pasado por la mente de Daniel y sus amigos, pero no les prestaron más que atención pasajera al reaccionar a sus difíciles circunstancias.
Llevar prisioneros de países cautivados era una política usual que los babilonios y egipcios ejercían. Hombres jóvenes de potencial considerable eran llevados a la capital del imperio para ser entrenados en las prácticas y cultura de los babilonios o egipcios. Esto se hacía con un propósito. El punto era entrenar a estos jóvenes para el servicio futuro al imperio. Cuando el rey o los administradores de los países conquistados salían de la escena de la acción, sus cargos podían ser tomados por individuos de su misma nación que habían sido entrenados en el pensamiento babilónico o egipcio. De esa forma Babilonia, por ejemplo, podía obtener administradores que tuvieran conocimiento íntimo de las costumbres locales de la gente a quienes ellos gobernarían, pero cuya lealtad suprema había sido cultivada hacia Babilonia mediante la educación recibida.
Cuando Daniel y sus amigos llegaron a Babilonia, iniciaron un extenso programa de estudios. Las diferentes disciplinas que llegaran a dominar les permitirían convertirse en mejores burócratas babilonios, mejores siervos del gobierno. Indudablemente estudiaron la escritura cuneiforme babilónica. Esta incluía aprender un elaborado sistema de signos que se escribían en una tablilla de barro fresco con la punta de un punzón. La escritura cuneiforme nos ha provisto algunos de los ejemplos más antiguos de escritura producidos por la raza humana. Muchas muestras han sobrevivido a través de los siglos y con buena razón: cuando el barro se endurecía, proveía un registro relativamente permanente. Si los registros eran muy importantes, tales como documentos oficiales de un rey, las tablillas cuneiformes utilizadas eran pasadas por el fuego en un horno. Esto las endurecía aún más que si solo se secaban al sol y las hacía más durables, mucho más durables que el papel que utilizamos hoy. Si los registros no eran tan importantes, se los dejaba secar naturalmente y endurecerse más gradualmente. Estas tablillas menos duraderas se rompían con mayor facilidad, que es la razón por la que los arqueólogos que hacen excavaciones en las ruinas del Cercano Oriente con frecuencia encuentran muchos más fragmentos que tablillas enteras. Se requiere de un cuidadoso trabajo en un museo para unir los fragmentos de tablillas.
Aunque el sistema de escritura babilónico era difícil de aprender, el lenguaje en sí probablemente no resultó tan difícil para Daniel y sus amigos. El idioma babilónico pertenece a lo que se conoce como la familia lingüística semítica oriental, mientras que el hebreo pertenece al grupo semítico occidental. Ambas se encuentran en la misma familia lingüística general, y no habría sido muy difícil para Daniel y sus amigos aprender el idioma babilónico. Además, una parte del trabajo en la corte de Babilonia se realizaba en arameo, un lenguaje incluso más cercano al hebreo.
Nabucodonosor mismo no era un babilonio nativo en el sentido étnico y cultural. Él y su padre Nabopolasar antes que él, pertenecían a una de las tribus de los pueblos caldeos que vivían en el sur de Babilonia. Estas tribus hablaban arameo, por lo tanto, el idioma nativo de Nabucodonosor habría sido el arameo. Fue muy natural, entonces, para Daniel conversar con Nabucodonosor en este idioma; y que varios de los diálogos sostenidos entre estos dos individuos fueran registrados en arameo. Esto provee una explicación parcial respecto del porqué el libro de Daniel fue escrito en dos idiomas: los capítulos 1, 8-12 en hebreo y los capítulos 2-7 en arameo.
Sabemos mucho acerca de las ciencias que se estudiaban y practicaban en Babilonia. Las tablillas duraderas de arcilla que se han descubierto nos han provisto de muchos de los cálculos astronómicos babilónicos y de su sistema de matemáticas. Nuestro moderno sistema matemático esta basado en unidades de diez, el sistema decimal, pero el sistema babilónico estaba basado en unidades de seis, conocido como matemáticas sexagesimales. Algo de este sistema se ha preservado hasta el día de hoy; nos explica por qué hay sesenta segundos en un minuto, sesenta minutos en una hora, y 360 grados en un círculo. El sistema babilónico muestra en Daniel 3 que las medidas de la imagen que Nabucodonosor levantó —sesenta codos de alto y seis codos de ancho— fueron dadas en unidades babilonias sexagesimales típicas.
Uno de los problemas más desagradables que enfrentaron los hebreos en su plan de estudios babilónico era la materia de astrología. El lado científico de esa materia es la astronomía, y ahí no había ningún problema. El lado interpretativo, subjetivo de la astronomía, sin embargo, es la astrología. La cultura babilónica estaba embebida en este tipo de cosas y a los cautivos hebreos probablemente se los introdujo la misma en sus clases.
Aquí encontramos una aguda distinción entre la Biblia y el mundo antiguo. El mundo antiguo era muy devoto al tema de la astrología; las observaciones basadas en los movimientos de los cuerpos celestes eran usadas para predecir eventos humanos y sus consecuencias. La Biblia, sin embargo, está diametralmente opuesta a estas cosas. Dicha oposición está claramente declarada tanto en la legislación mosaica (véase Deut. 18:9-14) como por los profetas (véase Isa. 8:19, 20). En este sentido, por lo tanto, la Biblia se coloca en completa oposición a algunas de las prácticas que se daban en el ambiente que rodeaba a los israelitas. Indudablemente Daniel y sus amigos se habrían opuesto al uso de estos métodos astrológicos en su trabajo para el gobierno de Babilonia. Ellos contaban con una fuente confiable de conocimiento acerca del futuro en la que podían confiar que era mucho más segura que las prácticas de adivinación de Babilonia. Esa fuente era el verdadero Dios.
No obstante, es una paradoja que Daniel más tarde fue puesto a cargo de los sabios de Babilonia (Dan. 2:48), quienes eran practicantes activos de la astrología. Algunos de los episodios descritos más tarde en su libro demuestran la superioridad del conocimiento recibido del verdadero Dios en oposición a los falsos métodos de los sabios (véase Dan. 2-4).
Si bien estamos de acuerdo con la oposición a los pensamientos y prácticas de la religión babilónica, también necesitamos ser justos con los babilonios en términos de lo que hacían y de lo que no intentaban hacer con estos cautivos. Este asunto brota de los nombres que les fueron asignados a los hebreos. Una vez llegado a la capital, Daniel recibió como nuevo nombre Beltsasar (Dan. 1:7). Este nombre se divide en tres componentes: Belit, el título de una diosa; shar, el término para denotar “rey”; y el verbo uzur, que significa proteger. Entonces, literalmente, el nombre babilónico de Daniel significaba, “Que [la diosa] Belit proteja al rey”. El gobernante Belsasar portaba un nombre muy similar, cuya única diferencia era que el título Bel, “señor”, se refería a una deidad masculina y no femenina.
Los tres amigos de Daniel recibieron nombres similares que comunicaban cierto significado, y ese significado estaba, en algunos casos, ligado con los dioses babilónicos. Sin embargo, esto no quiere decir que los babilonios estaban tratando de convertir a la fuerza a Daniel y sus amigos a la religión babilónica valiéndose de nombres que contenían un elemento divino. La meta era mucho más pragmática que eso. Sencillamente, los babilonios querían darles a los cautivos nombres que serían fáciles de reconocer por los babilonios con quienes estarían trabajando.
LA PRUEBA
Inmediatamente después de matricularse en la escuela para escribas de Babilonia, Daniel y sus amigos se vieron en problemas. El problema no tenía que ver con la astrología, o con sus nombres babilónicos, o la adoración de ídolos. Tenía que ver con los alimentos. Que los estudiantes se quejen de la comida que se sirve en la escuela no es un fenómeno moderno. Se remonta a mucho tiempo atrás, ¡2.500 años en este caso! Pero esta vez había razones suficientes para fundamentar las quejas: “Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Dan. 1:8).
Surge la pregunta: ¿Por qué Daniel rehusó comer de los alimentos provistos de la alacena o cocina real? El texto nos da una respuesta clara y directa: “Daniel propuso en su corazón no contaminarse”.
¡Hubiera sido interesante escuchar la conversación mientras Daniel trataba de explicarle al funcionario babilónico acerca de la impureza, basada en las leyes alimenticias establecidas en Levítico 11 y Deuteronomio 14! Entre los textos cuneiformes que han sido catalogados y traducidos, hay algunos que enumeran los platillos que se proveían al ejército babilónico. Las provisiones incluían cerdo. Para un israelita, el cerdo era impuro y considerado impropio para la alimentación. Si a las tropas se les daba cerdo, muy probablemente también se les daba a los burócratas en el palacio y a los estudiantes en la escuela para escribas. Por lo tanto, Daniel y sus amigos habrían tenido que enfrentar este asunto de las carnes inmundas que se les servían, las cuales declinaron comer porque las tales los “contaminarían”.
Habría otras razones también. Como en el caso del Nuevo Testamento en Corinto, parte de la carne que se proveía en Babilonia pudo haber sido ofrecida a los ídolos (véase 1 Cor. 8). De la misma manera, en ese entonces estaba el asunto de la preparación de la comida. Los carniceros babilonios no habrían preparado la carne de manera que fuera autorizada por la ley judía (véase Lev. 17:10-14). La preparación bien pudo haber incluido altas concentraciones de especias.
La forma más fácil y directa de evitar todos estos problemas era consumir una dieta vegetariana y beber agua solamente. Esto fue lo que Daniel solicitó al oficial. Literalmente, le pidió legumbres para comer, esto es lo que crece de las semillas, o plantas (Dan. 1:12). Daniel se dio cuenta de los problemas con la dieta babilónica, y también pudo ver que la forma más directa de evadirla era evitando el problema por completo en vez de darle la vuelta y comer de la mesa lo que pudieran. Él pidió una dieta vegetariana y la principal bebida no alcohólica disponible: agua.
El funcionario, sin embargo, no estaba dispuesto a poner a Daniel en esa clase de régimen (1:10). Tenía temor de que hubiera resultados adversos sobre los hebreos. Pero Daniel persistió, y al fin se le dio permiso de comer su dieta elegida por un periodo de diez días (1:14). Diez días de los tres años del curso no era un riesgo demasiado grande, pero aun así, el oficial de mala gana les dio a Daniel y a sus amigos permiso para proceder. El oficial era responsable por el bienestar de los cautivos, y si ellos sufrían debido a la nueva dieta, él sufriría la ira de Nabucodonosor (1:10). Los reyes del mundo antiguo eran conocidos por su tendencia a castigar a los mensajeros que les traían malas noticias.
¿Podría un periodo de solo diez días verdaderamente marcar una diferencia? En la sociedad moderna, hay muchos ejemplos que demuestran que diez días pueden ciertamente producir cambios. Un plan dietético especial anunciado en la televisión norteamericana promete: “Dénos una semana, y le quitaremos el sobrepeso”. Más intenso aun era el régimen del Dr. Pritikin, un nutricionista cuya severa dieta baja en grasas iba dirigida a la reducción rápida del colesterol y el peso como parte de un programa de rehabilitación y acondicionamiento para pacientes con serios problemas del corazón. Para participar en dicho programa, uno tenía que pasar una semana en el centro médico de Pritikin. Debe hacerse notar también que un paciente bien puede recuperarse de una cirugía seria y ser dado de alta del hospital en menos de diez días. De hecho, la duración de las estadías en los hospitales se está tornando cada vez más corta. Por lo tanto, la petición de Daniel de diez días como periodo de prueba era razonable, aunque él probablemente hubiera preferido tener más tiempo.
Nuevamente, no era solamente la fuerza ordinaria de las circunstancias humanas lo que abrió esta posibilidad para Daniel y sus amigos. No es que eran mejores nutricionistas o quinestesiólogos ni eran individuos intelectualmente superiores a los otros estudiantes matriculados. Pudieron obtener el favor del funcionario y llevar a cabo su programa porque “puso Dios a Daniel en gracia y en buena voluntad con el jefe de los eunucos” (1:9). Tan inteligente como era, Daniel tenía otro factor que operaba a su favor, y ese factor era el más importante: el favor divino. En esta situación, Dios fue capaz de usar y bendecir a Daniel y sus amigos debido a su fe en él y sus promesas.
De la misma forma, Dios puede usarnos hoy en situaciones similares. Esta parte de la narración pone énfasis en el hecho de que Dios no solo quiere que tengamos mentes alertas espiritualmente, también quiere que tengamos cuerpos saludables. Los dos asuntos están directamente relacionados. “Y al cabo de los diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros muchachos que comían de la porción de la comida del rey” (vers. 15). Después de pasar esta prueba de diez días, Daniel y sus amigos pudieron comer la dieta que querían por el resto de los tres años en la escuela. Continuar con esta dieta por esa extensión de tiempo también contribuyó a los excelentes resultados al final del curso.
EL RESULTADO FINAL
Al final del curso de tres años, el examen final para graduarse era oral (1:19, 20). De hecho, su examinador era la persona más importante de todas, más importante que cualquiera de los profesores que tuvieron durante sus estudios. El examinador final no era otro sino el rey mismo. Él quería ver lo que los estudiantes habían cumplido durante su periodo de capacitación y ver si estaban satisfactoriamente calificados para tomar cargos en el gobierno babilónico. Una vez más, Daniel y sus amigos salieron triunfantes: “Y el rey habló con ellos, y no fueron hallados entre todos ellos otros como Daniel, Ananías, Misael y Azarías; así, pues, estuvieron delante del rey” (vers. 19). Valiéndose de la hipérbole, el texto describe a Daniel y sus amigos como diez veces mejores que los otros sabios del reino de Babilonia (vers. 20). Eso no quiere decir que obtuvieron un 100 por ciento en su examen y que los otros sabios sacaron solo un 10 por ciento. Simplemente quiere decir que los hebreos claramente fueron más sobresalientes que los otros estudiantes en el curso y que eran superiores incluso a los sabios profesionales que ya ejercían sus funciones. Un fenómeno literario similar se encuentra en la historia del horno de fuego en Daniel 3. Se le dijo a los siervos de Nabucodonosor que calentaran el horno “siete veces más de lo acostumbrado” (vers. 19). Esto no quiere decir que el horno subió de 500 grados, por ejemplo, a 3.500 grados. Más bien, significa que lo atizaron a un nivel mucho más intenso, independientemente de la temperatura absoluta involucrada.