Kitabı oku: «Daniel. Una guía para el estudioso», sayfa 4

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¿Cuál fue la verdadera razón por la que Daniel y sus amigos tuvieron tan buenos resultados en el examen oral ante el rey? ¿Se debió a que tenían coeficientes intelectuales superiores? ¿Se debió a que tenían un régimen más saludable? Estos elementos pudieron haber ayudado, pero más que eso, tenían la bendición directa de Dios. “A estos cuatro muchachos Dios les dio conocimiento e inteligencia. . .” (vers. 1:17). Sin la bendición de Dios, estos jóvenes no se habrían destacado tanto como lo hicieron. Dios tenía un plan y un propósito para ellos, y quería demostrarlo delante de todos los sabios de Babilonia, delante de sus condiscípulos, y delante del rey. Dios tiene un plan y una bendición para tu vida también, aunque puede que no sea exactamente en la misma forma en que lo hizo para con estos estudiantes cautivos en Babilonia.

FECHAS

Concluimos nuestro estudio del capítulo 1 con una nota técnica acerca de tres detalles cronológicos relacionados con este capítulo. El primero tiene que ver con la fecha en el primer versículo del capítulo. Dice que Nabucodonosor vino y sitió a Jerusalén en el tercer año de Joacim, rey de Judá. Algunos han criticado esta fecha como inexacta, argumentando que el sitio realmente tuvo lugar en el cuarto año de Joacim. Esta objeción ha sido tratada más completamente en el primer capítulo de este volumen (véase págs. 22, 23). Basta decir aquí que si uno interpreta esta fecha basado en el principio de contar el año ascensional y el calendario judío (de otoño a otoño), la fecha queda establecida correctamente como históricamente exacta.

El segundo problema cronológico involucrado aquí se enfoca en la extensión de tiempo de los estudios de Daniel y sus amigos —tres años, según Daniel 1:15— y la fecha en la que ocurrieron los eventos de Daniel 2, “en el segundo año del reinado de Nabucodonosor” (2:1). Esta afirmación puede armonizarse fácilmente cuando nos damos cuenta que Daniel 1:5 no necesariamente significa tres años completos de doce meses cada uno. El primero y el último año de este curso de estudios probablemente fueron solo años parciales, tal como el año escolar actual en muchos países nuestros es de nueve o diez meses y no de doce.

Esta explicación implica lo que se conoce como “contabilidad inclusiva”, la cual tiene que ver con la forma en que los antiguos hebreos contaban las fracciones. Para los lectores modernos, 50 por ciento es la línea divisoria; cualquier cifra mayor se redondea al número siguiente, y cualquier cifra inferior no es tomada en cuenta. Esa no era la forma en la que los hebreos contaban. Para ellos, cualquier fracción se “incluía” en el número siguiente. Por lo tanto, Jesús pudo haber estado en la tumba tres días incluyendo solo una porción del viernes de tarde, todo el sábado, y una porción durante la mañana del domingo. Según la “contabilidad inclusiva”, esto equivale a tres días. Otro ejemplo bíblico de esto lo podemos encontrar en 2 Reyes 18:9-11, donde el sitio de Samaria comenzó en el cuarto año de Ezequías y terminó en su año sexto, lo cual ocurrió “al cabo de tres años” (2 Rey. 18:10). Así, los tres años de estudio de Daniel puede que no sean tres años completos de doce meses cada uno.

El último problema cronológico menor en el capítulo 1 se encuentra en su último versículo, que dice, “Y continuó Daniel hasta el año primero del rey Ciro” (vers. 21). Siendo que éste es el rey Ciro de Persia con quien el libro termina (10:1), ésta es una referencia a la totalidad del ministerio de Daniel y la vida de Daniel en Babilonia. Pero ha sido puesto al final de la primera narración del libro, la cual trata de la llegada de Daniel a Babilonia y sus primeras experiencias allí.

Obviamente, esta mención de Ciro proviene de un momento setenta años después, aproximadamente en el 536 a.C. Se lo registró aquí en el capítulo 1 editorialmente para anticipar lo que sigue en el libro. No tenía la intención de ser un punto en el tiempo como se lee en la declaración del versículo 1. Algunas de las narraciones de Daniel pudieron haber sido escritas con anterioridad y algunas otras pudieron haberse escrito posteriormente, pero la última de ellas y cualquier comentario editorial tal claramente provino del periodo persa, cuando el libro ya estaba terminado.

Capítulo 3

Reyes caídos

Los capítulos 4 y 5 de Daniel tratan el destino de dos reyes del Imperio Neobabilónico: Nabucodonosor, el fundador y primer gran rey de ese imperio (capítulo 4), y Belsasar, el último rey de ese imperio, que no fue tan destacado (capítulo 5). El hecho de que la vida de Daniel pueda abarcar la historia completa del Imperio Neobabilónico muestra realmente cuán breve fue la existencia de éste. Daniel vino a Babilonia como adolescente temprano en el reinado de Nabucodonosor, y aún se hallaba allí como anciano cuando Belsasar murió en el palacio la noche que los persas conquistaron la ciudad.

Daniel no solo vivió en Babilonia durante este extenso periodo de tiempo; también se relacionó con estos dos reyes en un nivel profesional. Dios usó a Daniel para hacerles llegar profecías a estos individuos, profecías acerca de sus reinos y acerca de ellos mismos. Por lo tanto, estos dos capítulos tratan no solo de estos reyes babilonios, sino también de Daniel y cómo les ofreció sus servicios. El papel de Daniel ante ambos reyes fue similar: sirvió como un sabio inspirado que les dio mensajes acerca de sus vidas y los tiempos, provenientes del Dios verdadero.

Nabucodonosor recibió un mensaje de Dios mediante un sueño; Dios le habló a Belsasar a través de la escritura de una mano incorpórea sobre la pared del salón de audiencias del palacio. En ambos casos, los reyes necesitaban de alguien que interpretara el mensaje de Dios, y en ambos casos los sabios de Babilonia fueron incapaces ante la tarea. Daniel tuvo que ser llamado porque los misteriosos mensajes provenían del Dios verdadero a quien él servía. Ambos mensajes eran mensajes de juicio que caían sobre los reyes. Los dos habrían de ser juzgados según al contenido de las profecías que Daniel interpretara para ellos. Y en ambos casos, todo sucedió tal y como Daniel predijo.

Sin embargo, hay una diferencia significativa entre el destino de estos dos reyes. Nabucodonosor recibió una prolongada sentencia de demencia, pero finalmente se recuperó, se arrepintió, y se tornó en fe al verdadero Dios. Belsasar, por otro lado, recibió su juicio en la misma noche en que le fue dada la profecía. Con su muerte esa noche, el Imperio Neobabilónico pasó a manos de Medo-Persia.

Los temas de estos dos capítulos son similares, aunque se desarrollan de formas diferentes. Tal enlace temático liga estos dos capítulos en el centro de la estructura literaria quiasmática de la sección aramea del libro (capítulos 2-7). En esta estructura, el capítulo 2 está conectado temáticamente con el capítulo 7; el capítulo 3 está conectado temáticamente con el capítulo 6. Y en el centro de esta escalera, el capítulo 4 está conectado con el capítulo 5. Por lo tanto, los capítulos 4 y 5 se consideran un par enlazado en el centro de la estructura quiasmática. Están conectados entre sí por la naturaleza de sus contenidos, y han sido colocados lado a lado para enfatizar con mayor vigor esa conexión. (Para una discusión adicional de la estructura literaria quiasmática de la sección histórica de Daniel, véase el capítulo 1, páginas 28-31.

EL SUEÑO DE UN GRAN ÁRBOL

La narración en el capítulo 4 es hecha mayormente en primera persona por Nabucodonosor mismo. El rey comienza su relato de esta manera:

“Nabucodonosor rey, a todos los pueblos, naciones y lenguas que moran en toda la tierra: Paz os sea multiplicada. Conviene que yo declare las señales y milagros que el Dios Altísimo ha hecho conmigo” (4:1, 2).

Después de un breve pasaje poético en el cual el rey alaba a este gran Dios por su dominio y majestad, procede a relatar su experiencia. Las expresiones de alabanza de Nabucodonosor constituyen una excelente lección para nosotros: También nosotros debemos alabar a Dios por las grandes cosas que ha hecho por nosotros. Ésta es una de las lecciones del capítulo 4. Tal como Dios actuó antaño en favor de Nabucodonosor, también puede actuar en favor nuestro hoy. Tal vez la forma en que obre hoy no sea la misma de cuando actuó en favor de Nabucodonosor, pero la narración en este capítulo nos asegura que Dios es poderoso y que interviene en los asuntos de la vida para el beneficio de sus hijos. Cuando lo hace, y vemos su mano en acción, debemos alabarlo como lo hiciera Nabucodonosor.

Nabucodonosor no puso fecha a este relato de cómo Dios trató con él, pero tenemos algunas indicaciones del marco de tiempo en el cual ocurrieron estos eventos. El rey reporta que se encontraba en su palacio, satisfecho y próspero. Tal descripción se aplicaría más naturalmente a un periodo intermedio de su reinado de 43 años. Durante el primer tercio de su reinado, Nabucodonosor dirigió sus ejércitos en campañas casi constantes. Durante el último tercio salió nuevamente a la guerra con su ejército. Por lo tanto, fue mayormente durante el tercio medio de su largo reinado que estuvo en prosperidad y paz, puesto que sus mayores conquistas militares ya se habían llevado a cabo para entonces.

Una noche durante este periodo próspero y pacífico, el rey estaba durmiendo en el palacio cuando le sobrevino un sueño impresionante. No era un sueño ordinario, y Nabucodonosor sintió que era de vital importancia descubrir lo que significaba. En el caso de su sueño anterior descrito en Daniel 2, Nabucodonosor no pudo recordar el contenido del sueño cuando despertó; esta vez recordó el sueño con claridad. De modo que llamó a sus sabios y adivinos, les contó el sueño y les demandó una interpretación. Nadie se lo pudo explicar al rey (vers. 7, 8).

Finalmente llamaron a Daniel. Los sabios subalternos no pudieron cumplir con la tarea, así que llamaron a su jefe. Nótese que, en un principio, Nabucodonosor se refiere a Daniel por su nombre babilónico Beltsasar. El rey le dijo a Daniel que en su sueño, había visto un gran árbol. El árbol era enorme y fuerte, y se veía de todos los extremos de la Tierra. También proveía sombra para los animales que vivían debajo de él y fruto para las aves que moraban en sus ramas (vers. 10-12).

Sin embargo, la segunda escena del sueño del rey no era tan placentera. Un ángel mensajero descendió del cielo con el decreto de que el árbol fuese cortado, incluyendo sus ramas, hojas y fruto; las aves y los animales a los que había provisto protección serían esparcidos. Pero no todo estaba perdido, por cuanto la cepa del árbol sería atada después que el árbol fuera cortado, y permanecería en el suelo (vers. 13-15).

En este punto del sueño, el ángel hizo una transición en su instrucción y explicación, trasladándose del símbolo del árbol a la realidad que el árbol representaba. El árbol claramente representaba a un hombre y su destino. El ángel indicó que el hombre así representado viviría entre los animales y las plantas del campo, tal como la cepa del árbol. La mente de tal hombre sería cambiada a la mente de un animal, tal como la de aquellos entre quienes viviría. Todo esto duraría hasta que siete “tiempos”, o años, pasaran sobre él (vers. 16, 17). Aparentemente, el castigo sería cesado, si bien el ángel no profetizó directamente la restauración del hombre al final de los siete años.

Si usted hubiera sido uno de los sabios convocados por el rey para explicar este sueño, ¿qué es lo que hubiera significado para usted? Recuerde, usted no tendría la ventaja retrospectiva que tenemos hoy cuando leemos toda la historia.

Hubiera sido claro que el sueño se aplicaba a un individuo, ya que las palabras del ángel establecieron ese hecho. Pero, ¿qué individuo? A nosotros nos parece obvio, al leer la narración hoy día, que Nabucodonosor era el hombre en cuestión. Pero, ¿habría sido esta la explicación natural que se les ocurriera a los sabios que tenían ante sí la tarea de interpretar el sueño? Probablemente no. Más probablemente, hubieran pensado inmediatamente en términos de algún enemigo de Nabucodonosor. Debido al destino del hombre del sueño, su primera inclinación hubiera sido probablemente señalar a aquel rey u oponente que le estaba dando a Nabucodonosor el mayor problema, aplicándole el sueño a ese sujeto.

Si usted hubiera sido uno de los sabios a los que se les ordenó interpretar el sueño, ¡lo último que usted habría deseado hacer era aplicar el sueño a Nabucodonosor! Después de todo, los mensajeros que traían malas noticias al rey fácilmente podían sufrir su ira. Sin embargo, los sabios probablemente no habrían pensado en esta interpretación de todas maneras. Sencillamente no se les habría ocurrido que un rey tan acaudalado, poderoso y famoso pudiera sufrir tal aflicción. En ese entonces, las enfermedades mentales eran consideradas obra de los demonios, ¿y cómo podrían los demonios afligir a un hombre obviamente tan bendecido por los dioses?

Por lo tanto, la interpretación de Daniel era contraria no solo a lo que pensaron los sabios respecto a Nabucodonosor, sino a la teología misma de su sistema de creencias. ¡Un hombre tan bendecido por los dioses no podía ser al mismo tiempo maldecido por ellos! Si las cosas le hubieran estado yendo mal para Nabucodonosor, eso indicaría que los dioses estaban enojados con él. De ser así, una interpretación tal del reino podría ser válida. Pero no ahora en un momento de paz y prosperidad.

LA INTERPRETACIÓN DE DANIEL

Cuando Daniel recibió la interpretación de este sueño del Dios verdadero, también quedó atónito (vers. 19). Tal como los otros sabios, Daniel estaba asombrado de que un destino tal pudiera ocurrirle a una figura tan prominente y poderosa. En el capítulo 1, Daniel había escrito que Dios había entregado a Joacim de Judá en las manos de Nabucodonosor (1:2). Y si Dios le había dado a Nabucodonosor control sobre el rey de su propio pueblo, ¿con cuánta más razón le entregaría aquellos reyes y reinos que Nabucodonosor había conquistado en otras partes del mundo? En su oración de acción de gracias por haberle dado el sueño y la interpretación en el capítulo 2, Daniel había alabado a Dios porque él “quita reyes, y pone reyes” (2:21). Dada la prominencia que había obtenido Nabucodonosor, ciertamente pareciera que Dios era quien lo había colocado en esa posición tan encumbrada. Claramente, Dios había exaltado a Nabucodonosor y le había dado gran poder. Pero ahora iba a mostrar el otro lado de la moneda. A aquel que él ponía, también podía deponerlo, y Nabucodonosor estaba a punto de ser depuesto. Eso era lo que dejó atónito y asombrado a Daniel respecto de la interpretación del sueño del capítulo 4. Pero a pesar de su sorpresa, siguió adelante y le dijo al rey lo que significaba el sueño.

Como Natán ante David, Daniel cumplió de mala gana su asignación. Con tacto, señaló que el sueño se aplicaba a Nabucodonosor. Pero atenuó la palabra profética con su preocupación por el rey, “Señor mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te quieren” (vers. 19). Antes que Dios le diera la interpretación, Daniel probablemente también pensó que el sueño se aplicaba a los enemigos de Nabucodonosor. Ciertamente eso es lo que los otros sabios habían pensado. Sin embargo, una vez que Dios le habló, Daniel no podía hacer nada más que aclarar las cosas y presentar el mensaje de Dios al rey.

Después de describir el enorme árbol, Daniel dijo, “Tú mismo eres, oh rey” (vers. 22). Esta parte del mensaje no era tan difícil porque podía extenderse en alabar la fortaleza y grandeza del rey-árbol. Pero vino la parte más difícil, que se encontraba en el segundo acto del sueño:

“Te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere” (vers. 25).

Daniel no terminó su sermón profético sin ofrecer esperanza. La profecía incluía restauración como su elemento final. Daniel concluyó con una apelación al rey, llamándolo al arrepentimiento:

“Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad” (vers. 27).

Daniel no apeló al rey por un arrepentimiento de palabras; demandó acciones que correspondieran a la profundidad y sinceridad de su arrepentimiento. Demandó buenas acciones y restauración. En el nombre de los oprimidos, Daniel desafió a este temible conquistador que había sembrado tanta destrucción por todo el Cercano Oriente. Nabucodonosor había oprimido a otros hasta el límite; ahora tenía la oportunidad de rehacer esos males y corregirlos. Tenía el poder para hacerlo. La pregunta era: ¿Lo haría?

El sueño y el llamado del profeta apeló al arrepentimiento, la confesión y la restauración del rey. Las hazañas militares de Nabucodonosor eran sobresalientes; ¿podría ahora dejar un registro de restauración tras esas conquistas en los anales de la historia? Se necesitaría de un gran hombre, un hombre humilde para hacer eso. Pero si Nabucodonosor no era lo suficientemente humilde para hacerlo, Dios tendría que humillarlo.

LOS RESULTADOS

Los mismos reyes de Judá no se arrepentían de sus indiscreciones, mismas que los estaban llevando en picada hacia el exilio de su pueblo. ¿Podemos, entonces, esperar que un rey pagano como Nabucodonosor se arrepintiera en respuesta a la apelación de un profeta? Piense usted lo que implicaría un arrepentimiento tal.

El rey estaría admitiendo que no debería haber efectuado las conquistas que realizó; que la opresión que había impuesto sobre los varios países del antiguo Medio Oriente no debió haber sido aplicada; que no debió haber puesto en la cárcel a los prisioneros de guerra; que los exiliados, tal como el profeta que tenía delante de sí, no debieron haber sido traídos a Babilonia y que debieron haber sido devueltos a sus propias tierras. En esencia, el rey estaría diciendo que una gran parte de lo que había logrado como rey, sus más grandes proezas, estaban mal. Se hubiera necesitado ser un hombre verdaderamente humilde para admitir eso, y Nabucodonosor no tenía ni el valor ni la disposición para la tarea. No se postraría en arrepentimiento.

Si bien rechazó someterse a Dios cuando el Señor apeló a él a través de Daniel y la interpretación del sueño, Nabucodonosor recibió tiempo adicional para pensarlo. Dios le dio mucho tiempo. Le dio todo un año. Con todo, Nabucodonosor no cedía ni se arrepentía. Un año después, el rey caminaba sobre el terrado de su palacio. Tal vez hasta estaba pensando acerca del impresionante sueño que había tenido un año antes (vers. 29). Su respuesta de rechazo obstinado a la apelación del profeta se mantenía imperturbable.

Es interesante la forma en la que el rey expresó su rechazo. Lo manifestó mediante una declaración de orgullo jactancioso: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (vers. 30).

¿Había algún fundamento real para esta vanagloria? Sí, mucho. Nabucodonosor había engrandecido y embellecido Babilonia en gran escala. Antes de su tiempo, la ciudad consistía mayormente de un área más reducida —“la ciudad interior” o porción central. Nabucodonosor agregó una nueva línea de murallas exteriores. Esto trajo como consecuencia tanto el fortalecimiento de las defensas de la ciudad como el aumento de su tamaño. En el interior de estas murallas exteriores, el rey construyó un nuevo palacio. También construyó la sección occidental de la ciudad al otro lado del río Éufrates. Sabemos que fue el responsable de una buena parte de esta construcción por los miles y miles de ladrillos rotos que sobreviven en las ruinas de la antigua Babilonia y que tienen el nombre de Nabucodonosor inscrito sobre ellos.

Además de la construcción física de la ciudad de Babilonia, Nabucodonosor también transformó la nación en un imperio debido a sus conquistas políticas y militares. Su padre, Nabopolasar, se libró el yugo asirio, permitiendo a las fuerzas babilónicas emprender campañas más abarcantes. Pero fue su hijo, Nabucodonosor, quien concretó en un imperio las conquistas logradas mediante aquellas campañas.

También hay que considerar la extensión del reinado de Nabucodonosor. La fundación del Imperio Neobabilónico puede fecharse en el año 605 a.C., el año en que Nabucodonosor subió al trono. La caída de este imperio puede fijarse en el 539 a.C., el año cuando el ejército medopersa conquistó Babilonia. Siendo que Nabucodonosor reinó por cuarenta y tres años, su gobierno se extendió aproximadamente sobre dos terceras partes del total del periodo de existencia del Imperio Neobabilónico.

Por lo tanto, Nabucodonosor tenía razones concretas para glorificarse de sus logros en cuanto a la construcción de la ciudad de Babilonia, la construcción de un imperio, y la duración de su gobierno. Hay, sin embargo, otro aspecto de sus logros, un lado más oscuro. Si las prácticas asirias sirven de ejemplo, mucho de la construcción de Babilonia se llevó a cabo por obreros esclavos capturados en las distintas campañas militares. La extensión del imperio de Nabucodonosor reportó un alto costo en vidas humanas tanto de las naciones derrotadas como de sus propios soldados muertos en batalla.

Se ha creído que el reinado de Nabucodonosor fue largo e ininterrumpido. Pero ahora que poseemos los anales de sus primeros once años de reinado, sabemos que en su décimo año se levantó una revuelta contra él en Babilonia. ¡Esta revuelta fue tan seria que incluso en el palacio hubo peleas cuerpo a cuerpo en las que el mismo rey se vio involucrado! Los logros de Nabucodonosor pudieron haber sido impresionantes, pero se consiguieron mediante un alto precio para muchos de sus súbditos, algunos de los cuales no eran completamente pacíficos y del todo receptivos a su gobierno.

A pesar del sufrimiento que se pagó por sus proyectos, Nabucodonosor aún podía ufanarse de su propia grandeza y la magnificencia de sus logros. Pero los observadores celestiales registraron su orgullo y engreimiento. Toda la escena de lo que estos triunfos habían costado en términos de sufrimiento humano estaba abierta delante de Dios, y él no lo aprobaba. Nabucodonosor se estaba autoexaltando a un nivel casi divino, como la figura del rey de Babilonia que representaba al diablo en Isaías 14:12-15.

Ahora, Nabucodonosor estaba a punto de recibir su merecido castigo predicho en el sueño profético del año anterior. Ahora él sería arrojado al suelo y tomaría su lugar con los más bajos entre los bajos, con los animales mismos. Él había tenido un año completo de prueba en el cual debía arrepentirse de lo que había hecho y de su orgullo al respecto, pero no dio ese paso hacia el Dios verdadero. Ahora era el momento de ejecutar su sentencia.

El tipo de locura a la que fue sujeto Nabucodonosor es muy poco común, pero no desconocida en la práctica psiquiátrica moderna. El nombre técnico de esa conducta animal en los seres humanos, parecida a la de un lobo, es licantropía.

En vista de la situación general que existiría en el caso de un rey que estaba incapacitado de esta forma por un periodo extenso de tiempo, uno se pregunta: ¿Cómo hizo Nabucodonosor para mantener el trono a pesar de su locura? Este hubiera sido el momento ideal para que algún usurpador asesinara al demente rey y tomara el trono en su lugar.

La razón probable por la que esto no ocurrió tiene que ver con la perspectiva antigua respecto de la enfermedad mental. Ellos creían que ésta era causada por los demonios, que eran dioses menores malévolos hacia la raza humana. También creían que si se mataba deliberadamente a una persona mientras sufría de demencia, el dios demonio que había causado la enfermedad mental, caería sobre el criminal. Por tanto, nadie se arriesgaría a adquirir una enfermedad mental matando a una persona así afligida. La teología babilónica, o la psicología, probablemente protegió a Nabucodonosor durante el periodo de su incapacidad.

Varias veces el texto expresa el tiempo que duraría la locura, que era de “siete tiempos” (vers. 16, 23, 25). Por un proceso de eliminación, se puede ver que la única unidad de tiempo que encaja en la palabra “tiempos” es “años”. Así ha sido entendido desde los tiempos pre cristianos. La versión griega del capítulo 4 del libro de Daniel traduce esta palabra como “años”. Así, en el sueño de Nabucodonosor, la palabra “tiempos” significa “años”. El rey iba a estar incapacitado y demente durante siete años.

Podríamos considerar este juicio bastante severo, pero tuvo los efectos deseados. Al final del tiempo, cuando Nabucodonosor volvió a su estado normal, también volvió a la conciencia y reconocimiento del verdadero Dios (compare con 2:47; 3:8, 29). El rey reconoció a Dios en su salmo de alabanza al principio del capítulo (vers. 2, 3) y al final del capítulo (vers. 34, 35). Nótese que él glorificó y alabó al Dios de los cielos primero, antes de que hablara de la devolución de su reino y la restauración de su cargo y poder (vers. 34-36). Nabucodonosor ahora veía los asuntos divinos y humanos en su correcta prioridad. En toda esta narración, la frase conclusiva de Nabucodonosor fue: “Y él [Dios] puede humillar a los que andan [como yo] con soberbia” (vers. 37).

Una de las preguntas que hicimos al principio de este capítulo fue: ¿Fue justo Dios al juzgar a Nabucodonosor de esta manera? Ahora podemos ver que la respuesta final a esta pregunta es sí. Sí fue justo de parte de Dios. Aun Nabucodonosor mismo reconoció ese hecho al final de la historia. Cuando andaba entre los animales, probablemente no podía percibir el gran hecho central de Dios en su experiencia personal. Pero cuando fue restaurado a su sano juicio y recordó todo el asunto, ahora sí podía ver la mano de Dios en todo. En esta coyuntura de su vida, Nabucodonosor se convirtió en un creyente del verdadero Dios, en contraste con los dioses falsos del politeísmo a los que había adorado anteriormente.

Daniel, el profeta de Dios, estaba en la escena de la acción para explicar al rey lo que todo eso significaba. Al mismo tiempo, Dios continuó hablándole a Nabucodonosor. Tan severo como el juicio divino sobre Nabucodonosor pueda parecer, en última instancia produjo su conversión al Dios verdadero. Así que no es de sorprender que después del capítulo 4 no oímos nada más acerca de Nabucodonosor en el libro de Daniel. Hay un peregrinaje espiritual en el libro que cuenta la experiencia personal de Daniel, y también está la historia del peregrinaje espiritual de Nabucodonosor. Él recorrió el camino desde ser el más poderoso rey de su tiempo —un gobernante orgulloso y egocéntrico— hasta el punto donde se transformó en un creyente humilde y confiado que alababa al Dios verdadero. Al final del capítulo 4, dejamos a Nabucodonosor regocijándose en la salvación que había llegado a su casa real ese día.

LA LECCIÓN DE NABUCODONOSOR ES PARA NOSOTROS

Si bien no tenemos el poder y la autoridad personal que Nabucodonosor ejerció como gobernante, aun podemos aprender de su experiencia. Tal como él, nosotros probablemente tendemos a pensar mejor de nosotros mismos de lo que debemos. Tal como él, ensalzamos nuestros propios logros, grandes o pequeños. Su frase “¿no es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué?” aún resuena en nuestra experiencia hoy día. Esta clase de orgullo y autofelicitación no murió con la caída del Imperio Neobabilónico. Sigue viva hoy en la naturaleza humana y se sigue manifestando de varias formas. Es el fundamento de las religiones modernas del humanismo, el cual sostiene que los seres humanos son tan competentes mental y físicamente que no tenemos necesidad de ayuda de ninguna fuente exterior, inclusive Dios. Pero justo cuando llegamos a este punto en nuestra experiencia, algo viene a molestar esa autoconfianza y nos derriba en los brazos de nuestro Padre celestial, el único que puede satisfacer nuestras necesidades. El problema puede ser individual —una crisis de salud. O puede estar relacionado con la familia —la muerte de un ser querido. Puede ser algo local, una inundación o incendio, o nacional e internacional, una guerra o hambruna. Cualquiera que sea la forma que adopte la crisis, aprendemos que nuestros propios recursos son inadecuados para salir adelante. Nuestra dependencia no puede estar en el yo; tiene que estar colocada en algo mayor que nuestras habilidades. Como Nabucodonosor, tenemos que encontrar finalmente nuestra razón para vivir en algo mayor y externo a nosotros mismos. La filosofía del humanismo y nuestro orgullo humano quedan en bancarrota cuando se trata de las más profundas necesidades de nuestro ser. Encontramos nuestra más elevada posición en la vida cuando nos arrodillamos humildemente al pie de la cruz. Nabucodonosor descubrió eso, y nuestra experiencia nos guía a la misma conclusión.

A veces nos quejamos acerca de estas situaciones de prueba. “¿Por qué a mí?”, es un clamor constante cuando la tribulación nos llega. Los reveses que experimentamos en la vida puede que no sean tan directos o tan severos como los que enfrentó Nabucodonosor, pero deberían terminar con los mismos resultados. Debemos ser capaces de ver la mano de Dios que nos dirige a través de la prueba; finalmente debemos ser capaces de ver cómo Dios las ha usado para refinar nuestros caracteres y enseñarnos a confiar en él en los momentos de prueba. Al final de su experiencia, Nabucodonosor no expresó ninguna queja contra Dios por la demencia que le había sobrevenido. No fue tan severa. No duró tanto tiempo. No discutió con Dios; sencillamente se hizo atrás y alabó a Dios por el papel que había jugado en su vida.

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