Kitabı oku: «Las obras completas de William Shakespeare», sayfa 6
medios y asistentes, y mis cariñosos saludos
A los míos en la corte. Me quedaré en casa,
y rezaré para que Dios te bendiga en tu intento.
Vete mañana; y estate seguro de esto,
Lo que yo pueda ayudarte no lo perderás. Exeunt
ACTO II. ESCENA 1. París. El palacio del REY
Ruido de cornetas. Entra el REY con varios jóvenes SEÑORES despidiéndose para la guerra de Florencia; BERTRAM y PAROLLES; ASISTENTES
REY. Adiós, jóvenes señores; estos principios bélicos
No se aparten de vosotros. Y vosotros, señores míos, adiós;
Compartid el consejo entre vosotros; si ambos ganan todo,
el regalo se extiende como se recibe,
y es suficiente para ambos.
PRIMER SEÑOR. Es nuestra esperanza, señor,
después de haber sido soldados bien entrenados, volver
y encontrar a vuestra Gracia con salud.
REY. No, no, no puede ser; y sin embargo mi corazón
no confesará que debe la enfermedad
que asedia mi vida. Adiós, jóvenes señores;
Ya sea que viva o muera, sean ustedes hijos
de dignos franceses; que la Italia más alta...
Los que heredan la caída de la última monarquía
de la última monarquía, vea que venís
No a cortejar el honor, sino a casaros con él; cuando
El más valiente buscador se encoge, encuentra lo que buscas,
para que la fama te grite. Me despido.
SEGUNDO SEÑOR. ¡Salud, a vuestra orden, sirva a vuestra Majestad!
REY. Esas muchachas de Italia, tened cuidado con ellas;
Dicen que nuestras francesas carecen de lengua para negar,
Si exigen; cuidado con ser cautivas
Antes de servir.
AMBOS. Nuestros corazones reciben vuestras advertencias.
REY. Adiós. [A los asistentes] Venid aquí conmigo.
El REY se retira atendido
PRIMER SEÑOR. ¡Oh, mi dulce señor, que te quedes detrás de nosotros!
PAROLES. No es culpa suya la chispa.
SEGUNDO SEÑOR. ¡Oh, son guerras valientes!
PAROLES. ¡Muy admirable! Yo he visto esas guerras.
BERTRAM. Aquí se me manda y se me mantiene un rollo con
'Demasiado joven' y el año que viene' y 'Es demasiado pronto'.
PAROLES. Si tu mente se mantiene en pie, muchacho, escápate con valentía.
BERTRAM. Me quedaré aquí, como un caballo de batalla,
haciendo crujir mis zapatos en la simple mampostería,
Hasta que el honor sea comprado, y no se use una espada
Sino una para bailar. Por el cielo, me escaparé.
PRIMER SEÑOR. Hay honor en el robo.
PAROLES. Cometedlo, señor conde.
SEGUNDO SEÑOR. Soy vuestro cómplice; y así, adiós.
BERTRAM. Crezco para ti, y nuestra despedida es un cuerpo torturado.
PRIMER SEÑOR. Adiós, capitán.
SEGUNDO SEÑOR. ¡Dulce señor Parolles!
PAROLLES. Nobles héroes, mi espada y la vuestra son afines. Buenas chispas y
lustrosos, una palabra, buenos metales: encontraréis en el regimiento de
los Spinii un capitán Spurio, con su cicatriz, emblema de
guerra, aquí en su mejilla siniestra; fue esta misma espada
que lo atrincheró. Decidle que vivo; y observad sus informes para mí.
PRIMER SEÑOR. Lo haremos, noble capitán.
PAROLES. ¡Marte se encapricha de vosotros por sus novicios! Exeunt SEÑORES
¿Qué vais a hacer?
Vuelve a entrar el REY
BERTRAM. Quédate; ¡el Rey!
PAROLES. Usad una ceremonia más amplia con los nobles señores; os habéis
te has refrenado en la lista de un adiós demasiado frío. Sed más
expresivo con ellos; pues se visten con la gorra del
tiempo; allí reúnen el verdadero andar; comen, hablan y se mueven, bajo la
influencia de la estrella más recibida; y aunque el diablo lleve
la medida, a esos hay que seguirlos. Después de ellos, y tomar un más
dilatada despedida.
BERTRAM. Así lo haré.
PAROLES. Dignos compañeros; y como para demostrar que son hombres-espada más nervudos.
Exeunt BERTRAM y PAROLLES
Entra LAFEU
LAFEU. [De rodillas] Perdón, mi señor, por mí y por mis noticias.
REY. Os pido que os levantéis.
LAFEU. Entonces aquí hay un hombre de pie que ha traído su perdón.
Ojalá te hubieras arrodillado, mi señor, para pedirme clemencia;
y que, por mi orden, os pusierais de pie.
REY. Ojalá lo hubiera hecho; así habría roto tu coronilla,
y te hubiera pedido piedad por ello.
LAFEU. ¡Buena fe, a través!
Pero, mi buen señor, es así: ¿os curaréis
de vuestra enfermedad?
REY. No.
LAFEU. Oh, ¿vas a comer
Ninguna uva, mi zorro real? Sí, pero lo harás
Mis nobles uvas, y si mi real zorro
pudiera alcanzarlas: He visto una medicina
Que es capaz de dar vida a una piedra
acelerar una roca, y hacer bailar al canario
Con fuego y movimiento vivaces; cuyo simple toque
Es poderoso para levantar al rey Pepín, no,
para dar al gran Charlemain una pluma en la mano
Y escribirle una línea de amor.
REY. ¿Qué es esto?
LAFEU. ¡Pero si es la doctora! Mi señor, ha llegado una,
si queréis verla. Ahora, por mi fe y honor,
Si seriamente puedo transmitir mis pensamientos
En esta mi ligera liberacion, he hablado
Con una que en su sexo, sus años, su profesión,
Sabiduría y constancia, me ha asombrado más
De lo que me atrevo a culpar a mi debilidad. La veréis,
Por que es su demanda, y conocer su negocio?
Hecho esto, ríete bien de mí.
REY. Ahora, buen Lafeu,
Trae la admiración, que nosotros con la
podamos pasar nuestro asombro también, o quitar el tuyo
Preguntando cómo lo tomaste.
LAFEU. No, yo te encajaré,
Y no estar todo el día tampoco. Salir LAFEU
REY. Así él su especial nada prologa.
Vuelve a entrar LAFEU con HELENA
LAFEU. No, venid por vuestros caminos.
REY. Esta prisa tiene alas en verdad.
LAFEU. No, seguid vuestro camino;
Este es su Majestad; decidle lo que pensáis.
Parecéis un traidor; pero a tales traidores
Su Majestad rara vez teme. Soy el tío de Crésida,
que se atreve a dejar dos juntos. Que os vaya bien. Salir
REY. Ahora, hermosa, ¿nos sigue tu negocio?
HELENA. Sí, mi buen señor.
Gerardo de Narbón era mi padre,
en lo que profesaba, bien hallado.
REY. Yo lo conocí.
HELENA. Más bien ahorraré mis elogios hacia él;
Conocerlo es suficiente. En el lecho de muerte
Muchos recibos me dio; principalmente uno,
que, como el mas querido resultado de su practica,
y de su vieja experiencia, el único querido,
Me pidió que guardara como un ojo triple,
Más seguro que los míos, más querido. Así lo he hecho:
Y, oyendo que su alta Majestad está tocada
con esa causa maligna en la que el honor
del don de mi querido padre es el principal en el poder,
vengo a ofrecerlo, y mi aplicación,
con toda la humildad posible.
REY. Te lo agradecemos, doncella;
Pero que no seáis tan crédula en la curación,
cuando nuestros doctores más doctos nos dejen, y
El colegio congregado ha concluido
Que el arte de trabajar nunca puede rescatar a la naturaleza
De su inaidable estado, digo que no debemos
manchar nuestro juicio, ni corromper nuestra esperanza,
Para prostituir nuestro mal de curar el pasado
A los empíricos; o a disgregar así
Nuestro gran ser y nuestro crédito para estimar
Una ayuda sin sentido, cuando la ayuda más allá del sentido la consideramos.
HELENA. Mi deber me pagará entonces por mis penas.
No volveré a imponer mi oficio a ti;
Suplicando humildemente desde tus reales pensamientos
Que un modesto me lleve de nuevo.
REY. No puedo darte menos, para que me llames agradecido.
Has pensado en ayudarme; y tal agradecimiento doy
como el que se acerca a la muerte a los que desean que viva.
Pero lo que yo sé, tú no lo sabes;
Yo conociendo todo mi peligro, tú no.
HELENA. Lo que puedo hacer no puede hacer daño al intentar,
ya que tú has establecido tu descanso contra el remedio.
Aquel que es el finalizador de las obras más grandes
a menudo las hace el ministro más débil.
Así que la escritura sagrada ha mostrado el juicio en los bebés,
cuando los jueces han sido niños. Grandes inundaciones han volado
De simples fuentes, y grandes mares se han secado
Cuando los milagros han sido negados por los más grandes.
A menudo la expectativa falla, y más a menudo allí
Donde más promete; y a menudo golpea
Donde la esperanza es más fría, y la desesperación más adecuada.
REY. No debo escucharte. Que te vaya bien, amable doncella;
Tus penas, no usadas, deben ser pagadas por ti misma;
Las ofrendas no se agradecen por su recompensa.
HELENA. El mérito inspirado por el aliento está prohibido.
No es así con Él que todo lo sabe,
como lo es con nosotros que cuadramos nuestras conjeturas por medio de espectáculos;
Pero es más presunción en nosotros cuando
cuando contamos con la ayuda del cielo y los actos de los hombres.
Querido señor, a mis esfuerzos da el consentimiento;
Del cielo, no de mí, haz un experimento.
No soy un impostor que se proclama
contra el nivel de mi objetivo;
Pero sé que pienso, y pienso que sé con toda seguridad,
que mi arte no ha dejado de tener fuerza, ni tú has dejado de curarte.
REY. ¿Estás tan seguro? ¿En qué espacio
esperas mi curación?
HELENA. La mayor gracia que presta la gracia.
Antes de que los caballos del sol traigan dos veces
Su antorcha ardiente su anillo diurno,
Antes de que dos veces en la oscuridad y la humedad occidental
el húmedo Hesperus haya apagado su lámpara somnolienta,
O cuatro y veinte veces el cristal del piloto
Ha contado los minutos ladrones cómo pasan,
Lo que está enfermo de tus partes sanas volará,
La salud vivirá libre, y la enfermedad morirá libremente.
REY. Sobre tu certeza y confianza
¿Qué te atreves a hacer?
HELENA. Impuesto de impudicia,
una osadía de ramera, una vergüenza divulgada,
traducido por baladas odiosas; el nombre de mi doncella
se ha quemado de otro modo; ni lo peor de lo peor se ha extendido
Con la más vil tortura que mi vida termine.
REY. Creo que en ti habla algún espíritu bendito
Su poderoso sonido dentro de un órgano débil;
Y lo que la imposibilidad mataría
En el sentido común, el sentido salva otro camino.
Tu vida es querida; porque todo lo que la vida puede valorar
Digno nombre de la vida en ti ha estimado:
Juventud, belleza, sabiduría, valor, todo
lo que la felicidad y la prosperidad pueden llamar felizmente.
Tú, esto, para arriesgarte, tienes que decir
Habilidad infinita o monstruosa desesperada.
Dulce practicante, probaré tu medicina,
que te ayude a morir si yo muero.
HELENA. Si rompo el tiempo, o flaqueo en la propiedad
De lo que hablé, impiadosa muera;
Y bien merecida. Si no ayudo, la muerte es mi tarifa;
Pero, si ayudo, ¿qué me prometes?
REY. Exige lo que quieras.
HELENA. Pero, ¿lo harás a la par?
REY. Sí, por mi cetro y mis esperanzas del cielo.
HELENA. Entonces me darás con tu mano de rey
Que marido en tu poder mandaré.
Exime de mí la arrogancia
De elegir de entre la sangre real de Francia,
mi bajo y humilde nombre para propagar
Con cualquier rama o imagen de tu estado;
Pero tal, tu vasallo, que yo sepa
es libre de pedirte y de concederte.
REY. Aquí está mi mano; las premisas observadas,
Tu voluntad será servida por mi actuación.
Así que escoge en tu tiempo, pues yo,
tu paciente resuelto, aún confío en ti.
Más debo preguntarte, y más debo,
aunque más saber no sea más confiar,
De donde vienes, como te has ido. Pero descansa
bienvenido sin dudas y bendito sin dudas.
Dame algo de ayuda aquí, ¡oh! Si procedes
Tan alto como la palabra, mi acto igualara tu acto.
[Florezca. Exeunt]
ACTO II. ESCENA 2. Rousillon. El palacio del conde
Entran la condesa y el payaso
CONDESA. Vamos, señor; ahora os pondré a la altura de vuestra
crianza.
PAYASO. Me mostraré muy alimentado y poco enseñado. Sé que mi
negocio no es sino para la corte.
CONDESA. ¡A la corte! ¿Por qué, qué lugar te hace especial, cuando
cuando lo dejas de lado con tanto desprecio? ¡Pero a la corte!
PAYASO. En verdad, señora, si Dios le ha prestado a un hombre algún tipo de modales, puede
fácilmente en la corte. El que no puede hacer una pierna, quitarse la gorra
gorra, besar la mano y no decir nada, no tiene ni pierna, ni manos, ni labios,
ni gorra; y en verdad un tipo así, por decir algo, no es para
la corte; pero para mí, tengo una respuesta que servirá a todos los hombres.
CONDESA. Casado, esa es una respuesta generosa que sirve para todas las preguntas.
PAYASO. Es como una silla de barbero, que sirve para todas las nalgas: la nalga
la nalga de alfiler, la nalga de quatch, la nalga de bravo, o cualquier nalga.
CONDESA. ¿Servirá tu respuesta para todas las preguntas?
PAYASO. Tan apta como diez grañones para la mano de un abogado, como tu
corona francesa para tu tafetán, como la prisa de Tib para el dedo índice de Tom
dedo índice, como un panqueque para el martes de carnaval, un morris para el día de mayo,
como el clavo para su agujero, el cornudo para su cuerno, como una regañina
como una regañina a un bribón, como el labio de una monja a la boca de un fraile
como la boca de la monja a la del fraile; más aún, como el budín a su piel.
CONDESA. ¿Tenéis, digo, una respuesta tan adecuada para todas
preguntas?
PAYASO. Desde abajo de vuestro duque hasta abajo de vuestro alguacil, se ajusta a
cualquier pregunta.
CONDESA. Debe ser una respuesta del tamaño más monstruoso que debe encajar
todas las demandas.
PAYASO. Pero una nimiedad tampoco, de buena fe, si el docto debe
hablar de la verdad. Aquí está, y todo lo que le pertenece. Preguntadme
si soy cortesano: no os hará daño saberlo.
CONDESA. Para volver a ser joven, si pudiéramos, seré un tonto en
pregunta, esperando ser el más sabio por vuestra respuesta. Os ruego, señor,
¿sois un cortesano?
PAYASO. ¡Oh, Señor, señor! -Esto es un simple aplazamiento. Más, más, un
cien de ellos.
CONDESA. Señor, soy una pobre amiga vuestra que os quiere.
PAYASO. ¡Oh, señor! -Espeso, grueso; no me perdones.
CONDESA. Creo, señor, que no podéis comer nada de esta carne casera.
PAYASO. ¡Oh, Señor! -Oh, ponedme a ello, os lo aseguro.
CONDESA. Creo que hace poco os han azotado, señor.
PAYASO. ¡Oh, Señor! No me perdones.
CONDESA. ¿Gritáis "¡Oh, Señor!" cuando os azotan, y "no me perdonéis"?
no me"? En efecto, tu "¡Oh, Señor!" es muy consecuente con tus
azotes. Responderíais muy bien a los azotes, si estuvierais
si estuvieras obligado a ello.
PAYASO. Nunca he tenido peor suerte en mi vida en mi "¡Oh, señor!". Veo que
las cosas pueden servir mucho, pero no sirven para siempre.
CONDESA. Juego a la noble ama de casa con el tiempo,
para entretenerlo tan alegremente con un tonto.
PAYASO. ¡Oh, Señor, señor! -Porque no sirve de nuevo.
CONDESA. Un fin, señor. A tu asunto: dale a Helen esto,
y exhórtala a que te responda con un presente;
Encomendadme a mis parientes y a mi hijo. Esto no es mucho.
PAYASO. ¿No es mucho elogio para ellos?
CONDESA. No es mucho empleo para ti. ¿Me entiendes?
PAYASO. De lo más fructífero; estoy allí ante mis piernas.
CONDESA. Apresúrate de nuevo. Exeunt
ACTO II. ESCENA 3. París. El palacio del Rey
Entran BERTRAM, LAFEU y PAROLLES
LAFEU. Dicen que los milagros son cosa del pasado; y tenemos a nuestros filósofos
filosóficos para hacer de las cosas modernas y familiares algo sobrenatural y
sin causa. De ahí que hagamos de los terrores cosas insignificantes,
encerrándonos en un aparente conocimiento cuando deberíamos someternos
a un miedo desconocido.
PAROLES. Es el más raro argumento de asombro que se ha disparado
en nuestros últimos tiempos.
BERTRAM. Y así es.
LAFEU. Para ser abandonado por los artistas...
PAROLLES. Eso digo, tanto de Galeno como de Paracelso.
LAFEU. De todos los sabios y auténticos-
PAROLLES. Así es; así lo digo.
LAFEU. Que le ha dado por incurable-.
PAROLLES. Pues ahí está; eso digo yo también.
LAFEU. No hay que ayudar...
PAROLLES. Cierto; como si se tratara de un hombre asegurado de...
LAFEU. Una vida incierta y una muerte segura.
PAROLES. Justo; decís bien; así lo habría dicho yo.
LAFEU. En verdad puedo decir que es una novedad para el mundo.
PAROLLES. En efecto, lo es. Si lo tenéis a la vista, lo leeréis
leerlo en lo que aquí se llama.
LAFEU. [Leyendo el título de la balada] 'Una muestra de un efecto celestial
Efecto celestial en un actor terrenal".
PAROLES. Eso es; yo hubiera dicho lo mismo.
LAFEU. Vaya, tu delfín no es más lujurioso. Por mi parte, hablo con
respeto-
PAROLES. No, es extraño, es muy extraño; eso es lo breve
y lo tedioso del asunto; y es de un espíritu muy facineroso que
no quiere reconocer que es el...
LAFEU. La misma mano del cielo.
PAROLES. Sí; eso digo yo.
LAFEU. En una muy débil...
PAROLLES. Y debile ministro, gran poder, gran trascendencia;
que debería, de hecho, darnos un uso más que solo
la recov'ridad del Rey, como para ser-
LAFEU. Generalmente agradecido.
Entran el REY, HELENA, y los ASISTENTES
PAROLES. Yo lo habría dicho; tú lo dices bien. Aquí viene el Rey.
LAFEU. Lustig, como dice el holandés. Me gustará más una doncella
mientras tenga un diente en la cabeza. Por qué, es capaz de llevarla un
coranto.
PAROLES. ¡Mort du vinaigre! ¿No es ésta Helena?
LAFEU. Por Dios, creo que sí.
REY. Id, llamad ante mí a todos los señores de la corte.
Sale un asistente
Siéntate, mi preservador, al lado de tu paciente;
Y con esta saludable mano, cuyo sentido desterrado
que has revocado, recibe por segunda vez
la confirmación de mi regalo prometido,
que no es más que tu nombre.
Entren tres o cuatro SEÑORES
Hermosa doncella, envía tu ojo. Este joven paquete
de nobles solteros están a mi disposición,
sobre los que el poder soberano y la voz del padre
Tengo que usar. Haz tu franca elección;
Tú tienes el poder de elegir, y ellos no pueden renunciar.
HELENA. A cada uno de vosotros, una bella y virtuosa amante
Caed, cuando el amor os plazca. Casaros, a cada uno, con una sola.
LAFEU. Daría a la bahía Curtal y sus muebles
Mi boca no estuviera más rota que la de estos muchachos
y escribiera tan poca barba.
REY. Percibidlos bien.
Ninguno de esos sino tuvo un padre noble.
HELENA. Caballeros,
el cielo ha devuelto la salud al Rey a través de mí.
TODOS. Lo entendemos, y damos gracias al cielo por ti.
HELENA. Soy una simple doncella, y en ello más rica
Que protesto que soy simplemente una doncella.
Por favor, Majestad, ya lo he hecho.
El rubor de mis mejillas así me susurra:
'Nos sonrojamos de que elijas; pero, que te rechacen,
que la blanca muerte se asiente en tu mejilla para siempre,
Nunca más llegaremos a ella".
REY. Elige y verás:
Quien rehúye tu amor, rehúye todo su amor en mí.
HELENA. Ahora, Dian, de tu altar vuelo,
y al amor imperial, ese dios altísimo,
mis suspiros fluyen. Señor, ¿escuchas mi demanda?
PRIMER SEÑOR. Y concederla.
HELENA. Gracias, señor; todo lo demás es mudo.
LAFEU. Prefiero estar en esta elección que lanzar ames-ace por mi
vida.
HELENA. El honor, señor, que flamea en tus bellos ojos,
Antes de que hable, responde demasiado amenazadoramente.
El amor hace tu fortuna veinte veces superior
La que tanto desea, y su humilde amor.
SEGUNDO SEÑOR. No mejor, si os place.
HELENA. Recibid mi deseo,
que el gran Amor concede; y así me despido.
LAFEU. ¿Todos la niegan? Si fueran hijos míos los mandaría azotar
los azotaría; o los enviaría al turco para que los hiciera eunucos.
HELENA. No temas que yo tome tu mano;
Nunca te haré mal por tu propio bien.
Bendice tus votos; y en tu lecho
¡Encuentra una fortuna más justa, si alguna vez te casas!
LAFEU. Estos muchachos son chicos de hielo; no la tendrán.
Claro, son bastardos para los ingleses; los franceses nunca los tuvieron.
HELENA. Eres demasiado joven, demasiado feliz y demasiado buena,
para hacerte un hijo de mi sangre.
CUARTO SEÑOR. Hermosa, creo que no.
LAFEU. Todavía hay una uva; estoy seguro de que tu padre bebió vino; pero
si no eres un asno, soy un joven de catorce años; ya te he conocido.
ya te he conocido.
HELENA. [A BERTRAM] No me atrevo a decir que te tomo; pero te doy
a mí y a mi servicio, siempre mientras viva
a tu poder de guía. Este es el hombre.
REY. Pues entonces, joven Bertram, tómala; es tu esposa.
BERTRAM. ¡Mi esposa, mi señor! Suplico a vuestra Alteza,
que me permita usar en este asunto
la ayuda de mis propios ojos.
REY. ¿No sabes, Bertram,
lo que ella ha hecho por mí?
BERTRAM. Sí, mi buen señor;
Pero nunca espero saber por qué debo casarme con ella.
REY. Sabéis que me ha levantado de mi lecho de enfermo.
BERTRAM. Pero la sigue, mi señor, para derribarme
¿debe responder por su levantamiento? La conozco bien:
Ella tuvo su crianza a cargo de mi padre.
¡Una pobre hija de médico mi esposa! Desprecio
¡Más bien me corrompe siempre!
REY. Es sólo el título que desprecias en ella, el que
puedo construir. Extraño es que nuestras sangres,
de color, peso y calor, vertidas todas juntas,
confundan la distinción, pero se mantengan
en diferencias tan poderosas. Si ella es
Todo lo que es virtuoso, salvo lo que no te gusta,
la hija de un pobre médico, no te gusta
De la virtud por el nombre; pero no lo hagas.
Del lugar más bajo cuando las cosas virtuosas proceden,
el lugar se dignifica por la acción del hacedor;
Donde las grandes adiciones se hinchan, y la virtud no,
es un honor despreciable. El bien solo
es bueno sin nombre. La vileza es así:
La propiedad por lo que es debe ir,
no por el título. Ella es joven, sabia, bella;
En esto es heredera inmediata de la naturaleza;
Y estos engendran el honor. Ese es el desprecio del honor
que se desafía a sí mismo cuando nace el honor
Y no es como el padre. El honor prospera
Cuando más bien de nuestros actos se derivan
que de los que nos preceden. La mera palabra es una esclava,
que se derrama en todas las tumbas, en todos los sepulcros.
Un trofeo mentiroso; y como a menudo es mudo
Donde el polvo y el maldito olvido es la tumba
de los huesos honrados. ¿Qué hay que decir?
Si puedes gustar de esta criatura como una doncella,
puedo crear el resto. La virtud y ella
es su propia dote; el honor y la riqueza, de mí.
BERTRAM. No puedo amarla, ni me esforzaré por hacerlo.
REY. Te equivocas, si te esfuerzas en elegir.
HELENA. Me alegro de que estéis bien restablecido, mi señor.
Dejad que el resto se vaya.
REY. Mi honor está en juego; para vencerlo,
debo mostrar mi poder. Toma, coge su mano,
orgulloso muchacho desdeñoso, indigno de este buen regalo,
que en vil error encadenas
mi amor y su desierto; que no puedes soñar
que nosotros, poniéndonos en su defectuosa balanza,
te pesará hasta la viga; que no sepas que
que está en nosotros plantar tu honor donde
que nos plazca que crezca. Controla tu desprecio;
Obedece nuestra voluntad, que se afana en tu bien;
No creas en tu desdén, sino en el presente
Haz a tu propia fortuna el derecho obediente
que tanto tu deber debe como nuestro poder reclama;
O te arrojaré de mi cuidado para siempre
En los tambaleos y el descuido de la juventud y la ignorancia
de la juventud y la ignorancia; mi venganza y mi odio
Desatando sobre ti en nombre de la justicia,
sin ningún tipo de piedad. Habla; tu respuesta.
BERTRAM. Perdonad, mi gracioso señor; porque someto
Mi fantasía a vuestros ojos. Cuando considero
Que la gran creación y la suerte del honor
Vuela donde tú lo pides, encuentro que la que antes
era en mis más nobles pensamientos la más vil, es ahora
La alabada del Rey; que, tan ennoblecida,
es como si hubiera nacido así.
REY. Tómala de la mano,
y dile que es tuya; a quien prometo
Un contrapeso, si no a tu estado
una balanza más completa.
BERTRAM. Tomo su mano.
REY. La buena fortuna y el favor del Rey
Sonríen a este contrato; cuya ceremonia
se verá oportuna en el breve ahora nacido,
y se llevará a cabo esta noche. La fiesta solemne
se celebrará en el próximo espacio,
Esperando a los amigos ausentes. Como la amas,
Tu amor es para mi religioso; si no, se equivoca.
Salgan todos menos LAFEU y PAROLLES que se quedan atrás,
comentando esta boda
LAFEU. ¿Oísteis, monsieur? Unas palabras con usted.
PAROLLES. ¿Es un placer, señor?
LAFEU. Vuestro señor y maestro hizo bien en retractarse.
PAROLLES. ¡Rectificación! ¡Mi señor! ¡Mi maestro!
LAFEU. Sí; ¿no es una lengua que hablo?
PAROLES. Uno muy áspero, y que no se puede entender sin sangriento
éxito. ¡Madre mía!
LAFEU. ¿Es usted compañero del conde Rousillon?
PAROLLES. A cualquier conde; a todos los condes; a lo que es el hombre.
LAFEU. A lo que es hombre del conde: el amo del conde es de otro estilo.
PAROLLES. Sois demasiado viejo, señor; que os satisfaga, sois demasiado
viejo.
LAFEU. Debo deciros, señor, que escribo hombre; a cuyo título la edad
no puede llevarte.
PAROLES. Lo que muy bien me atrevo a hacer, no me atrevo a hacerlo.
LAFEU. Yo te creía, para dos ordinarios, un tipo bastante sabio
compañero; has hecho un desahogo tolerable de tu viaje; podría
pasar. Sin embargo, los pañuelos y los estandartes que te rodean me disuadieron
me disuadieron de creer que eras una nave con una carga demasiado grande. I
Ahora te he encontrado; cuando te pierda de nuevo no me importa; pero no sirves
no sirves para nada más que para recoger; y eso apenas
vale la pena.
PAROLES. Si no tuvieras el privilegio de la antigüedad sobre ti...
LAFEU. No te sumerjas demasiado en la cólera, no sea que aceleres tu
juicio; que si -¡Señor ten piedad de ti por una gallina! Así, mi buena
ventana de celosía, que te vaya bien; no es necesario que abra tu ventana,
pues miro a través de ti. Dame tu mano.
PAROLES. Mi señor, me dais la más atroz indignidad.
LAFEU. Sí, con todo mi corazón; y tú eres digno de ello.
PAROLES. No lo he merecido, señor mío.
LAFEU. Sí, de buena fe, cada uno de sus dramas; y no te voy a dar
un escrúpulo.
PAROLES. Bien, seré más sabio.
LAFEU. Tan pronto como puedas, porque tienes que tirar de un golpe
de lo contrario. Si alguna vez te atan con el pañuelo y
y te golpean, descubrirás lo que es estar orgulloso de tu esclavitud. I
tengo el deseo de mantener mi relación contigo, o más bien mi
conocimiento, para poder decir por defecto: "Es un hombre que conozco".
PAROLES. Mi señor, me hacéis la más insoportable de las vejaciones.
LAFEU. Quisiera que fueran dolores infernales por tu causa, y mi pobre hacer
eterno; porque hacer soy pasado, como por ti, en lo que la moción
la edad me deje. Salir
PAROLES. Pues tienes un hijo que me quitará esta desgracia:
¡viejo, asqueroso y escurridizo señor! Bueno, debo ser paciente; no hay
no hay que encadenar la autoridad. Lo venceré, por mi vida, si puedo
si puedo encontrarme con él con alguna conveniencia, si fuera doble y doblemente
señor. No tendré más piedad de su edad que la que tendría de...
Le venceré, y si pudiera volver a encontrarme con él.
Vuelve a entrar LAFEU
LAFEU. Señor, vuestro señor y dueño se ha casado; hay noticias para
para ti; tienes una nueva dueña.
PAROLES. Suplico muy sinceramente a vuestra señoría que haga alguna
reserva de sus agravios. Es mi buen señor: a quien sirvo
por encima es mi señor.
LAFEU. ¿A quién? ¿A Dios?
PAROLES. Sí, señor.
LAFEU. El diablo es tu amo. ¿Por qué te lanzas a los brazos
tus brazos de esta manera? ¿Haces mangas con tus mangas? ¿Acaso otros
sirvientes lo hacen? Sería mejor que pusieras tu parte inferior donde está tu nariz
en la nariz. Por mi honor, si yo fuera dos horas más joven, te ganaría
a ti. Creo que eres una ofensa general, y todos los hombres deberían
golpearte. Creo que has sido creado para que los hombres respiren
sobre ti.
PAROLES. Es una medida dura e inmerecida, mi señor.
LAFEU. Id, señor; fuisteis golpeado en Italia por coger un grano
de una granada; sois un vagabundo, y no un verdadero viajero;