¿Está ajusticiado Cáudor? ¿Han vuelto ya los que fueron á su castillo?
No han vuelto todavía, pero he hablado con uno que le vió morir, y dice que se arrepintió de sus pecados y pidió vuestro perdon. La muerte ha sido lo mejor de su vida. Murió como si en vida hubiese aprendido á renunciar y tener por cosa vana lo que antes juzgaba de mayor aprecio.
¿Quién adivina el alma por el semblante? ¿Quién me hubiera dicho que ese caballero no era el más fiel de todos los mios?
(Á Macbeth que entra.)
Primo mio, ya me sentia yo pesaroso de mi ingratitud. Pero estabas tan lejos, que ni siquiera las alas del premio podian alcanzarte. Ojalá hubieras hecho menos, porque entonces serian menos inferiores á tus méritos mis galardones y mercedes. Larga deuda, que nunca podré pagar, tengo contigo.
Bastante pago de mi lealtad es ella misma. Mis servicios son como hijos y criados del trono: hacen lo que deben, y nada más.
Eres planta que arraiga en mi corazon. Yo la haré crecer. ¡Ilustre Banquo! No son menores tus méritos. Así lo reconozco, y te estrecho contra mi corazon.
En él germine, que para vos será la cosecha.
¡Hijos, parientes, caballeros!, sabed que nombro heredero de mis Estados á mi hijo Malcolm, que desde hoy se llamará príncipe de Cumberland. Pero este honor no puede venir solo, y para celebrarle haré que caigan, como estrellas, títulos de nobleza sobre todos lo que los merezcan. Ahora vamos á Inverness, que los negocios apremian.
¿Cuándo descansareis? Quiero adelantarme en el camino y alegrar los oidos de mi mujer con tan grata nueva. Permitídmelo.
¡Noble señor de Cáudor!
(Aparte.) ¡Príncipe heredero Malcolm! Obstáculo nuevo en mi camino. He de saltar por él ó rendirme. No brilleis, estrellas: no aclare vuestra luz el negro deseo que abriga mi corazon. Ojos mios, la mano hará lo que vosotros no quereis ver. Entre tanto, miradla de soslayo.
¿Verdad, Banquo, que Macbeth es un egregio vasallo? No hay para mí banquete tan grato como el oir de boca de las gentes sus alabanzas. Sigámosle, ya que quiere festejarnos. Es el mejor de mis parientes.
(Leyendo una carta de su marido.) «Las brujas me salieron al encuentro el dia de la victoria. Su ciencia es superior á la de los mortales. Quise preguntarlas más, pero se deshicieron en niebla. Aún no habia salido yo de mi asombro, cuando llegan nuncios del Rey saludándome como á señor de Glámis y de Cáudor, lo mismo que las hechiceras, pero estas dijeron ademas: «Salve, Macbeth: tu serás rey.» He querido, esposa amada, confiarte este secreto, para que no dejes por ignorancia, ni un solo momento, de gozar la dicha que nos está profetizada. Piénsalo bien. Adios.» ¡Ya eres señor de Glámis y de Cáudor! Lo demas se cumplirá tambien, pero desconfio de tu carácter criado con la leche de la clemencia. No sabes ir por atajos sino por el camino recto. Tienes ambicion de gloria, pero temes el mal. Quisieras conseguir por medios lícitos un fin injusto, y coger el fruto de la traicion sin ser traidor. Te espanta lo que vas á hacer, pero despues de hecho, no quisieras que se deshiciese. ¡Ven pronto! Infundiré mi alma en tus oidos, y mi lengua será azote que espante y disipe las nieblas que te impiden llegar á esa corona, que el hado y el influjo de las estrellas aparejan para tus sienes.
Esta noche llega el Rey.
¿Estás en tí? ¿No ves que tu señor no está en el castillo, ni nos ha avisado?
Tambien él se acerca. Un compañero mio vino casi sin aliento á traer la noticia.
Cuidad bien al mensajero. Es portador de grandes nuevas. (Aparte.) El cuervo se enronquece de tanto graznar, anunciando que el rey Duncan llega al castillo. ¡Espíritus agitadores del pensamiento, despojadme de mi sexo, haced más espesa mi sangre, henchidme de crueldad de piés á cabeza, ahogad los remordimientos, y ni la compasion ni el escrúpulo sean parte á detenerme ni á colocarse entre el propósito y el golpe! ¡Espíritus del mal, inspiradores de todo crímen, incorpóreos, invisibles, convertid en hiel la leche de mis pechos! Baja, hórrida noche: tiende tu manto, roba al infierno sus densas humaredas, para que no vea mi puñal el golpe que va á dar, ni el cielo pueda apartar el velo de la niebla, y contemplarme y decirme á voces: «Detente.»
(Llega Macbeth.)
¡Noble señor de Glámis y de Cáudor, áun más ilustre que uno y otro por la profética salutacion de las hechiceras! tu carta me ha hecho salir de lo presente, y columbrar lo futuro, y extasiarme con él.
Esposa mia, esta noche llega Duncan.
¿Y cuándo se va?
Dice que mañana.
¡Nunca verá el sol de mañana! En tu rostro, esposo mio, leo como en un libro abierto lo que esta noche va á pasar. Disimula prudente: oculte tu semblante lo que tu alma medita. Dén tu lengua, tus manos y tus ojos la bien venida al rey Duncan: debes esconder el áspid entre las flores. Yo me encargo de lo demas. El trono es nuestro.
Ya hablaremos despacio.
Muéstrate alegre.
¡Qué hermosamente situado está el castillo! ¡Cómo alegra los sentidos esta apacible brisa de la tarde!
La golondrina, eterna huésped del verano, moradora de las iglesias, pone en la arquitectura de sus nidos un vago recuerdo del cielo. De todo pilar, alero ó ángulo suspende su prolífico lecho, y donde ellas anidan, parece que vive la alegría.
¡Ved! ¡Ya sale la noble castellana! (A Macbeth.) Muchas veces tenemos por amor lo que es verdadera desgracia. Pedid á Dios que os premie vuestro trabajo, y haga recaer en mí vuestros favores.
Todo nuestro obsequio es poco para pagar tan altos beneficios y mercedes, y sobre todo la de haber honrado con vuestra presencia esta casa. Pedimos á Dios, en agradecimiento, todo género de favores presentes y futuros para vos.
¿Dónde está Macbeth? Corrimos tras él para anticiparnos, pero la veloz carrera de su caballo y su amor, todavía más poderoso que su corcel, le dieron la ventaja, y llegó mucho antes que nosotros. Hermosa castellana, por esta noche reclamamos vuestra hospitalidad.
Criados vuestros somos: cuanto tenemos os pertenece.
Dadme la mano, y guiadme á donde esté mi huésped, objeto perenne de mi gracia.
¡Si bastara hacerlo… pronto quedaba terminado! ¡Si con dar el golpe, se atajaran las consecuencias, y el éxito fuera seguro… yo me lanzaria de cabeza desde el escollo de la duda al mar de una existencia nueva! ¿Pero cómo hacer callar á la razon que incesante nos recuerda sus máximas importunas, máximas que en la infancia aprendió y que luego son tortura del maestro? La implacable justicia nos hace apurar hasta las heces la copa de nuestro propio veneno. Yo debo doble fidelidad al rey Duncan. Primero, por pariente y vasallo. Segundo, porque le doy hospitalidad en mi castillo, y estoy obligado á defenderle de extraños enemigos, en vez de empuñar yo el hierro homicida. Ademas, es tan buen rey, tan justo y clemente, que los ángeles de su guarda irán pregonando eterna maldicion contra su asesino. La compasion, niño recien nacido, querubin desnudo, irá cabalgando en las invisibles alas del viento, para anunciar el crímen á los hombres, y el llanto y agudo clamor de los pueblos sobrepujará á la voz de los roncos vendavales. La ambicion me impele á escalar la cima, ¿pero rodaré por la pendiente opuesta? (A Lady Macbeth.) ¿Qué sucede?
La cena está acabada. ¿Por qué te retiraste tan pronto de la sala del banquete?
¿Me has llamado?
¿No lo sabes?
Tenemos que renunciar á ese horrible propósito. Las mercedes del Rey han llovido sobre mí. Las gentes me aclaman honrado y vencedor. Hoy he visto los arreos de la gloria, y no debo mancharlos tan pronto.
¿Qué ha sido de la esperanza que te alentaba? ¿Por ventura ha caido en embriaguez ó en sueño? ¿O está despierta, y mira con estúpidos y pasmados ojos lo que antes contemplaba con tanta arrogancia? ¿Es ese el amor que me mostrabas? ¿No quieres que tus obras igualen á tus pensamientos y deseos? ¿Pasarás por cobarde á tus propios ojos, diciendo primero: «lo haria» y luego «me falta valor»? Acuérdate de la fábula del gato.
¡Calla, por el infierno! Me atrevo á hacer lo que cualquiera otro hombre haria, pero esto no es humano.
¿Pues es alguna fiera la que te lo propuso? ¿No eras hombre, cuando te atrevias, y buscabas tiempo y lugar oportunos? ¡Y ahora que ellos mismos se te presentan, tiemblas y desfalleces! Yo he dado de mamar á mis hijos, y sé cómo se les ama; pues bien, si yo faltara á un juramento como tú has faltado, arrancaria el pecho de las encías de mi hijo cuando más risueño me mirara, y le estrellaria los sesos contra la tierra.
¿Y si se frustra nuestro plan?
¡Imposible, si aprietas los tornillos de tu valor! Duncan viene cansado del largo viaje, y se dormirá: yo embriagaré á sus dos servidores, de modo que se anuble en ellos la memoria y se reduzca á humo el juicio. Quedarán en sueño tan profundo como si fuesen cadáveres. ¿Quién nos impide dar muerte á Duncan, y atribuir el crímen á sus embriagados compañeros?
Tú no debias concebir ni dar á luz más que varones. Mancharemos de sangre á los dos guardas ébrios, y asesinaremos á Duncan con sus puñales.
¿Y quién no creerá que ellos fueron los matadores, cuando oiga nuestras lamentaciones y clamoreo despues de su muerte?
Estoy resuelto. Todas mis facultades se concentran en este solo objeto. Oculte, con traidora máscara, nuestro semblante lo que maquina el alma.
Hijo, ¿qué hora es?
No he oido el reloj, pero la luna va descendiendo.
Será media noche.
Quizá más tarde.
Toma la espada. El cielo ha apagado sus candiles, sin duda por economía. Me rinde el sueño con mano de plomo, pero no quiero dormir. ¡Dios mio! contén la ira que viene á perturbarme en medio del reposo. Dame la espada. ¿Quién es?
Un amigo tuyo.
¿Todavía estás en pié? El Rey se ha acostado más alegre que nunca, y ponderando mucho tu hospitalidad. Manda un diamante para tu mujer, á quien llama su linda huéspeda.
Por imprudencia quizá haya caido mi voluntad en faltas que, á disponer de su libre albedrío, hubiera evitado.
No sé qué hayas cometido ninguna falta. Ayer soñé con las brujas. Por cierto que contigo han andado verídicas.
No me cuido de eso. Ya hablaremos otra vez con más espacio, si eso te complace.
Cuando quieras.
Si te guias por mi consejo, ganarás honra y favor.
Siempre que sea sin menoscabo de la lealtad que reina en mi pecho.
Véte á descansar.
Gracias.
(Vase con su hijo.)
(A su criado.) Dí á la señora que me llame cuando tenga preparada mi copa. Tú, acuéstate. ¡Me parece estar viendo el puño de una daga vuelta hácia mí! ¡Ven á mis manos, puñal que toco aunque no veo! ¿O eres acaso sueño de mi delirante fantasía? Me pareces tan real como el que en mi mano resplandece. Tú me enseñas el arma y el camino. La cuchilla y el mango respiran ya sangre. ¡Vana ilusion! Es el crímen mismo el que me habla así. La Naturaleza reposa en nuestro hemisferio. Negros ensueños agitan al que ciñe real corona. Las brujas en su nefando sábado festejan á la pálida Hécate, y el escuálido homicidio, temeroso de los aullidos del lobo centinela suyo, camina con silencioso pié, como iba Tarquino á la mansion de la casta Lucrecia. ¡Tierra, no sientas el ruido de mis piés, no le adivines! ¡No pregonen tus piedras mi crímen! ¡Da tregua á los terrores de estas horas nocturnas! Pero, ¿á qué es detenerme en vanas palabras que hielan la accion? (Óyese una campana.) ¡Ha llegado la hora! ¡Duncan, no oigas el tañido de esa campana, que me invita al crímen, y que te abre las puertas del cielo ó del infierno!
La embriaguez en que han caido me da alientos. ¡Silencio! Es el chillido del buho, severo centinela de la noche. Abiertas están las puertas. La pócima que administré á los guardas los tiene entre la vida y la muerte.
(Dentro.) ¿Quién es?
Temo que se despierten, antes que esté consumado el crímen, y sea peor el amago que el golpe… Yo misma afilé los puñales… Si su sueño no se hubiera parecido al de mi padre, yo misma le hubiera dado muerte. Pero aquí está mi marido…
Ya está cumplido. ¿Has sentido algun rumor?
No más que el canto del grillo y el chillido del buho. ¿Hablaste algo?
¿Cuándo?
Ahora.
¿Cuando bajé?
Sí.
¿Quién está en el segundo aposento?
Donalbáin.
¡Qué horror!
¡Qué necedad! ¿Por qué te parece horrible?
El uno se sonreia en sueños, el otro se despertó y me llamó: ¡asesino! Los miré fijo y con estupor; despues rezaron y se quedaron dormidos.
Como una piedra.
El uno dijo: «Dios nos bendiga», y el otro: «Amen». Yo no pude repetirlo.
Calma ese terror.
¿Por qué no pude responder «Amen»? Yo necesitaba bendicion, pero la lengua se me pegó al paladar.
Si das en esas cavilaciones, perderás el juicio.
Creí escuchar una voz que me decia: «Macbeth, tú no puedes dormir, porque has asesinado al sueño.» ¡Perder el sueño, que desteje la intrincada trama del dolor, el sueño, descanso de toda fatiga: alimento el más dulce que se sirve á la mesa de la vida!
¿Por qué esa agitacion?
Aquella voz me decia alto, muy alto: «Glámis ha matado al sueño: por eso no dormirá Cáudor, ni tampoco Macbeth.»
¿Pero qué voz era esa? ¡Esposo mio! no te domine así el torpe miedo, ni ofusque el brillo de tu razon. Lava en el agua la mancha de sangre de tus manos. ¿Por qué quitas de su lugar las dagas? Bien están ahí. Véte y ensucia con sangre á los centinelas.
No me atrevo á volver ni á contemplar lo que hice.
¡Cobarde! Dame esas dagas. Están como muertos. Parecen estatuas. Eres como el niño á quien asusta la figura del diablo. Yo mancharé de sangre la cara de esos guardas. (Suenan golpes.)
¿Quién va? El más leve rumor me horroriza. ¿Qué manos son las que se levantan, para arrancar mis ojos de sus órbitas? No bastaria todo el Océano para lavar la sangre de mis dedos. Ellos bastarian para enrojecerle y mancharle.
Tambien mis manos están rojas, pero mi alma no desfallece como la tuya. Llaman á la puerta del Mediodía. Lavémonos, para evitar toda sospecha. Tu valor se ha agotado en el primer ímpetu. Oye… Siguen llamando… Ponte el traje de noche. No vean que estamos en vela. No te pierdas en vanas meditaciones.
¡Oh, si la memoria y el pensamiento se extinguiesen en mí, para no recordar lo que hice! (Siguen los golpes.)
¡Qué estrépito! Ni que fuera uno portero del infierno. ¿Quién será ese maldito? Algun labrador que se habrá ahorcado descontento de la mala cosecha… Y sigue alborotando… Será algun testigo falso, pronto á jurar en cualquiera de los platillos de la balanza. ¡Entra, malvado! ¡Y sigue dando! Será algun sastre inglés que ha sisado tela de unos calzones franceses. ¡Qué frio hace aquí aunque estamos en el infierno! Ya se acabó mi papel de diablo. A otra gente más lucida pensé abrir. No os olvideis del portero.
¿Cómo te levantas tan tarde? ¿Te acostaste tarde por ventura?
Duró la fiesta hasta que cantó por segunda vez el gallo.
¿Se ha levantado tu señor?.. Pero aquí viene. Sin duda le despertamos con los golpes.
(A Macbeth.) ¡Buenos dias!
¡Felices!
¿Está despierto el Rey?
Todavía no.
Me dijo que le llamara á esta hora.
Os quiero guiar á su habitacion.
Molestia inútil, por más que os agrade.
Esta es su puerta.
Mi deber es entrar.
(Vase.)
¿Se va hoy el Rey?
Así lo tiene pensado.
¡Mala noche! El viento ha echado abajo nuestra chimenea. Se han oido extrañas voces, gritos de agonía, cantos proféticos de muerte y destruccion. Las aves nocturnas no han cesado de graznar. Hay quien dice que la tierra misma se estremecia.
Tremenda ha sido, en verdad, la noche.
No recuerdo otra semejante. Verdad que soy jóven.
¡Horror, horror, horror! ¡Ni la lengua ni el corazon deben nombrarte!
¿Qué?
Una traicion horrible. Un sacrilegio… El templo de la vida del Rey ha sido profanado.
¿Su vida?
¿La del Rey?
Entrad en la alcoba, y lo vereis, si es que no ciegan vuestros ojos de espanto. No puedo hablar. Vedlo vosotros mismos… ¡Á las armas! ¡Traicion, malvados! ¡Donalbáin, Banquo, Malcolm, alerta! ¡Lejos de vosotros ese sueño tan pesado como la muerte! Ved la muerte misma… Pronto… ¡Banquo, Malcolm! Dejad el lecho, venid, animados fantasmas, á contemplar esta escena de duelo.
¿Qué es eso? ¿Por qué despertais con tales gritos á la gente de la casa que aún duerme?
En vuestros oidos, hermosa dama, no deben sonar otra vez nuestros lamentos. No es tanto horror para oidos de mujer.
(Entra Banquo.)
¡Banquo, Banquo! Nuestro Rey ha sido asesinado.
¡Dios mio, y en mi casa!
Aquí y en todas seria horrible. Dime que no es verdad. Dímelo por Dios.
¡Ojalá hubiera muerto yo pocas horas antes! Mi vida hubiera sido del todo feliz. Ya han muerto para mí la gloria y la esperanza. He agotado el vino de la existencia, y sólo me quedan las heces en el vaso.
¿Qué es esto?
¿Y tú me lo preguntas? Se ha secado la fuente de la vida. Tu padre ha sido muerto.
¿Quién lo mató?
Sin duda sus guardias, porque tienen manchadas de sangre las manos y la cara, y los ensangrentados puñales junto al lecho. En sus miradas se retrataba el delirio.
¡Cuánto siento que mi furor me llevara á darles instantánea muerte!
¿Por qué lo hiciste?
¿Y quién se contiene en tal arrebato? ¿Cuándo se unió el furor con la prudencia, la lealtad con el sosiego? Mi amor al Rey venció á mi tranquila razon. Yo veia á Duncan teñido en su propia sangre, y cerca de él á los asesinos con el color de su oficio; veia sus puñales manchados tambien… ¿Quién podia dudar? ¿Quién que amase al Rey, hubiera podido detener sus iras?
Llevadme lejos de aquí.
¡Y callamos! aunque no pocos pueden achacarnos el crímen.
Más vale callarnos y atajar nuestras lágrimas. Vamos.
Disimulemos nuestra pena.
Cuidad á la señora. Despues que nos vistamos, hemos de examinar más despacio este horrible suceso. En la mano de Dios están mis actos. Desde allí desafio toda sospecha traidora. Juro que soy inocente.
Y yo tambien.
Y todos.
Juntémonos luego en el estrado.
Así lo haremos.
¿Qué haces? Nada de tratos con ellos. Al traidor le es fácil simular la pena que no siente. Iré á Inglaterra.
Y yo á Irlanda. Separados estamos más seguros. Aquí las sonrisas son puñales, y derraman sangre los que por la sangre están unidos.
La bala de su venganza no ha estallado todavía. Nos conviene esquivarla. A caballo, y partamos sin despedirnos. Harta razon tenemos para escondernos.
En mis setenta años he visto cosas peregrinas y horrendas, pero nunca como esta noche.
¡Venerable anciano! ¡Con qué cólera mira el cielo la trágica escena de los hombres! Ya ha amanecido, pero todavía la noche se resiste á abandonar su dominio. Quizá se avergüenza el dia, y no se atreve á derramar su pura lumbre.
No es natural nada de lo que sucede. El mártes un generoso halcon cayó en las garras de una lechuza.
Los caballos de Duncan, los mejores de su casta, han quebrantado sus establos, y vueltos al estado salvaje, son terror de los palafreneros.
Ellos mismos se están devorando.
Así es. ¡Qué horror miran mis ojos!.. Pero aquí se acerca el buen Macduff. ¿Cómo están las cosas, amigo?
Ya lo veis.
¿Quién fué el asesino?
Los que mató Macbeth.
¿Y qué interes tenian?
Eran pagados por los dos hijos del Rey difunto.
¡Horror contra naturaleza! ¡La ambicion se devora á sí misma! Y Macbeth sucederá en el trono.
Ya le han elegido rey, y va á coronarse á Esconia.
¿Y el cuerpo del rey Duncan?
Lo llevan á enterrar á la montaña de San Colme, sepulcro de sus mayores.
¿Te vas á Esconia, primo?
A Faife.
Yo á Esconia.
Felicidad en todo. Adios. Gusto más de la ropa nueva, que de la antigua.
Adios, buen viaje.
Quien saque como vosotros bien del mal, y haga amigo al enemigo, llevará la bendicion de Dios.