¿Por qué esa inesperada fuga?
Tranquilízate, señora.
¡Qué locura hizo! El miedo nos hace traidores.
¿Quién sabe si fué miedo ó prudencia?
¿Prudencia dejar su mujer, sus hijos y su hacienda, expuestos á la venganza de un tirano?.. No creo en su cariño… El ave más pequeña y débil de todas resiste á la lechuza, cuando se trata de defender su prole… En Macduff ha habido temor sobrado y ningun amor. Su fuga es cobardía y locura.
Tranquilízate, prima mia. Tu marido es bueno y prudente, y sabe bien lo que hace. Pero vivimos en tan malos tiempos que á veces somos traidores hasta sin saberlo, y tememos y recelamos sin causa, como quien cruza un mar incierto y proceloso. Adios. Volveré pronto. Quizá se remedie todo y luzca de nuevo el sol de la esperanza. Adios, hermosa prima. Dios te bendiga.
Mi hijo está huérfano aunque tiene padre.
No puedo detenerme más. Seria en daño vuestro y mio.
(A su hijo.) Y ahora que estás sin padre, ¿cómo vivirás, hijo mio?
Madre mia, como los pájaros del cielo.
¿Con insectos y moscas?
Con lo que encuentre, como hacen ellas.
¡Infeliz! ¿Y no temerás redes, liga ni cazadores?
¿Y por qué he de temerlos, madre? Nadie caza á los pájaros pequeños. Y ademas, mi padre no ha muerto.
¿Qué harias por tener padre?
¿Y tú por tener marido?
Compraria veinte en cualquiera parte.
Para venderlos despues.
Muy agudo eres para tus años.
Dices que mi padre fué traidor.
Sí.
¿Y qué es ser traidor?
Faltar á la palabra y al juramento.
¿Eso se llama traicion?
Y quien la comete merece ser ahorcado.
¿Todo el que la comete?
Todos.
¿Y quién los ha de ahorcar?
La gente honrada.
Entonces bien necios son los traidores, porque, siendo tantos, parece que habian de ser ellos los que ahorcasen á la gente de bien.
¿Qué harias por tener padre?
Si hubiera muerto de veras, tú estarias llorando, y si no llorabas, era indicio claro de que pronto tendria yo otro padre.
Gracioso estás, pobre hijo mio.
Dios te bendiga y salve, hermosa castellana. No te conozco, pero el honor me obliga á avisarte que se acerca á tí un inminente peligro. Sigue mi consejo. Huye en seguida con tus hijos. Quizá te parezca rudo mi aviso, pero seria cruel dejarte en las garras de los asesinos. Adios. No puedo detenerme.
¿Y á dónde voy? ¿Qué pecado he cometido? Estoy en un mundo donde á veces se tiene por locura hacer el bien, y se tributan elogios á la maldad. ¿De qué me sirve la pueril excusa de no haber hecho mal á nadie?.. Pero ¿qué horribles semblantes son los que miro?..
¿Dónde está tu marido?
No en parte tan infame donde tus ojos puedan verle.
(Al niño.) Eres un traidor.
Mentira, vil sicario.
Muere, pollo en cascaron. (Le hiere.)
Me ha matado. Huye, madre, sálvate.
Busquemos sitio apartado donde poder llorar.
Eso no: empuñemos el hierro de la venganza, en defensa de la patria oprimida. Cada dia suben al cielo nuevos clamores de viudas y huérfanos, acompañando el duelo universal de Escocia.
Mucho lo lamento, pero no creo más que lo que sé. Remediaré lo que pueda y cuando pueda. Tendrás razon en todo lo que dices. Pero acuérdate que ese tirano, cuyo nombre mancha la lengua al pronunciarlo, parecia bueno, y tú mismo le tuviste por tal. Y ademas á vosotros no os ha hecho mal ninguno. ¿Si querreis engañarme, sacrificándome como un cordero en las aras de ese ídolo?
Nunca he sido traidor.
Pero lo fué Macbeth… Perdóname… no me atrevo á adivinar lo que eres. Mira si resplandecen y son puros los ángeles, y sin embargo, el más luciente de ellos cayó. Muchas veces el crímen toma la máscara de la virtud.
¡Perdí toda esperanza!
Siempre me quedan mis dudas. ¿Por qué has dejado abandonados á tu mujer y á tus hijos, á cuanto quieres en el mundo? Perdóname. Quizá te ofendan mis recelos. Puede ser tambien que tengas razon. Pero yo con esos recelos me defiendo.
¡Llora sin tregua, pobre Escocia! Horrible tiranía pesa sobre tí: los buenos se callan, y nadie se atreve á resistirla. Has de sufrir en calma tus males, ya que tu Rey vacila y tiembla. Señor, me juzgas mal. No seria yo traidor ni áun á precio de toda la tierra que ese malvado señorea, ni por todas las riquezas del Oriente.
No he querido ofenderte, ni desconfio de tí en absoluto. Sé que nuestra pobre Escocia suda llanto y sangre, oprimida por ese bárbaro. Sé que cada dia aumentan y se enconan sus heridas. Creo tambien que á mi voz muchos brazos se levantarian. Ahora mismo Inglaterra me ofrece miles de combatientes. Pero cuando llegase yo á pisotear la cabeza del tirano ó á llevarla en mi lanza, no seria más feliz la patria bajo el reinado del sucesor de Macbeth, antes crecerian sus infortunios.
¿De qué sucesor hablas?
De mí mismo. Llevo de tal manera en mí las semillas de todos los vicios, que cuando fructifiquen, parecerán blancas como la nieve las ensangrentadas sombras de las víctimas de Macbeth, y quizá bendigan su memoria los súbditos, al contemplar mi horrenda vida.
¡Pero si en los infiernos mismos no hay un sér más perverso que Macbeth!
Te concedo de buen grado que es cruel, lascivo, hipócrita, falso, avaro, iracundo, y que se juntan en él todas las maldades del mundo. Pero tambien es atroz mi lujuria: no bastarian á saciarla todas vuestras hijas y esposas: no habria dique que pudiera oponerse á mi deseo… No… no… prefiero que reine Macbeth.
Terrible enemigo del cuerpo es la incontinencia, y de ella han sido víctimas muchos reyes, y por ella han sido asolados florecientes imperios. Pero no temais, señor. El campo del placer es espacioso. No faltan bellezas frágiles, y aunque tu voracidad sea como la del buitre, has de acabar por cansarte de tantas como acudirán, ufanas de su pomposa deshonra.
Ademas, ruge en mi pecho condicion tan indomable, que si fuera rey, no tendria yo reparo en matar á un noble por despojarle de sus heredades y castillos, ó condenarle por falsas acusaciones, aunque él fuera espejo de lealtad, para enriquecerme con sus despojos.
La lujuria es viento de estío, pero la codicia echa raíces mucho más profundas en el alma. Ella ha sido la espada matadora de muchos reyes nuestros. Pero no importa. Los tesoros de Escocia han de colmar tu deseo. Si no tienes otros vicios que esos, aún son tolerables.
Es que no tengo ninguna cualidad buena. No conozco, ni áun de lejos, la justicia, la templanza, la serenidad, la constancia, la clemencia, el valor, la firmeza en los propósitos, la generosidad. No hay vicio alguno de que yo carezca. Si yo llegara á reinar, echaria al infierno la miel de la concordia, y asolaria y confundiria el orbe entero.
¡Ay desdichada Escocia!
Así soy. Dí si me crees digno de reinar.
No, ni tampoco de vivir sobre la tierra. ¡Pobre patria mia, vil despojo de un tirano que mancha en sangre el cetro que usurpó! ¿Cómo restaurar tu antigua gloria, si el vástago de tus reyes está maldiciendo de sí mismo, y de todo su linaje? Tu padre, señor, era un santo: tu madre vivia muerta para el mundo, y pasaba de hinojos y en oracion el dia. Adios, señor. Los vicios de que hablais me arrojan de Escocia. Muerta está mi última esperanza.
No… muerta no… Esa noble indignacion que muestras, es un grito de tu alma generosa, y viene á disipar todos mis temores. Veo claras tu lealtad y tu inocencia. Macbeth ha querido más de una vez engañarme con artificios parecidos, y por eso me guardo de la nimia credulidad. ¡Sea Dios juez entre nosotros! Me pongo en tus manos: me arrepiento de haber sospechado de tí, bien contra mi natural instinto, y de haberme calumniado, atribuyéndome los vicios que aborrezco más. Soy continente. Nunca he faltado á mi palabra. No he codiciado lo ajeno ni áun lo propio. No haria una traicion al mismo Lucifer, y amo la verdad tanto como la vida. Hoy es la primera vez que he faltado á ella, y eso en contra mia. Tal como soy verdaderamente, me ofrezco á tí y á nuestra Escocia oprimida… Cuando tú has llegado, el viejo Suardo preparaba una expedicion de diez mil guerreros. Todos iremos juntos. ¡Dios nos proteja, pues tan santa y justa es nuestra causa! Dí, ¿por qué callas?
¿Y quién no queda absorto al ver unidos tan faustos y tan infelices sucesos?
(Entra un médico.)
Ya hablaremos. (Al Doctor.) ¿Viene el Rey?
Ya le espera un tropel de enfermos, que aguarda de sus manos la salud. Él los cura con el tacto de sus benditas manos.
Gracias, doctor.
¿Y de qué enfermedad cura el Rey?
De las escrófulas. Es un milagro patente. Desde que estoy en Inglaterra, lo he visto muchas veces. No se sabe cómo logra tal favor del cielo, pero á los enfermos más desesperados, llenos de úlceras y llagas, los cura con sólo colgarles medallas del cuerpo, y pronunciar alguna devota oracion. Dicen que esta sobrenatural virtud pasa de unos á otros reyes de Inglaterra. Tiene ademas el don de profecía, y otras mil bendiciones celestes, prueba no dudosa de su santidad.
¿Quién viene?
De mi tierra es, pero no le conozco.
(Entra Ross.)
Con bien vengas, ilustre pariente mio.
Te recuerdo. ¡Oh, Dios mio, haz que no volvamos á mirarnos como extraños!
Dios te oiga, señor.
¿Sigue en el mismo estado nuestra patria?
¡Oh, desdichada Escocia! Ya no es nuestra madre, sino nuestro sepulcro. Sólo quien no tenga uso de razon, puede sonreir allí. No se oyen más que suspiros y lamentos. El dolor se convierte en locura. Banquo ha muerto, sin que nadie pregunte por qué. Las almas puras se marchitan como las flores.
Esa narracion quizá tenga más de poética que de verdadera.
¿Y cuáles son los crímenes más recientes?
Uno nuevo á cada hora.
¿Qué es de mi mujer?
¿Tu mujer?.. Está bien.
¿Y mis hijos?
Bien.
¿El tirano ha intentado algo contra ellos?
En paz los dejé cuando salí de Escocia.
No seas avaro de palabras. Dime la verdad.
Cuando vine á traeros estas noticias, decíase que se habian levantado numerosas huestes contra el tirano, y que éste se aprestaba á combatirlas. La ocasion se presenta favorable. Si acudes pronto, hasta las mujeres se alzarán para romper sus cadenas.
Pronto iremos á salvarlos. Inglaterra nos ayuda con diez mil hombres mandados por el valiente Suardo, el mejor caudillo de la cristiandad.
¡Ojalá que yo pudiera consolarme como tú, pero mis desdichas son de tal naturaleza que debo confiarlas á los vientos, y no donde las oiga nadie!
¿Es desdicha pública ó privada?
Todo hombre de bien debe lamentarse de ellas, pero á tí te toca la mayor parte.
Entonces no tardes en decírmela.
No se enojen tus oidos contra mi lengua, aunque se vea forzada á pronunciar las más horrendas palabras que nunca oiste.
¡Dios mio! Casi lo adivino.
Tu castillo fué saqueado: muertos tu esposa y tus hijos. No me atrevo á referirte cómo, para no añadir una más á las víctimas.
¡Dios poderoso! Habla. No ocultes tu rostro. Es más tremendo el dolor que no se expresa con palabras.
¿Y mis hijos tambien?
Perecieron tu esposa y tus hijos y tus criados, y cuantos estaban allí.
¿Por qué no estaba yo? ¿Y tambien mi mujer?..
Tambien.
¡Serenidad! La venganza, única medicina de nuestros males, ha de ser tremenda.
¡Pero Macbeth no tiene hijos!.. Hijos mios… ¿Todos perecieron?.. ¿Todos?.. ¿Y su madre tambien?.. ¿Y de un solo golpe?
Véngate como un hombre.
Sí que me vengaré, pero soy hombre, y siento y me atormenta la memoria de lo que más quise en el mundo. ¡Y lo vió el cielo y no se apiadó de ellos! ¡Ah, pecador Macduff, tú tienes la culpa de todo! Por tí han perecido aquellos inocentes. ¡Dios les dé la gloria eterna!
Tu dolor afile tu espada é inflame tu brio. Sírvate de aguijon y no de freno.
Aunque lloraran mis ojos como los de una mujer, mi lengua hablaria con la audacia de un varon. ¡Dios mio, ponme enfrente de ese demonio, y si se libra de mi espada, consentiré hasta que el cielo le perdone!
Esas ya son palabras dignas de tí. Vamos á despedirnos del Rey de Inglaterra. Sólo nos falta su permiso. Macbeth está á la orilla del precipicio. El cielo se declara en favor nuestro. Tregua á vuestro dolor. No hay noche sin aurora.
Aunque hemos permanecido dos noches en vela, nada he visto que confirme vuestros temores, ¿Cuándo la visteis levantarse por última vez?
Despues que el Rey se fué á la guerra, la he visto muchas veces levantarse, vestirse, sentarse á su mesa, tomar papel, escribir una carta, cerrarla, sellarla, y luego volverse á acostarse: todo ello dormida.
Grave trastorno de su razon arguye el ejecutar en sueños los actos de la vida. ¿Y recuerdas que haya dicho alguna palabra?
Sí, pero nunca las repetiré.
Á mi puedes decírmelas.
Ni á tí, ni á nadie, porque no podria yo presentar testigos en apoyo de mi relato.
(Entra Lady Macbeth, sonámbula, y con una luz en la mano.)
Aquí está, como suele, y dormida del todo. Acércate y repara.
¿Dónde tomó esa luz?
La tiene siempre junto á su lecho. Así lo ha mandado.
Tiene los ojos abiertos.
Pero no ve.
Mira cómo se retuerce las manos.
Es su ademan más frecuente. Hace como quien se las lava.
Todavía están manchadas.
Oiré cuanto hable, y no lo borraré de la memoria.
¡Lejos de mí esta horrible mancha!.. Ya es la una… Las dos… Ya es hora… Qué triste está el infierno… ¡Vergüenza para tí, marido mio!.. ¡Guerrero y cobarde!.. ¿Y qué importa que se sepa, si nadie puede juzgarnos?.. ¿Pero cómo tenia aquel viejo tanta sangre?
¿Oyes?
¿Dónde está la mujer del señor Faife?.. ¿Pero por qué no se lavan nunca mis manos?.. Calma, señor, calma… ¡Qué dañosos son esos arrebatos!
Oye, oye: ya sabemos lo que no debíamos saber.
No tiene conciencia de lo que dice. La verdad sólo Dios la sabe.
Todavía siento el olor de la sangre. Todos los aromas de Oriente no bastarian á quitar de esta pequeña mano mia el olor de la sangre.
¡Qué oprimido está ese corazon!
No le llevaria yo en el pecho, por toda la dignidad que ella pueda tener.
No sé curar tales enfermedades, pero he visto sonámbulos que han muerto como unos santos.
Lávate las manos. Vístete. Vuelva el color á tu semblante. Macbeth está bien muerto, y no ha de volver de su sepulcro… Á la cama, á la cama… Llaman á la puerta… Ven, dame la mano… ¿Quién deshace lo hecho?.. Á la cama.
¿Se acuesta ahora?
En seguida.
Ya la murmuracion pregona su crímen. La maldad suele trastornar el entendimiento, y el ánimo pecador divulga en sueños su secreto. Necesita confesor y no médico. Dios la perdone, y perdone á todos. No te alejes de su lado: aparta de ella cuanto pueda molestarla. Buenas noches. ¡Qué luz inesperada ha herido mis ojos! Pero más vale callar.
Buenas noches, doctor.
Los ingleses, mandados por Malcolm, Suardo y Macduff, se adelantan á rápidas jornadas. El génio de la venganza los impele, y su belicoso ardor debe animar al más tibio.
Los encontraremos en el bosque de Birnam: esa es la direccion que traen.
¿Donalbáin está con sus hermanos?
No, porque yo tengo la lista de todos los que vienen con Suardo, entre ellos su propio hijo y otros jóvenes que quieren hacer hoy sus primeros alardes varoniles.
¿Y qué hace Macbeth?
Fortificar á Dunsinania. Dicen algunos que está loco, pero los que le quieren mejor afirman que está cegado por el furor de la pelea. No puede ya estrechar con el cinturon de su imperio el cuerpo de su desesperada causa.
Ni borrar de sus manos las huellas de sangre de su oculto crímen. Cada dia le abandonan sus parciales, y si alguno le obedece no es por cariño. Todo el mundo conoce que la púrpura real de su grandeza oculta un cuerpo raquítico y miserable.
¿Y cómo no ha de temblar, si en el fondo de su alma se siente ya condenado?
Vamos á prestar homenaje al legítimo monarca, y á ofrecer nuestra sangre para que sirva de medicina á la patria oprimida.
Ofrezcámosla toda, ó la que baste á regar el tronco y las ramas. Vamos al bosque de Birnam.
¡No quiero saber más nuevas! Nada he de temer hasta que el bosque de Birnam se mueva contra Dunsinania. ¿Por ventura ese niño Malcolm no ha nacido de mujer? A mí dijeron los génios que conocen lo porvenir: «Macbeth, no temas á ningun hombre nacido de mujer.» Huyan en buen hora mis traidores caballeros: júntense con los epicúreos de Inglaterra. Mi alma es de tal temple, que no vacilará ni aún en lo más deshecho de la tormenta.
(Llega un criado.)
¡El diablo te ennegrezca á fuerza de maldiciones esa cara blanca! ¿Quién te dió esa mirada de liebre?
Vienen diez mil.
¿Liebres?
No, soldados.
Aráñate la cara con las manos, para que el rubor oculte tu miedo. ¡Rayos y centellas! ¿Por qué palideces, cara de leche? ¿Qué guerreros son esos?
Ingleses.
¿Por qué no ocultas tu rostro, antes de pronunciar tales palabras?.. ¡Séton, Séton! Este dia ha de ser el último de mi poder, ó el primero de mi grandeza. Demasiado tiempo he vivido. Mi edad se marchita y amarillea como las hojas de otoño. Ya no puedo confiar en amigos, ni vivir de esperanzas. Sólo me resta oir enconadas maldiciones, ó el vano susurro de la lisonja. ¿Séton?
Rey, tus órdenes aguardo.
¿Cuáles son las últimas noticias?
Exactas parecen las que este mensajero ha traido.
Lidiaré, hasta que me arranquen la piel de los huesos. ¡Pronto mis armas!
No es necesario aún, señor.
Quiero armarme, y correr la tierra con mis jinetes. Ahorcaré á todo el que hable de rendirse. ¡Mis armas! Doctor (al médico) ¿cómo está mi mujer?
No es grave su dolencia, pero mil extrañas visiones le quitan el sueño.
Cúidala bien. ¿No sabes curar su alma, borrar de su memoria el dolor, y de su cerebro las tenaces ideas que le agobian? ¿No tienes algun antídoto contra el veneno que hierve en su corazon?
Estos males sólo puede curarlos el mismo enfermo.
¡Echa á los perros tus medicinas! ¡Pronto, mis armas, mi cetro de mando! ¡Séton, convoca á tus guerreros! Los nobles me abandonan. Si tú, doctor, lograras volver á su antiguo lecho las aguas del rio, descubrir el verdadero mal de mi mujer, y devolverle la salud, no tendrian tasa mis aplausos y mercedes. Cúrala por Dios. ¿Qué jarabes, qué drogas, qué ruibarbo conoces que nos libre de los ingleses?.. Iré á su encuentro, sin temer la muerte, mientras no se mueva contra nosotros el bosque de Dunsinania.
Si yo pudiera huir de Dunsinania, no volveria aunque me ofreciesen un tesoro.
Amigos, ha llegado la hora de volver á tomar posesion de nuestras casas. ¿Qué selva es esta?
La de Birnam.
Corte cada soldado una rama, y delante cúbrase con ella, para que nuestro número parezca mayor, y podamos engañar á los espías.
Así lo haremos.
Dicen que el tirano está muy esperanzado, y nos aguarda en Dunsinania.
Hace bien en encerrarse, porque sus mismos parciales le abandonan, y los pocos que le ayudan, no lo hacen por cariño.
Dejemos tales observaciones para cuando esté acabada nuestra empresa. Ahora conviene pensar sólo en el combate.
Pronto hemos de ver el resultado y no por vanas conjeturas.